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opinión política cubana
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Yassel Padrón Kunakbaeva

Yassel Padrón Kunakbaeva

Científico. Filósofo marxista. Activista revolucionario

El síndrome del color pastel

por Yassel Padrón Kunakbaeva 17 septiembre 2020
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Las polémicas sobre el realismo socialista en el siglo XX fueron tormentosas. Allá por los años sesenta, Theodor Adorno publicó un ensayo titulado Lukács y el equívoco del realismo, en el que le reprochaba al pensador húngaro que intentara justificar en términos filosóficos “la rosada «positividad» con la que el Estado social-popular condecora el arte” en los países del Este. Con eso de la “rosada positividad” se refería a algo que nosotros conocemos bien, y que parece ser una constante en los sistemas viejo-comunistas: la tendencia a que el discurso y la estética oficiales se tiñan de palabras melosas, provincianismos y colores pasteles. En fin, lo que en Cuba conocemos como ñoñería.

De esa melosidad que nos empapa tenemos múltiples ejemplos en los últimos años: desde el antológico caso de la cunita que regalaron en Birán por el Congreso de la UJC hasta los más recientes artículos en los que se le exige al pueblo, con la mano en el pecho, que no se burle de los dirigentes en las redes sociales y que sea agradecido. No podemos pasar por alto, por supuesto, el abuso que se ha hecho de los espectáculos de la Colmenita en los actos oficiales, que ha provocado que algunos ya no puedan pensar en la Revolución sin imaginarse la voz afectada de los cantos infantiles. Empalagosas son también tantas páginas del Granma, en las que se nos invita a conmovernos por el sobrecumplimiento de los planes, mientras que se hace alguna que otra crítica contenida, humilde, y acompañada de las alabanzas de rigor.

La ñoñería parece una constante en la simbología revolucionaria.

Puede parecer extraño que hayamos comenzado hablando de realismo socialista y pasáramos al tema de la ñoñería. El gesto de acero del soldado rojo no parece avenirse muy bien con las palabras azucaradas. Sin embargo, se trata de diferentes momentos de un mismo complejo cultural: ya en el encartonamiento ideológico del realismo socialista, en su apologética irrestricta que pretende sustituir a la realidad, se anuncia esa tendencia a la edulcoración, así como a un populismo estético tan burdo que termina siendo una exaltación de lo pacotillero. A la larga, la política cultural de los países del socialismo real se demostró como el demiurgo perfecto para hacer surgir por olas la estética de lo kitsch, de lo provinciano, de lo ridículamente moralista. Un problema del cual no escapó Cuba, y al cual Héctor Zumbado le dedicó excelentes páginas en su libro Kitsch, kitsch, bang, bang.

Sería injusto decir que no se ha hecho buen arte en los países socialistas; no obstante, habría que acotar que esta se ha tenido que hacer a contracorriente, en resistencia a la tendencia inmanente de la política cultural de privilegiar lo propagandístico-moralizador. No se trata de que el mejor arte fuera el que se hiciera desde la oposición al sistema: hacer arte de calidad, desde el compromiso con los ideales comunistas pero con calidad, también ha sido un acto de resistencia.

El problema que estamos tratando aquí es estético en su definición más amplia, y como tal sobrepasa a lo artístico. Tiene que ver con la manera en que todo sistema político, o mejor, todo bloque histórico, condiciona la reproducción de una determinada estética. Esta puede encontrarse en el arte, en la manera de vestirse de las personas y en la elección de las palabras. Sobre todo, se la puede encontrar en el discurso del poder.

La función del poder es actualizar los mitos sobre los que se funda una comunidad política.

En los países real-socialistas, y la Cuba actual es un excelente ejemplo de ello, se terminó imponiendo una estética de la edulcoración y del humanitarismo abstracto. Eso no es una casualidad. La causa está en el hecho de que se pretendió sustituir los mecanismos ideológicos de la sociedad capitalista recurriendo para ello a una nueva ideología, en el peor significado de la palabra. La nueva visión del mundo que se intentó difundir no fue el dispositivo adecuado para que la naciente sociedad revolucionaria avanzara por un camino emancipatorio, sino que fue ideológica en el nefasto sentido de hipostasiar la falsa imagen de una sociedad sin contradicciones.

Cuando se proscriben los bordes afilados y se trata de imponer esa deformada imagen de una sociedad en la que todos están siempre de acuerdo, la consecuencia lógica es que el discurso oficial acabe adoptando los ridículos tonos de un Happy Ending hollywoodense.

Se esperaba que la sociedad socialista generara sus propios paradigmas pero, en demasiados casos, quedó atrapada en arquetipos del pasado. Es cierto que el ideal comunista se trata, a largo plazo, de alcanzar una comunidad reconciliada, sin clases sociales y sin contradicciones antagónicas. Pero ese solo puede ser un objetivo a muy largo plazo. Al querer postular la existencia actual de una sociedad sin contradicciones, los poderes socialistas han recurrido al arquetipo tan antiguo como el mundo de la Gran Familia (¿cómo puede haber contradicciones si todos nos queremos como hermanos?). Y puesto que la familia tal y como la conocemos hasta hoy es patriarcal, a nadie puede sorprender que los Estados socialistas hayan sido tan paternalistas, y que por ese camino hayan terminado en la infantilización simbólica del pueblo, como conjunto de niños a los que el Padre debe colocarles la comida en la boca.

La prensa oficial a menudo nos habla como si fuéramos niños.

Nos tratan como hijos amadísimos que le debemos gratitud al Papá Estado. Por eso el tono meloso y dulzón de su prosa. Es ñoña la prensa incluso cuando nos muestra su reverso, el estilo bravucón con que algunos ideólogos le recriminan al pueblo su falta de disciplina. ¿Qué cosa es eso de protestar por unos adocretos en el parque de G? ¿Cómo se atreven a burlarse porque el Presidente dijo que la limonada era la base de todo? Sí, al parecer son muchos los que creen que es hora ya de disolver a este pueblo y elegir otro.

Está claro que la estética del pastel de cumpleaños es la del Estado o, para ser más exactos, la de la burocracia como clase que se aprovecha de su posición social privilegiada. La estética de la Revolución, que ha sobrevivido a duras penas a la avalancha de moralina azucarada, hay que buscarla en la Nueva Trova, en la guitarra desafiante de Silvio contra la infinitud del silencio. Si nos acercamos en el tiempo, habría que ir a encontrarla en gente como Ray Fernández, cuando convida al taíno a que luche su yuca. Esta es la estética de la herejía radical, la que no es lo suficientemente miedosa como para tratar de embutirle a las personas falsas ilusiones.

Por el momento, parece que tendremos todavía que sufrir por un tiempo las melosidades de nuestra oficialidad. Lo bueno es que ahora, al menos, podemos hacer visible el horror que nos causa.

17 septiembre 2020 21 comentarios 34 vistas
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La jerga antitotalitaria

por Yassel Padrón Kunakbaeva 4 septiembre 2020
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

El concepto de totalitarismo ha llegado a ocupar un papel central en la reflexión teórica de las ciencias políticas. Sin embargo, se trata al mismo tiempo de un término cuyo sentido se desfigura de manera habitual en los usos ideológicos y propagandísticos que se hacen de él. Existe toda una jerga sobre el totalitarismo que se ha convertido en una especie de sentido común anticomunista, de la cual se puede rastrear su genealogía como una supervivencia de la Guerra Fría. Por la pregnancia que ha alcanzado esta jerga, y la cantidad de discursos que contamina, se hace necesaria una discusión sobre el concepto de totalitarismo, enfocada principalmente en criticar el uso ideológico que se hace de él, aunque sin dejar de notar que ya en la forma que le dio Hannah Arendt, este era susceptible de tal manipulación.

Arendt fue una filósofa, alemana y judía, formada en la Europa de entreguerras, por lo que se entiende que tuviera razones para criticar los regímenes que asolaron ese continente durante la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, su libro Los orígenes del totalitarismo, al poner en un mismo plano al fascismo y al estalinismo como dos manifestaciones del mismo fenómeno, sirvió para darle un viso de fundamento teórico a la propaganda norteamericana de la Guerra Fría. De ese modo, y a pesar de estar ella bien lejos de ser una defensora a ultranza del capitalismo, le hizo un gran favor a la maquinaria de guerra cultural del bloque occidental capitalista.

Para entender su trayectoria intelectual, es necesario conocer esa trágica historia de tantos intelectuales de izquierda en el siglo XX, que por muchos motivos pasaron a defender la tesis de que el poder norteamericano era la opción más progresista en la alternativa que planteaba la Guerra Fría. Hubo sinceras decepciones ante los horrores del estalinismo, hubo también penosas traiciones, pero lo cierto es que muchos terminaron sirviendo de un modo directo o indirecto a las campañas propagandísticas que organizaba la CIA. La obra de Arendt corrió ese destino de ser materia prima para la propaganda, razón por la cual, además, son olvidados muchos de los matices de su libro, quedando en la jerga anticomunista solo un conjunto de tesis simplificadas.

