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Yasvily Méndez Paz

Yasvily Méndez Paz

Investigadora, historiadora y profesora

beauvoir

Simone de Beauvoir y la Revolución Cubana

por Yasvily Méndez Paz 27 marzo 2019
escrito por Yasvily Méndez Paz

A once años de publicada El segundo sexo -obra que marcaría los estudios posteriores dedicados a la problemática de la mujer- la filósofa, escritora y feminista francesa Simone de Beauvoir y el filósofo francés Jean-Paul Sartre visitaban Cuba.

Eran tiempos en que la Revolución Cubana constituía un referente para la izquierda latinoamericana, aquella revolución cuyas «circunstancias designaron a la juventud para hacerla» -en palabras del propio Sartre-, savia imperecedera para escritores, poetas y ensayistas, quienes plasmaban su prédica entre «barbudos, olivos, aciertos y desaciertos».

Aquel viaje de 1960 no obedecía a la casualidad; la Revolución Cubana se globalizaba a través de los medios de comunicación. Los contactos de la pareja gala con intelectuales cubanos -dentro de los que figuraba Carlos Franqui- y la curiosidad académica por la «ideología de una revolución en construcción», actuaban como catalizadores para motivar el encuentro amistoso.

Mediante el obturador de su cámara fotográfica, Alberto Korda inmortalizaba aquel periplo francés por la mayor de las Antillas. Junto a Fidel en las marchas públicas, en el despacho del Che a medianoche o en travesías por diferentes lugares de la Isla, destacan caras de júbilo, sonrisas y ceños fruncidos en señal de reflexión.

Foto: Alberto Korda

La simpatía por la Revolución Cubana se expresaría  mediante el poder de la palabra escrita. «Cuba es una isla, antes era una azucarera, hoy un huracán revolucionario levanta el fino y dulce polvo para descubrir la miseria que ocultaba y exterminarla», mensaje sartriano leído en francés, italiano, portugués… en fin, un amasijo de ideas que, entre ensayos y tras sapiencia literaria, resumían el beneplácito de Beauvoir y Sartre con el proyecto revolucionario en la mayor de las Antillas.

Años más tarde aquellas simpatías fenecieron. Ante desasosiegos, rupturas y reclamaciones, algunos «desacuerdos» al interior de la Revolución Cubana fueron objeto de críticas en determinados corrillos, y conocidos fuera del traspatio antillano por mediación de fuentes internacionales.

Dos cartas dirigidas a Fidel Castro mostraban la preocupación por el arresto del escritor cubano Heberto Padilla. Una -firmada por intelectuales latinoamericanos de renombre como: Salvador Elizondo, Carlos Fuentes, Octavio Paz, José Revueltas, Juan Rulfo y Jesús Silva Herzog- valoraba el suceso como una amenaza al «desarrollo del arte y la literatura cubanas»; la otra – publicada el 9 de abril de 1971 en el diario parisino Le Monde y firmada por importantes escritores europeos y latinoamericanos como: Carlos Barral, Italo Calvino, Julio Cortázar, Marguerite Duras, Hans Magnus Enzensbeger, Jean-Pierre Faye, Carlos Franqui, Gabriel García Márquez, Francisco Rossi, Claude Roy, Mario Vargas Llosa, Jean-Paul Sartre, y Simone de Beauvoir- mostraba su preocupación por una posible reaparición del sectarismo en la Isla.

En 1981, un año después de la muerte de Jean-Paul Sartre, la propia Simone de Beauvoir relataría los sucesos en La ceremonia del adiós.

Quizás el detonante había sido el arresto del escritor Heberto Padilla, pero otros problemas más complejos servían de telón de fondo. Quinquenio Gris fue el término utilizado por Ambrosio Fornet para denominar aquellos años 70, cuyos antecedentes se enmarcaban desde antes y que contaba con Luis Pavón Tamayo como cara visible frente al Consejo Nacional de Cultura, aunque no lo involucraba solamente a él.

Tiempos de incomprensiones, desafueros y divisiones entre las partes involucradas, de cicatrices por las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), de prejuicios a los homosexuales –escondidos tras eufemismos y dicharachos cubanos-, de erradas interpretaciones que condujeron al igualitarismo pusilánime e intolerante –como si las «desigualdades pudieran borrarse de un plumazo»– situaciones ensombrecidas que, tras pugnas ideológicas, condujeron a desavenencias con destacados escritores e intelectuales latinoamericanos y europeos, hasta ese entonces admiradores de la Revolución Cubana.

Foto: Alberto Korda

Pero la prédica martiana nos convoca a no mirar solamente las manchas; fue también la época en que se gestaron obras maestras en la literatura cubana como: Concierto Barroco (1974) de Alejo Carpentier o el Pan Dormido (1975) de Soler Puig; los momentos en el cine cubano de Una pelea cubana contra los demonios (1971), La última cena (1976), El brigadista (1976) o Retrato de Teresa (1977), o de importantes producciones de pintores cubanos como Roberto Fabelo, Zaida del Río, Manuel Mendive o Raúl Martínez González; tiempos en que entre historias épicas de héroes, hazañas y heroicidades, y a pesar de derrotas, silencios, omisiones y zonas oscuras, hubo quienes no flaquearon ni perdieron la fe.

