Han sido diez años difíciles pero la mayor victoria de La Joven Cuba es que sigue aquí. De ser un blog de hombres blancos pasó a ser un medio de opinión política con balance de género y racial, más parecido al país que lleva en su nombre. Su composición hoy va desde estudiantes universitarios a los más altos grados científicos. Su línea política es progresista, y a riesgo de entrar en etiquetas podríamos llamarle socialismo democrático. Aún así, la persecución a nuestros integrantes persiste por la insistencia de algunos funcionarios ideológicos a los que queremos decirles: El acoso te atrasa. Evoluciona!
Desde un inicio, hemos tenido momentos de tensión y distensión con el gobierno y el partido cubano. Hemos visto administraciones estadounidenses dispuestas al diálogo y otras obsesionadas con imponer su ideología en Cuba. Hemos visto que el contexto de apertura crítica en el que se fundó este espacio hace una década fue reemplazado por intentos de obediencia impuesta, incluso antes de la llegada de Trump. Lo vimos y seguimos.
Hace unos meses celebrábamos cinco millones de visitas a nuestra web.
LJC no disminuye su ritmo, recientemente rompimos nuestro récord de visitas con 23,000 accesos a un texto que se publicó hace dos semanas. Sin embargo, la calidad de un medio digital no se mide por el número de visitas. Mucho menos en tiempos donde el número de seguidores de un influencer o activista digital puede ser inversamente proporcional a sus credenciales para abordar un tema. Es un contexto donde la propaganda y la apelación a bajos instintos se diseminan como pólvora ante una audiencia que sólo busca aquello que satisface sus ideas preconcebidas. Nuestras redes sociales y los medios digitales últimamente parecen el Coliseo romano.
Especial reconocimiento merece este equipo. Desde los autores más veteranos hasta los que hoy empiezan. En un contexto tribal donde unos defienden ciegamente la gestión gubernamental minimizando desafíos internos, y otros buscan un cambio de régimen político omitiendo los logros sociales de la Revolución y maximizando los defectos gubernamentales, LJC propone una mirada más mesurada. Sin el respaldo mediático y el sistema de premios que disfrutan los proyectos apoyados por la administración Trump o el gobierno cubano, la supervivencia de iniciativas como esta es la garantía de un espacio crítico no-radicalizado en Cuba.
LJC propone el camino socrático de poner en duda nuestros dogmas y prejuicios.
En los últimos años son varios los proyectos que han desaparecido en la esfera pública cubana. La presión creciente de una administración estadounidense corrupta, así como el fortalecimiento de sectores conservadores en el gobierno y el partido cubano, hacen difícil existir políticamente sin oscilar hacia algún extremo. Sin embargo, LJC ha logrado mantener su línea editorial. Las autoridades cubanas pueden cambiar de opinión una y otra vez sobre nuestro trabajo, que seguiremos publicando y proponiendo cambios que conduzcan el país a una mejor gobernanza y la preservación de la soberanía.
Ha sido una década difícil pero fructífera. Gracias a los amigos que fundaron este proyecto conmigo, gracias a nuestra audiencia, y gracias a este equipo que pone mucho en riesgo sin esperar nada a cambio. Como dijera un célebre pensador cubano: seguimos en combate.
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