En el programa de desarrollo de Cuba hasta el 2030 se postula la extensión de la generación eléctrica mediante fuentes renovables de energía, con miras a que lleguen a cubrir un cuarto del total. Con este fin se apuesta por extender los parques eólicos, los de paneles solares fotovoltaicos y la quema de biomasa que generan la industria azucarera (bagazo) y -más recientemente- el marabú.
Otras vías que se propugnan son el empleo del biogás, a partir de las heces animales y humanas, y los calentadores solares. Todas estas fuentes renovables prometen mejorar sustancialmente la generación con medios propios, pero ninguna puede compararse con la energía que aportaría la llamada caña energética, asequible y barata para Cuba, pero que la dirección del país parece ignorar olímpicamente.
El empleo extensivo de la biomasa cañera para producir energía ha estado limitado más por razones ideológicas que económicas. El gobierno cubano considera que es un crimen de lesa humanidad emplear los alimentos para producir energía cuando hay tantos millones de hambrientos en el mundo. Mas, esto no pasa de ser una verdad a medias.
Si bien es cierto que el cultivo de vegetales para ser quemados impide su empleo en la alimentación humana, también lo es que hoy en la Tierra se producen alimentos para más del doble de la población actual. La desnutrición no es por problemas de producción, sino de distribución desigual. Mientras unos botan los paquetes de alimentos sin abrir para volver a comprar, otros se roen los puños para entretener el hambre.
Por demás, Cuba hace mucho que no es una gran productora de alimentos; al contrario, dos de nuestras ramas principales de exportación corresponden a las drogas más mortíferas del mundo: alcohol y tabaco. En nuestro caso lo que se haría no es quemar maíz, trigo o soya en los hornos termoeléctricos, como se hace en otros lugares. Tampoco se incineraría a nuestra querida caña de azúcar, aun cuando se encuentre tan venida a menos en este siglo.
El portador energético milagroso no tenido en cuenta en nuestro entorno es la caña energética
Modificada para generar cada vez más biomasa y menos guarapo, mientras la proporción entre líquidos y sólidos en un tallo de caña de azúcar es de 70-30 aproximadamente, en las variedades energéticas llega a 30-70. Esto la convierte en el mayor productor mundial de leña entre todos los cultivos terrestres conocidos, muy superior al eucalipto y al bambú que le siguen en orden.
Su efectividad para la producción energética en Cuba está más que comprobada científicamente. Hoy en el central espirituano Melanio Hernández, empresa que lleva la delantera nacional en la industrialización de la caña energética, la superficie cultivada desde hace varios años rebasa las 3,000 ha.
El Centro de Estudios de Energía y Procesos Industriales (CEEPI) de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Sancti Spíritus ha obtenido tres patentes de variedades cubanas. Las más empleadas son las C90-176 y C90-178, que tienen un contenido extraordinario de biomasa y una resistencia superior a las plagas y la sequía. Sus tallos contienen más fibra que cualquier otra variedad, mientras los jugos son tan ácidos que no clarifican pues contienen pocos azucares.
Precisamente por eso, sus caldos son apropiados para extraer a gran escala biomasa proteica de levadura y, fundamentalmente, un bioetanol de alta calidad, lo cual nos permitiría reducir la dependencia de la gasolina y el petróleo importados.[1]El modelo a seguir por Cuba –a una escala menor– bien pudiera ser el de Brasil que ha logrado producir aproximadamente 15 millones de m³ de etanol por año –aproximadamente 1 m³ por cada dos toneladas de azúcar–, a partir de emplear en ello la parte del guarapo que ya no contiene azúcar.
Adicionalmente se podría generalizar la tecnología brasileña de automóviles de combustible flexible, que mezclan etanol con gasolina y petróleo según fluctúen los precios de cada uno. Esto favorecería la protección del medio ambiente y fortalecería la seguridad nacional.
Lo más importante es que la industrialización masiva de la caña energética resucitaría muchos de los centrales que fueron cerrados y desmantelados por el alto costo de la producción azucarera. En el plano social, esto reviviría, cual ave Fénix, a cientos de pueblos y bateyes que permanecen detenidos en el tiempo y sumidos en la inopia desde que a inicios del siglo XXI callaron los ingenios.
Claro que ahora los colectivos de esa agroindustria lo menos que producirían sería azúcar y melazas, pero ya no tendrían tiempo muerto. La mayor parte del año se dedicarían a triturar las cañas, producir alcohol y otros derivados y, sobre todo, a generar energía eléctrica para alumbrar la Isla con una fuente energética barata, sustentable y genuinamente cubana.
[1]Isora Montano Perdomo (2012). Uso de la caña energética en la empresa azucarera Melanio Hernández. Factibilidad de la caña de azúcar como combustible renovable. Editorial Académica Española. ISBN: 978-3-8484-7307-6, 64 pp.
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