Creo oportuno hacer de inmediato dos aclaraciones: la primera, esta réplica no ha podido aparecer donde debería, en este caso, en el sitio web Cubaescena –Portal de las Artes Escénicas cubanas– que publicó el artículo al cual he de referirme a continuación. Dicho sitio no me permite ejercer allí mi derecho a réplica. Agradezco a La Joven Cuba (LJC) su respetuosa y fraterna acogida.
La segunda: me gustaría presentar ante quienes no la conozcan a la colega Roxana Pineda, autora del texto que motiva esta réplica. Es graduada de la especialidad de Teatrología por la Facultad de Arte Teatral del Instituto Superior de Arte (ISA).
Hace varias décadas añadió a este camino, la actuación y la dirección teatral y es, además, Directora General de su agrupación artística radicada en la ciudad de Santa Clara.
El texto de su autoría, al cual por fuerza me referiré, se titula «Querida Esther», y el mío, el cual toma Roxana para desarrollar su diatriba, fue publicado en este sitio, en la tarde del día 15 del mes en curso bajo el título «La envergadura de este otro 27 de noviembre».
Aunque el texto de Roxana aparece con fecha de publicación 17 de diciembre en Cubaescena, lo encontré, navegando por el sitio, el pasado día 22. Nadie me había hablado del mismo y hasta el momento en que lo leí, no contaba con comentario alguno.
Me encuentro entre los que piensan que cada quien tiene el derecho a formarse una opinión y a expresarla. A «derecho» me gustaría incluso añadir el término «deber». Es decir, el derecho y el deber de hacer partícipe de su opinión a los demás. Por lo tanto, dejo así establecido que la colega Roxana es dueña de pensar lo que le parezca, pero a la hora de suponer el pensamiento del otro sí entiendo que está en la obligación y necesidad de argumentar su conclusión.
Para quien me está leyendo ahora y no conoce el texto producido por Roxana solo expresaré que sus dos primeros párrafos están dedicados a evocar brevemente sus tiempos de estudiante en el ISA y a elogiar mi desempeño allí como joven docente, entre otros miembros del claustro. En efecto, en ese entonces yo era Profesora Adjunta de dicha institución a la par que trabajaba como especialista en la Dirección de Teatro y Danza del Ministerio de Cultura.
En el párrafo tercero de su escrito el tono cambia. Comienza a aludir al artículo de mi autoría que apenas dos días antes LJC había publicado, aunque sin hacer mención explícita al mismo. Plantea sus acuerdos y sus disonancias y, mientras leo, el asunto cobra mayor interés para mí dado que soy de las personas que gusta de las opiniones adversas siempre que estas se hallen fundamentadas.
Dichas opiniones me enriquecen, me brindan nuevas perspectivas, retan mi pensamiento e imaginación, pero sucede que, en este punto, Roxana pone en mis declaraciones intenciones ajenas a mis valores y principios.
Comienza a emplear una dinámica retórica muy antigua y peligrosa –por su aparente ambigüedad– para quien se escoja como rival. Expresa desde afirmaciones que enuncia como propias, aquello negativo que está, según ella, manifestado en lo ajeno, que sería, en este caso, mi discurso.
Se mueve de este modo en el párrafo tercero, también en el quinto hasta que ya en el sexto se dirige abiertamente a mí y me interpela y mezcla a los actores de los sucesos de San Isidro con los otros grupos de jóvenes y personas de mayor edad que acudieron a SU Ministerio –el de Cultura– el pasado 27 de noviembre.
Solo debo ratificar –porque pienso que ha sido expresado con nitidez– que:
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- Nada tengo que ver con la idea de «plantar» –cito a Roxana en su párrafo tercero– «una guerra abierta a las instituciones de la cultura cubana». Eso sí, como miles de cubanos de buena voluntad, creo firmemente en la necesidad de hacer más eficiente la institucionalidad con que hasta la fecha contamos, toda vez que es tarea de primer orden la calidad del ejercicio institucional, sin desconocer que otras formas asociativas habrán de emerger para colaborar a responder las demandas acumuladas y crecientes de la sociedad.
Con relación al comportamiento del Ministerio ante la presencia de quienes voluntariamente acudieron el día 27 a sus puertas, pienso que ese era un escenario que la institución no había modelado y, tal como expresé en mi anterior artículo, hubo dilación en la respuesta. No son especulaciones de mi parte –véase el párrafo siete de su texto–, son hechos comprobados.
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- Resulta obvio cuáles son los sujetos y los temas de mi artículo «La envergadura de este otro 27 de noviembre».
El texto que me corresponde tiene por sujeto a los jóvenes, artistas o vinculados con el arte; y a algunos colegas de mayor edad, de profesiones relacionadas con el arte que les acompañaron: varios de ellos, sus familiares; varios de ellos, sus amigos; varios de ellos, sus maestros. No muevo mi lente de la imagen precisa que he decidido enfocar para realizar mejor el análisis pertinente.
Algunos han escrito de otras zonas y de otros sujetos de esos días. Si Roxana quiere escribir su artículo, decir sus opiniones, que lo haga. Le asiste –en mi consideración– todo el derecho, pero le ruego que para ello no pretenda usarme, tergiversando la intención de mis palabras. Grandes riesgos encierra confundir la decencia y el decoro con otros rasgos que todo el que me conoce sabe que no me van. Podría hablar de una temprana –7 años de edad– visible y sostenida trayectoria política o de una obra artística y al servicio del arte curiosamente muy diversa, donde historiadores y críticos serios encuentran hitos y, lo más importante. Ha sido también mi obra inseparable de los mejores valores humanos y alimentada y alimentando la cultura propia, solo que la moda es el autobombo y el alimento del ego y yo tengo una seria dificultad para seguir las modas.
