La Joven Cuba
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Yassel Padrón Kunakbaeva

Yassel Padrón Kunakbaeva

Científico. Filósofo marxista. Activista revolucionario

Miami en una burbuja

por Yassel Padrón Kunakbaeva 2 enero 2020
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

¿Quién vive en una burbuja? ¿La Habana o Miami? La pregunta adquiere relevancia, a la luz de la campaña mediática que se ha orquestado contra el actor Fernando Echevarría, primero por protagonizar un spot televisivo contra la Ley Helms-Burton, y ahora por estar de viaje en Miami. A muchos parece dolerle el simple hecho de que el gobierno cubano tenga capacidad, medios y apoyo de profesionales para articular una respuesta a las agresiones. En el fondo, late el viejo sueño de hacer las maletas para regresar a una Cuba capitalista.

Es increíble que, en la época de Internet y las telecomunicaciones, la geografía tenga tanta influencia en la manera de pensar. Una cosa se piensa en Miami y otra se piensa en La Habana. Con una diferencia, la Isla es el verdadero país, el que progresa, o se hunde, o ambos inclusive. La “otra Cuba” de Miami está construida en suelo extranjero, y por ley de la vida solo puede sustentarse en el imaginario popular. Esto puede dolerle a alguien, pero es así.

Siempre me ha sorprendido lo rápido que, quienes están fuera de Cuba, y sobre todo en Miami, cambian su manera de pensar. Es como si los abdujera la maquinaria ideológica del capitalismo. Muchos regresan considerando evidente lo que en Cuba siempre tuvieron como absurdo. Pero esa “otra” cosmovisión no penetra con éxito en la Isla. El sentido común del cubano de adentro sigue inconmovible en sus certezas, porque es un producto orgánico de la sociedad en la que vive y de la que forma parte.

Un ejemplo de ello es el bloqueo, o sea, la Ley Helms-Burton. Muchos en Miami han terminado aprobando, considerando necesaria esa medida. Parece una nueva edición de la vieja práctica de “candela al jarro hasta que suelte el fondo”. Pero en la Isla el sentido común es aplastantemente mayoritario en contra de la Helms-Burton. Todo el mundo quiere volver al camino de convivencia relativamente pacífica y de progreso económico que se entrevió durante el período Obama.

Para la mentalidad imperante ahora mismo en Cuba, el spot de Fernando Echevarría es perfectamente comprensible. Tal vez a algunos no les guste desde el punto de vista artístico. Siempre habrá quien considere altisonante alguna de sus frases. Sin embargo, serán pocos los que puedan disentir del mensaje general. Aquí casi nadie apoya el bloqueo. Y casi nadie considerará reprensible, o éticamente cuestionable, la participación de un actor cubano en ese material.

La voluntad de querer dirigir desde EEUU el proceso histórico cubano me parece, como ya lo dije en otro lugar, absurda y criminal. Y no es solo una apreciación mía: ya son muchos los que aquí se preguntan por qué esos que tanto los invitan a la rebelión, desde la otra orilla, no vienen aquí a derrocar ellos al gobierno. Es muy fácil dársela de intransigente cuando se está bien lejos del peligro.

Otra cosa que siempre me ha llamado la atención es cómo, en los últimos años, las acusaciones que se lanzan contra el gobierno cubano parecen no venir de defensores del capitalismo, sino desde una izquierda radical. Se critica que no hay comida y que las casas se están cayendo. Sin embargo, lo normal en el capitalismo es que ninguna de esas dos cosas sea un derecho. Si quieren pregúntenle a los puertorriqueños. Donde único la alimentación y la vivienda es un derecho es en el socialismo. Entonces: ¿lo que proponen es que construyamos un socialismo más perfecto?

Evidentemente, todo es demagogia e histeria.

Por supuesto, Cuba y su sistema social tienen tantas contradicciones como grietas un edificio de La Habana Vieja. Pero, si hay un motivo por el que han aflorado las desigualdades y los males sociales, es porque el gobierno ha dejado de ser ortodoxo en su igualitarismo y ha permitido un espacio para el mercado. O sea, Cuba por pragmatismo se ha acercado al capitalismo, y cuando aparecen las consecuencias sociales, ¿los defensores del capitalismo a rajatabla se rasgan las vestiduras?

La acusación favorita que tienen contra el gobierno cubano es la de totalitarismo; sin embargo, son ellos los que últimamente pretenden que, en su territorio, dígase EEUU o Miami, todos piensen como ellos. Quieren ver expulsados o censurados a los artistas que viven en la Isla. En el momento actual, al atacar a Echevarría por visitar esa ciudad, dan a entender que los que no piensen como ellos no deben tener derecho a estar allí. Al parecer, de tanto luchar contra el totalitarismo se volvieron totalitarios.

En fin, son demasiados sinsentidos para mi humilde entendimiento. La actitud más sensata de todas a la larga ha sido la Fernando Echevarría, que ha hecho caso omiso de las jaurías mediáticas. Y para los que siguen enfrascados en imponerle su manera de ver el mundo a una nación completa, solo me queda desearles suerte en su misión imposible.

Para contactar con el autor: yasselpadron1@riseup.net

(Tomado del original)

2 enero 2020 15 comentarios 362 vistas
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pessimism

A drop of pessimism

por Yassel Padrón Kunakbaeva 21 diciembre 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Not long ago I was reading Egor Hockyms article entitled La nueva izquierda (The New Left), published in this very platform. I must say that, while I read it, I felt a current of pessimism flowing under the surface of my conscience. It’s not that I disagreed with the proposition of the text, quite the contrary; I could wish nothing more than to see the crystallization of a left-wing movement like the one Egor describes. The problem is that I couldn’t help but think about all which conspires against such a thing happening.

Eight years ago, I was a young university student with political and social concerns. At the time, there was already a massive level of apathy and frivolity at the university. However, I met many young people with left-wing ideas, who were interested in and willing to create cultural projects with a liberating view. Those were the times when we read Gramsci, Fernando Martínez Heredia and the La Joven Cuba blog, when we sat down in G Avenue or at the Malecón to fix the world, and discovered how hard it is to sustain a project against the power of bureaucracy. Back then, we knew how to criticize the government while simultaneously celebrating positive change and defending the Revolution.

There’s not much left of that. Now young people with concerns in the university are directly attracted by projects devoted to the world of show business, or which ideologically distance them from the more radical views we have inherited. What’s gaining ground by leaps and bounds is the postmodern mentality, even in the University, which for a long time remained a stronghold of genuinely revolutionary thought.

The left-wing people I know from those days, or whom I met afterwards, hardly maintain the same positions. Life has taken some of them down different paths; they have started up businesses or have emigrated, which has driven them away from activism, or –in the worst of cases– it has caused them to renounce their former ideas. The ones who remain active, some of them younger than I, are mostly split in two groups: those who have chosen discipline towards the system and self-limitation in their criticism, and those who have made their criticism stronger, to the point of nearly becoming part of the opposition.

Polarization has defeated the new left, at least in this first round. There are very powerful reasons for that to have happened. In the world we live in today, the great powers have become terribly Marxist (and this is an irony of very dark humor); they have learned that it’s all about the economy; it’s the source of all life. Whoever controls the money and the means of production, that is, whoever owns the source of life, gets to impose hegemony on thought. That’s why, in the case of Cuba, the two economic forces in conflict –the government and its external enemies– have done everything in their power so that only those who carry the ideas they promote may thrive and reproduce.