Abordar todas las aristas de esta temática excede el límite de estas páginas; reconozco que escribir desde la contemporaneidad sobre heridas que tardaron en sanar, resulta una tarea harto difícil. Invocar hoy al Quinquenio Gris representa más que eso; como decía el filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana «aquellos que no conocen su historia están condenados a repetirla». Coincido con Ambrosio Fornet, tenía usted razón maestro, «ese peligro es, justamente, lo que estamos tratando de conjurar aquí».

27 marzo 2019 2 comentarios 741 vistas
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sufragio

El sufragio femenino en Cuba

por Yasvily Méndez Paz 22 febrero 2019
escrito por Yasvily Méndez Paz

Dentro de unos días (24 de febrero) Cuba será testigo de un acontecimiento histórico: el referéndum constitucional para la aprobación de su carta magna. Aunque no todos los comentarios en las redes sociales han sido favorables, lo cierto es que sin un nuevo texto constitucional sería impensable modernizar el Estado cubano. Las cubanas no estamos exentas de este proceso; el sufragio femenino constituye un derecho de ineludible fortaleza política.

Mucho se ha escrito acerca de los derechos jurídicos obtenidos por las mujeres a partir del 1 de enero de 1959, y la labor de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) en este sentido; sin embargo, las investigaciones sobre los movimientos feministas durante la República Burguesa resultan insuficientes, a pesar de los aportes realizados por autores como Julio César González Pagés, entre otros.

Ello, unido a la limitada divulgación que han tenido, ha incidido en el conocimiento exiguo sobre la temática e, incluso, algunos han llegado a considerar que las mujeres en Cuba obtuvieron el derecho al sufragio «pocos años antes del triunfo revolucionario».

Sería interesante hacer un recorrido histórico para develar cuándo, cómo y por qué las mujeres cubanas alcanzaron el derecho al sufragio, y la importancia histórica que tuvo ese hecho para Cuba.

En los primeros días del mes de abril de 1923 ocurría un hecho sin precedentes en Hispanoamérica: el I Congreso Nacional de Mujeres celebrado en La Habana, Cuba. En un contexto histórico caracterizado por la eclosión de movimientos sociales, protagonizados por intelectuales, estudiantes, obreros, comunistas, veteranos y patriotas, el feminismo en Cuba demostraba su empuje social y político.

Durante el certamen- convocado por la Federación Nacional de Asociaciones Femeninas de Cuba- se abordaron temáticas de notoria trascendencia para las mujeres de aquella época, tales como: desigualdades legales entre hijos legítimos e ilegítimos y  la defensa de los derechos de las mujeres en la vida social y laboral. Una de las problemáticas que suscitó polémica fue el derecho al sufragio femenino, en cuya defensa alzaron sus voces importantes feministas como: Pilar Jorge de Tella y Hortensia Lamar.

El sufragio femenino propiciaría la participación de la mujer en la vida política del país

En 1925 fue convocado el II Congreso Nacional Femenino el que, a diferencia del anterior, constituyó un fiasco en relación con el problema de la unidad entre las fuerzas convocadas. Coincido con Julio César González Pagés cuando plantea que «la iglesia católica tomó las riendas haciéndose representar por varias organizaciones fantasmas que boicotearon los temas más polémicos […]». A pesar de las divergencias desatadas al interior del feminismo, las mujeres continuaron su lucha proactiva en defensa de sus derechos sociales, culturales y políticos.

Trabajo infantil de mujeres

Durante el proceso revolucionario de los años 30, el vigor de los movimientos feministas no se haría esperar. Disímiles propósitos acompañaban las agendas de trabajo de asociaciones feministas existentes, pero el derecho al sufragio continuaba siendo uno de los reclamos fundamentales de las sufragistas. La lucha por los derechos políticos de las mujeres se había convertido en una razón impostergable para el logro de una verdadera democracia en Cuba.

Esta situación había sido comprendida por Antonio Guiteras, el hombre que había aportado el proyecto más orgánico para la praxis revolucionaria, socialista y antiimperialista en Cuba durante los años 1930 y para quien, paradójicamente, los espacios de divulgación nacionales han sido limitados.

En los marcos del denominado Gobierno de los Cien Días– presidido por Ramón Grau San Martín, de carácter provisional y el único que no fue reconocido por los EEUU- la labor de Guiteras como secretario de Gobernación, Guerra y Marina propició un grupo de medidas de carácter popular, agrario, revolucionario y antiimperialista. Como parte de ellas, el sector femenino se vio favorecido. Tantos años de lucha sufragista habían dado sus frutos; en enero de 1934, por primera vez en Cuba, se le dio el derecho a las mujeres a votar y ser elegidas.

