Durante la Guerra Fría las autocríticas forzadas del estalinismo y las presiones del macartismo a las figuras públicas, para que asumieran una determinada postura, constituyeron un mecanismo de violencia política que abarcó a no pocos intelectuales y artistas. En los últimos años, al avivarse las contradicciones del Estado cubano con su vecino del norte y su oposición interna, el gobierno en la Isla y grupos opositores radicalizados en el sur de la Florida, han revivido estas prácticas como un arma de lucha.
En el presente texto se abordan momentos claves de la historia universal y cubana, en los que las autocríticas forzadas y las presiones a figuras públicas para sostener el discurso hegemónico cobraron auge. Asimismo, se exponen cuáles son las características esenciales de este relato en el contexto actual a partir de ejemplos puntuales recientes.
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En la extinta URSS, las autocríticas forzadas se emplearon para mostrar el poder del Estado, y a la vez, como experiencia ejemplarizante para el sector intelectual. Entre los casos más conocidos estuvieron el del teatrista Vsevolod Emílievich Meyerhold. En 1938 fue obligado a arrepentirse de su «desviación política» en un juicio, sin que por ello evitara ser fusilado en 1940. También ganó celebridad el rechazo forzado de Boris Pasternak al Premio Nobel de Literatura en 1958, tras fuertes presiones desde el Kremlin que alcanzarían incluso a sus más allegados.
En Estados Unidos se hicieron visibles varios intelectuales, censurados por sus ideas o conducidos a renegar de estas. Aquel período, donde primó la violencia simbólica y jurídica sobre figuras públicas, ha sido llamado por los historiadores «macartismo», por el protagonismo del senador Joseph McCarthy, aunque, igual que con el estalinismo, las acciones e ideologías desarrolladas, trascienden las individualidades de las figuras que las representan. Uno de los procesos más notorios fue el de «Los diez de Hollywood», grupo de cineastas condenados por el Comité de Actividades Antiamericanas.
Estos artistas no resultaron los únicos afectados. Las acciones del mencionado comité implicaron incluso a la reconocida cantante cubana Celia Cruz, a quien, según un reporte del Miami Herald, basado en un lote de documentos federales desclasificados, le sería denegada la visa en varias ocasiones desde 1952, por sus vínculos con la emisora cubana Mil Diez, perteneciente al Partido Socialista Popular. En documento de 1965, aludido en el reporte, se evidencia la toma en cuenta de su actitud «anticastrista», para permitir su regularización definitiva en los Estados Unidos.
El caso Padilla y la «parametración»
El gobierno instaurado en Cuba desde 1959, influido por la práctica soviética, ha utilizado las autocríticas forzadas con objetivos similares a los de los casos mencionados con anterioridad. El recientemente estrenado documental de Pavel Giraud que versa sobre el «Caso Padilla», acaecido en 1971, revivió el debate sobre el poeta, cuya autocrítica forzada generó gran atención internacional.
Semejante hecho tuvo lugar en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). El escritor Heberto Padilla, su protagonista, había permanecido más de 37 días detenido por presuntas «actividades contrarrevolucionarias», imputadas principalmente por el matiz crítico hacia el socialismo de la URSS de su poemario Fuera del juego —premiada por un jurado internacional y publicada por la misma UNEAC con una nota de inconformidad—, sus relaciones con intelectuales y funcionarios de otros países, y sus declaraciones a la prensa internacional.
En el encuentro, Padilla se arrepintió de sus actitudes delante de otros escritores y artistas y expuso las supuestas orientaciones «contrarrevolucionarias» de varios colegas, quienes tomaron el micrófono para reafirmar su «culpabilidad». La similitud con las prácticas estalinistas provocaría que intelectuales de izquierda como Jean Paul Sartre y Julio Cortázar, defensores de la Revolución cubana, rompieran relaciones con esta, o al menos se distanciaran temporalmente.
El tratamiento dado a Padilla se ha tomado como el referente inicial del «Quinquenio Gris», período así calificado por el ensayista cubano Ambrosio Fornet. Durante esta etapa se volvió recurrente la práctica denominada «parametración» —adoptada a partir del Primer Congreso de Educación y Cultura— que consistió en separar de sus puestos de trabajo o centros de estudio, a personas que no cumplían con los parámetros instaurados por las autoridades. Se acompañaba de una fuerte carga de estigma que les dificultaba desempeñar su labor en otros espacios.
