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Yassel Padrón Kunakbaeva

Yassel Padrón Kunakbaeva

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Ciudadanía

La fuerza creadora del pueblo

por Yassel Padrón Kunakbaeva 30 agosto 2018
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Aquel que ejerce la crítica revolucionaria de la sociedad muchas veces se encuentra en una relación compleja con el pueblo. Por un lado, critica todo lo que hay en él de atrasado y retrógrado, por el otro, propone como solución construir una democracia que le de poder a ese mismo pueblo. Esta contradicción, sin embargo, es completamente natural y forma parte de la dialéctica de la crítica y de la praxis revolucionaria. Se trata de una contradicción dialéctica, objetiva, existente independientemente de la voluntad de los sujetos.

Desde un punto de vista marxista, la misma noción de pueblo es bastante problemática. Si se acepta como pueblo al simple conjunto de todos los individuos que conforman la sociedad, y se recurre a él como el sujeto que llevará adelante la revolución, entonces se ha caído en una concepción burguesa que tiene sus raíces en el siglo XVIII. Lo verdaderamente marxista consiste en diferenciar entre las diferentes tendencias de la sociedad, entre los diferentes grupos según el lugar que ocupan en las relaciones sociales de producción. Por tanto, cuando un marxista habla del pueblo y de lo popular, tiene en la mente a un conjunto complejo, susceptible tanto de estar bajo la hegemonía de los grupos dominantes como de construir una hegemonía centrada en las clases tradicionalmente explotadas. En este último caso, se trataría de un verdadero poder popular.

El pueblo, aunque se le llame soberano, no puede ser convertido en un fetiche. Es cierto que existe y siempre ha existido una sabiduría popular, pero también existen tendencias retrógradas que han sido marcadas en la conciencia social por siglos y siglos de sociedades de dominación. El mérito teórico de Gramsci estuvo en mostrar cómo en el “sentido común” de las masas populares se concentran rituales, hábitos y fragmentos de cosmovisión que sirven para apuntalar la hegemonía de los grupos dominantes. Esto permite explicar por qué tan a menudo se observa el surgimiento de sistemas políticos reaccionarios que cuentan con apoyo popular, así como el desgaste de procesos revolucionarios que se detienen y se quedan por debajo de su potencial de liberación.

La relación de los socialistas con las grandes mayorías siempre ha sido difícil. Lo más común es que la mayor parte del pueblo no entienda y no siga los ideales socialistas. La frustración más común entre los luchadores sociales es ver como las masas populares muchas veces son cómplices en mantener la hegemonía de los grupos dominantes. Sin embargo, el socialista no puede rendirse ante esa realidad: el apoyo popular no hace democrático a un sistema de dominación. Es necesario mantener la lucha por una forma superior de manifestación de la libertad política y humana.

El revolucionario que ejerce la crítica en primer lugar debe romper con el sentido común dominante. De eso se trata justamente ser vanguardia. Si los pueblos no se encontraran en una situación de atraso inducido, si no estuvieran necesitados de un proceso pedagógico-político, no sería necesaria la aparición de una vanguardia. Dicha vanguardia, como es natural, se encontrará al principio en minoría con respecto al conjunto de la sociedad.

Ahora bien, la gran pregunta es: Si el pueblo es tan atrasado, si está tan cargado de tendencias retrógradas, ¿entonces para qué darle el poder político? ¿No sería como poner un peligroso juguete en manos de un niño? Platón tenía sus razones para ser enemigo de la democracia. Una posible respuesta al dilema, muy tentadora, es la siguiente: Dado que la vanguardia fue capaz de saber lo que le convenía al pueblo, incluso antes que el pueblo mismo, tal vez sea justamente la vanguardia la que deba dirigir.

Esta es la tentación suprema y el peligro supremo, que ha echado a perder casi todas las experiencias de socialismo que se han conocido hasta hoy. La vanguardia, para ser coherente consigo misma, debe obedecer a un imperativo moral categórico: construir las bases para su propia disolución y finalmente disolverse a sí misma. El poder, la democracia y la libertad política deben ser entregados al pueblo, a pesar de su atraso político y sus tendencias retrógradas, porque justamente en el ejercicio de ese poder y esa libertad es que el pueblo se educará a sí mismo y alcanzará su mayoría de edad.

Dicho con palabras de Rosa Luxemburgo: Solo la vida sin obstáculos, efervescente, lleva a miles de formas nuevas e improvisaciones, saca a la luz la fuerza creadora, corrige por su cuenta todos los intentos equivocados (…) La vida socialista exige una completa transformación espiritual de las masas degradadas por siglos de dominio por la clase burguesa. Los instintos sociales en lugar de los egoístas, la iniciativa de las masas en lugar de la inercia, el idealismo que supera todo sufrimiento, etcétera (…) El único camino al renacimiento pasa por la escuela de la misma vida pública, por la democracia y la opinión pública más ilimitadas y amplias.

30 agosto 2018 44 comentarios
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Ciudadanía

La idolatría al Estado

por Yassel Padrón Kunakbaeva 14 agosto 2018
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

El destacado pensador marxista y revolucionario Antonio Gramsci le dedicó, en su multifacética obra, algunas líneas al problema que representa la lógica del Estado para un proceso de transición socialista. Él vislumbró, desde su experiencia histórica, las deficiencias que sufriría el socialismo soviético, sobre todo por la preponderancia desproporcionada que se le otorgaba al Estado en ese sistema.

A esa actitud deformada Gramsci la llamó estatolatría, y la definió como una “determinada actitud respecto del ¨gobierno¨ de los funcionarios o sociedad política, que, en el lenguaje común, es la forma de vida estatal a la que se le da el nombre de Estado y que vulgarmente se entiende como la totalidad del Estado”. También dijo que, en un proceso de transición, “esta estatolatría no tiene que dejarse entregada a sus propias fuerzas, ni tiene, sobre todo, que convertirse en fanatismo teórico y concebirse como ¨perpetua¨; tiene que ser criticada, precisamente para que se desarrolle y produzca formas nuevas de vida estatal en las cuales la iniciativa de los individuos y de los grupos sea ¨estatal¨, aunque no debida al gobierno de los funcionarios”.

Estas reflexiones gramscianas podrían ser muy útiles para los revolucionarios cubanos, que cada día nos esforzamos en la búsqueda de soluciones para enrumbar nuestro proyecto político. Sucede que en Cuba también existe una fuerte estatolatría, visible en todos los aspectos de la vida social. Esto se debe tanto a la influencia que tuvo sobre nuestro socialismo el modelo soviético como a causas endógenas relacionadas con nuestra historia. Y lo peor es que parece no haber conciencia del peligro que eso representa para el desarrollo del socialismo y para la supervivencia del propio proyecto nacional.

A estas alturas nadie podría negar que la revolución cubana, en su etapa insurreccional y en su etapa de radicalización durante la década de los sesenta, fue un proceso esencialmente liberador. Los individuos y los grupos participaron espontáneamente, algunas veces ofreciendo su vida por el triunfo de la causa. Sin embargo, un elemento central que no debe olvidarse es que, a partir de 1959, el proceso de liberación y de subversión cubano se desarrolló en los marcos de la creación de un nuevo Estado. La lógica que prevaleció en aquellos años fue la lógica de la vanguardia, tal y como queda tácitamente reconocido en el brillante texto El socialismo y el hombre en Cuba.

