Siempre he creído en el inmenso valor del debate honesto y desprejuiciado en cualquier aspecto de la vida, pero esto resulta particularmente importante en cuestiones relacionadas con las ciencias sociales y muy especialmente con el análisis y el ejercicio de la política.
Solicité al periódico Granma que me diera la oportunidad de replicar el artículo firmado por Antonio Rodríguez Salvador en el que me ataca directamente haciendo citaciones incompletas para manipular a los lectores que no han tenido acceso a lo que antes había escrito yo sobre el modelo económico y las tiendas en moneda libremente convertible. Sin embargo, hasta el momento de redactar estas líneas no ha habido respuesta del medio de prensa, ni han sido publicados mis comentarios en el sitio web.
Resulta lamentable, por no decir indignante, que para enfrentar posiciones teóricas o políticas se prefiera acudir al manido ejercicio de la descalificación, la calumnia y la mentira. Sin embargo, nada puede esconderse bajo el sol. Por ello, ejerzo con toda libertad y mesura el derecho a réplica que no me concedió Granma, eliminando de mi argumentación la hojarasca que acompaña al sarcasmo del texto en cuestión.
No tengo intención alguna de ser reconocido como «gurú», sin embargo, quizás los tantos años que llevo como profesor universitario me lleven a tratar de poner en palabras sencillas lo que a las personas que no tienen formación económica les parece algo proveniente de una «ciencia oculta», para usar el término citado. Precisamente, trato de hacerla visible y comprensible, sin perder el rigor teórico.
Escribo buena parte de mis artículos en el medio digital La Joven Cuba, que no es un medio contrarrevolucionario ni es financiado por el gobierno de los Estados Unidos. Sugiero acudir al sitio web y tomarse el trabajo de revisar «Quiénes somos» para entender la filosofía que inspira ese proyecto.
De forma específica, en el acápite «¿Cuáles son nuestros principios?» se dice expresamente: «No aceptamos contribuciones o donativos que tengan como objetivo manifiesto influir en LJC o imponer en Cuba preferencias políticas foráneas. En particular, rechazamos los fondos para cambio de régimen del gobierno de Estados Unidos, autorizados bajo el inciso 109 de la ley Helms Burton de 1996. Recibimos con aprecio cualquier contribución que respete la soberanía cubana y la Carta de la ONU».
He escrito, y lo repito, que el modelo de economía centralmente dirigida ha probado históricamente su fracaso. El derrumbe del llamado socialismo real en Europa Oriental y en la Unión Soviética fue el resultado —entre muchas causas más— de la ineficacia de ese modelo y de su incapacidad para reformarse.
China y Vietnam han tenido éxito económico precisamente por reemplazar la economía centralmente administrada por el funcionamiento del mercado regulado por el Estado. Lo explico con más detalle en mi artículo «El modelo económico y las tiendas en MLC en Cuba».
El articulista distorsiona lo que afirmé acerca del papel económico que, en mi opinión, debe tener el Estado cuando dice que yo critico «la distribución centralizada de productos básicos». Lo que en realidad dije es que «el Estado, además de trazar las líneas estratégicas del desarrollo y orientarlo a través de la política económica —lo que es correcto—, también exporta, importa, asigna materias primas y bienes de capital a las empresas, les dice qué y cuánto deben producir, monopoliza el comercio exterior, las comunicaciones, la banca, las construcciones, los servicios sociales, la mayor parte del transporte y del comercio doméstico».
Y dije que ese modelo no funciona, ni va a funcionar. Se que esta opinión es contraria a la del ministro de Economía y Planificación y probablemente a la de buena parte de los funcionarios del gobierno. Pero es mi opinión y no solo tengo el derecho a expresarla, sino que también es mi deber. Y el argumento es que mientras el gobierno se desgasta en actividades que deberían estar en manos del sistema empresarial, con independencia de la forma de propiedad, pierde el rumbo de lo que debería ser su función económica en una economía moderna.
Esto no es solo un error, sino una irresponsabilidad política porque los errores de política económica se pagan con el empeoramiento del nivel de vida y el bienestar material de la sociedad y ello tiene severas implicaciones políticas.
No sé por qué se hace referencia a la economía y los problemas sociales de Colombia en un texto en el que se critica a otro escrito sobre Cuba. El articulista se pregunta «¿por qué las recetas del señor Parrondo no funcionan para Colombia?». Aunque no soy un especialista en la economía colombiana, he escrito sobre algunos de sus problemas pero este no es el caso que aquí se debate.
Obviamente conozco sus problemas porque enseño en ese país, pero nunca he dado «recetas» ni para Colombia ni para Cuba. Mis textos expresan mis opiniones, no mis recetas. Una de mis libertades como profesional y como ser humano es escoger sobre qué escribir y al escribir sobre Cuba, sobre China o Vietnam, sobre la historia del socialismo, estoy ejerciendo esa libertad.
Sobre la cuestión del tipo de cambio, en política económica, y la política cambiaria es una de ellas, no existen verdades absolutas, como en casi ningún área del conocimiento. Respecto al sistema cambiario hay argumentos a favor y en contra de que sean fijos o flexibles.
Los tipos de cambio fijos le dan estabilidad a la relación entre la moneda nacional y las extranjeras pero eso no significa que puedan establecerse arbitrariamente porque, a fin de cuentas, el tipo de cambio es el precio de la moneda nacional expresado en monedas extranjeras.
