En la mañana del 8 de septiembre del 2022 falleció Su Majestad la reina Isabel II, ejemplo de una de las tradiciones más importantes de la cultura anglosajona y emblema del espíritu inglés. Su figura aúna un sinnúmero de hechos de relevancia, y en su país parece ser un símbolo de unidad en torno a los logros de aquella sociedad. En nuestra pequeña isla —cuyo occidente estuvo regido durante once meses por esa misma corona en el siglo XVIII—, su muerte ha traído implicaciones y enseñanzas para quienes solo podemos mirar los toros desde la barrera.
Minutos después de su deceso saltaron a las redes reacciones de activistas sociales que se precian de pertenecer a una «izquierda revolucionaria y humanista». Muy pronto sus comentarios generaron controversias, incluso con la propia posición oficial. Y eso dice muchas cosas.
En primer lugar, hay una frase que ha marcado a nuestras generaciones y que encabeza una novela de Ernest Hemingway: «La muerte de cualquier hombre me reduce». ¡¿Qué podríamos decir ante la muerte de un símbolo que para unos es típico del colonialismo mientras para otros indica cultura, tradición, innovación y progreso?! Téngase en cuenta que todas las huelgas que estremecían al Reino Unido se detuvieron de pronto para rendir honores al símbolo nacional que era Isabel II.
Alegrarse ante la muerte de cualquier persona es lo menos humanista que sugiere el comportamiento de un ser humano, y si esto parte de aquellos que pretenden construir una «sociedad nueva», que me disculpen los candidatos pero no cuentan con mi voto.
Luego de las primeras publicaciones de odio y alegría por la muerte de Isabel II —que incluyeran frases como: «Una reina con las manos manchadas de sangre ha muerto»; «Ojalá desaparezca para siempre toda monarquía», o «Parásitos: yates, castillos y autos de lujo, así vive la monarquía»—, comenzó el debate entre aquellos que se precian de ser de la mencionada «izquierda revolucionaria»: que si es lo que dicta el protocolo, que si Fidel regañó a no sé quién cuando la muerte de Pinochet, que si el Minrex dijo que lo estipulado es duelo oficial…
Algunos quedaron convencidos por el nombre o la posición de quienes ejercieron las críticas, aunque no tanto por las ideas que esgrimían, pero en lo particular me resulta todavía inconcebible incluso el razonamiento que dieron sus censores, alegando que es lo que dicta el protocolo.
Entienda esta «nueva izquierda» que quiere imponer sus errados puntos de vista, que la razón, la respuesta o la justificación no es «que lo dicta el protocolo». La razón habría que buscarla en por qué lo dicta el protocolo, algo que ninguna de las dos partes del conflicto parece entender. El protocolo prescribe el duelo y el respeto porque es lo humano ante el dolor de una nación, de una cultura y de un país que, por demás, ha hecho enormes contribuciones al desarrollo humano, y podrán fajarse entre ellos una y mil veces, pero la inmensa mayoría se siente profundamente orgullosa de ser lo que son.
El protocolo lo establece no porque haya que escribir una frase (por cierto, hubo hasta quien se quejó de «sumisas» condolencias escritas en inglés), sino porque es la manera de solidarizarse con el dolor humano, con la esencia de lo que somos; y el protocolo lo dicta porque es la misma solidaridad que uno desearía cuando el curso natural de la vida coloca en situaciones similares. Es el comportamiento correcto entre seres humanos que, ante todo, respetan la vida, ese milagro irrepetible, y las decisiones de un país soberano.
El Reino Unido fue una gran potencia imperial, como lo fueron todas las sociedades desarrolladas de la época, y es la única que hoy se mantiene alejada del jueguito del euro y el dólar, con una moneda mucho más fuerte que ambas, y eso merece absoluto respeto. El actuar de aquellos tiempos coloniales era de supervivencia, y si no te hacías fuerte (no justifico invasiones) te podían aplastar otros colonizadores, como España, el Imperio Mongol o Constantinopla.
Entonces no es una comparación justa culpar a la reina de las decisiones de siglos anteriores, o del actual, cuando su poder efectivo es y ha sido desde hace tiempo muy limitado. Sin embargo, es muy difícil culparla de no haber servido a su nación y a los intereses de la misma.
Recientemente esa misma reina envió deseos de prosperidad a Barbados, que el 30 de noviembre de 2021 decidió bajar por última vez el estandarte real e izar en su lugar la bandera presidencial. Dicha ceremonia fue presenciada por el hoy rey Carlos III, que reconoció en ese momento el injusto y cruel pasado de esclavitud y colonización. Actualmente Antigua y Barbuda pretende llevar a votación una separación similar, pero «no como un acto de hostilidad a Inglaterra», según acaba de asegurar Gastón Brown, primer ministro del país caribeño.
La reina Isabel pasará a la historia como un símbolo de unión en su país, como una figura indispensable en nuestra historia reciente. Si los referidos activistas «de izquierda» envidian su legado y el nivel de desarrollo alcanzado por los británicos bajo su égida, pudieran empezar por ser más activos en el diseño de una economía que no acaba de funcionar, mientras ellos aplauden cada medida sesgada y dilatoria.
Este tipo de contribución sería mucho más apreciada que sus sabiondas entelequias, puestas al servicio de sucesos que los sobrepasan. Por ejemplo, en medio de un posible juicio ante la Corte Real de Justicia de Londres por la deuda del gobierno cubano, programada para enero del 2023, sería mucho más sano y estratégico evitar cualquier comentario irresponsable contra aquel país. Es tan sencillo como asumir la actitud adoptada por el gobierno cubano con cuanta decisión implique a Rusia en el contexto actual: abstenerse.
Última fotografía de Isabel II, el 6 de septiembre. (Foto: EFE/Andrew Milligan)
El odio repulsivo ante la muerte de Fidel Castro fue tan denigrante y rechazable como el que se muestra hoy ante el fallecimiento de la reina Isabel II. El futuro de una vida pacífica en el planeta ha de comenzar por ejercer el respeto al culto del ser humano, de su desarrollo y enriquecimiento cultural y espiritual.
Todo este debate evidencia lo errado del discurso de los supuestos dueños del algoritmo, que primero hacen llamados a mítines de repudio (con la anuencia del gobierno) y a actos de reafirmación ante cualquier evidencia de disenso, para luego terminar con frases tan ofensivas y divisorias como: «La orden está dada», en momentos en los que se precisa de unidad y aceptación de las diferencias.
Tal como dijera el miembro del Buró Político Dr. Roberto Morales Ojeda en un post reciente: «Mantener la unidad implica (…) evitar que prevalezcan los celos y atrincheramientos que nos dividen (…) Somos una sociedad heterogénea y debemos aceptarnos y respetarnos en esa diversidad de saberes y pensamientos».
20 comentarios
Los comentarios están cerrados.
Agregar comentario