La Historia con mayúscula nunca será cosa de coser y cantar. En su interior suele albergar verdades ocultas, con la capacidad de volver a florecer en la mente de aquellos que se afanan en perseguirlas. Con este artículo no pretendo llegar a conclusiones inamovibles, sino provocar una reflexión hacia el interior de algunas mentes que siguen viendo al Catolicismo y la Revolución como dos conceptos antagónicos.
Para comprender mejor cómo asumió la Iglesia católica ese histórico primero de enero de 1959, podemos partir por un bosquejo del comportamiento de la misma durante la segunda década de la República. Fue por ese entonces que comenzó a brotar en la Isla un movimiento renovador dentro del catolicismo cubano, influenciado notablemente por las distintas corrientes teológicas que germinaban a nivel mundial.
En Cuba esta realidad cobró vida a través de proyectos que hicieron brotar hacia las calles la acción social de la Iglesia, sobre todo manifestado en el papel fundacional de centros y movimientos laicales como: La Juventud de Acción Católica, de ella fueron surgiendo posteriormente las organizaciones especializadas: JUC (Juventud Universitaria Católica), JEC (Juventud Estudiantil Católica) y JOC (Juventud Obrera Católica). Esto nos da una idea de la labor seria de organización, dinamización y participación de los laicos en la edificación de la Iglesia y la sociedad, muchos miembros de estas organizaciones, asumieron en su momento una postura revolucionaria en contra de los males que azotaban la sociedad.
Un elemento que corrobora lo antes expuesto sobre la actuación de los católicos en esta etapa es la fundación del MLR (Movimiento de Liberación Radical) con el propósito de servir en la política activa, su composición se basaba principalmente en varios dirigentes de la Juventud de Acción Católica, a los que se une un cristiano evangélico. En las lomas de Pinar del Río, refiere el profesor López Oliva, los soldados de Batista dieron muerte a un grupo bastante grande de la Acción Católica que pretendía alzarse.
Ante la deficiente atención del estado hacia los servicios sociales, las Iglesias cristianas asumieron un rol protagónico. Esto es oportuno comprenderlo, porque para no pocas organizaciones religiosas, esta era su razón de ser y su pérdida, será motivo de importantes conflictos con el naciente proceso revolucionario. En ocasiones se suele describir la expropiación de bienes a distintos actores de la sociedad civil pre-revolucionara como algo “justo y necesario”, pero en la praxis fue bien duro y hasta cierto punto injustificado.
En esta etapa crucial de los años 50 fue relevante la incorporación de católicos a la lucha contra el régimen Batistiano que se vivía en el país. Por solo citar algunos ejemplos podemos señalar a: José Antonio Echeverría dirigente de la federación estudiantil universitaria; el P. Guillermo Sardiñas, párroco de Nueva Gerona en Isla de Pinos, que sube a la Sierra Maestra con permiso de su obispo para incorporarse como capellán de las fuerzas guerrilleras revolucionarias.
“Está por investigar el papel jugado por la Iglesia en la formación de la conciencia nacional y manifestado en jóvenes como: Emma R. Chui, Pepito Tey, Ormani Arenado, Cuqui Bosch, Sergio González, René Fraga Moreno, Marcelo Salado entre otros que dieron su vida por la Revolución.”[1]
No podemos obviar que al interior de la institución eclesial había opiniones divididas en cuanto al rol que debían jugar los católicos en la guerra. Sobre todo en el occidente los cambios sociales encontraron cierta reticencia en determinados sectores del clero, que tenían un temor palpable a las consecuencias de las luchas civiles al interior de la Isla.
Como cristiano me gusta pensar que algún día podremos hablar de los forjadores de nuestra Patria sin soslayar su espiritualidad. Los colegios católicos formaron a la gran mayoría de la vanguardia revolucionaria y gracias a ellos existió un florecimiento del sentimiento patriótico en la nación. Sobre estos tópicos aún hay mucho monte que desbrozar, pero eso no puede impedirnos buscar la verdad con sus luces y sombras, sobre la relación entre Catolicismo y la Revolución.
*Julio Norberto Pernús Santiago; 29 años, Licenciado en Comunicación Social por la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de la Habana. Máster en Historia Contemporánea y Relaciones Internacionales por la Facultad de Historia y Filosofía de la Universidad de la Habana. Redactor de Vida Cristiana, medio Católico impreso de mayor alcance nacional.
[1]Documento Final e instrucción Pastoral de los Obispos; Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC). Editorial Amigo del Hogar; Santo Domingo, 1988, pp. 17-40.
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