Años más tarde, la Constitución del 40 reconocía a «todos los cubanos iguales ante la ley», y declaraba «ilegal y punible toda discriminación por motivo de sexo, raza, color o clase y cualquier otra lesiva a la dignidad humana». La aprobación de las leyes complementarias a la carta magna sería un desafío para las masas populares debido a la poca atención prestada por las gestiones presidenciales; no obstante, el articulado de la Constitución del 40 no hubiera sido posible sin la participación de las fuerzas revolucionarias, populares, comunistas y antiimperialistas durante el proceso revolucionario de los 30.

En este sentido, el sector femenino ocupó un lugar fundamental antes, durante y después del ciclo revolucionario para generar niveles de conciencia en torno a la batalla ideológica por la defensa de sus derechos, en la sociedad cubana de la República Burguesa y Neocolonial.

22 febrero 2019 2 comentarios 540 vistas
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feminismo

Feminismo e izquierda en América Latina

por Yasvily Méndez Paz 9 febrero 2019
escrito por Yasvily Méndez Paz

El feminismo es un movimiento social y político dirigido a cuestionar y modificar las estructuras de poder que afectan a mujeres y hombres en los marcos del sistema de dominación patriarcal. Durante su historia, se ha encaminado hacia dos planos: el teórico y el político, ambos se han enriquecido mutuamente.

La teoría feminista ha sido útil en la medida en que conceptos como el de género, patriarcado, entre otros, han permitido a hombres y mujeres entender cómo, cuándo y por qué se perpetúan las relaciones asimétricas de poder que conducen a la opresión de unos sobre otros y otras.

Durante más de 40 años el feminismo en América Latina ha luchado por mantener un espacio político propio, tarea harto difícil por los obstáculos que ha enfrentado. Desde sus albores, este proceso ha tenido que polemizar con la izquierda latinoamericana, quien ha considerado que los problemas de las mujeres tenían su origen en la lucha de clases, y como tal, solamente se podían solucionar mediante la vía revolucionaria.

En la actualidad persisten criterios antifeministas que han llegado a considerar a la teoría de género « […] como una ideología con la que se engrasa la ejecución a nivel global de dos agendas básicas del capitalismo […]; la primera, encaminada a sustituir la lucha de clases por la confrontación de sexos […]». Ergo, abordar la polémica entre el feminismo y la izquierda latinoamericana, sus orígenes y causas fundamentales, podría ser de utilidad para develar las «verdaderas razones» de algunas críticas que descalifican los movimientos feministas y sus aportes desde el punto de vista teórico y político.

Les propongo una mirada desde la visión testimonial de la intelectual Judith Astelarra, expuesta en el libro ¿Libres e iguales? Sociedad y política desde el feminismo, publicado en Cuba por la editorial Ciencias Sociales en el 2005. Una propuesta que motiva a la reflexión, máxime cuando la autora combina sus vivencias personales con una acuciosa labor como especialista, durante sus largos años de militancia y producción teórica en la lucha por los derechos femeninos.

Corría los últimos años de la década de 1960 cuando la socióloga chilena Judith Astelarra viajó a la Universidad de Cornell en los Estados Unidos para cursar el doctorado. En aquella ocasión se integró de manera activa al movimiento feminista norteamericano, donde pudo corroborar sus aportes teóricos y políticos. De regreso a Chile, reinició su militancia en un partido de izquierda; eran tiempos en que confiaban en el proyecto revolucionario cubano, referente para la izquierda latinoamericana durante la segunda mitad del siglo XX.

Los problemas comenzaron a partir de las intenciones de mujeres que integraban partidos de izquierda por expresar convicciones feministas. Pudo comprobar el rechazo hacia la existencia de movimientos autónomos para la lucha por los derechos de las mujeres. Las diferencias entre los miembros de la izquierda y las simpatizantes con el feminismo se fueron ensanchando, no sólo en Chile, sino en el resto de América Latina.

La izquierda latinoamericana consideraba que las causas de la discriminación de las mujeres debían buscarse en el origen y desarrollo del sistema de clases en los marcos del sistema capitalista. El feminismo moderno coincidía en que las desigualdades sociales, tanto de clase como de sexo, tenían una base en la propia estructura social, económica y política, pero desarrolló un corpus teórico y político propio para demostrar que las peculiaridades estructurales de la discriminación de las mujeres en todas las sociedades tenían sus orígenes en un sistema de dominación al que se denominó patriarcado.

Aunque las discrepancias tuvieron matices en dependencia de las corrientes feministas de la época -el feminismo socialista, por ejemplo, trataba de combinar el análisis de clases con el de los rasgos patriarcales de la sociedad- las rupturas condujeron a la estigmatización del feminismo moderno y su producción teórica e ideológica.

En Cuba, el proyecto revolucionario triunfante del 1 de enero de 1959 priorizó a las mujeres e impulsó la lucha por su emancipación a través de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Empero, coincido con Iliana Benítez Jiménez en que el «fuerte ideal marxista que comenzó a predominar en el pensamiento social cubano provocó que se comenzara a identificar el feminismo con las luchas de las mujeres burguesas […], uno de los factores para que el término feminismo fuera estigmatizado en nuestra sociedad.»

