Esta mañana intenté hablar con mi madre. Las comunicaciones no permitieron extender mucho el proceso y ello me llevó a pensar que en Cuba es lógica la lentitud del internet en el día de las madres; puesto que los miles de migrantes salidos en los últimos tiempos querrían también hablar con sus madres, tías, abuelas. Somos un país de familias transnacionales y en esos casos, como enuncia el sociólogo alemán Ulrich Beck, el amor y la familia pierden su vinculación a un espacio físico y se reinventan para mantener ese nexo.
Ser una familia transnacional
Es un consenso en los estudios transnacionales que estas nuevas comunidades, que se forman tras la migración, adquieran nuevas destrezas y empleen el mundo digital para de alguna forma mantener esa cercanía afectiva. Cuando vivimos cerca podemos estar tres días sin saber de mamá, en cambio, al alejarnos extrañamos todo, valoramos más y por lo general nos esforzamos en mantener esos nexos filiales.
Ponerse en los pies del migrante implica entender la gestión de sus emociones, la dicotomía de qué no contar para que mamá no sufra, el peso de saber que mamá vive en condiciones de pobreza y querer ayudarle, aunque probablemente tú estés en la pobreza también. Es un cliché, pero me duele cada vez que voy al mercado y compro alimentos con facilidad, porque sé que mi mami en Cuba no puede hacer lo mismo.
En ese sentido, para Beck, las familias globales son un ejemplo de cómo: «las fronteras estatal-nacionales intervienen en la vida de los miembros de la familia y trazan líneas divisorias que cruzan el ámbito privado, dejando a un lado a los privilegiados, y al otro a los discriminados».
Por tanto, las desigualdades se entrelazan de manera interfronteriza y se agudizan en la medida que el estatus del migrante se torne peligroso o complejo, o que este no logre cumplir su fin al emigrar, que en la mayoría de los casos es dar un mejor futuro a su familia. Ese migrante debe cargar entonces con los retos que le impone el mundo en que se encuentra y con los conflictos que su familia enfrenta; así como con todo tipo de disyuntivas emocionales, de las cuales, la nostalgia y el miedo a lo desconocido deben ser las de mayor peso.
Por su parte, la profesora nortamericana Arlie Russell Hochschild plantea la existencia de cadenas mundiales, de afecto o de asistencia, que serían los vínculos entre personas de todo el mundo sustentados en la labor remunerada o no de asistencia. La trabajadora doméstica migrante es uno de los ejemplos más ilustrativos en este caso: se trata de una mujer que dejó a sus hijos atrás, a cargo de otra persona a quien le paga por cuidarles, para ir ella a maternar a los hijos de una mujer con mejor posición económica en un país desarrollado.
La «crisis de cuidados» del sistema capitalista, que refiere también la pensadora feminista Nancy Fraser, es la base de las cadenas de afecto que recaen sobre los hombros de madres migrantes. Hay maternidades de las que nadie habla, como la de esa migrante que materna al hijo de otra y solo puede maternar al suyo a través de un celular. Irse a buscar una mejor vida por el mundo implica abandonar de manera física a madres e hijes.
Un ensayo fotográfico de mi madre
A falta de una videollamada, que suele ser la forma en que más cerca nos sentimos de la otra, le pedí a mi mami que me enviara fotos viejas al menos, y que me contara una vez más sobre esos tiempos en que fuimos felices. De ese intercambio salió este intento de ensayo fotográfico familiar, que es también parte del legado y las enseñanzas de mi madre. Entre las fotos y sus historias de cada una encontré instantáneas de lo que implica maternar más allá de los clichés que sustenta el sistema patriarcal, y sobre todo, hacerlo en Cuba, en la pobreza, aún con el privilegio de tener redes de apoyo.
Mi familia subsistió gracias a redes de apoyo
Tuvimos redes compuestas por mujeres que se fueron a otras tierras, por abuelas que estuvieron hasta el último momento en la vida de sus hijas; amigas, compañeras de trabajo, madres que apoyaron a mi madre:
«Esta es la foto de cuando cumpliste el año en pleno periodo especial. No había muchos recursos, pero Margot, la prima que se había ido a los Estados Unidos te mandó ropita y zapaticos, y mis compañeros de trabajo hicieron el cartel y la decoración. En aquellos tiempos ser madre era una locura porque no había qué comer, pero tu abuela nos mandaba comida desde el campo y así subsistimos. Cómo será la vida de las madres ahora con esta crisis»
Maternar en la Cuba del Periodo Especial
Yo nunca supe que éramos pobres:
«Esta foto fue de los mejores tiempos en nuestras vidas. Tú tenías dos años y éramos pobres, pero tu papá y yo ahorrábamos cada centavo para salir de vacaciones y que pudieras conocer, aunque sea un pedacito del mundo. Ese día querías montarte en un cocodrilo inflable, pero eras demasiado pequeña y te resbalabas, así que tuve que convencerte de que te montaras en el tigre. No teníamos dinero para comprarte un flotador de esos y eran difíciles de encontrar en la Cuba de finales de los noventas, pero tuviste tu momento de gloria en esa foto al menos».