Intellectuals who have trained in the use of tools for symbolic production are human beings who need to eat and wear clothes, who have aspirations. If they are young people, they will also wish to create a family. Those who contend for Cuba’s fate from their power have made good use of this reality. The government demands absolute discipline from those who have access to its limited resources and aspire to build a career within its structure. The ones who finance projects from the outside may have various interests, but the vast majority expects you to reproduce the globalized common sense: they don’t care about financing anti-imperialism.

There are other factors, perhaps more related to present situations. The crusade against centrism marked a watershed for many young people of my generation. I would dare to say their initiators were partially successful. They managed to stigmatize social democracy and the alternative left, as well as their promoters, in the eyes of many. In contrast, those crusaders against centrism earned the label of advocates of officialism and Stalinism, something they may not have found too pleasant.

From that crusade against centrism, two new classes of leftists appeared among the Cuban youth. One has assumed fidelity to the system as its trademark, and regards with suspicion anything that comes from the alternative media, while preferring to assemble around relatively safe topics, such as international issues. It’s interesting to see how representatives of that trend have burst into the social networks, and many mistake them for cyber-militants, when that’s not always the case.

The other one is a left focused on pluralism, advocacy of the rule of law, ecology, LGBTIQ+ rights, etc., which has gradually lost its anti-imperialist edge and discursively gets ever closer to the traditional reactionary opposition. It’s a trend that struggles for many just causes –I share many myself– but which deep down gives me the impression of lacking content. What bothers me is that, in that growing school of thought, opposition to the government causes blindness against the colonizing platforms coming from up north.

All the die are cast for Cuba’s future, and so far no one intends to allow space for exploring other forms of socialist construction, perhaps with more citizen participation. Decisions are made at Revolution Square and at the White House, and such violent economic war and social control strategies are used that, from a distance, Gerardo Machado seems like an old-fashioned and naive good guy.

Of course, I don’t mean to minimize the role of the people. Without the people, we can’t be saved. How necessary it is to have a left-wing social transformation, towards popular control, towards popular democracy! But in this polarized context, pursued by many from the inside and fostered by the American administration, not much progress will be made by alternative means.

We need to prepare for a new round of the new left. To my mind, the first thing we must do for that is realize that the most important change happening right now in Cuba is a generational shift in the power structure.

For decades, the model of socialism we knew was constructed by the generation that made the Revolution. Now, for the first time, the generation of my parents, which is Díaz-Canel’s, will have the opportunity to build its own model. Thus, it’s a thousand times more likely that, in the near future, changes will be made ‘from the top down’, rather than from the bottom up. Changes made from the top will generate new circumstances and tensions that will have an influence on the whole of society. We are approaching a new period, not necessarily one that is good, just or prosperous, but a new one.

A new left conformed mainly by the ‘grandchildren of the Revolution’ must have a sense of the historical moment, and exert pressure so that the ship may move in one direction or another. It should find its own voice and moment. Only then will it be able to play its corresponding role in history, like many previous and future generations.

(Translated from the original)

21 diciembre 2019 0 comentario 413 vistas
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Una gota de pesimismo

por Yassel Padrón Kunakbaeva 19 diciembre 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Hace poco leía el artículo de Egor Hockyms titulado La nueva izquierda, publicado en esta misma plataforma. Debo decir que mientras lo leía, sentía una corriente de pesimismo que fluía bajo la superficie de mi conciencia. No se trata de que estuviera en desacuerdo con lo planteado en el texto: por el contrario, que más quisiera yo que ver cristalizar una izquierda como la que el compañero Egor describe. El problema es que no podía dejar de pensar en todo lo que conspira en contra de que algo así ocurra.

Ocho años atrás, yo era un joven universitario con inquietudes político-sociales. Ya en ese entonces había tremendo nivel de apatía y farandulerismo en la universidad. Sin embargo, conocí muchos jóvenes con pensamiento de izquierda, interesados, y dispuestos a crear proyectos culturales con una perspectiva liberadora. Eran los tiempos en que leíamos a Gramsci, Fernando Martínez Heredia y al blog La Joven Cuba, nos sentábamos en G o en el Malecón a arreglar el mundo, y descubríamos lo difícil que es mantener un proyecto frente al poder de la burocracia. En ese entonces sabíamos cómo criticar al gobierno, celebrando al mismo tiempo cambios positivos y defendiendo la Revolución.

Ya no queda mucho de aquello. Ahora los jóvenes con inquietudes en las universidades son captados directamente hacia proyectos volcados al mundo de la farándula, o que los alejan ideológicamente de las perspectivas más radicales que hemos heredado. Lo que está venciendo a pasos agigantados es la mentalidad postmoderna, incluso en la Universidad, que por mucho tiempo fue un reducto del pensamiento auténticamente revolucionario.

La gente de izquierda que conozco de aquella época, o que conocí después, difícilmente se mantiene en la misma posición. A algunos la vida los ha llevado por otros rumbos, han abierto negocios o han emigrado, lo cual los ha alejado del activismo, o en casos peores, los ha llevado a renegar de su anterior pensamiento. Los que siguen activos, entre ellos algunos más jóvenes que yo, se dividen mayoritariamente en dos grupos: los que han optado por la disciplina hacia el sistema, por autolimitarse en sus críticas, y los que se han endurecido en sus críticas, al punto de convertirse casi en opositores.

La polarización ha vencido a la nueva izquierda, por lo menos en este primer round. Existen razones muy poderosas para que eso ocurriese. En el mundo en el que vivimos hoy, los grandes poderes se han hecho terriblemente marxistas (y esto es una ironía de un humor muy negro), han aprendido que es la economía la que manda, la fuente de vida. Quien tiene el dinero y los medios de producción en sus manos, es decir, quien es dueño de fuentes de vida, determina lo que se piensa hegemónicamente. Es por ello que, en el caso de Cuba, las dos fuerzas económicas en conflicto, el gobierno y sus enemigos externos, han hecho todo lo posible para que solo puedan fructificar y reproducirse aquellos que sean portadores de las ideas que ellos promueven.

El intelectual, que se ha preparado en el uso de herramientas para la producción simbólica, es un ser humano que necesita comer, vestirse, que tiene aspiraciones. Si se trata de un joven además quiere construir una familia. Esa realidad ha sido muy bien aprovechada por quienes desde su poder se disputan el destino de Cuba. El gobierno exige disciplina absoluta de quienes tienen acceso a sus limitados recursos, y aspiran a hacer carrera dentro de la estructura. Los que financian proyectos desde fuera, tienen una amplia gama, pero en su inmensa mayoría esperan de ti que seas un reproductor del sentido común globalizado: no les interesa financiar el antimperialismo.

Existen otros factores, quizá más coyunturales. La cruzada contra el centrismo marcó un antes y un después para muchos jóvenes de mi generación. Me atrevería a decir que sus iniciadores tuvieron un éxito parcial, lograron estigmatizar a la socialdemocracia y a la izquierda alternativa, así como a sus promotores, frente a los ojos de muchos. La contraparte es que esos cruzados contra el centrismo se ganaron la etiqueta de oficialistas y estalinistas, algo que quizá no les resultó muy agradable.

A partir de esa cruzada contra el centrismo, surgieron dos clases nuevas de izquierdistas entre la juventud cubana. Una que ha tomado la fidelidad al sistema como un signo distintivo, que mira con sospecha todo lo que viene de los medios alternativos, y que prefiere nuclearse alrededor de temas poco peligrosos como los temas internacionales. Es interesante ver como esa tendencia ha irrumpido en las redes sociales, y muchos los confunden con cibercombatientes, cuando no siempre es así.