No obstante, desde fines de la década de 1980 fueron necesarias investigaciones que develaran las razones por las que persistían rasgos patriarcales. Desde entonces, los logros políticos y sociales alcanzados por las mujeres, y los estudios de género, han ido in crescendo en el entorno académico, entre adeptos, simpatizantes y detractores.

9 febrero 2019 4 comentarios 497 vistas
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anunciada

Crónica de una muerte anunciada

por Yasvily Méndez Paz 26 enero 2019
escrito por Yasvily Méndez Paz

Hace unas semanas la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba dio a conocer los resultados de la consulta popular realizada durante más de dos meses para el debate público del proyecto constitucional. Tuvimos la certeza de que el artículo 68 fue el que más polémica generó y que el nuevo texto no se referirá al matrimonio como la unión entre dos personas; en cambio, utilizará el término «cónyuges», más neutral y menos comprometido políticamente. La comisión redactora propuso que el concepto de matrimonio recibiera tratamiento diferido mediante una ley posterior, «como forma de respetar todas las opiniones».

Disímiles mensajes se han hecho eco en la red de redes. Mariela Castro, directora del CENESEX, aludía que «la sustitución de personas por cónyuges… mantiene la posibilidad de que todas las personas podamos acceder a la institución matrimonial» y afirma «que no hemos cedido ni cederemos a los chantajes fundamentalistas y retrógrados que se oponen políticamente al proyecto emancipador de la Revolución Cubana». No me quedan dudas de que en Cuba existen personas comprometidas y con conocimiento en la temática, pero considero que debía haberse realizado un sondeo de opinión preliminar, antes de decidir o no incluir esta temática como parte del proyecto constitucional.

La inclusión del artículo 68 expresaba un mensaje simbólico para el pueblo de Cuba. Nuevos tiempos exigen cambios de políticas, y en este caso, denotaba la voluntad del máximo órgano legislativo y sus miembros de dotar a la comunidad LGBTI de derechos jurídicos que condujeran a niveles superiores de equidad y respeto social; sin embargo, en la política no podemos ser ingenuos, los cambios realizados en relación con el artículo 68 representan un retroceso en la proyección inicial, aunque utilicemos palabras sabias y alentadoras para expresarlo.

El proceso de consulta popular sobre el proyecto de Constitución actuó como un medidor que mantuvo expectante a quienes nos preocupamos por este tema y sus posibles consecuencias. Sin necesidad de apelar a oráculos para vaticinar el futuro, los actuales cambios constitucionales con respecto a la temática podían predecirse. A juzgar por los debates desatados en centros de trabajo, barrios, escuelas, entre otras instituciones públicas, los prejuicios homofóbicos que persisten en la sociedad cubana actual y la labor proselitista desplegada por el fundamentalismo religioso, el artículo 68 del proyecto constitucional representaba la «crónica de una muerte anunciada».

Desde que se dio a conocer públicamente el artículo 68 en el proyecto constitucional, un grupo de iglesias protestantes iniciaron una campaña contra el matrimonio igualitario. Frases como: «Estoy a favor del diseño original, la familia como Dios la creó» fueron utilizadas como eslogan de la campaña, e incluso, colocadas mediante carteles en las puertas de casas e instituciones vinculadas a esa labor proselitista. Un estudiante me comentaba que algunos estuvieron dispuestos a hacer ayunos, convocar marchas y predicar sobre el pecado que representaba el matrimonio entre personas de un mismo sexo, una de las razones que esgrimieron para justificar las consecuencias que se generarían- como votar en contra de todo el proyecto-  si el máximo órgano legislativo de la República de Cuba aprobaba el tema como estaba concebido.

Para ser justos, las campañas del fundamentalismo religioso no quedaron impunes; muchos cubanos y cubanas se unieron para contrarrestar sus mensajes. Sin embargo, los resultados alcanzados nos demuestran que todavía debemos hacer más para desterrar los prejuicios homofóbicos que actúan como muros de contención simbólicos, psicológicos y culturales contra las ideas revolucionarias del proyecto emancipador cubano.

No crean los fundamentalistas religiosos y los homofóbicos que han obtenido un éxito rotundo; Mariela Castro tiene razón cuando plantea que «la nueva fórmula… borra el binarismo de género y heteronormatividad con el que estaba definido el matrimonio en la Constitución de 1976». Debemos apoyar el proyecto emancipador de la sociedad cubana el 24 de febrero de 2019 con un SÍ, pues el nuevo texto constitucional permite una brecha jurídica para generar cambios futuros en relación con la temática.

Resulta necesario concientizar que la lucha por los derechos jurídicos de la comunidad LGBTI no atañe solamente a sus miembros y seguidores. En los marcos actuales de Cuba, se ha convertido en una lucha política; no es posible generar transformaciones emancipadoras que modernicen el Estado cubano, si no se le da solución definitiva a este problema que involucra a toda la sociedad. Aristóteles preconizaba que «el sabio no dice todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice»; debemos generar estrategias certeras desde la teoría, educación y praxis política, para encauzar correctamente la lucha por la aprobación de un Código de Familia inclusivo, que dote a la comunidad LGBTI de los derechos jurídicos que se merecen.

