Por estos días se debate en torno a la decisión del Gobierno/Partido/Estado de crear un centro para preparar «transformaciones económicas en Cuba basadas en el desarrollo de la empresa privada». El equipo de Putin´s boys, que enseñará cómo hacerlo, incluirá expertos del Centro de investigación Estratégica, del lnstituto de Pronósticos Económicos y del influyente think tank que es el Instituto PA Stolypin de Economía del Crecimiento.
Aunque aun no se ha explicado oficialmente el alcance de este proceso privatizador y las formas que adoptará, su enunciación deja poco margen a la imaginación. El desmantelamiento del sector estatal tal y como lo hemos conocido durante seis décadas, está declarado. Sin embargo, lo cierto es que no será la primera vez que este gigantesco sistema empresarial estatizado sufra transformaciones profundas.
Lo novedoso es que ahora sea el propio Gobierno/Partido/Estado el que haga tabla rasa de sus mantras ideológicos supuestamente eternos, plasmados incluso en la reciente Constitución 2019 y abandone la idea de preservar la sacrosanta empresa estatal socialista para privatizarla al modo ruso. Si algún ciudadano hubiera salido con un cartel pidiendo algo así hubiera sido acusado de sedición.
¿Cuántas veces en estas seis décadas se ha modificado el sistema empresarial con el pretexto de que ahora sí vamos a construir el socialismo? ¿El desmontaje del sector socialista empezará ahora, o viene efectuándose desde tiempo atrás a la vista de todos? ¿Si el socialismo nunca se ha construido, entonces lo que hemos vivido los cubanos por cuatro generaciones es como El cuento de nunca empezar, de Joaquín Sabina?
-I-
Desde que Lenin y los bolcheviques negaran los postulados marxistas sobre la revolución proletaria mundial y decidieran construir el socialismo en un solo país (por demás atrasado y aislado), se discutió si sería posible alcanzar esa quimera. Setenta años después, el derrumbe del sistema socialista mundial puso fin a la histórica controversia.
Por eso, soy de los que prefieren denominar a los estados que infructuosamente pretendieron abolir el capitalismo como de vocación socialista. Ninguno ha sido nunca verdaderamente socialista. El caso cubano es muestra fehaciente de ello.
Desde 1960 se intentó establecer un modo de producción no capitalista, que potenciara aun más el desarrollo de las fuerzas productivas y fomentara un nuevo tipo de relaciones sociales, más justas y equitativas. Inicialmente se intentó lograr esto último a través de la distribución; pero pronto la economía comenzó a caer en lugar de crecer.
Las carencias en la organización de la producción, la circulación y el consumo, unidas a los crecientes gastos de defensa por el conflicto Cuba-Estados Unidos, condenaron al ya proclamado socialismo en un mecanismo de redistribución y reproducción de la pobreza. Su talón de Aquiles era la falta de estímulos al productor directo y al propio aparato productivo, donde la competencia fue sustituida por un supuestamente inefable plan de producción, elaborado y controlado burocráticamente, de espaldas al mercado.
El primer gran equívoco fue considerar que la expropiación violenta y acelerada de las propiedades capitalistas y su traspaso al Estado, las convertían al instante en empresas socialistas y determinaban el triunfo del nuevo modo de producción. Cuando Fidel proclamó: «Los imperialistas no nos pueden perdonar que hayamos hecho una revolución, una revolución socialista, aquí, bajo las mismas narices de los Estados Unidos», parecía que el socialismo estaba implantado, pero sus raíces habían prendido en falso en el suelo cubano.
Rápidamente, los criterios de mercado fueron abandonados y la recién creada Junta Central de Planificación (JUCEPLAN), elaboró el Plan Cuatrienal de Desarrollo 1962-1965. Su fin era superar la condición de gran exportador mundial de azúcar y lograr la industrialización acelerada y la diversificación. Ambas tareas fracasaron.
A despecho de las visiones marxistas del socialismo como unión de productores libres, se crearon poderosas empresas monopolistas que centralizarían la producción como nunca antes, sin que ello se revirtiera en un incremento productivo. Ejemplo de ello fue la conformación de la Red Nacional de Acopio –entre 1962 y 1963‒, subordinada al Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA).
Las grandes empresas latifundistas del Ministerio de la Agricultura (MINAGRI), ejercieron total hegemonía sobre los demás sujetos económicos de su área de acción, tan desprotegidos ante sus desmanes que ni siquiera podían apelar a los tribunales para reclamar. El caos provocado en la producción agropecuaria por el voluntarismo y la soberbia burocrática sobre los productores, en particular los campesinos, destruyó una de las mejores agriculturas y ganaderías tropicales del mundo, cuya floreciente tradición databa de fines del siglo XVIII.
En la gestión empresarial se introdujeron elementos ideopolíticos de claro perfil idealista-voluntarista, enfocados en sustituir el papel del mercado y el interés económico de los diferentes actores por sucedáneos ineficaces: el plan, la conciencia y el trabajo voluntario. La tesis del Che de que «en tiempo relativamente corto el desarrollo de la conciencia hace más por el desarrollo de la producción que el estímulo material», pronto demostró su inoperancia y el crecimiento económico se derrumbó.
La tesis del Che de que «en tiempo relativamente corto el desarrollo de la conciencia hace más por el desarrollo de la producción que el estímulo material», pronto demostró su inoperancia. (Foto: Letras Libres)
La propuesta de solución para reanimar la producción y la productividad fue como echarle gasolina a un incendio: la Ofensiva Revolucionaria (1968). Fidel declaró: «De manera clara y terminante debemos decir que nos proponemos eliminar toda manifestación de comercio privado».
