El Presidente Díaz-Canel ha convocado e incorporado actores del sector científico técnico, al necesario diagnóstico y solución de los diversos problemas y desafíos que enfrenta la revolución cubana. Este reclamo, reiterado a lo largo de décadas, ha mostrado la insuficiencia de nuestros mecanismos institucionales para extender los conocimientos científicos y las buenas prácticas en las diversas esferas sociales. La integración de instituciones y profesionales bajo un nuevo esquema de gestión para enfrentar con éxito la pandemia de la COVID-19, y la correspondiente prioridad política, sirven de prueba al canto.
Esta es también la situación, con mayor desventaja aún, de las ciencias sociales, las cuales -independientemente de la versión optimista o pesimista sobre el nivel de desarrollo alcanzado en la Isla- muestran una muy baja incidencia en los procesos sociales. Este es el caso de la más atrasada de todas ellas, las ciencias políticas, de tan limitada influencia en las agendas de gobierno y en la toma de decisiones. Todo lo anterior contrasta con el supuesto de los clásicos del marxismo de que la transición socialista sería una conducción conciente de los procesos sociales, basada en el conocimiento y la técnica social.
No obstante, el desarrollo relativo alcanzado por las ciencias sociales y humanísticas cubanas ha sido el suficiente para conocer e interpretar la evolución de la sociedad cubana en las últimas siete décadas, así como para caracterizar muchos de los cambios ocuridos en ella. De hecho, tras los procesos de simplificación de la estructura social ocurridos como efecto de las tranformaciones implementadas por el nuevo poder revolucionario en los primeros años de los sesenta, la sociedad cubana inició desde los años setenta su evolución hacia una sociedad socialista caracterizada por una mayor complejidad de sus estructuras sociales –demográfica, generacional, socioclasista, ocupacional, de ingreso, de status, etc.- tal como se nos muestra en la sociedad cubana actual, más diferenciada y diversa que todas las anteriores.
Sin este saber y estimación de sus condicionamientos, la conducción social tenderá a subjetivizarse con un imaginario alejado de la realidad, basada en opiniones poco fundamentadas y expuesta a los prejuicios de los actores. Este desfase afectará en particular al discurso hegemónico con el cual los intelectuales orgánicos que decía Gramsci –políticos, funcionarios, militares, científicos y ténicos, artistas y escritores, gente del común y otros- han asegurado el consentimiento de la población al régimen surgido del poder revolucionario y a sus proyectos de nación y de sociedad. Pero obviamente, este discurso no puede tender a la simplificación frente a una sociedad que se complejiza; y a la vez, tendría que poder dialogar con la multiplicidad de actores, de ideas y propuestas, que contribuyen o contribuirían a dicha hegemonía.
Durante más de una década, el Primer Secretario del PCC y Presidente, Raúl Castro, reclamó en numerosas alocuciones un cambio de mentalidad, la superación de estereotipos políticos y la apertura al diálogo, el debate y la consulta pública. Mi compilación de estas orientaciones, en lo que denominé “El Código Raúl” me mostró, tanto su calado crítico y autocrítico, como su escasa resonancia entre los dirigentes y funcionarios, así como la solapada resistencia burocrática a las transformaciones requeridas.
Vale decir que el comportamiento político que se distancie o estorbe tales cambios en la mentalidad, la organización y el funcionamiento de nuestra sociedad, erosionará el discurso hegemónico de la Revolución y cederá más espacio a otros discursos contrahegemónicos.
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