26 enero 2019 3 comentarios 565 vistas
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genero

¿Por qué es importante la teoría de género?

por Yasvily Méndez Paz 18 enero 2019
escrito por Yasvily Méndez Paz

He observado cierto escepticismo y críticas realizadas a la teoría de género que han llegado a extremos inusitados e, incluso, irrespetuosos al utilizar términos como «invenciones» o «barbaridades» para descalificar saberes y conocimientos a los que especialistas e investigadores de disímiles especialidades han consagrado toda una vida de estudios y demostraciones científico-sociales.

Quizás los desacertados análisis sean resultado del desconocimiento sobre el tema; pero tampoco debemos soslayar que deconstruir los patrones tradicionales de género es una tarea harto difícil, sobre todo si tenemos en cuenta que, como bien nos presagiaba la Dra. C. Clotilde Proveyer, «el sistema de dominación patriarcal hoy goza de salud debido a su carácter de adaptabilidad».

No podemos ser ingenuos, la ideología patriarcal se perpetúa y reproduce a través de diferentes códigos comunicacionales en los marcos de la posmodernidad. Los nuevos símbolos y mensajes que se generan mediante la internet y las redes que ello implica, así como el andamiaje de la industria cultural desde los medios de comunicación y las necesidades que genera la sociedad de consumo, naturalizan lo masculino y lo femenino como identidades inamovibles y estáticas, y desconocen las incidencias culturales y sociales en la conformación de ambas.

A lo anterior es necesario añadir la influencia de personajes «encumbrados» que mantienen un liderazgo político, cultural o de otra índole, y generan estados de opinión vitoreados por buena parte de las masas; de ahí la importancia que utilicen de manera adecuada determinados términos y conceptos o busquen información especializada si no son avezados en la materia. Y lo digo por los comentarios del expresidente de Ecuador, Rafael Correa, quien se refirió en público a la educación sobre la identidad de género como una «ideología peligrosísima, barbaridades que académicamente no resisten el menor análisis y destruyen la base de la sociedad que sigue siendo la familia convencional».

No debemos tomar las palabras de Correa para hacer una valoración crítica a priori, sino como pretexto para reflexionar en torno a ellas. Comenzaré por una cuestión simple: el problema de los conceptos y su correcta utilización. En este sentido, debemos tener en cuenta las diferencias teóricas entre sexo como cuestión biológica (genético, cromosómico, anatómico y hormonal), y género como construcción histórica y socio-cultural que asigna identidades, roles sociales y espacios de socialización de carácter binarias y jerarquizadas, que se reproducen y transmiten desde la niñez.

Foto: Evoluciona. Campaña Cubana por la NO Violencia hacia Mujeres

¿Sería correcto considerar que los niños y las niñas nacen genéticamente con los modos de actuar y pensar que conducen sus proyectos de vida?

El ser humano, además de constituir un ser biológico, es un ser psico-social, y como tal, transita por diferentes fases formativas que condicionan su pensamiento, sus roles sociales, su cosmovisión e ideología. Los condicionamientos sociales determinan las identidades masculinas y femeninas en términos de dualidad: masculino/femenino, hombre/mujer, cultura/naturaleza, público/privado, producción/reproducción, entre otros. Como escribí en Develando el género, «no se trata de ignorar las diferencias biológicas entre hombres y mujeres» sino que estas no sean tomadas como pretexto para justificar la dominación masculina versus subordinación femenina, ni limitar las potencialidades del ser humano.

Con respecto a la sexualidad, los problemas se generan al confundir identidad de género y orientación sexual. En el caso de la primera, estamos ante la construcción y asunción de patrones identificativos e identitarios desde el punto de vista psicológico, cultural e ideológico, que se reflejan en las maneras de vestir, juegos, espacios de socialización, comportamientos sociales, la división sexual del trabajo, y son establecidas socialmente para hombres y mujeres. Sin embargo, la orientación sexual se refiere a la atracción sexual y afectiva entre personas que pueden ser o no del mismo género.

Las identidades femeninas y masculinas vienen cargadas de significación pues se enmarcan a partir de la heterosexualidad como norma, y la transgresión de ese principio conlleva al rechazo social.

Ergo, la homosexualidad se enmarca como un comportamiento «anormal», «desviado», «antinatural», y por ende, que «desvirtúa las leyes naturales y los mandamientos de Dios». De ahí las polémicas que se han generado en torno al matrimonio igualitario y los derechos jurídicos que ello posibilita para la adopción homoparental, a pesar de las transformaciones que se han manifestado en la institución familiar durante los últimos tiempos.