De súbito fueron expropiadas 57 600 pequeñas empresas privadas urbanas: tiendas de productos industriales, bodegas, bares, timbiriches*, servicios de consumo e industrias. Más de la mitad habían surgido después de 1961. El Estado, incapaz de sustituir la oferta de bienes y servicios de las pequeñas empresas, cerró la mitad de estas en tres meses. En lugar de solucionar, la nacionalización absoluta empeoró la escasez de bienes de consumo.
Tras integrarse en 1972 al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), se aplicó una copia tropicalizada del modelo soviético de gestión económica, que incluía espacios para el comercio privado y se abrió el Mercado Libre Campesino (1980). La adopción de un Sistema de Dirección y Planificación Económica (SDPE), basado en el cálculo económico, devolvió a la empresa cierta autonomía y se reutilizaron la planificación mercantil, contabilidad y auditoría al estilo soviético. Era la época de la «eterna amistad con la Unión Soviética» y todo lo que venía de Moscú era tenido por cosa divina e inefable.
-II-
Tres lustros después, el inicio de la Perestroika en1985 puso en alerta al grupo de poder hegemónico cubano, que comprendió el potencial destructivo de aquellas reformas para el modelo de socialismo estatizado. De ahí que Fidel arremetiera contra el SDPE por sus «fórmulas capitalistas», con el llamado Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas.
Su objetivo era «reasumir el papel protagónico de la ideología revolucionaria, relegada por el falso criterio de la eficiencia espontánea de los mecanismos económicos». La consigna fungía como un déjà vu de los sesenta: «¡Ahora sí vamos a construir el socialismo!».
El sistema empresarial fue uno de los principales espacios de reformas centralizadoras que terminaron con la flexibilidad del SDPE. Los cambios principales fueron la aparición de los contingentes, como forma superior de organización del trabajo; la creación del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, paladín de la nueva empresa socialista de alta tecnología y la aplicación por el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR) de un Sistema de Perfeccionamiento Empresarial, basado en una contabilidad confiable, autonomía en la administración de los recursos humanos y pago por resultados.
El desmantelamiento del SDPE y el fin de las subvenciones soviéticas (unos 6,000 millones de USD), resquebrajaron los ciclos económicos y debilitaron la economía en vísperas del inicio del Período Especial. No obstante, la crisis fue escenario propicio para que florecieran un puñado de empresas organizadas desde el Poder a la manera capitalista.
En 1993, se autorizó a la Corporación CIMEX, S.A. ‒creada por la inteligencia cubana en Panamá en 1978‒ para controlar las remesas crecientes. Con ese fin fue creada en 1984 la Financiera CIMEX, S.A. y American Internacional Services, S.A. en 1988. Otra de sus empresas, HAVANATUR, SA, se encargaría de los viajes de los exiliados a Cuba. A su vez, el mercado dolarizado –mayorista y minorista− también estaría controlado por sus comercializadoras.
Un año después, para controlar todo ese naciente sector de capitalismo de Estado ligado al comercio en divisas, los servicios financieros y el turismo, fue creado el super holding Grupo de Administración Empresarial S.A (GAESA), dirigido por el general Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, por entonces yerno de Raúl Castro.
Al cercenar al sistema empresarial socialista sus sectores más rentables, comenzó el proceso de desmantelamiento del sector estatizado y la subordinación de la economía nacional a los intereses de una supraentidad capitalista creada por la propia dirección del país. A partir de entonces las declaraciones pomposas a favor del lugar prioritario de la empresa estatal socialista sonaron como golpes de pecho.
Mientras, el leviatán GAESA se iba apoderando de más y variadas empresas importantes (CIMEX en 2006; Cubalse en 2009; ETECSA en 2011; BFI en 2016 y Habaguanex en 2017) y subordinando la política económica del Estado, en primer lugar la inversionista, a sus intereses particulares.
Desde finales de los noventas las principales medidas han estado en función de desplazar a las empresas cubanas y las asociaciones mixtas con extranjeros de los rubros económicos más rentables. La autorización para el fomento del llamado sector no estatal (TCP, cooperativas y mpymes) ha estado en función de resolver servicios perentorios de la población y servir de complemento a la actividad turística de GAESA, no de desarrollar la economía nacional en su conjunto.
La añorada eliminación de la doble moneda y la diversidad cambiaria solo se efectuó cuando corrieron peligro los ingresos de la supraentidad en las ramas comercial y turística y después de aprobarse el uso del MLC en tarjeta. Este invento, genial en su malevolencia, coloca al comprador como financista de las comercializadoras y dificulta la recepción y libre circulación de las divisas en el mercado interno, haciendo aun más difícil la gestión de los demás sujetos económicos, estatales o no.
A punto de llegar a los límites naturales de la expoliación de la economía nacional, en medio del despoblamiento del país, la reducción incesante de la oferta de bienes y servicios y tras plasmar en la Constitución 2019, la posibilidad de convertir empresas estatales en privadas, el Gobierno/Partido/Estado planea entregar el maltrecho sector estatal al capital privado, antes que a los colectivos de trabajadores o a los emprendedores nacionales.
Como se hará al estilo autoritario ruso, seguramente no habrá libres licitaciones de empresas, ni análisis pormenorizado de los orígenes de los capitales nacionales, que saldrán a la luz para comprar los restos del sector estatal y repartirlo entre la nueva oligarquía destapada.
La vocación socialista del grupo de poder hegemónico cayó en el olvido ante las aspiraciones de construir, no el socialismo, sino una sucursal del capitalismo atrasado y periférico ruso en El Caribe. Tanto nadar para venir a morir a la orilla, diría mi abuelo refranero.
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*Esta palabra proviene del término mexicano puréhpecha tumbire, que significa racimo. Según el DRAE, en Cuba se llama timbiriche a un negocio pequeño de ventas al menudeo.
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