La consigna «Valen todos», tomada del nombre de una telenovela brasileña de moda en Cuba por 1992, sorprendió a la mayoría de los cubanos. De inmediato se desplegó una extraordinaria campaña, que dura hasta hoy, para convencer a las personas de que el «novedoso y revolucionario concepto»1 es un aporte a la democracia electoral.
Quienes seguíamos de cerca el proceso de instauración del poder popular, desde sus inicios en la década de los setenta, quedamos impactados: Veíamos en televisión, defendiendo que votáramos por todos los propuestos, por ser igualmente valiosos, a quien antes había afirmado exactamente lo contrario: que el elector debe tener siempre la posibilidad de escoger al candidato de su preferencia. Lo que hasta ese momento había sido correcto se convirtió de repente en incorrecto, y viceversa.
Desde hace al menos dos milenios, se repite que hay tantos pareceres como seres pensantes (quod homines, tot sententiae, afirmaban los latinos), y es imposible reunir en un mismo lugar, pongamos por caso un parlamento, a varios cientos de personas unánimes en un criterio. Pero desde su nacimiento el funcionamiento de la ANPP desmiente este axioma: En ella la unanimidad de criterios, sostenida por décadas, es la norma.
Es innegable el aporte conceptual: Las sesiones de la ANPP son la excepción a la regla general de la diversidad natural de pareceres. Lástima que tantas personas, en Cuba y el resto del mundo, no valoran de forma positiva esa excepcionalidad.
No hace falta entender nada, pues no hay nada que entender; tampoco hace falta entender por qué en las elecciones cubanas el verbo elegir no significa, como en el resto del planeta:
seleccionar, escoger, preferir de entre un grupo de posibilidades lo que se considere mejor
Lo que hace falta es acatar la consigna y votar por todos, para mantener la unidad de la nación y salvar la patria.
Acatar es un principio inviolable en cualquier religión. No cumplirlo es incurrir en soberbia, pecado capital: Si hoy elegir es seleccionar, selecciono; si mañana es ratificar lo seleccionado por otro, ratifico. Una «voz autorizada» lo estableció así, y ella nunca se equivoca. Hurgar en los archivos para averiguar si en otras ocasiones la «voz autorizada» afirmaba algo diferente es incurrir en herejía, también pecado grave.
Recientemente, en uno de los muchos programas de TV dedicados a las elecciones (en Cuba los candidatos no hacen campaña con dinero procedente de su bolsillo o de donaciones, nos recordó una profesora en el programa…, pagado con fondos públicos) se mencionó la demonización de las elecciones por parte de «algunos enemigos», y se repitió que el voto es libre y nadie está obligado a aceptar la candidatura tal cual aparece. En otras palabras: Se puede votar por todos o por uno solo, y se puede votar en blanco.
Pasemos por alto las descalificaciones; no merecen contestación. Veamos la afirmación de que votar en blanco demuestra que el voto es libre, esgrimida contra quien cuestione el modelo «Valen todos».
Soy libre de votar en blanco, incluso de no acudir a votar. Pero, ¿cuál es el valor de esa libertad? Como en Cuba el voto no es obligatorio (no solo aquí, tampoco en otros países,), puedo abstenerme de asistir al colegio electoral y no pasa nada. Simplemente, como en otras partes, no entro en las estadísticas; apenas soy un ciudadano que declinó hacer uso de un derecho constitucional.
En cuanto a la «libertad» de votar en blanco en la ley cubana, es un nuevo concepto de «libertad» que acaso se deba incorporar al diccionario del español. Es similar a la libertad concedida al hijo pequeño: «Puedes ponerte esos zapatos si quieres, pero no me sales de casa». Como él ansía salir a jugar, «elige» ponerse los zapatos que le impongo. ¿Fue libre su elección? ¿Eligió los zapatos, o acató mi decisión? Similar es mi derecho al voto en blanco.
Invito a leer la ley a quien desee comprobar si es como afirmo o no.
El enemigo demonizador del proceso electoral no son los opositores al gobierno ni quienes, sin serlo, denuncian el «Valen todos». Quien demoniza el proceso electoral es la propia ley. Por algo la propaganda nunca cita más que uno o dos artículos generales.
No pido a nadie creer cuanto afirmo. Solo insisto: Si, en lugar de repetir consignas o acatar dogmas, usted busca la verdad, aplíquese a la lectura de la ley. En particular, deténgase en sus artículos 115, 119, 121, 123, explícitos en cuanto al voto en blanco. Todos establecen lo mismo: apartar las boletas anuladas y las boletas en blanco, contabilizar solo las que tengan votos válidos. Y los votos válidos son: por uno, por más de uno, por todos. El resto, según esos artículos, no cuenta.