Autocríticas de cubanos en el siglo XXI
La ausencia en el imaginario social de los cubanos de una cultura democrática, que pondere el diálogo y el respeto a la diversidad de opinión, ha propiciado que se asuma, como estrategia de lucha ideológica, la imposición autoritaria de los criterios de un grupo de poder sobre otro. Asimismo, en la contemporaneidad, los medios de comunicación del Estado y de la oposición están desempeñando un papel primordial en el escalamiento de estas autocríticas: generan miedo al convertirlas en una forma de escarmiento.
En los últimos años ha sido marcada la tendencia en los medios afiliados al gobierno cubano, principalmente en la televisión, a mostrar declaraciones de inculpación. Por lo general, son obtenidas en interrogatorios efectuados por los organismos de la Seguridad del Estado o la Policía, luego editadas y descontextualizadas.
Bajo esta fórmula mediática ha sido utilizada contra presuntos comisores de delitos comunes, opositores que han recibido financiamiento para realizar actos violentos o vandálicos, y periodistas colaboradores de medios no estatales. Se viola, en las tres variantes, el principio de presunción de inocencia recogido en la Constitución.
Utilizar como fuente de información estas declaraciones, conseguidas en un interrogatorio o bajo presiones, ha sido objeto de denuncia por parte de los medios implicados. La publicación digital elTOQUE declaró que las «entrevistas» a sus profesionales, trasmitidas por la televisión nacional, fueron grabadas «en casas de protocolos de los Órganos de la Seguridad del Estado, después de haber sido interrogados en varias ocasiones, regulados a salir del país en su mayoría y presionados para dejar su trabajo».
Por otra parte, en el sur de la Florida se han manifestado otras formas de coacción ante las opiniones de figuras públicas. Si bien en una sociedad basada en la democracia liberal, que declara a la libertad de expresión como uno de sus paradigmas, resulta arduo identificar con claridad la intervención del Estado en la censura, el poder que ejercen varias comunidades emigradas, radicalizadas sobre los medios de comunicación e industrias culturales locales, ha provocado que no pocas figuras públicas hayan visto coartadas sus opiniones.
Se han dado casos en que algunas de estas personalidades mediáticas han tenido que disculparse —tras cancelaciones de oportunidades de trabajo— cuando se han distanciado del discurso impuesto por el llamado «exilio histórico».
En las últimas semanas trascendió a los medios de la oposición la polémica desatada en las redes alrededor del cantante cubano residente en Miami Eduardo Antonio, compelido a borrar una fotografía que había subido a su perfil de Facebook junto a su colega Pedrito Calvo, acusado de ser cómplice del Estado cubano. La retractación estuvo acompañada de una autocrítica y la ratificación de su postura contraria al sistema político de la Isla, luego de múltiples presiones y de que fuera anulada su participación en un show producido por el influencer Alexander Otaola.
Este no ha sido el único caso en los últimos años. A partir de las coberturas realizadas por medios de la Florida o de la oposición al gobierno cubano, se identificaron al menos cinco artistas —Descemer Bueno, Osmany García, Gente de Zona, Yulién Oviedo y Pitbull— que debieron retractarse de sus criterios políticos o simplemente de acciones o palabras, como el apoyo al intercambio cultural, contrarias a la narrativa imperante en una zona de la comunidad cubanoamericana.
El patrón de «declaración-presión-disculpa» se repite con varias similitudes. Por lo general, los imputados son artistas que se presentan en espacios administrados por los cubanos en la ciudad de Miami, lo cual —a diferencia de otros como Ana de Armas, triunfadora a nivel nacional e internacional— los hace sumamente vulnerables a la presión por parte de los medios o influencers extremistas, cuya área de incidencia es la comunidad cubanoamericana.
Unido a esto, medios opositores han dado amplia cobertura al proceso y considerado la disculpa final como una victoria; por ejemplo, solo la polémica alrededor de Eduardo Antonio fue cubierta en al menos 10 sitios digitales con este enfoque.
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Según la Revista Argentina de Ciencias Psicológicas, la autocrítica a nivel individual se define como «un estilo cognitivo de personalidad mediante el cual el individuo se evalúa y se juzga a sí mismo». La literatura sobre el tema considera que tiene diversos efectos, mas la mayoría de los textos coinciden en que, para ser aprovechable de forma positiva por el sujeto, debe ser un proceso libre de presiones externas.
Los daños que provoca la violencia política en sus víctimas, sumados a la ausencia de garantías y protecciones para ejercer la libre expresión —que no es libertad para discriminar— dificultan el diálogo y la toma de decisiones sobre la base de la sinceridad y el respeto. El uso del escarmiento público y el temor para intentar imponer una determinada ideología por encima de las demás, lejos de promover el consenso, legitima una doble moral que lastra cualquier aspiración de desarrollo democrático.
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