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Yassel Padrón Kunakbaeva

Yassel Padrón Kunakbaeva

Científico. Filósofo marxista. Activista revolucionario

Un espectáculo deplorable

por Yassel Padrón Kunakbaeva 6 agosto 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

A veces dan ganas de alejarse de todo lo que se relacione con la política. Dan ganas de dejar de escribir, de sumergirse en la profundidad de la vida privada. Y esto es porque los seres humanos casi logran decepcionarlo a uno. Las realidades políticas, en lugar de mostrar experiencias de evolución social y sentido de proyecto, lo que ofrecen es el espectáculo de una mezquindad que lo corroe todo. Hoy más que nunca es palpable la estupidez humana, las paradojas absurdas que ensucian incluso aquello que nació de las mejores intenciones.

Esto aplica, por supuesto, para la realidad nacional. Desde hace mucho tiempo, estoy convencido de que uno de los puntales que sostienen al gobierno cubano es la vileza de sus enemigos. Solo esa falta del más elemental humanismo, esa crueldad de sus principales adversarios, explica que este gobierno no se haya derrumbado como consecuencia del envilecimiento de tantos de sus propios funcionarios y representantes. Si los burócratas carentes de sensibilidad no han logrado dejar sin partidarios a la Revolución, es solo por el rechazo que suscitan los imperialistas y los contrarrevolucionarios.

La mezquindad de los enemigos es una constante de ayer y de hoy. En su tiempo, fue la que llevó a realizar valientes incursiones armadas en las que se ametrallaban pueblos pesqueros. Más recientemente, la semana pasada, tuvimos una muestra light de la misma miseria moral. Un escritor cubano de nombre Carlos Manuel Álvarez, y que alguien ha llamado “el príncipe de las letras cubanas”, publicó un artículo en El País denigrando la figura de Roberto Fernández Retamar como poeta y como sujeto político, sin atender al mínimo respeto que se merece alguien que acaba de morir.

No es que a la Revolución le falten méritos propios para seguir siendo el proyecto hegemónico en Cuba. Las hazañas de nuestra historia nos sirven como fuente de identidad. Esa clase de epopeyas han servido como fundamento durante años. Ante la realidad que muestra el mundo contemporáneo, la resistencia al capitalismo que promueve Cuba es el camino correcto.

Una Cuba de regreso al Consenso de Washington sería menos que nada: la losa bajo la que se sepultarían los sueños de liberación de lo que ha sido la izquierda moderna. La Cuba Revolucionaria es un referente mundial, un actor relevante en los caminos del mundo. Pero, a pesar de que es evidente cual es el proyecto nacional que tiene más legitimidad, más pasado y más futuro potencial, la legión de los burócratas oportunistas se empeña en ensuciar o en mantener sucia la obra de la Revolución. Incluso cuando el camino correcto ha sido trazado, en Congresos del Partido, Lineamientos, Conceptualización, y Constitución, la inercia sigue siendo la principal característica de su comportamiento.

En estos días ha sido tema en las redes sociales el despido de Omara Ruiz Urquiola, que era profesora en el ISDI. Pero para no referirme a ese caso, que no conozco bien, me referiré al de René Fidel. ¿Qué pensamiento habita en la cabeza de aquel o aquella que decide quitarle el empleo a una persona por sus planteamientos políticos? ¿Qué está defendiendo? ¿Acaso ha tenido la sensibilidad de pensar en de qué va a vivir esa persona, o cómo va a ejercer su profesión, en un país como Cuba, en el que ciertas profesiones solo se pueden ejercer con el estado?

Algunos que se preocupan por mí, me han aconsejado que no me busque un problema. Me han llamado la atención de que algo que yo escriba puede afectar mi carrera profesional. No se dan cuenta de que hay algo profundamente mal en ese razonamiento, incluso desde el punto de vista lógico: porque, si este sistema es capaz de sancionarme por hacer uso de mi libertad de expresión, entonces es absurdo haber elegido este lugar para desarrollar mi vida profesional.

Me advierten de una injusticia, y me dicen que mire a otro lado y guarde silencio, para mi beneficio personal. Ellos han asumido la naturalidad de la injusticia. Yo me niego a aceptar esa manera de ver las cosas: creo que aceptar la normalidad de esas malas prácticas es traicionar la esencia de justicia social sobre la que se construyó la Revolución. Me parece que la única posición revolucionaria posible es tratar esas injusticias como anomalías que deben ser combatidas, acorraladas y desterradas.

Alguien puede creer que es un facilismo mío culpar de todo a los funcionarios, que solo son individuos, cuando el problema es sistémico. Pero es que conociendo el poder de la subjetividad humana, y siendo para mí tan evidente el camino de justicia social que necesita Cuba, me asusta ver el anquilosamiento y el acomodo al que tantos pueden llegar. En estos tiempos, cuando sería tan sublime y honroso cambiar la mentalidad, dar una nueva ofensiva para conquistar el futuro, muchos corrompidos por la impunidad y la desidia solo piensan en sus privilegios. Y nosotros se lo permitimos.

Muchas cosas me hacen perder la fe en el mejoramiento humano: la bajeza a la que llegan los opositores, y también los despropósitos de algunos que, en nombre de la defensa a la Revolución, no hacen más que hundirla poniéndose al nivel de dichos opositores. Lo que hacen sí debería ser considerado un crimen contra la Seguridad del Estado.

Desde el desgarramiento de este día, y porque sé que mañana voy a seguir siendo el mismo romántico de siempre, lanzo una propuesta: Tomémonos en serio la nueva Constitución. Nuestro pasado tiene manchas pero, si nos concentramos en lo positivo, podemos dar a luz un país donde todo esté al derecho. Decía Rosa Luxemburgo que la libertad es siempre la libertad para el que piensa diferente. Nuestros enemigos son a menudo infames, sí, pero eso no es suficiente pilar para construir el futuro.

