“Nuestras controversias parecerán tan raras a las edades futuras,
como las del pasado nos han parecido a nosotros.”
Rousseau
En el año 1762 Rousseau publicó El Contrato Social, un texto del que se dice fue incitador de la Revolución Francesa. En este se abordaba la libertad e igualdad de los hombres bajo un Estado instituido por medio de un contrato entre este y las masas. Dicho modelo se ha mantenido hasta la actualidad y en nuestro caso adquiere matices y particularidades que lo hacen digno de análisis.
El contrato se basa en una relación armónica entre la masa humana que conforma al Pueblo y el Estado como ente que ostenta el poder más o menos centralizado. Esta relación siempre estará condicionada por muchos factores, siendo uno de los más importantes la respuesta sistemática a las necesidades sociales y la capacidad de este para trazarse nuevas metas que se cumplan realmente, no que queden en vagos proyectos olvidados por el tiempo. El nivel de gestión de un gobierno también dependerá de la presión popular que se haga sobre este, si se deja al libre albedrío de las personas que ocupan los altos cargos y no se hacen compromisos económicos y políticos específicos que permitan medir los éxitos o fracasos, se corre el peligro de que el Estado de por sentada la fe depositada por el Pueblo.[1] Es entonces cuando los errores se suceden unos a otros con celeridad y surge el peligro de que, independientemente del carácter altruista del Estado y el proyecto que este lidere, las masas pierdan la confianza política en sus líderes.No sé cuánto habría de esto en nuestro caso, pero lo cierto es que los niveles de apatía política son elevados y si bien los cubanos no comulgan con la disidencia interna por estar sumidos en el descrédito, si existe el peligro de una juventud alentada desde el extranjero que con ansias de protagonismo pongan en bandeja de plata el fracaso del proyecto socialista cubano. Precisamente en este sentido están encaminados los esfuerzos de los que desean derrocar el sistema político cubano actualmente.
Un dato peligroso es el tiempo de evolución de las revoluciones (salvando las consabidas diferencias), el proyecto socialista de Lenin a los 70 años se derrumbó como un castillo de naipes, a Cuba aún le faltarían dos décadas para tener el tiempo de vida de nuestros antecesores. No creo equivocarme si afirmo que esto sería una realidad de no ocurrir una revolución dentro de la Revolución.
Las revoluciones han de revolucionarse (valga la redundancia) cada cierto tiempo, aquellas que se asientan plácidamente en el poder y pierden el sentido del proyecto que les dio origen, han fracasado históricamente. En la construcción del Socialismo ha primado la improvisación, los errores y los reconocimientos tardíos de estos, sería muy arrogante pretender que Cuba ha sido la excepción. Ciertamente el proyecto cubano ha demostrado una sorprendente fortaleza respecto a sus antecesores y su contexto histórico, así como una capacidad de resistencia popular al desgaste ideológico/político/económico del que es objeto. Esto fue posible gracias al contrato social establecido al triunfo revolucionario, se basó desde sus inicios en el compromiso del joven Estado revolucionario de garantizar el orden social y velar por los intereses de sus ciudadanos. Desde los comienzos del proceso revolucionario de los años 50 del pasado siglo que encabezara Fidel Castro, el contrato social a establecer fue un asunto de primer orden implícito en cada uno de los temas nacionales a tratar (incluso Fidel hace referencia a la obra de Rousseau en su alegato La Historia me Absolverá). En la actualidad es necesaria una revisión de este compromiso, si bien en los últimos años el gobierno de Raúl ha demostrado una elevada capacidad de adaptación al contexto en que se desarrolla, habría que ver si ocurre con la celeridad requerida por las circunstancias. Los cambios económicos y políticos (a los que le agregaría ideológicos y de mentalidad) que están ocurriendo en el país, bien pueden ser revolución interior que necesitamos.