La otra es la de una izquierda enfocada hacia el pluralismo, la defensa del estado de derecho, el ecologismo, los derechos LGBTIQ+, etc., que va perdiendo su filo antimperialista y cada vez está más cerca discursivamente de la oposición tradicional reaccionaria. Es una tendencia en la cual se lucha por muchas cosas justas, con las que yo mismo comulgo, pero que en el fondo se me queda falta de contenido. Lo que me molesta es que, en esa línea de pensamiento que va creciendo, el oposicionismo al gobierno provoca ceguera frente a las plataformas colonizadoras que vienen del norte.

Todos los dados están tirados para el futuro de Cuba, y hasta ahora nadie pretende dar un espacio para explorar otras formas de construcción socialista, quizás con más participación ciudadana. Las decisiones se toman en la Plaza de la Revolución y en la Casa Blanca, y se utilizan estrategias de guerra económica y control social tan violentas, que Gerardo Machado parece, en la distancia, un buen tipo anticuado e ingenuo.

Por supuesto, no quiero minimizar el papel del pueblo. Sin el pueblo no nos salvamos. ¡Qué falta hace una transformación social hacia la izquierda, hacia el control popular, hacia la democracia popular! Pero en este contexto de polarización, buscado por muchos desde adentro y potenciado por la administración norteamericana, no se podrá avanzar mucho desde la alternatividad.

Hace falta prepararse para un nuevo round de la nueva izquierda. Para ello, lo primero, me parece, es darse cuenta de cuál es el cambio más importante que está ocurriendo ahora mismo en Cuba: el cambio generacional en la estructura de poder.

Durante décadas, el modelo de socialismo que conocimos fue el generado por la generación que hizo la Revolución. Ahora, por primera vez, la generación de mis padres, que es la de Díaz-Canel, tendrá la oportunidad de construir su modelo. De ese modo, en el futuro más cercano son mil veces más probables los cambios “desde arriba”, que aquellos promovidos desde abajo. Los cambios desde arriba generarán nuevas circunstancias, tensiones que ejercerán su influencia sobre toda la sociedad. Estamos a las puertas de una nueva época, no necesariamente buena, justa o próspera, pero nueva.

Una nueva izquierda formada principalmente por “nietos de la Revolución” deberá tener sentido del momento histórico, y presionar para que el barco se mueva en un sentido o en otro. Deberá encontrar su propia voz y su momento. Solo así podrá jugar el papel que le corresponda en la historia, como tantas otras generaciones antes y después de ella.

19 diciembre 2019 31 comentarios 395 vistas
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Público no significa estatal

por Yassel Padrón Kunakbaeva 12 diciembre 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Los conceptos tienen una gran importancia en la lucha de los pueblos por sus derechos. De manera recurrente, la historia nos muestra cómo una transformación social es precedida por una renovación teórica, en la cual se destilan y condensan poderosas ideas. Estas herramientas-conceptos muchas veces ni siquiera son algo puramente nuevo, sino que son como monumentos antiguos, largamente olvidados, que encuentran de nuevo el momento para desplegar su impronta. Tal es el caso, a mi entender, del concepto de lo público, que está llamado a ser un estandarte de los cubanos frente a los abusos de la burocracia.

La palabra “público” se remonta a la antigua república romana, y significa aquello que es común a todos los ciudadanos. Por eso cuando los romanos llamaban a su forma de gobierno “res publica”, estaban haciendo referencia a una asociación de hombres libres e iguales que deliberaban y tomaban decisiones con respecto a los temas comunes. Lo público se convertía de ese modo, para los romanos, en la base de su comunidad política.

Por supuesto, ya desde esa época, la sociedad tenía un lado oscuro. Fuera del ámbito de lo público se encontraba “lo privado”, que tenía su expresión más acabada en la casa familiar, el dominium, donde el patriarca de la familia, el dominus, ejercía su gobierno absoluto sobre la mujer, los hijos y los esclavos. Dentro de la hacienda del dominus no existía república alguna, allí todo el mundo dependía para vivir del señor de la casa, y se hacía lo que él mandaba.

Sin embargo, a pesar de ese lado oscuro, los señores romanos resolvían entre ellos los asuntos públicos de manera republicana. Ellos, los que eran parte de la sociedad civil, se daban a sí mismos su ley, por encima de la cual nadie podía colocarse. La existencia de la república significaba la no existencia de un monarca, es decir, de alguien que pudiera tratar el conjunto de la sociedad como si fuera su dominium privado.

Por otro lado, el carácter oligárquico de la república romana fue impugnado reiteradamente a lo largo de los siglos de su existencia. La plebe, es decir, el conjunto de los que dependían de su trabajo para vivir, se hizo sentir, eligió sus tribunos, y luchó por reivindicaciones sociales tan importantes como la reforma agraria. Es importante recordar que una de las principales luchas de la plebe romana fue la defensa de las tierras públicas, frente a los intentos del patriciado de convertirlas en haciendas privadas.

Este periplo por la antigüedad romana permite situar históricamente el concepto de lo público, lo cual nos ayudará a confrontarlo con otro concepto que es muy común en nuestra vida cotidiana: el de “lo estatal”. Esto es importante, porque de manera habitual en Cuba se confunden ambas cosas, hasta el punto de que la Constitución utiliza ambos términos casi como sinónimos.

En su libro La democracia republicana y el socialismo con gorro frigio, Antoni Doménech describe como la noción de Estado que nosotros utilizamos en la actualidad comienza a consolidarse en la Europa del siglo XVI, para referirse principalmente al aparato administrativo estable y desligado de la vida civil característico de la dominación política monárquico-absolutista. Es decir, el Estado moderno surgió de la concentración del poder en las familias reales europeas, hasta un punto tal que pudieron acabar con otras formas de organización social que habían existido durante siglos, y adquirir el monopolio de la violencia.

No se puede negar que el Estado se ha convertido desde entonces en uno de los pilares de la modernidad capitalista, a pesar de su raíz feudal y premoderna. Su ADN es la racionalidad administrativa, la cual es por definición monológica, es decir, una voz que solo dialoga consigo misma. El mercado, que es el otro pilar de la modernidad capitalista, es la verdadera institución burguesa, y como tal es mucho más dialógico, pues a pesar del monopolismo no puede dejar de ser un espacio abierto a nuevos actores. Sin embargo, el capitalismo hasta ahora ha sido incapaz de existir sin el Estado.

Se trata de un sutil problema de genealogía. Las monarquías absolutas solo fueron posibles gracias al apoyo de la burguesía. De ese modo, el Estado absolutista es en sí ya un híbrido. La racionalidad matemático-administrativa nace en las manufacturas burguesas, con un gran potencial para ser instrumento de dominación; no obstante, los burgueses por naturaleza entienden el poder siempre de un modo incompleto, y necesitan la alianza con otros burgueses. Dentro de las recámaras de los reyes, la racionalidad matemático-administrativa se mezclaba con el viejo sentido feudal del derecho divino, adquiriendo así un carácter monológico.

El hecho de que la burguesía necesite hasta hoy del Estado significa que la sociedad capitalista se erige sobre el magma del mundo premoderno. Los capitalistas intuyen que no basta el mercado para disciplinar a los de abajo, y que en caso de emergencia será siempre necesario recurrir al Estado, a la coacción bruta, para reprimir a los rebeldes.

Ahora bien, la modernidad se ha caracterizado por intentos de republicanizar al Estado. De ese modo surgieron las repúblicas parlamentarias modernas y las monarquías constitucionales. Pero eso ha terminado siendo una hábil maniobra para fortalecer la hegemonía burguesa. Además, ha traído una gran confusión alrededor de las categorías del viejo derecho republicano. No es por gusto que la categoría de Estado moderna sea más útil para entender la estructura social del Antiguo Egipto que la de la Roma republicana. Tampoco es casualidad que desde el siglo XIX los juristas orgánicos al capitalismo hayan interpretado el concepto de lo público como sinónimo de lo estatal.