6 agosto 2019 18 comentarios 470 vistas
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papeleta

Gozar la papeleta

por Yassel Padrón Kunakbaeva 30 julio 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

La Habana es una ciudad con muchos rostros. Uno de ellos es el que muestra en las noches, cuando se enciende de bares, fiestas, y conciertos de reguetón. Es una ciudad para el disfrute, la embriaguez, el dejarse llevar. Algunos jóvenes salen para la calle con su mejor pinta, celulares inteligentes a mano, a veces con más dinero de lo que corresponde al sueldo mensual de un trabajador. Otros llevan la insoportable bocina portátil, se suben al transporte público y obligan a todos a oír la música de su preferencia. Hay también quienes tienen gustos más cool, entran a bares de precios prohibitivos, y pasan la noche entre cervezas y cigarrillos de buena marca.

El hedonismo fue una corriente filosófica en la Antigüedad, que planteaba el disfrute sensual como el mejor camino para enfrentar la vida. La escuela cirenaica fue la mayor promotora del hedonismo. Varios siglos antes, las bacanales en honor al dios Dionisos habían surgido como celebraciones dedicadas al puro goce carnal. Desde entonces, la cultura occidental se debate entre la cultura de la disciplina, el trabajo productivo y la represión de los instintos sexuales, por una parte, y la cultura del Carpe Diem, el consumo desenfrenado y la alienación de las drogas, por el otro. Es la vieja disputa entre Apolo y Dionisos.

La sociedad cubana ha visto, en las últimas décadas, cómo crecen los espacios dedicados al disfrute hedonista. El surgimiento en avalancha de actitudes que antes no se veían, o se veían menos: el resurgir de la prostitución, más o menos velada, el consumismo, el afán por las marcas, la discriminación económica. Todo ello potenciado por el desarrollo del turismo y la consiguiente llegada de un sinfín de visitantes: ávidos buscadores de la isla de su fantasía, hecha de playas, ron y mulatas.

No son pocos los revolucionarios de viejo cuño que identifican el auge de este hedonismo con el renacer de los valores capitalistas en Cuba.

Y no les falta razón, en cierto modo. El error estaría en condenar en bloque la cultura del disfrute, de la risa, y de la liberación de los instintos, en aras de una cultura de la disciplina y de la ética espartana, como si esta no pudiese ser también funcional a las dinámicas capitalistas.

La relación entre el capitalismo y el disfrute sensual es muy compleja. En los primeros siglos de su desarrollo, el capitalismo estuvo acompañado del desarrollo de una ética del trabajo y de la austeridad, fundamentalmente protestante, tal y cómo bien describió Max Weber. Esto fue así porque, en ese modo de producción, es necesario que el capitalista dedique una cantidad reducida al consumo y al ahorro, y que la mayor cantidad posible de dinero se convierta en capital y se reinvierta. Todavía hoy, las sociedades capitalistas desarrolladas son sociedades disciplinadas, donde se trabaja mucho y se promueve la ética de la responsabilidad.

Las culturas latinas, que van en el último vagón de Occidente, llegaron tarde al capitalismo, y en muchos aspectos se mantuvieron con rezagos feudales, incluyendo un mayor apego al hedonismo carnavalesco; demasiado apegados a lo familiar, a lo comunitario, con una gran capacidad para producir trovadores y saltimbanquis.

La sociedad cubana, además de la herencia latina, se formó en la periferia del sistema mundo. Ciertamente, el Caribe fue el campo de juego del naciente capitalismo, y el central azucarero fue un experimento de crueldad. Pero la industria azucarera fue siempre un Frankenstein en el que convivieron dinámicas modernas y arcaicas –como la esclavitud—. La sociedad cubana nunca ha conocido la disciplina que implicó la revolución industrial en el mundo desarrollado. Por el contrario, la influencia cultural africana nos llenó de otras maneras de sentir, de explotar la sensualidad, que nos han llevado a ser lo que somos.

Nuestro atraso, dentro del esquema-mundo del capitalismo, nos ayudó en cierto modo a vivir más libres. La Revolución misma le dio un golpe final a la disciplina social burguesa. Nos permitió ser uno de los países más libres en el sentido de tener más tiempo dedicado al ocio.

Un grave error sería, en nombre del socialismo, querer atacar la cultura del disfrute, desde una posición modernista limitada. Porque cuando se tiene una concepción tan pobre de lo que es el desarrollo, en realidad se está en posición capitalista ingenua. Se está queriendo, sin saberlo, reconstruir el capitalismo del siglo XIX europeo. Me parece que algunas de estas concepciones limitadas estuvieron detrás del experimento del Decreto 349.

Por otro lado, es cierto que no se pueden desconocer los desafíos culturales que plantea el capitalismo del siglo XXI. Este capitalismo, que ha surgido como evolución de aquel del XIX, que ha sobrevivo al embiste del socialismo soviético, que ha llegado a una fase post-industrial en lo económico y post-moderna en lo cultural, ha encontrado la forma de pervertir y deformar todas las expresiones culturales que nacen desde el campo popular. Este es el capitalismo de la industria cultural, que convierte incluso el grito de la criatura oprimida en una mercancía.

En estos tiempos, incluso la más remota puerta hacia el disfrute carnal ha sido marcada con el signo del dólar. La fábrica de sueños de la industria cultural se encarga de que incluso tus sueños más íntimos, incluso tus fantasías sexuales, salgan de sus factorías. Para una sociedad como la cubana, abierta a las influencias que le llegan del resto de Occidente, que además fue la primera neocolonia del imperialismo norteamericano, el sitio dónde se llevaron a cabo todos los experimentos tecnológicos y culturales, resulta imposible librarse del influjo de esa maquinaria.

Lo liberador y lo alienante se entrelazan en la mayoría de esos espacios habaneros dedicados al disfrute hedonista. El ocio, que es de por sí el espacio privilegiado de la libertad, le es robado al sujeto sin que se dé cuenta. Ese sujeto es estafado desde el instante en que deja de disfrutar realmente de la compañía o del amor de los que lo rodean, para disfrutar, o sufrir, por la marca, la ropa o el dinero.

