Los que singularizan, descalifican y descartan las opiniones de la población, sus críticas y lo que en definitiva son espontáneos y válidos ejercicios de participación politica cuya finalidad propositiva no es disruptiva de las funciones o decisiones gubernamentales, subestiman, que a fuerza de la soberbia e irrespeto de la autonomía, la capacidad y autodeterminación personal, a fuerza del conservadurismo disciplinador y paralizante que promueven y del desconocimiento de los mecanismos sociales de formación de consensos, están ayudando a reconfigurar la politica en Cuba, las percepciones que tienen de ella los ciudadanos, así como las prácticas de éstos para hacer valer su opinión e influir y determinar la toma de decisiones públicas.
Ese aprendizaje, en cuyo centro se alza como esencial la experiencia democrática de la ponderación de la racionalidad y no de las emociones, de la libertad y responsabilidad individual y no de la obediencia e inacción colectiva como el contexto de validación de los argumentos e ideas en la búsqueda del bien común y de la propia participacion, parte necesariamente de la superación del pensamiento egocéntrico, las creencias y posicionamientos circunstanciales de las personas para confluir, como posibilidad, en la legitimidad de prácticas, espacios y estructuras para la confrontación, la negociación y la deliberación pública, así como del acuerdo y compromiso en su acatamiento.
Contar con una poderosa maquinaria estatal, altamente centralizada y eficaz en direccionar recursos y voluntades que, por otra parte, acumula una larga experiencia en el manejo de situaciones de crisis y una, hasta ahora, notable interconexión con las estructuras de la sociedad cubana y los individuos, es un resultado también de la capacidad de retroalimentación que tenga ella para corregir los errores y desviaciones que cuestionen o socaben la efectividad de las políticas que se desarrollen.
La creencia de que los individuos y las sociedades, sus instituciones y las expectativas y demandas que ellos les plantean se estancan y son inmunes a las experiencias y los aprendizajes, es sólo una ilusión muy frecuente en las personas y ciertamente una señal del agotamiento y parálisis de sus paradigmas y de su capacidad para entender o liderear procesos, también de la inminencia o la contemporaneidad de un cambio.
Los momentos actuales pueden ser leídos de muchas formas, pero es preciso encontrar en esas lecturas un camino que trascienda lo coyuntural. Ese es siempre el desafío que las generaciones politicas asumen cuando plantan cara al futuro.
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