Hace cien años, en marzo de 1921 —ganada la contienda contra los ejércitos de los guardias blancos y los intervencionistas extranjeros—, el X Congreso del Partido Comunista Ruso (bolchevique) aprobó la llamada Nueva Política Económica (NEP) propuesta por Lenin y Bujarin. Lo hacía presionado por las crecientes protestas campesinas contra el despiadado sistema de contingentación del Comunismo de Guerra (junio de 1918-marzo de 1921), la represión sangrienta de la reciente sublevación de obreros y marinos de la base de Kronstadt, y el bloqueo total de los Estados burgueses al primer país socialista.
Desde entonces se discute si la NEP y el Comunismo de Guerra fueron políticas económicas desesperadas para preservar el poder bolchevique ante sus enemigos internos y externos en coyunturas diferentes, o si ellas constituyen verdaderos modelos para construir la nueva sociedad. Algo de verdad tienen ambas posiciones, pues las dos se iniciaron como opciones imprescindibles ante escenarios cambiantes, pero traían consigo posiciones ideo-políticas y económico-sociales que encontrarían eco entre intelectuales y políticos, tanto en la Unión Soviética como en posteriores experiencias socialistas.
La necesidad de resanar las heridas dejadas en todas las esferas por el gigantesco esfuerzo de guerra, moldeó la NEP como una reapertura a la producción mercantil, el interés material, la propiedad privada y las inversiones extranjeras. Lenin la denominaba sin ambages capitalismo de Estado, consideraba que ideológicamente era un retroceso necesario respecto a los métodos más comunistas —administrativos, estatistas y centralizadores— del Comunismo de Guerra, pero la entendía necesaria ante la perspectiva de que los soviéticos tuvieran que construir solos el socialismo en un mundo capitalista con el que era necesario luchar, pero también interactuar.
Lecciones a cien años de la Nueva Política Económica en Rusia
Basada en un proporcional impuesto en especie —luego en dinero—, la NEP permitió a los campesinos conservar la mayor parte de su producción sobrante y venderla libremente, fomentó los pequeños y medianos negocios privados, la cooperativización y la inversión extranjera. En pocos años, los índices productivos anteriores fueron rebasados y el agro comenzó a abastecer al mercado interno y a exportar los excedentes. En 1925, la producción agrícola recuperó el nivel anterior a la guerra, al tiempo que crecía una nueva burguesía —los hombres de la NEP—, formada por campesinos ricos (kulaks), comerciantes intermediarios de los excedentes agrarios, e industriales de diferentes ramas.
No obstante, ambos modelos compartían en lo político un rasgo común: la hegemonía única e incontrastable del Partido Comunista, que admitía más o menos flexibilidades en la gestión económica, pero se aferraba al poder omnímodo, sin espacio para disidencias ni facciones internas. Para garantizarlo, los poderosos soviets de obreros, campesinos y soldados fueron desmantelados y sustituidos por circunscripciones electorales, al tiempo que los sindicatos perdieron su razón de ser como defensores de los obreros para fungir –igual que todas las demás organizaciones sociales en ese régimen–, como correas de trasmisión de las decisiones partidistas.
La principal debilidad de la NEP como modelo era su falta de democratización en lo político, dada por la supervivencia de un partido/Estado/gobierno, centralizado y omnímodo, similar al control militar propio de la Guerra Civil y afín al Comunismo de Guerra.
Tras la muerte de Lenin, el XV Congreso del PCUS, celebrado en diciembre de 1927 y ahora bajo control de Stalin, decretaría el fin de la NEP. El Padrecito Stalin adoptaría un híbrido de política económica que, sin renunciar al uso de las relaciones monetario-mercantiles y el interés material, les fijaría límites estrechos y retomaría muchos de los protocolos administrativos, naturales y coercitivos del Comunismo de Guerra. El interés por lograr la paridad militar-industrial con los países occidentales, justificó el rechazo al modo de avance, seguro pero lento, descentralizado y económicamente mixto propio de la NEP y determinó la vuelta a las políticas de ordeno y mando del Comunismo de Guerra.
La tierra y la industria fueron colectivizadas a la fuerza y se impuso la planificación centralizada, verticalista y subjetivista de la economía nacional. El primer plan quinquenal (1928-1932) retomó las requisas agropecuarias, transfiguradas ahora detrás de la venta obligatoria de los excedentes agrícolas de los campesinos al Estado a precios inferiores al valor de mercado. Para compensarlos, se les permitiría quedarse con pequeñas parcelas de autoconsumo que, con el tiempo, devinieron fuente principal de producción de varios rubros agropecuarios.
