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opinión política cubana
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2021

Los culpables

por Alina Bárbara López Hernández 5 marzo 2021
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Una de las críticas que puede hacerse a las Ciencias Sociales en los países del «socialismo real», es el anquilosamiento y empobrecimiento teórico que sufrieron, dada la imposibilidad de contrastar con un pensamiento, no ya de derecha o divergente, sino apenas crítico en su propio terreno. Ello no significó que el pensamiento crítico fuera inexistente, por el contrario, creó sus propios espacios, casi siempre académicos y en ocasiones coyunturales, pero también casi siempre apartados de un debate público

Esta situación es resultado de una regularidad propia del modelo. Los sistemas políticos que se adaptan por mucho tiempo a monopolizar el contenido y flujo de la información y a invisibilizar la opinión pública, llegan a considerarse inexpugnables. Y es precisamente esa aparente fortaleza la que se convierte en su talón de Aquiles cuando la opinión pública logra emerger y establecer sus contenidos y canales de información. Al no haber tenido que entrenarse en la negociación y el diálogo, la nueva situación los encuentra desprovistos por completo de la inteligencia, capacidad de negociación y herramientas teóricas que les serían necesarias. Ello explica por qué solo reaccionan mediante la violencia y la prepotencia.

Invitación a un espacio de palabra contra la desmentida

La llegada de Internet a Cuba puso en solfa la autoridad ideológica tradicional. Como resultado, la respuesta desde el aparato de poder se manifiesta represiva, compromete incluso a la legislación recién aprobada y conduce a una escalada de enfrentamientos que proliferan de modo evidente, sostenido y alarmante. Cuando se derrumbó el campo socialista europeo, sus respectivos aparatos ideológicos no tuvieron que lidiar con una situación similar, pues Internet estaba en pañales y las redes sociales aún no existían.

El mitin de repudio en el cual un grupo de personas, nucleadas alrededor de un enorme afiche de Fidel Castro, violentó la entrada a la vivienda donde reside una familia con hijos menores y la vandalizó ante los ojos asombrados e indignados de muchos, fue el bochornoso escalón superior de otros actos de odio que han proliferado en los últimos tiempos, y que se remontan a un pasado reciente no superado.

La activista disidente Anyell Valdés junto a su familia en el lugar que ocupa y que fue vandalizado durante un acto de repudio. (Foto: Yander Zamora/Efe)

Desmarcarse de esa violencia, como observé que hicieron varias personas en medios y redes sociales, es positivo pero no es la solución. La sociedad cubana está profundamente dividida, herida, vandalizada ella misma en su ética y en los valores que se supone debería desarrollar un sistema que asegura defender la solidaridad, el colectivismo y el humanismo.

La Constitución aprobada en 2019 acaba de cumplir sus primeros dos años. Ella pudo ser un parteaguas al declarar a Cuba un Estado Socialista de Derecho, pero esa condición resultó una entelequia si comprobamos que ha sido burlada de todas las maneras posibles. Muchos son los culpables de tal deterioro.

Fue culpable la viceministra primera de Educación Superior, cuando —con el fin de justificar las expulsiones que se han producido en las universidades cubanas—, afirmó en un artículo que los profesores solo pueden laborar en ellas si respetan «las decisiones», defienden «a ultranza cada paso que se da en la Revolución» y se abstienen de criticar haciendo «llamado a los derechos humanos» desde la academia. Y luego, el Ministro de Educación Superior al defender a su funcionaria y levantar ante las cámaras de televisión una constitución de bolsillo —disminuida menos en su tamaño que en su espíritu—, con el fin de invocar el artículo 5 de su articulado que da derecho al Partido a situarse por encima de la ley.

Fue culpable un antiguo director de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado quien, molesto al ver la ola de señalamientos y sátiras a la desacertada intervención televisiva del ministro de la industria alimentaria,  expresó en Facebook que había que «aplastar como cucarachas» a los críticos. Utilizaba, quizás sin saberlo, la despectiva frase con que se referían los hutus a los tutsis en Ruanda durante el etnocidio de abril de 1994.

Violencia de Estado

Son culpables los directivos del Instituto Cubano de Radio y Televisión por cada programa donde se criminaliza, en ocasiones sin prueba alguna, a personas acusadas de «mercenarias», «agentes de la CIA» y «pagadas por George Soros», o cuando divulgan interrogatorios a menores de edad cuyos derechos se desconocen impunemente.

Fue culpable un joven juez de Matanzas que, violando la ética de su profesión se atrevió a decir públicamente en Facebook que la libertad de expresión no es para todos.

Fueron culpables medios como el periódico Granma, órgano del Partido, cuando cedió su espacio a un poeta que, cual discípulo de Platón, afirmó que la política es competencia exclusiva de los «cuarteles generales», donde están «los que saben»; o a un intelectual que puso en duda, en ese mismo periódico, que la república de Martí fuera con todos. También es culpable el sitio de noticias Cubadebate, que publicó su convocatoria a la muerte: «Machete, que son poquitos», la cual debió retirar poco después ante la ola de denuncias en redes sociales y medios alternativos.

En el Estado están los culpables por tolerar el llamado a la violencia

El Estado ha sido culpable por tolerar e incitar a la violencia.

Fue culpable el ministro de Cultura cuando propinó un manotazo a un periodista para arrebatarle su celular, e igualmente otros funcionarios que permitieron que manifestantes pacíficos fueran golpeados y sometidos por la fuerza ante el Ministerio de Cultura. Como mismo fue responsable cada persona que utilizó en las redes el hashtag #Yodielmanotazo, o que justificó al ministro por su «hombría desafiada», «su sangre caliente» o apeló a la «Ley de acción y reacción».

Es culpable una diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular que se refiere a los disidentes como «garrapatas de potrero», «chusma» y otras formas degradantes y peyorativas, y cuando comparte en su muro ofensas a intelectuales y personas que tienen un criterio diferente al suyo.

Han sido culpables todos los funcionarios que, en sitios oficiales y muros de Facebook, creyéndose defensores de la Revolución, replican los programas del Guerrero Cubano, un youtuber anónimo que utiliza un lenguaje sórdido y violento.

Cuando de nombres se trata

Son culpables los que denigraron —hasta obligar a su disolución—, a un grupo de intelectuales que desde la plataforma Articulación Plebeya abogaron por el diálogo entre todas las zonas de opinión política que tienen por horizonte el respeto a la soberanía de Cuba, los cuales fueron presentados como una «contrarrevolución financiada desde el exterior» y «organizadores de un golpe blando al Estado cubano».

Resultan culpables los intelectuales y científicos sociales cubanos, a los que su sensibilidad, formación teórica y habilidad para interpretar hechos sociales les preparan para alertar a los dirigentes del país sobre los errores que se están cometiendo y, en lugar de ello, se pronuncian en cartas de apoyo y declaraciones meramente ideológicas que fomentan un estado de violencia.

Igualmente son culpables aquellos intelectuales extranjeros que, desde supuestas posturas de izquierda, incriminan como «asalariados» y «agentes de la CIA» a sus colegas cubanos que han hecho reflexiones críticas y reivindican el derecho a expresar sus opiniones. Son libertades que dichos intelectuales disfrutan en sus países pero que no toleran en el nuestro.

Son culpables todas las ciudadanas y ciudadanos que han permitido se les oriente realizar actos de repudio. Esas personas, por su carácter civil, no poseen prerrogativa alguna para golpear, gritar, ofender e impedir el libre movimiento de otros, y actúan violando la ley arbitrariamente ante la mirada de los oficiales de Seguridad del Estado.

Bienestar animal y ciudadano

También lo son, y mucho, los dirigentes y agentes del Ministerio del Interior cada vez que impiden salir de sus casas a personas que disienten desde cualquier postura, porque «la calle es de los revolucionarios», o los golpean, les arrebataban los celulares y los llevan, sin orden judicial, a interrogatorios en los cuales los amenazan con represalias a sus familias, incluso a sus hijos menores.

Son culpables todos y cada uno de los parlamentarios cubanos que no han exigido el cumplimiento impostergable de la Constitución. A pesar de que es un mandato suyo, aún las ciudadanas y ciudadanos esperamos porque los derechos y garantías sean «habilitados jurídicamente para defenderlos y concretar el Estado de Derecho».

Ha sido culpable la Fiscalía General de la República en la medida que ignora, contraviniendo su función, a las ciudadanas y los ciudadanos cubanos que, respetuosos de la ley y utilizando los pocos espacios que esta permite, solicitan respuestas y presentan quejas y peticiones por sus derechos violados. 

Y, principalmente, es culpable la máxima dirección del Partido Comunista de Cuba, institución que se considera por encima de la sociedad y del Estado, y que ni siquiera desde esa atalaya privilegiada aguza su perspectiva para comprender los peligros que depara este camino de violencia interna.

En Cuba las personas no están autorizadas por ley a portar armas, de manera tal, cualquier combate interno se dirime en el terreno de las ideas. Ahí se podría comprobar el calibre de los argumentos y el alcance de las evidencias. Sin embargo, es justamente a ese duelo al que más le teme el aparato ideo-político, por lo que descalifican cualquier invitación a dialogar, a sabiendas de que aceptarla pondría de manifiesto sus falencias.

En ausencia del diálogo se pretende imponer el pánico, la violencia o terror de Estado, que consiste en la utilización de métodos ilegítimos por parte de un gobierno, orientados a producir miedo en la población civil. Si esas prácticas se estimulan entre la ciudadanía, si se convoca a utilizarlas y se las presenta como la vía para defender a la Revolución, ya es señal de que el proceso se ha malogrado.

Yunior García Aguilera o el valor de la coherencia

Entre los muchos mensajes que recibo de lectores de LJC, quisiera citar este, de NFD:

«Me viene preocupando, y mucho, la nueva y creciente abundancia del burdo emocionalismo irreflexivo empleado en grandes dosis para sazonar los ilegales y bendecidos ataques a quien sienta y exprese el pensar diferente, en tanto siempre se consideró tal empleo en tan altas dosis como un presagio de la proximidad del fascismo o de las tiranías de cualquier color.

Aprendí que había sido un regalo de la naturaleza la enorme suerte de que los humanos tengamos coincidencias en las ideas y en el pensar, pero a la vez, diferencias acerca de toda la visión de la realidad que nos cobija. Esas coincidencias y diferencias en la historia de nuestra especie nos ayudaron a desarrollar la comprensión de la vida, la sociedad, el universo, las ideas, el amor y la política o los gustos y preferencias de todo tipo (…)».

Los compatriotas que se proclaman verdaderos revolucionarios y a los que preocupa que Cuba pueda retornar al capitalismo, deberían considerar que la situación es más alarmante: si continuamos por ese camino de actitudes filo-fascistas, vamos directo al abismo.

Alemania, 1919. En medio de una terrible crisis económica y de las presiones de potencias extranjeras, grupos de muchachos provenientes de las clases más humildes se manifestaban contra las grandes empresas con una retórica anti burguesa y anti capitalista. Protegían, en los actos públicos y en trifulcas callejeras, mediante golpes, gritos y lemas, las ideas del naciente Movimiento Obrero, Nacional y Socialista; que pronto se convertiría en Partido y trece años después en gobierno.

