El triunfo de la Revolución cubana propició un proceso en el orden social, político y económico de carácter inédito, no solo en la Isla, sino en América Latina. Ninguno de los proyectos populistas o revolucionarios en el continente había generado las transformaciones profundas que provocó aquí el terremoto revolucionario.
La movilidad social se convirtió en un hecho constatable y masivo. Los campesinos, obreros, negros, mestizos, mujeres, incluso no pocos desclasados, ingresaron en escuelas primarias, secundarias, preuniversitarias, técnicas, universidades, puestos de dirección en la economía o en el ámbito político. Un ciclón social se hizo común en la nación; cambiaron costumbres, se abolieron tradiciones, que tan solo a partir de los noventa han comenzado a reemerger; pero la batalla se hizo más difícil en el orden moral, marcado por más de cuatro siglos de tradición judeocristiana.
No pocos dirigentes del nuevo proceso habían sido formados en colegios religiosos, católicos o protestantes. Otros, de extracción más humilde, arrastraban consigo la educación española protocatólica, que enseñó por siglos quiénes debían ser incluidos en procesos de dirección social o política y quiénes no, teniendo no pocas veces en cuenta como única cualidad indeseada, por ejemplo, una orientación sexual fuera de la heteronormatividad. Casi todo lo demás, salvo la poca confiabilidad ideopolítica, era admisible; por tanto, el conservadurismo moral del viejo régimen permanecía a flor de piel.
Muchas prácticas discriminatorias contra minorías sexuales o las mujeres quedaron intactas, y en algunos casos se ideologizaron, lo que complejizó aún más el proceso de comprensión y aceptación futura de esas realidades. Eventos disímiles lo corroboran, por ejemplo, se mantiene como una herida social no enjuiciada aún con profundidad, el escarnio que constituyeron las llamadas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).
En el caso de las féminas, y regularizado por leyes o decretos, estas se fueron incorporando al torbellino social como nunca antes. Según datos del censo de 1958, las mujeres eran menos del 30 % de la fuerza laboral activa. La mayoría se dedicaba en lo fundamental a la docencia, algunas a trabajos profesionales, tanto técnicos como universitarios donde eran minoría, y casi todas las que accedían a estos puestos procedían de la clase media o alta. Por el contrario, la parte en funciones de servicio doméstico era a dónde iban a parar las de origen muy humilde, sobre todo negras y mestizas.
Algunas se visibilizaban en el mundo del espectáculo y el entretenimiento, y otras en el oficio más antiguo del mundo, muy común en Cuba dado su rol en el sistema de relaciones económicas regionales e internacionales, con crecientes servicios de turismo y placer para ricos nativos o visitantes extranjeros.
El desafuero era visible, pero pocas veces los impugnadores de «conductas morales dudosas» condenaban su dudosa moralidad en referencia al placer en cualquiera de sus manifestaciones, siempre que se preservara intachable la «hombría», uno de los valores más defendidos por nuestra ancestral cultura machista.
Al triunfar la Revolución, no alteró en lo fundamental esas normas, aunque hizo ingentes esfuerzos para eliminar la prostitución, como también una gran campaña contra el juego y la droga. Las mujeres se irían sumando a todos los oficios y profesiones que demandaba el nuevo modelo social, pero con gran resistencia de sus compañeros.
Se inició una nueva etapa para educar a la sociedad en esa perspectiva, aliviando el machismo pero sin superarlo en lo fundamental. En muchos casos los educadores necesitaban también ser educados sin distinción de rango, y ello no se ha conseguido totalmente, lo que evidencia que el conservadurismo moral nunca fue derrotado. A pesar de avances, de Retrato de Teresa, Hasta cierto punto y Fresa y Chocolate. ¡Se puede ser revolucionario en ciertas actitudes y profundamente retrógrado y conservador en otras! Nuestra historia pasada y reciente está colmada de ejemplos.
Fresa y chocolate, largometraje cubano de 1993 codirigido por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío.
