Desde que el actual Presidente de la República recomendó en un tuit la lectura de un artículo del intelectual argentino Néstor Kohan –acusando de paso a un grupo de compatriotas de ser una nueva «plataforma centrista»–, en las páginas de la prensa plana cubana y en algunos de los blogs financiados por el gobierno o sostenidos por iniciativa personal, se han publicado numerosos artículos que de forma muy ambigua, con mejor o peor calidad escritural, han confirmado lo que las breves palabras del mandatario: el centrismo está de vuelta.
El Presidente cubano insufló vida con ese tuit a un espantajo político muy raro y particularmente genérico que hace unos pocos años sirvió por una breve temporada pública en el órgano oficial del PCC para ser puesto como sambenito a cualquier persona o ejercicio de opinión, que fuese divergente de los actos del gobierno, de funcionarios, o de las opiniones de los articulistas que generaron ese concepto. A la inspiración creativa y uso del Presidente de todos los cubanos se deben, por desgracia, otros epítetos desafortunados: «malnacidos», «enjambre anexionista», o «tontos útiles».
En estos artículos a la acusación que el mandatario cubano vertió sobre el grupo de intelectuales, ex-profesores universitarios, artistas, investigadores y cineastas cubanos que han publicado en internet un par de documentos y presentado una queja ante las autoridades de su país bajo el nombre de «En articulación plebeya», sus redactores han agregado los calificativos de «moderados», «contrarrevolucionarios», «mercenarios», «pro yanquis», «cómplices del imperialismo», «neoliberales», «pro capitalistas» y «anexionistas». Al leerlos uno puede suponer el estupor y la extrañeza de un lector común de Granma: ¿a quiénes se refieren?
Muchos de nosotros venimos de vuelta de ver en los debates de la Constitución del 2019 a dirigentes y altos funcionarios del gobierno cubano explicarles paternalmente a los diputados y, por ende, al pueblo, las «razones» por las cuales había que quitar el término «comunista» de los fundamentos de la nueva Carta Magna; de escuchar la justificación para eliminar la salvaguarda ideológica del Socialismo que estaba en la Constitución de 1976 y por la que se proscribía enfáticamente de la política, pero sobre todo de la economía y la vida social, la explotación del hombre por el hombre.
Ya tuvimos que contra atacar el intento de desdibujar el carácter no oneroso y no lucrativo de los derechos, como se intentó en ese mismo proceso y parcialmente se logró con el derecho educación.
Hace apenas unas semanas nos enteramos por fin del aplazamiento hasta finales del año que recién inicia –dizque que por cuestiones organizativas y de las urgencias de la pandemia– de las normas que deberían haber desarrollado el Estado de Derecho. Mientras, ocurrían durante los 18 meses que de acuerdo al mandato constitucional debieron servir para darle forma legislativa acabada y útil a ese sueño del civismo cubano, groseras y públicas violaciones de los derechos y las garantías constitucionales recién aprobadas, y la inacción de instituciones y funcionarios que debieron velar por el cumplimiento de la Ley.
Después tuvimos que escuchar a un Ministro capaz y culto, eludiendo el compromiso que tiene con la verdad como funcionario público con «nuestro pueblo», afirmar en la televisión que el cumplimiento de la garantía que establece el Art. 99 de la Constitución para poder demandar en los tribunales a los violadores de los derechos constitucionales, no obstante su aplazamiento, podría sustanciarse por una instrucción del Tribunal Supremo o mediante la aplicación y eficacia directa de la Constitución –tal como lo reconoce ampliamente una parte de la doctrina del Derecho Constitucional, pero en ningún caso desde hace más de sesenta años los tribunales cubanos–.
El cumplimiento de la garantía que establece el Art. 99 de la Constitución para poder demandar en los tribunales a los violadores de los derechos constitucionales, no obstante su aplazamiento, podría sustanciarse por una instrucción del Tribunal Supremo o mediante la aplicación y eficacia directa de la Constitución.
Nosotros –que tuvimos que escuchar un día que en Cuba no habría dolarización de la economía y pocas semanas después, oír como el mismo funcionario admitía que, efectivamente, había una dolarización parcial, por poner solo un ejemplos– tenemos muchos más motivos de preocupación a la hora de observar cómo se hace emerger nuevamente el fetiche político del centrismo, en espacios como el programa Hacemos Cuba.