Sus consignas eran: «Solo se puede acabar con el terror mediante el terror», y «Toda oposición ha de ser aniquilada». En la medida en que se fortalecían, despertaron el interés del grupo de poder económico y su socialismo inicial se fue tornando profundamente conservador hasta derivar en una ideología totalitaria y extremista. Se denominaban Sturmabteilung. En español: Secciones de Asalto (SA).

Para contactar con la autora: alinabarbara65@gmail.com

5 marzo 2021 99 comentarios 5797 vistas
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Burocratismo socialista, corrupción y censura

por Mario Valdés Navia 3 marzo 2021
escrito por Mario Valdés Navia

El concepto burocratismo tiene dos acepciones: 1) hipertrofia de normas y trámites que entorpecen las relaciones del ciudadano con la administración, y 2) excesiva influencia de los órganos administrativos y de los empleados públicos en la gestión del Estado.

Esta última designa toda una corriente de pensamiento con rasgos bien definidos: disciplina, mecanicismo, obediencia, falta de creatividad, rutina, impunidad, inercia, corrupción, clientelismo y secretismo. Cuando no se precisan los términos de partida se confunden los resultados, de lo cual se beneficia el burocratismo, que renace, cual ave Fénix, si los ataques se limitan —como es usual en Cuba— a criticar el papeleo y la morosidad.

La investigación científica acerca del tema se remonta a inicios del siglo XX, cuando Max Weber fundamentó la necesidad de un tipo ideal de burocracia en pos del perfeccionamiento de la administración. La conclusión previsible de ese proceso la condensó en una metáfora terrible: «noche polar de oscuridad helada», al considerar que la racionalización creciente de la vida humana atraparía a los individuos en moldes sociales cada vez más rígidos. Sobre el socialismo recién establecido en Rusia sus críticas fueron certeras, al prever que la abolición del mercado libre y sus mecanismos, sin sustitutos previsibles, no conduciría a una extinción paulatina del Estado sino a la hiperburocratización de la sociedad soviética.

Algunos burócratas llegan a ser distribuidores de bienes públicos, de los que disponen a voluntad a partir de las prerrogativas de sus cargos. (Imagen: La Mañana.uy)

En el orden histórico, la burocracia siempre necesitó del Gran otro (esclavistas, feudales, burgueses) para sustentarse. Como sirvienta de los grandes propietarios, era un sector social dependiente de las migajas que estos dejaban caer. Mas, con la instauración del Estado socialista, vio la senda expedita para su encumbramiento y no dudó en recorrerla.

El modo de vida de los llamados revolucionarios profesionales en el seno del capitalismo constituye el embrión histórico de la burocracia socialista. Aunque el caso es similar para cualquier organización revolucionaria, el de los comunistas es arquetípico. Durante años, estos hombres y mujeres entregados a la causa del proletariado vivieron de los fondos del partido, casi siempre rodeados de penurias, pero liberados ya de una existencia subordinada al poder burgués y a las cadenas del trabajo asalariado. Al triunfar la revolución socialista y quedar a su cargo los recursos nacionales, los tomaron como algo que la Historia —esa deidad de los revolucionarios— había puesto en sus manos a manera de representantes plenipotenciarios del pueblo que los reconocía como líderes.

Al mismo tiempo, la vocación antimercantilista de los Estados en transición socialista propició que la satisfacción de muchas de las necesidades de estos cuadros y sus familias, a expensas del presupuesto público, se percibiera como una manera superior de distribución, más cercana a la comunista y ajena a las tentaciones del dinero; rara interpretación que daría lugar a una gama de privilegios, prebendas y beneficios que los alejaría cada vez más de las condiciones reales de subsistencia del pueblo trabajador. Por ello, la burocracia socialista es representada en el imaginario social de gran parte de la población como una cleptocracia parasitaria, ajena a las vicisitudes de las masas.

Acopio: Comunismo de guerra a lo cubano

El mismo Lenin advirtió que la falta de participación activa del pueblo ruso en los soviets, abriría las puertas a la creación de «órganos de gobierno para los trabajadores», en lugar de ser «de los trabajadores». En sus últimos escritos, mostró una creciente preocupación por la «úlcera burocrática» que empezaba a minar al joven Estado y postulaba que no se podía «renunciar de ningún modo a la lucha huelguística» siempre que estuviera dirigida contra las desviaciones burocráticas que habían penetrado, no solo en los soviets, sino también en «el aparato partidario», ya que «la dirección del partido lo es también del aparato soviético».[1]

Madre e hija del totalitarismo socialista, la burocracia deviene engendro diabólico de la revolución socialista, pero también en su sepulturera. El socialismo soviético procreó así sus propios demonios: los burócratas, prohijados hasta el punto de ser capaces de abandonar al pueblo del que surgieron y aliarse con el capital trasnacional antes de perder sus prebendas sociales y riquezas mal habidas.

La causa esencial del empoderamiento burocrático socialista radica en que, mientras el dominio del capital separa al Estado de la economía, por lo que debilita a la burocracia estatal, el socialismo los une de forma indisoluble, con lo que otorga a los funcionarios estatales un poder nunca antes visto, pues ahora todo pertenece al pueblo, cuyos representantes plenipotenciarios en los diferentes niveles son los burócratas. A tenor con ello, la burocracia se transforma, de sector social en sí, separado de los medios de producción y secundario en la estructura social, en una clase para sí, usufructuaria de las riquezas del pueblo y hegemonizante a escala social.[2]

La película cubana «La muerte de un burócrata», retrata el fenómeno en un momento tan temprano de la Revolución como fue el año 1966.

De manera no menos importante, la burocracia socialista deviene también en usufructuaria de los medios de decisión. Grandes transformaciones, tareas que involucran a todo el pueblo, inversiones del capital público y posiciones en política interna y externa de las que dependen los destinos de la nación, son consensuadas y decididas por la alta dirigencia burocrática, y solo posteriormente aprobadas —nunca desaprobadas— por las masas, en forma más o menos democrática.

La alta burocracia se convierte en los que saben, y pretende pensar por el pueblo, al que consulta en ocasiones, pero del que únicamente espera aclamaciones y alabanzas, no ideas contrarias. A tal punto alcanza el empoderamiento de la burocracia en el socialismo, que su nivel de vida no se puede determinar monetariamente, pues sus miembros se tornan beneficiarios directos de bienes y servicios que el resto de la población rara vez logra adquirir en el mercado. Incluso, algunos burócratas llegan a ser distribuidores de bienes públicos, de los que disponen a voluntad a partir de las prerrogativas de sus cargos, lo que les permite colmar de prebendas a sus acólitos, amigos y amantes e, incluso, presentarse como dispensadores de beneficios y soluciones a problemas materiales, pasando por encima de planes, presupuestos y limitaciones del país, en roles de Papá Noel socialista.

Gen primigenio de la burocracia es el clientelismo, que apareció en la Unión Soviética y luego se extendió a toda la comunidad socialista. Su existencia estuvo condicionada por el establecimiento de relaciones de este corte entre funcionarios de mayor nivel —patrones—, y de menor —clientes—, a partir del intercambio de favores y prebendas que crean nexos de subordinación y fidelidad en los miembros de un campo clientelar. Cuando el clientelismo se asocia, como es frecuente, al nepotismo y al caudillismo militarista, la burocracia se consolida como un estamento social exclusivista.

El intercambio de favores y prebendas crea nexos de subordinación y fidelidad en los miembros de un campo clientelar. (Imagen: GobernArte)

Esta situación auspicia también la corrupción del poder real y las malversaciones; protegidas por el secretismo, la falta de transparencia informativa y del empoderamiento ciudadano. Por ello, el enemigo mortal del dominio burocrático en el socialismo debería ser el control obrero y ciudadano; a los que la burocracia se enfrenta decisivamente con métodos cada vez más sofisticados y falaces.

Para la burocracia, el pueblo existe como mayoría silenciosa/ruidosa, cuyas opiniones pueden ser loables siempre que transmitan agradecimiento y lealtad; de lo contrario son fastidiosas y solo se tolerarán con el fin de ser debidamente canalizadas por las vías establecidas para, a su debido tiempo, ser respondidas de forma tal que si no satisfacen al impertinente al menos le demuestren lo inútil de su queja.

Cuando tal estilo de gobernanza se hace costumbre, las personas son sometidas a un proceso de desideologización destinado a castrar su espíritu de combate, su carácter crítico y el hábito de pensar por sí mismas. De esta forma, se pretende que las clases trabajadoras, que habían llegado a ser —al menos en sus sectores más concientizados— una clase para sí, vuelvan al estadio anterior de clase en sí, e incluso, desciendan todavía más en la escala ideológica hasta transmutarse en una clase para otros: los burócratas hegemonizantes que las entretienen, conduciéndolas de una tarea en otra como las hormigas pastoras a las bibijaguas.

Esta mayoría silenciosa se asocia asimismo a la falta de sentido de propiedad, compromiso político-social, empoderamiento real de los ciudadanos, participación política y motivación ideológica. La burocracia termina entonces por convertir a la sociedad socialista en una inmensa zona de confort que rechaza todo lo que sea crítico, complicado, o subversivo. De ahí el supuesto apoliticismo que se extiende en las nuevas —y no tan nuevas— generaciones como resultado de la carencia de un pensamiento crítico y de la práctica de sólidos valores cívicos.

El reordenamiento necesario

Con sus maquinaciones, la burocracia socialista garantiza lo que constituye su escudo protector por excelencia: la impunidad, a la cual defiende con uñas u dientes. Sin tierras que rentar, capital para invertir, o inteligencia que alquilar, solo puede vivir parasitariamente, de ahí que sus mayores ingresos le lleguen de manera subrepticia, ilegal e inmoral, por lo que su buen vivir es sinónimo de algún tipo de corrupción, más o menos desfachatada. En consecuencia, huye de las leyes y reglamentos como normas de derecho, mientras privilegia los decretos y cartas circulares, de carácter ramal y lenguaje esotérico.

En función de preservar el poder burocrático se emplean todos los mecanismos del poder cultural socialista —enseñanza autoritaria, medios timoratos, partido único centralizado, sindicatos pro administrativos— para convertir la hegemonía burocrática en el modo de vida compartido por todos los sectores sociales. Uno de sus mecanismos más influyentes es la censura, cuyo ejercicio permanente se constituye en respuesta políticamente autorizada a las preguntas cotidianas sobre: qué se puede decir, qué se debe callar, qué (no) se hace público, dónde y cuándo; según el canon burocrático y las retóricas ideológicas que lo justifican.

La institucionalización de la censura como especie de laberinto de silencios y verdades a medias, revela la inconsistencia del equilibrio social, en especial, en su variante más extendida: la autocensura, que afecta tanto a los ciudadanos simples como a los científicos, comunicadores sociales, profesores, estudiantes y a los propios miembros de la burocracia. Enfrentarla y superarla es una condición sine qua non para desbancar al poder burocrático.

Este texto es parte de mi libro de ensayos El manto del Rey. Aproximaciones culturales a la economía cubana, (Ediciones Matanzas, 2020), cuya versión digital puede ser descargada gratuitamente en el hipervínculo del título por los lectores. 