El quid de la cuestión está en que, en aquellos primeros años de la Revolución, era posible hacer coincidir la liberación de los sujetos con la estricta  obediencia a la vanguardia política. El nuevo poder surgido de las luchas era popular en su proyección y en sus acciones. Desde que se promulgaron las primeras leyes revolucionarias se desarrolló una dialéctica en la que las masas reaccionaban a cada medida popular del gobierno con una mayor participación en el proceso de transformación. El país entero se vio sacudido por un cambio en los hábitos y en los esquemas valorativos. Entre los sucesos que ayudaron a consolidar el sujeto revolucionario estuvo la creación de las Milicias Nacionales Revolucionarias, en las que mucha gente interiorizó una imagen épica, combativa y militar de la Revolución. Se puede decir que en aquellos momentos el Estado cubano estuvo bastante cerca del ideal marxista de un Estado que no es más que la sociedad civil organizada, sin que ello estuviera reñido con la existencia de una vanguardia política que centralizaba la toma de decisiones.

Esa luna de miel entre libertad y centralismo, no obstante, no podía durar para siempre. Solamente fue posible mientras existieron elementos de la antigua sociedad que subvertir, enemigos internos e invasiones que derrotar, grandes transformaciones que realizar, etc. Existe un momento en las revoluciones en el que se agotan aquellas tareas para las cuales es necesaria una movilización extraordinaria de las masas. Y si no faltan posibles tareas, por lo menos terminan aquellas que el pueblo puede proyectar como de perentoria necesidad. En fin, llega, después de la tormenta, el momento en que la sociedad regresa a un proceso de reproducción relativamente estable. En ese momento, ante la falta de un enemigo común visible y presente, la libertad de los actores sociales tiene que manifestarse como conflictividad interna. Entonces, la lógica de la vanguardia se convierte en un obstáculo.

Uno de los principales problemas que han tenido los proyectos socialistas está en no haber captado el momento en que era necesario pasar de una lógica de vanguardia a una lógica del poder popular. Además, han sido refractarios a aceptar la necesidad de que dentro del poder popular se despliegue un debate y una lucha entre posiciones divergentes. Libertad es siempre libertad para los que piensan diferente, diría Rosa Luxemburgo. La libertad es lo mismo que la negatividad, diría Hegel. El deseo de no mostrar ninguna fisura y pretender que es posible vivir sin conflictos, es una muestra de inmadurez política y de incomprensión de nuestras características antropológicas, sociológicas e históricas. Si a la conflictividad interna no se la reconoce y no se le da un espacio dentro del nuevo sistema, el Estado se convertirá en lo mismo que ha sido desde hace siglos: la expresión coercitiva de una falsa unidad social. La lógica de la vanguardia, cuando se la utiliza más allá del período en que está justificada históricamente, se transforma en la lógica del Estado.

Algunos responderán a esto que ese paso fue justamente lo que se dio en Cuba con la creación de los órganos del poder popular. En parte tienen razón. Yo no puedo olvidar de niño aquellas reuniones del CDR, muchas veces con una bandera de Cuba presente, donde la gente tiraba “al duro y sin guante” contra los problemas, a pesar del calor, la muela y la inminente novela. Pero todo el mundo sabe que esa lógica no fue la que predominó, solo hace falta ver cuánto presupuesto se le dio a los órganos locales para atender los problemas de la población. Lo que ha predominado ha sido una lógica del Estado, que se preocupa por la “seguridad del Estado”, que alega “razones de Estado”, que se preocupa por las relaciones con otros Estados. Ejemplos sobran de esta deformada praxis.

Las causas de esta estatolatría son muy variadas. Sin embargo, una de las principales hay que buscarla en la falta de madurez política tanto de la vanguardia como del pueblo, que les hace confiar excesivamente en que son “los de alante”, los preparados, los más valientes, los que deben dirigir. Es muy cómodo para mucha gente poner toda la responsabilidad por su bienestar en el Estado, y así no tener que cargar consigo mismos. En el caso de Cuba, es necesario destacar la manera inmadura en que las masas rodearon a Fidel con una veneración excesiva y acrítica, poniendo su destino en sus manos como si se tratase de un salvador mítico. De este modo, las masas fueron- como lo siguen siendo- el principal cómplice de la estatolatría.

Aunque no se puede decir aún que la Revolución Cubana llegó a su fin, ni que las relaciones de dominación sean irreversiblemente las predominantes en nuestra sociedad, el futuro del socialismo cubano depende íntegramente de la medida en que sea capaz de combatir la estatolatría. La lógica del poder popular debe pasar a ser la fundamental en nuestra sociedad, aunque ciertas condiciones reales- como la guerra cultural contra un capitalismo que posee hegemonía mundial- hagan necesaria la existencia de una vanguardia organizada. La dictadura del proletariado, ante la imposibilidad de triunfar a escala mundial, debe ceder paso a la república socialista.

Sin embargo, a pesar de la urgencia de la situación, es difícil creer que exista una verdadera conciencia de lo que está en juego por parte de nuestros dirigentes, que son los únicos que pueden emprender las transformaciones necesarias. Por un lado, algunas modificaciones de la Constitución, como las referidas a los derechos y la autonomía municipal, nos hacen tener esperanzas. Por otro lado, nos encontramos con que se dice en el nuevo Proyecto de Constitución: “ARTÍCULO 21. Se reconocen las formas de propiedad siguientes: a) socialista de todo el pueblo: en la que el Estado actúa en representación y beneficio de este como propietario…” Mientras más estatal sea una empresa menos socialista será. Increíble: después de tantos años criticando la democracia representativa, ahora queremos que el Estado nos represente como propietario. En nuestra concepción de la empresa estatal deberían tomarse en cuenta experiencias de democracia obrera como la autogestión yugoslava, así como las nuevas ideas sobre economía social y solidaria. Son los trabajadores los que deben dirigir la empresa, porque los trabajadores deben tener el poder estatal.

Una Revolución que se hizo para conquistar toda la justicia no tiene que sufrir el triste destino de otros procesos revolucionarios. Nosotros tenemos a Martí, quien nos enseñó que la patria es ara, no pedestal. No basta con un Estado libre, necesitamos una sociedad libre.

14 agosto 2018 17 comentarios
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Ciudadanía

La Constitución de un pueblo libre

por Yassel Padrón Kunakbaeva 11 agosto 2018
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Por estos días, la noticia más trascendente en el escenario político cubano es la presentación del nuevo proyecto de Constitución. El texto ha provocado diversas reacciones, aunque en general son reconocidos los avances que trae en materia de ampliación y garantías de los derechos, reconocimiento de la propiedad privada, modernización de la estructura del Estado, matrimonio igualitario, autonomía municipal, entre otros aspectos. Pero para muchos de nosotros lo más importante es que dicho proyecto será sometido a una consulta popular, lo cual va a abrir un espacio para la participación ciudadana en un momento decisivo. La nueva Constitución será objeto de discusión en barrios, centros de trabajo, escuelas y organizaciones. También desde aquí, desde el ciberespacio, habrá que alzar la voz para acompañar ese gran debate.

