Este día, una llovizna prolongada cayó sobre la ciudad y camino mirando hacia abajo para no pisar los charcos. Es malo, con este frío, que se te mojen los pies. No sé si hay zapatos impermeables en Seattle o en París, donde tanto llueve. Qué hace la gente allá para que los pies no terminen húmedos y arrugados, me pregunto. Irán en metro, supongo, o en sus propios autos. Pues yo estoy en Matanzas, a veces en La Habana, y camino, y si llueve me mojo como —casi— todos los demás.
Voy mirando hacia abajo por evitar los charcos y también porque estoy meditativo, quizá por la época del año, porque se cierra otro ciclo, simbólico, es verdad. La vida no muere hoy ni empieza de nuevo el primero de enero del 2023. Todo es continuidad, me digo y no puedo dejar de sonreír en silencio, por la asociación a la política, por el sarcasmo. Veo entre los adoquines el reflejo hermoso de la iglesia. Hago la foto. Luego entro sin persignarme, que no soy religioso.
(Foto: Néster Núñez / LJC)
Algo en los templos me hace sentir siempre que llego a mi hogar, que soy bienvenido, que ya no hay más soledad. La luz, los inciensos, los vitrales, los techos tan altos, los confesionarios, el púlpito y los bancos de madera pulida… el silencio y la tranquilidad. Apago el teléfono, me siento, acomodo la cámara a mi lado. Observo entonces las imágenes de Jesús crucificado, de otros santos que no sé quienes son, de la señora que se arrodilla y junta las manos y dice una oración.
Yo entiendo que esté pidiendo algo. ¡Hay tanta necesidad material y espiritual entre los cubanos! Entiendo a los que hacen promesas a cambio de que Dios les conceda un deseo. Entiendo a los que se arrastran hasta El Rincón el día de San Lázaro, a los devotos de la virgen de la Caridad del Cobre, a los que reciben la mano de Orula, a los hijos de Shangó y Yemayá, a los de la kipá, a las de la hijab y la burka. Los entiendo a todos, porque al ser humano le es inherente anhelar, desear, sentirse esperanzado, tener fe, y confiar en que hay un poder superior que te guía, que te acompaña en el camino. Es muy reconfortante.
(Foto: Néster Núñez / LJC)
Pero, ¿a quién le pido yo, que apenas creo? Estoy ahora sin frío, sin humedades, en el bullicio que rodea mi casa escribiendo esto, y miro por las ventanas del balcón hacia la calle. Es 29 de diciembre y afuera nada ha cambiado visiblemente de ayer para hoy, pienso. El cerrajero de dedos endurecidos no encontró ninguna llave de ningún paraíso, pese a que trabajó ocho horas la última jornada, y la anterior, y la otra y la otra.
(Foto: Néster Núñez / LJC)
Y el pescador tuvo una pesca insuficiente y carece del don de multiplicar los peces. Y la vecina del cuarto piso que lavó y tiende las ropas, ajena al arcoíris que el agua y la luz pintaron en el cielo detrás suyo, a sus espaldas.
(Foto: Néster Núñez / LJC)
Regreso en mi mente al confort de la iglesia para aplacar la inquietud que lo cotidiano me genera. Me evado, sí, por un momento. Palpo la cámara a mi lado. Veo la imagen de Jesús rodeada de andamios. Lo están reparando, devolviéndole el esplendor de antaño.
(Foto: Néster Núñez / LJC)
Es curioso: uno de los restauradores duerme. O estará meditando pues ha alcanzado en este momento la misma altura que el hijo de Dios. También hago la foto, sin apuro, y luego cierro los ojos.
(Foto: Néster Núñez / LJC)
En esa, o en otra iglesia de las que visité aquel día lluvioso, un anciano atraviesa la puerta. Se adentra en el misterio. Quisiera conocer sus anhelos, sus aspiraciones, que me haga una lista con sus diez deseos más urgentes. ¡Sería tan lindo y vivificante que no ansíe para este 31 carne de cerdo y cerveza, sino un abrazo porque la soledad es lo que más le duele, y uno poder darle ese abrazo!
(Foto: Néster Núñez / LJC)
Y ya que estamos imaginando, quisiera reunir una lista de los diez deseos más importantes que tienen los que habitan esta isla, e igualmente de los que nacieron aquí y están hoy en otro lado; para llegar a saber también a qué aspira el pueblo cubano.
Ojalá en el cierre del año caiga la lluvia, pero no trayendo la ira de Dios sino un aguacero que nos limpie de desesperanzas. Ojalá el amanecer del día primero sea como una muchacha feliz persiguiendo en la playa a una gaviota, o como un adolescente que no teme saltar al vacío, o como aquella mariposa que se posó una vez en mi dedo índice. Ojalá que vivir en Cuba sea una fiesta de los sentidos, y ojalá que se prolongue.
(Foto: Néster Núñez / LJC)
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