***

[1] Martha Harnecker (2002). “Cómo vio Lenin el socialismo en la Unión Soviética”, América Libre, http://www.45-rpm.net/palante/lenin.htm.

[2] Ver, editorial del Granma “La lucha contra el burocratismo: tarea decisiva” (junio 1965), en “Lecturas de filosofía”, tomo II. Instituto Cubano del Libro. pp.643-647.

3 marzo 2021 19 comentarios 2567 vistas
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Invitación a un espacio de palabra contra la desmentida

por José Otoniel Vázquez Monnar 2 marzo 2021
escrito por José Otoniel Vázquez Monnar

La Psicología es una ciencia que no puede pretender ser apolítica. No debe escudarse en un cientifismo absoluto para des-responsabilizarse del contenido político que circula libremente entre sus teorías y sus prácticas. Isaac Prilleltensky, autor argentino conocido en Cuba por la colaboración con el psicólogo clínico Joaquín Gómez en Santiago de Cuba, ha publicado varios libros sobre esa imbricación de la psicología y los valores políticos y comunitarios.  

No pretendo disertar acerca del estado actual de las ideas en ese ámbito. Siento más bien el empuje de escribir sobre algo más urgente y práctico, algo que ayude. Asumo el riesgo de que el artículo se pase por alto, o de que entre en el juego de los extremos políticos que ciegan a los cubanos hoy. Me responsabilizo con las consecuencias posibles. Y adopto también una posición política. Solo que ella es la misma que aplico en la clínica. Es una política ligada a la ética psicoanalítica lacaniana.

La primera vez que presencié un acto de repudio tenía alrededor de siete u ocho años. La carga de violencia psicológica, verbal y física de la que fui testigo no me permitió jamás reconciliarme —viviendo dentro y fuera del país— con la ideología ni con el discurso del gobierno cubano.

Recuerdo que en los ochenta, una familia vecina había querido irse a los Estados Unidos. La madre estaba sin trabajo porque había sido expulsada de la escuela donde enseñaba. Cierto día, un grupo compacto de sesenta o setenta personas, convocadas, como todavía ocurre, por oficiales de Seguridad del Estado, decidieron hacer un acto de repudio. Eran las 6:00 am. Todo el barrio se despertó con los gritos. No vale la pena repetir lo que decían. Es silencio lo que se impone. Lo indecible no viene del contenido de las ofensas, viene del acto mismo. La familia monoparental, compuesta de una madre, una niña de alrededor de ocho años y un joven adolescente, encerrados solos en un apartamento escuchando mensajes denigrantes, huevos y piedras tirados a su ventana.

Los actos de repudio tomaron auge en los años ochenta como manifestación de intolerancia política extrema. (Foto: AP)

Mis padres no permitieron que mis hermanos y yo miráramos por mucho tiempo. Nos fuimos a otro cuarto y hablamos sobre eso. Decidimos ir y ayudarlos luego. Puedo afirmar que vivimos como familia lo que se podría llamar traumatismo vicario. Nosotros también sabíamos de la marca que cualquier discriminación puede dejar en un ser humano.  En nuestro caso, además de política, también era discriminación religiosa. Esa señora se convirtió en nuestra repasadora de matemáticas de la noche a la mañana y mis padres le pagaban por ello. La ética cristiana y martiana de mis padres nos orientó para elaborar lo sucedido, hablando y ayudando al otro. Asumimos un rechazo absoluto a responder con odio y violencia.

Tengo la necesidad de invitar a mis colegas psicólogos en Cuba a pensar su propia clínica desde la tensión ética y política que se vive en la isla. Que ha existido siempre pero que ahora se ha tornado manifiesta. Me gustaría pensar que los psicólogos estén facilitando allí un espacio de palabra para aquellos que son víctimas de violencia política.

No es un secreto la marca de angustia que queda en muchas de estas personas y en sus familias, aun viviendo lejos, en otros países, de la influencia de lo que se ha vivido. Se trata de una marca irreductible que, desgraciadamente, en algunos casos termina en el suicidio.

Uno de los actos de elaboración de angustia traumática —y diría de reivindicación—, más bellos que he visto últimamente, ha sido el libro de la profesora Carolina de la Torre: Benjamín. Cuando morir es más sensato que esperar. En él, la autora hace un homenaje a su hermano, artista y homosexual, etiquetas peligrosas para la revolución en los sesenta, quién se suicidó después de haber sido víctima de los campos de trabajo forzado llamados UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción). La  primera frase del libro es el fractal de toda la historia.

La violencia traerá el caos

Los actos de repudio rememoran al fascismo. Los nazis justificaban su antisemitismo de manera muy convincente. Los judíos eran los enemigos. Y en nombre de la superioridad ideológica y racial establecieron campos de concentración donde murieron millones de personas. También está el caso de los gulags soviéticos, por donde pasaron alrededor de dieciocho millones de personas. «Eran denominados enemigos del pueblo».

Desde el comienzo de la revolución, el discurso binario propio de la Guerra Fría de la época, entró también en juego para los cubanos. El discurso Palabras a los intelectuales, de Fidel Castro en 1961, es un buen ejemplo. La revolución no ha triunfado verdaderamente si continúa produciendo ese discurso y su efecto. Nunca triunfará hasta que lo supere.

El discurso binario-totalitario siempre repite una paradoja. Se disfraza de David frente a los Estados Unidos pero fanfarronea y abusa como Goliat ante los cubanos que disienten desde cualquier perspectiva política. O asume abiertamente que por ser negro, un cubano debe tener una actitud incondicional al gobierno por haber sido salvado de la discriminación en la que vivía antes del 59.  O tienes acceso a la educación pero no puedes usarla para defenderte de los excesos del Estado.

Es paradójico que se haya llegado al punto de no reconocer siquiera sus propios signos, sus propias categorías. Profesores de las universidades de Oriente y La Habana, de posiciones socialistas y comunistas, han sido expulsados de forma ilegal y turbia de los claustros donde enseñaban.  Para sobrevivir al sistema hay que saber muy bien cómo aparentar o cómo alienarse a él, de lo contrario, sufres las consecuencias. Esto deja muy pocas opciones a la singularidad.

El odio que produce este discurso también se manifiesta en el de la disidencia. Ese pensar que la receta de la salvación a la crisis política y económica de Cuba vendrá desde EE.UU., de la mano del partido republicano o del demócrata. Cada parte es una reacción a la otra, y se parecen más de lo que reconocen. Pienso que esta identidad hace del diálogo algo imposible. El gobierno cubano tiene miedo y necesita mucho de Miami, de su ideología más extrema, de las caravanas, del odio que puede aparecer para sostener un enemigo y así poder perpetuarse. Los actos de terrorismo contra Cuba de parte de grupos extremos radicados en suelo norteamericano, no han hecho más que fomentar una destrucción violenta.

El diálogo de Caín y Abel

Si las ciencias psicológicas reconocen la causa subjetiva y social de los trastornos, entonces debemos pensar la clínica a partir de esta relación de los individuos y los discursos. El totalitarismo —sean sus matices estalinistas, maoístas, franquistas, nazis o fidelistas—, produce y facilita efectos devastadores en la subjetividad. En ese punto es donde tales gobiernos, sean de izquierda, de derecha y sus respectivos matices, se asemejan, porque le quitan al sujeto toda capacidad de acceso a la palabra, a expresarse; y es ahí cuando la clínica psicológica debería encontrar su ética. Facilitar la palabra del sujeto, dando paso a lo singular del individuo, es el primer paso de una cura.

La clínica que adapta el sujeto a su medio —sea capitalista o lo que hasta ahora se mal llama socialismo—, no es clínica, es activismo. Asumo esto radicalmente. Hacer de la clínica un espacio político para desarrollar un sujeto ideológico, sea feminista o machista, capaz de prosperar y hacer dinero y tener bienes, o de contentarse siendo pobre y agradecido con el estado, religioso o que pretende sostener un ideal de felicidad en cualquier promesa ideológica; repito, no es clínica, es activismo. El bienestar que se impone con la sugestión, incluso en nombre de lo bueno, es traumático. El psicólogo puede hacer mucho si se abstiene de transmitir sus ideales y acepta la diferencia del otro. Asumir su posición ideológica personal, al margen del lugar de la desmentida.

Trauma vicario

Al ver las imágenes del acto de repudio contra la familia de Anyell Valdés Cruz, activista política en Arroyo Naranjo, organizado con la complacencia del gobierno, al percibir la violenta participación de los convocados, me pregunto si no toman en consideración que las víctimas no se reducen a esta familia, a sus hijos, sino también a sus amigos, vecinos, a los otros niños y quién sabe incluso si hasta a los hijos de los perpetradores.

La activista disidente Anyell Valdés junto a su familia en el local que ocupa y que fue vandalizado durante un acto de repudio. (Foto: Yander Zamora/Efe)

 El trauma vicario es un término utilizado con cierta restricción de sentido. Por un lado se supone un trastorno parecido al estrés postraumático, donde se desarrollan síntomas después de sufrir un trauma. En cambio, en el trauma vicario, el riesgo de padecerlo viene de la fatiga empática de quienes escuchan la historia de dicho trauma. Profesionales, generalmente de la salud, que han acompañado a sus propios pacientes a recuperarse de situaciones límites y terribles, desarrollan una piedad que los vulnerabiliza a desarrollar síntomas parecidos. Hoy se conoce más como fatiga de compasión.

Sin embargo, el término tiene un alcance más abarcador. Cualquier persona que sea testigo de una situación traumática vivenciada por otra, puede desarrollar síntomas similares. Por tanto, cada acto de repudio reproduce una cascada de síntomas individuales, grupales y comunitarios. Y la situación empeora si el gobierno, —o las reacciones también extremas y contrarias a este—, estimulan, o a callarse o a ripostar con la misma intensidad. Dicho trauma puede ser transmisible, incluso, de una generación a la otra.

En lo traumático, el lugar del silencio es de considerar muy atentamente. Es interesante la lectura que Sándor Ferenczi, un psicoanalista cercano a Freud, hizo al respecto. Su texto, Confusión de lenguas entre los adultos  y el niño. El lenguaje de la ternura y de la pasión (1932), me permite dividir el trauma en dos tiempos. Primero,  separar lo traumático de lo puramente eventual, del suceso. Por lo que tendríamos un primer tiempo donde ocurre algo de carácter peligroso y violento para el sujeto, cercano a la muerte física o psicológica (como es el caso de los fusilamientos de prestigio del NTV) y el segundo tiempo es el de la desmentida.

Este segundo momento implica la negación del hecho traumático desde el otro: hablo del agresor mismo que obliga a callar a la víctima, o la negación que viene de quien la persona que sufre pondría en el lugar de la protección. Es decir,  la familia, la policía, las instituciones que representan la justicia, entre otros. Pienso aquí en los feminicidios, en el silencio y en la falta de conciencia y sensibilidad de un cuerpo policial claramente machista. Medito en la lectura política que hacen de esta situación de violencia contra las mujeres en la Isla. Incluyo también la vulnerabilidad de las personas trans, queer.

