“Ná compay, lo levantaron en peso“, me comenta un vecino. Sobre la acera quedan los restos del registro policial. “Tenía como 30 quintales de papa para vender a 15 pesos la libra”.
Para las autoridades de la provincia Granma, la papa es una cuestión de honor. Se ha convertido en un símbolo de que el Estado es capaz de responder a las necesidades alimentarias de la población en la pandemia actual. El día que llegó el tubérculo por ferrocarril, se montó un puesto de mando, hubo reuniones operativas, el director de transporte estuvo todo el tiempo junto a los estibadores “en el campo de batalla”, el de comercio en su oficina coordinando con los jefes de zona. Y… “centinela alertaaa!“, como en los animados de Juan Padrón.
Un periodista radial reseñó la felicitación de las autoridades políticas y gubernamentales a los que participaron en la operación de la papa, con tanta emoción, que enseguida recordé aquella novela soviética sobre el bloqueo fascista a Leningrado, el camino de la vida sobre el rio Neva, las famélicas mujeres y adolescentes descargando harina durante el mortal invierno ruso, bajo las bombas de la Luftwaffe. No es burla ni sarcasmo. Nosotros también estamos bloqueados sólo que de otro modo. Y nuestro bloqueo es más duradero.
Hace un año, la carne de cerdo en Manzanillo estaba a 20 CUP la libra. Vino el aumento del salario al sector presupuestado, y enseguida algunos bien familiarizados con El Capital, la obra de Marx, comenzaron a advertir que aumentarían los precios de los alimentos.
“Pero ná compay, en la radio y la TV los periodistas dicen que el gobierno, con el apoyo del pueblo, no va a permitir que aumenten los precios. Los que alarman son economistas de pupitre y sus papagayos al servicio del centrismo, que desconocen la fuerza de las masas cuando el Partido asume una tarea. Los precios no pueden subir, carajo“. Así me dijo hace un año este mismo vecino. Pero subieron. Al doble en Manzanillo. No solo subieron sino que el mamífero nacional parece haber pasado a la clandestinidad.
“¿Cuántas libras te encargo?“, me escribe por Messenger un amigo después de ver el reto que puse en Facebook pidiendo que alguien publicara foto con una compra de carne de cerdo. Mi pregunta obligada: “¿A cómo?“
“A dos cincuenta“.
“¿Cómo a dos cincuenta? No entiendo“.
“A dos cincuenta dólares, brother“
“Que va compay, yo no puedo pagar una libra de carne a más de sesenta pesos la libra”.
“Tú no la vas a pagar. Yo te las voy a regalar que pa escribir tanto hay que comer caliente“.
“Yo como caliente, no jodas. Lo que hace como dos meses que no como carne de cerdo”.
“Pues la vas a comer este fin de semana a más tardar. Y sin hacer cola. Una gente te lo lleva a tu casa. Tranquilo“.
“Pero, hermanito, yo no puedo…“
“Que usted no tiene que pagar nada, brother. Eso se paga aquí mismo, en Miami. Yo encargo un poco de carne desde aquí para mi familia allá, y para ti que eres el tipo que siempre leo en Facebook. Transfiero la plata a una cuenta, y eso llega a Cuba de algún modo. Así que usted tranquilo que yo controlo“.
Mi amigo no sabe cuál es el procedimiento. Pero perfectamente puede funcionar, y funciona. Se rompe así el bloqueo imperialista. Mi lector está contribuyendo a que dos familias cubanas no sean brutalmente afectadas por el ahogo económico, la persecución contra los barcos, con el petróleo para los tractores, que impulsan los arados para sembrar maíz, para fabricar pienso animal. Él ha burlado las multas contra las transacciones financieras.
Cuando el mensajero llega con el pedazo de lomo y me lo entrega, solamente tengo que firmarle un papelito, una constancia de que se completó la operación. ¡Que lo mío es conversar! Y lo veo sofocado con el nasobuco que no lo deja respirar. “¿Un poco de agua?“
“Coño, gracias, sí. Gracias que con esto de la pandemia la gente no le quiere dar ni agua a uno“.
Le sirvo y le pregunto si le faltan muchas entregas aun.
“No, qué va, me falta una nada más. Esto no es lo mío. Lo mío es… Otra Cosa. Como ahora todo está parado, me alié con unos primos ahí que se dedican a criar puercos y venderlos. Pero como el gobierno ha puesto tope a los precios y están que no dejan evolucionar. Entonces inventamos este sistema. Pagan desde el Yuma y nosotros aquí repartimos a domicilio“.
“Pero, ¿de qué modo si ya no se puede ni transferir dinero por la Western a no ser que seas familiar directo?”
“Ay compadre, tú no sabes que los americanos siempre joden. Y el gobierno aprieta más mientras más joden los americanos. Pero uno siempre encuentra la manera“. La frase recurrente de mi madre en pleno período especial: “Ay mijo, siempre hay un modo, siempre“. Sólo que nuestro gobierno es el único que parece no encontrar el modo y repite lo mismo cada vez en la producción agropecuaria. Eso pienso mientras el mensajero se monta en su triciclo y se marcha. Quizás no sabe que ha contribuido a dejar en ridículo a Trump y los que quieren asfixiarnos.
Hoy hemos sido felices y almorzamos fricasé con papas y arroz, que el grano aún no se nos ha acabado. Pero a mí me sigue intrigando si, además del que iba a vender la papa a sobreprecio, agarrarían al que finalmente la desvió. A pesar de los puestos de mando y los cuadros firmes, en el campo de batalla.
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