Las revoluciones ocurridas en Cuba siempre han tenido un alto contenido social. La frase de Martí: “La independencia en los Estados Unidos vino cuando Washington; y la revolución, cuando Lincoln” no es aplicable a nuestro caso, pues Céspedes acompañó el grito de libertad del diez de octubre con la liberación de sus esclavos. La primera constitución cubana (Guáimaro, 1869) refrendó que: “La República no reconoce dignidades, honores especiales ni privilegio alguno” (artículo 26).
Los máximos líderes del 95, Martí y Gómez, consideraban que habían echado su suerte con los pobres de la tierra y que trabajaban para ellos. Guiteras sostenía que la Revolución del 33 respondía al: “clamor de las masas que todo lo sufren, que todo lo padecen”.
En vísperas de que el pueblo armado partiera al combate en defensa de la Revolución, Fidel afirmó que esta Revolución era: “De los humildes, por los humildes y para los humildes”.[1] Con el triunfo sobre la agresión externa e interna parecía que definitivamente se había conquistado toda la justicia posible.
Pero luego llegó la tríada burócratas/burocracia/burocratismo y empezó a hacer de las suyas, aunque el propio Fidel hubiera alertado desde temprano: “nunca el poder revolucionario puede ser un poder burocrático, jamás. Nunca el poder revolucionario puede distanciarse de las masas”.[2]
Tras medio siglo de empoderamiento burocrático, hoy sus caprichos parecen escapar al sentido común y se contagia con la soberbia de las clases oligárquicas de otros lares, a las que pretende emular. Por eso, cada vez más, se enajena a los humildes sus espacios habituales de socialización en interés de los nuevos ricos. O, peor aún, se les impide acceder masivamente a bienes y servicios imprescindibles en el mundo actual, por los desmedidos precios de un mercado cautivo donde casi no quedan nichos para los pobres.
Así, mientras la botella de ron más barata vale sesenta pesos -más de dos días de trabajo de un obrero industrial- y los precios del servicio de internet siguen siendo los más altos del mundo respecto al ingreso medio nacional, el que otrora fuera el mayor centro comercial de los habaneros, La Manzana de Gómez, se transforma en el exclusivo Gran Hotel Manzana Kempinski, lleno de tiendas exclusivas para turistas y nacionales ricos.
Foto: KEMPINSKI HOTELS © 2018
Quizás estos versos del gran poeta, cantante y actor soviético Vladimir Visotsky –traducidos por el poeta Juan Luis Hernández Milián- nos resulten útiles para entender que lo que pasa hoy aquí, ya pasó antes allá, en la matriz del mal llamado socialismo real.
Éramos los primeros en la cola
y la gente se quejaba y más se quejaba
y la gente clamaba por justicia:
− Éramos los primeros en la cola
Y ya están comiendo los que estaban atrás.
Explicaron para evitar un escándalo:
− Les ruego, amigos, ¡váyanse!
Aquellos que están comiendo
/son extranjeros
y ustedes, perdón, ¿quiénes son?
Y la gente rezongaba y rezongaba más,
Seguro clamando por justicia:
− Éramos los primeros en la cola
Y ya están comiendo los que estaban atrás.
Otra vez explicó el administrador:
− Les ruego, amigos, ¡váyanse!
Aquellos que están comiendo
/son delegados
y ustedes, perdón, ¿quiénes son?
Y la gente gritaba y más gritaba,
Y la gente clamaba por justicia:
− Éramos los primeros en la cola
Y ya están comiendo los que estaban atrás.
Poemario “Aún estoy vivo”, Moscú, 1966 /Ediciones Matanzas, 2010
[1]“Discurso en el entierro de las víctimas de los bombardeos del día 14”, 15-4-1961, en Playa Girón. Derrota del Imperialismo, Ediciones R, La Habana, 1962, t.1, p. 76.
[2]“Discurso en la asamblea general de los bancarios”, 2-10-1961, en Ideología, conciencia y trabajo político 1959-1986. Edit. Política, La Habana, p.58.
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