Los parlamentos modernos –curiosamente, una institución de origen feudal— incorporan un elemento dialógico y potencialmente democrático en el seno del Estado. Pero al lado de esta institución se encuentra el aparato burocrático y represivo de ese Estado, que es el que implementa las políticas, y que no ha perdido su raigambre autoritaria. En las sociedades contemporáneas cada vez son más las decisiones importantes que pasan directamente de las directivas de las empresas capitalistas a las agencias gubernamentales, burlando la voluntad popular que debe estar encarnada en el parlamento.

Después de ver todo esto, cuando volvemos los ojos hacia lo que fue el socialismo real, y concretamente a Cuba, se hace patente la tragedia que ha sido querer anular el capitalismo y el mercado con el método de fortalecer al Estado. Porque por más que se diga que es socialista, revolucionario, de los trabajadores, el Estado moderno sigue siendo el mismo híbrido feudal-burgués que ha sido a lo largo de la modernidad, con el añadido de que, una vez desaparecida la alta burguesía, la burocracia estatal asciende por primera vez a la posición de clase dominante, entronizando un modelo de racionalidad administrativa menos dialógico que el de la burguesía.

Donde se logre construir una sociedad completamente republicana y democrática, algo que no ocurrió ni en Atenas ni en Roma, estaremos hablando de una asociación de productores libres, es decir, del comunismo, y allí no habrá ninguna forma de Estado. Pero incluso donde eso no sea posible, donde no se logre de un tirón el nivel de educación popular y conciencia que serían necesarios para eso, se debe aspirar a un aparato estatal lo más republicano y democrático posible, y el Estado no debe ser visto como un paradigma sino como un problema.

La revolución cubana ciertamente tenía que construir un nuevo Estado, principalmente para destruir el viejo Estado burgués heredado del anterior bloque histórico. Pero el paradigma debía ser el progresivo empoderamiento de la sociedad civil. En cambio, caímos en la trampa de entregarnos a la estatolatría, que nos mantuvo prisioneros de una nueva forma de enajenación.

Ahora tenemos que soportar, en la nueva Constitución, que se diga que la propiedad socialista de todo el pueblo es aquella en la que EL ESTADO te representa como propietario. Sí, el Estado es el propietario, y bajo su sombra feudal-burguesa crecen, como no podía ser de otro modo, los burócratas-capitalistas aspirantes a oligarcas.

Es aquí donde entra a jugar su papel el concepto de lo público. La propiedad socialista de todo el pueblo debe ser llamada propiedad pública, porque no le pertenece a la burocracia estatal, sino a todos. El cambio de palabra es parte de la lucha por el control efectivo de los recursos económicos. Los servicios gratuitos que son conquista de la Revolución deben seguir siendo llamados públicos, y nunca debemos permitir que se las llame estatales, porque ellos se pagan con el dinero de todos para el beneficio de todos. Esa reivindicación de lo público puede ser la antesala de una renovación cívica de la sociedad cubana.

Público también debe ser llamado el espacio de nuestra Isla, sus ciudades, calles y campos. Este debe ser un espacio para la libre expresión y manifestación de posiciones políticas. La racionalidad monológica de la burocracia estatal, con su voluntad de discurso único, es un grillete para el libre desenvolvimiento de una sociedad que aspira a un desarrollo socialista. Solo cuando todas las voces tengan el mismo derecho a ser escuchadas, tanto en el centro de trabajo como en el espacio mediático nacional, entonces estaremos avanzando por un camino de emancipación. Porque la cosa pública es de todos, y a todos les concierne.

Para contactar con el autor: yasselpadron1@riseup.net

12 diciembre 2019 33 comentarios 264 vistas
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question

A capital question

por Yassel Padrón Kunakbaeva 8 diciembre 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

The founding of a republic is no trifle and there are always questions about it. It’s one of the most significant moments in the history of a society. The mistake is often made of analyzing such an event merely as a legal act, recognizing the direct intervention of the people in a Constitutional Assembly. And thus one sidesteps, however, the multiple historical processes which come together in that foundation. For a true republic to be born, one always needs an epic, an act of historic creation in which at least part of society actively participates.

So we see that the most important modern republics were born out of revolutions. Such is the case of the French and American republics, for example. In the case of Spain, the proclamation of the Second Republic was the beginning of an arduous transformation process which, one might say, was in fact a revolution; one that began to shape a future republic. But even when there’s no proper revolution to speak of, the birth of a new republic must be accompanied by a civic movement, by the appearance of a national conscience which takes shape in the constitutional text.

As it usually happens, the significance of this moment, one of the most meaningful juridical events, goes well beyond the purely legal. And this makes sense, because in the act of founding a new republic, not only is a new legality being constituted, but also the legitimacy that legality will have. Such an event necessitates a legitimizing discourse that takes root in the collective conscience with the force of a new myth. For the strength and future health of a republic, the legality of the process that lead to its foundation is not as important as the blood that was spilled for it and the scale of participation in the struggle to attain it. This is so because only when the legitimizing discourse connects with the experiences of the people who lived through a process of social transformation, will it acquire enough power to establish the supremacy of the new laws.

What am I driving at? Lately, when I read the opinions some share in the social networks on a variety of topics, which bring up the deficiencies of the rule of law in Cuba, I get the feeling that something very important is being forgotten. Not that it’s unimportant to demand human rights, including the so-called civil rights: freedom of expression, freedom to demonstrate, freedom of the press and freedom of association, among others. The problem is there’s another right that must be defended as fervently as the rest, lest the republic lose its way: the right to a community governed by social justice.

The civil rights I mentioned above do not protect people from the asymmetries routinely generated by the capitalist society. They barely offer them a small window of opportunity to try to improve their situation. But when those asymmetries become more acute, a large part of the population effectively loses the possibility of exercising full citizenship, for one cannot be a citizen without the basic material sustenance.

In the developed world, where the global value chains generate a large accumulation of capital, the effect of this is muted. A large part of the population can exercise their citizenship effectively and the republic survives. But in Latin America, experience shows that peripheral capitalism, with its oligarchic, landowning, colonial, patriarchal and exploitative order, casts a considerable sector of the population into such exclusion and economic precariousness that it prevents them from living as full citizens. That’s why Mariátegui said that ‘the Latin American republics have been nothing but false republics’.

In Latin America, the civil rights discourse plays a much more perverse role than in the developed world. While over there in the North the historical circumstances forced the bourgeoisie to surrender part of its privileges and thus fulfill the republican promise, over here in the South the oligarchies have always understood the republic as their republic. They then use the civil rights discourse to whitewash their political systems; it’s a way of telling the poor, the farmers, the Indians and the women: ‘you have the same rights we have, don’t ask for more’, while in practice they deny them all the material possibilities to exercise citizenship. Of course, distinctions should be made within the whole of Latin America across a range of nuances, counter-hegemonic moments and partial revolutions, but that’s too complex to do here.

In Cuba, before the Revolution, the same thing happened as in the rest of Latin America, apart from those nuances. Despite the popular nature of our wars for liberation, and the radical character of Martí’s republican and democratic proposal, the US guaranteed with their intervention that the first Cuban republic were born in full Latin American style. The domestic oligarchy, mainly connected to sugar, used the republican discourse in a way that was demagogic, classist and exclusive.

Now, connecting with the initial consideration on the foundation of a republic, what happens when —as it is customary in Latin America— the legitimizing discourse of the republic has no basis in the experience of the people?

