El término “dinámica de trincheras” se ha usado repetidamente para referirse a un tipo de intercambio que se ha establecido en las redes sociales de internet (RSI) con relación al tema político cubano, y que viene recibiendo particular atención de los medios en los últimos meses. Efectivamente, las usuarias de RSI que discutimos sobre Cuba habitamos un escenario muy polarizado; nos movemos en cámaras de eco que impulsan la autoafirmación hacia posturas cada vez menos reconciliables, ahondando por igual las trincheras del macartismo y las del leninismo ortodoxo.
El fenómeno, no obstante, está lejos de ser únicamente cubano. En los últimos años ha aparecido un número creciente de investigaciones en revistas científicas de alto impacto que intentan descifrar las claves profundas de la emergencia y consolidación de tribus y burbujas en las RSI, particularmente las relacionadas con temáticas polarizadoras. Es un cuerpo de estudios floreciente y complejo donde se emplean enfoques epistemológicos tan distantes como los de la psicología cognitiva y la física estadística.
Y es que, más allá del interés académico, la polarización política exacerbada con la ayuda de Twitter, Facebook o Telegram comienza a amenazar la estabilidad misma de las democracias liberales, impidiendo la generación de consensos amplios que permitan el avance de la sociedad. En la última década las RSI pasaron de ser un medio alternativo de propaganda electoral a convertirse en el centro preferencial de información y debate político.
Paralelamente, el modelo de representación política capitalista entró en una crisis que es visible en lo externo por cismas macroscópicos específicos como el del Brexit, Trump o Bolsonaro, pero que es mucho más general, y que tiene a lo interno una dimensión institucional (estructural) importante.
La representación política es un concepto en constante evolución. Que se vea afectada por los cambios sociales no es nada nuevo. De hecho, las cámaras de eco no son siempre entornos acríticos de simple repetición de mensajes; y ciertamente tampoco son un producto nacido de internet. En cierto modo, una cámara de eco es justamente lo que un partido político genera idealmente en su militancia: una suerte de think tank de base.
El problema es que las RSI, a diferencia de las redes sociales tradicionales, son en gran medida un sistema auto-organizado, donde a menudo es difícil para las élites mantener el control sobre los discursos, y donde las posiciones extremas se ven inevitablemente reforzadas por el alcance y la masividad sin precedente de las interacciones. Con las RSI estamos cada vez más cerca de personas que piensan exactamente igual a nosotras, y cada vez menos obligadas a interactuar cordialmente con quien piensa diferente: el cóctel perfecto para los extremismos.
Quizás no debía preocuparnos tanto la democracia liberal.
Si en algo se puede dar crédito al capitalismo es precisamente en su probada resiliencia. Y habría aún que recordar que el elemento democrático en el capitalismo no es ni esencial ni fundacional, sino una expresión de esa resiliencia, configurado para suavizar las asperezas de la representación. La forma original en la que Francia y EEUU se concibieron fue la de repúblicas de gobierno representativo; y se habla de sufragio y representación como sustento de la plataforma antimonárquica, pero no existe el término democracia en ninguno de sus documentos fundacionales.
Esa eterna y peligrosa puja de poder-en-las-representantes versus poder-en-las-ciudadanas, que no fue resuelta de inmediato con las revoluciones políticas del siglo XVIII, encontró finalmente distensión en la forma burguesa de democracia de partidos. Hoy para muchas académicas está bien establecido que el modelo de democracia liberal solo fue posible cuando, tras un cuidadoso consenso teórico, se diseñó un modo en el que el voto popular no sería peligroso ni para la propiedad, ni para el mantenimiento de una sociedad dividida en clases. Este punto, lejos de ser ocioso, tiene mucha importancia práctica, porque ayuda a desmontar la lógica que hoy identifica a la democracia con “la democracia liberal”, que no es sino una implementación particular del concepto.
No hay dudas de que la democracia liberal ha servido como medio de desarrollo y consolidación de un grupo específico de derechos humanos, mayormente de primera generación. Mas no por eso deja de ser un diseño de democracia subordinado a los intereses de una clase, en cuya agenda inmediata no figura la justicia social ni varios otros derechos humanos básicos. Mucho más interesante entonces, desde nuestra perspectiva y quizá también desde una perspectiva general anticapitalista, es pensar el efecto que las RSI y la revolución tecnológica de la comunicación está teniendo para la democracia popular, y en particular, su efecto en el sistema cubano de democracia participativa.
La democracia popular, que nace de las luchas de la clase proletaria en los primeros modelos de socialismo, entendió desde el inicio que un sistema de partidos políticos, dosificando la pluralidad bajo el visto bueno de la clase burguesa, solo podría ser consistente con la explotación de las mayorías. Tras la breve pero intensa experiencia de la comuna de París, esta democracia reaparece con el modelo fundacional ruso de todo el poder para los sóviets, materializando la aspiración popular de un gobierno emanado de las ciudadanas.