¿Qué es el centrismo? ¿Existió o existe realmente una corriente política centrista organizada en Cuba? ¿Es, por el contrario, un cuerpo de ideas y propuestas que promueven la migración de la sociedad cubana en lo político, lo social y económico, al capitalismo? ¿Ese cuerpo de ideas y propuestas es parte de aquellas que se mueven sin mayor e inmediata consecuencia en la pluralidad de opiniones de la sociedad? ¿Han formado o forman parte de los paradigmas, referentes y exposiciones de personas o grupos sin ninguna capacidad de movilización política real en Cuba? ¿Son acaso gestionadas al interior de las instituciones por élites sociales, tecnócratas y políticas? ¿Esas ideas han soportado, respaldado, o se han expresado como soluciones a problemas económicos en forma de decisiones de naturaleza y alcance político?
¿Fue, por el contrario, el centrismo, tan solo una invención, una etiqueta política? ¿Quiénes lo inventaron? ¿Para qué lo crearon? ¿Para qué sirvió en la práctica? ¿Por qué es revivida ahora?
Estas son algunas preguntas a las que habrá que volver quizás cuando se haga la historia de esta época y se intente descubrir los sentidos y propósitos de esa acusación tendenciosa y su valor, cuando los hechos ya estén materializados. Pero ese momento aún no llega.
De hecho, la implementación por el gobierno cubano de un plan integral de re-ajuste o re-ordenamiento que pretende incluso sobreponerse a las medidas más crueles y efectivas tomadas contra el pueblo de Cuba por la administración estadounidense que está por culminar su mandato, pero que impondrá y exigirá a la población sacrificios muy altos e inéditos como pretendida solución a la crisis estructural de la economía cubana, es un desafiante horizonte político, ideológico y económico que está ante nosotros, pero también para el Socialismo en Cuba.
¿Hasta qué punto sus implicaciones y consecuencias sociales a corto, mediano y largo plazo serán tan significativas y lo suficientemente intensas, perturbadoras y contradictorias con los valores y prácticas socialistas de los sectores sociales más humildes, con sus sentidos de la justicia social, con sus expectativas del buen gobierno? ¿En qué medida desarrollarán dinámicas sociales que en vez de fomentar el tejido solidario que ha mantenido unida a la población y asegurado la reproducción social de los valores y la ideología socialista serán una caída libre al individualismo, el egoísmo y el conservadurismo en todas sus manifestaciones?
Las insatisfacciones internas que provienen de la acumulación de deformaciones y de prácticas políticas intolerantes e insensibles, de las diferencias sociales y de status, de la pobreza y la desigual distribución de la riqueza y de los privilegios, son parte del delicado equilibrio de la gobernabilidad cubana y subrayan lo crucial de la política hecha en clave sincera, lúcida y decente.
¿Cómo entender la concentración frente al Mincult en los días finales de noviembre del pasado año, las insatisfacciones allí planteadas, el malestar, el miedo expresado y las garantías exigidas ante una represión latente y esperada? ¿De qué manera se explica que un viceministro experimentado y con suficientes reflejos políticos declarara a los medios –después de una jornada que tomó por sorpresa tanto al Gobierno cubano como a la Embajada yanqui– que, aunque difícil, la reunión ocurrida después de negociaciones y horas de espera en plena calle, había sido una «entre compañeros, entre revolucionarios»?
¿Cuál es la clave para comprender la interpelación a nuestras insuficiencias democráticas, a la ritualización y anquilosamiento de la participación política, a la orientación conservadora de muchas estrategias económicas y su desconexión con propuestas de micro-economía solidaria y sostenible, el enfoque hacia el entrecruzamiento del racismo, la violencia, la marginalidad, el machismo y las demandas y metas de minorías en las comunidades presentes en los contenidos de los discursos pronunciados, en la apelación al diálogo y la deliberación entre iguales que piensan diferente que fue, en su origen, la convocatoria espontánea, aunque reactiva, a la «Tángana» en el parque Trillo?
