Ambos tienen audiencia. Lo mismo quienes siguen a Alexander Otaola que los poquísimos que leen PostCuba. Y los que no estamos en uno ni en otro extremo, también la tenemos. La relación de cada individuo con la mediación que los comunicadores hacen de la realidad, tiene un componente orientado a satisfacer la masa y otro determinado por la individualidad.
Cuando PostCuba arremete contra cualquiera que considere un adversario ideológico y lo hace sin dar un solo argumento, ni mostrar evidencia alguna, a los ojos de su audiencia acrítica y condicionada podrá parecer que defiende la Revolución. Pero la hunde. La hunde tanto como Otaola. La hunde ante la conciencia de quienes, a solas con la almohada, no pueden dejar de ser honrados consigo mismos y reconocer que las razones de los otros, la de los críticos equivocados o no, también son las razones de Cuba. Porque es propio de la condición humana decir hacia adentro lo que para afuera se calla por conveniencia política, oportunismo o lucro.
Los estudiosos de la comunicación social saben que todo mensaje tiene primero un efecto efímero y luego un efecto de trascendencia. Cuando Otaola publica chats escandalosos de un periodista cubano defensor del gobierno, o llama “agente castrista” al editor de este blog, por ejemplo, está provocando una reacción efímera. Busca intimidar, descalificar, desequilibrar a su víctima. La legión (falsa y verdadera) de sus acólitos que dejan mensajes a sus víctimas con nuevas ofensas, amenazas y conatos de chantaje emocional, forma parte del intento de crear un efecto que trascienda.
Porque Otaola y PostCuba saben que su mensaje inicial es efímero.
Nadie ha sido juzgado en Estados Unidos, en Cuba o alguna parte, por una revelación hecha en su show. Nada o poco será validado en el tiempo por una investigación histórica o criminal de ninguna índole. Tampoco le hace falta. Lo que necesita es un punching bag para mantener en su audiencia el odio y la búsqueda de venganza. Y tengo que decir que lo logra con éxito. Mucho mejor que la pretendida unidad en torno al Partido y la Revolución que preconizan –pero no incentivan- los autores de PostCuba y algunos que pasan por el periódico Granma.
Los textos de la pandilla de PostCuba tienen el mismo objetivo descalificador hacia sus adversarios que el show de Otaola, sólo que más torpes y con menos seguidores. Porque miles de revolucionarios honrados y decentes, aun en desacuerdo con La Joven Cuba, no los siguen. Si fuera por sus escritos, a José Daniel Ferrer, por ejemplo, le hubieran aplicado la cadena perpetua. Sin embargo el tribunal condenó al “sultán de Palmarito” a uno o dos añitos de reclusión domiciliaria. ¿Fue condescendiente el tribunal de Santiago de Cuba con un enemigo de la Revolución? ¿O es que cuando las acusaciones de PostCuba se someten al escrutinio de un tribunal, no se sostienen por falta de evidencias? No importa la respuesta. El objetivo es político, crear suficiente indignación y repulsa en el cubano de pueblo, y enfocarlo en la victimización del gobierno que, cierta y sostenidamente, es agredido desde los círculos del poder imperialista. Lo que de ningún modo debería dispensarlo de sus torpezas.
Cuando en PostCuba escriben que la doctora Alina B. López Hernández o un servidor somos mercenarios, o respondemos a intereses de medios miamenses, ¿pueden probarlo? No pueden ni podrán. Tampoco les interesa. Saben que en Cuba, con este Estado Socialista de Derecho, es escasa la probabilidad de que un fiscal acepte y tramite una acusación a ellos de cualquiera de sus víctimas por injuria o difamación. Aquí hay una diferencia con la posición de Otaola. Aquel puede ser demandado civilmente por un ciudadano de Estados Unidos ante un juzgado. Probablemente no en Miami Dade pero sí en uno para cuyos magistrados Cuba y los cubanos seamos un país como otro cualquiera. Aquí PostCuba y su pandilla se sienten impunes, y lo son, por obra y gracia de los políticos que rigen los destinos de este país.
Los ataques de Otaola contra PostCuba, y viceversa son escasos. Atacan la moderación, no el extremo.
Uno pudiera pensar que esos respectivos odios se complementan, muestran una simbiosis en función de mantener a la audiencia en los extremos. Con el principio: “o te alineas conmigo o te intento asesinar moralmente”. Esa simbiosis quizás explique que el youtuber Guerrero Cubano denuncie que uno de los patrocinadores de Otaola tiene casas y negocios en Cárdenas y Varadero. Y no vemos a PostCuba cuestionarse cómo es posible que el gobierno permita tales propiedades y negocios en Cuba a un enemigo de la Revolución. ¿Será que los extremos se necesitan? ¿O será que no es cierto?
Ambos fenómenos provocan una fauna depredadora de la decencia. Con una audiencia singularmente ladina, que se les pega tanto a unos como a otros pero es incapaz de ofrecer una alternativa viable a los problemas de la nación. Y si el bando de Otaola no tiene el valor ni la entereza de enfrentarse a verdaderos represores y en cambio se codean con herederos de torturadores, los de PostCuba defienden la Revolución desde la comodidad del patronato y el tráfico de influencias. El problema de los extremos es que en el tiempo se vuelven radioactivos y se destruyen por sí solos. Cuando ocurra, La Joven Cuba y nosotros seguiremos aquí. Sin pertenecer a un extremo. Y sin odio.
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