Pero, ¿qué se entiende por totalitarismo? Para los que no están familiarizados con el término, vale la pena hacer una pequeña introducción. Un sistema político totalitario, según han planteado diversos autores, entre ellos Arendt, se supone que cumpla con los siguientes parámetros: 1) estar constituido y apoyado por un movimiento de masas, 2) contar con una ideología difusa, que proponga una idea de perfección humana que debe ser alcanzada, 3) tener al frente un líder supremo, máximo intérprete de la ideología, el cual debe tener en sus manos un poder total sobre todos los aspectos de la sociedad, 4) el uso sistemático del terror, ya sea a través de la actividad de la policía política o de otras instituciones; se considera que el terror debe ser usado de manera sistemática, arbitraria y aleatoria sobre grandes sectores de la población, 5) el papel central de la propaganda, basado en primer lugar en un virtual monopolio sobre los medios masivos de comunicación, 6) progresiva identificación institucional entre el partido totalitario y el aparato del Estado, incluyendo la construcción de una institucionalidad paralela que va sustituyendo a las estructuras supervivientes de la sociedad anterior, 7)  todo esto se considera dirigido a un objetivo fundamental, hacer que para los sujetos se haga indiferenciable la realidad de la ficción que el partido totalitario intenta recrear, 8) la definición de un enemigo objetivo, un sector de la sociedad que por su sola existencia debe ser reprimido o exterminado, 9) expansionismo militar, 10) control centralizado de la economía, sea directo o indirecto, lo cual redunda en una primacía del colectivismo por sobre la autonomía del individuo, 11) la experiencia fundamental de los individuos es la de un aislamiento, soledad e impotencia, lo cual los arrastra a la definitiva destrucción de todo pensamiento, 12) se considera que la dinámica de los campos de concentración se adueña de toda la sociedad, una dinámica que escapa a la comprensión de la racionalidad común, pues se trata de la presencia de un mal radical, y 13) como resumen de todo lo anterior, se considera que el totalitarismo es un sistema político asociado al uso de las técnicas de la sociedad industrial moderna para la dominación.

Ciertamente, sería absurdo negar que ha habido sociedades que han cumplido parcial o totalmente con esta definición. De lo que se trata es de mostrar que el uso habitual que se hace de este concepto implica plantear la cuestión del análisis de la sociedad desde unas premisas insuficientes, razón por la cual lleva casi siempre a conclusiones sesgadas. Con un uso creativo y riguroso del concepto, no se descarta la posibilidad de construir una crítica antitotalitaria que sea consecuente con la realidad; sin embargo, aquí la atención estará dirigida a analizar la jerga antitotalitaria realmente existente, esa que se socializa como una plataforma discursiva hostil a cualquier alternativa socialista o comunista.

Lo que prima en la jerga antitotalitaria es la superficialidad.

El concepto de totalitarismo intenta referirse a un sistema político; sin embargo, se le usa de un modo esencializante, como si a partir de él se pudiera definir la esencia de una sociedad y todas sus características. No obstante, para conocer realmente una sociedad es necesario, o al menos eso es lo que enseña la teoría marxista, tener en cuenta las relaciones económicas, así como la posición que ocupan las diferentes clases sociales unas frente a las otras, y las dinámicas culturales que a partir de ahí se determinan.

Cuando no se tienen en cuenta todos esos factores, y se quiere despachar en un mismo saco de “sistemas totalitarios” lo mismo al fascismo que al estalinismo o a una teocracia, el concepto se está reduciendo a la función de una etiqueta sumamente abstracta. Deja de ser una categoría explicativa, para pasar a ser cuanto más descriptiva. Es algo así como lo que pasa con el concepto de “animal con cuernos”; ciertamente, hay muchos animales con cuernos, pero el concepto no sirve para para diferenciar un mamífero de un reptil. El imaginario más difundido alrededor de la palabra “totalitario” expresa solo eso: un estereotipo caricaturesco de sociedad disciplinaria, con alambradas y reflectores, completamente ineficaz para entender sistemas sociales complejos.

Lo segundo, es que se trata de un concepto que ha sido instrumentalizado muy cómodamente por la propaganda ideológica del liberalismo. El discurso sobre el totalitarismo se ha convertido en uno de esos que lleva trampa en su interior, de tal modo que usarlo implica ponerse determinados anteojos. Una vez que lo incorporas de modo acrítico, te lleva a reconstruir tus coordenadas mentales de tal modo que no puedes dejar de ver la democracia liberal como la única alternativa ética y política posible, y a todo el que se le oponga como potencialmente totalitario.

No en vano Zizek, en su artículo ¿Alguien dijo totalitarismo?, ha afirmado que “en el momento que uno acepta la noción de totalitarismo, uno está firmemente colocado en el horizonte democrático-liberal”. Y también que: “La noción de totalitarismo, lejos de ser un concepto teórico efectivo, es una especie de barrera, lejos de permitirnos pensar, nos fuerza a adquirir una nueva perspectiva dentro de la realidad social que describe, nos releva del deber de pensar, o incluso nos previene activamente de pensar”.

El filósofo esloveno va más allá, y describe la popularidad tanto de Hannah Arendt como del concepto de totalitarismo como la más clara señal de la derrota teórica de la izquierda. Esto es porque dicho concepto, convertido en artilugio ideológico, ha sido eficiente en la tarea de bloquear la capacidad para pensar alternativas a la sociedad capitalista global. Y de paso, ha servido como ariete contra las supervivencias que quedan en el mundo de lucha anticapitalista o antimperialista.

Es muy interesante que una de las cosas que se le achaquen a los sistemas totalitarios sea tener el objetivo de crear una ficción sobre la realidad, y llevar a los sujetos a un punto en que sean incapaces de distinguir la realidad de la ficción (punto 7). En este punto de la argumentación, se hecha a ver una de las bases más profundas de la teoría del totalitarismo: su carácter conservador. Los que así argumentan sobre la diferencia entre ficción totalitaria y realidad, olvidan que no existe ninguna realidad pura a la que los seres humanos tengamos acceso. Todo lo que conocemos está mediado por la cultura, esa “segunda naturaleza” que hemos proyectado sobre el mundo que nos rodea.

Si le damos vueltas a esta idea de la ficción totalitaria, tendríamos que ponernos a pensar que también los hombres y mujeres que fueron testigos del ascenso del cristianismo en la Antigüedad, sin compartirlo, pudieron haber pensado que les estaban tratando de imponer una gran ficción. Sin embargo, algunos siglos después, las verdades del cristianismo eran la Verdad. Lo mismo vale para la época moderna: los defensores del Antiguo Régimen podían haber visto la acción de los revolucionarios franceses como el intento de imponer una gran ficción, lo cual no habría evitado que cien años después las ideas de la Ilustración se hubieran convertido en verdad aceptada en gran parte del mundo.

Lo cierto es que todo intento de cambiar de manera radical la sociedad humana ha estado acompañado de la difusión de una nueva manera de ver el mundo, o sea, de una nueva ideología. Para lo cual hay una muy buena razón: el mundo es en gran medida lo que pensamos que es. Ver este intento como la imposición de una ficción será siempre la reacción natural de los conservadores, es decir, de los que estén anclados en la vieja ideología.

Cuando uno analiza los puntos 1, 2, 3 y 5, se da cuenta que las sociedades que han sido tildadas de totalitarias se han caracterizado por una intensa movilización popular. Esa constelación de la ideología, el líder, las masas y la propaganda, nos habla de momentos históricos en los cuáles ha habido un intenso proceso de pedagogía social. De momentos en los que se ha querido insuflar a grandes masas de la población una nueva cosmovisión. Se trata de una manera de conformar el sistema político que ha encontrado su justificación, en el socialismo real, en la necesidad de llevar a cabo esa transformación cultural que acompaña toda revolución social.

Por supuesto, se puede estar en desacuerdo con este paralelo que se ha trazado entre el esfuerzo pedagógico de la Ilustración y el del socialismo real. Sobre todo, se le echará en cara a este último su aspecto de sociedad disciplinaria, en la que una ideología simplista es repetida una y otra vez por los altavoces. Se ha instalado la imagen de la sociedad realsocialista como un gigantesco experimento pavloviano sin ningún objetivo trascendente. Pero el paralelo no es para nada descabellado: del mismo modo en que la imprenta fue el vehículo técnico para la difusión de las nuevas ideas durante la modernidad, en el siglo XX se intentó utilizar la propaganda de los medios de difusión masiva, y las nuevas técnicas de control de la población, para llevar a cabo la tarea de la transformación cultural.

Alguien podría objetar aquí, que la intención de llevar a cabo una pedagogía social intensiva hermana tanto al fascismo como al socialismo real, y que todo lo nuevo que quiere ser impuesto en una sociedad no debe ser considerado como positivo. Esto es cierto, lo nuevo no se puede considerar progresista por la mera novedad. La diferencia entre las intenciones pedagógicas del socialismo y el fascismo están, no obstante, en que el primero parte de un diagnóstico a grandes rasgos correcto de los problemas de la sociedad capitalista, lo que le permite vislumbrar el camino de salida hacia una sociedad superior, mientras que el segundo construye su ideología a partir de pulsiones de la psicología de masas, mayoritariamente reaccionarias, por lo que no puede conducir a otra cosa que a una explosión de barbarie.