A lot of blood was spilled and many myths were created in the formation of the Latin American republics. However, if one looks closely, one will see that the oligarchies were always quick to throw the most popular contents of the thought and discourse generated during the struggles for independence into the trash heap of history. Bolívar died believing he had been plowing in the sea. Quintín Banderas was killed, essentially, for being black. The new discourse of oligarchies was always a dishonest diatribe, and the discourse of the republic and civil rights became a tall story, with barely any basis in popular experience.

These false republics, in addition to being distinguished by the practical exclusion of a large part of the population, have lacked the strength of a truly sovereign republic. The contradiction between the legitimizing discourse promoted by the ruling classes and the life experience of the common people, has doomed them to suffering from chronic weakness. The hegemony crises in those political systems are cyclical.

In Cuba, the political systems of the first and second republics suffered the same crises, for similar reasons. The demagogic use that the ruling classes made of the republican discourse had a detrimental effect on the very hegemony of those classes. The fact that the biggest crises happened not during ‘democratic’ times, but during dictatorial episodes may cause confusion, and some have chosen to interpret that as proof of the republican fervor of the Cuban people. But the dictatorships of Gerardo Machado and Batista were part of the same system that prevailed during regular republican periods, since they were solutions found by the dominant classes themselves to their inner contradictions. In general, all of the republican period was customarily considered corrupt and false.

Which right was violated the most in Cuba before the Revolution? Same as it happens today in Latin America, the right to a community governed by social justice was swept aside in Cuba. Without that social justice, the peasants had little use for the right to have freedom of the press or the right to free association. Without the material institution of a community able to exercise citizenship, the establishment by law of an ideal community with full rights was pointless.

At this point, I know the advocates of the 1940 Constitution will want to crucify me. They will say that my criticism perhaps fits the first republic, but not the second, which was born out of the Revolution of the 1930s, and which had a Constitution that wasn’t exactly liberal, but was a world pioneer as to the inclusion of social rights. They will say that the fall of the second republic was not brought about by its internal contradictions, but by those who buried it, beginning with Batista.

Yes, the 1940 Constitution brought social rights to the fore. In many ways, it was a taste of what was to come. But something was missing. The Constituent Assembly was not forged in the heat of the Revolution of the 1930s, or during the Hundred Days’ Government, but under the administration of Batista, when the bourgeoisie had the situation under control. The social rights arrived like just another bit of discourse, while the people didn’t have the experience of having truly conquered those rights. In practice, the Revolution of the 1930s had ‘flown away in the wind’. Guiteras had been killed at El Morrillo.

Most of the progressive measures of the 1940 Constitution remained only on paper. It couldn’t be otherwise, for the power of the Cuban bourgeoisie and its omnipresent ally, the American companies, was left untouched. If all of the property in the country was in the hands of those entities, and if the experience the people had was one of respecting that private property, on what life experience could one construct the social rights discourse in the second republic? It was a stronger republic than the first one, undoubtedly, but it didn’t reach the might of an authentic sovereign republic. The March 10 coup revealed how the ruling classes held that republic hostage. It was a plaything for them to institute or violate at will.

Only the Revolution that triumphed on January 1st, 1959 broke the vicious circle of our false republics. For the first time, the right to a community governed by social justice became the country’s core value, which drove the nascent revolution to tackle each of the forms of asymmetry that affected Cuban society. It stood up to racism, landowners, the exploitation of women, and finally, it came up against the underlying cause of the unfair social order that existed in Cuba: American capital. To be able to found a real and material community of free men and women, the first step was returning the country’s resources and economy into the hands of the nation.

That’s why, when I reflect on the inalienability of human rights —keeping history in mind—, I also think about the right every people has to life, and to building a harmonious community with social justice. Defending that right, in the specific case of Cuba and Latin America, means defending the right the Cuban Revolution had to take the companies and the resources away from the Americans and the domestic bourgeoisie, even through the use of violence.

For me, that question is a deal-breaker. It’s a question I ask in conversation: Do you defend the right the Cuban Revolution had to seize the properties of Americans and the bourgeoisie, even through the use of violence? When someone answers affirmatively, then I can really believe they care about the common people. That person and I can then talk about human rights, and wonder why the new republic born out of the revolution regressed in something as important as civil rights. We may debate profound issues.

But when someone says: ‘no, they shouldn’t have done that, it was an excess of Fidel’, then that person and I don’t have much left to discuss, for I recognize a person to whom human rights are nothing more than a spearhead to try to undermine the Cuban system.

Donald Trump and Marco Rubio do not care about democracy or human rights in Cuba. Their math is strictly election-driven. Behind them there are other forces interested in punishing the Cuban indiscipline. Faced with the challenges to American hegemony which are appearing across the continent, they want to use Cuba to send a disciplinary message: ‘See what happens to those who stand against us. They live in misery and eventually have to come around and bend the knee’. It is essential to realize that they represent the absolute worse threat to our possible democracy.

The strength of the Cuban system lies in the fact that it built a powerful legitimizing discourse, based on the experience of a generation which took control of its country and started a process of popular emancipation. With the blood and the ideas of the heroes, they laid the foundations to build a truly sovereign republic, an extremely hard thing to do in this part of the world. Having then lacked the knowledge or the ability to build a republic that lived up to those foundations is a whole different story.

Human rights advocates often see things only partially, and they underestimate the danger that contemptuous North represents to any possible Cuban republic. At the same time, they hold in high esteem the civil rights discourse, whose performance for the benefit of the popular classes in our region has been mediocre, and they turn a blind eye to what’s right in front of them: the Cuban Revolution with its anti-colonial and counter-hegemonic character. They fail to see that, in our context, the civil rights discourse will be insufficient to found a truly sovereign republic, while it will be effective as a platform for the restoration of the same powers that existed before the Revolution.

Only by raising both flags will we advance in the right direction: the inalienable rights of each individual and the right to a community governed by social justice. That’s why, to clear the way, I always repeat the question: Do you defend the right the Cuban Revolution had to seize the properties of Americans and the bourgeoisie, even through the use of violence?

(Translated from the original)

8 diciembre 2019 1 comentario 403 vistas
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Una pregunta capital

por Yassel Padrón Kunakbaeva 5 diciembre 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

La fundación de una república no es cualquier cosa. Se trata de uno de los momentos más importantes en la vida de una sociedad. A menudo se comete el error de analizar ese acontecimiento solo como acto jurídico, reconociéndose la intervención directa del soberano en una Asamblea Constitucional: así se olvida, sin embargo, la multiplicidad de procesos históricos que confluyen en dicha fundación. Para que una verdadera república nazca, se necesita siempre detrás una epopeya, un acto de creación histórica en la que al menos una parte de la sociedad participe de manera activa.

Así vemos que las repúblicas más importantes de la modernidad nacieron de revoluciones: tal es el caso de las repúblicas francesa y norteamericana, por ejemplo. En el caso español, la proclamación de la segunda república fue el comienzo de un arduo proceso de transformaciones que, podemos afirmar, eran en sí una revolución, la cual le estaba dando forma a la república por venir. Pero incluso cuando no se puede hablar de una revolución en sentido propio, el nacimiento de una nueva república debe estar acompañado de un movimiento cívico, del surgimiento de una conciencia nacional que cristalice en el texto constitucional.