Es necesaria una ofensiva cultural en Cuba en el campo del socialismo, desde lo humanista y emancipador. Pero sería un despropósito hacerlo desde posiciones represivas, o promoviendo una seudocultura de lo revolucionario, hecha de cartón-tabla. No se combate a la fábrica de sueños con consignas ni con grandes fotos de los héroes. Se la combate con utopías y sueños liberadores.

Lo contrario del hedonismo mezquino y alienado no es la disciplina del trabajo, ni la épica de las hazañas revolucionarias, mucho menos el celo partidista. Lo contrario de ese hedonismo es el disfrute de los cuerpos rebeldes y libres. Siempre mi memoria regresa al aula, al patio de la escuela, cuando nos dedicábamos a “gozar la papeleta”, en una recreación sana de verdad, no impuesta por una orientación.

El pueblo cubano en los sesenta le daba una solución muy simple al problema: vivir en revolución, gozar la revolución, bailar la revolución, hacer el amor en revolución. ¿Y nuestra revolución pa’ cuándo?

30 julio 2019 10 comentarios 324 vistas
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journey

Cubans on a Dangerous Journey

por Yassel Padrón Kunakbaeva 28 julio 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

A few months ago, a young man who now lives in Ecuador came back to my neighborhood to visit. During his stay, he urged his Cuban friends to embark on a complex and quasi-adventurous journey: “Buy a passport and a ticket and go to Guyana, things then get easier, you just have to cross over into Brazil, at the border maybe, and from there you can get on a flight to Chile. Life’s good in Chile.” More recently, I learned that the brother of a friend had reached the US: “he set out from Ecuador and travelled across all those countries, then he had to wait a bunch of months at the Mexican border, but he’s in the Yuma now”, he tells me cheerfully.

Not long ago, I learned from an Arturo López-Levi article that several American congressmen –Alexandria Ocasio-Cortez among them– had brought to light the situation of some Cuban migrants in US detention centers. They found a group of women who had been put in a room without running water, where they were told they had to drink water from the toilet and that they could only wash themselves every 15 days.

This journey of Cuban migrants is long and full of dangers, and its last stop is the hellish agony of the border. They travel across jungles and borders; they put their lives in the hands of human traffickers. They are exposed to abrupt closings, like the 2015 one in Nicaragua. Finally, they end up waiting months for their turn to ask for asylum on this side of the border, and in Juárez, no less. Ciudad Juárez, one of the twenty most violent cities in the world, now accommodates thousands of Cubans, many of them living under bridges, suffering extortion, threats and kidnappings at the hands of criminals. There are so many Cubans that restaurants in the area have added congrí (traditional Cuban rice and beans) and pork chop to their menus.

It should be commonplace that a Republic –especially one which claims to be of the humble, with the humble and for the humble– must concern itself about the fate of all the nation’s children wherever they may be, in any corner of the world. It’s true we have a complex history of confrontation, in which excessive passion drove people to call those who left gusanos, escoria, contrarrevolucionarios (maggots, scum, counterrevolutionaries), among other degrading epithets. But those times have passed. Today, revolutionary humanism has brought about rectification and the view that migration is the right of every person. An attitude coherent with that view is to devote every possible attention to the fate of migrants.

The ideal course of action would be to create in Cuban society the capacity of offering opportunities to all its children, so that no one or very few would feel the need to migrate. But provided that such a scenario isn’t possible, for many reasons, including the terrible blockade imposed by the US on our country, help must be given to those who are migrating, and to those who live in other countries, insofar as it is possible.

We cannot wash our hands of them.

The US government displays the issue of migration with the usual treachery. They use it against Cuba, for political ends. They do everything, except observing the migratory agreements reached under Clinton. There’s much they could do to guarantee stable and safe migration. But it’s not in their interest. With Trump, they don’t even pretend it is, though it serves them to have that long line of Cubans passing through an unsafe Central America, the “evidence” of the failure of communism.

It’s time for Cuba to show its humanism on a higher level. This means really going against old mentalities, but Cuba could declare its support for those migrants. It could use its diplomatic influence on the region’s governments to guarantee certain conditions for them, or at least denounce mistreatment or abuse. Perhaps something is being done, away from the public eye, it’s difficult to know for sure, but that’s not the message being sent out; the message being sent out is that those migrants are being left to their fate.

Devoting attention and efforts to the fate of migrants also means thinking as a country, as a nation. That most Cubans choose to maintain a socialist project doesn’t mean that those who go seeking a better economic life elsewhere, in capitalist countries, cease to be Cubans. The Republic belongs to all, even to those who are not happy with the political project of the majority, and even to those who feel life’s too short, and that they’d do better in the United States.

(Translated from the original)

28 julio 2019 0 comentario 301 vistas
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Cubanitos en travesía peligrosa

por Yassel Padrón Kunakbaeva 22 julio 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Hace algunos meses, a mi barrio regresó de visita un joven que actualmente vive en Ecuador. Durante su estancia, incitó a sus amigos cubanos a lanzarse en una compleja y cuasi-aventurera travesía: “Compren pasaporte y pasaje y lleguen a Guyana, ya después la cosa es más fácil, nada más hay que cruzar para Brasil, puede ser por la frontera, y de ahí mismo sale un avión para Chile”; “En Chile la cosa está buena”. Más recientemente me enteré de que el hermano de un amigo había llegado a los Estados Unidos: “atravesó desde Ecuador todos esos países, después tuvo que esperar una pila de meses en la frontera de México, pero ya está en el yuma”, me cuenta alegremente.

Hace poco, me enteré por un artículo de Arturo López-Levy, de que varios congresistas norteamericanos, entre ellos Alexandria Ocasio-Cortez, sacaron a la luz la situación de algunas migrantes cubanas en centros de detención en los Estados Unidos. Se encontraron un grupo de mujeres, que habían sido puestas en una habitación sin agua corriente, donde se les dijo que debían beber agua del inodoro, y que se podrían bañar cada 15 días.