Llegados a este punto, se hace evidente que en la lucha contra sus enemigos “totalitarios” el liberalismo aprovecha las ventajas de su modelo de sociedad con una esfera pública y una comunicación descentralizadas. La sociedad liberal clásica parece un oasis de tolerancia y espacio para el individuo, frente a la sensación de ahogo que provocan los modelos de sociedad que se conocieron en Europa del Este. Sin embargo, la trampa está en que el liberalismo no solo critica y denuncia las formas que ha tomado la pedagogía social en los socialismos reales, sino que cuestiona la legitimidad misma de todo proceso consciente de pedagogía social intensiva.

La jerga antitotalitaria se convierte en una forma de descalificar cualquier alternativa anticapitalista.

¿A qué se debe esta paradoja de que sociedades que se proponían construir un futuro superior al capitalismo hayan terminado generando modelos en los que el individuo se sentía aplastado, más de lo que lo podía estar en las sociedades liberales capitalistas? Bueno, a veces el viejo vagón en el que hemos estado mucho tiempo, a pesar de que sabemos que el tren se dirige hacia el abismo, nos resulta más cómodo que el salto hacia afuera, sobre todo si nos lanzamos de la forma más chapucera posible.

La sociedad liberal no necesita pasar por un fuerte proceso consciente de ideologización intensiva, puesto que no se propone la transformación social. Su paradigma de funcionamiento de la sociedad no tiene que ser alcanzado, puesto que este es el capitalismo, el cual es una realidad ya desarrollada. Del mismo modo, no necesita de la construcción de una nueva clase de ser humano, puesto que su materia prima, el hombre burgués, ya se encuentra bastante difundido. De ahí su ventaja frente a los socialismos reales.

En esta clase de sociedades, dada la existencia de una economía capitalista desarrollada, las clases dominantes pueden darse el lujo de pasar sin la necesidad de una ideología oficial explícita para poder garantizar la reproducción de su hegemonía. La misma red de intereses entrelazados que genera el sistema económico es uno de los pilares en los que se sostiene el sistema. Pero además, al tratarse de economías mercantiles, el fetichismo de la forma mercancía genera una forma de ideología descentralizada mucho más efectiva que la propaganda del Estado.

Por todo esto se entiende que la jerga antitotalitaria, ya devenida apología de la sociedad burguesa, considere como una aberración la aspiración de construir una nueva clase de ser humano (punto 2). Ello implicaría la destrucción del actual modelo hegemónico de subjetividad y, por supuesto, del capitalismo mismo. Es muy sintomático que esta jerga derrame sus lágrimas por la destrucción de viejas formas de sociabilidad típicas de la vida burguesa o pequeño burguesa, a las cuales piensa que verá sustituidas por el aislamiento y la pérdida de toda voz auténtica. Sin embargo, en ningún momento se recuerda que esas formas de sociabilidad han sido un privilegio negado a los excluidos y oprimidos del capitalismo, a los que nunca aprendieron a leer y escribir, aquellos para los que la clase media es una barrera infranqueable.

Entonces, se puede decir que la jerga antitotalitaria se trata de una forma de capitalizar los defectos de las sociedades de transición socialista del siglo XX en favor de un conservadurismo liberal. Pero cuando se mira de cerca esos defectos, se ve que el problema no estuvo en los objetivos propuestos, sino en los medios utilizados, y en lo lejos que se estuvo de avanzar realmente en la dirección socialista. Al no construirse una economía de nuevo tipo, que pudiera implicar de un modo real a ciudadanos en la construcción de la sociedad, el socialismo real se estancó en su primer momento ideológico-propagandístico. Al no cumplirse la promesa socialista de autogobierno de la sociedad, la única herramienta que quedaba para sostener la hegemonía del nuevo poder era la promesa misma, repetida una y otra vez por los altavoces, fetichizada como un discurso metafísico del Estado.

¿Por qué no se construyó la economía socialista? Es tiempo de decirlo con claridad: se trata de algo extremadamente difícil. La razón está en que no se conocen modos de organización de la producción que sean orgánicos a las clases tradicionalmente explotadas, que les permitan a estas dirigirse a sí mismas. Todas las formas que se conocen para organizar el proceso de trabajo implican la separación de la función dirigente, y adoptarlas implica continuar dentro del horizonte de las sociedades divididas en clases. Desgraciadamente, esas formas eran las que se conocían y fueron las que se adoptaron en los experimentos socialistas.

Cuando se analizan aquellas características que se le achacan a la sociedad totalitaria, el Partido, la ideología, los manuales, la propaganda, el control de la población, los monopolios, se ve que ninguna es original de estas, sino que fueron herramientas mimetizadas de la sociedad capitalista anterior. Incluso el líder forma parte de la instrumentalización de una forma cultural tradicional, el caudillismo, en función del objetivo de pedagogía social intensiva. Entonces, si algo se le puede achacar a las sociedades realsocialistas, es haber sido poco radicales técnica, filosófica y éticamente, en su pretensión de construir un mundo nuevo.

Una crítica antitotalitaria consecuente, no propagandística, debería comenzar por emplazar al capitalismo como la matriz de las técnicas y los modelos de racionalidad que han hecho posibles los totalitarismos políticos. Además, requeriría valorar la sociedad liberal clásica no como un paradigma  definitivo, sino como uno de los modos de dominación política de la clase burguesa. Implicaría señalar que por ser espacio para el desarrollo de las relaciones capitalistas, esta ha generado condiciones sociales que han hecho cada vez más restringido el ejercicio de las libertades liberales, condiciones que hacen posible también, en cualquier momento, la deriva hacia un sistema político totalitario.

¿Un poder total?

El poder no es una sustancia, decía Foucault. No es algo que se tiene en la mano. El poder siempre tiene una dimensión microfísica, donde a cada acción le corresponde una reacción. Entonces, ni siquiera la peor de las tiranías tiene un poder absoluto. Ni siquiera Stalin podía hacer cualquier cosa. Todo Estado tiene un marco de posibilidades, una forma de ejercer el poder hasta donde es coherente con la reproducción de la hegemonía.

Por supuesto, todos los Estados no tienen las mismas premisas en lo que se refiere a modos de distribuir la coerción, los consensos y los consentimientos. Algunas premisas son más coherentes con la dignidad humana que otras. Es por eso que algunos sistemas políticos merecen ser más condenados que otros. La forma de Estado que se construyó en la URSS, bajo el mando de Stalin, es una de esas que se merecen ser condenadas.

¿Un mal radical?

La posibilidad del terror estuvo siempre presente en la URSS, desde el momento en que se formó una nueva clase social que dirigía a las masas trabajadoras aplicando una racionalidad instrumental. En general, la onda larga de las tragedias históricas tocaba fuerte a las puertas de la naciente sociedad soviética. Entre esos avatares estuvieron también los permanentes ataques de las potencias imperialistas, que actuaron como una cadena más para amarrarla a la prehistoria humana. Allí se cumplió a cabalidad lo que Adorno y Horkheimer plantearon como una de las leyes secretas de la modernidad: que la apoteosis de la racionalidad instrumental coincide con el paso a la irracionalidad.

La jerga antitotalitaria, no obstante, quiere construir sobre ese fondo una dicotomía absoluta: la sociedad liberal como paraíso de lo auténticamente humano, frente al estado de excepción permanente de la sociedad totalitaria. Pero a través de esta operación alquímica se pretende glorificar, junto a las libertades individuales liberales, al capitalismo, y al imperialismo norteamericano con todas sus dictaduras aliadas, gobiernos títeres, empresas corruptas y vulgares sicarios. Se le da la vuelta a la rueda, y se cantan alabanzas a los mismos caminos civilizatorios que llevaron a los autos de fe de la Inquisición, a las purgas estalinistas y a los vejámenes de Abu Ghraib. Se olvida en qué consiste realmente el estado de excepción.

Esta es otra forma de volver a matar a las víctimas de los Gulags, de entregarlas a ese peligro del que hablaba Walter Benjamin, el de “prestarse a ser instrumento de la clase dominante”. Al final, es como él decía, “tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza”.

4 septiembre 2020 31 comentarios 195 vistas
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Sin esperar orientaciones

por Yassel Padrón Kunakbaeva 21 agosto 2020
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Para los que vivimos en Cuba, es fácil desilusionarnos de las posibilidades de cualquier actividad cívica. En lo que se refiere a mi generación, los nacidos entre finales de los ochenta y principios de los noventa, la mayoría no quiere escuchar hablar de política y menos intentar participar en la vida pública. Esto es consecuencia directa de tantos años de una política oficial encartonada y rígida, décadas en las que se ha exigido de nosotros únicamente resistencia y cumplimiento de las orientaciones. No obstante, desde hace muchos años han aparecido alternativas a esa rutina gris, que han servido para que muchos recuperemos o aprendamos el gusto por la participación, entre las cuales se encuentran el activismo y el periodismo no institucionales.