El principal reto es que la sociedad comprenda y asuma otros modelos de familia presentes en el entramado social.  El centro de atención debe ser la inserción de políticas educativas y culturales que aumenten los niveles de tolerancia y sensibilidad ante este tema. La escuela es un espacio de máxima prioridad y la educación de género permite construir una sociedad basada en los principios de equidad e inclusión social; solo así podremos educar sobre la base del respeto hacia la diversidad y sin discriminación social.

18 enero 2019 6 comentarios 997 vistas
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discapacidad

Discapacidad, no incapacidad

por Yasvily Méndez Paz 16 diciembre 2018
escrito por Yasvily Méndez Paz

Cuentan los que la conocen que es alegre, emprendedora y siempre busca una solución por difícil que resulte, pero en determinadas ocasiones parece enmudecer y se muestra inconforme con la innecesaria compasión de los que la rodean. Sus ojos se cubren de lágrimas al narrar su historia, y aunque disimula la tristeza tras enjugarlas con sus propias manos, detrás de las palabras se esconde la desilusión acumulada por los años.

«Crecí rodeada de comodidades, mi padre viajaba mucho y nunca supe lo que era pasar necesidades; sin embargo, lo material no lo es todo…», me asegura mientras degustamos un delicioso café. «No sé qué fue lo que pasó en realidad; mi mamá me dice que él siempre quiso un varón y por eso se sintió decepcionado cuando supo que yo era niña, aunque yo pienso que nunca me aceptó por mi discapacidad…, un día se fue y no regresó más… yo tenía 13 años y mami no supo manejar aquella situación… nunca dejó que me crecieran las alas para volar…, imagínate, si ni mi madre me entendía, ¿cómo esperar que los demás no me tratasen con lástima?

Las personas no comprenden que discapacidad, no significa incapacidad».

Lo narrado por «Malena»- nombre escogido para preservar su verdadera identidad-, nos conduce a reflexionar sobre la discriminación que sufren las personas con discapacidad y sus sutilezas en el imaginario social, aún presentes en la sociedad cubana contemporánea. El tratamiento internacional a las personas con discapacidad ha ido cambiando a lo largo de la historia, con marcadas diferencias en los enfoques, hasta la contemporaneidad. Durante la segunda mitad del siglo XX se generaron movimientos sociales dirigidos a la defensa de sus derechos y la instrumentación de estrategias que condujeran a su inclusión social.

Disímiles propuestas se han hecho eco desde entonces, y en la 54ª Asamblea de la Salud, celebrada en el 2001, fue aprobada la Clasificación Internacional del Funcionamiento de la Discapacidad y de la Salud (CIF), que propició un nuevo marco teórico-conceptual para la comprensión de la discapacidad. Su aporte más loable fue la aplicación del modelo social de la discapacidad, cuyo principal propósito es sensibilizar y educar a las sociedades en que los niveles de desigualdad que viven estas personas no obedecen a causas inherentes a sus padecimientos, sino a condicionantes sociales y culturales.

En Cuba, los logros dentro de la Educación Especial son notables; sin embargo, coincido con la psicopedagoga Mirtha Leyva Fuentes cuando plantea que deben intencionarse acciones dirigidas a aplicar los enfoques de la CIF en la práctica educativa cubana para generar cambios en los modos de pensar y actuar, que conduzcan al disfrute pleno de sus derechos.

Las escuelas como centros rectores formativos y culturales tienen un peso fundamental en la aplicación del modelo social de la discapacidad, y esto no se ha logrado de manera óptima. Es cierto que en la Educación Cubana se le brinda atención diferenciada, atendiendo a las necesidades educativas especiales, pero el personal educativo no siempre asume esta tarea con la preparación y voluntad suficientes para ello.

educacion

Foto: Granma

Resulta necesario destacar el esfuerzo realizado para introducir un enfoque integrado de género que posibilite visualizar la doble discriminación que padecen las mujeres con discapacidad. Los efectos de estas manifestaciones las reciben mujeres y hombres, pero en el caso de las primeras las situaciones pueden ser más agudas ante estereotipos patriarcales que las remarcan como desvalidas e incapacitadas para enfrentar determinadas tareas a nivel social, lo que restringe sus proyectos de vida.

El problema comienza por las concepciones y estrategias generadas por la familia, que muchas veces tratan de protegerlas en demasía, limitando sus derechos y oportunidades para el empoderamiento social.

Aún persisten enfoques reduccionistas como el escepticismo existente ante el hecho de que personas con discapacidad física puedan estudiar la carrera de Cultura Física, o los  casos de niños y niñas que han sido enviados a centros de diagnóstico y orientación (CDO) por dificultades para aprender, cuando en realidad necesitaban atención diferenciada ajustada a sus necesidades como educandos.

Mucho más complejo resulta la insensibilidad manifestada por algunas personas, como el incidente lamentable de septiembre de 2018 donde un chofer del transporte público de La Habana se negó abrir la puerta trasera para que arribara al ómnibus una muchacha que andaba en silla de ruedas.