Es un viaje largo, repleto de peligros. Los migrantes cubanos atraviesan selvas y ponen sus vidas en manos de traficantes de personas. Se aventuran a cierres abruptos de las fronteras como el que ocurrió en Nicaragua en 2015. Finalmente, terminan esperando su turno para pedir asilo de este lado, nada menos que en Juárez, durante meses. Ciudad Juárez, una de las veinte ciudades más violentas del mundo, alberga a miles de cubanos, muchos de ellos viven en puentes, son extorsionados, amenazados, secuestrados. Son tantos, que los restaurantes de la zona han añadido el congrí y la chuleta de cerdo a sus menús.

Debería ser un lugar común que una República, mucho más una que pretende ser de los humildes, con los humildes y para los humildes, el preocuparse por el destino de todos los hijos de la nación allí donde se encuentren. Es cierto que venimos de una historia compleja de confrontación, en la que el exceso de pasión llevó a llamar a los que se iban “gusanos”, “escoria”, “contrarrevolucionarios”, entre otros epítetos degradantes. Pero esos tiempos quedaron atrás. Hoy el humanismo revolucionario ha permitido que se rectifique, y que migrar sea considerado un derecho de toda persona: la actitud coherente con esto, es cuidar en lo posible, de la suerte de los migrantes.

Lo ideal sería propiciar que la sociedad cubana estuviera en condiciones de ofrecer oportunidades a todos sus hijos, de tal modo que nadie o muy pocos sintieran la necesidad de migrar. Pero en la medida que eso no es posible, por muchas causas, entre ellas el bloqueo terrible que Estados Unidos impone sobre nuestro país, hay que ayudar a los cubanos que están migrando.

No podemos desentendernos de ellos.

El gobierno de los Estados Unidos muestra en el tema de la migración su habitual perfidia. Los utiliza contra Cuba, con fines políticos. Hace cualquier cosa, menos cumplir con los acuerdos migratorios que se lograron con Clinton. Ellos podrían hacer mucho para garantizar una migración estable y segura, pero no es de su interés. Con Trump les conviene tener esa caravana de cubanos atravesando la insegura Centroamérica; lo que evidencia “el fracaso del comunismo”.

Es la hora para Cuba de mostrar su humanismo en un nivel superior. Significa realmente ir en contra de viejas mentalidades, pero podría manifestar su apoyo por esos migrantes. Utilizar su influencia diplomática sobre los gobiernos de la región para garantizarles a esos cubanos ciertas condiciones o al menos denunciar los maltratos o los atropellos. Tal vez se esté haciendo algo, fuera del dominio público, eso es difícil de saber: pero no es la percepción que se brinda.

La percepción es que los migrantes son dejados a su suerte.

Preocuparse y ocuparse por los migrantes es también pensar como país, pensar como nación. Que la mayoría de los cubanos opten por sostener un proyecto socialista, no significa que los que vayan a buscar otra vida económicamente superior en otras latitudes, en países capitalistas, dejen de ser cubanos. La República es de todos, incluso de los que no están conformes con el proyecto político de la mayoría, o de los sienten que la vida es muy corta, y que les irá mejor viviendo en los Estados Unidos.

Para contactar con el autor: yasselpadron1@riseup.net

22 julio 2019 34 comentarios 634 vistas
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inertia

Breaking inertia

por Yassel Padrón Kunakbaeva 20 julio 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

In the last few weeks, the President of the Council of State and the Council of Ministers Miguel Díaz-Canel has been very active and breaking inertia. His speech at the closing session of the Congress of UNEAC (Cuban Union of Writers and Artists) was quite hostile to the dynamics of stagnation, colonized thought and corruption.

Among the measures he has announced there’s a transformation in the way of formulating the plan for the economy; it is now said that it must be built from the bottom up, though for the time being this is only materializing in a greater participation of companies in the drawing up of initial proposals. He also brought forward the announcement of Decree 373 on audiovisual media, a set of new measures aimed at conceding greater financial autonomy to government-run companies, and the well-received rise in wages for the state-budgeted sector.

With these actions, the President shows his willingness to listen to the people, and to take the necessary measures to bring the country out of the current situation, in spite of less than favorable external circumstances. The manner in which he’s decided to break the vicious circle of low productivity and low wages is interesting: since we cannot wait for a rise in productivity which seem impossible to magically conjure up, we then raise wages, and we do it first for those who have been more disadvantaged in recent years.

Of course, the President hasn’t pulled any of these decisions out of his hat; they are the result of his meetings with the population, of listening to the concerns being voiced in different spaces –including the social networks–, of taking into account the opinions of specialists in each subject. There we can see another good move in the style of collective government he has promoted:

His ability to join the efforts and capabilities of many in search of a solution.

Nonetheless, it’s true that all this makes us feel optimistic about the work of the man in the highest office of State leadership, but it would be a grave mistake to put all our hopes in him. Presidential rule, to make one person bear the entire load, is a form of alienation. By definition –and all the more so in the midst of socialist transition–, no individual can transform a society by himself. The participation of everyone is needed to make development effective.

That’s why I liked so much a funny hashtag that’s doing the rounds these days in the social networks:

#ElSóloNoPuede (He can’t do it alone)

Indeed, he can’t. He can still do a lot more, no question about that. But in the end, the participation of civil society is what will be able to guarantee a true regeneration of Cuban socialism. To understand that, it’s necessary to stop having a fetishistic conception of the State.

In any society –and more so in one which claims to be one in socialist transition– the State is a social construct, an institution in which power correlations within civil society are expressed. There are always forces which push in a progressive direction and conservative forces. The forces which turn out predominant on the social level will have their expression in the State.

Should we adapt this way of thinking to Cuba, it will help us understand that, if Díaz-Canel is taking these measures today, it’s because there’s been an aggregate of demands, of struggles in the population, of complaints throughout the years which have conditioned this turn.

The definitive struggle always happens within civil society.

Therefore, this is not a moment to become demobilized or to allow ourselves the soft respite of trust in the leader. That’s a comfortable thing to do. What we must do is to intensify the fight against all that’s done wrong, against bureaucratic stagnation wherever it may rear its head. This is a fight that begins for each one of us in our closest quarters, which may be our workplace, the neighborhood or the school. We must be aware that the battle for Cuba is everyone’s fight; that the President can’t do it alone; that the drive of the people, instead, is the only one that’s truly transforming.