Sí, fue necesario buscar un camino fuera de las instituciones establecidas. La vieja organización estudiantil, o la UJC, resultaron incapaces de ofrecer un camino atractivo y fecundo para los que tuvieran inquietudes cívicas, incluso en el caso de los que nos acercamos a ellas sin prejuicios y con convicción. De reunión en reunión, entre acta y acta, mientras los más pedestres problemas se quedaban sin resolver, todos fuimos aprendiendo que allí no había nada que hacer. Además, nos quedó la experiencia de lo que significa una organización internamente enferma, falta de vida, aplastada bajo su propio peso.

Muchas de las instituciones de la Revolución surgieron del maremágnum de hace sesenta años, y es evidente que en aquel momento estuvieron llenas de vida. Pero como dije en mi artículo Movimientos tectónicos, ocurrió una especie de congelamiento en el cual la lava acabó convertida en piedra. Toda la vida de una institución u organización, le viene de su nacimiento en el horno de la sociedad civil que se auto-organiza. En ese sentido, es el pueblo en su multitud de individualidades, el soberano, la única fuerza instituyente.

Al convertirse las viejas organizaciones más en un obstáculo que en una vía para el ejercicio de la actividad cívica, se hizo necesario el surgimiento de nuevas formas de auto-organización de la sociedad civil. El comienzo de este proceso puede rastrearse hasta finales de los años ochenta con el proyecto Paideia, o quizás más allá. Sin embargo, sería a partir de los años noventa cuando habría una explosión de proyectos comunitarios en todo el país, cuando comenzarían a desarrollarse nuevas formas de activismo antirracista, feminista, ecologista, etc. Muchas veces estos proyectos actuaban en espacios muy reducidos sin que pudieran ser conocidos, en una sociedad donde no existía aún Internet y donde los medios oficiales no les daban cobertura.

Este proceso continuaría en el nuevo siglo. Algunos proyectos tenían una perspectiva comunitaria, centrada en el barrio, otros tenían un objetivo más intelectual, de análisis teórico de la realidad cubana. En este sentido, no puede dejar de mencionarse la experiencia de Observatorio Crítico, con sus aciertos y desaciertos. También debe ser recordado el papel de Espacio Laical, una revista de la Iglesia Católica, en la difusión del pensamiento de una parte importante de la intelectualidad cubana.

Mi generación llega con los Lineamientos, Internet y la normalización con EE.UU.

Muchos de los viejos proyectos surgidos en décadas anteriores ya han desaparecido o se han debilitado, mientras que muchos nuevos han surgido. Se han consolidado experiencias de activismo, en los campos del feminismo, el antirracismo, la lucha por los derechos de la comunidad LGTBIQ, el ecologismo, etc. También ha aparecido una blogosfera, y en general una nueva hornada de medios de comunicación digitales no institucionales, como El Toque, OnCuba, Periodismo de Barrio y La Joven Cuba, entre otros. El periodismo fuera de las instituciones oficiales se convierte en la vía para que una nueva generación, ávida de decir muchas cosas y a su manera, pueda expresarse.

Las relaciones entre este mundo del activismo y las instituciones nunca fueron sencillas. Hubo proyectos que, por diversas razones, entre ellas haber hecho alguna clase de cuestionamiento político, fueron atacados desde la oficialidad y forzados a desaparecer. Otros fueron deliberadamente invisibilizados. Pero también ha habido experiencias de articulación efectiva, casos en los cuales las instituciones se han convertido en facilitadoras para llevar adelante esas causas, y donde muchos activistas han podido realizar su actividad bajo su manto. Estoy pensando por ejemplo en el Centro Martin Luther King, el Instituto de Filosofía o el CENESEX, que han realizado un trabajo valioso.

Siempre ha habido disposición, sobre todo entre los activistas que se ven a sí mismos en el campo de la izquierda y aún perseveran en creer que el sistema cubano es en alguna medida coherente con el proyecto socialista, para buscar articulaciones con las instituciones del Estado. Pero esto no quiere decir que esa articulación sea el único camino válido y efectivo para el activismo. Vamos a tener las cosas claras: el elemento activo en todo este escenario ha sido el impulso de los activistas que han decidido llevar adelante sus causas con o sin el Estado. El caso de las instituciones que han sido vías efectivas para el avance de esas causas ha sido siempre un caso excepcional. En su mayoría, las instituciones solo han estado para poner trabas, obstáculos, o para cooptar los activismos y llevarlos a un punto en el que se pierda su filo crítico y se burocraticen.

Al día de hoy, la lava volcánica del impulso popular en la lucha por darle solución a los problemas de nuestra sociedad, late en el activismo y el periodismo que se hace desde fuera de las instituciones. En aquello que se hace porque sí, porque le nace de adentro a las personas, porque les quema el interior. En la medida en que algunas instituciones han logrado canalizar esa fuerza y reverdecerse, maravilloso. Pero pretender a estas alturas que es la vinculación con el Estado lo que da la llave para diferenciar una lucha auténtica de lo que es una “histeria irresponsable destinada a la manipulación”, es hacer gala de un vulgar espíritu carcelario.

Esa exigencia de pureza, de estar anotado en la nómina, solo cabe en la cabeza de los que se sienten cómodos con la rutina de cuartel y quieren que todos nos jodamos junto con ellos.

Por supuesto que en una transición socialista puesta sobre sus pies, las instituciones deberían convertirse en nada más que la sociedad civil organizada. Ese es el punto de vista socialista, por oposición al liberal. El problema es que hoy, desde la oficialidad, se comparte el punto de vista liberal de ver la sociedad civil como algo ajeno. Para comenzar a salir de la situación a la que hemos llegado, habría que empezar por sacar adelante una nueva Ley de Asociaciones que permita que se ponga de manifiesto la verdadera estructura de la sociedad civil, una Ley de Prensa que le otorgue un espacio de legitimidad a los medios no institucionales que estén dispuestos a cumplir con la legalidad, y hace falta un trabajo político creativo que provoque un realineamiento de la sociedad civil con el proyecto socialista.

Es cierto que los proyectos surgidos fuera de la institucionalidad se han visto sometidos a otro peligro, el de ser cooptados por intereses extranjeros a través del financiamiento, muchas veces con dinero destinado por EEUU para el cambio de régimen en Cuba. Por lo general, este proceso termina teniendo un efecto similar a cuando son cooptados desde el Estado: caen en una propaganda vacía y se pierde tanto su filo crítico como su compromiso por la comunidad. Pero de este lamentable proceso no se puede sacar la conclusión de que la sociedad civil es un arma en manos del enemigo, como parece que piensan algunos teóricos de las guerras culturales.

La sociedad civil es el lugar de donde nace todo socialismo auténtico.

Dentro de este mundo fuera de las instituciones, que como decía más arriba, es donde late con más fuerza la lucha por la solución de nuestros problemas como sociedad, hay algunos proyectos de activismo o periodismo que han aceptado financiamientos de la NED o la USAID. Eso es, en muchos casos, una derrota para la Revolución. Cuando EEUU construye un fantoche de organización opositora en Cuba, sin vínculos reales con la sociedad, eso no tiene mayor trascendencia. Pero cuando se trata de un grupo de jóvenes formados por la Revolución, que deberían compartir sus valores, y que tienen raíces dentro de la sociedad y una audiencia, se trata de una auténtica derrota en primer lugar de los que no crearon las condiciones para atraer y comprometer a esos jóvenes con el campo revolucionario.

Sin embargo, la sociedad civil no se reduce a esos grupos que han aceptado un financiamiento norteamericano, ni se la puede concebir como un arma en manos del enemigo. Tampoco se le puede exigir a la sociedad civil una disciplina partidista cuando, al revés, es el Estado el que no debería ser otra cosa que la sociedad civil organizada. Para los que sienten placer en cortar alas, debería llegar este claro mensaje: los tiempos están cambiando, y cada vez serán menos los que se sentarán a esperar que les den las orientaciones.

21 agosto 2020 64 comentarios 23 vistas
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Fidel y el problema de la subjetividad

por Yassel Padrón Kunakbaeva 13 agosto 2020
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

«Ave César, los que van a morir te saludan». Los altavoces multiplicaban la voz de Fidel por las calles de la ciudad. Era una marcha del pueblo combatiente, y mi generación, la de los nacidos en los noventa, marchaba junto al resto de las generaciones de cubanos. Levantábamos nuestras banderitas cubanas y repetíamos las consignas. Para nosotros, esa marcha, al igual que la Batalla de Ideas, era una forma de mojarnos un poco con la épica revolucionaria que no habíamos vivido. En marchas como esa aprendimos quien era Fidel Castro.

Tiempo después, cuando estudié filosofía, y aprendí de un modo marxista el significado de la categoría sujeto, llegué a una conclusión inmediata: en Cuba el sujeto era Fidel. Dentro del pueblo cubano, solo él era el vórtice a partir del cual se producía la realidad. A pesar del paso de los años, de las décadas, Fidel seguía siendo una voluntad indetenible. El hecho de que durante tantas décadas solo él haya sido el sujeto tiene, sin embargo, profundas implicaciones. ¿Cómo nos afectó a nosotros, los cubanos? ¿Fue algo positivo o negativo?