Como suele ocurrir, este, uno de los momentos jurídicos más importantes, tiene mucho de extrajurídico. Lo cual se explica, porque en el acto de fundación de una república no solo se constituye una nueva legalidad, sino también la legitimidad que tendrá esa legalidad. Ese acontecimiento requiere de un discurso legitimador que cale en la conciencia con la fuerza de un nuevo mito. Para la fortaleza y futura salud de una república no es tan importante la legalidad del proceso que llevó hasta su fundación como la cantidad de sangre derramada y la masividad de la participación en la lucha por conquistarla. Esto es así, porque solo cuando el discurso legitimador conecta con las experiencias de las personas que pasaron por un proceso de transformación social, adquiere la fortaleza suficiente para asentar la supremacía de las nuevas leyes.

¿A dónde quiero llegar? Últimamente, cuando leo las opiniones que algunos dan en las redes sociales sobre diversos temas, en las cuales salen a relucir las deficiencias del estado de derecho en Cuba, tengo la sensación de que se está dejando algo importante en el olvido. No es que no sea importante reivindicar los derechos humanos, incluidos los llamados derechos civiles, libertad de expresión, libertad de manifestación, libertad de prensa y libertad de asociación, entre otros. Lo que pasa es hay otro derecho que debe ser defendido con la misma intensidad que el resto, si es que no se quiere perder el norte: el derecho a una comunidad regida por la justicia social.

Los derechos civiles, a los que me refería más arriba, no protegen al ser humano de las asimetrías que genera de manera normal la sociedad capitalista. A duras penas le dan una pequeña ventana de oportunidad para luchar por mejorar su situación. Pero cuando dichas asimetrías se agudizan, una gran parte de la población pierde de facto la posibilidad de ejercer una ciudadanía plena, pues no se puede ser ciudadano cuando no se tiene un sustento material elemental.

En el mundo desarrollado, donde las cadenas globales de valor generan una gran acumulación de capital, la sangre no llega al río, una gran parte de la población puede ejercer efectivamente su ciudadanía y la república sobrevive. Pero en América Latina, la experiencia muestra que el capitalismo periférico, con su orden oligárquico, latifundista, colonial, patriarcal y explotador, arroja a una gran parte de la población a una exclusión y precariedad económica tal que les impide vivir como ciudadanos plenos. Por eso Mariátegui decía que “las repúblicas latinoamericanas no han sido más que falsas repúblicas”.

En América Latina, el discurso de los derechos civiles juega un papel mucho más perverso que en el mundo desarrollado. Mientras que allá en el Norte las circunstancias históricas forzaron a la burguesía a ceder parte de sus privilegios, y a hacer realidad la promesa republicana, aquí en el Sur las oligarquías siempre han entendido la república como SU república. El discurso de los derechos civiles les sirve entonces para blanquear sus sistemas políticos; es una forma de decirle al pobre, al campesino, al indio, a la mujer, “tú tienes los mismos derechos que nosotros, no pidas más”, mientras que en la práctica se le niegan todas las posibilidades materiales para ejercer la ciudadanía. Por supuesto, habría que distinguir dentro de América Latina toda la multiplicidad de matices, momentos contrahegemónicos, las revoluciones parciales, pero es muy largo para hacerlo aquí.

En Cuba, antes de la Revolución, era exactamente igual que en el resto de América Latina, a pesar de los matices. No obstante el carácter popular de nuestras guerras de liberación, y la radicalidad de la propuesta republicana y democrática de Martí, los EEUU se aseguraron con su intervención de que la primera república cubana naciera en el mejor estilo latinoamericano. La oligarquía criolla, principalmente azucarera, se valió del discurso republicano de una forma demagógica, clasista y excluyente.

Ahora bien, conectando con la reflexión inicial sobre la fundación de una república, ¿qué ocurre cuando –como es normal en América Latina—, el discurso legitimador de la república no tiene un sustento en la experiencia del pueblo?

Se derramó mucha sangre y se levantaron muchos mitos en la formación de las repúblicas latinoamericanas. Sin embargo, si se mira con detenimiento, se verá que las oligarquías arrojaron siempre muy rápido al basurero de la historia los contenidos más populares del pensamiento y el discurso generado durante las luchas de independencia. Bolívar murió creyendo que había arado en el mar. A Quintín Banderas lo mataron, en el fondo, por ser negro. El nuevo discurso de las oligarquías siempre fue una verborrea mentirosa, y el discurso de la república y de los derechos civiles se convirtió en una patraña casi sin sustento en la experiencia popular.

Estas falsas repúblicas, además de caracterizarse por la exclusión fáctica de gran parte de la población, han carecido de la fortaleza de una verdadera república soberana. La contradicción entre el discurso legitimador que promueven las clases dominantes y la experiencia vital de la gente común, las ha condenado a una debilidad crónica. Las crisis de hegemonía de estos sistemas políticos son cíclicas.

En Cuba, el sistema político de la primera y segunda repúblicas sufrió de las mismas crisis, por razones similares. El uso demagógico que hacían las clases dominantes del discurso de la república tenía un efecto nocivo para la propia hegemonía de esas clases. Puede llamar a confusión el hecho de que las mayores crisis se dieran no en los momentos “democráticos” sino en los momentos dictatoriales, y algunos han querido interpretar eso como una muestra del fervor republicano del pueblo cubano. Pero las dictaduras de Gerardo Machado y Batista eran parte del mismo sistema que los períodos republicanos normales, ya que fueron salidas que encontraron las mismas clases dominantes a sus contradicciones internas. En general, toda la vida republicana era normalmente considerada corrupta y falsa.

¿Cuál era el derecho más violado antes de la Revolución en Cuba? Al igual que ocurre hasta hoy en América Latina, en Cuba se atropellaba el derecho a una comunidad regida por la justicia social. Sin esa justicia social, de poco les servían a los guajiros el derecho a la libertad de prensa o el derecho a la libertad de asociación. Sin el surgimiento material de una comunidad capaz de ejercer la ciudadanía, de nada servía la creación desde las leyes de una comunidad ideal con plenos derechos.

En este punto, sé que los defensores de la Constitución del 40 van a querer crucificarme. Me dirán que mis críticas tal vez se ajusten a la primera república, pero no a la segunda, que nació de la Revolución del 30, y que tuvo una Constitución que no era precisamente liberal, sino que fue pionera en el mundo en la inclusión de derechos sociales. Me dirán que la caída de la segunda república no fue culpa de las contradicciones internas de ella, sino de los que la enterraron, empezando por Batista.

Sí, la Constitución del 40 trajo los derechos sociales a la palestra. En muchos sentidos, fue un adelanto de lo que vendría después. Pero algo faltaba. La Asamblea Constituyente no se hizo al calor de la Revolución del 30, ni en el Gobierno de los Cien Días, sino en el gobierno de Batista, cuando la burguesía tuvo la situación controlada. Los derechos sociales llegaron como un discurso más, mientras que el pueblo no tenía la experiencia de haber conquistado de verdad esos derechos. Pues, en la concreta, la Revolución del 30 se había “ido a bolina”. A Guiteras lo habían matado en el Morrillo.

La mayoría de las medidas progresistas de la Constitución del 40 se quedaron sobre el papel. No podía ser de otra forma, pues no se había golpeado materialmente el poder de la burguesía criolla y de su omnipresente aliado, las empresas norteamericanas. Si toda la propiedad del país estaba en manos de esos poderes, y si la experiencia que tenía el pueblo era la del respeto a esa propiedad privada, ¿sobre qué experiencia vivida iba a construirse el discurso de los derechos sociales en la segunda república? Fue una república más fuerte que la primera, sin duda, pero que tampoco alcanzó la fortaleza de una auténtica república soberana. El golpe del 10 de marzo es la demostración de cómo las clases dominantes tenían secuestrada esa república, era un juguete que lo mismo podían implantar que conculcar.

