Así como Jesús invita a lanzar la primera piedra a quienes jamás han pecado, se puede retar a cualquier comunicador de este planeta a declararse libre de la intención manipuladora de sus mediaciones públicas. Todos manipulamos y, a la vez, todos somos sujetos de la manipulación expresiva.
Señalar la manipulación para descalificar a un medio o a un profesional de la comunicación, apegados a posturas ideo-políticas o doctrinas, magnifica algo que es inherente a todos los medios desde que el ser humano primitivo rasgara las primeras paredes de una cueva.
Cualquier estudioso de la comunicación lo sabe. Si digo que la Televisión Cubana manipula a sus preceptores cuando propaga extractos de discursos de Fidel Castro los días previos al VIII Congreso de Partido Comunista, no estoy diciendo nada ofensivo o descalificador. Si destaco que ETECSA le envía mensajes de textos a algunos de sus clientes, con consignas derivadas de esos discursos, tampoco estoy per se atacando a ETECSA. La manipulación ha formado parte, desde los albores de la humanidad, de nuestro instrumental comunicativo.
Ayer un conductor de la televisora granmense CNC dijo en su programa: «Hoy no podemos ocultar información». Se refería a cierto reclamo de parte de su audiencia sobre casos de «resultados de PCR inhibidos» en busca de positivos a la Covid-19. Aunque me aseguran que ni remotamente fue la intención del conductor –a quien conozco y sé que es una persona honrada–, a mí lo primero que me vino a la mente fue: ¿Ahora no ocultan información porque no se puede? Entonces: ¿Antes la ocultaban porque se podía?
El lector seguramente ya habrá anticipado hacia dónde me dirijo, a otro precepto comunicacional ampliamente conocido: en los procesos de intercambios de ideas no sólo es relevante la intención manipuladora del emisor (el que inicia), sino que posiblemente sea más relevante aún, la postura interpretativa del preceptor (el que recibe el mensaje).
La potencialidad manipuladora de un mensaje no está tanto en la intención del emisor como en la postura interpretativa del preceptor. Lo resumía Faustino Oramas, el juglar holguinero apodado El Guayabero, cuando decía: «Yo pongo la cuarteta, el relajo lo ponen ustedes».
De tal modo, un preceptor común, al que le repitan que es sujeto de la manipulación, puede llegar a confundir un gazapo o un error, resultante de la incompetencia o la negligencia, con una oprobiosa trampa manipuladora. O, por el contrario, un preceptor ingenuo o tendiente al analfabetismo cultural puede creerse acríticamente cualquier idiotez o indignidad.
De hecho, en el contexto de las batallas ideo-políticas –con el uso de los símbolos– una de las más sutiles formas de manipulación de cualquiera de los bandos es tratar de inducir en el preceptor la idea de que El Otro es peor y más antiético manipulador que uno mismo. Así se descalifica al contrario ante el preceptor que se pretenda ganar para la causa propia.
Pero eso tiene un costo: el sacrificio de la verdad consensuada, que es aquella interpretación de la realidad que, una vez validada socialmente, permite el avance hacia lo que la mayoría ha establecido como meta.
Si asumimos que la mayoría en Cuba ha refrendado como meta el tránsito hacia el socialismo, entonces toda forma de manipulación que atente contra nuestras verdades consensuadas, nos aleja de esa meta y nos va sumiendo en una especie de Imperio de la Estupidez Consentida. Allí el consenso no importa, sino únicamente la postura ideo-política de los actores respecto a lo que el grupo de poder político, o sus opositores, dictaminen como favorable a sus doctrinas.
En el caso de Cuba, se puede manipular en el sentido del consenso con la inclusión de todos, desde los seguidores incondicionales y acríticos hasta los hipercríticos, en aras de que los mensajes sirvan para prepararnos y modificar la realidad –resolver los problemas– en pos de la construcción socialista. También se puede manipular para distorsionar la realidad, ocultar lo que nos divide que es responsabilidad del gobierno, desde un extremo, o hiperbolizarlo desde el otro.
La pretendida totalización del arsenal simbólico cubano, en pos de la narrativa del apoyo incondicional al Estado –por un lado– o de la narrativa del fracaso absoluto, por el otro, sólo favorece a los extremos que apuestan por la fragmentación. A partir de esa convicción es que, en lo personal, he estado insistiendo en que los comunicadores profesionales públicos, en medios estatales, que supongo quieren lo mejor para Cuba, comprendan que toda manipulación a ultranza, cuyo único fin sea descalificar al otro sin atenerse a un mínimo de argumentación basada en hechos, sólo beneficia a los contrarios a la meta refrendada.
Va en detrimento de un sistema de valores acorde a un ser Humano crítico, inconforme, transformador, sacrificado y solidario que sería, en definitiva, el único ente social garante para alcanzar la meta del socialismo. Pero eso no significa que sea deplorable en si misma toda forma de manipulación, como ya he explicado.
Por consiguiente es relativamente fácil lograr, a fuerza de la reiteración de un argumentun ad populis, que una multitud virtual repita que La Joven Cuba, por ejemplo, «ha cambiado sus enfoques y ya no vale nada». Lo difícil sería demostrarlo con hechos y, más que eso, modificar para bien aquellos segmentos de la realidad que mostramos desde nuestras «ópticas manipuladoras», y que los criticados parecen incapaces de resolver.
Porque se puede descalificar a este sitio, como mismo se puede descalificar al periódico Granma o a Cubadebate –ejemplos sobran. Lo complejo, lo que en mi opinión sería verdaderamente revolucionario, es aprovechar los puntos de vistas de unos y otros a favor de la construcción del socialismo, con la solución conjunta de los problemas, por encima de las diferencias de interpretación o expresión de esa realidad. Quizás esté aspirando a demasiado.
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