La inclusión social de las personas con discapacidad requiere asegurar vías para potenciar habilidades y no exacerbar deficiencias y dificultades. A pesar del necesario aseguramiento de bienes y servicios médicos, la superación de los niveles de desigualdad que padecen no se logra sin la implementación de políticas que garanticen su participación activa y su aceptación desprejuiciada a nivel social. Escuchemos al escritor Víctor Hugo cuando preconizaba que «la primera igualdad es la equidad»; la verdadera razón está en nosotros mismos, aboguemos por un contexto social donde se respete la dignidad plena del ser humano.

16 diciembre 2018 10 comentarios 531 vistas
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ofendes

Si ofendes, me maltratas

por Yasvily Méndez Paz 29 noviembre 2018
escrito por Yasvily Méndez Paz

Hace unas semanas participé en el Seminario de Violencia de Género en el Instituto Internacional de Periodismo “José Martí” en La Habana y allí pude comprobar las diferentes manifestaciones de violencia que todavía padecen muchas mujeres en Cuba. Tales fueron los casos de varios testimonios, recogidos en el libro Sobrevivientes, que no solo provienen de entornos rurales, marginales, familias disfuncionales y sin educación, como se suele enmarcar a nivel social.

La violencia de género es un fenómeno social mucho más complicado que no obedece a tipos de rostros, edades, estatus social, cultural y económico, ni espacios determinados. Mediante un complejo sistema de reglas, códigos, símbolos y representaciones, las visiones tradicionales en torno al género han estructurado las relaciones de poder entre hombres y mujeres, a través de la hegemonía masculina y la subordinación femenina.

Bien lo demuestra el francés Pierre Bourdieu cuando hace referencia a que el dominio masculino está suficientemente asegurado a través de discursos y costumbres que se expresan mediante refranes, proverbios, expresiones gráficas, rituales, y otras prácticas asociadas a la producción material y espiritual del ser humano. Todo ello ha generado una concepción ideológica que determina la violencia contra la mujer por razones de género.

Pudiera parecernos que estos problemas están anclados en el tiempo y muy alejados de la realidad contemporánea cubana, pues en la actualidad la reproducción de la violencia de género adquiere niveles de enraizamiento social casi imperceptibles, que dificultan su visibilización a nivel social.

A juzgar por las sutilezas que adquieren algunas formas en que se manifiesta, los mitos presentes en el imaginario social, y criterios patriarcales que consideran este y otros problemas de las mujeres como «invenciones de la teoría de género», la violencia contra la mujer se hace más visible tras expresiones físicas y sexuales, mientras la violencia psicológica y económica continúan siendo difíciles de percibir por la sociedad, a pesar de los daños que ocasionan a la autoestima de las mujeres agredidas y de que condicionan su dependencia con respecto al agresor.

En el caso de la violencia física, existen personas que deciden no inmiscuirse pues esgrimen aquel viejo refrán que preconiza: «entre marido y mujer nadie se debe meter»; sin embargo, la violencia contra la mujer no es un asunto privado, sino social, y como tal deben atacarse las causas que lo provocan. Ningún vínculo consanguíneo, matrimonial o de otra índole otorga el derecho a agredir o disponer de otra persona como si fuera un objeto.

Persiste la tendencia a considerar que si la mujer acepta los golpes y no deja al marido es porque le gusta; debemos reflexionar en torno a ello. La violencia pasa por varias fases y antes de manifestarse físicamente, las mujeres agredidas han entrado en un ciclo donde se vuelven frágiles, inseguras y dependientes de su agresor.

Este las aísla de su círculo de apoyo y ejerce su dominio psicológico, lo que las hace incapaces de romper el ciclo de la violencia por sí solas. Las mujeres violentadas no son culpables de sus situaciones, necesitan apoyo para generar estrategias de sobrevivencia que les permita fortalecer y emprender sus proyectos de vida.

No podemos obviar que la violencia de género tiene su origen en el patriarcado como sistema de dominación y este, como bien nos exponía una de las mayores especialistas sobre el tema en Cuba la Dra. C. Clotilde Proveyer, tiene carácter universal, histórico y su capacidad de adaptabilidad le permite transitar de una época a otra, ajustado a las nuevas condiciones económicas, culturales y sociales.

La organización patriarcal de la sociedad origina un grupo de problemas estructurales, que constituyen las raíces del asunto en cuestión; a saber: la construcción de identidades femeninas y masculinas en función de patrones sexistas, las diferencias entre hombres y mujeres en estatus y poder, y los patrones de género presentes en los procesos de socialización desde las formaciones tempranas de niños y niñas que determinan comportamientos y modos de actuación, los cuales asumen y reproducen a lo largo de sus vidas.

Cuando la familia, las instituciones educativas y culturales, la Iglesia, los medios de comunicación, la industria cultural, el derecho, la ciencia y el gobierno legitiman y transmiten estereotipos que perpetúan la dominación masculina y la subordinación femenina, se naturaliza la violencia de género; ello limita la capacidad de identificar sus patrones de comportamiento a nivel social y remarca los cimientos que la reproducen, de manera individual y colectiva.