Mucho es lo que hay que decir y aportar sobre el nuevo texto constitucional, tanto que el autor de estas líneas lamenta que no quepa en un post. No queda más remedio que limitarse a comentar un aspecto de la cuestión, que no por parcial y periférico deja de ser importante. Desde hace algún tiempo, se ha hecho común encontrar en el escenario cubano críticas en materia constitucional que se hacen desde el punto de vista de la división de poderes. Los individuos que llevan a cabo estas críticas suelen ser destacados profesionales de las ciencias sociales, los cuales sin embargo piensan dentro de la constelación conceptual de lo que es una república liberal burguesa, sin ser capaces de ir más allá. Recientemente, algo de ese espíritu se ha puesto de manifiesto en el debate sobre la necesidad de un Tribunal Constitucional.

Algunos han argumentado que la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) no puede ser “juez y parte”.

Se trata de una crítica hecha, sin dudas, en el espíritu de la división de poderes y de su visión del Estado como una maquinaria hecha de pesos y contrapesos. Frente a ese punto de vista, el autor de estas líneas respetuosamente disiente. En Cuba existen grandes problemas en la formulación técnica y en la aplicación de los principios que rigen su sistema político. Pero esos principios, que se mantienen fundamentalmente sin variación en el proyecto de nueva Constitución, son los adecuados para una república socialista.

Una república, tradicionalmente, es la forma de gobierno en la que no existe un monarca. Sin embargo, tal y como revela la etimología de la palabra- la cosa pública-, se supone también que en una república el cuerpo político esté al servicio del interés público general. Se trata sin duda de un ideal muy hermoso; no obstante, no se puede dejar a un lado cuál ha sido la historia concreta de esta forma de gobierno en las sociedades divididas en clases. Las repúblicas, en el pasado, han sido sostenidas por aquellas clases que tenían su principal forma de obtener poder en la esfera privada estrictamente económica, como los esclavistas en la antigüedad, los gremios de artesanos en el medioevo y la burguesía en la modernidad. Estas clases, con su ventaja social garantizada en la esfera privada, y necesitadas de reglas claras que asegurasen la convivencia y la estabilidad de los negocios, fueron las pioneras en estructurar el espacio público como un área de resolución de conflictos y en someter el poder político al sostenimiento de las leyes.

En el capitalismo, la forma principal de obtener poder es mediante la acumulación de capital, algo que ocurre totalmente en la esfera privada. La vida es un casino y por eso en los buenos tiempos lo más recomendable es que haya reglas claras. La alianza de clase de la burguesía, que sabe lo que le conviene, es lo que sostiene los actuales “Estados de Derecho”, en los que la ley está por encima de todos los actores, y existe todo el sistema de los pesos y contrapesos. De más está decir que estas repúblicas son el engaño supremo, aunque ciertamente son un avance con respecto al absolutismo y la dominación franca y abierta del medioevo.

Ahora bien, una república muy difente tiene que surgir cuando son las clases populares, tradicionalmente explotadas en la estructura económica, las que fundan el Estado. Y es que estas clases no pueden estructurar el espacio público como un “área secundaria”, como un sitio donde no ocurre lo fundamental, sino que por el contrario deben hacer de lo público lo central, ya que el poder político es la única forma de poder con que cuentan, al menos al principio. En la contemporaneidad, por supuesto, el signo bajo el que surgen estas sociedades contrahegemónicas no puede ser otro que el del socialismo.

La dialéctica de una sociedad gobernada por “los de abajo” es muy diferente a la dialéctica de una república de poderosos. Las leyes no pueden ser el valor supremo en la nueva república, pues se sobreentiende que en el proceso de construcción de una sociedad totalmente nueva las leyes deben ser flexibles y temporales. El valor supremo lo constituye el Proyecto, alrededor del cual se ha desarrollado el sujeto colectivo revolucionario. A partir de ese Proyecto se debe crear un Poder, que debe estructurarse lo mejor posible como un gobierno directo de la sociedad civil revolucionaria.

En la república socialista, no se necesita que el estado esté lleno de pesos y contrapesos, porque la idea es que se exprese directamente la voz del soberano, que es el pueblo. El peligro de la arbitrariedad y la dictadura no se combate con reglas claras, sino modificando la naturaleza del estado, transformándolo “de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella”.

No se reparte el pastel, se elimina el pastel

Para entender el proyecto de nueva Constitución cubana y el papel que juega en ella la ANPP, es necesario recordar algo que hoy en día casi nadie quiere recordar: las raíces que tiene nuestro magno texto en el costitucionalismo soviético. Nuestra ANPP es el equivalente a lo que en la Unión Soviética era el Soviet Supremo, y eso es algo que debería ser objeto de reflexión más a menudo.

Las constituciones soviéticas, desde las primeras, no plantearon ninguna división de poderes, porque se concebía un único poder, el del proletariado. A la hora de definir la estructura del estado, aquellas constituciones se guiaron por la aspiración marxista de que en el socialismo se elimine la separación burguesa entre la sociedad y el estado. Lo que se buscó fue fijar en normas la absorción de todos los poderes por parte de la nueva clase dirigente, el proletariado, así como el ejercicio del mismo a partir de los nuevos órganos de participación popular, que en el contexto de aquel proceso revolucionario eran los soviets. Como es sabido, el derrotero histórico de la Unión Soviética llevó a una seria distorción de aquellos principios que estaban plasmados en la Constitución: sin embargo, eso no niega la justeza en sí de los principios surgidos al calor de la Revolución de Octubre.

El proyecto de nueva Constitución cubana ha respondido en su confección, lo cual es muy saludable, más a cuestiones prácticas y contextuales que a presupuestos teóricos. Pero la única razón válida para que se mantenga la existencia de una Asamblea que en última instancia concentra todos los poderes y que tiene facultades constituyentes, es porque se quiera establecer un poder popular donde la voz del soberano esté todo el tiempo presente.

Nuestra república queda definida en el nuevo proyecto como un Estado Socialista de Derecho, lo cual es muy positivo, en el sentido de que refuerza el papel de las leyes y la noción de la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. En el pasado, una de las distorsiones ocurridas en el socialismo estuvo en dejar desprotegidos los derechos de los individuos, por un abuso de la prioridad del proyecto colectivo. La república roja, socialista, debe crear las condiciones para que haya un equilibrio entre los derechos de la comunidad, defendidos por el sujeto colectivo revolucionario, y los derechos de los individuos, incluso de aquellos que no se sienten parte del proceso.

No se debe sacrificar, por la justicia del futuro, la justicia del presente.

Hablando con propiedad, incluso puede que sea muy útil un Tribunal Constitucional, o una sala constitucional en el Tribunal Supremo. Lo que no se puede pretender es que deba crearse una ley o un tribunal que estén por encima del poder popular, o que sean independientes de él. La ANPP lo que debe ser es democrática, terriblemente democrática, debe ser casi parte de la sociedad civil. La Constitución, las leyes y los tribunales son solo herramientas a través de las cuales un Poder Revolucionario lleva adelante su Proyecto. Un Proyecto que, en el caso cubano, debe tener como portador y garante al Partido Comunista de Cuba.

Si se cumple con la estructuración popular del poder, no es necesario preocuparse porque este sea juez y parte. Un pueblo libre siempre deberá ser juez de sí mismo.