«¡Bajo el liderazgo del Gran Stalin, adelante al comunismo!» (Cartel soviético)
La política estalinista hacia el agro, lo concebía como fuente para la acumulación originaria socialista (Preobrazhensky), base financiera de la necesaria industrialización. Como no era suficiente expoliar a los campesinos mediante la llamada tijera de precios aplicada de manera inmisericorde por el Estado comerciante –bajos para compra de productos agrícolas y altos para venta de insumos industriales y los servicios–, se buscaron otras vías para la obtención directa de cuantiosos ingresos estatales.
Fue el período de colectivización de las tierras en grandes empresas de carácter estatal (sovjoses), o cooperativas (koljoses), atracción masiva de campesinos hacia empleos industriales citadinos mejor remunerados, y creación de una enorme población carcelaria que se empleó en obras industriales y campos de trabajo forzado (gulags). En el comercio se aplicó el llamado impuesto de circulación, gravamen establecido a discreción por el poder central sobre bienes y servicios considerados superfluos.
En la postguerra, la imposición de gobiernos pro-soviéticos en los países de Europa Oriental ocupados por el Ejército Rojo, propició la extensión internacional del modelo estalinista de socialismo de Estado. El nivel de desarrollo del capitalismo en varios de ellos —alto en Alemania y la actual república Checa; medio en Polonia y Hungría—, chocaba con el rígido mecanismo económico soviético, por lo que los elementos capitalistas tipo NEP sobrevivieron en muchos aspectos.
El triunfo del socialismo en China, Corea, Vietnam y Mongolia condujo igualmente a la adopción del sacrosanto modelo estalinista. En China, Mao Zedong ensayó el Gran Salto Adelante (1957-1958), voluntarista intento de industrialización acelerada con métodos primitivos, causante de una mortífera hambruna que diezmó a la población rural. Una década más tarde volvió por sus fueros con la Revolución Cultural (1966-1974), excesos que sobrepasaron a los del Comunismo de Guerra. Sin embargo, pocos años antes de su muerte, ocurrida en 1976, ya Mao había flexibilizado la vida económica y social y reanudado las relaciones con EEUU (1972).
Posteriormente, tanto China (1978), como Vietnam y Laos (1986) adoptarán un modelo inspirado en la NEP —socialismo de mercado— que ha impulsado sus economías y sacado de la pobreza a gran parte de sus poblaciones, aunque sin renunciar al monopolio del poder por el Partido Comunista.
Deng Xiaoping inició en China la adopción del modelo de socialismo de mercado (Foto: AFP/Getty Images)
Casi cuatro décadas después de la NEP, el triunfo de la Revolución Cubana volvió a poner en tela de juicio —ahora en el entorno de un pequeño país caribeño subdesarrollado—, la vieja polémica entre las dos opciones de política económica prosocialista: la vertiginosa y coercitiva tipo Comunismo de Guerra, o la gradual y flexible vía NEP. La historia parecía repetirse, en particular en la economía rural, pero la naturaleza militarista y centralizada del Gobierno Revolucionario tendía de manera natural hacia la versión moderada del Comunismo de Guerra.
Desde 1959, en medio de la aplicación de la reforma agraria, del incremento del conflicto con los Estados Unidos, la invasión a Playa Girón y la guerra civil, conocida como Lucha contra bandidos, se fue estructurando rápidamente un sistema de acopio estatal forzoso de la mayor parte de la producción campesina a precios ínfimos. En 1962 se estableció el control estatal sobre los precios de acopio y la comercialización al por menor, a partir de la creación de empresas altamente especializadas y centralizadas, los Órganos Nacionales de Acopio del Grano, Café y Tabaco.
Un año después, ellos se unieron para formar el Sistema Estatal de Acopio, subordinado al INRA. Mediante contratos de compraventa, créditos y garantía de precios, el sector privado campesino fue atado al sistema de reproducción de la economía socialista desde dos vías fundamentales de comercialización: la estatizada —predominante— y la libre —secundaria—, establecida a través del pequeño comercio privado en el ámbito local.
Por entonces en la URSS, Nikita Krushchov, el excéntrico sucesor de Stalin, ejecutaba un proceso tímido y parcial de desestalinización de la sociedad soviética y el campo socialista, conocido como El Deshielo (1955-1964). Su mandato se caracterizó por arranques y timonazos en política interna y externa que condujeron a su destitución tras un golpe de estado palaciego. Así se abrieron las puertas del poder máximo a Leonid Brehznev, quien condujo la URSS entre 1964 y 1982. Fue en esta época cuando se fortaleció la relación cubano-soviética, sobre todo a partir de 1971.
