El tema de San Isidro parece estarse enfriando poco a poco y por ello puede ser el momento para un análisis desde una perspectiva más amplia, menos emocional.
Lo primero que salta a la vista es la magnitud de la respuesta y la difusión que se le ha dado a este asunto. Creo que es lógico. Visto desde una perspectiva regional, lo vivido en los últimos días es la expresión cubana de la crisis de gobernabilidad que azota la región, agravada por la tensa situación económica y por la pandemia de Covid-19. Sin embargo, si comparamos lo sucedido en Cuba con lo que ha pasado en los últimos dos años en países como Ecuador, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Chile, Perú, Guatemala y hasta en los Estados Unidos, lo nuestro resulta ridículamente pequeño.
Simultáneamente, dentro del ritmo interno de la nación, estamos en los albores de un nuevo ciclo histórico –al menos, ese es mi criterio–. Este parece ser un momento de transición en el que se están fundando las bases para el modelo que va a regir en las próximas décadas. Cada vez que algo como eso ha sucedido en los últimos 150 años, ha estado acompañado de inestabilidad social. De hecho, el actual período de cambios es hasta ahora el más tranquilo de nuestra historia.
¿Qué papel tienen en este proceso los intelectuales y artistas? Como parte integrante de la sociedad, ese gremio ha jugado un rol en la historia de la nación. Por problemas de espacio no abundo sobre el tema. Baste decir que a lo largo del proceso revolucionario, casi como en ningún otro, la intelectualidad ha estado dividida entre los que apoyaban y los que se oponían, en complejos reacomodos que tuvo momentos de mucha tensión. El más relevante de ellos fue a inicios de la década del 70, a raíz del llamado Caso Padilla y el Congreso de Educación y Cultura que generó el Quinquenio Gris. En la génesis de la actual crisis está el Decreto 349, que es visto con desconfianza precisamente porque se siente como una vuelta a las políticas de aquellos años.
Volviendo a una visión más general los sucesos de San Isidro y, especialmente, al plantón frente al Ministerio de Cultura el pasado 27 de noviembre, podrían considerarse históricos para el caso cubano. Quizás lo más cercano, guardando las obvias distancias, fue el llamado Maleconazo del 5 de agosto de 1994, hace más de veinticinco años.
A ambos sucesos los une el hecho de ser movimientos espontáneos –me refiero a la concentración del grupo de intelectuales y las manifestaciones de diferente tamaño que se dieron en la capital y en algunas provincias–; ambos tuvieron su origen en eventos ocurridos en zonas pobres de la Habana –la falsa noticia lanzada por Radio Martí de que un barco recogería a los interesados en irse del país en 1994 y la «huelga de hambre» de los miembros del MSI–; ambos ocurrieron en momentos de crisis económica, mientras se arreciaba el bloqueo y el gobiernos tomaban medidas que resultaban impopulares –es curioso como el tema de las tiendas en MLC, antes fueron TRD, aparecen en ambos escenarios–; finalmente, parece que ambos tendrán similar resultado.
En cuanto al Estado, ya lo dije: está en pleno proceso de transformación de sus estructuras institucionales y económicas; con una nueva Constitución y una apretada agenda legislativa llamada a ser implementada y, lo más importante, en medio de un proceso de cambio generacional sin precedente en los últimos sesenta años.
De cualquier modo, considero que ha logrado salir airoso de esta crisis, al tiempo que estableció un precedente importante en la relación entre los individuos y las instituciones, legitimando el diálogo entre cubanos dentro de ciertos marcos, lógicamente, como vía para resolver diferencias. Esto hubiera sido impensable en otro momento.
Incluso en los últimos procesos de consulta, ocurridos a raíz de los Lineamientos del Partido y para el proyecto de Constitución, la vía fue vertical, «de arriba hacia abajo». Esta vez ocurre en sentido inverso y eso es particularmente beneficioso para la nación y para el propio Estado, más allá de campañas internacionales –o nacionales– de descrédito que fracasan por estar enajenadas de la realidad cubana.
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