11 agosto 2018 36 comentarios
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Relaciones Internacionales

México: cabalga la esperanza

por Yassel Padrón Kunakbaeva 2 agosto 2018
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

En medio del paisaje desolador que ofrece la izquierda latinoamericana, la reciente victoria de López Obrador en las elecciones mexicanas viene a ser como un soplo de aire fresco. AMLO, como cariñosamente se le conoce, le recuerda al mundo que bajo el subsuelo histórico del país azteca fluye lava volcánica, una fuerza explosiva que ya ha dado a luz vibrantes revoluciones como la de 1910, y que ha parido líderes como Benito Juárez, Pancho Villa, Emiliano Zapata o Lázaro Cárdenas. Es la lava de las ansias de liberación, en una sociedad donde se ha hecho endémica la injusticia social. En México impera, desde hace siglos, una desigualdad que encumbra a algunos mientras condena a las mayorías a una vida de ignorancia, pobreza y enfermedades.

La victoria de AMLO el 1ro de julio demuestra, en primer lugar, la crisis absoluta de los partidos y de la política tradicional en México. El PRI y el PAN no podrían estar más desacreditados, ante una sociedad que se desangra por la corrupción, el narcotráfico, la inseguridad, las violaciones a los derechos humanos, el asesinato de periodistas y líderes sociales, la pobreza extrema, etc. Solo MORENA, el partido creado por López Obrador, podía mostrarse como la fuerza del cambio, al no estar mezclado en la inmensa montaña de suciedad de la vieja política.

Es cierto que, para asegurarse la entrada al gobierno, AMLO hizo algunas concesiones a los viejos poderes, y eso ha hecho que muchos se cuestionen hasta qué punto su propuesta puede ser considerada de izquierda. El tabasqueño en persona ha reconocido el apoyo a su candidatura por parte de los empresarios del norte del país. Sin embargo, hay que tener en cuenta que estas concesiones han sido necesarias para tranquilizar a una parte de la burguesía mexicana. No se trata de oportunismo: la experiencia de los procesos de izquierda en el siglo XXI muestra que no es prudente un radicalismo apresurado. Si lo que se quiere es ayudar a los más desfavorecidos, es mejor intentar no comenzar con todos los vientos en contra.

Para conocer la verdadera política de AMLO será necesario esperar a su toma de posesión en diciembre. Después de todo, la coalición Juntos Haremos Historia ganó en 31 de los 32 estados y también tendrá mayoría en el legislativo. El nuevo gobierno tendrá la fuerza suficiente para acometer profundas reformas en las instituciones y en la sociedad. Una fuerza que hace mucho tiempo no tenía ningún gobierno mexicano.

Algunos se han creado la falsa impresión de que el nuevo presidente se propone como misión principal una guerra contra los narcotraficantes. Eso no es para nada exacto si se entiende esa guerra en la forma tradicional, como una gigantesca operación policial en la que se aniquila a los carteles. El enfoque de AMLO sobre la droga no es represivo sino preventivo. Él sabe que el uso indiscriminado de las armas puede empeorar aún más la situación, por lo que se dispone a atacar el problema por sus causas, combatiendo la pobreza y la corrupción institucional.

Bajo este nuevo gobierno, es probable que se creen políticas sociales más amplias, que permitan redistribuir algo de la riqueza en ese rico país. Existe un plan muy ambicioso para generar empleos, lo cual podría ayudar a muchas familias a poner el pan sobre la mesa. Tal vez más adelante AMLO nos sorprenda con algunas medidas más radicales. Sin embargo, tampoco vale la pena esperar milagros. Seis años es muy poco tiempo para arreglar un país tan deteriorado.

De lo que sí no caben dudas es de que la victoria de AMLO en México es una excelente noticia para la izquierda latinoamericana. Todo el panorama geopolítico se va a conmocionar con la llegada de este nuevo contingente de apoyo, en un momento tan necesario. Lo cual incluye, por supuesto, las relaciones entre América Latina y el vecino del norte. En todo momento, López Obrador va a intentar mantener buenas relaciones con EUA, evitando un conflicto que puede afectar mucho a su país. Pero, tratándose de Donald Trump, eso va a salir muy bien o muy mal, y si al multimillonario se le ocurre querer humillar de nuevo a México entonces va a saber lo que es un rival a su altura. El tabasqueño va a ser un hueso duro de roer.

Por otro lado, es casi seguro que el México de López Obrador tendrá excelentes relaciones con Cuba. Si ese país mantuvo buenas relaciones con la isla bajo otros gobiernos, cómo no va a ser en condiciones de sintonía ideológica. Esta es una oportunidad que Cuba no debería perder para fomentar relaciones económicas con uno de los países de mayor PIB en el área. Las inversiones mexicanas podrían ser un elemento decisivo en el despeque de la Zona Especial de Desarrollo del Mariel.

Soñando un poco más lejos, lo que ha ocurrido en México podría ser el primer paso hacia una recomposicion del bloque de la izquierda latinoamericana. Si Lula de algún modo lograra ganar las elecciones en Brasil, entonces la izquierda podría recuperar sus posiciones estratégicas y poner a la derecha en su lugar. Un fortalecimiento del bloque también podría ayudar a resolver la crisis venezolana. La patria de Bolívar necesita hoy de verdaderos aliados, que no se dediquen solo a aplaudir sino que la ayuden a encontrar un camino para solucionar el problema de la inflación.

Es cierto que siempre existe la posibilidad de que AMLO sea derrotado o de que nos decepcione. Pero es la misma solidez de su trayectoria la que nos ayuda a despejar dudas. El tabasqueño ha sido firme como una roca durante años. Es muy improbable que ahora se convierta en un corrupto y se venda al narco. Es improbable que se baje los pantalones con los americanos. Del mismo modo, es muy difícil que México colapse financieramente bajo su gobierno: él siempre ha sido bueno con las cuentas. Se trata de un político con integridad y tiempo de carretera, dos cualidades que pocas veces van de la mano.

Con AMLO, una nueva esperanza cabalga por México. Lleva un sombrero en bandolera, dos revólveres y una cinta de balas cruzada sobre el pecho. Para los que creían que se trataba tan solo de un país servil, dominado por narcotraficantes, aquí les va una lección. México se pone en pie.

2 agosto 2018 27 comentarios
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Democracia

Una aspirina del tamaño del sol

por Yassel Padrón Kunakbaeva 24 julio 2018
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

En uno de sus textos, el poeta y luchador revolucionario salvadoreño Roque Dalton definió el comunismo con una de las formulaciones más hermosas de las que se tiene noticia: dijo que este sería una aspirina del tamaño del sol. Hoy en día, aquí en Cuba, pareciera que ya nadie se acuerda del comunismo, a pesar de que se supone que estamos en un proceso de transición hacia esa forma de sociedad. Existe una especie de acuerdo tácito sobre no hablar del tema. Sin embargo, ya va siendo hora de que nos hagamos cargo de esa utopía, sobre todo porque se supone que la búsqueda de su realización es lo que constituye la esencia de nuestro modelo de sociedad.

