A menudo escuchamos que la migración en Cuba es económica, acto seguido muestran las tablas y cifras de la región centroamericana, con la intención de confirmar que vivimos en otro país pobre, intentando abrirnos camino en el Norte; por lo que detrás de esta migración no hay nada «diferente».
La pregunta sería entonces si es realmente económica la emigración de los cubanos, o si se muestra con más carga política. Es decir, si el trasfondo de esa urgencia de mejoras se expresa de la misma forma en Cuba que en otros países de la región.
Cuando analizamos las circunstancias de los países cuyas poblaciones emigran, se perciben grandes diferencias con relación a las de Cuba. Aquí tenemos acceso gratuito a los servicios de salud, educación, cierta tranquilidad y seguridad ciudadanas, además de algunas asistencias y prestaciones de las que adolecen otras naciones.
Si a esto le sumamos el hecho de que muchos cubanos, para emigrar, venden su casa, su carro o su negocio, para pagar los nada baratos trámites o trayectos migratorios, ello implica que muchos tienen casa, carro o negocio. Otros, además, suelen recibir remesas, salarios, compensaciones laborales, beneficios, y un buen número de etcéteras. Cualquiera sea la fuente de esos ingresos no son comparables con países de un alto índice de pobreza. De ahí que resulta altamente cuestionable esgrimir la idea de una emigración puramente económica.
Resulta difícil separar la llamada emigración económica de la emigración política, pues, además de la acumulación de riquezas que pueda tener un país, es justamente la política quien se encarga de trazar las estrategias económicas que pueden generar mayor o menor prosperidad en un territorio.
Entendiendo esto, puede decirse que la emigración cubana actual tiene un fuerte basamento político, porque a pesar de que el ciudadano no va a llegar a un punto extremo de inanición, ni morirá a causa de enfermedades sin cuidado médico, cada vez se aleja más el sueño de construir una vida próspera en su país, porque la política de este no parece tener un plan efectivo para lograr mejoras sustanciales. Todo lo que nos rodea es un discurso político sin una estrategia económica y social que logre presentar un esquema salvador ante la crisis reinante.
A todo esto, habría que añadirle el escenario que vemos desarrollarse previo a las venideras elecciones de marzo. La Comisión Electoral nomina a un grupo de diputados para los 470 escaños del Capitolio sin explicar —más allá de una simple biografía— sobre qué base fueron nominados y cómo estos van a legislar, acorde a los intereses de la ciudadanía, o contribuir a la solución de nuestros problemas.
Dicha ausencia de prosperidad en su propio país, sumado a la exclusión de las personas con ideas abiertamente disidentes, ha empujado a muchos a emigrar hacia el destino más fácil, Estados Unidos, y con ellos se llevan sus dolores y heridas no sanadas. Hasta la fecha, no ha existido un reconocimiento tácito de la falta de un plan reconciliador del Estado cubano con estos sectores, por lo cual, muchos de ellos se han convertido en detractores de un necesario proceso de normalización de relaciones entre Cuba con su vecino del Norte.
Cuando la emigración es política, la cercanía con el extremismo y la radicalización en el discurso es mayor. El emigrado lamenta haber dejado su país por motivos de persecución, expulsión, imposibilidad de impactar sobre una política o acceder a puestos de decisión. Aparece así un resentimiento hacia quienes le «obligaron» a tomar el camino del «exilio».
De esas personas que han emigrado pudieran surgir futuras voces de opinión, de confraternidad, negocios, e incluso, pudieran ser los encargados de impulsar la normalización de las relaciones entre ambos Estados. Entonces, ¿cuál sería el resultado si el emigrado llega radicalizado a «la otra orilla»? ¿No es esto lo que ya se aprecia de forma cada vez más evidente? He ahí la importancia de caracterizar, con estudios científicos, las formas que adquiere la emigración para poder contenerla y/o cambiar las estrategias de política interna al respecto.
Seguir el procedimiento de descalificar todo lo que sucede en Estados Unidos, viendo solo la paja en el ojo ajeno, no va a lograr que el fuerte posicionamiento miamense afloje la prédica. Tampoco el hecho de justificar nuestros errores internos con las agresiones y sanciones que recibimos de este país.
Poco se habla en nuestros medios del fallo del ¿ordenamiento?, que se planificó sobre un ¡¡60%!! de inflación. Poco se habla de las tiendas en MLC (Moneda Libremente Convertible), donde se puede ofertar 125 gramos de mantequilla a 2.30 MLC, más de 300 pesos cubanos al cambio informal de esta moneda, lo cual representa más de un día de trabajo según el último dato disponible de salario medio cubano. Poco se habla del absolutismo partidista o comunicacional, para no mencionar la agresividad hacia algunas voces y medios que resultan incómodos e inaceptables.
Cuando el extremismo llega al debate, este muere, nadie más quiere entrar en razones y hoy, vemos ese extremismo tanto en las noticias de «allá» como las de «acá». Son relatos que diseccionan cada aspecto de la vida de cualquiera de los dos países para presentarlos intencionadamente como Estados fallidos, sin reconocer jamás las virtudes que puedan tener ambos.
Cuando hablamos de proyecto de comunicación y de prensa, se hace más necesario que nunca la seriedad en las noticias, la concreción y la presentación de los temas e investigaciones con el rigor que exigen los buenos estándares periodísticos. Deberían distanciarse de ese enfoque de destrucción que tienen hacia todo lo que suene estadounidense y que, por tanto, agudiza el extremismo del otro lado del estrecho, así como un entendimiento real desde «esta orilla» de su sistema político.
Esa sociedad anglosajona —con sus aciertos y desaciertos— es el sitio en donde casi dos millones de cubanos se van abriendo camino. Muchos de ellos mantienen con remeses, recargas y envíos, y otras formas, no solo a sus familiares, sino también a los esquemas comerciales de los que dependen muchas empresas en la Isla para obtener su liquidez en «moneda fuerte».
La mayoría de los que para ahí partieron, vieron en algún momento cómo se les cerraban las posibilidades de ser felices en su país debido, entre otros elementos, al empecinamiento o la ineptitud política de quienes no han podido lograr el tan prometido y postergado bienestar social.
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