Solamente la Revolución que triunfó el primero de enero de 1959 rompió el círculo vicioso de nuestras falsas repúblicas. Por primera vez se puso en el centro el derecho a una comunidad regida por la justicia social, lo cual llevó a la naciente revolución a enfrentarse a cada una de las formas de asimetría que azotaban a la sociedad cubana. Se enfrentó al racismo, al latifundio, a la explotación de la mujer, y finalmente, tuvo que chocar con la causa profunda del orden social injusto que existía en Cuba: el capital norteamericano. Para poder intentar fundar una comunidad real y material de hombres y mujeres libres, había que empezar por devolver a las manos de la nación los recursos y la economía del país.

Por eso, pensando en la historia, cuando reflexiono sobre la inalienabilidad de los derechos humanos, lo hago también sobre el derecho que tiene todo pueblo a la vida y a construir una comunidad armoniosa con justicia social. Defender este derecho, en el caso concreto de Cuba y América Latina, significa defender el derecho que tenía la Revolución Cubana a quitarle las empresas y los recursos a los norteamericanos y a la burguesía criolla, utilizando incluso la violencia.

Para mí esa cuestión es un parteaguas. Es una pregunta que le hago a mis interlocutores: ¿Defiendes el derecho que tenía la Revolución Cubana a confiscarles sus propiedades a los norteamericanos y los burgueses, utilizando incluso la violencia? Cuando alguien me responde positivamente, entonces puedo creer que realmente le interesa la gente de abajo, del pueblo. Esa persona y yo podemos entonces hablar sobre derechos humanos, cuestionarnos por qué la nueva república surgida de la revolución retrocedió en algo tan importante como son los derechos civiles. Podemos debatir sobre causas profundas.

Pero cuando alguien me dice que no, que no se debió hacer eso, que fue un exceso de Fidel, entonces esa persona y yo no tenemos mucho de qué hablar, pues reconozco a una persona para la que los derechos humanos no son más que una punta de lanza para deslegitimar al sistema cubano.

A Donald Trump y Marco Rubio no les interesa la democracia ni los derechos humanos en Cuba. Sus cálculos son electorales. Detrás de ellos hay otros poderes a los que les interesa castigar la indisciplina cubana. Frente a los desafíos a la hegemonía norteamericana que se verifican en el continente, quieren usar a Cuba para lanzar un mensaje disciplinante. “Vean lo que ocurre con los que nos enfrentan. Medran en la miseria y finalmente tienen que venir a comer en nuestra mano”. Es indispensable darse cuenta de que ellos representan la peor amenaza para nuestra posible democracia.

La fortaleza del sistema cubano está en que construyó un poderoso discurso de legitimación, sustentado en la experiencia de una generación que tomó el control de su país e inició un proceso de emancipación popular. Con la sangre y las ideas de los héroes se construyeron las bases para fundar una auténtica república soberana, algo extremadamente difícil de este lado del mundo. Ah, que no hemos sabido o podido construir una república a la altura de esos cimientos, ya eso es otra cosa.

Los defensores de los derechos humanos, muchas veces, solo ven una parte de las cosas y subestiman el peligro que representa ese Norte que nos desprecia para cualquier posible república cubana. Al mismo tiempo, tienen en alta estima el discurso de los derechos civiles, cuyo desempeño en beneficio de las clases populares de nuestra región ha sido mediocre, mientras que se hacen ciegos para lo que tienen delante, la Revolución Cubana con su impronta anticolonial y contrahegemónica. No ven que el discurso de los derechos civiles en nuestro contexto resultará insuficiente para fundar una auténtica república soberana, y sí será eficaz para servir de plataforma a la restauración de los mismos poderes que existían antes del Triunfo de la Revolución.

Solo levantando ambas banderas avanzamos en el camino correcto: los derechos inalienables de cada individuo y el derecho a una comunidad regida por la justicia social. Por eso, para despejar el camino, repito siempre la pregunta: ¿Defiendes el derecho que tenía la Revolución Cubana a confiscarles sus propiedades a los norteamericanos y los burgueses, utilizando incluso la violencia?

Para contactar con el autor: yasselpadron1@riseup.net

5 diciembre 2019 29 comentarios 473 vistas
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parallel worlds

Parallel worlds

por Yassel Padrón Kunakbaeva 23 noviembre 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

There are many Cubas within Cuba, same as there are many Havanas and parallel worlds. Social fragmentation and the paradoxical coexistence of the most dissimilar realities –sometimes with nothing but a wall in-between– have become part of our daily lives. One of these divisions is the one separating official institutions from the streets. Occasionally, I’ve come to feel that, in Cuba, socialism only begins when you cross the threshold of your school or workplace.

That division, as I see it, is first of all a mental construct. The same people who know the reality of the streets, who suffer it in one way or another, are transformed inside the institutions into defenders of the official stance. Before they know it, they can grow so identified with the view ‘from above’ that they come to believe it. Well, for those of us who have read Freud, this type of light sociopathic behavior is not scandalous.

I believe what’s happened with the reopening of the market in Cuatro Caminos is archetypical. In a show of laudable effort, the political authorities and the executives of CIMEX materialized a luxury, well-stocked market in an area of the capital characterized by the precariousness of housing, labor and standards of living. Then, what we all know happened.

The aspiring consumers thronged in; there was violence, broken glass panes, etc. Afterwards, and uncharacteristically, we got the official version of the incident in the TV Newscast, where Talía did everything but use the words ‘vulgar mob’ to refer to the events.

That way of referring to the people is not new. For a long time now, the bureaucratic establishment has juggled three terms when referring to the citizens. When it wants to strike a revolutionary chord, and reaffirm the revolutionary social pact, it calls them ‘the people’. When it wants to turn them into an easily manipulated object, the passive beneficiary of official policy, it calls them ‘the population’.

When it has to deal with the ugliest, most savage and non-conformist side of that citizenry, then it speaks of ‘lumpen’ and ‘antisocial elements’. The worst part, in my opinion, is that there’s less and less reference being made to the people, and more and more to the population and the antisocial elements, which makes me think about a slow conservative turn.

Let’s be clear. Creating such a market in that area without at least stocking the neighboring markets wasn’t a stroke of genius. On the contrary, what happened is an indication of authorities with a mentality that’s paternalistic and disconnected from reality. In turn, Talía’s segment in the news speaks of an ugly and bourgeois side of our socialism, whose existence we sometimes find difficult to accept.

Those who broke the glass panes of Cuatro Caminos are the real people, the one in the streets. It’s uncivilized, brazen and disrespectful, as were the French masses that stormed the Bastille. That lack of civility shouldn’t be so frowned upon in a socialist country, given that the hegemonic form of civilization in the world today is the capitalist one. Anyway, the truth is that, when socialism is left half-done, when it gets stuck in its vanguard phase and degenerates into bureaucracy, it becomes a Frankenstein monster made of stitched pieces of capitalism.

The remarks by Talía, who only sees the problem from the side opposite the one of those ‘lacking social discipline’, shows what I mentioned above about the gap between the institutions and the streets. Those who organized the market apparently did it without taking into account what happened in the streets, oblivious of the frantic jungle the black market in the streets of that part of town has turned into. It seems these are officials who, once again, live inside their own discourse.

I don’t know what kind of socialism they’re trying to build with their backs turned to the streets. Only the popular education of that citizenry –a pedagogy where there is no one teacher at the top, but where everyone teaches one another– can generate civility, of a community and non-bourgeois kind. That popular education, of course, needs its agents, those who would take the first step and fight next to the humblest. For the record, by the way, I don’t deny the pedagogical power of violence and coercion backed by the law; but this should be a last resort.