At the end of the day, popular will is supreme, and the President is nothing but a representative of that popular will.

Also, we must gain the awareness that, if we do not respond and move forward together, it will all be in vain. We cannot underestimate the power of inertia, of bureaucracy and opportunism to resist any positive effort. The great legion of the well-established may turn the efforts of any individual, no matter the office he holds, into a simple exercise of plowing the sea.

This is everyone’s battle, and we must be happy we have a President who correctly interprets the popular will, but the battle must go on fuelled by its own momentum.

(Translated from the original)

20 julio 2019 0 comentario 364 vistas
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Romper la inercia

por Yassel Padrón Kunakbaeva 15 julio 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

En las últimas semanas, el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros Miguel Díaz-Canel ha estado muy activo. Su discurso en la clausura del Congreso de la UNEAC fue bastante duro contra las dinámicas del inmovilismo, el pensamiento colonizado y la corrupción. Entre las medidas que ha anunciado está una transformación en la manera de concebir el plan de la economía; ahora se plantea que debe construirse de abajo hacia arriba, aunque por el momento esto se concreta solo en una mayor participación de las empresas en la elaboración de las propuestas iniciales. Sacó adelante la promulgación del Decreto 373 de medios audiovisuales, nuevas medidas encaminadas a otorgar una mayor autonomía financiera a las empresas estatales, y el bien recibido aumento salarial al sector presupuestado.

Con estas acciones, el Presidente muestra su disposición a escuchar al pueblo, y a tomar las medidas necesarias para sacar al país de la situación actual, a pesar de que las circunstancias externas no son las más favorables. Es interesante la manera en que decidió romper el círculo vicioso de baja productividad y bajos salarios: ya que no podemos esperar por un aumento de la productividad que parece imposible que ocurra mágicamente, pues aumentamos el salario, y primero para aquellos que más desfavorecidos han estado en los últimos años.

Por supuesto, ninguna de estas decisiones las sacó el Presidente de debajo del sombrero, son el resultado de sus contactos con la población, de escuchar las inquietudes que se manifiestan en los diferentes espacios, incluyendo las redes sociales, de tomar en cuenta la opinión de los especialistas en cada materia. Porque ahí se ve otro de los aciertos del estilo de gobierno colectivo que él ha promovido:

Su capacidad para aunar los esfuerzos y las capacidades de muchos en busca de una solución.

Ahora bien, es cierto que todo esto nos hace ser optimistas acerca de la gestión de quien ostenta el más alto cargo en la jefatura del Estado, pero sería un grave error poner todas nuestras esperanzas en él. El presidencialismo, el poner toda la carga en una persona, es una forma de alienación. Por definición, y mucho más en una sociedad de transición socialista, ningún individuo puede por sí mismo transformar una sociedad. Se necesita la participación de todos para que el desarrollo sea efectivo.

Por eso me gustó tanto un simpático hashtag que circula en estos días por las redes sociales:

#ElSóloNoPuede

En efecto, sólo no puede. Todavía puede hacer mucho más, de eso no hay duda. Pero en última instancia será la participación activa de la sociedad civil lo que podrá garantizar una verdadera regeneración del socialismo cubano. Para ello, es necesario dejar de tener una concepción fetichista del Estado.

En cualquier sociedad, y más en una que pretende ser de transición socialista, el Estado es una construcción social, una institución en la que se expresan las correlaciones de fuerza a lo interno de la sociedad civil. Existen siempre fuerzas que empujan en una dirección progresista y fuerzas conservadoras. Las fuerzas que predominen a nivel social tendrán su expresión en el Estado.

Si llevamos esta manera de pensar a Cuba, nos servirá para entender que si Díaz-Canel hoy toma estas medidas, es porque ha habido un acumulado de demandas, de pugnas por parte de la población, de reclamos a lo largo de los años, que han condicionado este viraje.

La lucha definitoria ocurre dentro de la sociedad civil.

Por eso, no es momento para la desmovilización, para dejarnos caer suavemente en la confianza en el líder. Esa es una posición muy cómoda. Lo que hay que hacer es arreciar la lucha contra lo mal hecho, contra el inmovilismo burocrático allí donde se encuentre. Una lucha que empieza para cada cual en su entorno más cercano, que puede ser el centro de trabajo, el barrio o la escuela. Debemos ser conscientes de que la batalla por Cuba es de todos, que el Presidente no puede sólo, sino que es el impulso del pueblo el único verdaderamente transformador.

A fin de cuentas, la voluntad popular es la soberana, y el Presidente no es más que un representante de esa voluntad popular.

También, hemos de concientizar que, si no respondemos y avanzamos juntos, todo caerá en saco roto. No podemos subestimar el poder de la inercia, del burocratismo y el oportunismo para contrarrestar cualquier esfuerzo positivo. La gran legión de los acomodados puede convertir los esfuerzos de cualquier individuo, no importa el cargo que ostente, en un simple ejercicio de arar en el mar.

Esta es una batalla de todos, y debemos alegrarnos de tener un Presidente que interprete correctamente la voluntad popular, pero la batalla debe continuar sobre la base de su propio impulso.

15 julio 2019 12 comentarios 283 vistas
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Malos tiempos para la democracia

por Yassel Padrón Kunakbaeva 27 junio 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Desde hace muchos años, existe un reclamo democratizador entre los intelectuales de izquierda cubanos. Basta con leer los diversos números de la revista Temas, para comprobarlo. Entre otras causas que han beneficiado esa tendencia, está la mayor apertura que se dio a partir del Periodo Especial con respecto a tendencias del marxismo heterodoxas, dentro de ciertos ámbitos de la academia cubana. También jugaron un papel importante los vínculos, más o menos cercanos, de esa intelectualidad con las experiencias latinoamericanas de los movimientos sociales y gobiernos progresistas. No obstante, a pesar del desarrollo que ha alcanzado esa corriente, cabe preguntarse si existe un terreno fértil para que su reclamo sea escuchado.

