En los últimos cinco años, la presidencia de Miguel Díaz-Canel ha enfrentado numerosos desafíos. Su mandato comenzó en 2018 con la incidencia de una política exterior de la administración Trump caracterizada por la agresividad y la irracionalidad, imbuida en una mentalidad de suma cero. A principios de 2020, la pandemia de la Covid-19 empeoró la situación económica a nivel global, y Cuba, un país dependiente de las remesas y el turismo, no quedó inmune a los efectos de esta crisis. Recientemente, la invasión de Rusia a Ucrania ha debilitado en los planos político y económico a uno de los principales aliados del gobierno. Venezuela, el otro gran socio, también sufre una crisis política y económica, que parece ser reversible a largo plazo.
Si bien no es posible controlar el contexto internacional, sí lo es moderar la respuesta a estas condiciones. Cuando asumió la jefatura del Estado en 2018, Díaz-Canel apostó por considerarse abanderado del continuismo estático tras los aires refrescantes del 2016. Como era predecible, esa decisión (¿o imposición?) afectó negativamente la psicología social, y disminuyó la esperanza de progreso en la Isla. Si bien es humano errar, es irresponsable a estas alturas no rectificar el discurso inmovilista, en especial luego de los sucesos del 11 de julio de 2021.
Cinco años después de asumir la presidencia, Díaz-Canel aún no ha logrado trasladar a los ciudadanos una idea clara de progreso. Las manifestaciones de insatisfacción y disenso son cada vez más reprimidas por el Ministerio del Interior, bombero de los pirómanos ortodoxos del Partido Comunista.
La respuesta al inmovilismo no se hizo esperar: el 11 de julio de 2021, el mandatario recibió su primer llamado de atención. A partir de ahí, y ante la represión desatada, muchos cubanos han optado por emigrar. Da lo mismo si es a Miami, a Madrid, a México o a Montevideo. Basta confirmar que, desde octubre de 2020, más de 413.000 cubanos han arribado de manera irregular solo a los Estados Unidos (aproximadamente un 5 % del censo electoral de 2023). Un país que ve a sus mejores hijos marcharse, no deja de sospechar de aquellos que le dirigen.
(Foto: Reuters)
En un sistema cerrado a las críticas y que vive en una situación de autocomplacencia, el gobierno sigue apostando por la censura, el falso triunfalismo, la improvisación y el reconocimiento superficial de errores, sin estrategias constructivas a largo plazo. El país aún mantiene un elevado índice de economía informal y existe desconfianza generalizada hacia la política bancaria y fiscal en la nación, justificada ante la escasa preparación de sus «mandamases».
Además, con un espacio de acción muy reducido y números insuficientes, las micro, pequeñas y medianas empresas (MiPymes) han quedado relegadas, salvo raras excepciones, a ser actores secundarios en una economía precaria.
La incertidumbre continuará. Los indicadores económicos son alarmantes, con números rojos que se acumulan. Los niveles de recuperación del turismo languidecen comparados con los otros mercados de la región (apenas el 15 % de ocupación habitacional), y de esta forma se ve comprometida la principal fuente de ingresos del país. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) ubica a la Isla entre los países con más baja inversión extranjera de América Latina. La población se torna cada vez más envejecida, con las consecuentes implicaciones socioeconómicas.
(Foto: Diario de las Américas)
Para colmo, el gobierno se mantiene leal a una política exterior revisionista y controvertida de la mano de Venezuela, Nicaragua, Rusia y Bielorrusia, Estados con una tensa relación con las organizaciones internacionales y buena parte de los países occidentales. La relación, pagada a conveniencia con petróleo más barato, es cuestionable ante la crisis energética actual. Incluso empeorará con un parque termoeléctrico cada vez más obsoleto y deficiente, sin perspectivas de inversión.
Con una economía empobrecida y un gobierno ideológicamente aislado, es notable la disminución de la influencia de Cuba en la región. En este contexto, la única esperanza de la élite política cubana parece ser la asunción de un papel de satélite chino en una eventual guerra fría entre China y Occidente.
9 comentarios
Los comentarios están cerrados.
Agregar comentario