Si los rasgos del estalinismo se identifican con el genocidio de millones de personas por asesinatos, hambrunas y trabajos forzados, así como con la industrialización acelerada que convirtió a la URSS en superpotencia; es imposible equiparar con él la trayectoria de la Revolución Cubana. Sin embargo, de la Era Brehznev es mucho lo que se recepcionó aquí en cuanto a métodos heredados del estalinismo, en una versión moderada.
Una de esas características es la de priorizar el desarrollo por métodos extensivos, propios del Comunismo de Guerra, en detrimento de los intensivos, preferidos durante la NEP. Prueba de ello fueron, en los setenta, las campañas masivas de desmonte para extender las tierras estatales de labranza y pastoreo, que trajeron consigo la proliferación del marabú y el aroma en los campos desatendidos. Aún peor fue la adopción de maquinarias altamente derrochadoras de combustible, pues este llegaba a raudales y barato desde la URSS en momentos en que el mundo pasaba a aplicar tecnologías ahorradoras para superar la crisis mundial del petróleo.
Otro aspecto del brezhnevismo que asimilamos fue el triunfalismo, típico del Comunismo de Guerra. El mismo alcanzará su cenit con la Constitución de la URSS de 1977, que decretaba la llegada a la sociedad socialista desarrollada cuando era evidente el creciente estancamiento económico-social del país.
En la Revolución Cubana, las declaraciones triunfalistas en lo económico se han sucedido mediante la tendencia a tomar hechos aislados para fundamentar hipotéticos éxitos futuros que nunca se concretan. Así, el esfuerzo por alcanzar una Zafra de Diez Millones de toneladas (1969-1970) se presentaba como la puerta al desarrollo industrial; el vuelo de un cosmonauta cubano en una nave soviética (1980), ponía a Cuba como pionera de la investigación espacial en Latinoamérica; mientras que el record Guinnes de la vaca Ubre Blanca en la producción de leche (1982) nos ubicaba como potencia mundial en la ganadería. Todas quimeras.
Lo más perjudicial de la influencia brezhneviana fue la burocratización creciente del país. Ella se inspiró en la copia de los sistemas de organización estatal y partidista vigentes en la URSS, y llenó de cargos y responsabilidades homólogas las plantillas de ambas instancias en la Isla, en la misma medida que descendían los niveles de ocupación en la esfera productiva, sobre todo en la agricultura.
El acopio mayorista y el comercio minorista racionado de productos agropecuarios, asumieron la forma estatal absoluta desde 1968, en que se suprimió el mercado privado con la Ofensiva Revolucionaria, que expropió 57 600 pequeñas empresas privadas urbanas: tiendas minoristas de comestibles y productos industriales, expendios de alimentos y bebidas (fondas), servicios e industrias. Paradójicamente, más de la mitad habían surgido después de 1961.
Portada de la revista Verde Olivo con motivo de la Ofensiva Revolucionaria en 1968.
Tras años de experimentación idealista (1965-1970) en pos de construir el comunismo de manera acelerada, al estilo del Comunismo de Guerra, el país quebró económicamente. En aquel momento (1971) la alianza con la URSS y el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) se apreciaron como una tabla de salvación. Parecía que podríamos sustituir la ley de Acumulación Originaria Socialista de Preobrazhensky por la ayuda desinteresada de la Unión Soviética.
A partir de aquí se inició un nuevo período de industrialización que nació viciado de gigantismo, dependencia de la materia prima importada y del empleo de tecnologías despilfarradoras y antiecológicas. Los encadenamientos productivos al interior de la economía cubana fueron sustituidos por los externos, en la llamada división socialista del trabajo.
El I Congreso del PCC (1975) trazó una nueva estrategia económica que reconocía la existencia objetiva de relaciones monetario-mercantiles. Aunque se conservaron los nexos hegemonizantes sobre el campesino a partir del suministro monopólico de insumos y servicios y la concertación forzosa de planes de acopio de la llamada producción comercializable, que la incluía toda —excepto el autoconsumo familiar— a precios bajos, estáticos y únicos para el país.
La opción de libre mercado se transformó en mercado subterráneo. Será 1980 la fecha en que se apruebe el Mercado Libre Campesino (MLC), solo funcionó hasta 1986, cuando fue clausurado en medio de la ola centralizadora de la llamada Rectificación de errores y tendencias negativas.
A mediados de los noventa, tras la implosión de aquel mundo que nunca fue verdaderamente socialista, se aplicó un paquete de medidas liberalizadoras tipo NEP con el fin de reanimar las fuerzas productivas —apertura a la inversión extranjera, ampliación del turismo, despenalización del dólar— que alcanzó su cima en 1997. Como parte de ellas, la creación del Mercado Libre Agropecuario (1994) brindó a los productores la posibilidad de concurrir a un ámbito más amplio, con precios liberados a partir del cumplimiento de las obligaciones con el Estado.
