El feminismo es un movimiento social y político dirigido a cuestionar y modificar las estructuras de poder que afectan a mujeres y hombres en los marcos del sistema de dominación patriarcal. Durante su historia, se ha encaminado hacia dos planos: el teórico y el político, ambos se han enriquecido mutuamente.
La teoría feminista ha sido útil en la medida en que conceptos como el de género, patriarcado, entre otros, han permitido a hombres y mujeres entender cómo, cuándo y por qué se perpetúan las relaciones asimétricas de poder que conducen a la opresión de unos sobre otros y otras.
Durante más de 40 años el feminismo en América Latina ha luchado por mantener un espacio político propio, tarea harto difícil por los obstáculos que ha enfrentado. Desde sus albores, este proceso ha tenido que polemizar con la izquierda latinoamericana, quien ha considerado que los problemas de las mujeres tenían su origen en la lucha de clases, y como tal, solamente se podían solucionar mediante la vía revolucionaria.
En la actualidad persisten criterios antifeministas que han llegado a considerar a la teoría de género « […] como una ideología con la que se engrasa la ejecución a nivel global de dos agendas básicas del capitalismo […]; la primera, encaminada a sustituir la lucha de clases por la confrontación de sexos […]». Ergo, abordar la polémica entre el feminismo y la izquierda latinoamericana, sus orígenes y causas fundamentales, podría ser de utilidad para develar las «verdaderas razones» de algunas críticas que descalifican los movimientos feministas y sus aportes desde el punto de vista teórico y político.
Les propongo una mirada desde la visión testimonial de la intelectual Judith Astelarra, expuesta en el libro ¿Libres e iguales? Sociedad y política desde el feminismo, publicado en Cuba por la editorial Ciencias Sociales en el 2005. Una propuesta que motiva a la reflexión, máxime cuando la autora combina sus vivencias personales con una acuciosa labor como especialista, durante sus largos años de militancia y producción teórica en la lucha por los derechos femeninos.
Corría los últimos años de la década de 1960 cuando la socióloga chilena Judith Astelarra viajó a la Universidad de Cornell en los Estados Unidos para cursar el doctorado. En aquella ocasión se integró de manera activa al movimiento feminista norteamericano, donde pudo corroborar sus aportes teóricos y políticos. De regreso a Chile, reinició su militancia en un partido de izquierda; eran tiempos en que confiaban en el proyecto revolucionario cubano, referente para la izquierda latinoamericana durante la segunda mitad del siglo XX.
Los problemas comenzaron a partir de las intenciones de mujeres que integraban partidos de izquierda por expresar convicciones feministas. Pudo comprobar el rechazo hacia la existencia de movimientos autónomos para la lucha por los derechos de las mujeres. Las diferencias entre los miembros de la izquierda y las simpatizantes con el feminismo se fueron ensanchando, no sólo en Chile, sino en el resto de América Latina.
La izquierda latinoamericana consideraba que las causas de la discriminación de las mujeres debían buscarse en el origen y desarrollo del sistema de clases en los marcos del sistema capitalista. El feminismo moderno coincidía en que las desigualdades sociales, tanto de clase como de sexo, tenían una base en la propia estructura social, económica y política, pero desarrolló un corpus teórico y político propio para demostrar que las peculiaridades estructurales de la discriminación de las mujeres en todas las sociedades tenían sus orígenes en un sistema de dominación al que se denominó patriarcado.
Aunque las discrepancias tuvieron matices en dependencia de las corrientes feministas de la época -el feminismo socialista, por ejemplo, trataba de combinar el análisis de clases con el de los rasgos patriarcales de la sociedad- las rupturas condujeron a la estigmatización del feminismo moderno y su producción teórica e ideológica.
En Cuba, el proyecto revolucionario triunfante del 1 de enero de 1959 priorizó a las mujeres e impulsó la lucha por su emancipación a través de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Empero, coincido con Iliana Benítez Jiménez en que el «fuerte ideal marxista que comenzó a predominar en el pensamiento social cubano provocó que se comenzara a identificar el feminismo con las luchas de las mujeres burguesas […], uno de los factores para que el término feminismo fuera estigmatizado en nuestra sociedad.»
No obstante, desde fines de la década de 1980 fueron necesarias investigaciones que develaran las razones por las que persistían rasgos patriarcales. Desde entonces, los logros políticos y sociales alcanzados por las mujeres, y los estudios de género, han ido in crescendo en el entorno académico, entre adeptos, simpatizantes y detractores.
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