El incendio ocurrido en la Base de Supertanqueros de Matanzas desde la noche del 5 de agosto de 2022, superó las fuerzas y capacidades de los cuerpos de bomberos pertenecientes al Ministerio del Interior, tanto en su adiestramiento como en la disponibilidad de tecnología para rebasar los efectos destructivos del siniestro, un hecho sin precedentes en la historia reciente de la Isla.
Entre los fallecidos figuran varios adolescentes que se encontraban en cumplimiento del servicio militar obligatorio. Según los familiares de las víctimas, algunos de ellos apenas recibieron una preparación que no superaba los quince días. Sin embargo, fueron enviados a la zona del desastre a pesar de ser un hecho que desafiaba la capacidad de los más aptos profesionalmente para enfrentar una eventualidad de tal magnitud. La muerte de los inexpertos profundiza el infortunio de sus familiares y potencia en la esfera pública el debate sobre la abolición del ejército.
Resultan sobradamente conocidas las alternativas de las familias de clase alta —mediante la corrupción económica y el tráfico de influencias— para evitar que sus hijos pasen por tan exigente periplo. Ello provoca que en las unidades militares estén asignados mayormente aquellos descendientes que provienen de sectores humildes, quienes pierden su vida o sufren lamentables accidentes en períodos de paz.
Eso resultaría evitable con una preparación responsable, así como mediante la instauración de milicias alejadas de prácticas nocivas a la integridad humana. Tal concepción sería enteramente consecuente con los ideales socialistas que el gobierno dice defender. Además, optimizaría los recursos destinados a la defensa del país, al fomentar valores populares en la instrucción de bases formativas que se deben sustentar en la preparación no definida por el abuso de poder, actualmente llevado a cabo por una gubernatura acostumbrada al método de ordeno-mando.
En tal sentido, el presente texto establece un recorrido sobre la abolición y/o democratización del ejército entre diversas corrientes del pensamiento socialista, que en caso de abogar por su mantenimiento, poseen una concepción distanciada de toda idea despótica en torno a la funcionalidad de su proyección republicana.
La abolición del ejército en la tradición del pensamiento socialista
Las fuerzas armadas han servido como herramienta de las burguesías nacionales para acometer procesos bélicos encaminados a la expansión y reproducción del capital, cuya maquinaria deshumanizadora fue calificada por el economista David Harvey como proceso de acumulación por desposesión, llevado a cabo por los países del Norte mediante relaciones desiguales de intercambio. Se establece así una continuidad en las prácticas originarias que dieron lugar al actual sistema capitalista mundial.
David Harvey en su despacho de la City University of New York (CUNY) (Foto: Abel Albet)
La instauración obligatoria del servicio militar universal tiene su génesis en la modernidad, bajo el mando imperial de Napoleón Bonaparte, según refiere el intelectual republicano/socialista Antoni Domènech en su obra El eclipse de la fraternidad (2004). Este edicto generó un profundo malestar entre las clases bajas en Francia a inicios del siglo XIX, al socavar las bases fraternales y populares del republicanismo en función de los intereses de la burguesía.
Las ideas de Marx sobre la abolición del ejército fueron contundentes en sus análisis de la Comuna de París, para la conformación de una sociedad basada en la primacía de preceptos igualitarios. Ellas fueron plasmadas en su libro La guerra civil en Francia (1871), cuando afirma: «…El primer decreto de la Comuna fue la supresión del ejército permanente para sustituirlo por el pueblo armado».
Vladimir Ilich Lenin, en su obra El Estado y la Revolución (1917), aseveró que la abolición del ejército era una de las premisas del régimen socialista como paso necesario para el cese de los antagonismos de clases, al tiempo que pondría fin a la maquinaria burocrático-militar, responsable del sostenimiento de las elites sobre las masas desposeídas. En uno de sus pasajes expresa:
«El ejército permanente y la policía son los instrumentos fundadores de la fuerza del Poder estatal. Pero ¿puede acaso ser de otro modo? (…) Se forma el Estado, se crea una fuerza especial, destacamentos especiales de hombres armados, y cada revolución, al destruir el aparato estatal, nos muestra la descubierta lucha de clases, nos muestra muy a las claras cómo la clase dominante se esfuerza por restaurar los destacamentos especiales de hombres armados a su servicio, cómo la clase oprimida se esfuerza por crear una nueva organización de este tipo que sea capaz de servir no a los explotadores, sino a los explotados».