Males como la violencia de género, los feminicidios y el bulling contra las minorías sexuales, siguen a la orden del día, generan debates y encontronazos a nivel social pero no se solucionan en lo fundamental porque son actitudes no derrotadas en las mentalidades de decisores y subordinados, ¡y en no pocos órdenes hay silenciosa complicidad entre todos!
Ese espectro histórico estaba vivo cuando se discutió el proyecto constitucional en 2018. Recordemos que para aprobarse como Constitución de la República, el 24 de febrero del 2019, las fuerzas conservadoras y fundamentalistas —religiosas o no—, consiguieron suprimir de la propuesta el artículo que pretendía la aceptación del «matrimonio igualitario» y otros derechos para la comunidad LGBTIQ.
Por tanto, esas posturas son aquí ideológicas más que teológicas, y tienen combustible suficiente para no ser derrotadas. La compleja relación entre fe y política no es asunto de importancia menor para entender la evolución del fundamentalismo y el conservadurismo religioso en Cuba.
Fe y política
Hablar de esta relación hace inexorable que nos remontemos a la historia. Durante cuatrocientos años —desde el inicio hasta el fin de la colonización—, el Estado Español que operó en la Isla fue confesional, por tanto, tuvo una religión oficial: la católica. Los españoles la consideraban garantía de unicidad del espíritu hispano, y por eso los acompañó hasta su entrada en la modernidad como ente espiritual que calzaba las estructuras políticas de la monarquía. Esto, con altibajos, se entronizo en el sistema político colonial cubano.
Luego llegó la ocupación norteamericana. Durante esos años, el Estado que se instituyó en Cuba fue por primera vez de carácter laico, es decir, separaba la religión del Estado, como era en la nación norteña. Con ellos se sistematizó un proceso interesante de evangelización protestante de la nación, sobre todo con misioneros norteamericanos.
Concibieron que la aceptación del protestantismo por los cubanos pudiera fomentar la influencia estadounidense. Ese proceso tuvo éxitos y contravenciones, pues hubo sectores dentro de la sociedad, sobre todo políticos, que descubrieron el peligro que la expansión protestante podría tener en la Isla.
La llegada de la República en 1902, con la Constitución de 1901, volvió a declarar el carácter laico del Estado. Tanto en esa Constitución como en la de 1940 la religión se consideró formalmente un ente separado del Estado, pero ambos modelos constitucionales exigían a la ciudadanía el cumplimiento de la moral cristiana como presupuesto de su comportamiento cívico.
Ahí hubo cierta subordinación de la actitud cívica — y por tanto, hasta cierto punto de la actitud política—, a determinadas normas de la tradición católica presentes en el país, lo que generó inquietudes en otros sectores del mundo religioso insular. Esto evidenció que aunque el Estado iba a operar de manera independiente a la religión en la toma de decisiones, no iba a desentenderse de la influencia que esta podía tener en el control del comportamiento de los ciudadanos.
Tras la Revolución, sobre todo a partir de la década del sesenta, la cohabitación religión-Estado fue denostada tremendamente, en especial luego del conflicto del nuevo poder con la Iglesia católica, vinculado a disímiles causas que no son objetivo del presente texto. Se empezó a operar entonces un proceso atípico en la historia de las construcciones políticas en Cuba. Y es que dentro de las cimentaciones de identidad política y filiación política al nuevo gobierno, se exigía casi como condición la ruptura o negación de toda fe religiosa.
Dentro de las cimentaciones de identidad política y filiación política al nuevo gobierno, se exigía casi como condición la ruptura o negación de toda fe religiosa.
Por tanto, la religión empezó a operar no como estructura que acompaña al Estado, sino como estructura que es negada por el Estado. Tal actitud se hizo política a partir de 1975, con el Primer Congreso del PCC, y en 1976 con la nueva Constitución, considerada la primera de carácter socialista de nuestra historia. Su lectura descubre una raigambre profundamente atea.
