Muerto. Su niño, que seguía siendo niño a los 26 años por una condición especial de autismo y ceguera, estaba muerto. Necesitaba una ambulancia y no llegó a tiempo. Una doctora se deshizo en gestiones. Ninguna funcionó como debía. En las redes, entre el dolor, la rabia y la frustración, los mensajes sumaban miles. Pero ya nada era reversible. Ni lo será más allá de intentos de explicaciones.
Quien tenga hijos, quien tenga sobrinos, quien haya visto morir un ser amado, quien tan solo ame y sea sensible podrá aquilatar en alguna medida lo que habrá sentido esta madre cubana, habanera, Maritza Barrios, cuando tecleó el mensaje que confirmaba la noticia de la muerte de Andy: «Buenas noches discúlpeme por no contestarles después les daré los detalles pero desgraciadamente mí niño falleció a las 6 dela tarde y les agradezco su preocupación pero acaba de traer y tengo que vestirlo gracias por su preocupación» (sic).
Si uno pudiera alejar los malos pensamientos, si uno pudiera deshacerse de la imagen terrible de una madre vistiendo el cuerpo sin vida de su muchacho, quizá todo sería más fácil. Pero no es posible. No nos es dada esa facultad.
¿En qué realidad viven y gobiernan los que manejan y usufructúan el país? ¿Cuánto se ha dicho y repetido y gritado hasta perder las cuerdas vocales que muchos hospitales están derruidos, que en la bolsa negra hay medicamentos necesarios al precio de miles de pesos que no gana un trabajador promedio; que los médicos, enfermeras y personal paramédico, con todo y su profesionalidad, no pueden lograr milagros? Ya hacen lo extraordinario cuando en consultas donde a veces no tienen ni un jabón para lavarse las manos después de una cura, siguen salvando vidas y dejando en el camino la suya propia.
«Cuba importó 236 tractores en 2020 por 3,907 millones de USD, con un valor promedio de 16,555 USD/tractor. La menor inversión en una habitación de hotel según la Cartera de Negocios es de 165 mil USD/hab. Con el “ahorro” de una habitación de hotel se comprarían 10 tractores», meditaba hace poco el economista Pedro Monreal. Pero se siguen construyendo hoteles. Y no hay tractores, ni ambulancias, ni comida, ni viviendas suficientes.
¿Hoteles para qué, para quiénes? ¿Para los nuevos dueños cuando los altos cuadros partidistas terminen de metamorfosearse en potentados empresarios de la Cuba post-utópica? ¿Para los Meyer Lansky y Lucky Luciano del siglo XXI cuando el proyecto de casino caribeño cancelado en 1959 se retome? Quién sabe. Pero algo intuye Liborio, el soberano sin trono, y tiene claro que esas habitaciones de lujo no serán para él ni en esta ni en la otra era.
Por eso huye. Junta a su grey y huye lejos del desbarrancadero. En un rapto que amalgama, para muchos, la mayor desesperación con la mayor rebeldía. Como una canción protesta entonada con los pies. A la desbandada, en estampida, sin frenos, a veces sin conciencia clara de hacia dónde van o qué pretenden.
Liborio junta a su grey y huye lejos del desbarrancadero. (Foto: ABC)
En nueve meses del año fiscal en curso —desde octubre de 2021—, 157,339 cubanos han arribado por vía terrestre a suelo de Estados Unidos. Cifra que ya destrona los éxodos masivos de Camarioca (1965), el Mariel (1980) o la Crisis de los Balseros (1994). Y en la estadística del Departamento de Aduanas y Protección de Fronteras estadounidense no se cuentan, por supuesto, los que se tragó el mar, los que alguna embarcación retornó antes de que llegaran a tocar tierra norteamericana, los que salieron a instalarse en otros destinos de Latinoamérica, Europa, África, Asia. ¿Cuántos serán en total? ¿200 mil? ¿Un cuarto de millón? Y dentro de ellos, ¿cuántas mujeres con niños pequeños?, ¿cuántos ancianos?, ¿cuántos profesionales?…
También la gente revienta. Sale a la calle a gritarle a puro pulmón a las fuerzas represivas y al que dicta la orden de combate desde su butaca encumbrada, las palabras que en la Isla ofenden más duro. Sucedió en Los Palacios. Aunque para las autoridades municipales y los sitios oficiales de prensa, todo se haya resumido a un leve «incidente», una «inconformidad con prolongado apagón por tormenta local». Rápidamente, y vulnerando a mansalva el derecho a la información, el monopolio ETECSA cumplió su papel cancerbero y apagó o ralentizó el servicio de internet, para que la pólvora de la insurgencia no se expandiera más allá de este terruño pinareño.
Pero esa venda forzosa, que todavía es un arma eficaz en manos del poder, poco a poco se va rasgando. Y hay imágenes que, dolorosamente, se resistirán al olvido.
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