Por mi parte, he leído muchas veces el texto de la ley. Por eso me opongo a ella. Solo aclaro: Con mis textos no hago propaganda ni al voto en blanco, ni a la abstención, ni a nada. Apenas expongo la realidad de una ley contraria a un elemental principio democrático, en un país cuya Constitución afirma la existencia de un Estado de derecho. Tampoco juzgo a quienes componen la lista de nuevos diputados, pues no es mi costumbre juzgar a nadie; además, no los conozco, y no opino de lo que no sé.
En cuanto a los miembros del actual parlamento, nunca hago alusiones personales, pero al menos sé de uno que nunca debió ser diputado; sin embargo, lo es y continuará siéndolo en la próxima legislatura. En su momento, esa persona impidió la discusión del proyecto de Constitución a los miembros de la organización que presidía, y calificó públicamente de elitistas a quienes exigimos nuestro derecho a hacerlo.
Tampoco olvido que ninguno de los actuales diputados cumplió su juramento de respetar y defender la Constitución, pues asistieron callados a la mutilación de su artículo 46 durante la presentación del Código Penal, que impone la pena de muerte para muchos delitos, la mayoría políticos. Precisamente, la parte mutilada del artículo 46 establece, a la letra, que «Todas las personas tienen derecho a la vida».
Curiosidades matemáticas
Propongo un pequeño ejercicio de aplicación de lo estipulado por la ley electoral y el principio «Valen todos», para comprobar cuán democrático resulta el proceso.
Imaginemos un colegio electoral X de un municipio grande X, o un municipio muy pequeño X, donde se «elige» dos «candidatos», Juana Pérez y Juan Pérez, para dos puestos en el parlamento —ante todo, olvide el significado del verbo «elegir» en los diccionarios; recuerde que la acepción cubana es novedosa.
Total de electores en el registro: 4 000 (4 000, pues, es el 100% de votantes posibles en ese lugar). Si se producen:
1 000 abstenciones (electores que no votaron): 3 000 pasa a ser el 100%.
500 boletas anuladas (tachaduras, consignas, etcétera): 2 500 pasa a ser el 100%.
500 boletas en blanco (electores que no gustan de ningún «candidato»): 2 000 pasa a ser el 100%.
Primer resultado: El universo de 4 000 se redujo a la mitad. El total de votantes contabilizados como 100% es ahora 2 000, o sea, la mitad de los electores registrados es el total. Si esos 2 000 votan:
Votos «unidos»: 800 (40% de boletas válidas)
Votos por Juana: 600 (30% de boletas válidas)
Votos por Juan: 600 (30% de boletas válidas)
Ello nos da:
Total de votos obtenidos por «candidato» (sumados los «unidos» a los individuales):
Juana 1 400 (70% de boletas válidas)
Juan 1 400 (70% de boletas válidas)
Segundo resultado: Ambos candidatos recibieron el 70% de los votos válidos emitidos y son «elegidos» democráticamente, con elevado porcentaje de aceptación, por el voto libre, individual y secreto de los electores de ese municipio. Aunque, en realidad, cada uno cuenta con el apoyo de solo el 35% de la totalidad de los ciudadanos registrados en el padrón electoral del distrito electoral, (4 000).
En resumen, gracias al «carácter democrático diferente» de nuestra ley electoral, un diputado puede «representar» a un municipio habiendo sido «elegido» solo por el 30% del total de un distrito electoral.
Y no hay que olvidar que el distrito electoral «elige» a una parte de la «candidatura» del municipio, no a toda, con lo cual ese porcentaje pudiera ser menor al hacer la suma de todos los distritos.
Una curiosidad: Entre Juana y Juan suman 2 800 votos (el 140% del universo), aunque el total de boletas válidas sea 2 000. Ello es debido a que existe la posibilidad de votar en el primer círculo, que significa que uno aprueba a los dos. La propaganda va dirigida a que se vote en ese círculo; esto es, al «Valen todos» / Voto unido.
Realmente, un concepto muy especial de democracia.
***
1: El nombre original «Valen todos» ha mudado para el políticamente correcto «Voto unido»; sigo usándolo para un mejor entendimiento del tema, pues el concepto no ha variado: Quienes aparecen en la boleta merecen estar en los escaños de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP), y debemos aprobarlos en conjunto, puesto que así lo decidieron quienes saben más que nosotros).
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