En Cuba el sujeto era Fidel.

La existencia y la trascendencia del fenómeno Fidel Castro no se pueden explicar a partir del neo-espinocismo estructuralista, que solo conoce a los sujetos en cuanto sujetos sujetados. Ninguna estructura fue capaz de sujetar a Fidel; por el contrario, las estructuras se quebraban ante su paso. Para acercarse teóricamente a su figura puede ser mucho más útil la teoría de Ernst Bloch sobre las utopías. Según el filósofo alemán, hay subjetividad siempre allí donde hay utopía, donde hay proyecto, donde hay prefiguración de un futuro mejor. No es necesario decir que el Comandante entra perfectamente en esta definición: él siempre estaba con la mirada puesta hacia delante, hablando cosas que nosotros no podíamos concebir, rozando el delirio y la profecía.

La mayor polémica que ha habido hacia el interior del socialismo cubano ha sido la de la alternativa entre voluntarismo y objetivismo. Ese fue el centro de la disputa entre el Che Guevara y Carlos Rafael Rodríguez en los sesenta. ¿Cómo se saca hacia adelante la economía de un país, a base de fuerza de voluntad o siguiendo el curso de las leyes objetivas de la historia? La zafra del setenta- momento cúspide del voluntarismo- fracasó, y Fidel tuvo que salir a la palestra pública a asumir la responsabilidad. A partir de ese momento, de un modo formal, triunfó la tesis que privilegiaba el objetivismo histórico. Cuba entró en el carril del modelo soviético.

Sin embargo, la mera presencia de Fidel en el timón de la revolución cubana hizo que el objetivismo nunca pudiera consolidar su victoria. En cualquier momento, el Comandante en Jefe podía aparecer con una nueva misión, con algún sueño loco capaz de movilizar a las masas. El carácter de sujeto de ese hombre se manifestaba de un modo tan titánico que ninguna estructura lograba funcionar ni consolidarse.

Ahora es posible, desde la distancia, decir que una buena parte de las utopías de Fidel se quedaron sin cumplir. A mi generación le tocó ver los fracasos de la Batalla de Ideas, el fiasco que fueron los trabajadores sociales, el formalismo de los juramentos de Baraguá, etc. Basta caminar por las calles de La Habana para ver lo lejos que estamos de ser una sociedad socialista perfecta. Y sin embargo, Elián regresó a su casa. Los Cinco Héroes volvieron. Cuba posee hoy una industria farmacéutica que nació de un sueño del Comandante.

No es fácil dar un veredicto sobre Fidel y la calidad de sus utopías.

Bloch hizo una distinción entre utopías concretas y abstractas. Concretas son aquellas cuya posibilidad tiene un fundamento ontológico en las estructuras de lo real; abstractas son aquellas que no cuentan con ese fundamento. Hoy podríamos decir que algunas de las utopías de Fidel fueron concretas y que otras fueron abstractas; sin embargo, al hacer esa separación a posteriori nuestra teoría estaría jugando el papel de la lechuza de Minerva, que solo levanta el vuelo al atardecer. De lo que se trata es de construir una teoría que pueda jugar el papel del gallo rojo del amanecer, y para eso podríamos estudiar más minuciosamente el pensamiento de ese profeta incansable que fue el Comandante en Jefe.

Lo que sí podemos afirmar en la actualidad es que, por razón de la existencia de Fidel, en Cuba se ha deteriorado mucho el papel y el funcionamiento de las estructuras. No es cierto lo que se proclama hoy a nivel universal: que las estructuras humanas pueden funcionar mecánicamente, y que de ese mecanismo puede surgir la felicidad humana. Ninguna estructura social humana puede existir si no es sostenida como un proyecto. Las sociedades capitalistas más saludables son aquellas que logran conservar su aura de proyecto colectivo. Sin embargo, nosotros los cubanos hemos tenido un exceso de subjetividad, en una época en que el mundo funciona a partir de estructuras cada vez más complejas y cosificadas. Probablemente los cubanos hemos sido testigos de una de las mayores irrupciones de la subjetividad en la historia reciente.

Ahora que este huracán pasó, tenemos que organizar nuestra vida de alguna forma.

El hecho de que Fidel haya sido el sujeto durante tanto tiempo implica también que nosotros, el resto de los cubanos, no lo hemos sido. Más precisamente, podemos decir que el pueblo cubano se construyó a partir de la revolución como un sujeto colectivo, una subjetividad de millones de personas que se condensó alrededor de un solo hombre. Tal y como la identidad individual de un ser humano se construye alrededor de un trauma, la identidad del sujeto colectivo llamado pueblo de Cuba se construyó a partir del trauma que fue el triunfo de la revolución, el 1ro de enero de 1959.

Fue como si a un hombre que durante mucho tiempo ha esperado el amor le sorprendiera de repente la mujer de sus sueños, y le estampara en la boca un beso caliente, dulce y prolongado. La Revolución cumplió de un tirón las aspiraciones acumuladas de un pueblo, fue una especie de redención secularizada. Y esa redención tenía un nombre: ¡Fidel! ¡Fidel! ¡Fidel!

El Che dio una de las mejores imágenes para entender la relación entre el Fidel y el pueblo: dos diapasones que vibran en resonancia. Se trata de la empatía, la base para toda subjetividad colectiva. Sin embargo, esa subjetividad no se construyó de un modo horizontal, sino que se construyó de un modo casi del todo vertical, se construyó sobre el modelo del paternalismo. Él se convirtió en el Gran Padre para todos los cubanos. El paternalismo va a ser siempre una relación ambigua, porque implica autoritarismo, pero también implica amor. Muchos no queríamos que ese padre soltara nuestras manos.

Durante mucho tiempo, Fidel brilló como un sol en el firmamento. Su luz opacaba la de cualquier otro cubano. Fue un orgullo tenerlo entre nosotros, pero también una pesada carga. Ahora nos ha dejado físicamente. Nos deja su leyenda y una extraña consigna que reza así: ¡Yo soy Fidel! Casi no sabemos caminar sin él, y ahora es el momento de caminar para los que estamos vivos. Esa consigna debería servirnos para darnos cuenta de que tenemos que ser sujeto. Necesitamos, ciertamente, estructuras más firmes y eficientes que las que tenemos, pero la paradoja es que para construirlas tenemos que ser sujetos. El mayor y último servicio que Fidel podría ofrecernos sería el de repartirse y multiplicarse entre todos nosotros.

Publicado originalmente en Rebelión, 07/12/2017

13 agosto 2020 46 comentarios 45 vistas
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Democracia popular

por Yassel Padrón Kunakbaeva 4 agosto 2020
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

¿Son necesarios cambios políticos en Cuba? La pregunta no es irrelevante: en estos días en que se habla de reforma económica, de medidas rupturistas con el modo en que se han hecho las cosas durante décadas, no son pocos los que han puesto sobre el tapete la necesidad de transformaciones políticas que aseguren para el país un camino de democracia y prosperidad. La respuesta evidente parece ser que sí: Cuba necesita de una renovación y transformación de su política. Lo que habría que preguntarse a continuación en qué dirección deberían ir tales cambios.

La necesidad de los cambios casi no permite discusión. Es harto conocido que el período de influencia soviética nos legó una concepción de la política basada en la hiperconcentración de poder en el cuerpo del Estado-Partido, y en la entronización de una ideología oficial, o lo que es lo mismo, un monoteísmo de los valores. Todo lo cual dio al traste con el establecimiento de diferentes niveles de demonización del disenso. En el terreno económico, esto tuvo su correlato en el dominio indisputado de la burocracia sobre el proceso de producción y distribución. En general, la búsqueda del monolitismo provocó una degeneración de la política, cumpliéndose la advertencia de Rosa Luxemburgo:

“Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se torna todo en una mera apariencia de vida, en la que solo queda la burocracia como elemento activo. Gradualmente se adormece la vida pública, dirigen y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes partidarios de energía inagotable y experiencia ilimitada. Entre ellos, en realidad, dirigen solo una docena de cabezas pensantes y, de vez en cuando, se invita a una élite de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los dirigentes y aprobar por unanimidad las mociones propuestas.”

Ahora bien, valdría la pena señalar que en Cuba se han dado los primeros pasos para una transformación de la vida política. Me refiero a la Constitución de 2019, un documento que, al ser promovido por la alta dirigencia del país, dio muestras de que esta no está completamente ajena a la urgencia de cambios que acompaña siempre a una nueva época. En la nueva Carta Magna, se reconoce la libertad de expresión sin subordinarla a ningún interés, se establece la transparencia como un principio del Estado, se reconocen los derechos humanos y sus garantías, y se dan pasos importantes hacia la autonomía municipal. En general, aparecen un conjunto de herramientas que pueden servir para el empoderamiento de la ciudadanía. El problema está en saber si estas modificaciones son suficientes, o si cumplen las expectativas de todos los que abogan por los cambios políticos.

