Mi verso es de un verde claro
Y de un carmín encendido:
Mi verso es un ciervo herido
Que busca en el monte amparo.
José Martí, Versos sencillos V
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To say the things they truly feels,
and not the words of one who kneels.
The record shows I took the blows,
and did it my way.
Frank Sinatra, My Way
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El 2022 será un año bueno para mí, pero —como suele ocurrir en el oficio de escribir— se lo debo al horror de la realidad. Esto me deja un sabor agridulce, un conflicto ético latente que me acompañará el resto de mi vida, pues nada puedo hacer —en el exilio— contra los efectos combinados de la pandemia, el clima y el gobierno sobre mi pueblo.
Soy una ladrona de historias, una infeliz que llora en la oscuridad ante la palidez de las ficciones que intentaron predecir este tiempo, la pobreza imaginativa de mi gremio, y la asombrosa capacidad de la burocracia cubana para torcer las palabras asociadas al socialismo en su indetenible búsqueda de métodos mejores para la explotación económica, la persecución social y la mentira.
Desde el verano de 2021, el horror detuvo mis dedos y aceleró las pesadillas. Lo intenté, juro que lo intenté: leí a Julio César, a Zuleica, a Alexander, a Mylai. Leí los testimonios, y los reportajes, y los ensayos legalistas o políticos. Pero yo no puedo escribir en ninguna de esas formas sobre esto que nos pasa como sociedad, como nación.
Mi texto es ficción de tesis, es un ensayo apócrifo, lo terminé y respiré. Una semana después, a propósito de varias charlas con colegas y amistades, me desperté con una lista de razones por las cuales es tan bueno como cualquier ensayo. Me doy cuenta de que llevo una semana justificándome, defendiendo lo que ya está inventado, lo que hombres y mujeres blancas de Europa ya hicieron, pero al parecer no es pertinente para una negra del Caribe hispanohablante.
Así que ahí va, mi defensa a toda la literatura política y su valor testimonial.
Razón 1: La forma es parte del mensaje. Es una declaración política acerca del absurdo y la crueldad de todo lo ocurrido. Yo, intelectual hija de la Revolución, estoy paralizada de horror ante los hechos del 11 de julio de 2021 y su continuidad hasta marzo de 2022, razón por la cual soy incapaz de comentarlas desde convenciones ensayísticas. Yo solo puedo hablar de esto desde la literatura distópica. Esa es mi voz.
Razón 2: Esto no es nuevo. El ejemplo más famoso de «ensayo apócrifo» contemporáneo acaso sea «El informe Lugano. Cómo preservar el capitalismo en el siglo XXI» (Susan George, 1999). De hecho, mi texto está dedicado a ella. Jonathan Swift también denunció los efectos del colonialismo británico en Irlanda con su «Una modesta proposición para impedir que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o para el país» (1729). El valor expresivo e intelectual de mi apócrifo no es menor que el de un ensayo, así que no aceptaré ser castigada por mi elección de forma literaria.
Jonathan Swift
Razón 3: Siempre miramos al mundo a través de una colección de voces y perspectivas. Vivimos de antología en antología. Una antología de textos políticos tiene como hilo conector la política, no el género literario. Mi texto se unirá en el futuro a los de Dmitri Prieto, Mel Herrera, Lucía March y otras voces, porque hablamos de lo mismo: el estallido social del 11 de julio de 2021. No tenemos que satisfacer las ansiedades formales sobre cómo se puede denunciar la realidad.
Razón 4: Cuando se exige que un «texto diferente» sea reajustado en nombre de la coherencia con el estilo convencional que usa «la mayoría» para analizar la realidad, casi siempre el modelo refiere al ensayo latinoamericano o anglosajón. Dejemos las cosas claras: con ese gesto no se persigue la claridad editorial, sino el borramiento de la diversidad. Este tipo de actitud niega el valor intelectual de las formas de análisis crítico que no se ajustan a modelos eurooccidentales, masculinos, blancos y heterosexuales.
El gesto degrada la ficción a testimonio de segundo o tercer orden frente a la realidad «objetiva» que describen de modo «racional» quienes fueron a la escuela superior. Esta lógica es simple y vergonzosa complicidad con la violencia epistemológica del Occidente Heteropatriarcal y Blanco, reifica y defiende el silenciamiento de voces intelectuales disidentes, grupos históricamente excluidos de la construcción de sentido social, otras ontologías y recursos expresivos. Eso no es lo que debería defender la izquierda.
Conclusiones:
1- No es mi trabajo reescribir mis textos para satisfacer a quienes se erigen como jurados de las formas desde las mismas lógicas de poder académico que me excluyen por mi identidad y mis intereses.
2- La labor editorial —dura, valiosa y respetable— no incluye el derecho a exigir o practicar «operaciones de reasignación de género literario» para que los textos «encajen» en modelos preestablecidos y que nunca fueron la única manera de mostrar/ explicar/ denunciar el mundo.
#MiDolorEsVerdad #LaCulturaEsTodo
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