La nación fracturada

Se asume que es en el segundo tiempo donde se consolida y se determina el trauma. Si el otro desacredita a la víctima en su acto de palabra, lo imposible de decir, de elaborar, de hablar; vuelve una y otra vez al mundo subjetivo de la víctima. A este acto se le llama la desmentida. Esa negación, que toma diversas formas, como la indiferencia o la imposición de otra versión de los hechos, niega la realidad de lo sucedido y deja al que experimentó la situación traumática en una posición de desamparo absoluto, facilitando la introyección y la asunción de una culpabilidad que no le corresponde. Tal estructura se repite sin cesar en la clínica con los adultos y la rencontramos por mucho tiempo entre los movimientos de la transferencia.

Precisamente, por la imposibilidad de dirigirse al otro para aliviarse, los síntomas se vuelven intensos, casi una repetición directa, sin mediación posible, de lo vivido. Las señales que generalmente aparecen son la angustia, un miedo excesivo fuertemente ligado a la desprotección, insomnio, sobresaltos y sustos fáciles, sentirse distanciado de tus familiares y de sus amigos, irritabilidad, pesadillas, ansiedad intensa frente a ciertos disparadores, entre otros. Imagino la dimensión que podría haber tomado el color azul para la familia de Arroyo Naranjo.

A partir del análisis que hago de la situación cubana, invito a mis colegas, sin necesidad de que sea la misma lectura, a convertir la clínica en un lugar de acogida a la palabra del otro, sin correcciones, un espacio de atención a las víctimas de actos de repudio, linchamiento de prestigio, expulsión de trabajos y de universidades, sea cual fuere su ideología. Les invito a ver responsablemente la magnitud de los últimos hechos en Cuba.

La inmensa minoría

Para las familias

Concluyo brindando algunos puntos a considerar por las familias cubanas. No son consejos cerrados (la clínica debe apuntar siempre al caso por caso) pero pueden ayudar a abrir un espacio de palabra en la casa, mas allá de la hegemonía de lo ideológico, y ayudar a que un sujeto individual emerja frente a la desmentida.  

– Dejen hablar a sus hijos de lo que sienten y piensan, mas allá de lo que deben decir oficialmente.

– Háblenles de lo que siente usted también como persona adulta y pregunte cómo ayudar. La idea es abrir ese espacio de elaboración conjunta.

– Permita a sus hijos tomar partido y respete su posición. Déjelos expresarse con cualquier forma simbólica: la palabra, dibujos, representaciones teatrales —y en esto pueden ayudar otras instituciones civiles, religiosas, grupos de meditación, de juegos, lazos afectivos con mascotas, entre otras posibilidades.

– Estimule la compasión. Para participar en un acto de repudio se necesita deshacerse de la empatía. No reproduzca esto. Es un acto que se sostiene sin empatía. Facilite en la familia más actos compasivos que de respuesta agresiva.

– Hablen de los sentimientos de culpa que pueden aparecer. Una de las reacciones comunes es rumiar pensamientos que buscan razonar que se pudo haber hecho otra cosa.

– Diríjase a un especialista. Repito, no se quede inmovilizado por el silencio. Hable.

– Si alguien de la familia, o usted, tiene ideas suicidas, haga un pacto de palabra con un especialista u otra persona para no pasar al acto. Todos los síntomas que sienta trate de decirlos.

Es urgente y necesario que los psicólogos cubanos reconozcamos que los actos de repudio, y otros sucesos de represión política, no son en absoluto banales. Esta es la invitación que hago a mis colegas: abrámonos a la dimensión ética, clínica y política de la libertad de expresión, a la posibilidad de curarse con palabras.

2 marzo 2021 34 comentarios 3450 vistas
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Un referente imprescindible para entender el debate actual

por Ivette García González 1 marzo 2021
escrito por Ivette García González

«He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos».

Charles de Gaulle (1890-1970)

***

En mi texto anterior hice referencia a la legitimidad y complejidad de las corrientes de pensamiento político que se manifiestan en el debate actual en y sobre Cuba. Es un tema de la mayor importancia porque en el fondo atañe a si lo que debemos hacer los cubanos es reformar, actualizar o transformar la sociedad.    

Como en otras épocas de nuestra historia, a través de esos flujos que cohabitan en un escenario crítico y contradictorio, se perfilan diversos proyectos de país. De ahí el significado de identificarlos según sus referentes, presupuestos fundamentales, promotores, sectores que representan y vías de socialización de sus ideas.

El poder de las ideas hoy en Cuba

Un referente imprescindible para lograr ese propósito es la obra del Dr. Juan Valdés Paz, Premio Nacional de Ciencias Sociales; en particular su texto «Cuba: cambios institucionales que vendrán (1959-2015)», incluido en el libro Revolución cubana. Algunas miradas críticas y descolonizadas, del sello editorial Ciencias Sociales, que luego de mucho batallar vio la luz recientemente. Bajo la coordinación de Luis Suárez Salazar lo preparamos desde el 2015 varios escritores de la Sección de Literatura Histórica y Social de la Asociación de Escritores de la UNEAC, que me honré en presidir entre el 2014 y el 2020.

I

El capítulo de Valdés Paz versiona su exposición en la VII Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales, celebrada en noviembre de 2015 en Medellín, Colombia. Las que entonces denominó como «corrientes de interpretación de las políticas en curso» las consideró «revolucionarias y reformistas», por ende «a la izquierda del actual régimen». También como transversales a la sociedad cubana: instituciones, funcionariado, grupos civiles y dirigentes.

De acuerdo a su análisis, dichas corrientes emergieron del conjunto de los «Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución» aprobados en el VI Congreso del PCC realizado en abril de 2011 —que procuraban un nuevo modelo económico socialista—, las medidas implicadas y su efectiva implementación. 

Ambos modelos económicos, el existente y el que se pretendía, se declaraban socialistas bajo un mismo fundamento: la persistencia del carácter estatal de casi todos los medios de producción, la planificación centralizada de la economía y las prioridades para la distribución del producto, principalmente hacia la política social. Cuán socialista es un modelo económico que no asume la democracia en esa esfera, fue parte de la polémica entonces.

II

En un excelente ejercicio de interpretación sociológica, Valdés Paz identificó en aquel momento cinco corrientes con base en posturas de igual cantidad de actores: dirigentes, funcionariado, intelectuales, cuentapropistas y otros sectores de la población.

Las dos primeras categorías las había definido en su libro La evolución del poder en la Revolución cubana, publicado en dos tomos entre 2016 y 2018 por la Fundación Rosa Luxemburgo en México. Los «Dirigentes», también llamados «cuadros», son los actores del sistema político con facultades de decisión. El «Funcionariado» equivale a la categoría de «burocracia», pero sin incluir a los empleados.

Enero de 1959 y la utilidad de la memoria histórica

A continuación sintetizo aquellas corrientes que reflejan el conjunto de ideas previas e inmediatamente posteriores a los Lineamientos y al proceso de reformas anunciado hace diez años.

1. Convencional. De inspiración soviética. Su visión es la del Socialismo de Estado, equiparando socialización y estatización. Entiende la democracia como provisión de bienes y servicios por parte del Estado. Concibe las reformas como concesiones, por tanto, deben ser limitadas y reversibles. Frenan su implementación y consideran que estas deben preservar sobre todo la función reguladora del Estado y el sector estatal de la economía. Sus actores son dirigentes, funcionariado y sectores de la población dependientes de las políticas públicas.

2. Guevarista. Se inspira en el ideario del Che, sobre todo lo concerniente a la construcción del socialismo y el papel de la subjetividad. Se distingue de la anterior en que su visión del socialismo concede un mayor papel a la participación de los sujetos sociales en los asuntos públicos; respecto a las reformas, pone énfasis en limitar las que atañen al mercado y en reforzar las funciones del Estado, sobre todo la planificación, a la vez que en limitar los poderes del funcionariado. Entre sus actores incluye, además, a intelectuales.

3. Socialistas críticos. Se inspiran en diversas corrientes y en las críticas al Socialismo Real. Ven el socialismo como un proceso ascendente de autogobierno y autogestión de la población, una permanente socialización y democratización de todas las esferas. Consideran que las reformas deben transcurrir en un escenario de información abierta, de consulta y debate. Reclaman medidas de salvaguarda socialistas, entre ellas las que limitan el proceso de privatización en favor de la cooperativización. Aspiran a que las reformas produzcan una menor estatización y una mayor socialización. Sus actores son intelectuales, profesionales y sectores colectivistas de la población.

4. Socialdemócrata. Se inspira en la socialdemocracia histórica de izquierda y la experiencia del capitalismo norte-europeo. Concibe el socialismo como una economía mixta bajo reglas capitalistas y un Estado benefactor. La democracia debe basarse en el perfeccionamiento de los mecanismos de representación política y social. Frente a las reformas, opta por la aceleración de la desestatización de la economía y la generalización de las relaciones mercantiles. Entre sus actores está parte del funcionariado (administrativo y económico) y sectores autogestionarios de la población.

5. Socioliberales. Tiene importantes convergencias con la anterior. Se inspira en el liberalismo social y en la reforma china. Opta por un «socialismo de mercado» competitivo, con una desestatización y desregulación al máximo del sistema económico. Restringe la democracia a la esfera política y considera debe ser sobre todo representativa y delegativa. Las reformas deben ser de manera continuada y acorde a la eficiencia. Asume que un mayor patrón de desigualdad es inevitable y debe ser compensado con asistencia social focalizada. Sus actores son los mismos anteriores, más algunos profesionales.

III

Como puede verse, salvando las diferencias en cuanto a ritmos, prioridades y alcance de las reformas, todas las corrientes favorecían el proceso. Aunque el objetivo era la economía, tales posicionamientos, como ocurrió en los años sesenta, dejaban ver los diversos modos de entender el socialismo y pensar el futuro de Cuba.

Razones de más para no callar

Tanto las dos primeras corrientes —Convencional y Guevarista—, como las dos últimas —Socialdemócrata y Socioliberal— mostraban importantes coincidencias y solo algunos matices diferenciadores. De las cinco, solo en la Guevarista y la Socialista Crítica el autor identificó a intelectuales. Al tratarse de una interpretación sociológica del contexto económico, predominan actores del funcionariado, cuentapropismo y de los sectores populares dependientes de las políticas públicas. Obviamente, los dirigentes se ubican en la corriente Convencional.    

¿Cuánto de esa interpretación sociológica realizada en el 2015 está presente en las corrientes de pensamiento político que hoy se articulan en los debates y en las que los intelectuales tienen un papel significativo? Muchas cosas han cambiado en estos seis años, no pocas asociadas a la puja de intereses, aspiraciones y reivindicaciones que entonces quedaron en lo profundo de aquel proceso.

Hoy más que entonces conviene reflexionar y participar. La política está en todas partes, de un modo u otro nos afecta a todos. El consejo que en su tiempo José Ortega y Gasset diera a los jóvenes aplica al resto de los ciudadanos: «(…) haced política, porque si no la hacéis se hará igual y posiblemente en vuestra contra».

Para contactar a la autora: ivettegarciagonzalez@gmail.com

1 marzo 2021 33 comentarios 2522 vistas
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Con todos se ha de fundar

por Lecturas sugeridas 28 febrero 2021
escrito por Lecturas sugeridas

Por Alan A. González Consuegra*

***

«Cuba debe ser en lo político tan Isla como lo es en lo geográfico».

