Me acusan de equidistante. Yo solo soy un joven nacido en los peores tiempos de la revolución. Uno más de los que gritó “Seremos como el Che”. Uno que intentó ser revolucionario en organizaciones fosilizadas, entre gente que había perdido la esperanza. Nada de eso me hace especial. El blog La Joven Cuba y Fernando Martínez Heredia me devolvieron la esperanza en los ideales socialistas y revolucionarios, a la utopía rebelde, no a la entregada a la inercia. Y estaré siempre agradecido.
Jamás me pondré a la misma distancia de la revolución que del imperio. Jamás enalteceré al viejo capitalismo contra el que mis abuelos lucharon. Espero que se me juzgue por la totalidad de lo que he hecho y escrito. Un texto puede tener una comparación poco feliz, o no, ¿pero acaso mis críticos han leído todo lo que he escrito? ¿Desprenden mis textos alguna fascinación por la república neocolonial o el capitalismo?
Manuel Lagarde puso a LJC en una lista de “medios contrarrevolucionarios”. ¿Es respetable su proceder?
A estas alturas no reconocer que también en nuestra sociedad hay aspectos reaccionarios es muestra de mediocridad y vulgaridad intelectual. La crisis de la civilización y la cultura es un fenómeno del que no escapamos, porque estamos en este planeta también. Una crisis más grande de la que Trump es hijo, pero también la banalidad que atenaza nuestra cultura y nuestra prensa.
Para mí equidistancia es no estar a la altura de los valores de esta revolución. Resolver las cosas con listicas y no con argumentos. Es equidistancia entre la moral de un revolucionario y la ignominia. ¿Quiénes hacen más daño a la unidad entre los revolucionarios? ¿Acaso no son los que se dedican a hacer listas? ¿Cómo es que han permitido que exista algo como PostCuba? La distancia entre el ejemplo de Fidel y el troll de PostCuba sí es abismal.
Creo, eso sí, que se debe buscar la unidad. ¿Para cuándo es la reunión, el diálogo, la búsqueda de cerrar el cisma? Hoy hablo solo por mí.
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