La invasión rusa a Ucrania ha provocado un nuevo cisma de las izquierdas a nivel mundial. Puestas nuevamente ante el espejo de sus propios errores/horrores, los individuos, grupos, partidos y movimientos que profesan posturas de este tipo podrían ser ubicados en dos grandes vertientes.
Por un lado, los que denuncian la decisión de Putin, admiran la resistencia del pueblo ucraniano y claman por la paz, sin dejar de condenar los cantos de sirena de Occidente al inducir a Ucrania a confrontar radicalmente a Rusia con la promesa de admitirla en la Unión Europea y la OTAN y ser garantes de su seguridad.
Del otro, los radicalizados extremistas, que apoyan al agresor imperial y sueñan con la victoria de las armas rusas sobre los supuestos nazis ucranianos al precio que sea necesario. Al análisis de estos pseudo-izquierdistas, renegados confesos del principio de no intervención y poseídos por la enfermedad infantil del extremismo en el izquierdismo, nos dedicaremos hoy.
-I-
La dicotomía izquierda-derecha suma más de dos siglos de existencia desde que surgiera —como tantos otros símbolos políticos— en el crisol de la Revolución Francesa. Por entonces, los partidarios y los adversarios del veto real a la futura Constitución ocuparon asientos, respectivamente, a derecha o izquierda de Luis XVI en las sesiones de la Asamblea Nacional.
Las sillas de la derecha las ocuparon los fieles a la monarquía y las de la izquierda los que pedían menos poder para el rey Luis XVI. (Imagen: Getty)
Con el tiempo, en cada país apareció un sector derechista, defensor del orden, autoridad, unidad nacional, religión, tradición y liberalismo económico; apoyado por terratenientes, campesinos y grandes intereses financieros. Por otra parte se consolidaban las diversas izquierdas, defensoras de las libertades individuales, gobiernos democráticos, mayor presencia estatal y apoyo a las reclamaciones de los sectores populares. Como tendencia, sus líderes representaban a industriales y comerciantes, capas medias, intelectuales y trabajadores de la ciudad y el campo.
Al crecer, los movimientos obrero, socialista y comunista abrazaron muchas de las posiciones de la izquierda; pero pronto el autoritarismo y el dogmatismo hicieron mella en estas alianzas. El totalitarismo estalinista y la Razón de Estado soviética acabaron por abrir un abismo de incomprensiones y suspicacias entre los comunistas y el resto de las izquierdas a nivel mundial.
En América Latina, donde las revoluciones burguesas y la independencia económica quedaron truncas, los movimientos de izquierda asumieron conjuntamente las luchas en defensa de la libertad y justicia sociales con la consolidación de la soberanía nacional ante el acecho de las grandes potencias, en particular los Estados Unidos. Desde inicios del siglo XX, ser de izquierda en esta región es sinónimo de antimperialismo, solidaridad continental y rechazo a la intervención armada extranjera.
Al nacer como república, tras la ocupación militar estadounidense y la imposición de la Enmienda Platt, el antimperialismo pasó a la genética de las tendencias de izquierda cubanas. En estas posturas influyeron decisivamente el pensamiento de José Martí y la ideología del PRC, frustradas por las maquinaciones de los sectores patrióticos conservadores y la intervención estadounidense.
De hecho, en la Cuba republicana las posturas contrarias a la intervención, la injerencia o el predominio de los intereses imperialistas estadounidenses marcaron el discurso de los políticos de izquierda y derecha con diversas gradaciones y matices, no exentos de demagogia política. Un caso peculiar fue el de los comunistas cubanos, pues en la medida en que se extendía el mito estalinista de la Unión Soviética como faro y guía de la revolución mundial, la Razón de Estado soviética se fue imponiendo al principio antimperialista.
(Foto: El Estornudo)
El enfrentamiento de los comunistas al Gobierno de los Cien Días, el más antimperialista del período republicano, y en particular a Tony Guiteras y La Joven Cuba, constituyó un símbolo del daño que infligía su extremismo pro-soviético al fortalecimiento de la izquierda revolucionaria.
-II-
Aunque llenas de matices individuales, las visiones de los partidarios izquierdistas de la invasión rusa pueden dividirse, a grosso modo, en cuatro categorías: pragmáticos oficialistas; rusófilos/nostálgicos de la URSS; fans de Putin; y antiestadounidenses radicales.
– Pragmáticos oficialistas: Siguen a pie juntillas las posiciones del Gobierno/Partido/Estado ante este conflicto, únicas que aparecen en los medios oficiales. Su motivación principal es la lealtad incondicional al grupo de poder y a lo que siguen llamando La Revolución. Otras causales son: el compromiso de vida con el empleo estatal que los ata; y el síndrome del miedo a la libertad, cuestión esta que no se cura solo con argumentos.
Si bien la actitud oficial de Cuba coincide muchas veces con la de gobiernos autocráticos, que responden no a supuestos procesos revolucionarios, sino a camarillas plutocráticas que se han apoderado de las economías nacionales en su beneficio; es lamentable que hombres y mujeres que se consideran de izquierda puedan aceptar, y hasta apoyar, la contradictoria postura oficial de «condenar la guerra sin criticar la invasión».
Es incoherente que el gobierno y sus acólitos justifiquen la agresión arguyendo que Rusia se sentía amenazada. Por motivos como ese estallarían guerras en casi todo el mundo, ya que muchos países se sienten amenazados por algún vecino incómodo.
(Imagen: María Pedreda)
– Rusófilos/nostálgicos de la URSS: Estos no dejan de ver en Rusia la continuidad de los buenos y viejos tiempos de la CCCP. Perciben a la resistencia ucraniana como las divisiones SS y a las tropas rusas como el Ejército Rojo, que marcha gloriosamente desnazificando el país.