Ocurre con frecuencia que los intelectuales que nos damos a la tarea de criticar la realidad cubana descuidamos los contextos internacionales. Esto puede ser una reacción positiva frente a la hiperbolización de lo externo que se hace en los medios oficiales, con ese catalejo proverbial del que habló Buena Fe. Sin embargo, debemos tener cuidado de no caer en el extremo opuesto del aldeano vanidoso que solo se fija en los problemas de su comarca. Porque tal vez no podamos ni empezar a resolver los problemas de nuestra comarca.

No se puede olvidar que la narrativa de los medios oficiales, con su cantaleta sobre los problemas en Venezuela, Irán, China, España, etc., nos están diciendo algo sobre la burocracia que rige nuestros destinos. Los medios nos hablan sobre qué es relevante para la alta burocracia cubana, cómo esta se concibe a sí misma en el mundo y en sus relaciones con los demás. Mi tesis es que la manera en que los dirigentes cubanos ven el futuro y conciben su papel en la sociedad tiene mucho que ver con las relaciones internacionales, con los ejemplos que ven en otras latitudes en gobernabilidad e ingeniería social.

Los medios hablan sobre lo qué es relevante para la alta burocracia

Y ahí es donde surge mi apreciación de que estos son malos tiempos para esperar una voluntad que venga a democratizar radicalmente el socialismo cubano. En estos momentos, a nivel mundial, los ideales y prácticas democráticas se encuentran en franco retroceso. No se trata solo de que la completa democracia nunca ha existido, sino de que son ahora muy pocos los que están luchando en serio para implantarla, mientras que, por el contrario, son visibles los ingentes esfuerzos que se hacen, por parte de grandes poderes, para desactivar los mecanismos democráticos heredados del pasado.

Es preciso observar lo que ha pasado sobre la faz del planeta, cuál ha sido el resultado final de una modernidad que en los últimos siglos estuvo marcada por revoluciones, reivindicaciones, guerras de liberación, movimientos sociales, etc. Excepto algunas monarquías absolutas, casi todos los estados tienen en su pasado una revolución o un mito nacional modernizador. Y prácticamente todos se declaran a sí mismo democráticos. Pero: ¿cómo entienden en realidad la democracia los diferentes actores?

De un lado, está el bloque euroatlántico, con EEUU a la cabeza, que se consideran a sí mismos “el mundo libre”. Las burguesías de los países desarrollados, con la ventaja que les da su prolongada historia, la acumulación de riqueza obtenida gracias al colonialismo y el neocolonialismo, se dan el lujo de sostener ciertas garantías y derechos que son una herencia de los procesos de las revoluciones modernas y del Estado de Bienestar que se construyó en Europa para frenar el avance del comunismo.

Los países europeos más avanzados, gracias al lugar que ocupan en las cadenas globales de valor, han construido sociedades de invernadero, donde se combina democracia multipartidista, libertades públicas, desarrollo económico y garantías sociales. Lo tienen todo. Las burguesías de esos países, que han dejado de ser actores imperialistas principales, se han dedicado a construir verdaderos jardines de bienestar. Pero uno no puede dejar de sentir que se trata de algo parecido a lo que se vive en México, donde los líderes de los carteles se encargan de mantener la paz en las ciudades del sur, porque es el sitio donde viven sus familias.

Una pléyade de estados del tercer mundo trata continuamente de subirse al carro del “mundo libre”. Sin embargo, el sitio para ellos está escrito de antemano: no tienen más remedio que ser repúblicas bananeras. Sus burguesías y clases medias repiten como un mantra que, si hacen lo mismo que los países desarrollados, con instituciones semejantes, “democracia” y estado de derecho, van a salir adelante. Lo repiten de tal modo que uno se pregunta si de verdad se lo creen. La verdad es que, por el lugar que les ha reservado el mercado mundial, y el apartheid tecnológico que, de facto, los ha dejado fuera de la línea, no pueden salir del subdesarrollo.

Por lo general, la única forma en que un estado del tercer mundo puede salir del subdesarrollo, es aplicando fuertes reformas en su esquema de producción y distribución. Y es ahí donde, justamente, la democracia liberal es un obstáculo para la conformación de un proyecto nacional de gran calado, porque esa democracia es un instrumento fácilmente manipulable para las oligarquías que se benefician del status quo.

En la cima del mundo libre se encuentra la supuesta democracia por excelencia: EEUU. Ciertamente, allí no tienen cuidado en la construcción de jardines como en Europa; han construido el bienestar que tienen, y sostienen su Constitución liberal, sobre la base de la más desenfrenada y descarnada concentración de la riqueza, y su contraparte, la explotación de la mano de obra barata allí donde la haya. La burguesía norteamericana, que ve el mundo como si fuera un Oeste y todos los demás fueran indios, no cree en la democracia, pero sabe que le resulta muy lucrativo mostrarse como una defensora fanática de la Constitución.

Ni los buenos ni los malos, ni los regulares, se preocupan por la democracia en realidad.

En nombre de la democracia asaltan países, imponen bloqueos, construyen bases militares, pero en la práctica le pasan gato por liebre a sus ciudadanos todo el tiempo, hacen todo lo posible por neutralizar su poder real.

Del otro lado están los contrapoderes globales: China, Rusia e Irán podrían ser casos paradigmáticos, pero también habría que hablar, hasta cierto punto, de la India, el Líbano, Bielorrusia, Argelia, y otros países pequeños. Son países con historias muy diversas, pero que en la coyuntura actual han llegado a una conclusión similar: no les sirve la democracia del embudo que EEUU les quiere vender como modelo.

Es muy interesante ver como los impulsos soberanistas y anticoloniales, y por tanto democratizadores, en esos países del Tercer Mundo (el caso de Rusia es particular, aunque parecido en el fondo), los llevó al camino en el que se encuentran ahora, el de la construcción de estados fuertes muy poco preocupados por las garantías y los derechos democráticos. Frente al poder de las transnacionales capitalistas pro-Occidentales, esos pueblos han permitido y favorecido el empoderamiento del Estado, como si fuera el único contrapoder efectivo. En China todavía se recuerda la Guerra del Opio y el siglo de la humillación, un pasado colonial que ha sido barrido gracias al poder, ahora absoluto, del Partido Comunista Chino.

