En los días de todos los días, […] el sincerismo cunde como calamidad irracional, tonta, grosera. Qué lejos este sincerismo de la confesión de amigo a amigo, o hecha a la propia soledad, musitada casi, balbuceada, apenas expresada, pero necesaria y recibida como un don de la gracia, pues el nacimiento del conocimiento entre dos personas es tan misterioso que requiere su desarrollo como un contrapunto de artesanía y de lo inefable.
José Lezama Lima. Revelaciones de mi fiel Habana, 1949
La panelista soy yo
Todavía no salgo de mi asombro. ¿Por qué debo escribir para hacer aclaraciones de lo que el sábado 28 de noviembre de 2020 dije en un evento denominado «Cambio de Época»? Uno de los expositores de aquel encuentro organizado por el Instituto de Estudios Eclesiásticos Padre Félix Varela, con el tema «Superar la modernidad», elaboró un documento con sus puntos de vista y lo ha publicado de manera extensa a toda la Universidad de La Habana, en su blog, en Facebook, en el Tribunal Nacional de Filosofía; esto para mí no hubiera tenido la más mínima importancia si no hubiera aparecido una foto con mi nombre.
Cada persona tiene derecho a escribir lo que entienda de un acto en el que estuvo involucrado, eso es muy válido. No obstante, para exponer sus ideas hizo la siguiente declaración: «No estoy de acuerdo con la “panelista”». Pero lo que más perplejidad me ha provocado es que no hizo alusión a mis argumentos. No estoy de acuerdo con ella y seguidamente expresó el colega su discurso con respecto a los acontecimientos ocurridos recientemente en La Habana sobre el caso San Isidro.
Lo que dije
Como el profesor Carlos Delgado ya expuso la estructura de la conferencia, solo me referiré a lo que tuve la oportunidad de presentar ese día. Haré un breve resumen de algunas cuestiones, donde intervine por diez minutos y ello me ha servido para circular por vía digital sin haber tenido la más mínima intención de protagonismo. A continuación el resumen:
- Muerte Histórica: La unidad de una sociedad se marca en la unidad del tiempo. Escribió María Zambrano en 1951 que la muerte en la historia sucede de varias maneras, como en la vida personal, pero le lleva la ventaja de ser visible, mientras que en la muerte de la persona lo que más nos interesa queda sustraído a nuestros ojos, es decir, desaparece el soporte material. Pero lo que me interesa resaltar aquí no es el significado de la muerte de una persona. En la Historia se suele llamar a la muerte, «decadencia». En el momento en que lo más importante de la cultura y de la vida de una etapa histórica, lo que le da aliento, se convierte en pasado, aparece lo que se denomina discontinuidad. El pensamiento que define lo que va a ser, especifica al mismo tiempo la muerte de lo que fue.
- Lo que llamamos pueblo es el recipiente del pasado en un perpetuo presente. Él representa la persistencia, la prolongación, el lugar donde recae la creencia de una minoría. Pero ese pueblo no es inerte, en determinados momentos participa en los momentos de creación. Mientras dura esa participación entre el pueblo y esa minoría directora, se vive desde el presente al futuro. Cuando las creencias fundamentales se hacen pasado, se rompe la participación entre el pueblo y la minoría directora.
¿Y cuáles son los signos de estos tiempos? Es muy difícil desentrañar el sentido del tiempo en que vivimos.
La edad del Capitán
Estamos acostumbrados a pensar que «todo tiene una solución», me dijo hace varios días por teléfono una amiga que es matemática. Esa frase es parte de una explicación que me dio y que yo comencé a escuchar con cierto desgano. Tenía que escribir una ponencia para el referido panel denominado «Superar la posmodernidad», reto complejo que me tuvo preocupada por lo que supone sentarse al lado de dos prestigiosos filósofos.
Resulta que la pedagoga hizo un experimento con 3 o 4 estudiantes de 4to, 5to y 6to grado de una escuela primaria. En total serían alrededor de 10 a 12 alumnos. Los puso a resolver un problema de lo que en teoría se denomina «La edad del capitán» y que cobró auge en la década de los 80 del pasado siglo. El ejemplo que usó fue el siguiente, aplicándolo al ámbito rural: Un campesino tiene 48 vacas y 12 ovejas. ¿Qué edad tiene el campesino? Los niños de inmediato comenzaron a reflexionar y a darle respuesta al ejercicio, acostumbrados como están a que toda pregunta debe recibir una respuesta. La mayoría contestó que el campesino tenía 60 años. Fueron pocos los que le expresaron a la maestra que les dio datos de una cuestión y les preguntó sobre otro tema. La especialista confirmó cómo nuestros niños le daban mayor importancia a responder porque suponían que si les hacían una pregunta, pues la misma debía tener una respuesta y, sencillamente, la respuesta era que no tenía solución porque el problema era irracional.