«Diles que ellos [los jóvenes] son la dulce esperanza de la Patria y que no hay Patria sin virtud, ni virtud con impiedad».

Padre Félix Varela

***

«El destinatario simbólico de las Cartas a Elpidio es el joven de esperanza y, en este sentido, todos los jóvenes son “Elpidios”, porque —sean como sean o estén en donde estén—, son susceptibles de crecimiento integral. Podremos sintonizar con el Padre Varela, sólo si permanecemos siempre animados por esperanzas múltiples: ante todo en Dios, pero también, de otro modo, en tirios y en troyanos, sin cerrar —¡jamás! — la puerta con un portazo atronador, definitivo. Acoger el legado de Varela, exige, en primer lugar, el aprendizaje de la puerta entreabierta, de la confianza, de esperar por la otra oportunidad, aunque algunos estimen que sea contra toda esperanza».

Monseñor Carlos Manuel de Céspedes y García-Menocal

***

1. Hace siete años tuve el privilegio de conocer y tratar en contadas ocasiones al ilustre cubano de estirpe mambisa cuyas palabras encabezan este artículo. Lo admiraba desde antes por su pensamiento intelectual, su cubanía, su sentido del humor, su capacidad de conciliar en sí mismo las contradicciones de su generación, de la época que le tocó vivir, las necesidades de su Patria, sus convicciones personales y el legado familiar; no obstante, su mayor grandeza residía en la humildad y en la sencillez de su persona, en su trato fraterno y sincero. Lo conocí en el ocaso de su vida y aun así fue una experiencia aleccionadora. El Padre Carlos Manuel murió amando devotamente a Cuba y a la Iglesia, sus dos pasiones.

2. De los «guatequitos» que celebraban los alumnos de algunos de los colegios privados de La Habana conocía monseñor Carlos Manuel a mi amiga Victoria Fernández de Alaíza y Galliano. Victoria me mostró una Cuba que desconocía, pero necesaria para tener una idea cabal del gran lienzo que es nuestra nación con su variopinta realidad. Tras su carácter prusiano y maneras propias de la rancia aristocracia, existía una mujer con fragilidades, sensible y de buen corazón. Estuvo entre los que perdieron mucho el 1º de enero de 1959, sin embargo, decidió quedarse en su Patria. No se podía imaginar viviendo fuera de esta isla por cuya independencia de España lucharon sus abuelos y tíos, terratenientes hijos de vascos. Era asimismo descendiente de hombres que lucharon en la Guerra del Pacifico e hija de un veterano de la Primera Guerra Mundial. «Ustedes, los jóvenes, hoy en día lo resuelven todo yéndose, a mí me ensañaron a ser patriota», me espetó un día. Victoria, quien hablaba con orgullo de José Antonio Echevarría, y a Juan Niury sólo le reconocía su perfecto dominio del inglés, murió octogenaria, adversando a Fidel y a la Revolución, pero amando a Cuba.

3. Por mediación de Victoria, conocí a su amiga Mary Ruiz de Zárate, otra descendiente de vascos y mambises. Con una historia de vida intensa y digna de contar —no exenta de polémica—, Mary era una cubana impetuosa que hoy sería un ícono feminista. Cienfueguera y marxista como Carlos Rafael Rodríguez, escogió ser parte de la construcción de la nueva sociedad sobreponiéndose a su origen social. Sus investigaciones históricas sobre Cuba y la América de los libertadores —plasmadas en escritos que publicó durante más de cuatro décadas en el diario Juventud Rebelde— todavía hoy son referentes necesarios. Mary, la abogada vehemente, la historiadora y periodista, falleció olvidada por casi todos en un ostracismo autoimpuesto, pero amando a Cuba.  

4. Por mis abuelos, a quienes sueño con amor y añoranza, aprendí a amar a Cuba. El sentimiento patrio, la admiración por Fidel y la entrega de ambos a la Revolución que les dio tanto —derechos y oportunidades a ellos y a sus hijos, provenientes de una familia humilde—, fueron fundamento del ambiente en que crecí. Me hablaron de las carencias e injusticias que experimentaron en la sociedad capitalista y también de los gratos recuerdos de tradiciones y amigos que desaparecieron con el tiempo. Fueron de esa generación que lo sacrificó todo por la obra soñada, dando por hecho que sus hijos serían «el hombre nuevo». En casa no conocí de racismos ni de odios a otros cubanos, tampoco de discriminación de cualquier otra índole. Podían existir discrepancias, discusiones acaloradas, pero al final se seguía siendo familia, amigos, vecinos, cubanos. Mis abuelos, antes de partir, miraban con preocupación y esperanza el futuro de su país y también murieron amando a Cuba.

5. El acervo cultural que me define como cubano, mis valores, mis principios, han sido enriquecidos por los ejemplos y las historias de estos y otros mayores que no menciono, pero me acompañan todos. En ellos siempre primó un sentimiento por sobre ideologías y creencias: amar a Cuba sabiéndose hijos de ella. ¿Cómo no hacerlo? Amar a la Patria implica reconocer en el otro a un hermano por cuyas venas corre la misma sangre de aquellos que tantas veces ofrendaron la suya propia para legarnos un gentilicio del cual nos sintiésemos orgullosos: cubano. No existe mayor altar que el de la Patria ni mayor condición que la de ser su hijo.  

6. Cuando tirios y troyanos cometen el error de confundir a la Patria con el proceso político, económico y social vivido en las últimas seis décadas, o con su gobierno, quien más pierde es Cuba. Tal confusión nos lleva a no reconocernos como compatriotas, hermanados por el suelo que pisamos y cobijados por la sombra de la misma palma que tan útil fue a los mambises cuando enfrentaron a muerte al poderoso Imperio español. En aquella gesta, la más grande, la que más sacrificios demandó de los cubanos, por un solo fin combatieron juntos hombres de diferentes ideologías, creencias y orígenes: hacer de Cuba una nación libre y soberana.

7. En el siglo XXI la humanidad se jugará su supervivencia como especie. El Antropoceno está haciendo de la Tierra un lugar cada vez más hostil para la vida. Los científicos más avezados pronostican en el futuro cercano enfermedades similares o peores que la pandemia que hoy azota al mundo, al tiempo que las contradicciones sociales se acentúan en todos los países como consecuencia —entre otras— de la incapacidad de los sistemas políticos existentes para resolver los conflictos e injusticias sociales. Estamos viviendo en época de la posverdad, pero también de la pospolítica. Tales tensiones ambientales, sanitarias, económicas, bélicas y políticas a escala global, inciden sobre el sistema de relaciones internacionales y afectarán a todos sus actores en menor o mayor medida. 

8. Si los cubanos no somos capaces de asumir nuestras diferencias ideológicas y las contradicciones que, acentuadas por el cambio generacional, emergen en la sociedad actual, y resultamos incompetentes para edificar sobre ellas un diálogo permanente que nos lleve a una reconciliación como nación y como pueblo (que es uno solo: el que vive dentro y el que vive fuera de la Isla); un diálogo que nos permita construir y desarrollar este país a tono con las demandas de este siglo y con el esfuerzo de cada cubano que por su tierra quiera hacer; entonces Cuba enfrentará endeble los inciertos, pero peligrosos desafíos que se cuecen en nuestros días y que son tan dignos de atención como la guerra que se libró por tener soberanía.

9. Pierde Cuba cuando sus hijos desperdician su talento y energías en enfrentamientos estériles y fratricidas, catalizados por el odio de quienes en ambos bandos se sienten seguros y dueños de la verdad, y manipulan conceptos y hechos a gusto. Preocupa ver cómo, desde ambas partes, se incita a la violencia sobre el otro, en las redes sociales, por el solo hecho de pensar diferente y pocas voces reflexionan sobre ello. Andar por ese camino nos conducirá al fracaso como nación hasta llegar a un punto en que nos miraremos al espejo y no seremos capaces de reconocernos a nosotros mismos.

10. Nos debemos construir un mejor país a partir de los derechos ganados por las generaciones precedentes, pero con la impronta de las actuales, donde cada cubano tenga su espacio, se propicie la prosperidad material y se fomente la virtud; donde podamos convivir con respeto y tolerancia en paz, una paz fruto de los consensos y no como la pax romana.

11. Sentiré siempre orgullo de todo cubano que haya contribuido a poner en alto el nombre de esta Isla, así haya sido pobre o rico, social-demócrata o marxista, ateo o cristiano. Sentiré siempre alegría de encontrar algún cubano por el mundo y disfrutar de ese trato que nos damos como si nos conociésemos de toda una vida, justo en ese momento, en un país extraño, sin ser relevante por quién votamos o en quién creemos. No olvidaré cuándo, estando en otras latitudes y observando los bosques germánicos, al escuchar La Comparsa de Lecuona y la Camerata en Guaguancóde Guido López-Gavilán, me vino a la mente Cuba. En un instante, el Atlántico se achicó, el ser completo se conmovió, y brotó la añoranza por el olor a salitre del mar que baña nuestra Isla. Como tampoco se olvida a Celia con su azúcar, al Benny, a Bebo, a Omara, ni debemos olvidar a White, a Brindis de Salas, a Esteban Salas, nuestro Vivaldi, y tantos otros que con su música han alimentado el espíritu de la Patria.

12. Quizá si existe un símbolo amado por todos y que hable de nuestra singularidad y diversidad, es la bandera. Esa bandera a la que hay que reverenciar con la cabeza descubierta, insignia de la soberanía que nos toca conservar en el relevo interminable que impide que la dejemos caer, la misma bandera que se yergue al pie de las tumbas de los mambises en Santa Ifigenia y en Colón, con la que muchos quieren cubrirse en el sueño eterno como lo quiso en España el que una vez fuera el hombre más rico de Cuba; la misma bandera que fue creada por un anexionista en New York y que se inspira en la star-spangled banner y en la de Texas; la misma bandera que defendieron Céspedes, Agramonte, Vicente García, Maceo, Gómez, Martí, y tantos otros; esa que custodia junto a sus hermanas de América la tumba del mambí desconocido en el Capitolio Nacional. Mambí al que todos rendimos honores, y no sabemos ni cómo pensaba ni como lucía, sólo que era un cubano que dio la vida por la libertad de su tierra. La misma que ondeó Fidel en una oscura noche de abril de 1995 en Playita de Cajobabo, en atípico ritual de tributo a esos grandes hombres. La historia a través del tiempo de ese estandarte que portamos con orgullo nos identifica, nos apasiona y nos une.

13. Ruego a Dios porque los cubanos encontremos la forma de entendernos escuchándonos. Cuba deberá ser, en el futuro, tan ecléctica como La Habana, donde convergen diversos y hermosos estilos arquitectónicos y urbanísticos en total armonía, escondidos detrás del musgo y el hollín que el tiempo bruñirá, y que hacen a la ciudad tan singular como a su gente. No sé dónde ni cómo, pero sí sé que yo también, como el Padre Carlos Manuel, Victoria, Mary y mis abuelos, moriré amando a Cuba y a sus hijos al igual que lo hizo Martí.