Vale la pena volver a hablar del comunismo, sobre todo ahora que, a la altura del siglo XXI, después de tantas victorias, errores y caídas, podemos revisitar de un modo crítico la teoría heredada. Ya estamos en condiciones de disolver algunos mitos, e incluso de hacerle acotaciones a algunas de las tesis que nos dejaron los clásicos.

Existe una especie de acuerdo tácito sobre no hablar del comunismo

Lo primero que habría que precisar es que el comunismo nunca fue planteado por Marx como un paraíso metafísico o una Nueva Jerusalén. El comunismo siempre tuvo un significado muy concreto: una asociación de productores libres, que le daría una forma consciente y racional al conjunto de las relaciones sociales. Lejos de tratarse de una utopía abstracta, en las condiciones actuales del mundo la organización racional de la sociedad constituye una necesidad.

La destrucción del medio ambiente es una realidad. El desarrollo tecnológico descontrolado ha desembocado en fenómenos como la producción de alimentos transgénicos, la creación de armas nucleares y biológicas, la realidad virtual, el mejoramiento del cuerpo humano a través de la tecnología, etc. En el horizonte amenazan con hacerse realidad los sueños-pesadilla de la inteligencia artificial, la “trascendencia” de una mente humana a un soporte digital, la prolongación casi infinita de la vida. La falta de una gobernanza racional de las relaciones entre el hombre y la tecnología, a escala mundial, puede llevar al ser humano a una catástrofe antropológica.

Son pocos los que, desde el mundo académico, proponen el comunismo como una solución a los desafíos actuales. Se habla mucho sobre una revolución contemporánea del saber, sobre la teoría de la complejidad y las epistemologías de segundo orden. Pareciera que en la sociedad del conocimiento se van a resolver todos nuestros problemas. Sin embargo, no importa cuánto varíen nuestros paradigmas epistemológicos, si no se ataca el problema de reformar las relaciones sociales no se puede llegar muy lejos. Mientras la inmensa mayoría de los hombres tengan una relación enajenada con el Leviatán de la producción social, y mantengan esa falsa conciencia que encubre a los muy reales explotadores del trabajo ajeno, no podrá hablarse de una verdadera sociedad racional.

Algunas ideas sobre la construcción del comunismo no hacen más que confundir y entorpecer el camino

El comunismo hace posible la racionalidad de las relaciones humanas porque es, ante todo, el reino de la libertad. Se supone que en ese modo de producción la voluntad de todos los individuos se encuentre realizada en el devenir social, de modo que la democracia no sea solo política sino también económica. La democracia se entiende aquí, por supuesto, no como gobierno de la mayoría sino como gobierno del pueblo. Con la democratización de las formas económicas el comunismo hace posible la abolición de las clases sociales, así como la eliminación del Estado. Resulta evidente que el tránsito hacia ese modo de producción puede y debe ser un ideal perseguido por todos los seres humanos; sin embargo, a lo largo de los años se han acumulado representaciones sobre lo que significa la construcción de ese sistema, las cuales no hacen más que confundir y entorpecer el camino.

Es ingenuo creer, como desgraciadamente todavía muchos creen, que la quintaesencia del socialismo es expropiar a los burgueses. La destrucción de las bases del poder material de la burguesía puede ser una necesidad de la lucha de clases, pero no puede ser considerada el non plus ultra de la política socialista. Por otro lado, la imagen que muchos tienen del comunismo se encuentra deformada por una mala interpretación de la famosa frase “de cada cual según su trabajo, a cada cual según sus necesidades”. Algunos han sacado de ahí la consecuencia de que la llegada al comunismo es un problema solo de la forma de distribución, lo cual no puede estar más alejado de la verdad, ya que para Marx la producción siempre es lo primero y la distribución se rige siempre por las relaciones de producción.

Lo fundamental en el modo de producción comunista es la creación de nuevas formas de organización de la producción, en las cuales la colaboración libre y fraterna entre productores sea más eficaz que el cálculo de las empresas capitalistas. Y que conste que se trata de eficacia y no de eficiencia, pues el objetivo no puede ser competir con la producción capitalista en su propio terreno. Ese fue el principal error que se cometió en el socialismo real.

Si hay algo en el pensamiento de Marx con lo que deberíamos establecer una distancia, es la tendencia a considerar el comunismo como hijo del crecimiento continuo de las fuerzas productivas. En lugar de poner el énfasis en la abundancia de objetos de consumo que nos espera al final, como si se tratara del tesoro al final del arcoíris, deberíamos recordar que lo esencial es eliminar la dominación y la explotación como componentes de las relaciones sociales de producción y, por tanto, como partes de la estructura misma de las fuerzas productivas. Es muy probable que, mirada con una óptica capitalista, una sociedad en transición al comunismo experimente un decrecimiento económico. Pero se trataría en todo caso de un decrecimiento racional. La transición solo es posible con una transformación total del sistema de necesidades. En esas circunstancias, desaparecerían toda una serie de necesidades que solo tienen sentido en el capitalismo, con lo que la sociedad, a pesar de la reducción en la cantidad neta de producción, sería más feliz.

El principal error que se cometió en el socialismo real fue competir con la producción capitalista en su propio terreno

El primer paso en la construcción del comunismo está en la creación de una nueva relación social de producción, basada en la colaboración y en la socialización de los medios de producción. Las relaciones capitalistas, todavía existentes al comienzo de la transición, deben ser suplantadas como relaciones dominantes, generadoras fundamentales tanto de poder como de sentido. Eventualmente, esas relaciones deben desaparecer. Las relaciones monetario-mercantiles, que no son un sinónimo de capitalismo, probablemente sobrevivan aún mucho tiempo más, hasta que se encuentre un sistema de distribución tan desarrollado que pueda prescindir del uso del dinero.

La sociedad cubana es, en la actualidad, una de las pocas que aun proclaman el comunismo como el ideal que luchan por construir. Sin embargo, todo parece indicar que no nos hemos detenido a pensar en qué entendemos bajo ese concepto. Esto es algo grave, porque poco a poco los ideales que deberían ser centrales se transforman en palabras vacías. Nos vamos olvidando de que las utopías son también necesarias. Cuba sola no va a alcanzar el comunismo, por supuesto, pero vale la pena soñar con esa aspirina. Vale la pena recordar cada día las utopías que le dan sentido a nuestro sufrimiento.

24 julio 2018 33 comentarios
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Ciudadanía

Los avatares de la lucha ideológica

por Yassel Padrón Kunakbaeva 21 junio 2018
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Una sociedad en transición al socialismo no es una sociedad libre de conflictos. Todo lo contrario. Durante el proceso de transición, la sociedad es escenario de una lucha ideológica continua entre los diferentes grupos y clases sociales. Cada sector, según el lugar que ocupe en el proceso material, adoptará una posición ante el proceso de transformación. Incluso puede haber grupos que se opongan pertinazmente al avance del socialismo. Solamente el proceso natural de construcción de hegemonía decidirá si la transición avanza o retrocede.

La sociedad cubana, que se encuentra en ese proceso de transición, hace ya varios años que hizo una apuesta arriesgada desde el punto de vista ideológico. Con la adopción de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, aprobados en su primera versión en el VI Congreso del PCC, Cuba apostó por aceptar una mayor presencia interna de relaciones monetario-mercantiles y una mayor interacción con el capitalismo internacional. Se inició el proceso de actualización del modelo económico, una serie de cambios que afectó a toda la estructura social del país.

