Una novela de Sinclair Lewis, de 1935, que trata sobre el ascenso del fascismo en EEUU, tiene por título «Eso no puede pasar aquí». Después de haber visto el fracasado autogolpe del pasado 6 de enero es obvio que esa nación no está exenta de la ola de neofascismo que ha resurgido en el mundo. Las impactantes imágenes de una horda armada y furibunda entrando a los salones del Congreso fue una advertencia excepcionalmente clara: las fuerzas de la extrema derecha siguen organizándose en EEUU, a pesar de la convincente victoria electoral de Joe Biden con un margen de casi 7 millones de votos.
El regreso a la normalidad no solo será insuficiente, sino inalcanzable sin la aprobación de un programa profundo y bien pensado de reformas que refuercen los fundamentos de la democracia. Las leyes para revitalizar el sistema político solo serían un comienzo y precisarían medidas que ataquen las raíces de problemas que han inspirado al apoyo masivo del autoritarismo: la desigualdad de ingresos y riqueza, la concentración de poder político y económico en manos de grandes empresas, y la injusticia racial y étnica.
Sin leyes que garanticen el funcionamiento exitoso del sistema formal de la democracia estadounidense —un funcionamiento que por décadas se ha visto coartado por la erosión constante del derecho a votar y de la capacidad de ejecutar la voluntad popular— el país podría ser presa de la autocracia en un tiempo cercano.
Es históricamente innegable que EEUU ha ejercido una influencia negativa en muchos países, especialmente en sus vecindarios de Latinoamérica y el Caribe. Podemos considerar que es hoy un imperio moribundo y, al debilitarse, los imperios se vuelven inestables, agresivos, e impetuosos interior y exteriormente. Por ello, la crisis que vive el país no debe ser motivo de regodeo; al contrario, por un principio elemental de autoprotección, el mundo debería estar preocupado.
Del 6 de enero debemos llevarnos este mensaje: la resistencia antifascista estadounidense tiene mucho trabajo por delante, y a todos –dentro y fuera del país– nos ha tocado por desgracia una época extremadamente peligrosa.
El peligro del autoritarismo
Mucho de lo que ha pasado durante la administración Trump puede verse como un primer paso hacia el autoritarismo pleno. Aunque pueda parecer que Donald Trump muchas veces no es consciente de lo que hace, el proceso que ha vivido el país durante sus cuatro años de gobierno muestran un orden lógico que indica cuán peligroso es.
De hecho, podría afirmarse que los requisitos para el establecimiento de un régimen fascista en EEUU ahora están presentes: un líder con pretensiones a la autocracia; seguidores rabiosos, llenos de rencor y listos para obedecer los órdenes de su líder; una situación económica que dificulta la sobrevivencia de mucha gente y genera una sensación justificada de que el sistema está roto y de que es injusto; políticos y élites corporativas dispuestas a romper con la democracia para proteger su poder y ganancias; el fortalecimiento de la ideología del supremacismo blanco.
Los sucesos de este 6 de enero reafirmaron las preocupaciones que muchos representantes de la izquierda han señalado durante años. El asalto de los trumpistas representa la intensificación de tendencias preocupantes. Pero quizá lo chocante radique más en la destrucción de la idea del «excepcionalismo estadounidense», que en la revelación de algo completamente nuevo. Aún así, ojalá que estos eventos abran los ojos de los indiferentes e incrédulos que preferían ignorar o desestimar las amenazas crecientes.
Muchos de los que asaltaron el Capitolio eran seguidores ordinarios de Trump –enojados por el mítico «robo» de la elección que el presidente saliente y sus secuaces habían propagado–, pero muchos eran neonazis, convencidos de que su visión racista y genocida es correcta y de que tienen el apoyo del presidente. Incluso, representantes de estos grupos han hablado abiertamente sobre las oportunidades de proselitismo y crecimiento que les ha dado la administración Trump.
Aunque el racismo, el nacionalismo, y el supremacismo blanco han formado parte fundamental de la vida y la cultura política estadounidense durante siglos, bajo circunstancias normales el neonazismo no tendría ninguna oportunidad de adquirir tan altos vuelos. Es preocupante el potencial para inspirar a la radicalización que tienen los medios masivos y el internet, que aprovechan el dolor de mucha gente por la depresión económica de EEUU.
