Cuando comenzaba el tercer milenio, Cuba ya se había acostumbrado a ser un faro solitario en medio de una noche neoliberal. Fue entonces que entró en escena Hugo Chávez con su socialismo del siglo XXI, demostrando que las masas latinoamericanas eran todavía capaces de encontrar el camino de la revolución. Los cubanos siguieron los acontecimientos con atención, sorprendidos por un reverdecimiento de la izquierda que llegaba una década después de la caída del Muro de Berlín. Poco a poco, la imagen de Chávez sonriente, victorioso, rodeado de su pueblo venezolano, caló en el alma de los isleños. Solamente el sueño hecho realidad de una América Latina que se estremecía ante el grito de Bolívar pudo sacar de su adormecimiento a la Revolución Cubana.
En aquellos años, que también fueron los de la Batalla de Ideas, pareció por un instante que el socialismo cubano iba a reencontrarse consigo mismo, que iba a curarse de las heridas que le había provocado el contacto con el campo socialista, gracias a la alianza con el nuevo movimiento latinoamericano. Se hizo tanto hincapié en la solidaridad de la Revolución Cubana con América Latina, fue tan grande la promesa que se hizo con el ALBA, que pudo pensarse que el socialismo cubano había regresado a sus primeros pasos latinoamericanistas y guevarianos, allá por la década de los sesenta. En fin, pareció que se había reparado una desviación histórica y que cada cosa había vuelto a su lugar.
El latinoamericanismo que nació con el ALBA no estuvo, sin embargo, vinculado a una reflexión sobre los caminos del latinoamericanismo de décadas pasadas. No se habló sobre la relativa desconexión con Latinoamérica que significó la adopción del modelo soviético. Y cuando se pretende olvidar el pasado histórico, lo más posible es que vuelvan a repetirse los errores.
América Latina es una región cuya historia puede resumirse a solo dos caras: por un lado, la colonización, la opresión, la explotación, etc., y por el otro la resistencia apasionada de los pueblos frente a esa colonización, esa opresión y esa explotación. Se trata de una historia que se ha construido a base de gritos de batalla, gritos de rebeldía, manos humildes alzadas con indignación. Un subcontinente entero, en el que cada trozo de libertad ha tenido que ser arrancado a costa de muchas vidas. América Latina no es nada sin sus tradiciones de lucha, sin esa magia que sale de sus selvas y montañas, canto de aborigen, gaucho y llanero mezclado con el susurro del viento en la mañana de la rebelión.
El nuevo socialismo del siglo XXI que trajo Chávez movilizó todo ese potencial de rebeldía que existía en la cultura de los pueblos latinoamericanos, aunque canalizándolo a través de métodos pacíficos. Ese movimiento fue muy exitoso, principalmente en dos aspectos: el geopolítico y el práctico-revolucionario. Por un lado, el subcontinente se llenó de gobiernos de izquierda; por el otro, surgió una nueva variante de socialismo desconectada de los dogmas soviéticos, que se alimentaba de las costumbres y tradiciones populares, incluso de las religiosas. Este socialismo del siglo XXI prometía una construcción desde abajo, no burocrática sino popular.
La emergencia de una multitud de gobiernos de izquierda en toda la región fue una de las cosas que más impactó a los cubanos. Chávez en Venezuela, Evo en Bolivia, Ortega y los sandinistas en Nicaragua, Correa en Ecuador, Lula y luego Dilma en Brasil, Pepe Mujica en Uruguay, Cristina en Argentina, entre otros, significaron el levantamiento de una nueva América Latina. Cuba pudo por primera vez sentirse a gusto en una reunión con todo el subcontinente. Más tarde, se celebraría incluso una reunión de la CELAC en La Habana, donde toda la derecha tendría que escuchar a Raúl Castro declarar a Latinoamérica como Zona de Paz. Los cubanos pudieron creer en la posibilidad de un nuevo mundo multipolar, en el que seguir siendo socialista tenía un sentido.
Por otra parte, la nueva praxis del socialismo del siglo XXI puso sobre la mesa las discusiones sobre el futuro del socialismo cubano. ¿Iba Cuba también a pasar al socialismo del siglo XXI? La situación de Cuba era diferente a la del resto de los países de la región, porque su punto de partida no era el capitalismo periférico, sino un modelo socialista del siglo XX. Hubo un serio debate, aunque desgraciadamente se quedó en los encuentros académicos y en las mesas de dominó: nunca las autoridades del partido se pronunciaron al respecto.
Hubo muchos intelectuales que pudieron ver las potencialidades que ese socialismo del siglo XXI tenía para ser una fuerza subversiva que revitalizara el socialismo cubano. Eran intelectuales como, por ejemplo, Fernando Martínez Heredia, que llevaban tiempo vinculándose a las maneras de hacer de los movimientos sociales latinoamericanos, y que al mismo tiempo conocían las debilidades del socialismo burocrático cubano. De parte de ellos vinieron las propuestas de construir también en Cuba el socialismo del siglo XXI.
Pero lo más importante es que el pueblo cubano fue receptivo al mensaje de ese socialismo latinoamericano, cuyo rostro principal era Chávez. Cada vez que ese hijo de Venezuela venía a Cuba, el pueblo lo recibía con algarabía, agradecido por los millones de barriles de petróleo, pero también por haberle devuelto algo de esperanza. Para muchos jóvenes, nacidos con el período especial, ese latinoamericanismo fue la vía para su primer acercamiento a la izquierda. Los cubanos revolucionarios se sintieron, a su manera, parte del movimiento continental.
Del ALBA vino, durante aquellos años, una de las principales fuentes de esperanza para los cubanos. Fue una esperanza que, por supuesto, no todos compartieron, y que pronto tuvo que competir con otra. Cuando comenzaron los Lineamientos, a partir del Sexto Congreso del Partido, se hizo evidente que el futuro previsto para Cuba tenía nombres chinos y vietnamitas. Se generaron expectativas de una apertura económica, que pronto se haría realidad. Sin embargo, en aquel momento confuso los abanderados del socialismo del siglo XXI no vieron en ese proceso necesariamente algo contradictorio con el movimiento continental. Los Lineamientos, según algunos, eran nuestro camino hacia la unión latinoamericana.
Entonces, un día, vimos partir al Comandante Chávez de este mundo. Los cubanos siguieron a través de las pantallas todo el transcurso de la enfermedad. Se especuló, en cada esquina de barrio, sobre las nuevas y sofisticadas armas creadas por la CIA para inocular el cáncer a los enemigos de Estados Unidos. Por último, la noticia de su fallecimiento fue motivo de respetuoso silencio para todos, incluso para quienes estaban por esos días en un campo de recogida de papas en Río Seco, Güines. Un gigantesco trozo de esperanza partió con él.
Vale la pena recordar todo esto hoy, cuando la política latinoamericana se ha convertido es un grotesco espectáculo. Tanto los errores e inconsecuencias de la izquierda como los desmanes de la derecha han contribuido a que hoy casi no quede nada de aquel hermoso sentimiento que vivimos en la década pasada. El naufragio de la izquierda, la desmoralización de los revolucionarios en general, es una consecuencia de la falta de una guía concreta, de un programa y una visión factibles. Al parecer, hoy es la izquierda latinoamericana la que necesita de Cuba. Pero para poder ayudarlos, los cubanos debemos primero ponernos en condición de poder ayudar a alguien.