Por un lado, el fomento de la inversión extranjera propició una mayor interacción entre los agentes económicos del capitalismo internacional y los actores de la economía cubana. Por otro lado, el desarrollo del turismo, que ya venía desde el período especial, favoreció la presencia en el país de una gran cantidad de personas consumiendo según los patrones del mundo capitalista desarrollado. Pero lo más novedoso fue la aparición de empresarios cubanos que, con licencia de cuentapropistas, contrataban a otros cubanos para hacerlos trabajar y beneficiarse de la plusvalía. Esto significó, de facto, la reaparición de la burguesía en Cuba.

Uno puede preguntarse: ¿Qué llevó a los comunistas cubanos a asumir estos riesgos, que incluían la restitución de la propiedad privada y del enemigo de clase? La respuesta está en que existían una serie de condiciones que exigían los cambios con urgencia. El estado cubano necesitaba, por una parte, aumentar la entrada de capitales extranjeros, indispensables para sacar al país de la crisis económica en que la había dejado el período especial. Y por otra parte, necesitaba liberarse de un sinnúmero de actividades económicas no fundamentales que sobrecargaban su presupuesto.

Pero lo más importante, es que cuando se comenzó el proceso de los Lineamientos existía la conciencia de que la Revolución era lo suficientemente fuerte como para resistir esos cambios. La manera en que se le dio inicio al proceso, llamando a la participación a todo el pueblo, es una muestra de que se esperaba llevarlo adelante bajo la égida del poder popular revolucionario. En ningún momento se pensó que la aparición de relaciones de mercado pudiese desbancar la hegemonía socialista en Cuba.

Sin embargo, el tiempo pasó, y la nueva burguesía creció y se desarrolló al calor del proceso de actualización. Su poder económico creció y- no podía ser de otro modo- pronto comenzó a buscar de un modo inconsciente formas para manifestarse ideológicamente. Surgieron una serie de medios privados, casi todos digitales, dedicados a temas de farándula, arte, actualidad, etc. Al mismo tiempo, se desarrolló una verdadera industria cultural asociada al reguetón y promotora de la banalidad, la enajenación y el consumismo. Las noches de La Habana se llenaron de bares, galerías privadas, paladares; en definitiva, de espacios en los que la nueva burguesía socializaba sus patrones de conducta. Comenzó una dinámica de recomposición de la hegemonía burguesa.

Llegado cierto punto, esos medios que servían para darle voz a la nueva burguesía empezaron a estructurar un discurso que capitalizaba simbólicamente el proceso de cambios. Estos ya no eran presentados como una estrategia de la Revolución para salir de la crisis, sino como una especie de camino natural hacia algo diferente. En su visión de las cosas el sujeto de las transformaciones no era el pueblo trabajador sino justamente la nueva burguesía. Al adoptar este discurso, que seguramente ellos mismos se creyeron, intentaron socializar un nuevo sentido común. En el fondo de su accionar latía una antigua creencia supersticiosa: si repites algo las suficientes veces, se hará realidad.

Ellos no lo decían expresamente, pero lo que sugerían con su discurso era que en Cuba estaba ocurriendo un proceso de restauración capitalista. Algunos medios, con mayores pretensiones, buscaron la forma de expresar ese espíritu de un modo que fuese reconocible como una posición política. Es así como se echó mano a la noción del “centro”: lo cual, dentro del contexto cubano, significaba no estar ni con el gobierno ni con la disidencia histórica. El centrismo fue la bandera de los más politizados heraldos de la nueva burguesía, tanto si eran conscientes de ese mandato clasista como si no.

No obstante, que la burguesía se desarrollara de esta manera no es algo sorprendente o preocupante. Esto era solo esa clase social siendo ella misma. Lo preocupante es que tuvieron cierto éxito y lograron venderle esa interpretación a una parte nada despreciable de la sociedad. Muchos jóvenes, fascinados por los fuegos artificiales de lo nuevo, comenzaron a compartir el sentido común que ellos desplegaban. Y ocurrió algo aun peor: muchos revolucionarios también aceptaron esa visión, y comenzaron a ver detrás de la actualización la sombra, para ellos horrible, de la restauración capitalista.

Cabe hacerse otra pregunta: ¿Cómo fue posible que los medios neo-burgueses tuvieran éxito para capitalizar simbólicamente los resultados de una política revolucionaria?

La única manera de explicar ese éxito es a partir de los errores en el trabajo ideológico por parte de las instituciones socialistas. En primer lugar, contaron con la ventaja de lo novedoso: traían un mensaje fresco, mientras que los medios de comunicación revolucionarios fueron ineficaces en renovar las formas de transmitir sus mensajes, dando la impresión de estar repitiendo siempre lo mismo con lo mismo. En segundo lugar, encontraron un terreno preparado de antemano para la aceptación de sus productos. La población cubana ya estaba acostumbrada a consumir en televisión nacional productos culturales de factura capitalista, promotores de valores capitalistas. Los mensajes neo-burgueses fueron fácilmente asimilados por una sociedad que, como consecuencia de la larga crisis económica, ya estaba mostrando síntomas de pérdida de valores, apatía y enajenación. En tercer lugar, contaron con un personal calificado de primera mano- diseñadores, fotógrafos, editores, etc.- al ofrecer salarios muy superiores a los que pagaba el estado.

Desde un punto de vista socioeconómico, la nueva burguesía pudo también mostrarse ante la sociedad como el sector de mayor crecimiento y movilidad social. Esto, en parte, se debió a las insuficiencias en las medidas adoptadas para enfrentar los grandes problemas del sector socialista de la economía. No lograron superarse el exceso de centralización, las barreras a la espontaneidad, la falta de productividad, la pirámide invertida, la doble moneda, etc.

Por último, la nueva burguesía comenzó a recibir apoyo internacional. No se trata solo del apoyo natural que viene en forma de inversiones de cubanos en el exterior e incluso extranjeros, sino también del apoyo interesado de quienes han querido utilizar a ese sector social como punta de lanza contra el socialismo cubano. Varios medios militantemente neo-burgueses surgieron con apoyo financiero de enemigos de la revolución cubana. El momento cúspide y símbolo de este apoyo externo fue la visita de Obama en el 2016.

Cuando se analiza el conjunto de la situación ideológica que se configuró en Cuba durante los últimos años del período de Obama, se hace evidente que la Revolución estaba perdiendo la iniciativa frente a los actores neo-burgueses. En aquel momento, el centrismo político se estaba convirtiendo cada vez más en la posición hegemónica. Solo la victoria de Trump los dejó completamente descolocados.

Como cualquiera puede recordar, en el 2017 se llevó a cabo la famosa lucha contra el centrismo, en la cual el blog La Pupila Insomne tuvo un papel protagónico. En el momento en que dicha cruzada fue llevada a cabo, se estaba haciendo necesario un enfrentamiento de los sectores revolucionarios contra esa corriente. Ya Fernando Martínez Heredia había llamado la atención sobre los intentos de resucitar bajo la categoría de “centro” un nacionalismo de derechas que solo era funcional a los intereses del imperialismo. La contraofensiva era necesaria; sin embargo, la manera en que fue llevada a cabo tuvo varios errores.