¿De qué forma entender que después de que los ciudadanos cubanos aprobaran mayoritariamente una nueva Constitución que reivindica y define como condición del proyecto político del Socialismo al Estado de Derecho, a la Democracia y a la República, se les describa ahora como cuñas ideológicas del enemigo y se intente pervertir una vez más la cultura política y el civismo con la apología de un estado de excepción no declarado, con el irrespeto a lo acordado soberanamente?
¿Cómo entender que un documento circulado por los compañeros de La Tizza, haya sido suscrito y apoyado en las redes sociales por muchos de los que ahora son vilipendiados por el simple hecho de expresar y criticar lo que desde la condición ciudadana se puede entender que está mal y debe ser cambiado?
En todo ello hay una señal muy fuerte de una complejidad que no puede, ni podrá ser asumida desde las absurdas y muy probables indicaciones y directrices que puedan desprenderse para algunos de un tuit del Presidente de la República.
Tendrán que asumirse más temprano que tarde las responsabilidades que se tienen en la acumulación, no ya de contradicciones en el campo del Socialismo en Cuba –salvadas hasta ahora, a pesar de todo, por la comprensión de muchos actores del peligro del sectarismo, la intolerancia y la necesidad y urgencia de la unidad frente al enemigo–, sino en las inconsecuencias y la falta de coherencia muy graves que han estado manifestándose en los últimos años.
¿O si no, qué pasará? Acaso no les bastará a ustedes con amenazarnos con perder nuestros trabajos, con condenarnos al ostracismo político y social, con infundir el miedo a ser sincero como un mantra de lo políticamente correcto; a ustedes, los que ahora una vez más atizan el odio y la intolerancia y creen tener el monopolio de todas las preguntas y de todas las respuestas.
Ustedes, los que a pesar de que han escogido vivir en otras sociedades junto a sus familias, prefieren llamar resentidos a los que hacen ciudadanía día a día para que en Cuba no ocurran las mismas monstruosidades e injusticias que en las sociedades que les acogen; con tal de nunca señalar por su nombre y por sus hechos a la plaga de la arbitrariedad que aquí nos humilla y avergüenza; a los que nos acusan de moderados en sus panfletos, pero nunca serán tan radicales como para escribir sobre la injusticia y el poder caprichoso y sin límite que puede caer sobre cualquiera de sus conciudadanos, arrollando a su paso cada Ley de la República que se les ponga por delante, entre otras razones porque saben que allí donde publican, de ser así, no verían nunca la luz vuestros textos.
Ustedes, que acusan a otros de neoliberales y pro-capitalistas, que infatigables hablan y escriben de luchas de clases a sabiendas de las élites burocráticas y sus vástagos que ya se vuelven clase social delante de vuestros ojos y los nuestros.
Ustedes, que gritan a la ciudad y al mundo ser perseguidos y criminalizados, acosados y linchados virtualmente por decir una idea; que claman ante nosotros, pero a la vista de los poderosos por lo que es despreciable y abominable que ocurra así, pero que a nosotros nos sucede además en la vida «real», en nuestros centros de trabajo, en nuestras instituciones. Mientras, ustedes dicen, solemnes y compungidos: «Se le advirtió muchas veces» –y luego siguen tranquilamente sus existencias, felices e hipócritas, cómplices.
¿Hasta cuándo tendremos que soportar tanta pedantería y soberbia política? ¿Cuáles serán los costos que tendremos que pagar aún?
¿Será que aspiran, o están listos ya para inspirar, dar coartadas, o apoyar un escarmiento firme y que se nos arranque de noche de nuestras casas y familias, y se nos condene como delincuentes después de difamarnos y culparnos de todos los contubernios posibles con el enemigo? ¿Es eso?
Porque si ello llegase a ocurrir, será porque incluso así, marginados y pequeños, con nada más que oponer a un poder de ese tipo que nuestra coherencia y limpieza, nuestra honestidad, nos tienen como un obstáculo. Lo somos para la restauración capitalista en curso y expansión en nuestra realidad social y económica, esa que será necesariamente también la restauración del despotismo más mediocre y pueril, necesariamente brutal y cínico que hallamos conocido, pero imprescindible para aplastar las resistencias que la pobreza, la desigualdad y las injusticias nuevas generen, que la idea y la experiencia del Socialismo en Cuba aliente a ser rebeldía.