***  

A mi señor Néstor Ponce de León

Viene a decirme Capriles
Que alguien dijo en Broadway,
Que en mi discurso exclamé:
«¡Los anexionistas viles!».

¡Bien, y con mucha razón,
Me mandó usted el recado
De tenerme preparado
El espinudo bastón!

Miente como un zascandil
El que diga que me oyó,
Por no pensar como yo
Llamar a un cubano, «vil».

Viles se puede llamar
A los que al lucir el sol
Del Diez, con el español
Fueron, temblando, a formar.

Los que al hombro los fusiles,
Negra el alma y blanco el traje,
Ayudaron al ultraje
De su patria —esos son viles.

Vil viene bien, y no menos,
Al que por la paga vil,
Mata el ánimo viril
Entre los cubanos buenos.

Pero al que duda —¡yo no!
¡Yo no dudo!— que su tierra
Puede después de la guerra
Vivir con paz y con pro;

Al que comparta la fe,—
La fe que yo no comparto,—
En el cariño del parto,
Que pudo ser, y no fue;

Al que piensa —¡yo no pienso
Así!— que, en tanto desdén,
Es dable un inmenso bien
Sin un sacrificio inmenso;

Al que, por odio a la guerra,
Prefiera —¡yo no prefiero!—
El comerciante extranjero
A la virtud de su tierra;

Ese, ¡quién sabe si arguya
En vano! ¡si en la mar fía!
Pero si su tierra es mía,
También es mi tierra suya.

Y puede, de igual derecho,
En brazos de otro soñarla,
Como sueño en conquistarla
Mano a mano y pecho a pecho.

¿Qué dijera yo de aquel
De opinión diversa, si
Me llamara vil a mí
Por no opinar como él?

Quiero a Cuba amante y una;
Quiero juntar y vencer;
¿Y empiezo por ofender
Al que ha nacido en mi cuna?

No hiero al mismo español,
De quien la sangre heredé
¿Y fratricida, heriré
A mi hermano en pena y sol?

A mis hermanos en pena
No los he de llamar viles:
Los viles son los reptiles
Que viven de fama ajena.

Todo esto es muy simple, todo
Es que nos daban por muertos
El Diez, y al vernos despiertos
Cierran el paso con lodo.

¡Pero quisiera ver yo
Frente a frente al zascandil
Que dice que llamo vil
A mi hermano, y que me oyó!

Donde no nos puedan ver
Diré a mi hermano sincero:
«¿Quieres en lecho extranjero
A tu patria, a tu mujer?».

Pero enfrente del tirano
Y del extranjero enfrente,
Al que lo injurie: «¡Detente!»
Le he de gritar: «¡es mi hermano!»

En la patria de mi amor
Quisiera yo ver nacer
El pueblo que puede ser,
Sin odios y sin color.

Quisiera, en el juego franco
Del pensamiento sin tasa,
Ver fabricando la casa
Rico y pobre, negro y blanco.

Y cuando todas las manos
Son pocas para el afán,
¡Oh patria! Las usarán
En herirse los hermanos!

Algo en el alma decide,
En su cólera indignada,
Que es más vil que el que degrada
A un pueblo, el que lo divide.

¿Quién, con injurias, convence?
¿Quién, con epítetos, labra?
Vence el amor. La palabra
Solo cuando justa, vence.

Si es uno el honor, los modos
Varios se habrán de juntar:
¡Con todos se ha de fundar,
Para el bienestar de todos!

José Martí

(N.Y., 21 de octubre, 1889)

***

*Este texto fue publicado originalmente en el blog Segunda Cita.

28 febrero 2021 12 comentarios 1553 vistas
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Cuando de nombres se trata

por Alina Bárbara López Hernández 26 febrero 2021
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Si la situación que atraviesa Cuba en estos momentos no fuera tan compleja, si no existiera una terrible crisis de carácter económico, político y social; si no conviviéramos con gente hambreada, cansada, desesperada por resistir un día sí y otro también; causaría risa el patético intento de los ideólogos oficiales por desviar la atención. Pero más que ocasión de burla, lo que produce su actitud es lástima, ante la carencia de cultura histórica, la fatuidad y prepotencia que manifiestan.

Ahora han puesto de moda el juego de los nombres. Cada quien reclama para sí cuotas de simbolismo y exige la capacidad de bautizar, cual dioses que intentan crear un mundo nuevo. Durante mucho tiempo la república burguesa no atrajo tanto para esos fines. Estaban de moda los mambises del siglo XXI o las Marianas, éramos un eterno Baraguá y aquí no habría nunca un Zanjón. A fin de cuentas, el proceso histórico se presentaba como único, desde la Demajagua hasta el año 1959. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, el aparato ideológico ha descubierto el potencial alegórico de la Revolución del Treinta, de sus figuras icónicas, sus publicaciones y estrategias de lucha.

El resultado han sido Tanganas espontáneas y Bufas subversivas. En ese camino arrollador hay un obstáculo: se han robado el nombre de La Joven Cuba y han afrentado con ello a Antonio Guiteras, dicen los dueños de la verdad, aficionados a pescar a conveniencia en el mar revuelto de la historia. Con un titular dramático, un articulista exige que el referido nombre, «usurpado al pueblo», le sea devuelto.

Dicho texto se comparte en sus muros de Facebook porque, al decir de uno de los principales coordinadores: «Esto es candela!!». Tiene razón el enfático analista, develar la relación de un revolucionario como lo fue Guiteras con la izquierda de su época, especialmente con el Partido Comunista, ofrecer luz sobre la creación de La Joven Cuba, permitiría iluminar esta etapa del devenir que pretenden cambiarnos como magos en un acto de ilusionismo. Y mejor aún, propiciaría apreciar algunas similitudes con la actualidad.

I

Guiteras

En una entrevista concedida poco antes de su muerte al periodista Luis Báez, Juan Marinello —presidente de los comunistas cubanos entre 1939 y 1959 —enumera a los jóvenes valiosos que surgieron en las décadas del veinte y treinta del pasado siglo y no menciona a Antonio Guiteras. A una pregunta del entrevistador, que intenta comprender la omisión, responde:

«(…) Guiteras fue un gran revolucionario. Nosotros lo respetamos siempre, pero no lo he citado ahora, porque me he referido a los que cumplían las orientaciones del Partido Comunista, que no fue su caso. Eso no quiere decir que no lo estime a la misma altura que a los otros (…) Guiteras era un gran líder, un hombre solitario que realizó una labor extraordinaria en un gobierno tan reaccionario como el de Grau» (Conversaciones con Juan Marinello, Casa Editora abril, 2006).

Estas consideraciones niegan la obra desarrollada por el gobierno de los Cien Días, que promulgó leyes, decretos y medidas de indudable carácter popular y contenido progresista: rebaja de precios a los artículos de primera necesidad, jornada máxima de ocho horas, jornal mínimo de un peso para los obreros, nacionalización del trabajo, disolución de los partidos políticos machadistas, autonomía universitaria, rebaja de los precios de la electricidad, intervención de la Compañía Eléctrica, voto femenino, protección a la maternidad y al niño, seguro y retiro obreros, reivindicación de las tierras para el Estado, mejoría de la vivienda campesina, reorganización de la enseñanza superior y secundaria y creación de la Secretaría del Trabajo, entre otras.

La imagen absolutamente negativa sobre este gobierno ha sido muy reproducida por la historiografía revolucionaria, aunque un libro como El gobierno de la Kubanidad, de Humberto Vázquez García, publicado en 2005, viene a matizar estos aspectos. También los estudios de Fernando Martínez Heredia sobre el papel de Guiteras en esta etapa aportan una visión más objetiva del gobierno de los Cien Días y del papel de Grau, al que le reconoce, amén de que no era un revolucionario, haber sido radicalmente antiplattista, defender con dignidad a su país frente al imperialismo y resistir todas las coyunturas difíciles hasta el final, sin renunciar.

Aparte de su labor como Secretario de Gobernación del Gobierno de los Cien Días, Marinello reconocía en Guiteras un valor a toda prueba, pero entendía que había representado «un izquierdismo desorganizado y anárquico». Ello se explica desde las posturas opuestas que tenían ambos sobre las vías para concretar la revolución.

De manera general, Marinello, como ocurría con el Partido Comunista, no fue capaz de entender y diferenciar todas las tendencias que existían en el seno del Gobierno de los Cien Días. El apoyo a Guiteras hubiera sido esencial, pero a pesar de sus intentos, los comunistas y la CNOC nunca aceptaron dialogar con él. En esa actitud fueron aliados indirectos del gobierno norteamericano, que tampoco reconoció al breve gobierno.

En los enfoques del Partido Comunista primó el apego a las orientaciones de la Comintern, que consideraba a este gobierno una variedad de «social-fascismo» y decidió que los comunistas lo atacaran. Lo mismo ocurrió en 1933 en Alemania, donde el Partido Obrero Nacional Socialista de Hitler ganó las elecciones, pues los comunistas siguieron a pies juntillas la orientación de Stalin de no aliarse a la socialdemocracia, a la que definió como «un ala del fascismo». Paradójicamente, tras la muerte de Guiteras, en 1935, le denominan «nacional-revolucionario» y reprocharon al Partido Comunista que no hubiera sabido distinguir entre su posición y el «nacional-reformismo» de Grau. Esto se enmarcaba en los cambios tácticos posteriores al VII Congreso de la IC entre julio y agosto de 1935.

Los intentos de Guiteras para lograr un acercamiento al Partido fueron infructuosos, ya que lo vieron siempre como actos de demagogia. Paco Ignacio Taibo II cuenta que el dirigente comunista Fabio Grobart «señaló en una reunión del Comité Central que era preciso avanzar con cuidado en el enfrentamiento con liberales, abecedarios, apristas y guiteristas, sosteniendo que su preocupación mayor estaba en la actuación del secretario de Gobernación pues había lanzado la consigna de crear cooperativas, un programa copiado a la URSS». Esta actitud sectaria del Partido influyó no poco en la derrota del gobierno.

II

La Joven Cuba

El nombre La Joven Cuba fue muy popular en el siglo XIX. En 1886 fue fundado un semanario literario homónimo en la villa de San Antonio de los Baños, redactado por un vecino llamado Julio Rosas. Tres años después, en 1889, reaparece La Joven Cuba en la misma villa pero ya no como semanario sino bajo el formato de pequeños tomos cuatrimestrales que reunían la obra de escritores cubanos. El propio Rosas era el compilador y anunciaba su proyecto con este pórtico:

«Nombres mui conocidos en la literatura cubana blasonarán estas pájinas, entre ellos los de Cirilo Villaverde, nuestro primer novelista, Enrique José Varona, nuestro eminente pensador, i Manuel Sanguilí, el glorioso solitario, futuro historiador de la epopeya de Cuba, apóstol sin miedo i sin tacha del ideal jenuinamente cubano, Bayardo de este país sin sol de libertad en el cielo de la política, sin derechos triunfantes en la esfera de los principios, sin esperanzas vivas en el pecho de los patricios, colocado, por sarcasmo del destino, en el centro de naciones deslumbradas por las espléndidas, purísimas estrellas de la gran constelación de las repúblicas americanas». [sic.]

