Finalmente voy a hacerle una entrevista a un girovagante, como solían llamarle Raúl Roa y Alfredo Guevara a este tipo de persona. Este Girovagante es eso, un tipo que da vueltas sobre si mismo, sin consciencia de la inutilidad de su importancia. Y le teme al poder de la palabra, por eso la entrevista es robada. En esta masa informe llamada pueblo, ha sido educado al compás del metrónomo en la restricción, el reduccionismo, la descalificación, el escarpelo político y la colectivización moralizante.
Al Girovagante hay que hacerle preguntas simples sin el más mínimo resquicio a la pluralidad o la duda porque, aferrado a su espíritu ahorrativo, el tipo sólo se permitirá el uso de dos o tres ideas propias para responderte, y muchas citas y consignas. En aras de la buena comunicación, no deben usarse palabras como “libertad, que le espanta si se trata de respetar la ajena, o “democracia”, que suele sobresaltarle, y ni se te ocurra usar ninguna derivada de la raíz disenso. El término “participación” le produce impotencia y “diversidad” pondría su identidad sexual al borde del colapso.
Su oficina: ordenada, pulcra y bien climatizada, muestra en las paredes cuatro fotografías propagandísticas que me ubican rápidamente en los paradigmas que él espera asociemos con su comportamiento laboral y personal. “Cualquier comemierda publica un libro en este país”, me suelta de saludo el Girovagante. Me invita a sentar frente al buró sintético con ribetes de modernidad, tapizado con un cristal bajo cuya transparencia apresa sus planes de trabajo, las reuniones de sistema y las directrices. Detrás los cuadros de Fidel y Raúl, “una pequeña indisciplina que me permito”, me advierte, “porque en nuestro país no practicamos el culto a la personalidad”.
Se reclina en la silla giratoria: “La Revolución ha sido tan magnánima con los llamados intelectuales que cualquier advenedizo, sin formación universitaria ni cultura política, intenta sacar los ojos a la obra suprema que le ha dado luz”. Está vestido con prendas demasiado fosforescentes, que no contribuyen mucho al triunfo proletario. “Hay quienes se dedican a criticar a los dirigentes porque son incapaces de brillar por si mismos como escritores”, comenta sin que aun éste entrevistador haya abierto la boca.
Sonríe y se acomoda los ricitos de oro, al estilo Matojo, con un gesto casi afeminado que nada tiene que ver con el personaje. “Yo vine aquí porque me dieron una misión, una tarea, y he sido formado para cumplir disciplinadamente cualquier misión que se me encomiende. Mañana puedo estar en otro lugar, incluso puedo estar en un aula impartiendo clases de lo que me gradué en el instituto pedagógico, no tengo ningún aferramiento a este puesto”.
“¿Qué tiempo usted impartió clases después de graduado en la Universidad?” Al fin logro preguntar.
“Tiempo, no. Ni un minuto. Sólo impartí clases en los ejercicios de exámenes, y a veces ni en esos, porque siempre andaba ocupado en asuntos de mi vida como dirigente estudiantil, pero estoy dispuesto a ir a un aula o adonde se decida…”
“¿Lo decida? ¿Quién lo decida?” Estoy dispuesto a pasar a la ofensiva.
“El país, por supuesto”.
“O sea, ¿convocará un referéndum para que la gente vote si usted se dedica o no a lo que estudió en la Universidad?” El Girovagante lanza una carcajada, se inclina hacia delante, pone los codos sobre el buró y me mira como el juez al condenado:
“Tú sabes a quiénes me refiero”.
“No, no lo sé, la verdad”, le respondo mientras levanta el auricular del teléfono y marca un número. “Cuando usted dice ‘el país’ –agrego-, pienso en una metáfora geográfica de todos los cubanos que vivimos en la isla parecida al caimán. Otra cosa sería ‘la nación’, o sea: todos los cubanos vivan donde vivan y sus aportaciones culturales, creo yo”.
Ante mi andanada, mira al vacío, a un punto intermedio entre la infinitud de la materia. Espera que alguien le responda al otro lado de la línea, cuelga, y se me encara como quien escruta. Le pregunto cuándo descubrió su extraordinaria vocación para liderar procesos políticos o administrativos…
“Bueno, el problema es que yo no lograba aprender a leer ni escribir muy bien a pesar de haber llegado al tercer grado por mi buena conducta y participación en las tareas. Entonces la maestra, como incentivo, me entregó una libreta para anotar a los que llegaban tarde al matutino o hablaban en la fila hacia el comedor del semi-internado”.
¿Y logró aprender a leer y a escribir correctamente?
“Sí, claro hombre, de otra manera no estuviera aquí. Pero nunca a leer letra impresa ni a escribir otra cosa que no sean anotaciones hechas en cursiva. Para lo demás está Maritza, la secretaria”.
“Sígame hablando de su trayectoria”.
“Después, como jefe de colectivo, realicé una encomiable labor en la búsqueda y captura de comedores de guayaba, y de más está decir que desde entonces participé activamente en actos políticos y desfiles conmemorativos”.
“¿Cómo espera enfrentar su nueva tarea al frente de esta entidad?”, pregunto mientras Maritza entra con unas tazas de café.
“Pensando todo en las decisiones del país, las directrices del partido y las orientaciones del gobierno provincial”.
“¿Y el pueblo, la gente de la comunidad? ¿No pensará en ellos?” Debo confesar que el café nada tiene que ver con el de la bodega.
Justo cuando se inclina hacia adelante para comenzar a responder, el teléfono suena, el Girovagante me da la espalda y habla con alguien. Se vuelve. Está más colorado que un tomate putrefacto, y es él entonces quien pregunta…
“¿Y a ti quién cojones te mandó a entrevistarme, porque ya me avisaron de que no perteneces a ningún órgano de prensa autorizado?”
Comprendo que ha terminado la entrevista.
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