Eso se llama transdominación, un fenómeno que parece el más extendido a nivel global: se trata del proceso a través del cual un poder inicialmente liberador comienza a ser instrumentalizado con fines de dominación. No caben dudas de que hoy por hoy, los gobiernos chino, ruso o iraní, al mismo tiempo que son efectivos en el cumplimiento de mandatos nacionales de soberanía y desarrollo económico, están compuestos por burocracias que manifiestan un respeto muy limitado por los derechos de los ciudadanos.

El caso de China es sorprendente: los chinos se jactan de la superioridad de su modelo autoritario. Mientras Occidente no sabe qué rumbo tomará mañana, China hace planes para ciento cincuenta años, se lanza a construir la nueva Ruta de la Seda, y desarrolla primero la infraestructura 5G. Con la seguridad de que ningún cambio de gobierno echará a perder su planificación.

El cinismo parece ser la marca de esta época, y de muchas maneras se va infiltrando en la mente de quienes supuestamente se enfrentan al imperialismo. En unos tiempos en los que los occidentales posmodernos son los primeros que han dejado de creer en el valor de la democracia, y la tratan como un meta-relato más, los dirigentes de países del tercer mundo se preguntan por qué deberían creer ellos en la superioridad de la democracia. Sobre todo, a la vista de los magros resultados que exhiben los países “democráticos” del Tercer Mundo. Al final todo parece ser un problema de autodeterminación nacional, poder y eficiencia económica.

Los contrapoderes globales, que casualmente son los principales aliados de Cuba, están gobernados por burocracias pragmáticas, que ejercen modelos de dominación híbridos, donde se combinan estado fuerte y mecanismos de mercado. Comparten la filosofía de que el fin justifica los medios, aunque estos impliquen secuestrar y vulnerar el poder soberano de los ciudadanos, con sus derechos y libertades individuales.

Para la burocracia cubana, es tentadora la imagen de estabilidad y eficacia económica que muestran sus aliados del viejo mundo.

En fin, son malos tiempos para la democracia, en los que ni los buenos ni los malos, ni los regulares, se preocupan por ella en realidad. Los que están dirigiendo los hilos del mundo, están imbricados en una descarnada lucha por el poder. Eso afecta a Cuba, porque también los dirigentes cubanos son susceptibles a esa manera de pensar.

Para la burocracia cubana, es muy tentadora la imagen de estabilidad y de eficacia económica, con uso controlado de los mercados, que muestran sus aliados del viejo mundo. Y me parece que ese es el paradigma que está primando, aunque aún no hayan sido capaces de implementarlo. Más aun en un contexto en que los proyectos realmente democratizadores de América Latina se encuentran de capa caída.

Es cierto que en las condiciones de Cuba hay muchas fuerzas e influencias actuantes, muchos obstáculos. No es tan fácil implementar en Cuba el modelo chino. Sin embargo, es un peligro que esté primando como paradigma. Para algunos ese es el único paradigma viable, pues la alternativa es la restauración capitalista y el modelo guatemalteco. Pero corresponde a intelectuales los ciudadanos, encender la lámpara y oponerse al cinismo antidemocrático.

Todavía podemos seguir diciendo que existe la alternativa de un socialismo verdaderamente democrático, que combine independencia nacional, derechos políticos y sociales, desarrollo económico, desarrollo cultural, en fin, lo que hasta ahora nunca ha existido en ninguna parte, pero que es lo único sensato.

27 junio 2019 15 comentarios 423 vistas
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Construir el plan desde abajo

por Yassel Padrón Kunakbaeva 19 junio 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

El pasado 14 de junio, durante la clausura del VIII Congreso de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba, en el Palacio de Convenciones, el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel dio un discurso realmente notable. Por la importancia de lo que allí se expresó, vale la pena citar algunas de sus palabras, dirigidas a los economistas cubanos:

“Es mi manera de confirmarles lo que ya ustedes saben: que el país necesita a sus profesionales de la economía; necesita de su talento, de sus aportes y de su trabajo.

Y lo necesitará particularmente para que se pueda aplicar con éxito la decisión, anunciada en este Congreso por el compañero Alejandro Gil, ministro de Economía y Planificación, de que a partir del año próximo vamos a propiciar con objetividad e intencionalidad, dentro de lo posible, que sean los trabajadores quienes elaboren los planes de sus empresas.

Alejandro habló aquí también de la necesidad de un cambio de mentalidad para hacer efectiva esta medida, reclamada durante años por los trabajadores.

Hay que saltar a un nuevo momento y saber que ya el plan «no llegará desde arriba». En mi opinión, se trata de una medida audaz y muy revolucionaria que, como dijo el ministro, exige objetividad, realismo y conciencia. ¿Y quiénes sino ustedes pueden ayudar a que así sea?”

Durante este congreso de la ANEC, se nos ha informado que el Estado Cubano, finalmente, después de décadas de planificación central, está dispuesto a avanzar hacia una concepción democrática y participativa respecto al plan de la economía. De hacerse realidad la intención planteada, se trataría de una transformación muy revolucionaria, además de ser la primera de carácter claramente socialista en un buen tiempo.

Y sin embargo, a pesar de tratarse de una medida potencialmente rupturista, en el sentido de cambiar todo lo que debe ser cambiado, no parece que el anuncio haya sacudido los cimientos de la sociedad cubana. Se puede afirmar sin dudarlo, que existen muchos cubanos que no se han enterado de la noticia, y que otros han tomado o tomarán, cuando se enteren, una actitud muy fría hacia la misma.

La idea del plan central, que viene de arriba hacia abajo, es consustancial a los socialismos de estado o de vanguardia que se han conocido en el mundo contemporáneo. China, Vietnam o Corea del Norte, los países que todavía se reclaman socialistas, no les dan la iniciativa a las empresas a la hora de construir el plan, a pesar del componente privado de algunas de esas economías. Solo se conoce un caso histórico de construcción del plan de abajo hacia arriba: la antigua Yugoslavia. Este es el modelo al que nos acercaríamos en caso de hacerse efectiva la medida.