No obstante, en el alma de la nación seguían casi intactos los valores morales que la catolicidad primero y la tradición protestante después, fueron acunando en la identidad de lo que somos. Y ello resulta una paradoja, pues la Revolución dijo apostar por formar un hombre nuevo. Y sí, se delinearon políticas para ir constituyendo ese prototipo de hombre, por cierto, a la usanza de la época, cuando se definía hombre y dicho término incluía a las mujeres y excluía a todos los demás
El difusor de esa idea en nuestro ámbito fue Ernesto Che Guevara, quien aseguraba que para formar el hombre nuevo era imprescindible crear la sociedad nueva. Sin embargo, en el caso cubano el modelo económico siempre tuvo altas y bajas que conspiraron contra el proyecto inicial, mucho peor que en Europa Oriental y en la extinta URSS, que ya fue bastante.
Aunque se consiguieron muchas realizaciones, no pudo evitarse todo tipo de carencias materiales, que han enrarecido la satisfacción de las necesidades humanas, una meta definida pero jamás cumplida en las proyecciones de lo que se ha dado en llamar nuestro socialismo.
El hipotético hombre nuevo, más que preocuparse por su nueva altura ética, ha tenido que crear estrategias para sobrevivir en circunstancias económicas complejas; mientras, en el orden moral, ese proyecto de hombre nunca superó la tradición.
A partir de los setenta, cuando fue cediendo la euforia de los primeros años, la sociedad cubana, en su ámbito político, económico e ideológico, se fue integrando al canon de socialismo real del bloque soviético. Actuamos igual que allí, donde las diferencias de género nunca fueron superadas y —con la tímida excepción de la RDA—, poco se hablaba de variantes de la sexualidad humana, o se hacía con denostación.
Por ende, el paradigma de realización del socialismo incluía, además de la tradición mantenida, el deber ser del nuevo modelo de sociedad, que era profundamente homofóbico. Ello se vinculaba al conservadurismo que las religiones seculares de esas sociedades habían instrumentado en las mentalidades de sus poblaciones durante siglos de dominación simbólica —fuese la Iglesia Ortodoxa, la Católica o el Islamismo—; y que los Partidos Comunistas, con sus variantes y diferencias de nombre, tuvieron a bien mantener, a pesar de las políticas ateístas que aplicaron inexorablemente.
De ello no escapó nadie, ni siquiera la católica Polonia, un error que allí se pagó muy caro, quizás más que en otras de las naciones donde se intentó mal construir el socialismo.
Todo ello ha sido caldo de cultivo para que el conservadurismo religioso tenga no poco éxito en estas sociedades, antes y tras la caída del llamado socialismo real.
El líder polaco Lech Walesa y el Papa Juan Pablo II. (Foto: Mike Person / Getty Images)
Fundamentalismo y conservadurismo religioso en Cuba
El fundamentalismo religioso en Cuba ha crecido o por lo menos se ha visibilizado significativamente a partir de 2018, tras la discusión del proyecto constitucional aprobado al año siguiente como Constitución de la República. Es una actitud que reúne los rasgos esenciales que esta tendencia manifiesta en casi cualquier lugar del mundo.
El fundamentalismo se genera básicamente en aquellos sistemas religiosos que cuentan con un libro sagrado del cual suelen hacerse lecturas literales. Las manifestaciones de fundamentalismo más comunes en Cuba se presentan en ciertas iglesias evangélicas y protestantes, en las que son usuales lecturas literales de la Biblia que pretenden que el mundo se constituya, se explique, se manifieste, exista y además se gobierne y estructure, según esos principios.
En Cuba el leit motiv básico, aunque no único, de manifestación del fundamentalismo, está vinculado a asuntos de orden moral. Es un fundamentalismo que se expresa, por el momento, contra aquellas prácticas y actitudes que procuran defender maneras de amarse de grupos humanos que no encuadran dentro del canon heteronormativo de la moral religiosa cristiana, presuntamente vindicada por los textos sagrados.