En 1890 salió publicado el segundo tomo, igual que el primero, en los talleres de la Imprenta La Protección, sita en Esperanza 61, en la villa del Ariguanabo.

El nombre en cuestión volverá a renacer en la tercera semana de mayo de 1934, cuando Guiteras disolvió a TNT, organización que no había tenido un carácter político sino operativo, y convoca a una nueva organización llamada Joven Cuba. Según cuenta Paco Ignacio Taibo II, en su biografía novelada Tony Guiteras. Un hombre guapo, y otros personajes singulares de la revolución cubana de 1933, el nombre «tenía ecos de la “Joven Cuba” fundada en los Estados Unidos en 1852 o rescataba el término que utilizaban los grupos nacionalistas radicales como los Jóvenes turcos». (México, 2018, Edición Para leer en libertad).

Derrotado el Gobierno de los Cien Días, La Joven Cuba pretendía ser una organización que aglutinara a toda la fuerza social y política de la izquierda, excluyendo el autenticismo de Grau y al Partido Comunista que, como bien dice Taibo II, debía parecerle a Guiteras «extremadamente sectario, maximalista y políticamente dependiente de la URSS».

El revolucionario cubano llegaría a afirmar que el socialismo no era «una construcción caprichosamente imaginada», sino «algo que surge de los pueblos y las condiciones materiales». Muy lejos estaba Tony Guiteras de las ideas del Partido Comunista, que acababa de injertar soviets en el oriente de Cuba.

A la nueva organización se sumaron grupos y figuras con un sentido plural desde la izquierda: miembros de la extinta TNT, unos pocos auténticos, miembros independientes de la Federación Obrera de La Habana, especialmente trostskistas; militantes anarquistas y surgidos del movimiento libertario, a los que sedujo la mezcla de acción directa con socialismo no sectario; algunos cuadros de la izquierda del gobierno de los Cien Días y gran cantidad de mujeres, que venían organizadas del DEU, el movimiento estudiantil de la enseñanza media y las luchas por los derechos feministas.

Su programa defendía una democracia popular con fuerte intervención del Estado y defensa de la soberanía nacional ante el capital extranjero. A diferencia del Partido Comunista, no planteaba la abolición de la propiedad privada pues «al Estado socialista nos acercaremos por sucesivas etapas preparatorias».

En su libro Estado y Revolución en Cuba, publicado por Ciencias Sociales, en 2010, Robert Whitney cita una valoración de Eduardo Chibás: «Mientras más revolucionaria es una persona, más lo atacan los comunistas. Atacan al ABC más de lo que atacan a Menocal [los conservadores] y a los Auténticos más fuerte aún que al ABC. ¡Y Guiteras! Les encantaría comérselo vivo. Solo porque también soy atacado por estos mezquinos líderes del comunismo tropical, sé que soy un buen revolucionario».

Es proverbial el anticomunismo de Chibás, que protagonizará fuertes controversias con los delegados de ese partido en la Asamblea Constituyente de 1940. Pero hay que reconocer la inflexibilidad de los comunistas hacia las fuerzas de izquierda: con Guiteras jamás quisieron dialogar; al líder trotskista Sandalio Junco lo asesinaron.

Por estas razones, resulta una paradoja que se pretenda la apropiación exclusiva de la imagen de Antonio Guiteras y del nombre de La Joven Cuba, por personas que representan a una organización que es digna heredera del viejo partido de matriz estalinista, en sus métodos de dirección y en su instrumentalismo ideológico, en su dogmatismo y en su incapacidad para dialogar desde un pluralismo político.

Si de nombres se trata, otros apelativos y expresiones que nos legó la historia de la Revolución del Treinta son más apropiados hoy: a los actos de repudio le podrían denominar «la porra»; a los funcionarios que utilicen la fuerza física para defender ideas les vendría como anillo al dedo lo de «asno con garras», y si la Constitución del 2019 continúa sin habilitar el articulado que estipula la protección de los derechos de la ciudadanía, se le pudiera agregar la coletilla «de letra muerta», igual que se hace cuando hablamos de la Constitución del 40.

26 febrero 2021 55 comentarios 3642 vistas
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El Grito de Oriente y la guerra de Martí

por Mario Valdés Navia 24 febrero 2021
escrito por Mario Valdés Navia

La significación histórica del alzamiento del 24 de febrero de 1895 trasciende los marcos de una conmemoración histórica para convertirse en un hito en los anales de la revolución cubana y latinoamericana. Ese día iniciaba en Cuba una guerra de independencia cualitativamente superior en su organización, conducción y resultados esperados a cuanto se había hecho o intentado antes en los procesos histórico-sociales hispanoamericanos.

José Martí había demostrado que el relativo atraso de Cuba y Puerto Rico en alcanzar su independencia, debido a la fidelidad oportunista de sus clases hegemónicas a la monarquía española, provocaba que entraran a la vida en libertad «con composición muy diferente y en época muy distinta, y con responsabilidades mucho mayores que los demás pueblos hispanoamericanos»[1].  Por ello, concebía la guerra «sana y vigorosa» que se avecinaba, como el primer fruto del árbol de la segunda independencia de la Madre América, que venía cultivando con esmero desde la década de los ochenta.

Varios eran los elementos novedosos de este «nuevo período de guerra [en que se adentraba] la revolución de independencia iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta»: esmerada preparación por una entidad política multiclasista sin precedentes, el Partido Revolucionario Cubano;  financiamiento popular —esencial para garantizar los intereses de los trabajadores en la futura república—, con participación de sectores patrióticos de la burguesía; carácter urgente, por lo que debía ser intensa y rápida, para que actuara como «realidad superior a los vagos y dispersos deseos de los cubanos y españoles anexionistas», y fines mayores, «de alcance e interés universales»[2]. 

La «guerra de Martí», como la llamara con justeza Máximo Gómez, pudo comenzar en la primavera de 1894, cuando el Delegado consideraba: «se produce hoy en nuestra patria una situación revolucionaria ya madura»[3].  La demora en poner a punto los preparativos finales en la Isla condujo a meses de angustiosa espera, que terminaron con el desastre del puerto de Fernandina el 10 de enero de 1895. Tras la incautación de los tres cargamentos de pertrechos de guerra que hubieran permitido el inicio simultáneo de la lucha en todo el país y la llegada de los jefes principales a la cabeza de grandes expediciones, con cientos de hombres bien armados, el proyecto bélico martiano estaba colapsado y se ponían en peligro la concepción y los fines de la Guerra Necesaria.  

De no haberse frustrado este plan, la conflagración hubiera sido mucho más breve y la victoria cubana casi segura, pues los españoles no esperaban un levantamiento de tan grandes proporciones, ni contaban entonces con fuerzas suficientes dentro de Cuba para reprimirlo. No obstante, la revelación de la magnitud de los planes secretos, lejos de sembrar dudas y desconcierto en los patriotas, realzó la figura de Martí y actuó como acicate para acelerar los preparativos. De ahí que se dejara en manos de los comprometidos en la isla la decisión de iniciar la guerra sin esperar más y resistir en la manigua hasta que se pudieran enviar nuevos embarques de jefes, hombres y armas. 

Tras constatar el estado de opinión de los complotados, Martí, José María Rodríguez (Mayía) y Enrique Collazo firmaron, el 29 de enero, la orden de alzamiento que fue remitida a La Habana y a los conspiradores del centro y oriente del país. Las Villas y Camagüey respondieron que no podían sumarse de inmediato porque no tenían armamentos. Según lo acordado, no debía entonces alzarse Occidente, pero una mentira patriótica de Pedro Betancourt, mensajero entre Francisco Carrillo y Juan Gualberto Gómez, le hizo creer al segundo que el general Carrillo se alzaría en Las Villas. En consecuencia, la respuesta positiva acordada —«Aceptados giros»— fue enviada a Martí. La Junta de La Habana escogió la fecha del 24 de febrero porque era domingo de carnaval y los conjurados podrían moverse sin despertar sospechas; además, no habría periódicos por la fiesta y era conveniente la falta de noticias.

El alzamiento en Occidente fue un fracaso rotundo. En La Habana, el jefe militar seleccionado, el indisciplinado general Julio Sanguily —hoy reconocido como traidor al servicio de España—, se dejó arrestar mientras desayunaba tranquilamente en su casa. A falta del caudillo, muchos conspiradores se quedaron en sus viviendas. En Matanzas, Manuel García, famoso bandido comprometido con el levantamiento, fue asesinado en oscuras circunstancias y únicamente se alzó, en la zona de Ibarra, un reducido grupo de patriotas, casi desarmados, encabezados por Antonio López Coloma y Juan Gualberto Gómez. Capturados pocos días después, López fue fusilado y Gómez deportado a la prisión de Ceuta. Solo pequeñas partidas de indomables quedaron en los campos hasta incorporarse a la invasión de Gómez y Maceo.

Como en las gestas anteriores, el protagonismo del alzamiento del 24 de febrero correspondió a los mambises orientales. En casi todos sus municipios, cientos de hombres con valiosos jefes veteranos al frente se lanzaron al campo, encabezados por el caudillo Guillermo Moncada (Guillermón) quien, aun enfermo gravemente de tuberculosis, coordinó el plan con la mayor eficiencia y lealtad. En verdad, la denominación de Grito de Baire constituye una injusticia histórica, motivada por el hecho mediático de que Saturnino Lora y su partida tomaran el poblado por unas horas y la noticia recorriera el éter, vía telégrafo. Por la magnitud de lo ocurrido en toda la provincia, bien que debía llamársele Grito de Oriente.

Mayor General Guillermón Moncada

Los primeros que repudiaron el alzamiento fueron los autonomistas connotados. Rafael Montoro, José María Gálvez, Eliseo Giberga y otros, en un manifiesto hecho público poco después, reafirmaban su fidelidad a la Corona y proclamaban:

El Partido Autonomista, que ha condenado siempre los procedimientos revolucionarios, condena la revuelta que se inició el 24 de febrero, condena todo trastorno del orden, porque es un partido legal y tiene fe en los medios constitucionales, en la eficacia de la propaganda, en la incontrastable fuerza de las ideas, y afirma que las revoluciones, salvo en circunstancias enteramente excepcionales y extremas que se producen muy de tarde en tarde en la vida de los pueblos, son terribles azotes, grandes y señaladas calamidades para las sociedades cultas… Pero no sucederá, por fortuna. Todos los indicios demuestran que la rebelión, limitada a una parte de la provincia oriental, sólo ha conseguido arrastrar, salvo pocas excepciones, a gentes salidas de las clases más ignorantes y desvalidas de la población…

Esta postura claudicante no caló en las amplias bases del partido y la mayoría de sus afiliados pasaron a engrosar el campo de la revolución. La decisión del pueblo cubano de sacudirse las cadenas del yugo español por su propio esfuerzo quedaba demostrada ante el mundo y la insurrección continuaría su marcha arrolladora. Grandes hazañas militares y sacrificios sin parangón en la historia americana habrían de hacerse para destruir la poderosa maquinaria de guerra que la monarquía lanzaría sobre la República de Cuba en Armas. La quinta parte de la población insular perecería para que el país pudiera convertirse en república.

