Estas cosas nunca debieron ocurrir en Cuba:
- Que haya una cantidad significativa de ancianos en condiciones de absoluta miseria.
- Que los derechos de una minoría se lleven a referendo.
- …
- …
Dejo la lista abierta pues no tendría para cuando acabar si enumerara todas las cosas que nunca debieron suceder en este país. Me refiero solo a estos dos temas porque la situación de los ancianos me duele, como me duele la discriminación, cualquiera que sea. Me refiero únicamente a estas dos, porque mañana se decidirá si se aprueba o no el nuevo Código de las Familias. (Aquí, ya lo veo, saltarán algunos a decir que esa votación es una farsa, que será un fraude, que el SÍ es la única opción para el gobierno; y yo mismo tuve esa certeza, aunque ya no tanto).
El sábado pasado, en Matanzas, acompañé a dos voluntarios de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana en Cuba (ICM) a repartir almuerzos. Algunos de los beneficiarios almuerzan en la iglesia. Esa vez se atendió a quince ancianos. Aunque los de la ICM quisieran, no pueden ser más. Las donaciones que reciben solo alcanzan para esos pocos. Me cuentan que han recibido ayudas del Seminario Evangélico, del Centro Martin Luther King… También de personas normales, cubanos que viven dentro o fuera de la Isla: arroz, viandas, dinero en efectivo… Algunos pagan un combo una vez al mes, o una vez al año. Toda ayuda se agradece.
(Foto: Néster Núñez/LJC)
Hay en Cuba una realidad que está ahí mismo pero que no vemos, que no queremos ver porque duele, que no existe en los medios de comunicación oficiales por otras conocidas razones. Cuando esa realidad te da de golpe en la cara, como me sucedió, enseguida te preguntas: ¿qué es esto? Y después caen otras preguntas en cascada: ¿Cómo es posible, en un país que se dice socialista? Personas que aportaron a esta sociedad toda su vida… ¿esto es lo que obtienen? ¿Esto es lo que podemos esperar del futuro? ¿Dónde están los familiares de estos ancianos? Y otra vez: ¿Cómo es posible?
La imparable emigración de los jóvenes, el envejecimiento poblacional, las tiendas en MLC, la crisis económica, la falta de medicamentos y la crisis del sistema de salud… ¿Cuánta soledad deben sentir estos ancianos en medio de un apagón nocturno? ¿Cuánta hambre, cuánta desesperación? El nuevo Código de las Familias exige responsabilidad de los familiares hacia los ancianos.
(Foto: Néster Núñez/LJC)
Sin embargo, la pregunta que se hace una de las voluntarias de ICM es: «¿Cómo ayudar mejor?». «El señor fue un enfermero de mucho prestigio en la ciudad», me dice cuando salimos. Me cuenta que hace poco le llevaron sábanas nuevas. Las sábanas ya no están. Que el señor no tiene hijos. Que los encargados son unos parientes muy lejanos cuya intención, evidentemente, es solo quedarse con la casa. Si a eso se le puede llamar casa. Lo que fueron sala y saleta no tienen techo. La habitación de dormir, sí. Por suerte no llueve. La muchacha de ICM todavía está espantada, como yo. Y desde su impotencia, desde la imposibilidad de hacer más, sufre.
La gente de ICM también sufre los apagones, la falta de MLC en sus cuentas de banco, la escasez de transporte y el exceso de calor, de mosquitos y de dengue. Quiero decir, son cubanos como el resto. Los he visto hacer donaciones a los damnificados del tornado en La Habana. En los peores momentos de la Covid-19, cuando los hospitales estaban atestados y se viralizó en las redes el SOS Matanzas, su sede se convirtió en uno de los centros de recepción y distribución de medicinas y alimentos donados desde España y EE.UU. Igual sucedió recientemente, cuando ayudaron a los lesionados en el incendio de la Base de supertanqueros.
Ayudar, servir a los necesitados, es parte de la misión de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana en Cuba. Su ministerio es radicalmente inclusivo, según lo define su pastora principal, Elaine Saralegui. No hay discriminaciones de ningún tipo en el seno de esta iglesia, lo he visto yo mismo. La espiritualidad es la base de todo. Algún que otro miembro recibió la mano de Orula. El pulso verde y amarillo se percibe en sus muñecas. El templo lo han prestado para que se reúnan los practicantes del budismo zen. Y adoptaron allí a perros y gatos que antes vivían en las calles.
Las próximas visitas en el barrio La Marina reconfortan un poco. Pese a la situación económica extrema, ambas ancianas son atendidas por sus familias. La hija de una recibe las donaciones muy agradecida, pero con vergüenza. Explica que no tiene con quien dejar a su madre y por eso tuvo que abandonar su trabajo. Para darle ánimos, y para darme a mí mismo, le digo que el nuevo Código de las Familias contempla alguna remuneración económica para casos como el de ella. Ambos sabemos que ni diez salarios mínimos alcanzarán, pero sonreímos un poco porque la esperanza también vale.
Las muchachas de la ICM se despiden. La señora que me acaba de conocer, desde su sillón de ruedas, les pide que pasen a conversar con más frecuencia. Si ven la puerta abierta, que ni avisen, que entren. Que siempre está ahí, con muchos deseos de hablar con alguien. Ellas prometen volver después, ahora tienen que entregar los últimos almuerzos.
Salimos a la calle. Las muchachas de la ICM toman un rumbo y yo otro. Las veo alejarse caminando, muy cerca una de la otra pero sin tomarse de manos, como seguro desean, dichosas de hacer el bien. Dentro de su templo pueden ser ellas mismas, y en su casa, pero no en la calle. Los hombres las miran con lujuria. Se meten con ellas. Les dicen cosas groseras. Invaden su espacio, su vida, su intimidad, como si fuera lo más normal del mundo. Las muchachas son novias, pero cuesta expresar en público su afecto, como una pareja cualquiera.
Ojalá prevalezca el SÍ cuando mañana se plebiscite el nuevo Código de la Familia. Aunque, repito, nunca debió suceder que nosotros decidamos sobre el derecho que tienen estas muchachas a casarse legalmente, a ser felices. Desde que se creó en Cuba, la ICM ha estado luchando con determinación por esta causa. Como ya dije, su ministerio es radicalmente inclusivo: han bendecido la unión ante Dios de personas que se aman. No discriminan a nadie. El amor es la base.
Sé que muchos van a marcar el NO como voto de castigo a la mala gestión del gobierno. Comparto sus razones, pero no esa decisión. Todavía hay tiempo para leer el Código. Entre todo lo malo que estamos viviendo, el Sí representa un avance.
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