Lo que ha ocurrido con la propiedad estatal en los gobiernos de vocación socialista es algo a lo que vale la pena volver una y otra vez. Lo primero es que es absurdo nacionalizar como un acto de fe exorcista que exige destruir el viejo sistema productivo para luego intentar elevar la producción por vías que brotarían de alguna idea luminosa de los líderes, mediante el viejo sistema de prueba/error que se usa en los juegos de azar.
Desde lo simbólico, el peligro radica en que el sentido de propiedad socialista tiende a esfumarse cuando la propiedad es de todo el pueblo, pero su forma de gestión y la apropiación de sus resultados permanecen en manos de una casta burocrática. Más aún si se pretende explotar la fuerza de trabajo de los obreros con una elevada intensidad, limitar sus derechos laborales y pagarles bajos salarios.
En ese sentido ya Trotsky había criticado a los que alimentaban el mito de la propiedad estatal como forma socialista por el solo hecho de mantener estatizada la propiedad y afirmó:
Para que la propiedad privada pueda llegar a ser social, tiene que pasar ineludiblemente por la estatalización, del mismo modo que la oruga para transformarse en mariposa tiene que pasar por la crisálida. Pero la crisálida no es una mariposa. Miríadas de crisálidas perecen antes de ser mariposas. La propiedad del Estado no es la de “todo el pueblo” más que en la medida en que desaparecen los privilegios y las distinciones sociales y en que, en consecuencia, el Estado pierde su razón de ser. Dicho de otra manera: la propiedad del Estado se hace socialista a medida que deja de ser propiedad del Estado.[1]
Que la propiedad sea estatal puede significar mucho, o poco para las clases trabajadoras. La cuestión principal es la de quien detenta el poder de hecho, no de derecho; o sea, en manos de quien se encuentra realmente esa propiedad estatizada. Es esto lo que determina las relaciones económicas y sociales y no la forma jurídica o legal que puedan presentar. En la práctica los altos burócratas se han convertido en los propietarios plenos, mientras que los restantes ciudadanos solo lo son parcialmente.
Los medios de producción pueden hallarse estatizados y seguir actuando como capital, por lo que continuarían rigiendo las leyes económicas del capitalismo, basadas en la extracción de la plusvalía máxima a los trabajadores, con una forma estatal. Frente a esto los trabajadores han aplicado fórmulas de resistencia a partir de las ventajas que les brinda su condición de productores directos, algo que la burocracia no les puede enajenar. Surge así la economía parti-estal basada en la utilización de los medios de producción estatales en producciones particulares; el hurto de instrumentos de trabajo y materias primas y el desvío de productos terminados hacia la economía sumergida.
No obstante, la grave situación que existe con la falta de estimulación al trabajo mediante el salario es el factor que más afecta al sentido de propiedad en la economía estatal cubana. A esto se suman los relativamente elevados precios de los alimentos que diluyen el salario en las manos de los trabajadores y los obligan a buscar fuentes alternativas de recursos. De ahí la enorme proporción del ingreso familiar que se gasta en el pago de los alimentos, rasgo típico de sociedades pobres y atrasadas.
El sentido de propiedad socialista en Cuba quedó aun más en entredicho en los años 90, al llegar el capitalismo de Estado. Aunque en el discurso oficial nunca sea mencionado con ese nombre, sino por el de sus formas (empresas mixtas, asociaciones de capital, concesiones), esa mixtura entre propiedad estatal y capital trasnacional no puede catalogarse de otra forma.
Con el tiempo, Estado y monopolios extranjeros han estrechado su relación hasta llegar a conformar un extraño dúo que ya no parece ser de compañeros de viaje, sino de hermanos siameses. Un peligro para el futuro de la Revolución que se puede convertir en su contrario desde arriba.
El crecimiento del capitalismo de Estado ha puesto aún más en crisis el sentido socialista de propiedad sobre todo en la rama donde más trabajadores emplea: la del turismo, por cuanto en ella la retribución depende en gran medida de propinas, estimulaciones en divisas y posibilidades de resolver productos para revender en el mercado negro, que de una verdadera realización del individuo como trabajador socialista mediante el salario.
En las condiciones existentes de predominio burocrático, la enajenación de los trabajadores respecto a los medios de producción no es una cuestión que se resuelva con lineamientos generales, derechos constitucionales o un nuevo discurso político. Se requieren transformaciones en las relaciones de producción socialistas que conduzcan a desbancar de sus posiciones de privilegio a los actuales burócratas de nivel medio y alto, que hoy se alzan sobre los hombres y mujeres de a pie.
En la actualidad, la situación es más preocupante aún, pues la Constitución del 2019 permite el paso de los medios de producción de una forma de propiedad a otra. Por tanto, es muy importante que se hagan públicas todas las transacciones de ese tipo ya que solo así se podrá evitar que la burocracia comience a apoderarse de importantes espacios del sector público amparados por el secreto y la desinformación que tanto protegen por supuestas razones de seguridad nacional.
Solo una mayor participación real y efectiva de los trabajadores en las empresas estatales, descentralización económica y empoderamiento de los colectivos laborales contribuirán a la conversión de la deforme crisálida estatal en la mariposa socialista: la propiedad común de los productores libres asociados.
[1] La revolución traicionada. Cap. IX. “Qué es la URSS?”, epígrafe. 1. ‘Relaciones sociales’.
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