Se podría decir que la gran ausencia en la Constitución de 2019 es el problema de la oposición política. No queda claro si la constitución protege todos los derechos para las personas que no compartan los valores martianos, marxistas, leninistas o fidelistas que se establecen en su Preámbulo, incluyendo los derechos políticos. Y esa ausencia es aprovechada por los defensores de la tradición de pensamiento liberal, que proponen una solución muy precisa: el regreso al pluripartidismo. Lo cual pone toda la cuestión en un punto muy problemático.

El pluripartidismo es una solución muy limitada para el problema de la hiperconcentración del poder en Cuba.

Solo hay que ver la experiencia del pluripartidismo en los países vecinos e incluso en nuestra historia prerrevolucionaria. En general, desemboca en la formación de una clase política, parlamentaria, que se turna en las diferentes posiciones de poder del Estado, mientras mantiene enajenado de la política a las grandes mayorías populares. En fin, el pluripartidismo acaba en ser un juego de élites. En Cuba, significaría abrirle las puertas a una élite opositora para que pueda recibir su trozo del pastel, mientras el gran poder del Estado como tal se mantiene incólume.

Por otra parte, existen varias razones por las cuales el pluripartidismo en su formato puro es una propuesta problemática para el socialismo cubano. Se trata de una institución liberal, y no en vano el liberalismo es la filosofía política más orgánica al capitalismo noratlántico. Al tratarse de una política de élites en competencia, este sistema es poroso a la intervención del dinero, es decir, a la influencia de los poderes económicos nacionales y extranjeros. De este modo, dado el nivel de articulación de la hegemonía capitalista a nivel global, los sistemas pluripartidistas se convierten en una eficaz herramienta para la intervención de los intereses económicos de las transnacionales y las potencias imperialistas en la política de las pequeñas naciones del Tercer Mundo.

En Cuba, la formación de un partido anticomunista, sería la plataforma ideal para que los poderes extranjeros intentaran desquiciar la política nacional, revertir la opción del pueblo cubano por el socialismo y anular en lo posible las conquistas sociales alcanzadas.

Todo el proceso de la Revolución Cubana, se ha construido desde un anticapitalismo y un antimperialismo radicales, que incluyen el rechazo a las instituciones que resultaron ineficaces para conquistar la soberanía nacional en el período de la república burguesa. Al mismo tiempo, la adopción del pluripartidismo es una de las principales propuestas de sus enemigos históricos. Es por eso que la simple aceptación de esa institución sería prácticamente un suicidio político, sería la señal de que el proyecto socialista y el poder que lo sostiene estarían internamente derrotados y a un paso de la rendición incondicional. No de otro modo sería interpretado tal acto de mimetismo en el cual se adoptara una institución liberal como esta.

Frente a esta encrucijada, lo ideal es que Cuba avanzara en construcción de un modelo soberano de democracia, de corte socialista y popular, no mimético frente al modelo liberal, pero que pueda dar participación a una parte de quienes se consideran opositores, siempre que estén dispuestos a entrar en los cauces constitucionales. La Constitución de 2019 tiene el potencial para permitir dentro de sus marcos esa evolución, convirtiéndose en el punto de partida de nuevas luchas populares. ¿Pero cuáles serían, a fin de cuentas, las características de esa democracia sin pluripartidismo?

Lo primero es que esa democracia debería comenzar por el plano de la democratización de la economía, en el sentido de una auténtica socialización de la propiedad que hoy se encuentra en manos del Estado. La propiedad social debería ser la columna vertebral del socialismo cubano, el lugar donde se construye el grueso de la riqueza nacional, y la planificación debería ser democrática. Se podría comenzar, por ejemplo, por lograr que sean los trabajadores los que elijan a los directivos de las empresas, sobre todo ahora que estas tendrán mayor autonomía y la figura del empresario se fortalece. La actual Constitución abre el camino para avanzar en esta dirección cuando plantea en su Artículo 20: “Los trabajadores participan en los procesos de planificación, regulación, gestión y control de la economía. La ley regula la participación de los colectivos laborales en la administración y gestión de las entidades empresariales estatales.”

Luego está el tema de la participación propiamente política.

Algo que debería quedar claro es que la diversidad política es algo irreductible en una sociedad. Lo que debería caracterizar a un sistema político socialista por sobre uno liberal, no debería ser la exclusión de la diferencia, sino la búsqueda de la cooperación por encima de la competencia. La política liberal es la de una sociedad marcada ante todo por la competencia: es en ese marco que se explica la sustantividad de la dualidad oficialismo/oposición. Una sociedad de transición socialista debería desde la misma estructura del sistema político promover la cooperación, sin pretender tampoco anular por decreto toda competencia por el poder.

En la búsqueda de dotar al sistema de una mayor pluralidad, un camino puede ser la adopción de un pluripartidismo acotado, permitiendo la aparición de otros partidos de corte socialista. Esta experiencia de prohibir la creación de partidos con una ideología específica no es nueva: en varios países se han prohibido la formación de partidos fascistas por ejemplo. En Cuba se trataría de prohibir el surgimiento de partidos anticomunistas. Sin embargo, las experiencias de esta clase de pluripartidismo (que han existido en países del bloque comunista), no han sido muy felices.

Mucho más interesante es la perspectiva de una democracia sin partidos electorales. Se trata de la participación de cualquier ciudadano, a título personal, en el proceso electoral, sin que sea relevante su pertenencia o no a un determinado partido. De ese modo los gobiernos locales y la Asamblea Nacional se conformarían a través del voto popular, sin la mediación de estructuras partidistas. Al mismo tiempo, se mantendría el proceso político a salvo de la corrupción del dinero, llevándose a cabo las campañas con una asignación pública de presupuesto igual para todos.

Como puede observarse, esta idea de la democracia sin partidos no es muy diferente del sistema actual. Solo habría que eliminar o modificar las Comisiones de Candidatura, de tal modo que no impidan la llegada a las instituciones del poder popular de personas con un pensamiento diferente a cierta posición oficial. Esta idea no estaría reñida con la formación de otros partidos o asociaciones de cualquier tipo, formar las cuales es un derecho de los ciudadanos. Por el contrario, es una idea más radical, porque reduce la capacidad de acción y la necesidad misma de cualquier partido. Sobre todo, si este modelo político se acompañara de un desplazamiento lo mayor posible de poder hacia los gobiernos locales, el verdadero núcleo de la nueva democracia.

El Partido Comunista mismo, carecería en este sistema de cualquier participación electoral explícita. Su influencia sobre la sociedad vendría dada solo por su importancia como baluarte moral e ideológico del socialismo. (Ya en su momento Tito le cambió el nombre a la organización para hacer patente este cambio de función, llamándole “Liga de los Comunistas”).

No pretendo sentar de una vez para siempre un modelo exhaustivo de democracia socialista. Se trata de cuestiones complejas, y lo mejor es ser conscientes de las inmensas dificultades teóricas y prácticas para cualquier avance en esta dirección. Sin embargo, me parece importante alertar sobre los pantanos a los que nos puede llevar el ansia de cambios políticos, así como pensar en cuáles deberían ser nuestras apuestas como sociedad. Si debemos luchar por algo, debería ser por la construcción de esa democracia autóctona y verdaderamente popular.

4 agosto 2020 49 comentarios 22 vistas
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Despejar la maleza

por Yassel Padrón Kunakbaeva 20 julio 2020
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

El discurso ofrecido por el Presidente Miguel Díaz-Canel ante el Consejo de Ministros el 16 de julio de 2020, parcialmente reproducido en la televisión nacional, y seguido de una Mesa Redonda en la que estuvo presente el Ministro de Economía Alejandro Gil, marca sin dudas un cambio en la manera en la que se plantea la estrategia económica cubana. Uno se siente tentado a decir que se trató de un discurso histórico, pero no se debe pecar de apresurado, es mejor dejar que sea la posteridad la que se encargue de emitir su juicio. De momento, es posible afirmar que las medidas anunciadas van más allá del enfrentamiento a los problemas generados por el COVID-19, pues tienen el potencial para cambiar la fisonomía de toda la sociedad.

Entre dichas medidas, se pueden destacar el fin del monopolio estatal sobre la comercialización agrícola, el aumento de la autonomía de la empresa estatal, la constitución con personalidad jurídica de micro, pequeñas y medianas empresas tanto de capital estatal como de capital privado y mixto, la puesta en marcha del proceso de creación de nuevas cooperativas no agropecuarias, la ampliación del trabajo por cuenta propia y el otorgamiento a todos los modos de gestión de la capacidad para importar y exportar a través de empresas del Estado. Al mismo tiempo, se anunciaron otras decisiones de carácter inmediato que pretenden encarar la acuciante crisis mediante una dolarización parcial de la economía: la creación de tiendas en moneda libremente convertible (MLC) para productos “gama media y alta” y el fin del gravamen del 10% al dólar.

De llegarse a implementar a cabalidad el grupo de medidas que se anuncian para la fase 2 de recuperación post-Covid, es realmente difícil sobreestimar la importancia que ello tendría para la economía cubana así como para el proyecto político de la Revolución, tanto por la audacia en la adopción de transformaciones necesarias como por los nuevos retos que plantea.