No todos los padres y las abuelas están
La maternidad adopta muchas formas que traspasan la frontera del género, la raza, las identidades y la presencia o no de otras figuras afectivas:
«Aquí cumplías un año y lo celebramos en casa de Tía Estela. Estabas bien majadera y llorosa y yo no podía más contigo, por suerte tu papá siempre ha estado y esos berrinches no me tocaban a mi sola. Tu abuela siempre tuvo poderes mágicos para tranquilizarte».
La maternidad no se trata de imponer, más bien de negociar
«La foto del overol azul me trae muchos recuerdos. Siempre dejé que eligieras tu ropa, pero era demasiado ya, no querías quitártelo porque era el favorito de tu abuela. No te lo he contado, pero tu abuela cuando deliraba en su lecho de muerte me decía que guardara el overol azul. Ella te lo compró. Tú siempre fuiste muy feliz con cada cosa que te regalaban, no importaba lo que fuera, tú lo tomabas como lo más hermoso del mundo».
Las abuelas son maternidades replicadas. Consentidoras por excelencia
«Ay, la bata blanca. Tú querías ser Pilar en la obra de teatro del círculo infantil y no tenías ropa de niña burguesa. Mami se apareció con esa bata preciosa. Mami gastó cada centavo en eso. Siempre fue una heroína. Al final, con bata y todo, todas las niñas querían ser Pilar y fue una obra de muchas Pilar y pocas muñecas negras. Cosas de la vida, creo que hoy no querrías ser Pilar».
Ser madre no es una postal, más bien es la gestión del berrinche
«En esta foto yo no sabía qué hacer contigo y tus primos. Siempre que íbamos al campo a ver a tu abuela te volvías una niña salvaje. Uds gritaban y corrían en círculos y nos tenían al borde de la locura. A mí se me ocurrió sacar unos sacos y ponerlos a competir, inventé algunos juegos y se cansaron rápido».
No siempre fui el orgullo de mi madre
Cuando terminó la niñez vino la rebeldía y luego problemas, pero ahí estuvo, firme, a mi lado. Sin condescendencias. Presente:
«Tus graduaciones siempre fueron un orgullo para mí. Yo siempre fui la presidencia del consejo de padres porque a fin de cuentas tú traías a todos los niños que te encontrabas en la escuela a la casa para que yo les resolviera sus problemas. Eras muy despierta, una pionera ejemplar. Yo sé que no te gusta que te diga eso, pero eras la niña linda de tus maestras, te querían mucho porque te portabas bien y eras una buena estudiante. Siempre fuiste mi orgullo»
Aceptar nuestros cuerpos, el reto compartido
Amarnos adentro y entre nosotras:
«Bueno, si me vas a coger de material de estudio me tienes que dejar poner las fotos de tus quince, es mi condición. Tú no querías fotos, ni fiesta. Yo ahorré mucho para tus quince años y todo el dinero se fue en mi operación en La Habana. Me sentí muy mal por no poder darte lo que yo soñaba, pero me di cuenta de que tú no soñabas con eso. Amo estas fotos porque a pesar de todo te convencí y pude dejar un recuerdo de lo linda que eras a esa edad. Fue un poco traumático para ti porque los vestidos no te servían y me sentí muy identificada, pero a diferencia de mí, que hasta hoy no soporto mostrarme como soy en fotos; tú te lo tomaste con humor y me diste el gusto. Tú has sido en muchos aspectos una superación de mis miedos e inseguridades»
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Las fotos que les muestro son viejas, fotos de fotos enviadas muchos años después, a través de un lente que capta lo que fuimos, en el contexto de lo que somos —madre e hijas separadas por mar y tierra—, unidas al menos por recuerdos, por dolores que se entrelazan desde el parto; desde su vientre, al mío; desde su querer tenerme y mis dudas acerca de traer un ser vivo a la tierra; desde sus batallas ganadas en mi cuerpo-territorio.
Mi madre no se va a dormir sin saber que vivo bien y yo me culpo por haberme alejado tantas veces, por esta lejanía definitiva. Mi madre y yo hemos aprendido a ser madre e hija a través de una pantalla.