Nací en la justa mitad de los sesenta, así que puedo considerarme miembro de la primera generación aparecida tras el triunfo de la revolución en Cuba. Para los que fuimos niños y jóvenes en las décadas del setenta y ochenta, el año 2000 tuvo un significado especial. En el imaginario social de aquella etapa –potenciado por la escuela, la prensa, y el discurso político–, se le atribuía una cualidad casi épica que generaría apreciables transformaciones, no solo en la calidad de vida de las personas, sino en el sujeto social, el esperado hombre nuevo. Una canción de Silvio Rodríguez, “Venga la esperanza”, puede describir mejor que mil palabras aquel estado de ánimo colectivo: El dos mil sonaba como puerta abierta / a maravillas que silbaba el porvenir.
Para ser justos, debemos reconocer que no hubo compromisos de la dirigencia cubana que delimitaran concretamente esas aspiraciones en documentos normativos. Fueron discursos apasionados o declaraciones las que tomaban como meta al 2000. En realidad, con un campo socialista aparentemente exitoso y solidario, y con una concepción lineal y ascendente de la historia –falsamente marxista–, creímos, nos llevaron a creer, que la engañosa lejanía de aquel año y nuestro sacrificio cotidiano debían ser suficientes para lograr un futuro ideal.
En ello pudo influir el simbolismo de que no solo era un nuevo año, con diferente dígito inicial, sino nuevos siglo y milenio, tres en uno. No importaba siquiera que los matemáticos, siempre exactos, aclararan que era en el 2001 y no en el mágico 2000 cuando iniciarían el siglo XXI y el tercer milenio.
En 1989, cuando Silvio estrenó su canción, al campo socialista le quedaba poco, en verdad solo un año, y ya era muy claro, como dice otro verso: Pero ahora que se acerca saco en cuenta / que de nuevo tengo que esperar / que las maravillas vendrán algo lentas / porque el mundo tiene aún muy corta edad. Sin embargo, el título de la composición era optimista, no se abandonaba la confianza a pesar de que el plazo no sería el deseado.
El 2030 es otra cosa. No se trata ahora de simbolismos, discursos soñadores, esperas ilusionadas o confianzas indebidas. Es la más pura racionalidad y planificación, según hacen creer dos congresos y una conferencia del Partido, una gran consulta popular y una comisión permanente dirigida por un alto dirigente, miembro del Buró Político de ese Partido, cuya función es la implementación de los lineamientos que conducirán a las metas. Son folios y más folios de documentos donde hasta las comas han sido sometidas a consenso. Todo ello para concebir un Plan de desarrollo hasta 2030, año en el que Cuba deberá ser una nación “soberana, independiente, socialista, democrática, próspera y sostenible”.
Faltan doce años para llegar al 2030 y parece que también “esas maravillas vendrán algo lentas”. Pero ahora quién será el responsable, ¿el campo socialista que ya no existía cuando se concibió el plan?; ¿el imperialismo que siempre ha estado allí, al norte? –y que siempre estará a no ser que descubramos cómo mover nuestra isla de lugar–; ¿a un gobierno torpe y reaccionario como el de Donald Trump, después de haber pasado por Nixon, Reagan y dos Bush y saber que ese tipo de gobernantes son parte de una ecuación geopolítica que tenemos que asumir en cualquier proyecto que emprendamos? Además de que siempre existe la posibilidad de que el electorado vecino puede cambiar de administración después de cuatro años.
Las metas del 2030 son esperadas por todos, pero las dos generaciones que han crecido en los últimos 28 años no tienen memoria familiar que las conecte directamente con el pasado capitalista. Sus vivencias se concentran en el Período Especial y en las crisis cotidianas de sus familias, que les hacen ver más prometedora una vida fuera de su patria que la que han tenido junto a sus padres y abuelos. Ellos no saben del 2000, pero se les ha prometido el 2030, y ya el tiempo no tiene corta edad, que perdone el trovador tanto parafraseo.
Quedan solamente doce años para llegar a la nueva cifra mágica y no creo que podamos esperar por otra. Se ha ido la mitad del tiempo desde que en el 2006 se anunciara el inicio de un proceso conocido como “Actualización de la economía cubana”. ¿Será posible cumplir en tan corto plazo el plan para el 2030? La respuesta deberá ser muy clara y –sobre todo– muy rápida, hay demasiado en juego, empezando por el presente.
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