En primer lugar, es necesario decir que con este plan económico se le estaría dando un cumplimiento al consenso social plasmado en los Lineamientos, la Conceptualización del Modelo y la Constitución de 2019. Esos documentos abrieron el marco político necesario para transformar de modo significativo el modo en que se entiende en nuestro país la planificación socialista de la economía. Porque de eso se trata: de un nuevo modelo de planificación, que es casi como decir de un nuevo modelo de transición socialista: Alejandro Gil lo reconoce, cuando afirma que el reciente paquete de medidas tiene la premisa de sustituir la planificación basada en métodos administrativos por otra en la que prevalezcan métodos económicos indirectos.

¿Por qué no se hizo antes, si los Lineamientos abrían el marco para avanzar por ese camino?

Pueden esgrimirse muchos motivos, tanto internos como externos. Pero hay algo que es difícil negar: se necesitaba de voluntad política. El propio Díaz-Canel reconoció que muchas de esas medidas habían sido postergadas. Habría que hacer un análisis pormenorizado de todos los factores que hicieron que el escenario favorable a los cambios que primó desde 2011 a 2016 fuera seguido de una época en la que ha primado un espíritu conservador, y no se trata solo de la presidencia de Trump. Al final, resulta que la crisis ineludible que representa el Covid-19 (según pronósticos de la CEPAL el PIB cubano puede caer en un 8% en 2020) puede ser el acicate necesario para que aparezca la voluntad política necesaria.

El salto cualitativo en el modo de entender la planificación es la clave que puede salvar el proyecto político del socialismo cubano, a la vez que le plantea nuevos y desafiantes retos. Algunas personas de pensamiento conservador y prejuiciado verán el camino tomado, que por supuesto traerá una mayor desigualdad social, como una renuncia a los principios socialistas. Pero frente a ese argumento es importante sentar una verdad como un templo: la primera tarea de cualquier proyecto de izquierda en Cuba es superar un modelo de planificación centralizada vulgar e ineficazmente antimercantilista que ha demostrado su fracaso histórico. Frente al peso muerto de ese zombi, es un avance cualquier modelo que ponga en el centro el libre desarrollo de los actores económicos.

Uno de los aspectos más polémicos hacia el futuro será inevitablemente el del papel de la empresa privada, y del empresario, en la sociedad cubana. Por supuesto que eso representa un reto social, cultural y político. Sin embargo, el marxismo crítico, a diferencia del viejo dogma, enseña que el mercado ha existido desde sociedades primitivas anteriores al capitalismo, y que puede existir después del capitalismo. Además, lo que se debe evitar no es en sí la propiedad privada, sino la propiedad privada y privativa del capitalismo, es decir, aquella que deja a la mayor parte de los seres humanos en una sociedad despojados de los medios de producción. Es por eso que el mayor valladar contra una evolución capitalista es el fortalecimiento del sector de cooperativas y de empresas de propiedad socializada en las que los trabajadores puedan sentirse dueños de los medios de producción.

Es importante que se deje atrás una concepción del socialismo que ve con malos ojos la producción de riqueza, cuando esta no se hace dentro de los cánones del viejo igualitarismo. El nuevo paradigma debe ser uno que se proyecte en positivo, hacia la producción de una riqueza cada vez mayor, aunque el objetivo a largo plazo sea que esta se produzca del modo más socializado posible. Es cierto que los partidarios del capitalismo intentarán mostrar cada avance en esa dirección como un desmoronamiento o concesión del bloque socialista, capitalizando así a su favor el proceso de desarrollo social. Pero eso es parte del inmenso reto político y cultural que se avecina.

Como afirmó Díaz-Canel, el mayor costo estaría en no hacer nada.

Aún es demasiado pronto para saber si estas medidas se llevarán a efecto y en qué profundidad lo harían: depende de muchos factores circunstanciales y de que haya una voluntad política sostenida. Pero el solo hecho de que se haya anunciado finalmente el camino hacia la implementación es una victoria.

También es importante que el anuncio haya sido hecho ahora, sin esperar al Congreso del Partido ni a los resultados de las elecciones en EEUU. Eso habla de la fortaleza política de la presidencia, que seguramente está relacionada con la buena gestión frente al Covid-19. Además, es una muestra de voluntad política autóctona, que nadie puede relacionar con una negociación o concesión al gobierno de los EEUU.

Abre una luz de esperanza que el gobierno hable frente al pueblo de medidas tan importantes y largamente postergadas, las cuales han sido defendidas durante décadas por muchos economistas e intelectuales, aun exponiéndose a campañas de desacreditación en su contra por parte de los sectores conservadores. Sin embargo, no se trata tampoco de que el camino a partir de ahora esté cubierto de pétalos de rosa. Por el contrario, todas estas medidas conllevarán un costo social, un aumento de la desigualdad, por lo que el Estado tendrá que hacer un particular esfuerzo para no dejar a nadie desamparado. Esto nos lleva a hablar también de las medidas más inmediatas.

La dolarización de una parte segmentada del mercado, en el que ahora circularán tres monedas, puede tener impactos positivos en la recepción de divisas, pero no puede ser vista como una solución a largo plazo. Porque es incompatible con la justicia social que una parte de la oferta se le haga a la población en una moneda en la cual no es la que se le paga. Estoy de acuerdo con lo planteado por varios economistas en el sentido de que la dolarización parcial debería estar acompañada de un plan de desdolarización encaminado también hacia la unificación monetaria y cambiaria.

El camino que se vislumbra no será sencillo, y queda sin duda mucha maleza por despejar. Deja un gusto amargo en el paladar pensar en el costo social de no haber implementado estas medidas hace mucho tiempo. Sin embargo, creo que es también posible sentirse optimista, pensar que es mejor tarde que nunca, y que el pueblo cubano encontrará una vía hacia la prosperidad con justicia social que tanto se ha soñado.

20 julio 2020 42 comentarios 29 vistas
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Una encrucijada con signo electoral

por Yassel Padrón Kunakbaeva 4 julio 2020
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

El año 2020 no escampa. Ha sido verdaderamente cataclísmico. Sin embargo, todavía falta una de las mejores entregas: la elección prevista para noviembre por la presidencia de los Estados Unidos de América. Se trata de un acontecimiento que pega con este año, sobre todo porque se deciden muchas cosas a nivel fenoménico en el modo en que se comportará la política mundial durante los próximos años.

El fenómeno Trump será estudiado por mucho tiempo por el lugar interesante que cumple en el devenir de la sociedad y el establishment norteamericano del siglo XXI. Desde que empezó el siglo, han pasado por la Casa Blanca tres modos diferentes de concebir la hegemonía del Imperio estadounidense. Primero, el hegemonismo maximalista neoconservador de Bush Junior, que pretendía barrer sesenta oscuros rincones del mundo. Pero el empantanamiento en el Medio Oriente y el ascenso de las potencias emergentes hicieron fracasar ese sueño trasnochado. Entonces llegó la era Obama, que pretendió llevar a su máxima expresión el soft power y salvar la hegemonía económica, política y cultural norteamericana.

La proyección de la administración Obama hacia el mundo puede definirse como el intento de salvar un modelo de globalización con EEUU al frente. Esto tuvo una expresión en lo económico, mediante las fuertes negociaciones, casi exitosas, para lograr un Tratado Transpacífico de libre comercio, así como el intento por llegar a un Tratado Transatlántico. En lo político, son especialmente reveladores de los fundamentos de esa proyección el discurso de Obama en la Universidad del Cairo en 2009 y su otro discurso en el Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso” en 2016. De lo que se trataba, era de poner el énfasis en los aspectos positivos de la globalización: la colaboración económica, el multilateralismo, la institucionalidad internacional, el cosmopolitismo cultural, etc., repudiando además los métodos y formas agresivas de anteriores administraciones, pero con el objetivo de sostener la posición privilegiada de EEUU en ese andamiaje.

No obstante, en esto se ve que la doctrina Obama era presa de contradicciones internas. En primer lugar, el objetivo de sostener la arquitectura noratlántica de la globalización la llevó a implicarse en varias guerras de cuarta generación, incluidas Siria, Libia, Ucrania y en un nivel más discreto Venezuela, casos en los cuales el peor rostro del imperialismo norteamericano salió a relucir. Pero también había una contradicción en la economía interna: la apuesta fuerte por la globalización impedía atajar de modo eficiente las consecuencias negativas de la globalización neoliberal en las clases bajas y medias norteamericanas, sobre todo en los antiguos estados industriales. Las contradicciones fueron las que permitieron la aparición del fenómeno Trump.

La victoria de un populista como Trump tiene más que ver con la crisis del modelo hegemónico norteamericano que con un movimiento estratégico de las élites. No me parece muy arriesgado decir que la apuesta mayoritaria de las élites en 2016 era Hillary Clinton. Eso explica, en parte, la repulsa de una gran parte de los medios de comunicación principales hacia Trump. Por supuesto, no se trata de algo unitario, hubo sectores conservadores que lo auparon y, sobre todo, que decidieron aprovecharse de su victoria una vez conseguida. En cierto sentido, podríamos decir que Trump ha provocado en las élites norteamericanas una división mucho más acentuada de lo normal en ese país. Recordemos que estamos hablando de un país donde la alianza entre las élites ha sido uno de los factores de estabilidad y expansión del poder durante más de doscientos años.