De todas formas insisto, leo y vuelvo a leer tratando de hallar en las palabras de Roxana ecos de las mías que hayan provocado lo que allí escribe en sus párrafos sexto y séptimo. Hablo en específico de que los actores del hecho de este noviembre de 2020 hayan buscado o establecido alguna relación con el significado que tiene para todos nosotros aquel 27 de 1871. Regreso a algunos participantes, a otras personas al tanto, pero sucede que la cronología de los acontecimientos siguió otra lógica, atendió a otros motivos y de resultas la fecha del 27 –viernes, por cierto– es una real coincidencia.
Lo que tiene que quedar claro en todo esto, pienso yo, es que los sujetos sobre los cuales me centro –y no lo hago por gusto, pues los escojo para conseguir el mejor análisis de la situación–, los jóvenes que acuden a la más alta institución cultural del país, necesitan que se detenga la espiral de la cultura de la fuerza; que cualquier tipo de expresión de violencia simbólica y real ceda paso absoluto a la cultura del diálogo, y la justicia y la legalidad que rigen en nuestra nación.
Si no somos capaces de entender esto, nos estamos perdiendo el valor esencial del gesto y el llamado particular que hace esta generación, con la compañía de representantes de otras generaciones. No culpo a Roxana. En efecto, como casi todo fenómeno o proceso de valor, este se muestra difícil de leer, sobre todo si insistimos en imponerle visiones o concepciones ajenas, por ser las nuestras desde antes y hasta ahora, porque miramos desde afuera, y porque tenemos que leer con inmediatez esto nuevo que sucede. También, porque los nuevos cubanos, nuestros hijos y nietos, nos están retando a hacer política a la altura de la Cuba y el mundo de este siglo; a hacer política de socialismo cubano con Martí y Fidel a la cabeza, entre otros egregios nombres. A hacer política con todos, compañeros, con todos para buscar el bien de todos.
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- Los diálogos son valiosos porque sin ellos se lastima el tejido político, no existe modo de producir los consensos, ni de crecer y crear. Cuando no se producen, su lugar lo ocupan la hostilidad, el enquistamiento, y, eventualmente, la guerra. Ese es el valor supremo de una postura dialogante, más allá de su sensatez, de su riqueza. Cuba, que es decir en este caso su Gobierno y Partido, ha sabido abrir, mantener y favorecer diálogos en muy disímiles y difíciles condiciones a nivel de política internacional y de relaciones económicas con otras zonas e instituciones en el mundo.
Lo escribí en el artículo que Roxana mal emplea y lo ratifico: hablé de un diálogo condicionado, pero ¿lo referí como un elogio o es que ya Roxana no puede leer el español claro y directo, sin eufemismos ni vericuetos? Dije, y me cito: «a partir del comunicado del Ministerio de Cultura suspendiendo el diálogo al cual se le habían puesto condiciones». Entonces, confieso que me gustaría entender de qué habla Roxana al respecto en su párrafo séptimo.
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- En los párrafos que siguen en su texto –octavo, noveno y décimo– mi colega se centra en ella misma –lo ha hecho parcialmente antes, sobre todo en el párrafo cuarto, aunque sin dejar de aludirme, puesto que es este un texto dirigido a mí–, y completa lo que sería toda una declaración de principios.
- En fin, si mi colega deseaba o necesitaba hacer una declaración tal, no creo preciso haberme mezclado en ello, puesto que nada de lo que dice guarda relación crítica con el artículo a mi firma que ya he referido.
- Lamento que haya empleado un recurso infortunado: me refiero al título de «Querida Esther» y a los primeros párrafos donde elogia mi ejercicio docente en el ISA y todo pretende disfrazarse de algo dicho desde una posición de respeto, hasta que la pluma toma confianza y, en buen cubano diríamos «coge vapor». Ya a la altura del párrafo seis la postura es, para decirlo con fineza, a lo menos desafiante.
Semejante argucia solo se vuelve contra quien la usa, en el ámbito de sus lectores, y contra el órgano que se presta a tal cosa, mientras la institución que él representa blasona –por cierto, desde la misma página y en la misma fecha– la necesidad de reconocer las jerarquías artísticas e intelectuales. El mismo órgano que, al solicitarle yo a su webmaster el derecho de réplica en su espacio, me ha respondido, en correo electrónico del propio día 22 a las 16:45: «Pensamos que lo puedes hacer en la misma publicación donde salió el texto que dio origen a la respuesta de Roxana Pineda. Saludos».
Como muestra de los tiempos interesantes que vivimos –para los cientistas sociales y los artistas, escenarios de privilegio–, período este en que se yuxtaponen cambios generacionales, culturales, sociales en el tejido de la nación que, a su vez, necesitan de formas de pensar y hacer la política; hace apenas unos días se realizó en el Instituto de Investigación Cultural «Juan Marinello» –por cierto, una de nuestras instituciones– un taller sobre la democracia. El salón estaba colmado de jóvenes.
Cada vez advienen estaciones mejores. El derecho a réplica es un derecho ciudadano, me corresponde hacer uso de él en el mismo espacio que ha dado lugar a la necesidad de la misma para que sus lectores tengan la ocasión de confrontar las diversas versiones. Eso también es cultura. Y en efecto, hay que ser cultos para ser libres.
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