El fundamentalismo religioso tiene diversas formas de expresarse: dentro de las estructuras estatales, de forma semi estatal, o extra estatal. Esta última se consuma donde los poderes fácticos de esas iglesias pueden tener cierta influencia sobre las instituciones y la funcionalidad del Estado, aunque no formen parte de él. También puede expresarse a nivel comunitario.
Si bien en Cuba la primera de las formas mencionadas no es evidente, sí hay sujetos que comienzan a sentir que pueden tener alguna influencia en la toma de decisiones en determinados diseños de políticas del Estado. Esa idea lo empieza a develar como un actor político aún cauto, tenue, pero con alguna atribución en ciertas disposiciones de políticas públicas, sobre todo en asuntos relativos a los derechos civiles de las minorías sexuales. Y pueden pretender más.
Lo más común en nuestro medio es que el fundamentalismo se exprese esencialmente en el ámbito comunitario. De hecho, ahí está teniendo un éxito significativo pues existen muchas denominaciones inscritas en estas posturas que han creado verdaderas redes de ordenamiento de la vida social en sus comunidades, con frecuencia caracterizadas por ser vulnerables en el acceso a bienes y mostrar síntomas de pobreza. El éxito de su gestión lo han conseguido sobre todo porque asisten a esos grupos humanos no solo con ayuda material, sino también con asistencia espiritual. Eso es importante tenerlo en cuenta.
En consecuencia, muchas de esas iglesias y denominaciones insisten en cambiar las dinámicas de aprehensión de lo religioso en sus comunidades, y tienden a dirigir su denostación hacia formas tradicionales identitarias nacionales de religiosidad, que juzgan enajenantes o demoníacas. De este modo, y poco a poco, van creando quinta-columnas que pueden tender a la intolerancia, e incluso a la violencia, contra aquellos grupos y estructuras sociales que dentro de la nación no corresponden con sus credos y posturas éticas, filosóficas, teologales, e incluso estéticas.
Los ataques de estos fundamentalistas, en tanto parte del cuadro religioso cubano, están direccionados básicamente a las religiones de origen africano, a las que demonizan en sus discursos; lo que está teniendo incidencia en ciertos sectores sociales. Además, los fundamentalistas están aspirando a participar en la educación espiritual y real de los ciudadanos. Lo hacen ahora en las estructuras de acompañamiento comunitario que han creado, pero desean más, pueden aspirar a entrar en los sistemas educativos formales y ahí transmitir su palabra. Es importante no perder esto de vista.
Existen investigadores que hablan de la posible conformación futura de verdaderos barrios evangélicos, donde con la movilidad de ciertos recursos y la existencia de liderazgos carismáticos en algunas de estas iglesias, estos grupos puedan fortalecer su poder de convocatoria en las comunidades, a nivel barrial e incluso más allá. Se constata que están teniendo éxito en eso, para refutar las posturas de otros o procurar demostrar que las suyas son las válidas.
Estamos frente a un fundamentalismo que, por el momento, ha tenido notoriedad en el ámbito comunitario; primero en las zonas rurales y en el oriente del país, donde eclosionó en la década de los noventa, para extenderse hoy a toda la nación, especialmente en barrios y zonas desfavorecidas. Sin alarmismos, pero con preocupación, puede considerarse —y lo es—, un actor social, espiritual y hasta político, a tener en cuenta.
(Foto: Iglesia Metodista de Cuba-Facebook)
Fundamentalismo no religiosos
Además del fundamentalismo religioso, existen otras expresiones de fundamentalismo, el económico, el político, e incluso el estético. Existen ahí donde un grupo humano, o ciertos líderes, procuren demostrarle a los demás que sus verdades o sus códigos son los únicos adecuados, los únicos correctos y los únicos que todos deberían seguir o respetar.
Vivimos en un mundo donde esta tendencia tiene éxito en ámbitos no solo religiosos, lo cual es peligroso porque cuando entran a la esfera de la política y empiezan a tener múltiples seguidores, crean actitudes de intolerancia a otras posturas o actitudes políticas. Esto puede condicionar una desregularización de la democracia, donde la haya, o fortalecer posturas autoritarias o dictatoriales donde existan regímenes con ese carácter, que casi siempre se basan en presupuestos políticos fundamentalistas.
