En tiempos difíciles suelen resurgir los valores mítico-religiosos como vía de escape de individuos, familias y pueblos ante las adversidades naturales y sociales. También en los ámbitos de la política ocurren estas vueltas a lo sobrenatural; incluso regímenes inicialmente alejados de fundamentos religiosos terminan apelando asiduamente a la ayuda divina, como ocurre hoy en Nicaragua y Venezuela.
La Revolución Cubana fue laica en sus albores guerrilleros, aunque marcada por una fuerte religiosidad popular ligada sobre todo al culto de la Virgen de la Caridad. Tras su conversión al marxismo-leninismo se volvió atea y la religión fue denostada como rezago del pasado, pero la religiosidad popular hizo caso omiso a tales prohibiciones. Con los cambios del Período Especial, proliferaron nuevamente los sentimientos religiosos y el Estado readoptó su carácter laico.
No obstante, nunca el discurso del Gobierno cubano había sido tan proclive a evocar los principios cristianos de «Fe, esperanza y caridad» como actualmente. Lo que acaece hoy no es una apelación abierta a Dios como sostén del régimen, al estilo nica/venezolano; sino que en las proyecciones políticas de los círculos más elevados de poder se renuncia cada vez más a las evidencias empíricas y los razonamientos lógicos basados en la realidad objetiva, para refugiarse en verdades de fe, llamados a la esperanza y promoción de prácticas caritativas.
Fe en la palabra
Una década después del prometedor VI Congreso del PCC —donde se proclamó la actualización del modelo económico y social, se adoptaron los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución y se creó la Comisión Permanente para su implementación y desarrollo—, ya casi nadie se acuerda de ninguno de aquellos acuerdos, proyectos y directrices pomposamente proclamados y presentados como la panacea para construir un socialismo cubano, próspero y sostenible.
Fidel y Raúl Castro en la clausura del VI Congreso del PCC. (Foto: Ismael Francisco)
Ni la supuesta Conceptualización posterior del modelo (2014) pudo superar las retrancas burocráticas puestas a la aplicación de las prometidas reformas, ante los temores del grupo de poder enquistado en el Gobierno/Partido/Estado a perder sus privilegios. Pero la triple coyunda de las insuficiencias y disparates económicos internos, las sanciones de Trump y la crisis pandémica, los obligó a aplicar la «Tarea Ordenamiento» en el peor momento de los últimos veinte años.
Tras el criterio generalizado de público y especialistas acerca del resultado desastroso de la «Tarea Ordenamiento», a consecuencia de los errores advertidos por muchos en la concepción y ejecución de tan complejo paquete de medidas; asombran las increíbles valoraciones justificativas, acríticas y supuestamente convencidas emitidas por las autoridades.
Frente a hechos tan graves como que más de 500 empresas estatales cerrarán el año con pérdidas, la inflación galopante alcanzara cifras de más de tres dígitos en casi todas las producciones y servicios, y el daño que la creciente dolarización estatal origina a consumidores y productores que cobran en pesos cubanos no convertibles; se presentan como éxitos gubernamentales la adopción durante el año de largas listas de medidas, planes, estrategias, macroprogramas, programas y proyectos generalmente intrascendentes y que darán frutos a mediano y largo plazo.
En particular, el criterio de que la espiral inflacionaria que vive Cuba no es un fenómeno exclusivo, sino parte de la inflación global efecto de la crisis pandémica, y que era inevitable con o sin «Ordenamiento», es inaceptable. Mientras la inflación mundial no rebasa el diez por ciento, los consumidores y productores cubanos estamos comprando hoy a precios multiplicados varias veces más que los ingresos, a partir de las decisiones tomadas en la «Tarea Ordenamiento», fuente principal del incremento de precios en la Isla.
Unida a ella, la dolarización parcial de la economía, presentada como imprescindible para obtener divisas en medio de la disminución de las fuentes tradicionales de ingresos, se ha universalizado al punto de que ya casi no hay otra manera de consumir o producir sin comprar en el creciente mercado en USD —al que renuncio a llamar con el subterfugio MLC. Por su parte, los mayoritarios consumidores que no tienen acceso directo a divisas se hallan en una situación todavía más grave: tener que comprar esos bienes en la economía informal a revendedores que multiplican los precios en USD mediante la tasa informal de cambio (80 pesos cada USD plástico), más elevadas cuotas de ganancia.
(Imagen: Cubahora)
La Palabra Divina como fuente inobjetable de verdades de fe se encuentra en los libros sagrados y funciona en creyentes, no en receptores guiados por la razón. Acaso nuestros dirigentes creen que un discurso suyo contentivo de un listado de nuevos precios y tarifas, medidas y contramedidas, o argumentos que nada tienen que ver con la realidad de los mercados callejeros, tendría el mismo valor comunicativo que la Biblia, el Corán, o el Sutra del Loto.