Cada cual debe hacer su parte, pero ahora que califican, además, de mentirosa a la publicación en la que he plasmado muchas de mis preocupaciones sobre los destinos de mi país, aunque después tengan que retirar sus publicaciones infames, escribiré una vez más sobre unas verdades que nadie podrá refutar.
Hace algo más de 18 meses, aprobada ya la Constitución, mis padres, familiares, y no pocos compañeros de claustro y estudiantes me preguntaron qué seguía: «Esperar por la Ley» –les dije.
Había ya para entonces recorrido desde finales de 2016 el largo camino de silencio hecho por la Fiscalía General de la República, los tres periódicos de alcance nacional del país y diversas instancias partidistas, ante las violaciones de la legalidad cometidas para despojarme primero de mi condición de Profesor Titular de la Facultad de Derecho de la Universidad de Oriente.
Supe desde el principio –y esto es algo muy importante– que ese largo camino no podría emprenderse ni hacerse como una búsqueda particular de la justicia, sino como un ejercicio de consecuencia con los valores de mi profesión, con los credos y enseñanzas sostenidos durante dieciséis años como profesor y con mi militancia política. «Será una clase más» –dije.
De hecho, a la entrada en vigor de la Constitución de 2019 me encontraba esperando a que se diera respuesta a un ejercicio del Derecho Constitucional de Queja y Petición interpuesto por mí ante el Presidente de la República.
Yamila Ojeda Peña, Fiscal General, a cuya institución de acuerdo a la indicación del mandatario cubano se remitió la atención de ese ejercicio de derecho –a pesar de ser esa propia funcionaria y el órgano que dirige cuestionados directamente por la violación de derechos constitucionales, del debido proceso y la legalidad, o quizás por eso mismo– nunca respondió, como tampoco el Presidente ante quien, en sentido estricto, se interpuso.
Respuestas del Departamento de Atención a la Población (Izq.) y de Yamila Ojeda Peña, Fiscal General de la República (Der.)
Hace muy poco una amiga me sugería con cariño y con otras palabras abandonar ya esa lucha, que desarrollara, por ejemplo, un proyecto comunitario exitoso. Mi respuesta, amable y cordial a su preocupación sincera, fue que mi proyecto comunitario era el Estado de Derecho que aquí se había dado el Socialismo.
Transcurridos 18 meses desde que el pueblo de Cuba aprobara la Constitución, el desarrollo legislativo de su Artículo 99 –que debió servir para restablecer los derechos conculcados, para evitar la impunidad y para que un simple ciudadano finalmente pudiera demandar a los que violan los derechos fuera quien fuera– ha sido pospuesto hasta finales del 2021.
Ciertamente da miedo pensar en cuántos ciudadanos serán los que en Cuba han sido avasallados, en cuántos proyectos de vida han sido sitiados y arruinados por un gesto de poder hecho a conciencia de la impunidad que le acompaña, de la deliciosa complicidad que proporcionan las indecentes relaciones endogámicas que se sostienen entre funcionarios pagados por nosotros mismos, en cuántos más conocerán aún la impotencia mientras se aplaza la única esperanza de justicia que les queda.
Yo no sé cuándo se acabará ese incivil y oscuro «pan de piquito» que nos ofrecen, porque no hay que esperar a una ley para hacer lo que la virtud obliga, lo que el honor propio demanda si se quiere conservar, si se gobierna a nombre del pueblo.
Tampoco puedo saber si al final de ese nuevo plazo, de esa posposición increíble que ya sabemos hará de la irretroactividad de la norma jurídica un atajo para convalidar todas las injusticias cometidas antes, constataremos el crecimiento en silencio y contra nosotros del Estado de Derecho de los funcionarios en vez del Estado de Derecho de los ciudadanos.
Apenas sé que incluso así, la gramática de la decencia y la dignidad seguirá sabiendo cómo llamar a los que violan la ley y gozan de la impunidad entre nosotros. También, que cada violación de los derechos de un individuo lo será siempre en realidad de los derechos de todos.
Desde que empecé esta clase hasta el momento que escribo estás líneas han pasado 1945 días. Lo he hecho sin pago, sin ingenuidad, sin miedo, sin vergüenza. Aún no acaba, ustedes también enseñan a mis alumnos.
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