Así, en un mundo que entendía la democracia liberal como lo que es: un mecanismo incompleto, orgánico a las élites económicas, y aun cuando en la práctica el nuevo mecanismo de democracia popular devendría también en instrumento de una élite, esta vez político-burocrática, los países que reivindicaban las revoluciones socialistas daban un valor central a la implementación de la democracia, en el entendido consenso de que así, a secas, significaba democracia popular, la verdadera.
De ahí la recurrencia de los términos democrática y/o popular en el nombre de la mayoría de las nuevas repúblicas socialistas, cuyo foco en un grupo de derechos humanos, típicamente de segunda generación, impulsó las luchas cívicas por los derechos de las mayorías en todo el mundo.
Cuando se restablece la democracia en la Cuba revolucionaria lo hace en forma de democracia popular.
Así, reivindica el modelo socialista de participación como plataforma para la elección del legislativo y la posterior formación de gobierno. Hemos heredado entonces un sistema electoral estructuralmente antiburgués, pero al mismo tiempo implementado con los defectos de representación que acompañaron a la práctica democrática del socialismo real; a saber, un control estricto del partido comunista, particularmente en los niveles de representación medio y alto.
Adicionalmente, el contexto de guerra fría, extendido hasta el día de hoy en la agresión imperialista hacia Cuba, ha ayudado a mantener una serie de escollos sociales largamente anacrónicos para el ejercicio de la libre expresión, asociación y otros, que impiden un debate democrático eficiente.
Es quizá muy temprano para aventurar un análisis demasiado fino sobre el impacto que las RSI tendrán en un modelo de democracia como el nuestro. A todas luces el elemento más importante parece estar conectado con la facilitación a través de internet de vías nuevas de expresión, asociación e interacción. O sea, no solo el impacto de su escala global, sino incluso la mera existencia de estas vías fuera de los canales institucionales establecidos.
Desde el punto de vista del alcance y la masividad, el debate político cubano sufre ahora los mismos problemas de polarización que en otras latitudes. Más aún, la sociedad cubana se va insertando en una agenda temática global que ya estaba muy polarizada desde antes, y que contiene áreas disímiles, muchas veces relacionadas con los derechos y las perspectivas de las minorías.
A pesar de la emergencia de discursos de odio, este ensanchamiento del debate activo influye o está llamado a influir positivamente en la calidad de la democracia cubana, resolviendo uno de los puntos débiles de la concepción democrática popular: la visibilidad de los grupos minoritarios.
La creciente visibilidad en las RSI de las minorías y en general de los sectores menos favorecidos ofrece una fortaleza sin precedente para el debate democrático en Cuba, energizando desde el espacio digital las funciones tradicionales de las asociaciones, del periodismo y de la rendición de cuentas de los cuadros del gobierno. Puede que nuestra democracia aún no asimile bien este brusco reacomodo de los códigos de tolerancia, la falibilidad de las fuentes y la relatividad de los mecanismos de autovalidación, pero es capaz de hacerlo perfectamente y es un efecto que ya puede verse, cuya influencia el mismo gobierno ha reconocido en un par de ocasiones.
En la velocidad de esta asimilación influye negativamente el rol de las actoras financiadas de forma ilegítima, o sea, con dinero para cambio de régimen. No solo porque generan una distorsión muchas veces artificial del debate, sino porque acentúan la constante necesidad de identificar y denunciar esas fuentes ilegítimas, complicando el actuar racional de los amplios mecanismos cubanos de defensa de la soberanía y seguridad del estado.
Este aporte de las RSI al debate democrático cubano es más bien de arriba hacia abajo.
La mejor percepción de las minorías, la expresión ciudadana sobre temas de interés general y el espíritu de fiscalización a las representantes influye de forma directa sobre las estructuras legislativas y de gobierno naturalmente con más fuerza en los niveles medio y alto.
En esa dirección ya hay muchos esfuerzos de creación de sistemas y aplicaciones informáticas de fiscalización, de datos abiertos, de gobierno electrónico, etc., tanto desde la sociedad civil como desde las instituciones del estado, que más allá de las RSI van conformando el grupo de herramientas imprescindibles para la interacción de las representantes con las electoras.
Pero hay un segundo aporte potencial, profundamente orgánico al desarrollo de la democracia popular, que consiste en la implementación de sistemas concebidos para fortalecer la organización ciudadana de abajo hacia arriba. Esta variante de interacción digital enfocada al territorio y la participación comunitaria ha sido poco explotada por las actoras regulares de internet y las grandes desarrolladoras de RSI más allá de servicios de citas y mapeo de trayectorias e intereses locales. Sin embargo, en el centro de esta concepción territorial se encuentra una idea relativamente nueva y peligrosamente tangencial para los mecanismos de democracia burguesa: la democracia 2.0.