Este es un problema social que atañe a todos; ergo, asumamos de forma responsable, consciente y proactiva la asunción de políticas para su prevención y solución, que conduzcan a una sociedad equitativa donde prime una cultura de paz basada en el respeto de la dignidad humana.

29 noviembre 2018 25 comentarios 482 vistas
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Prostitución femenina: ¿prohibir o debatir?

por Yasvily Méndez Paz 20 octubre 2018
escrito por Yasvily Méndez Paz

En los últimos tiempos, la prostitución y los estudios dedicados a su comportamiento han ido incrementándose a nivel internacional. Cuba no ha estado exenta de esta problemática; a través de la historia la práctica del meretricio ha sido y continúa siendo una fuente de supervivencia económica.

Las  crisis socioeconómicas del país han conducido a diferentes rupturas en los patrones de actuación socialmente aceptados. También deben tenerse en cuenta otros elementos relacionados con vivencias personales de las implicadas, como: convivencia familiar (violaciones, maltratos psicológicos y físicos, chantajes emocionales o económicos, familias disfuncionales, entre otros), influencias recibidas del contexto externo o interno, desengaños amorosos, trampas masculinas o, simplemente, gusto personal por la actividad.

¿Meretrices o prostitutas?, ¿jineteras o luchadoras? Sean cuales fueren las denominaciones empleadas, las mujeres que se dedican a esta actividad pagan altos precios desde el punto de vista social. El hecho de que sean más rechazadas que los prostitutos evidencia que las valoraciones han estado condicionadas más por razones de género que por lo que representa el acto sexual rentado en sí, como bien expresa Dolores Juliano.

A partir del 1 de enero de 1959, la prostitución se redujo en la sociedad cubana mediante el cierre de los burdeles y la reinserción laboral de las prostitutas; pero, ¿se exterminó completamente el comercio sexual en Cuba? La situación de las prostitutas cambió con los proyectos revolucionarios, pero coincido con Rosa Miriam Elizalde cuando plantea que variantes como la «titimanía» —gusto por personas mucho más jóvenes— y la búsqueda de una mejor posición económica mediante una relación interesada y ventajosa existieron siempre, incluso en los años 70, cuando había un rechazo marcado hacia mujeres que no mantenían relaciones estables.

Cuando se produjo la crisis económica de los años 90, las carencias materiales por las que atravesaba la sociedad cubana, unidas a la rápida circulación del dólar, condujeron a la utilización del comercio sexual con extranjeros. Lo que comenzó siendo un modo de supervivencia empezó a reportarles ganancias económicas a las trabajadoras sexuales, que se hicieron más evidentes en los barrios y ciudades a las que pertenecían. Esto condujo a que no siempre sintieran el rechazo de la comunidad e, incluso, fueran toleradas y a veces estimuladas por sus familias.

Si por una parte esto fue reflejo de los cambios en las lecturas sobre la sexualidad femenina y masculina por la sociedad cubana, por otra, estuvo relacionado con el «reacomodo social» debido a las estrategias utilizadas para sobrevivir después de la crisis. No obstante, no se debe afirmar que el rechazo a la prostitución haya desaparecido completamente del imaginario social. El propio hecho de que a estas mujeres les guste ser denominadas «jineteras» o «luchadoras» demuestra el estigma social que encierra el término prostituta, incluso desde el punto de vista psicológico, para las propias implicadas.

Aunque las «jineteras» han llegado a tener cierta aceptación social en algunas comunidades donde viven, la utilización de su sexualidad de manera autónoma contiene un saldo social negativo. Familias, amistades, proxenetas y hasta algunos vecinos disfrutan las prebendas o facilidades económicas que ellas les facilitan, pero en el fondo las señalan con un dedo acusador.

En una entrevista que realicé en el 2009 a una señora que se había iniciado en la prostitución durante la República Burguesa con sólo 21 años, me refería sobre este tema:

«Las muchachitas de ahora se piensan que se la saben toda, que tienen más cobertura que nosotras en nuestro tiempo. La gente las sigue y les gustan las cosas que traen, y hasta tienen reconocimiento por los dólares que manejan, pero por detrás hablan cosas de ellas y las miran con mirada acusadora. Que si no lo sabré bien yo… que lo sufrí en carne propia. La p… lo es y lo va a ser siempre, aunque sea con puyas (denominación popular que adquieren en Cuba los zapatos de tacón muy fino y alto) y dinero en el bolsillo».

Quizás el principal desafío en Cuba no estriba en que el gobierno oculte la presencia de la prostitución o solamente persiga a los culpables, sino en dilucidar las verdaderas causas que conducen a su existencia. Reconocer que no se ha erradicado el problema de raíz y establecer estrategias educativas sobre el asunto, resultan vías factibles para resolver los niveles de vulnerabilidad a los que se exponen actualmente muchachas jóvenes, con la anuencia o no de su familia, y otras mujeres que se dedican a la prostitución. ¿Prohibir o debatir?… Resulta necesario motivar una reflexión colectiva sobre las posibles soluciones al problema de la prostitución femenina.

20 octubre 2018 17 comentarios 687 vistas
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