Si se establece un tipo de cambio por debajo de su valor de mercado y no existe forma de que a través del mercado formal se asegure una oferta de divisas extranjeras que sostengan el precio establecido por la autoridad monetaria, simplemente ocurre como en cualquier mercado en el que se topan los precios de los bienes escasos: se vuelven más escasos, se crea un mercado informal y en él, el precio de esos bienes escasos es más alto. Esa lógica funciona igual en el mercado cambiario.
Varios colegas a los que respeto y admiro son partidarios de mantener un tipo de cambio fijo para asegurar la estabilidad cambiaria. Yo también sería partidario de esto si las condiciones de la economía cubana no fueran las de la gran incertidumbre existente y, sobre todo, su altísimo nivel de vulnerabilidad externa. Por eso soy partidario, en las condiciones actuales, de un tipo de cambio flexible pero regulado por el Banco Central con una banda de fluctuación, precisamente para frenar la actividad especulativa que llevaría a una devaluación exagerada.
En estos momentos ésa es la realidad del mercado cambiario cubano, caracterizado por una gran incertidumbre que refleja la vulnerabilidad externa del país y la insuficiente confianza en la política económica. ¿Es duro decir esto último? Sí, es duro, pero es necesario. Y esto, como todo por supuesto, puede debatirse con argumentos, no con diatribas ni descalificaciones.
Los tipos de cambio fijos aseguran estabilidad mientras puedan ser sostenidos en el mercado por la autoridad monetaria. Cuando en este los valores se alejan del tipo oficial, significa que ha dejado de cumplir su función económica.
El tipo flexible, en contraste, permite ajustar los precios relativos de la economía en condiciones más cercanas a las de la economía internacional y entre sus ventajas podrían mencionarse las siguientes: a) los choques externos se ajustan a través del tipo de cambio; b) en el caso de que el tipo flexible conduzca a la devaluación, se favorecen los productores nacionales porque las importaciones se encarecen y se facilita la sustitución de importaciones con producción nacional, también se favorecen los exportadores porque se abaratan los precios de las exportaciones expresados en monedas extranjeras, lo cual hace más competitivas nuestras exportaciones.
Lo que pasa en el caso cubano es que tenemos una industria postrada por escasez de capital, materias primas y de tecnología y un sector agropecuario que no produce lo suficiente y tienen deformaciones estructurales muy fuertes que limitan su capacidad de reacción frente a una eventual flexibilidad cambiaria. Mientras tanto, subsisten infinidad de restricciones al emprendimiento.
De ahí que resulte necesario adoptar medidas que impulsen la producción doméstica de bienes y servicios y que se estimule la inversión extranjera en proyectos productivos. Pero esto es necesario hacerlo creando las condiciones adecuadas para un clima favorable y estable para los negocios. En ningún momento he propuesto privatizaciones masivas, sino un mayor espacio a los sectores privados y cooperativos en coexistencia con el sector público, sin la existencia de monopolios de ningún tipo de propiedad.
¿Qué tiene que ver eso con una terapia de choque? ¿Qué tiene eso que ver con el pensamiento de Milton Friedman? Absolutamente nada. Las terapias de choque son aquellas que descargan sobre la población, y especialmente sobre los trabajadores y los pensionados, los costes de los ajustes económicos. No hay nada de esto en mis planteamientos.
De hecho, he sido muy crítico con la política de pensiones adoptada en el llamado «Ordenamiento», que tiene todas las características de una terapia de choque. Y para no repetirme, sugiero la lectura del texto «Los jubilados de la Revolución».
Resulta necesario precisar algunas cuestiones acerca del impacto de una devaluación sobre los precios internos, porque el autor estableció relaciones erróneas que es necesario aclarar. La devaluación solo afecta directa y proporcionalmente los precios domésticos de los productos importados. Cuando se trata de productos fabricados en un país con componentes importados, los afecta en la proporción de estos componentes en el costo de producción. De ahí la importancia de desarrollar la producción nacional como alternativa a la importación en condiciones de devaluación.
Los salarios no tienen por qué ser los mismos. Muchos países establecen ajustes de salarios, o al menos los salarios mínimos, en función de la inflación, pero es sabido que eso puede convertirse en una especie de «bola de nieve» que no soluciona los problemas fundamentales.
Considero que el principal reto de la economía cubana es incrementar la producción de bienes y servicios y para ello es necesario adoptar todas las medidas económicas que conduzcan a lograrlo, y pasa por la necesidad de destrabar las fuerzas productivas. Para mí eso significa desplegar toda la capacidad de emprendimiento que existe en la población cubana, no importa si se trata de empresas estatales, privadas o cooperativas.
Finalmente, considero que los cubanos debemos y también merecemos asumir la responsabilidad de nuestro destino. La soberanía nacional no es concebible sin la de su propio pueblo sobre su vida. No es posible seguir apostando a un país en el que la juventud debe emigrar para prosperar y para ayudar a los suyos que quedan detrás.
Necesitamos un país en el que quepamos todos y en el que las diferencias sean resueltas mediante el ejercicio democrático. Solo en una democracia real podremos sentir que realmente somos propietarios colectivos de los medios de producción fundamentales que define a una sociedad socialista. Pero esto no debe ser el resultado de la imposición sino de la construcción de un nuevo consenso social.
Podríamos empezar por el respeto a la opinión contraria y a la posición política diferente. Fundar una «república con todos y para el bien de todos» no puede ser una consigna vacía de contenido, sino que debe expresarse en una nueva cultura política que nos permita crecer como sociedad.
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Este texto fue publicado originalmente en el blog personal de su autor.
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