Mientras la socialdemocracia europea apoyó el militarismo nacionalista en la disputa de dimensiones imperiales que ocasionó el desenlace de la I Guerra Mundial, Lenin había manifestado la voluntad de acometer la extinción del Estado —fiel a los preceptos del marxismo—, con el propósito de quebrar la esencia fundamental de su poderío. Al respecto planteó:
«La burocracia y el ejército permanente son un parásito adherido al cuerpo de la sociedad burguesa, un «parásito» engendrado por las contradicciones internas que desgarran a esta sociedad, pero, precisamente, un parásito que «tapona» los poros vitales (…) merece especial atención la profundísima observación de Marx de que la abolición de la máquina burocrático-militar del Estado es «condición previa de toda verdadera revolución popular».
El decursar de la primera revolución proletaria del siglo XX, sin embargo, condujo a la burocratización del Estado, al predominio de jerarquías en el ejército y a su sostenimiento como mecanismo represivo junto a los órganos de Seguridad. De esta forma, el régimen ruso evolucionó hacia la instauración de formas opresivas en sus relaciones de producción predominantes.
Este hecho permitió que algunos especialistas lo calificaran como «imperialismo», debido a: sus intereses expansionistas, que coartaron las libertades democrático-civiles en los países del este europeo; sus pactos de distribución territorial con el régimen nazi-fascista y el socavamiento mediante las armas de movimientos populares como los de Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968), en contra de la soberanía nacional y el principio de «libre autodeterminación de los pueblos».
El giro que adoptara la nomenklatura bolchevique con su influencia en las esferas de poder se consolidó entre 1927-1929, cuando el terror estalinista optó por liquidar toda esencia revolucionaria. Las últimas batallas de Lenin, hasta su muerte en 1924, se concentraron en quebrar el poderío burocrático de la maquinaria política que él mismo había contribuido a establecer.
En esa dirección se encaminaron los esfuerzos de León Trotski antes de que fuera deportado de la URSS. El insigne revolucionario había sido clave en la fundación del Ejército Rojo y un ferviente partidario de su democratización, tiempo antes de que degenerara en feudo de aristócratas distanciados de todo interés de representación social.
León Trotski da un discurso a soldados del Ejército Rojo.
El teórico marxista Tony Cliff, partidario de una concepción socialista «desde abajo», de forma que el control de los medios de producción estuviera en manos de la clase trabajadora, en su obra Capitalismo de Estado en la URSS (1947), analizó el fenómeno del militarismo como una de las más plausibles expresiones de su carácter reaccionario, al afirmar: «el fortalecimiento del Estado ruso, su totalitarismo creciente, solo puede ser el resultado de profundos antagonismos de clase y no de la victoria del socialismo».
Cliff era defensor del principio democratizador en las fuerzas armadas como forma de evitar los abusos de poder, la corrupción y el tráfico de influencias en la institucionalidad uniformada, cuya garantía más certera encuentra mayor viabilidad con la instauración de un cuerpo representado por las bases populares. En tal sentido, expresó:
«Los mandos, los comisarios políticos y aquellos que tenían autoridad en el ejército rojo, empezaron a aprovecharse de sus nuevos puestos en beneficio propio. Trotski les lanzó fuertes críticas; el 31 de octubre de 1920, por ejemplo, en una carta dirigida a los Consejos Militares Revolucionarios de Frentes y Ejércitos, condenó el uso, por las autoridades, de coches oficiales “para elegantes fiestas, ante los ojos de los agotados soldados del Ejército Rojo”. Habló furioso de los mandos que se visten con extrema elegancia mientras los luchadores andan semidesnudos, y denunció las juergas de mandos y comisarios».