I believe one of the most ambiguous results of the Special Period was that the State and its organizations lost the streets. The hegemony of socialism, which is undeniable, retreated into the institutions. Daily life on the streets continued on its own path with relative independence. It was ambiguous because, on one hand, some obstacles which hindered the citizenry were eliminated, but, on the other hand, the idea of building socialism on the basis of society was abandoned.

That space, the one in the streets, is a space where the values of socialism are in constant ebb. We could say in freefall. The State, meanwhile, is satisfied with the knowledge that the people will respond positively at critical junctures, in defense of sovereignty or social conquests. But socialism is not just a thing for critical junctures. If the cultural struggle isn’t won in daily life, it’s all headed towards failure.

Who’s fighting in that space? Today it’s difficult, at least in Havana, to stand in a street corner and defend communism. People start looking at you sideways. Someone dismisses you as a hard-liner. The guy who does shady business tries to avoid you, just in case… Even people who show up frequently at voluntary work start to seem suspicious.

Many of us on the left now defend our views on the social networks, in academia, in meetings. But, how many of us are devoted to building up hope from the community? I say this as criticism and self-criticism. I believe that, in my time, I failed as a grassroots leader of the FEU (University Students’ Federation). What I do now I deem useful, but I don’t forget that working in the physical world, with communities and organizations, is indispensable so that there may be socialism. Someone has to do that work.

(Translated from the original)

23 noviembre 2019 0 comentario 344 vistas
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Mundos paralelos

por Yassel Padrón Kunakbaeva 20 noviembre 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Existen muchas Cubas dentro de Cuba, así como existen muchas Habanas. La fragmentación social y la paradójica coexistencia de las más opuestas realidades, a veces con solo una pared de por medio, se han convertido en parte de nuestra cotidianidad. Una de esas divisiones es la que separa a las instituciones oficiales de la calle. En algunos momentos, he llegado a sentir que en Cuba el socialismo solo empieza cuando cruzas la entrada de tu escuela o centro de trabajo.

Esa división, como yo la veo, es ante todo una estructura mental. Las mismas personas que conocen la realidad de la calle, que la padecen de una forma u otra, se desdoblan dentro de la institución en defensores de las posiciones oficiales. Si se descuidan, pueden llegar a compenetrarse tanto con la visión “desde arriba”, que se la creen. Bueno, para los que hemos leído a Freud, esta clase de sociopatías ligeras no son un escándalo.

Lo que ha ocurrido con la reapertura del mercado de Cuatro Caminos me parece arquetípico. En un acto de loable esfuerzo, las autoridades políticas y los empresarios de CIMEX hicieron realidad la aparición de un mercado de lujo, bien abastecido, en una zona de la capital caracterizada por la precariedad habitacional, laboral y existencial. Luego, ocurrió lo que todos sabemos, los aspirantes a consumidores entraron en masa, hubo violencia, cristales rotos, etc. Más tarde, en un acto poco común, tendríamos la versión oficial de los hechos en el Noticiero de la Televisión, donde a Talía solo le faltó hablar sobre la “turba vulgar” para referirse a los acontecimientos.

Esa manera de referirse al pueblo no es nueva. Desde hace mucho tiempo, el establishment burocrático tiene tres niveles para referirse a la ciudadanía. Cuando quiere conectar con la fibra revolucionaria, y reafirmar el pacto social revolucionario, la llama “pueblo”. Cuando lo quiere convertir en un objeto manipulable, beneficiario pasivo de la política oficial, la llama “población”. Cuando tiene que lidiar con el lado más feo, calibanesco y no normalizado de esa ciudadanía, entonces habla de “lumpens” y “elementos antisociales”. Lo malo para mí es que cada vez se habla menos del pueblo, y más de la población y de los elementos antisociales, lo que me hace pensar en un lento giro conservador.

Vamos a estar claros. No fue una genialidad crear un mercado así en esa zona, sin antes abastecer al menos los otros mercados de los alrededores. Por el contrario, lo que ocurrió habla de una mentalidad paternalista y desconectada de la realidad por parte de las autoridades. La intervención de Talía en el NTV, a su vez, habla de un lado feo y burgués en nuestro socialismo, que a veces nos cuesta aceptar.

Esos que rompieron los cristales de Cuatro Caminos son el pueblo real, el de la calle. Es incivilizado, procaz e irrespetuoso, como lo fueron las masas francesas que tomaron la Bastilla. Esa falta de civilización no debería ser tan mal vista en un país socialista, toda vez que la forma hegemónica de civilización en el mundo actual es la capitalista. Pero bueno, la verdad es que el socialismo cuando se queda a medias, cuando se estanca en su fase de vanguardia y degenera en burocrático, se convierte en un Frankenstein hecho con pedazos de capitalismo.

El comentario de Talía, que solo ve el problema del lado de los “indisciplinados sociales”, muestra eso de lo que hablaba al principio, la fractura entre las instituciones y la calle. Los que organizaron el mercado, al parecer lo hicieron sin contar con lo que estaba ocurriendo en la calle, sin conocer la jungla furiosa en que se ha convertido el mercado negro en las calles de esa parte de la ciudad. Al parecer, son funcionarios que, una vez más, viven dentro de su propio discurso.

No sé qué clase de socialismo se pretende construir de espaldas a la calle. Solo la educación popular de esa ciudadanía, que es una pedagogía donde no hay un maestro en lo alto, sino donde todos se enseñan los unos a los otros, puede generar civilidad, de tipo no burguesa sino comunitaria. Esa educación popular necesita por supuesto de sus agentes, de los que den el primer paso, de los que luchen al lado de los más humildes. Que conste, de paso, que no niego el poder pedagógico de la violencia y la coerción amparadas en la ley: pero ese debe ser el último recurso.

Me parece que uno de los más ambiguos resultados del Periodo Especial fue que el Estado y sus organizaciones perdieron la calle. La hegemonía del socialismo, que es innegable, se retrotrajo a las instituciones. La vida cotidiana en la calle siguió su propio rumbo con relativa independencia. Fue ambiguo, porque por un lado se eliminaron barreras que tenían atada a la ciudadanía, pero, por otro lado, se renunció a construir el socialismo en la base de la sociedad.

Ese espacio, el de la calle, es un espacio donde los valores del socialismo están en continuo reflujo. Podríamos decir en caída libre. El Estado, mientras tanto, se conforma con saber que el pueblo en los momentos críticos responde positivamente, en defensa de la soberanía o de las conquistas sociales. Pero el socialismo no es una cosa de momentos críticos. Si no se gana la lucha cultural en la cotidianidad todo va hacia el fracaso.

¿Quién disputa ese espacio? Hoy por hoy resulta difícil, por lo menos en La Habana, pararte en la esquina de la cuadra a defender el comunismo. Empiezan las miradas atravesadas. Alguien dice que eres un comecandela. El tipo que está en el invento procura no cruzarse contigo, no vaya a ser… Hasta el que va mucho a los trabajos voluntarios comienza a resultar sospechoso.

Muchos izquierdistas defendemos nuestras ideas hoy en las redes sociales, en la academia, en las reuniones. ¿Pero cuántos nos dedicamos a construir esperanza desde la comunidad? Lo digo como crítica y autocrítica. Yo considero que en mi momento fracasé como dirigente de base en la FEU. Lo que hago ahora me parece útil, pero no olvido que el trabajo en el mundo físico, comunitario, organizacional, es indispensable para que haya socialismo. Ese trabajo, alguien tiene que hacerlo.

Para contactar con el autor: yasselpadron1@riseup.net

20 noviembre 2019 23 comentarios 409 vistas
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