Factores adversos provocaron que muchos de los frutos esperados de la contienda fueran malogrados tras abrirse paso la intervención estadounidense, posterior ocupación militar e instauración de una república mediatizada por la Enmienda Platt. La concepción revolucionaria de su principal promotor y organizador lo trascendió en la historia, y sus proféticas palabras en vísperas de lanzarse al combate mortal de Dos Ríos resuenan aún en los oídos receptivos: «Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí o a otros»[4].

***

[1] OC, T3, pp.141-142.

[2] Respectivamente en: OC, T5, pp.43, 169 y 41.

[3] OC, T3, p. 171.

[4] OC, T4, P.170.

24 febrero 2021 17 comentarios 2471 vistas
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El poder de las ideas hoy en Cuba

por Ivette García González 23 febrero 2021
escrito por Ivette García González

«(…) de los derechos y opiniones de sus hijos todos está hecho un pueblo, y no de los derechos y opiniones de una clase sola de sus hijos».

José Martí (1853-1895)

***

En materia política, las corrientes de pensamiento se identifican por los elementos principales que defienden desde determinados presupuestos ideológicos: ideas —sobre formas de gobierno, democracia, sistema económico—,  fines —cómo la sociedad debería funcionar— y métodos para lograr los propósitos que las animan. También por los referentes —teóricos y prácticos— más reconocidos de sus principios y valores.[i] Dichas corrientes se orientan a la influencia y acción política a través de diversas formas asociativas: movimientos, partidos, asociaciones, etc., y sus tendencias o facciones.

Hace poco, varios intelectuales respondimos preguntas sobre la actualidad cubana a colegas latinoamericanos. Me correspondió explicar esta cuestión de las corrientes políticas y sus presupuestos en torno a la democracia y el socialismo, que son temas recurrentes. Es asunto importante y complejo, máxime cuando estamos en una coyuntura crítica de nuestra historia. Atendiendo a la brevedad del espacio, propongo centrar la atención en los antecedentes, el contexto y la legitimidad de esa diversidad para pensar y hacer por Cuba.

De dónde venimos

El triunfo de la Revolución (1959) fue un hito trascendental en un escenario crítico. Los cubanos venían pensando y luchando por un nuevo proyecto de país desde diversas corrientes de pensamiento. Rápidamente el debate se profundizó y radicalizó. Decantó toda opción del liberalismo y se enfocó en el tipo de socialismo que convenía a Cuba.

Resultado de un conjunto de factores en el que pesó no poco la hostilidad de los EEUU, tuvo lugar un cambio en la correlación de fuerzas internas a favor del Partido Socialista Popular (PSP, comunista) articulado con la URSS. A esto habría que agregar el voluntarismo y la euforia que acompañan a toda revolución y el significado del liderazgo de Fidel Castro. En consecuencia, se asumió el modelo soviético, lo que aseguraba el respaldo económico y la defensa del país en tiempos de Guerra Fría. Su diseño, de inspiración estalinista, se caracterizó por ser estatista, verticalista, burocrático y con una enérgica ideología de Estado; el mismo se institucionalizó desde mediados de los años setenta del siglo pasado.

Durante décadas hubo una convivencia relativamente conflictiva entre heterodoxia y ortodoxia, marchas, contramarchas y crisis económicas recurrentes. Aparecieron intentos reformistas en determinados momentos, pero, como tendencia, el pensamiento crítico y renovador fue asfixiado una y otra vez. Aunque se implementaron determinadas reformas, por lo general económicas, estas se presentaron y manejaron desde arriba como indeseadas, imprescindibles y reversibles, en aras de preservar lo básico.

Esas y otras limitaciones padecieron los países europeos de igual matriz ideológica que colapsaron: el control absoluto de la sociedad y la intolerancia de la diferencia desde el poder. En la variante cubana los ejemplos sobran, aunque fueron parte de los silencios de estas décadas: Congreso Cultural (1968); Congreso de Educación y Cultura (1971); Quinquenio Gris; cierre de la revista Pensamiento Crítico y del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana; los intentos reformistas de los ochenta, ahogados con el llamado «Proceso de rectificación —de ratificación según algunos críticos— de errores y tendencias negativas» (1986); la depuración del CEA (Centro de Estudios sobre América) en los noventa, entre otros.

El escenario de la polémica hoy

El contexto actual donde tienen lugar las contradicciones y polémicas es más complejo, crítico y diverso. Tres importantes fenómenos se relacionan y/o explican:   

1) El modelo social socialista asumido —que abarca todas las esferas— se agotó hace tiempo. La crisis escaló de lo económico hasta ser estructural y sistémica. Asistimos a la fractura de la hegemonía y el consenso políticos, a la pérdida de confianza en el poder y en las perspectivas de futuro. Se han debilitado el ideal de la Revolución y el Socialismo.

Como en los países que lo inspiraron, la variante cubana de ese modelo foráneo derivó en el ejercicio del poder por una burocracia política devenida en nueva clase, al estilo —salvando las distancias— de la que describiera el comunista yugoslavo Milovan Djilas en su obra  homónima. Tal fenómeno, junto a otros verificados en la URSS y los estados socialistas de Europa Central y Oriental, son examinados por Carlos Taibo en su importante libro Las transiciones en la Europa Central y Oriental, publicado en 1998.

Por su parte, uno de los intelectuales marxistas cubanos más brillantes, Juan Valdés Paz —en La evolución del poder en la Revolución cubana, publicado por la Fundación Rosa Luxemburgo en México, 2018—, identificó y escribió hace unos años sobre las que denominó nuestras «patologías políticas»: unanimismo, autoritarismo, burocratización, amiguismo o sociolismo y corrupción. Como la sociedad es una totalidad, esas fallas la atraviesan y corroen todos los ámbitos.

2) El país atraviesa hoy la peor crisis económica de las últimas décadas, provocada por los recurrentes frenos internos a las reformas, el endurecimiento del bloqueo de los EEUU y la pandemia del Covid-19. Las brechas socioclasistas, la tensión social y la incertidumbre se han multiplicado al calor de la implementación de la estrategia anunciada en julio de 2020, especialmente la apertura de tiendas en MLC incluso para productos de primera necesidad, y el comienzo de las políticas de ajuste, con la llamada «Tarea Ordenamiento» a inicios de este año.  

El discurso oficial sigue siendo triunfalista y desconectado de muchas realidades. Que se realicen rectificaciones a pocos días de iniciado el proceso de «ordenamiento» se presenta como muestra de flexibilidad y capacidad de corrección. Pero tantas rectificaciones en sectores diversos y por reacciones populares a través de las redes sociales, cuestiona la competencia de los diseñadores, la representatividad popular de los diputados y el papel de la prensa oficial.      

3) Ampliación del malestar social y el espectro crítico. En esto último destacan intelectuales y artistas, quienes han logrado más capacidad de socialización a través del correo electrónico primero y de la apertura de internet a datos móviles desde 2018. Todavía  no existe, sin embargo, un proyecto contra-hegemónico articulado.

El Estado, bajo la dirección del Partido Comunista, conserva el monopolio de los medios masivos de comunicación y tiene la capacidad —que ejerce casi sin limitaciones— para restringir el acceso a internet a través del costo elevado, la censura de sitios, medios, personas, páginas disímiles y los apagones digitales en circunstancias incómodas.

Pero a pesar de lo anterior y de las insuficiencias de los espacios de debate, la modificación del espectro comunicacional es una realidad irreversible. Muchos ciudadanos se informan mejor hoy del acontecer nacional e interactúan con ese segmento contestatario que pone sobre la mesa virtual de medios alternativos y redes sociales sus críticas, reflexiones y  aspiraciones para Cuba. Este es el ámbito más sensible para la burocracia política. No es casual que lo ideológico siempre se ratifique desde el poder como la prioridad.

Tampoco es novedad de Cuba. Djilas alertaba hace años de este fenómeno en Europa, pero lamentablemente en la Isla se retiraron sus ideas de la circulación. Dos de sus lecciones y avisos fueron: 1) «(…) la nueva clase se encuentra inevitablemente en guerra  con cuanto no administra o controla y ha de aspirar deliberadamente a vencerlo o destruirlo» y 2) «Lo que más atemoriza a la nueva clase es la crítica que expone y revela la manera cómo gobierna y detenta el poder».

Otra vez sobran los ejemplos del patio. Menciono dos que vienen por vías diferentes pero con el mismo sustento y propósito. 1) La ofensiva criminalizadora a través de los medios masivos de comunicación y la represión de toda voz crítica y 2) El listado de actividades prohibidas para el trabajo independiente, publicado hace poco por Cubadebate. Tan estratégicas para el país parecen ser la defensa como la edición y maquetación de libros, el periodismo, la investigación científica, los clubes deportivos o los servicios funerarios. La lista raya en el absurdo, insulta la inteligencia y viola derechos consagrados por la Constitución. Es otra vuelta de rosca contra los profesionales del pensamiento, la creación, el periodismo, etc.  

Y sin embargo se mueve…

Pero la realidad es terca y el pensamiento atañe a la naturaleza humana. Somos «animales políticos», como decía Aristóteles. Y hoy el debate cuenta con tres ventajas: el alto nivel de instrucción del pueblo, el acceso a información e ideas diversas por vías alternativas, y que esta vez los posicionamientos no se basan solo en teorías y referentes foráneos sino en la experiencia propia.   

La principal desventaja es la ausencia de un ambiente democrático que favorezca la socialización de ideas desde el respeto al «pluralismo político», concepto expuesto en Articulación Plebeya y que disparó alarmas en las instancias partidistas. Sin embargo, se trata de un principio clave para el ejercicio del poder. Implica pluralidad y convivencia con la diferencia, por tanto, participación de varios grupos sociales en la vida democrática. Requiere de pensamiento, expresión y socialización a través de los medios de comunicación. No es algo a lo que se pueda renunciar. La sociedad es, por su naturaleza, heterogénea.

Repasando los últimos sesenta y dos años y viendo la sociedad en su conjunto, parece que estamos en el momento más crítico. Las fórmulas empleadas arriba y abajo son hoy anacrónicas. Einstein aseveró: «No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo». Pero vivir con la crisis puede ser positivo. Este sabio nos recuerda igualmente que «La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche. Es en la crisis donde nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias».

La ausencia de un ambiente democrático para el debate de ideas y la acción cívica es injusto, injustificado y errático. Cuba es un país de pensamiento fértil y un pueblo instruido, con capacidad de comprensión y discernimiento. No ver esas fortalezas es arriesgado para todos. Complica y retrasa el proceso de transición porque radicaliza posiciones y abona el camino a la violencia. El costo que tendrían que pagar la nación y las actuales y futuras generaciones sería alto. Y no nos perdonarán. Eso es tener sentido del momento histórico, e insisto: es lo verdaderamente revolucionario.        

Para contactar a la autora: ivettegarciagonzalez@gmail.com

[i] Una sistematización del tema ha sido muy bien lograda por la académica argentina Moira Pérez. Ver su texto: “Tres enfoques del pluralismo para la política del siglo XXI”, en http://www.revistas.unal.edu.cu

23 febrero 2021 53 comentarios 4389 vistas
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