La introducción de un principio de construcción colectiva con respecto al plan, puede ser un paso trascendental en el abandono del viejo paradigma del socialismo de estado, el cual gravita negativamente sobre el proceso de la revolución cubana. De ahí su importancia capital.

La razón por la cual este anuncio no provoca una mayor resonancia social, está dada por la falta de confianza que se ha acumulado sobre la capacidad del Estado para dar solución a los problemas del país. Esta falta de confianza es aún mayor, si se trata de creer en la capacidad del Estado para ser un factor en la emancipación y el empoderamiento de los ciudadanos. La visión que prevalece es la de una burocracia ineficiente, que siempre encuentra la manera de burlar la voluntad popular.

Incluso entre los que defendemos aún la opción revolucionaria, y creemos que Cuba debe seguir siendo socialista, una gran parte hemos dejado de creer en la capacidad del Estado y de las viejas organizaciones políticas y de masas para llevar adelante por sí solos el proyecto de la Revolución Cubana. Hoy las esperanzas de muchos activistas e intelectuales están puestas en la capacidad de la sociedad civil para construir socialismo “desde abajo”, mediante la presión popular, la crítica, la autoorganización, etc., frente a la caducidad de los métodos para construir socialismo “desde arriba”.

Es en ese contexto en el que nos encontramos a Díaz-Canel sacando adelante una medida que hace realidad un viejo reclamo democratizador de los trabajadores cubanos, incluyendo allí a los intelectuales, los trabajadores del pensamiento y de la cultura. El Presidente, impulsando desde arriba una transformación que todos sabemos que no significará nada si no viene acompañada de un impulso desde abajo por parte de los trabajadores. Porque si los trabajadores no se apropian de los espacios de poder que les corresponden, con conciencia, responsabilidad y firmeza, nunca va a ocurrir la construcción de un socialismo plenamente popular.

En ocasiones como esta, uno por fuerza se acuerda de que no existe nada escrito acerca de cómo se regenera una sociedad que ha pasado por una revolución, pero que luego ha conocido deformaciones y retrocesos, impuestos por causas internas y externas. ¿Cómo reaccionar ante el reto que lanza Díaz-Canel? ¿Lo desestimamos por venir de la burocracia? ¿O saltamos de alegría por ver que “ahora sí” vamos por el buen camino?

En otro lugar he escrito que, en las condiciones que plantea la transición socialista, es inevitable mantener en ciertas circunstancias la alianza de clase entre pueblo y burocracia. A eso le añado mi apreciación de que el Estado cubano no es una realidad lineal, sino más bien oblicua, como corresponde a nuestra geografía tropical y al carácter dialéctico del proceso. No se le puede encasillar como una realidad puramente revolucionaria o puramente reaccionaria, porque si bien es cierto que la burocracia se ha separado como una clase social distinta, que ocupa un lugar privilegiado en la reproducción social, esta no ha desarticulado ni vulnerado irremediablemente el pacto social nacido de la Revolución.

Dada la fuerza que todavía tiene el Proyecto Revolucionario, la opción de vida socialista que hace una masa crítica de cubanos, la cual se evidenció en la victoria del Sí durante el referéndum constitucional, no es descabellado entender que surjan elementos progresistas de la burocracia que se propongan avanzar en la construcción del socialismo, aunque solo sea para cumplir con el rol social que les garantiza su legitimidad.

Por otro lado, desconocer el papel del Estado en la canalización del proceso cubano, poner la fe exclusivamente en lo que nazca de la iniciativa popular, y que le sea impuesto al Estado como resultado de la presión y el antagonismo, puede ser un error. Primero porque ignora cómo ha sido la dinámica real de los cambios en Cuba durante las últimas décadas. Segundo, porque no atiende al hecho de que toda conflictividad social es peligrosa en un contexto de agresividad imperialista. Cualquier cambio que podamos hacer ahorrándonos el conflicto, el enfrentamiento al Estado, etc. es preferible a un enfrentamiento que puede abrir la brecha por la que penetren aquellas fuerzas que quieren desbancar y borrar el Proyecto Revolucionario.

Creo que lo que nos corresponde en esta circunstancia, a los revolucionarios cubanos que entendemos el papel de la sociedad civil, es hacerle un acompañamiento crítico a esta medida. Celebrarla al mismo tiempo que planteamos que su alcance puede ser desde muy grande hasta ínfimo, en la medida en que se mantengan otros controles burocráticos. Contribuir a la educación y al despertar de la conciencia de los trabajadores. Exigir otras medidas que deben acompañar a esta necesariamente, como la elección mediante votación secreta de los directores de las empresas, el perfeccionamiento del trabajo sindical, etc.

Desde arriba también se puede contribuir a la construcción del socialismo. Es por eso que los marxistas creemos en la construcción de un poder popular y de un Estado. Este 14 de junio, Diaz-Canel manifestó su disposición a empujar el barco hacia buen puerto, incluso escuchando a los que contribuyen desde Internet y las redes sociales:

“Leo continuamente los análisis y cuestionamientos que han comenzado a proliferar en las redes en los últimos meses, y comprendo y comparto la angustia de quienes, honestamente, quieren apurar las salidas de los mayores problemas. En eso coincidimos absolutamente.

Soslayando algunas evaluaciones que descalifican y juzgan duramente todas las decisiones del Gobierno —sin contar con todos los elementos de juicio— valoramos los criterios y tomamos su validez en cuenta en lo que decidimos y proyectamos, aunque sé que algunos esperan más, quizás un reconocimiento público de sus razones.

Créanme que nos encantaría hacerlo si pudiéramos disponer de los recursos que cada día debemos manejar a punta de lápiz para garantizar que la justicia social conquistada se mantenga.”

Ya sabemos que no habrá espectacularidad, y que todos los hilos de la realidad no están en sus manos, Presidente. Pero por el camino correcto, estamos dispuestos a acompañarlo.

19 junio 2019 37 comentarios 345 vistas
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