La crítica misma cayó bajo sospecha en un momento en que la Revolución más que nunca necesitaba criticarse a sí misma

Entre los defectos que tuvo la lucha contra el centrismo estuvo que se puso el mayor énfasis en denunciar los medios neo-burgueses por el tema del financiamiento desde el exterior, cuando hubiese sido mejor explicar por qué la Revolución y el Socialismo tenían razón por sobre todos ellos. No es que hubiera que perdonar los casos de verdadera traición a la soberanía nacional, pero en muchos de los casos las fuentes del financiamiento y sus razones caían más bien en la zona de lo ambiguo. Además, junto con la ofensiva se creó un ambiente refractario a la existencia misma de esos medios, un ambiente que sugería su desaparición como solución para todos los problemas. En general, se antepuso la crítica del enemigo a la autocrítica, como si nuestros errores no fuesen la causa principal del avance de la hegemonía burguesa. La crítica misma cayó bajo sospecha en un momento en que la Revolución más que nunca necesitaba criticarse a sí misma para evolucionar y sobrevivir.

Desde hace varios años, el pueblo cubano y su partido comunista expresaron la voluntad de avanzar desde un modelo de plaza cerrada hacia un modelo de plaza abierta. Se decidió avanzar hacia un modelo abierto a las influencias del exterior, en el que la hegemonía socialista debía ejercerse sobre la base de la coexistencia con mensajes divergentes. Debemos acostumbrarnos a que una sociedad más plural desde el punto de económico-social tendrá una mayor diversidad de criterios y manifestaciones ideológicas. No puede ser que, después de haber dado aquel importante paso, ahora nos asustemos ante las consecuencias y queramos regresar a un pasado imposible. Mucho menos podemos ponernos una venda en los ojos para no ver una realidad que está frente a nosotros, hacer como que en estos años no ha pasado nada.

Para ganar la lucha ideológica contra la nueva burguesía no es necesario tomar la contraproducente medida de cerrarle la boca para que no hable. Es mucho mejor dedicarnos a liberar nuestro sistema social de las taras del socialismo real. Si realmente somos socialistas y queremos que el Estado desaparezca, lo mejor es empezar de una vez por todas. Se debe tomar en serio el proceso de descentralización de la economía y la sociedad. Sería bueno que el Estado devolviera a la sociedad civil revolucionaria las cuotas de poder y los espacios de decisión que le ha enajenado, para así crear esa democracia popular de base que es el único remedio verdaderamente eficaz contra los intentos de la burguesía de restablecer su hegemonía.

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Ciudadanía

El papel de las tribunas

por Yassel Padrón Kunakbaeva 17 mayo 2018
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

No es un secreto para nadie que, a nivel mundial, la política en sí misma ha entrado en crisis. Los viejos partidos han perdido buena parte de su credibilidad, mucha gente ya no va a votar, y son cada vez menos los jóvenes que participan. La percepción general es que la política no resuelve nada, que se trata de un show propagandístico guiado por oportunistas corruptos. Las viejas ideologías pierden su brillo y se tornan incomprensibles para las nuevas generaciones de milenials. El tiempo va pasando, y las personas se van entregando a un confortable conformismo apolítico.

Por razones diferentes, aunque no tanto, también en Cuba la política se ha visto en crisis. Esto puede parecer extraño, sobre todo cuando uno recuerda que en Cuba se vive con un sistema nacido de una revolución, y que supuestamente se encuentra en “transición al socialismo”. Además, aquí durante años vivimos desayunando, almorzando y comiendo política, con inmensos discursos de Fidel y horas de pie en la Plaza de la Revolución. En esos años se forjó una larga tradición de conversaciones de política, a la orilla de la mesa de dominó, en la terraza, con los amigos o la familia. De un tiempo para acá, sin embargo, los motores de la política parecen haberse apagado. Las discusiones Barza-Madrid y las conversaciones por imo han ocupado el lugar protagónico.

Pueden detectarse varias causas para este fenómeno. En primer lugar, el pueblo cubano se encuentra hasta cierto punto saturado de política. Fueron muchos años de continuas movilizaciones que al final no culminaron con una mejora de las condiciones económicas. Pero además, se trata de un discurso político que se quedó estancado. La fábrica de símbolos de la revolución cubana tenía un nombre: Fidel Castro. Una vez que Fidel estuvo fuera de la escena, no quedó nadie que pudiese pararse en la tribuna y hacerle parir al espíritu de la revolución nuevas verdades. Esto solo se explica, además, a la luz de los errores cometidos durante años en política de cuadros, que favorecieron el surgimiento de burócratas en lugar de la formación de nuevos políticos.

En esta época que estamos viviendo, pueden observarse algunos indicios que también permiten explicar la crisis de la política en Cuba. Al parecer, nuestra dirigencia, surgida del proceso de actualización del modelo que fomentó Raúl, comparte una concepción relativamente hostil hacia la actividad política como tal. Existe una subestimación, que en parte se relaciona con una concepción economicista que ve en todo acto de masas un mero derroche de combustible. Y también existe la idea de que es más importante dedicar los esfuerzos a la administración racional de los recursos, porque la política es hablar sin resolver nada. Esta manera de pensar, no obstante, puede entenderse como algo natural en cuadros que nunca fueron preparados para la lucha política, que no son políticos.

De arriba a abajo, la sociedad cubana parece imbuida en el espíritu de la posmodernidad, para el que la política y las ideologías son cosa del pasado. Existe un gran escepticismo hacia todo lo que viene de la vida pública. Las personas se encierran masivamente en sus vidas privadas, se desentienden de lo que pasa en las altas esferas. El surgimiento de un fenómeno como lo es “el paquete” se puede entender como un catalizador cultural para la actitud escapista que empieza a predominar entre los cubanos.

La crisis de la política, sin embargo, no tiene otra consecuencia que el abandono por las personas de una de las mejores herramientas de que disponen para defenderse de los peligros y para encauzar su futuro hacia la mejoría. Lo primero que es necesario tener claro, es que la política es una esfera de lo humano hasta ahora tan necesaria e inevitable como lo pueden ser el arte o la religión. Como dijo un gran sabio, tú puedes desocuparte de la política pero la política se ocupará de ti. La indiferencia apolítica tiene como consecuencia política el avance sin problemas del atropello y la explotación.

También constituye un error querer sustituir la política por la administración, confiarse al manejo de los burócratas por desprecio al espectáculo de la lucha política. Sobre eso, vale la pena recordar la distinción que hizo Carl Schmidt de la política como actividad destinada a la diferenciación entre amigos y enemigos. Cualquier acto administrativo, que va “realmente” a resolver un problema concreto, presupone la existencia de una comunidad política. Y la comunidad política no puede darse nunca por sentada: la sociedad produce espontáneamente conflictos, conflictos que deben ser gestionados si se quiere sostener (o destruir) una comunidad política. Este es el trabajo de los políticos. El que va a gobernar debe mantener a los gobernados seguros de que él y no otro es “el bueno”.