Es decir, si en la religión el fundamentalismo lo puede representar un pastor, un ayatolá, un rabino, un obispo o un sacerdote; en la economía puede ser un líder de opinión, un investigador de temas económicos que se haya convertido en adalid, y en la política lo puede ser un líder carismático. Hay disímiles tipos de fundamentalismos y todos ellos son peligrosos porque son intolerantes, porque exigen una lectura literal de ciertos textos que consideran sagrados o casi sagrados, y que habría que respetar a todas luces y sin objeciones para cumplir con su presupuesto de verdad.
¿Fundamentalismo es sinónimo de conservadurismo, o son cuestiones distintas?
No se debe confundir conservadurismo religioso con fundamentalismo religioso. Sin embargo, hay una línea delgadísima que los separa. No son necesariamente iguales, aunque en algunos órdenes pueden coincidir y se confunden. El conservadurismo permite interpretaciones contextuales de sus textos sagrados, en ciertos órdenes de la reflexión teológica.
Es decir, hay posturas conservadoras en la religión que pueden tener interpretaciones bien estructuradas sobre un asunto tan complicado desde el punto de vista teológico y conceptual, como puede ser el problema de la trinidad. Estas no hacen necesariamente una lectura literal de la Biblia para entender la trinidad, sino que le procuran una explicación, una interpretación, en relación a su tradición teologal o denominacional.
Puede manifestarse también en torno a la presunta santidad de María, la madre de Jesús (en el mundo cristianismo, y católico en particular, ahí donde María tiene seguidores). Son tradicionales lecturas diversas sobre la naturaleza sagrada de la Madre de Jesús, en ese orden permiten interpretaciones de textos o tradiciones orales u escritas. Pero cuando se trata de principios de la fe, o de postulados de orden moral, por ejemplo, pueden ser muy conservadoras, muy defensoras de la llamada tradición.
Para ese tipo de presupuestos, no necesariamente de carácter teológico sino de representación funcional de su «orden» dentro de la comunidad religiosa, e incluso, con la pretensión de que se asuman fuera de ellas; son defensores de las actitudes que presuntamente vindican los textos sagrados, o por el contrario, en el caso del catolicismo —donde es muy común el conservadurismo, no así el fundamentalismo (aunque tiene presencia)—, el respeto a la palabra de las figuras más significativas de esta Iglesia, como pueden ser el Papa, los obispos etc.
El conservadurismo se evidencia cuando se procura conservar ciertas normas o tradiciones que la institución religiosa considera que no son cuestionables. Esto se dirige en lo fundamental al mantenimiento de conductas morales, a la conservación de ciertas estructuras sociales o políticas con las que estas instituciones religiosas conservadoras se pueden sentir identificadas, o a la preservación de principios que consideren inviolables.
Las posturas del conservadurismo siempre están en el fundamentalismo, de una manera u otra. Lo que distingue al fundamentalismo es que, además, no permite ninguna interpretación de los textos sagrados. Exige siempre una lectura literal de esos textos como ya se explicó, y demanda que la comunidad religiosa deba actuar y operar desde esa lectura.
Todo esto demuestra que frente a «desafíos» como las posibles transformaciones legales en la forma que se entienden la familia, sus funciones y responsabilidades dentro de la sociedad —cambios que inevitablemente alteran el viejo deber ser de la «tradición»—; u otras movilidades en el orden social o político que «trastornen» lo establecido por estas instituciones, y no necesariamente hayan asumido las subjetividades de la totalidad de sus miembros, sus líderes se lanzarán a «controlar el rebaño».
Procurarán que se asuman tales cambios como agravios, no solo en el orden de la fe, sino presentándolos como dislocación absoluta de lo que hemos sido como pueblo. Actitud vista por la historia de la humanidad una y otra vez, como si fuese ley el eterno retorno.
21 comentarios
Los comentarios están cerrados.
Agregar comentario