Siguiendo la lógica de tres décadas de hermanos en la construcción del socialismo y el comunismo —expresada en el respaldo a las invasiones soviéticas a Checoslovaquia (1968) y Afganistán (1979)—, apoyan al agresor por preferir el imperialismo ruso al estadounidense/OTAN. Sus argumentos se caracterizan por una deshonestidad que apela a la mentira desfachatada y a ridículas aseveraciones.
Una de ellas es que Rusia existe donde quiera que haya poblaciones que hablen mayoritariamente ruso. Este razonamiento, típico del expansionismo estadounidense decimonónico, abre las puertas a Francia para reclamar el Quebec canadiense, a México para expandirse a los estados del medio oeste norteamericano y, a Cuba, para anexar el condado de Miami Dade.
La más burda de las afirmaciones de estos rusófilos es el mantra humillante de que «Cuba no puede morder la mano que la sostiene», como si la Rusia de Putin sostuviera económicamente a Cuba cual hiciera la URSS de Brehznev y, en cualquier caso, habría que cuestionar si vale la pena vender los principios éticos por el apoyo interesado de un imperialista sobre otro.
Por demás, tratar de identificar la actitud de Putin hacia Cuba con la de antiguos dirigentes comunistas soviéticos es risible. No solo porque este acaba de justificar su agresión con el argumento mendaz de que Lenin y los bolcheviques despedazaron a Rusia cuando crearon la URSS, sino porque su gobierno abandonó los últimos lazos con Cuba cuando llegó al poder.
– Fans de Putin: decidí denominar a este grupo de manera tan poco científica porque las razones de que haya izquierdistas cubanos deslumbrados con un ultraderechista como Putin, escapan de los campos de la Politología y la Historia y deben ser analizadas por psicólogos y sociólogos como una patología.
Desde el punto de vista histórico, olvidaron muy pronto que sin aviso previo Putin ordenó el cierre y desmantelamiento de la base radioelectrónica de Lourdes (1964-2001) de la que se servía no solo Rusia, sino Cuba para conocer los movimientos militares estadounidenses en tiempo real.
Foto manipulada de Vladimir Putin con el traje de Zar de Rusia. (Imagen: Urgente24)
Desde entonces, su gobierno congeló los nexos económicos y no los retomó hasta 2014, ya en la nueva Guerra Fría, cuando buscaba aliados en Latinoamérica y era vox populi el deshielo entre Cuba y EE.UU. Al visitarnos en julio —pocos meses antes que Barack Obama—, Putin condonó la vieja e impagable deuda con la URSS, abriendo así las posibilidades para un acuerdo con el Club de París; sin embargo, los ansiados y prometidos capitales rusos no volvieron, y menos aún la ayuda estatal.
En lo político, Putin ha difundido una imagen de supermacho (hombre de armas, especialista en artes marciales, amante de la naturaleza, admirado por las mujeres, amigo de las artes y los deportes), que puede atraer a determinadas personas necesitadas de un arquetipo masculino fuerte. Solo los extremistas que tienen la prepotencia y el caudillismo como valores, pueden seguir los pasos del nuevo zar en su pretensión de rehacer, a como dé lugar, un imperio ruso aún más fuerte.
– Antiestadounidenses radicales: en lo ideo-político, es esta la categoría que más me preocupa, tanto por su extensión como por lo enrevesado de sus argumentos. Es que los extremismos izquierdistas beben asiduamente en los charcos del dogmatismo y la ortodoxia. Esto les permite sentirse seguros en una zona de confort desde la cual, como auténticos veladores de la fe, lanzan anatemas contra cualquiera que consideren adversario, confundido o, peor aún, renegado de sus doctrinas exactas y, por tanto, infalibles y eternas.
Así, algunos izquierdistas en Cuba se conmueven ante los sufrimientos del pueblo ucraniano y la agresión a su soberanía, pero al final piensan: «Si los ucranianos están apoyados por EE.UU., nuestro enemigo histórico durante doscientos años, mi lugar está con sus enemigos, por bien que me caigan los defensores». En otras palabras: «El enemigo de mi enemigo es mi amigo».
El olvido de la historia y la falta de ética de este razonamiento lo hacen insostenible y despreciable. En lo histórico, basta con recordar la conformación de los Aliados para derrotar al Eje, o la colaboración cubana con el gobierno de Bush para garantizar la seguridad de la prisión en Guantánamo, a inicios de la guerra contra el terrorismo de Al Qaeda.
El pensamiento crítico no puede asumir como práctica común la dicotomía de cualquier problema político en pares antagónicos (bien/mal; imperialismos buenos/malos; guerras justas/injustas), porque los problemas complejos no pueden ser resueltos de manera simplista. Sus respuestas y propuestas de solución también han de ser complejas.
El imperialismo, la agresión armada y la ocupación por la fuerza de regiones y países enteros para imponer gobiernos títeres preferidos por las grandes potencias, no puede ser una causa defendida por hombres y mujeres de izquierda; mucho menos si, por ser cubanos, han consagrado sus vidas a la defensa de la independencia nacional ante su poderoso y amenazante vecino.
Los auténticos lemas de la izquierda han de ser: «Manos fuera de Ucrania», «Paren la guerra ya», «Conversaciones, no combates». Cada día que pasa, Rusia y Ucrania se acercan más a la derrota mutua, y el mundo al holocausto nuclear. No hay espacio para extremismos, dogmatismos y estereotipos en este momento crucial; solo para exigir el fin de las hostilidades, retirada del agresor, conversaciones, compromisos y concesiones mutuas y un tratado internacional que garantice la independencia y seguridad del valiente pueblo ucraniano.
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