Esperanza en un futuro mejor
La esperanza en un futuro mejor después de la muerte para los que fueron buenos, leales y cumplidores durante la vida, está presente en múltiples religiones. El positivismo lo sustituyó por el ideal del progreso incesante, a partir del fomento de la ciencia y la técnica modernas en sociedades capitalistas. El socialismo lo hizo suyo mediante el mito de la instauración futura de una sociedad perfecta de trabajadores, a través de la persuasión en el caso de los socialistas utópicos, o de la revolución en los proyectos radicales de marxistas y anarquistas.
La Revolución Cubana, en realidad su Gobierno, hizo uso y abuso del mito del futuro promisorio. Primero creyó poder superar a Estados Unidos en los principales indicadores en una década; luego la meta fue el año 2000, pero se constató que «las maravillas vendrán algo lentas», como diría Silvio; ahora el horizonte parece ser el 2030.
La falta de expectativa que se advierte hace mucho en gran parte de los jóvenes, se extiende ya a padres y abuelos que, cansados de tantas promesas incumplidas y dueños de pesos que se devalúan incesantemente, recuerdan con nostalgia el propio pasado revolucionario. Es que los problemas actuales de la economía son mucho mayores que los de etapas anteriores. Baste con mencionar los ejemplos de las agroindustrias azucarera y ganadera, antes baluartes del consumo interno y la exportación y hoy caricaturas de sí mismas.
Esta situación de crisis profunda, estructural, del modelo burocrático y estatizado insular, ha colmado de incertidumbre cualquier ideal de futuro en los cubanos y cubanas. A pesar de que el mantra oficial hace caso omiso de los problemas del presente y pretende abusar del optimismo criollo, la realidad parece decirnos: cualquier tiempo futuro puede ser aún peor.
Si continuamos haciendo lo mismo una y otra vez, con resultados cada vez peores, ¿qué esperanza de mejoría económica y social puede albergar el ciudadano de a pie con el actual modelo? ¿Si las leyes complementarias que habilitarán los derechos plasmados en la Constitución de 2019 se posponen para las calendas griegas, que mejoría puede esperarse en la participación política y el incremento de la democracia verdadera?
Caridad hacia los pobres
El socialismo estatizado y burocrático se presenta como un modelo donde el Estado es el gran benefactor del pueblo a partir de un esquema basado en la centralización de la mayor parte de los ingresos que se redistribuyen a través de salarios y precios bajos y abundantes fondos sociales de consumo.
La crisis estructural del modelo cubano ha dinamitado ese esquema hace tiempo. Para lograr ser funcional, el Estado ha recortado los fondos sociales, incrementado los precios y disminuido proporcionalmente los salarios y la inversión, excepto en los negocios de GAESA. Con el agravamiento actual de la situación, intenta ahora resolver parcialmente el problema de la inflación sin perder sus ingresos.
Con ese fin, en lugar de disminuir los precios de los insumos que vende a los productores a través de sus ineficaces monopolios —causa principal de la subida de los precios mayoristas y minoristas—, exhorta a los sectores no estatales y a la mismísima economía sumergida a bajar sus precios apelando a soluciones caritativas que parecen sacadas del socialismo cristiano más ingenuo.
Si se ha tratado de acercar el mercado interno a condiciones cercanas al libre juego de la oferta y la demanda para todos los sujetos económicos, ¿por qué no se declara una disminución proporcional de los precios de todos los bienes y servicios que se ofertan en el mercado cubano por todos los sujetos económicos, estatales o no? ¿Cuándo las familias que no tienen necesidad de acudir al mercado porque viven de dietas y otras condiciones especiales, van a dar ejemplo de caridad renunciando a privilegios propios de las antiguas castas sacerdotales para consumir en condiciones similares al resto de los ciudadanos de la república?
La caridad es un valor indiscutido, pero exigírsela a sujetos económicos medianos y pequeños mientras es ignorada por los grandes vendedores estatales, monopolios capaces de influir decisivamente en la formación de los precios de mercado, es un requerimiento demagógico que solo producirá lo que ya sabemos: topes de precios impuestos centralmente y desvío de bienes y servicios a la economía sumergida, donde tendrán montos aún más elevados.
Fe, esperanza y caridad son valores religiosos muy valorados, pero al ser aplicados a los ámbitos de la política, la economía y la sociedad, solo contribuyen a proteger los intereses de grupos de poder hegemónico que los invocan con el fin de no afectar directamente sus intereses explotadores, preservar a toda costa el status quo existente y calmar la ira de los desesperados con cantos de sirena.
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