El parecido con la NEP se hizo mayor cuando una parte importante de las tierras subutilizadas por las empresas estatales se convirtió en Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC) donde los obreros agrícolas se estrenaron como nuevos cooperativistas.
No obstante, las dificultades acompañaron desde un inicio a este nuevo experimento. La más importante fue el elevado porcentaje de ventas que tenían que hacer a la empresa estatal de Acopio —aproximadamente un 70% de la producción fundamental—, con precios de compra muy inferiores a los del mercado libre agropecuario, que muchas veces no alcanzaban a cubrir los costos. En el caso de las UBPC ganaderas, arroceras, citrícolas y paperas tenían prohibido acudir al mercado libre con su producción fundamental.
Los altos niveles de centralización monopólica han dado lugar a situaciones desfavorables: desestimulo al productor, pérdida de cosechas por no recogida a tiempo, deterioro de productos en los lugares de acopio, altos niveles de subsidios asumidos por el Estado, precios no consecuentes con la calidad, cadena de impagos al productor, desviación de productos hacia el mercado subterráneo, entre otros.
A treinta años de la caída del campo socialista europeo la situación ha variado poco. Ahora, en medio de la Tarea Ordenamiento, la solución más plausible para el mercado agrario cubano parece ser la creación de mpymes y cooperativas comercializadoras de segundo grado, asociadas a los productores por relaciones contractuales o de subordinación.
Las limitaciones principales del sistema de acopio actual provienen del viejo modelo económico centralizado de balances materiales, verticalista y coercitivo, heredero de las requisas del Comunismo de Guerra y de la desorganización burocrática y la disfuncionalidad organizativa que ha acompañado tradicionalmente al acopio estatal agropecuario cubano. Por tanto, su superación definitiva exige el fin del monopolio estatal con la incorporación de nuevos actores económicos y, en un futuro mediato, el aporte de la inversión extranjera.
Las reformas actuales en Cuba exigen desterrar las rémoras de Comunismo de Guerra y dar continuidad a la NEP, incorporar las experiencias de las naciones socialistas asiáticas y completarlas con democracia y participación en el ámbito político. El espíritu de la NEP ha de reivindicarse en la extensión de una economía mixta, en la que la propiedad pública/estatal se concentre en los sectores claves y de alto grado de socialización, mientras en los demás se fomenten las mpymes y cooperativas como fuente principal de empleo y creación del PIB. Para eso es imprescindible una Ley de Empresas moderna y contextualizada, que ponga condiciones claras y similares para todos los sujetos económicos.
Adicionalmente, se requiere un paquete de medidas concomitantes que incluya: consolidación del peso cubano como moneda nacional —¡no la dolarización plástica!—; establecimiento de un mercado mayorista para todos los sujetos económicos; perfeccionamiento de la reforma general de salarios y precios; ley del patrimonio de todas las personas, en particular de los funcionarios públicos; empoderamiento de los colectivos laborales con atribuciones para la elección de sus dirigentes a nivel de empresas, gestión de los recursos humanos y materiales y distribución de las ganancias; descentralización de los municipios y fomento de un real Estado de derecho.
Otro componente de la NEP que Cuba debe retomar sin demoras es el de la incorporación del capital privado nacional a la vida económica, más allá del envío de remesas. Las investigaciones demuestran que una parte importante del capital privado nacional, tanto en la Isla como en la emigración, está dispuesto a ayudar a Cuba, no solo a sobrevivir, sino también a desarrollarse. Para lograr eso habría que darle tratamiento especial a los emigrados —algo que la NEP no pudo proponerse dadas sus circunstancias diferentes— con el objetivo de que inviertan en el país, o lo representen en el extranjero, tal y como han hecho exitosamente otros países socialistas, China, Vietnam y Laos.
La realización de reformas que reduzcan los métodos provenientes, o coincidentes, con el Comunismo de Guerra (administrativos, verticalistas y coercitivos), probadamente ineficaces e ineficientes, que aún sobreviven en la economía y la sociedad es tarea de primer orden. Cuba ha de realizar su propia NEP acorde a las circunstancias y posibilidades del actual escenario nacional e internacional, que no es mejor o peor que el de los bolcheviques en 1921, solo diferente. El 8vo Congreso del Partido, a celebrarse el mes próximo, tiene la palabra.
21 comentarios
Los comentarios están cerrados.
Agregar comentario