El Ejército, la República y el Socialismo en Cuba
El triunfo del proceso revolucionario cubano en 1959, estuvo signado desde fases tempranas por las contradicciones de la Guerra Fría. La inviabilidad del liderazgo nacional en acometer vías sustentables para garantizar la independencia económica ante la hostilidad del imperialismo estadounidense, provocó que la Isla quedara vinculada al bloque conocido como «campo socialista», aunque estudios posteriores de economía política aseveran que ese régimen jamás existió al interior de las fronteras de los países que se identificaban bajo dicho signo político, encabezados por sus Partidos Comunistas.
En los referidos modelos se impuso una concepción que defendía el precepto de partido único de vanguardia, y denostaba los principios de representatividad republicanos, considerados como burgueses. En la praxis, tales fundamentos tributaron al anquilosamiento del aparato burocrático-militar de matiz excluyente, expresado tanto en la deficiente participación política de la ciudadanía como en la falta de transparencia de la gestión pública e impunidad de sus cuadros. Así, se echaban al vacío los postulados de la Ilustración sobre los que se sustentan las bases democráticas del republicanismo.
En los denominados modelos del «socialismo real», existió una amplia expansión de las relaciones monetario-mercantiles, predominio del trabajo asalariado bajo una hegemonía sustentada por la propiedad estatal (no socializada) sobre los medios de producción, relaciones verticales de dominación económica, cooptación de los intereses de la clase trabajadora y diversos sectores de la sociedad civil bajo lógicas autoritarias, como analizó el teórico italiano Antonio Gramsci, sumado a una enajenación del fruto del trabajo por parte de los productores.
Antonio Gramsci
De igual forma, se establecieron irresolubles conflictos en el campo arte-política que limitaban la plena realización humana —advertidos por notables exponentes del socialismo, como Rosa Luxemburgo—, la extensión de patrones desarrollistas altamente contaminantes que no fueron capaces de generar bienestar social, la represión hacia otras tendencias o corrientes de pensamiento, la instauración de una economía militarizada que sirvió como mecanismo de vigilancia interna, así como la adopción de estrategias intervencionistas en estados vecinos.
Esta realidad ha conllevado a que numerosos autores consideren a tales sistemas como sociedades en las que predominó un régimen «capitalista de Estado» (Tony Cliff), de carácter posrevolucionario/prehistórico (Inmanuel Wallerstein), con un fuerte matiz burocrático (Ernesto Che Guevara), anti-popular (Ernest Laclau), negacionista del marxismo (Herbert Marcuse), con expresiones neo-feudales en su estructura sistémica (Alan Touraine), que demostraron su inviabilidad en establecer ciclos de reproducción de las riquezas bajo formas institucionalizadas eficientes (Michael Lebowitz), lo que condujo al fomento de un mercado paralelo altamente referencial (Eric Hobsbawn).
Por ende, la abolición del ejército en el imaginario político de estos modelos no estaba concebida de acuerdo a los preceptos socialistas. Su existencia era condición necesaria para el mantenimiento de oligarquías que transitaron hacia sistemas neoliberales encabezados por las propias figuras que decían defender los preceptos del «comunismo», aliados a las fuerzas del capitalismo y traicionando los ideales emancipatorios que movilizaron a sus pueblos en defensa de las causas de los oprimidos.
En Cuba, la instauración de milicias voluntarias sería el mejor antídoto contra los anhelos intervencionistas de cualquier nación extranjera y frente a los abusos del poder estatal, que en el caso antillano presenta además escandalosas evidencias de corrupción en su empresariado militar. De igual forma, el actual diseño ofrece escasa preparación técnica a los reclutas y resulta incapaz de sembrar valores humanistas entre los soldados, debido al bonapartismo predominante en su oficialidad, lo que suele transformarse en expresiones de rebeldía por parte de los subordinados.
La adopción de esta forma de ejército reduciría la ocurrencia de hechos lamentables ante la irracionalidad de las órdenes superiores y haría más eficientes los recursos defensivos, al instaurar una mentalidad descolonizada en las tropas dispuestas al sacrificio de sus intereses de clase, contrario a los designios de las autoridades estatales. Dicha proyección está en consonancia con los preceptos del republicanismo socialista y las ideas marxistas, alejada de toda visión oligárquica de la democracia que caracteriza a la actual dirigencia política, revestida de un falso ropaje «progresista y popular».
34 comentarios
Los comentarios están cerrados.
Agregar comentario