En medio de esa anécdota, la especialista nombró a los autores de esa teoría y mencionó como uno de sus precursores a Gaston Bachelard. Quedé más motivada todavía, un matemático que devino filósofo, fenomenólogo, el cual apuntó: «Cuando se trata de un verdadero trabajo intelectual el campo a explorar es mucho más vasto. Es entonces cuando se accede al error positivo, al error normal, al error útil». El gran teórico añadió: «Confesemos nuestras tonterías para que nuestro hermano reconozca las propias […] Con respecto al mundo de las ciencias sociales, rompamos juntos con el orgullo de las certidumbres generales, con la avidez de las certidumbres particulares».
El espacio intermedio del mundo llamó Hannah Arendt cuando expresó «estamos tan unidos a otros y a la vez, tan separados». También hay algo que quisiera subrayar en esta pensadora alemana: se distanció de los que consideraba «filósofos profesionales», que se subían a las nubes, pues a veces cuando bajan de ella sus intervenciones pueden lindar con el peor de los errores. No es lo mismo soledad que aislamiento: lo primero implica diálogo consigo mismo. No fue una casualidad que Martin Heidegger avalara a Hitler y tiene que ver con la reducción de la pluralidad de voces a un único discurso.
En La Joven Cuba (LJC) tuve la oportunidad de publicar hace solo unos meses un pequeño escrito titulado «La verdad del cambio»:
«En este año de 2020, en el mes que se conmemora la aparición de la Virgen de la Caridad, le imploro que nos ayude al verdadero cambio. Que el valor trabajo reaparezca y que se convierta en un resorte de competitividad para el desarrollo del talento y el bienestar. Que ilumine a los decisores para que perciban que la salvación de un pueblo es antes personal y social, que política».
Me parece imprescindible una idea de José Martí dirigida a su hijo:
«Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud y en ti» -aquí expresé que esa «fe en ti», yo la interpretaba hoy como la fe en la juventud cubana actual-.
Punto, con esas palabras martianas concluí mi breve intervención.
Debido a una pregunta del público presente que no puedo reproducir, pues, a diferencia del profesor que hoy me interpela en las redes, yo no grabé, expresé que los jóvenes de San Isidro y los que estuvieron ante el Ministerio de Cultura tenían inquietudes y experiencias que tal vez nosotros no tuvimos. En los dos casos, esas personas, atendiendo a los postulados de la Constitución cubana, tenían derecho a expresar sus opiniones, a decir libremente sus inquietudes, pese a que los puntos de partida de algunos eran diferentes.
Puse algunos ejemplos: no es lo mismo vivir en San Isidro, que en Nuevo Vedado o Miramar. Además, puse el ejemplo de cómo algunas prácticas de los esclavos en el siglo XIX cubano hoy nos parecerían reprobables, como el disimulo. Ante la cantidad de horas que eran obligados a trabajar en los ingenios, los esclavos simulaban que trabajaban. Huir hacia el monte fue otra práctica, al final nos legaron el cimarronaje. Hoy sentimos orgullo del cimarronaje intelectual.
También aludí a la necesidad de tener en cuenta una ética de la compasión, donde las nociones éticas fundamentales no sean ni el bien, ni el deber, ni la dignidad, sino el sufrimiento y la sensibilidad por el dolor de los demás.
Ante una intervención de mi colega de que esos jóvenes debían de ser tolerantes, añadí que la tolerancia debía de partir de ambas partes. Esas fueron, en esencia, mis palabras.
Lo que no dije, pero también pienso
No podía robar un tiempo que ya no teníamos en la mencionada actividad. Siempre es así en programas de este tipo. ¿Por qué la tolerancia debe ser de ambas partes? Una vez viajé a la ciudad de Holguín con los ideológicos del Minint que hicieron un evento en ese lugar. Me pasaron la invitación desde la institución para la que trabajé por cuarenta años y acepté. Debía hablar sobre el tema del civismo en Cuba. El respeto fue tremendo, me sentí muy halagada.