Pero existen otros peligros, después de la muerte de Lenin en la URSS se cometieron errores uno detrás de otro, contrario a las disposiciones de su líder histórico. En Cuba aún contamos con nuestro Lenin, sin embargo ese modelo de ignorar los consejos de otro comandante (no en Jefe, pero sí de renombre) lo tuvimos también. Cuando el Che prevenía de los defectos del campo socialista y defendía la construcción del socialismo cubano, muy pocos le prestaron la debida atención, su llamado debió convertirse en algo ciertamente incómodo en un contexto en el que necesitábamos urgentemente de aliados comerciales y políticos ante la amenaza norteamericana.
En la actualidad, se ha establecido un modelo de democracia occidental hegemónico, que mide el carácter de las naciones en la medida que se acerque o aleje a sus parámetros. Esto se hace olvidando las particularidades de las naciones así como sus culturas. Difícilmente podamos pedirle a una nación tribal o con una alta población indígena el modelo democrático occidental, esto sería violar siglos de cultura e ignorar las tradiciones locales, sin embargo así se hace a menudo. Nuestro modelo de contrato social allí tiene poco que ver y hay que tener en cuenta los relativismos culturales a la hora analizar un caso en específico. En Cuba pocas veces se encuentra uno análisis que tengan en cuenta los diversos matices de la realidad cubana, un país en el que todos los fenómenos son multifactoriales y donde puede ser muy peligroso simplificar cualquier asunto, el que quiera hablar de mi país en términos de blanco y negro nunca llegará a entenderlo realmente.
Además, aunque el Estado responda a los intereses populares, las masas no pueden dejar de la mano sus intereses, para ello tienen que conservar lo que la convierte en pueblo identificado con un proyecto nacional determinado. Estas son algunas ideas al respecto, puede haber muchas otras, pero el pueblo debe:
– Conocer su constitución como ley nacional suprema, que vela por sus derechos y expresa sus deberes como ciudadanos.
– Conocer además lo básico sobre las leyes internacionales que les atañen, entiéndase al respecto, la Declaración Universal de Derechos Humanos, etc.
– Tener medios de información separados del Estado, así como medios de información que no respondan directamente a este.
En los dos primeros casos ocurre que al confiarle al Estado sus intereses y reconociendo que este en realidad responde al pueblo, en algún momento los cubanos perdieron el sentido cívico de preocuparse por sus derechos y deberes sociales, fenómeno digno de investigar. En el caso de la información y los espacios para acceder a esta, cada vez me convenzo más de que el gobierno nacional no puede tener hegemonía absoluta sobre el acontecer nacional en los medios, quizás la solución no sea fundar un periódico porque esto se prestaría fácilmente a la manipulación con otros objetivos, pero tener plataformas de debate como foros en Internet o Blogs personales sería un excelente medio cívico de intercambio de información, la utilidad y factibilidad de esto se demostró ya hace varios años en lo que se denominó la Guerra de los Correos.
Sirvan estas líneas para poner un grano de arena en la Revolución, sirvan para promover una revolución al interior de esta y así asegurar la continuidad del Socialismo en Cuba. En La Historia me Absolverá Fidel mencionaba a John Milton, resaltando que el papel político residía exclusivamente en los pueblos, con este espíritu, ya es hora de que los cubanos tomen conciencia de cuál es su parte en el contrato social, así como que el Estado sepa que la confianza depositada por la inmensa mayoría de los que habitan esta Isla es un bien escaso que no puede desperdiciar. Ese debe ser el contrato de los tiempos futuros, la práctica dirá si el Estado está a la altura de su pueblo y si este está a la altura de su papel en la historia.
[1] Pasa como puede haber pasado con los sindicatos en algún momento histórico en nuestro país: como se suponía que estos existieran para velar por los intereses de los trabajadores frente al Estado y este a su vez cumplía una función de proteger los intereses del pueblo, parecía perder su razón de existir. Así poco a poco fueron perdiendo fuerza hasta convertirse en una organización con cierto nivel de control estatal, algo contrario a su naturaleza, no se puede ser juez y parte en un mismo asunto.
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