Casi igual de preocupante es el papel de la policía en dotar al racismo y al autoritarismo de métodos brutales. Precisamente eso es lo que el movimiento #BlackLivesMatter había destacado este verano, con la publicación de varios reportes en los que advierten de la infiltración de supremacistas blancos en los departamentos policiales de todo el país. La intentona autogolpista es una contundente confirmación de ambas cosas.
Es difícil creer que con el enorme presupuesto de seguridad y las innumerables tropas en Washington, sin la complicidad y la colaboración de la policía del Capitolio, y posiblemente de algunos congresistas derechistas, los asaltantes pudieran atravesar las puertas del Congreso.
Hay reportes preocupantes que demuestran la eliminación de botones de pánico en las oficinas de algunos miembros del Congreso con ideologías de izquierda. También se ha hablado de posibles «giras de reconocimiento» dadas a algunos organizadores del autogolpe, de quienes está igualmente confirmado que recibieron cooperación de algunos congresistas ultraderechistas. Algunos videos aparentemente muestran coordinación entre policías y asaltantes. Si estos últimos hubiesen sido afroamericanos, es casi seguro que no habrían recibido el trato cálido que disfrutaron los trumpistas, traducido en poco más de sesenta arrestos.
Durante los últimos días, hemos descubierto más sobre cuán peligroso era el autogolpe y es extremadamente inquietante. Algunos de los asaltantes planeaban usar la violencia –no como se usó, sino de formas diferentes y terribles–: iban preparados para secuestrar a congresistas y tenían entre sus objetivos matar al vicepresidente Mike Pence, a la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi; y otros altos oficiales gubernamentales. Fue, entre otras cosas, cuestión de suerte que los congresistas pudieran escapar de la muchedumbre de asaltantes lista para matar.
¿Cómo prevenir el fascismo estadounidense?
Afortunadamente, el autogolpe fracasó. Joe Biden será el próximo presidente de los EEUU y el Partido Demócrata tendrá una mayoría en ambas cámaras del Congreso tras dos victorias en las elecciones especiales en el estado de Georgia. La pregunta crucial ahora es: ¿cómo puede el Congreso asegurar que este capítulo aterrador no se repita?
Primero, tendrá que castigar a Trump y asegurarse de que no ocupe un cargo público otra vez. El millonario neoyorkino y sus secuaces no pueden quedar impunes después de lo que han hecho.
Segundo, deberá aprobar leyes que prohíban el gerrymandering y purguen los registros de votantes; protejan el derecho al voto y garanticen que toda persona elegible sea registrada automáticamente; reformen el sistema electoral e ilegalicen el dinero oscuro y la donaciones corporativas; faciliten la votación por varios medios –el derecho a votar por correo, la declaración del día de elecciones como festivo, la expansión de la votación temprana, etc.–.
Tercero, creará mecanismos de protección económica para que la gente no esté desamparada durante la pandemia y buscará mitigar la plaga de desigualdad y desempleo.
La administración Biden tiene que hacer funcionar los mecanismos institucionales y democráticos para demostrar que el gobierno sí puede alcanzar sus objetivos. De esa manera ayudará a combatir el escepticismo en torno a las habilidades gubernamentales. Si no lo hace, el descontento que alimenta al extremismo crecerá y la situación empeorará.
Pese a las fotos perturbadoras y los comentarios frecuentes, los trumpistas no constituyen una mayoría en EEUU. También está claro que la gran mayoría de los estadounidenses no apoya el autogolpe. Eso es motivo de celebración. Queda por determinar si el Congreso tendrá la voluntad política necesaria para democratizar los sistemas político y económico de EEUU. Seguramente habrá oposición de las grandes empresas y del Partido Republicano.
El único contrapeso a un movimiento fascista es un movimiento socialista que promueva la democracia y la justicia económica. Entonces, para realizar los cambios necesarios, se requerirá un movimiento de base de la clase trabajadora, unido, numeroso, y listo para manifestarse en las calles y presionar a los congresistas a que actúen y hagan lo correcto. Si EEUU no consigue las reformas que tan desesperadamente precisa, me temo que días aún más oscuros estarán en el horizonte.
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