Años después, en el tiempo que cuidaba a mis padres y por ello me levantaba de madrugada –4:00 a.m. – para lavar sábanas, bañarlos, darles el desayuno, etc., ese mismo profesor que hoy me involucra en una actitud «sospechosa», me citó para la publicación de un libro sobre Pensamiento Sociológico Cubano. Me dijo: «Si vienes después de las 10, pierdes la oportunidad de entregarlo». Esa oportunidad no podía perderla, él me brindó esa tremenda posibilidad. Lo que él no supo nunca fue que estuve a punto de caer presa.
A las 9:30 a.m. logré alquilar un carro para un viaje de 5 minutos. El almendrón que tomé fue interceptado por la policía no sé por qué motivo, sencillamente el policía quería revisar los documentos del chofer. Con toda la calma del mundo le dijo a este último que bajara y estuvo interrogándolo. Yo no podía más de la impaciencia al pensar que el trabajo de mucho tiempo, en condiciones extremadamente difíciles por mi papel de cuidadora, se volvería nada por una llegada tarde.
«Por favor –le pedí al agente del orden–, usted no ve que hay personas en este país que tienen que trabajar». «Se hubiera levantado más temprano» –me contestó muy cínicamente. Me subió toda la ira del mundo al pecho, sentí que era demasiado, no pude más: « ¡Qué clase de hijo de puta es usted!». No tenía ni la más mínima idea sobre las consecuencias de la palabra desacato.
Fue una falta de respeto infinita, una falta de profesionalismo tremenda. Era para que el policía me hubiese pedido perdón. Me hizo bajar del carro, tuve que entregar el carnet de identidad, me estaban chequeando por la planta y me iban a llevar para la estación por «desacato». Tenía que entregar mi libro a las 10:00 a.m. Me eché a llorar sin que me costara ningún trabajo, el stress del cuidado de mis padres me tenía siempre alterada. El agente me dejó ir ante el llanto.
Cuestiono los desmanes policiacos de estos días: impiden que una persona salga de su casa, día y noche en extrema vigilancia, actos de repudio bochornosos. Eso, profesor, es puro estalinismo. ¿Por qué el filósofo no ve estos detalles? Se han puesto a pensar cómo se sentiría un ser humano cuando lo atacan de esa manera. ¿Hay derecho a cometer ese acto terrible de violencia?
Ahora se habla de «golpe blando», pero ¿y la «dura realidad» que este pueblo ha sufrido durante décadas esperando un bienestar que nunca llega? Estremece la realidad, estremece: colas para comprar pollo vigiladas por militares, escaneo de carnets. Este es ahora el sentido de la vida cubana: ¿qué sacaron en las tiendas?
Los catedráticos se asombran de las vulgaridades, de comportamientos inadecuados. Y sí, la ética es un estilo, no una obediencia a la norma, sino la forma de entrar en relación con ella. El que tiene estilo no es el que cumple la norma, sino el que en cada momento trata el deber desde una situación. Apelo a José Lezama Lima: «Es muy peligrosa la reacción ante los excesos halagadores, pues suelen engendrar náuseas y sofocos».
Estimo que hay otras formas de mancillar la bandera de una nación –con esto, aclaro, no coincido con tirarme arriba el símbolo nacional de ninguna forma, ni tan siquiera como pullover– como es promover la desunión entre los cubanos dividiéndolos entre revolucionarios y contrarrevolucionarios, hacer florecer el estatismo burocrático, mantener un único discurso, forzar la unanimidad y un pensamiento anquilosado, darle golpes a mujeres por diferencias políticas. Eso es también, mi amigo, cagarse en nuestra bandera.
No hay nada más reaccionario que los revolucionarios profesionales, porque creen poseer o hasta encarnar la esencia de la revolución, por lo que frustran cualquier esperanza de que se reconozca lo nuevo y hasta lo declaran contrarrevolucionario. La delegación de poder no puede dejar al pueblo fuera de juego. Pudiera decir muchas cosas más, pero ya estoy más calmada.
Ahí está mi respuesta, sin ánimo de polémica, de confrontación. Soy una simple ciudadana de este país, tal vez una profesora que siempre hablará sola.
74 comentarios
Los comentarios están cerrados.
Agregar comentario