La idea de la democracia 2.0 se basa justamente en explotar el poder de integración de las actoras electorales por medio de internet, y es compatible con una estructura territorial, con diseños enfocados hacia la elección. En un contexto de democracia liberal, el espíritu de la democracia 2.0 es doblemente novedoso. Por un lado, aprovecha las nuevas tecnologías de comunicación para organizar el debate y la expresión ciudadana, y por otro produce un empoderamiento activo de las bases electorales.
Este empoderamiento tiene su expresión más obvia en la natural nominación de representantes, opuesta a la existencia de representantes designados a priori con discursos precalculados por un partido. Así, es comprensible que las concepciones sobre democracia 2.0 en el mundo se estén desarrollado mucho más en una dirección puramente legislativa que hacia mecanismos que involucren elección de representantes.
Al día de hoy, no obstante, valiosos intentos de implementación práctica en ambas direcciones dentro del sistema liberal comienzan a engrosar una experiencia. Para ver dos ejemplos, las interesadas pueden visitar la plataforma electoral francesa La Primaire y la aplicación brasileña de interacción con el legislativo Poder do Voto, ambas organizadas por la sociedad civil.
Debemos notar que esta aproximación de abajo hacia arriba, que es transgresora para el sistema democrático del capitalismo real, tiene una lectura muy diferente desde un sistema de democracia popular como el cubano, donde los elementos esenciales de democracia 2.0 entran suave y naturalmente en el proceso electoral, particularmente en los actuales mecanismos de base que no tienen ninguna contradicción de principio con los fundamentos de las estrategias de elección de representantes en la red.
Contrario a la mayoría de los países, la implementación de sistemas inspirados en la democracia 2.0 no cambia la esencia de una democracia como la cubana, y sí podría impulsar de forma decisiva la calidad de nuestro proceso electoral desde la base.
La novedad que contiene la interacción social online en la discusión de opiniones y puntos de vista a nivel de comunidad, validación de acciones, retroalimentación de propuestas y, sobre todo, el amplio espectro de inclusión que se puede lograr con su componente interactivo, va mucho más allá de la idea de democracia 2.0. Si bien ésta gozaría de una función privilegiada de conexión entre la micro- y la macroescala de la democracia popular. En cualquier caso, la revolución de las comunicaciones y las RSI todavía tiene muchas cosas que decir en el ejercicio democrático de una sociedad como la nuestra, y una de ellas es que hay mucho espacio en el fondo.
La comunidad es un espacio ávido de iniciativas.
¿Arrastrarían las iniciativas territoriales los mismos males de intolerancia y odio propios de las RSI masivas hacia el debate comunitario? Puede ser. Aún para la microescala esto sigue siendo un problema que necesita estudio y sistematización. Pero hay muchos motivos para esperar que en un contexto local las personas terminen siendo mucho más tolerantes e inclusivas. Y la clave es la empatía.
El hecho no solo de interactuar para efectivamente cambiar algo, sino hacerlo desde el debate con las personas que te rodean en el espacio tridimensional, dentro de una comunidad en la que se han desarrollado de forma personal afectos y compromisos de convivencia. Hay mucha evidencia sobre el rol de la empatía en la generación de consensos a través de la valoración emocional de las experiencias ajenas y su importancia para la otra.
Sería un feliz acierto si la solución al discurso de odio y polarización del debate cubano pasara justamente por una expansión participativa hacia la microescala, apoyada en las estructuras democráticas populares. Es una esperanza razonable; se ha dicho incluso que el problema del odio y la intolerancia en Cuba, más allá de casos particulares, es mayormente una pose, porque es algo que hace tiempo la familia cubana resolvió dentro de sus casas, donde descansa el componente más original de lo que somos. ¿Cuánto podrían ayudar entonces unas RSI con estructuras de barrio?
La dinámica de trincheras es una imagen sangrienta pero metafóricamente ajustada. Se pelea ferozmente en las RSI, en los blogs y en cuanto lugar admita opiniones. Pero más peligroso es que estemos intentando mejorar ese intercambio desde la misma lógica liberal de bandos como única expresión democrática posible. Es hora de comenzar a pensar en las crecientes oportunidades del nuevo escenario comunicacional y conectar el sistema de democracia popular cubano con las RSI, en modelos de debate que empoderen al barrio y legitimen los consensos y las representantes desde un intercambio honesto basado en la empatía.
En medio de la primera guerra mundial, donde la dinámica de trincheras (en el sentido estricto) llegó a su máxima brutalidad, a menudo las líneas enemigas quedaban tan cerca que soldados de uno y otro bando se escuchaban a gritos. Algunas veces, cuando lograban un idioma común, comenzaban por preguntarse noticias del fútbol y del clima… Las treguas de navidad son un episodio impresionante y significativo de la historia humana, donde soldados que se han estado matando por centenares durante muchas semanas, deciden espontáneamente en algún punto detener la guerra; ninguno siendo menos alemán o británico. Son de esperar lamentables consecuencias, escribía un comandante francés en la misma contienda, cuando los hombres se familiarizan con sus vecinos del bando opuesto.
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