¿De qué manera se gestiona un conflicto? O dicho en términos marxistas: ¿de qué manera se construye hegemonía? Ciertamente existen muchos métodos, pero no puede negarse que uno de los más efectivos sigue siendo el uso de la palabra ante un gran público. Ese es el papel de las tribunas, servir de palestra para que pueda efectuarse la lucha política, lucha en la que habrá por supuesto demagogos, pero donde cabe también que líderes comprometidos con sus bases puedan competir con habilidad y vencer a sus adversarios. Una tribuna puede ser física, hecha de concreto, madera o metal, pero puede ser también virtual, y puede tratarse de un blog o de un muro de Facebook.

Los cubanos somos herederos también de la cultura occidental, tenemos un legado que nos viene desde los tiempos de la antigua Roma. Nos ha llegado algo de esa tendencia romana a transformarlo todo en cosa pública, y a defender con argumentos afilados toda posición. La palabra usada al viejo modo occidental, para la construcción de juicios racionales, es una parte integrada de nuestra cultura. Difícilmente podremos desprendernos de nuestra naturaleza discutidora. No tiene mucho sentido que renunciemos a las tribunas como herramienta para la construcción de nuestra comunidad política.

La dirigencia cubana actual parece estar subestimando la necesidad de fortalecer la lucha política e ideológica. Ciertamente necesitamos buenos administradores. Pero uno de los problemas que ha tenido el proceso cubano de actualización es que la dirigencia revolucionaria no ha capitalizado políticamente los cambios, no los ha logrado transformar en un renovado entusiasmo popular hacia el proceso. Lo hizo al principio, pero la ausencia de un discurso político renovado y bien hecho hizo que se perdiera la iniciativa. La costumbre, que ya parece asentada, de leer los discursos- y no leerlos usando un teleprompter, sino al viejo estilo del papelito-, solo ha contribuido a confirmar la percepción popular de que los cuadros cubanos son unos burócratas sin carisma.

Es posible que en China o en Vietnam, con una cultura tan diferente a la nuestra, las cosas hayan sido de otra manera. Pero es una ilusión creer que en Cuba se puede sacar un proceso adelante sin hacer política revolucionaria, sin encender a las masas. Porque sin ese ingrediente la comunidad política va muriendo, y puede llegar el día en que a las masas les sea indiferente lo que ocurra en el gobierno. Entonces podrá pasar como en la Unión Soviética, el derrumbe del sistema sin que nadie haga algo por evitarlo.

Las tribunas son necesarias. Puede ser que nuestra experiencia con las tribunas abiertas de la Batalla de Ideas haya dejado mucho que desear. Pero la batalla de las ideas, en sí misma, sigue siendo imprescindible. Y esa lucha nadie estaría mejor preparado para encabezarla que los políticos revolucionarios de la Cuba futura.

17 mayo 2018 63 comentarios
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Ciudadanía

Una bandera entre los muros

por Yassel Padrón Kunakbaeva 10 mayo 2018
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Por estos días se remueve una vez más el terreno de la blogosfera cubana. Al parecer, está de moda que respetables intelectuales hagan gala de providencial miopía y se dediquen a pedir que caiga maná de los cielos. Es hora de hacerlos salir de su burbuja: no, señores intelectuales, este año tampoco hará su aparición el elefante rosa.

Los años ciertamente van pasando, y ya parecen acumularse bastantes desde que La Joven Cuba (LJC) hizo su aparición en el terreno público. En aquel momento, el blog le dio voz a una clase específica de personas: aquellos revolucionarios cubanos de izquierda que se sentían inconformes con algunas de las situaciones que enfrentaba el país, y que querían escuchar algo más que la monolítica letanía de las consignas. Pero por sobre todo, sentó el precedente de que ser revolucionario y defensor de la revolución cubana no está reñido con alzar una voz propia. Desde mi punto de vista, ese es el mayor mérito de La Joven Cuba.

Me parece que con lo que voy a decir a continuación estoy repitiendo algo obvio, pero lo voy a hacer de todas formas. Cuba es un país en permanente estado de excepción, un país en conflicto controlado con la mayor potencia que conoce la historia. Algunos podrán creer que el gobierno cubano es tan malo que se merece el conflicto -lógica mezquina, ya que el pueblo es quien pone las víctimas-, pero lo que nadie podrá borrar es que el conflicto surgió porque el establishment norteamericano nunca aceptó el supremo acto de libertad que fue la revolución de hace sesenta años.

¿Acaso alguien cree que el pueblo cubano iba a poder ser libre sin eliminar la dependencia económica que tenía con Estados Unidos? Esta es la verdad, y existe una gigantesca contradicción en que justamente quienes negaron nuestra libertad quieran proponerse hoy como sus defensores.

Muchos excelsos intelectuales hoy nos invitan a pensar a Cuba sin meter a Estados Unidos en el asunto. Pero la verdad es que ese país se mete materialmente en la vida de nuestro país, y que dejarlo fuera con un simple proceso del pensamiento sería la mayor falacia en la que se pudiera caer. Existe una cosa que se llama razón de Estado. Para Cuba, aceptar el modelo liberal de sociedad implicaría reconocer que no tiene libertad para elegir su modelo de sociedad. Sería bajar la cabeza.

Por todas esas razones, ejercer la crítica y el activismo dentro de Cuba precisa de una inmensa responsabilidad. Es muy difícil no dejarse arrastrar por los esquemas de “todo es blanco” o “todo es negro”. Para las nuevas generaciones, y para todos aquellos que se sienten jóvenes de espíritu, el reto es no renunciar al sueño de una continua renovación de la esperanza. Los inquietos jóvenes revolucionarios cubanos, indignados por lo mal hecho a su alrededor, deben alzar su propia bandera, si es que pretenden algún día ser dignos por sus propios méritos. Pero deben hacerlo sin perder la cabeza, sin olvidar que vivimos entre muros. Como es bien sabido, la vida dentro de una ciudad bajo asedio se torna difícil, y cualquiera puede caer víctima de las sospechas.

Uno puede tener sus opiniones personales sobre la calidad de los textos de La Joven Cuba, o sobre Harold Cárdenas, uno de sus editores. A todos nos han hecho ver ciertas fotos, noticias de una beca, etc. Pero La Joven Cuba, por vocación propia, representa algo más que la persona de sus editores. Me atrevería a decir que le pertenece ya también a todos aquellos que se sintieron inspirados por ella en algún momento. LJC fue el proyecto pionero en el surgimiento de una nueva ola de movimientos renovadores en la izquierda cubana. Es por ello que quien escribe estas líneas se siente orgulloso de ser un autor más de los que han pasado por ese blog.

Si de algo pudiera servir esta nueva escaramuza, es para llamarnos la atención de la necesidad, también en Cuba, de una contraofensiva de la izquierda. Los dorados días en los que íbamos de cambio en cambio, con la esperanza de sacar el país adelante, parecen haber quedado atrás. Ahora, se construyen con fuerza nuevos sentidos comunes tanto en el lado de los extremistas que pululan por las instituciones como del lado de la vieja derecha. Es por eso que hace falta reunir a las fuerzas, librarnos de todo lo que sea lastre y atacar.

A nuestros queridos intelectuales, autores de un dossier sobre LJC en Cuba Posible, no queda más remedio que decirles: no, señores, todavía no se van a unir el Mar del Sur y el Mar del Norte, ni va a nacer una serpiente del huevo de un águila.

10 mayo 2018 73 comentarios
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