Entonces tenemos que Trump surge como anomalía relativa, posible en gran medida a dos factores: el auge de un populismo conservador que se venía incubando en profundas dinámicas culturales, para detectar las cuales Steve Bannon ha resultado un genio, y a ser Donald Trump multimillonario, lo cual lo preserva hasta cierto punto de los embates del poder económico. Pero Donald Trump también tiene un proyecto para hacer a América “Great Again”, solo que este se construye de modo polémico contra los anteriores.

Trump se coloca de plano como un anti-Obama

Pretende abandonar dos aspectos que habían sido centrales, el intervencionismo militar en otras regiones del mundo y la apuesta por el neoliberalismo económico. Pero esto solo se hace posible renunciando en parte al esquema de globalización construido a partir de la Segunda Guerra Mundial, y retomando una antigua tradición en la política norteamericana, el aislacionismo. Aislacionismo y proteccionismo económico, son las divisas de Trump, además de una política antiinmigración y un discurso de superioridad étnica hacia lo interno. O sea, ataca el proyecto de Obama por sus puntos más débiles, pero con ello también se desentiende de las metas de Obama, no es casualidad que una de las primeras consecuencias de su victoria haya sido que los tratados transpacífico y transatlántico quedaran en el limbo.

Esta doctrina Trump está lejos de ser una renovación de la política neoconservadora del periodo Bush. Por el contrario, el actual presidente critica a menudo la guerra en Iraq, abandonó Siria y ha dado los más importantes pasos para salir de la guerra en Afganistán. Para decirlo en pocas palabras, lanzó por el caño los proyectos más ambiciosos de las élites norteamericanas para la hegemonía mundial: su política está más bien pensada como maquinaria electoral. Razón por la cual una parte de las élites lo ven como un problema fuera de control y se oponen a él.

No obstante, como decía antes, también Trump quiere hacer a América “Great Again”, dentro de su limitada e ignorante manera de ver el mundo. Es por eso que aumentó de manera increíble el presupuesto militar. También ha intentado superar a los rivales económicos de EEUU mediante una política de sanciones económicas. Esto nos lleva a dos nuevos planos, cuáles han sido los sectores que han aprovechado la existencia de la administración Trump, y cuáles han sido las contradicciones internas de esta.

Mediante el aumento del presupuesto militar, y la bajada a los impuestos de los supermillonarios, Trump se ganó cierta paz con una parte de las élites económicas. Por otra parte, las élites políticas del Partido Republicano, dependientes en gran medida del electorado, e incapaces de hacer frente al fenómeno mediático de masas que era Trump, se vieron obligadas a aceptarlo en silencio en su gran mayoría. En lo que se refiere al Partido Demócrata, se radicalizó en gran medida contra él, pero eso también entró en sus cálculos políticos de jugar a la polarización.

Entonces, un sector que fue fundamental para que Trump solidificase su posición en la Casa Blanca fue el de los legisladores cubano-americanos, y el de los anticomunistas de línea dura contra el socialismo latinoamericano. Estos aprovecharon la peculiar posición de este presidente, su necesidad urgente de apoyos políticos, para sacar ventajas en sus políticas contra Venezuela y especialmente Cuba. Para ganárselos a su vez, Trump se embarcó en una política de hostilidad dentro del continente que desembocó en el reconocimiento a Guaidó, y en el endurecimiento de las sanciones contra Cuba.

El showman sentado en la Oficina Oval logró así, durante un tiempo, una estabilidad apoyada en parte en sectores retardatarios de las élites, que se habían visto desplazados durante el periodo Obama, y en parte en su maquinaria mediática y populista. También hay que reconocer que sus políticas proteccionistas tuvieron un impacto en la disminución del desempleo, aunque hay fuertes evidencias de que el salario real estaba estancado y la desigualdad aumentaba. Esa estabilidad ya iba en camino a garantizarle la reelección.

No obstante, su política no estaba exenta de contradicciones. La principal de ellas era que la práctica coherente del aislacionismo solo puede debilitar la posición de EEUU como potencia hegemónica global. Ya la relación con la Unión Europea se resintió con las políticas de Trump. Ante esta realidad, y con la necesidad de mostrarse como un hombre duro a nivel de política exterior, el presidente echó mano de las sanciones, convirtiéndose en el hombre de las sanciones. Con lo cual, aunque ha logrado a veces poner la situación difícil a sus enemigos y rivales, también ha alimentado un gran rencor hacia EEUU, y la solidaridad entre los sancionados, que se pone de manifiesto entre otras cosas en la actual relación entre Venezuela e Irán.

El resultado general ha sido que, aunque Trump hasta principios de 2020 había configurado una situación interna que podía llevarlo hasta la reelección, a nivel internacional había acelerado el proceso de pérdida de importancia relativa de los EEUU en el escenario internacional.

Una pandemia para alegrar el día

El mediocre enfrentamiento de la pandemia de Covid-19, la crisis económica y social subsecuente, así como el agravamiento de las tensiones raciales tras el asesinato de George Floyd, han configurado un escenario negativo para Donald Trump, que hace peligrar su reelección. En estas circunstancias, cuando además ha sido criticado por el uso desmedido de la fuerza contra las manifestaciones y por promover un discurso de “Ley y Orden” incendiario y divisivo, incluso figuras de la cúpula militar y del Partido Republicano, que antes guardaban silencio, se han distanciado y han criticado a Trump.

Surgen entonces las preguntas que son de vital importancia para nosotros en Cuba: ¿Qué esperar de los próximos meses de esta administración? ¿Qué esperar de los posibles escenarios después de noviembre?

En la medida en que diversos sectores, incluso dentro de las filas republicanas, le dan la espalda, y las encuestas lo muestran a la baja, Donald Trump necesita cualquier apoyo que pueda recibir. Eso hace que le sean aún más necesarios los apoyos de legisladores cubano-americanos como Marco Rubio. Ellos lo saben, y por eso utilizan la posibilidad que representa este presidente para arrancar concesiones en forma de nuevas sanciones contra Cuba y Venezuela. Así se explican los últimos recrudecimientos, como las sanciones contra Fincimex, que podrían afectar la llegada de remesas a los cubanos.

Entonces, lo más probable es que en los próximos meses haya un recrudecimiento aún mayor. Tampoco se puede descartar alguna acción aventurera de Trump contra Caracas. Una victoria contra alguno de esos gobiernos del socialismo latinoamericano sería una gran victoria en sus manos en lo que se refiere a política exterior.

Pero con Trump nunca se sabe. El 22 de junio nos despertamos con la noticia de que Trump ya no confiaba mucho en Guaidó, y que quizás se reuniría con Nicolás Maduro. ¿Quizás Trump considere que es más conveniente negociar con el gobierno chavista que seguir enfrascado en la confrontación? ¿Podría ser posible que decida escuchar los consejos de Putin? Quién sabe.

Esto nos lleva a noviembre. Es muy posible una victoria de Biden. ¿Qué ocurriría en ese caso? ¿Podríamos esperar que regrese el proceso de normalización con Cuba?

Biden ha planteado que de llegar a ser presidente, reiniciaría el proceso de normalización de relaciones con Cuba. Pero más allá de esta primera declaración, surgen muchas nubes en el horizonte que recomiendan cierto escepticismo o al menos cautela. Un gobierno demócrata como el suyo llegaría a la Casa Blanca para tratar de restablecer la cordura en Washington, lo que ellos consideran cordura, que es restablecer el viejo modelo hegemónico. En ese sentido, tendrían que hacer un intenso control de daños de los problemas generados por Trump, con lo cual Cuba no sería una prioridad.

En ese sentido, surge una fea nube en el horizonte, que es el problema de Venezuela. En general, en la medida en que EEUU pierde hegemonía en el mundo, y ya hemos visto que la administración Trump aceleró ese proceso, se hace más importante para ese país disciplinar el continente americano, y alejar a las potencias del Viejo Mundo de sus recursos naturales. En ese sentido, la existencia del gobierno chavista se hace intolerable. Pero hay algo más, las élites liberales norteamericanas tienen graves barreras culturales para digerir y aceptar la existencia del socialismo latinoamericano, sea cubano o venezolano.

Es posible que un gobierno demócrata se encone en la confrontación con el gobierno de Nicolás Maduro. Cuba, mientras tanto, no puede traicionar a sus principios y abandonar la alianza con Venezuela. Esa puede ser una piedra que descarrile un posible proceso de normalización.

En realidad, nunca podrá haber una paz total entre las élites norteamericanas y los gobiernos socialistas latinoamericanos, pues existen antagonismos de clase irreconciliables. La única paz duradera posible es si los proyectos socialistas latinoamericanos dejan de existir, sea por su derrota incondicional, que es la solución preferida de las élites más retardatarias, dada su cultura racista e imperialista; o a través de la asimilación económica y cultural al sistema capitalista, convirtiéndose las vanguardias socialistas en simples capataces locales al servicio del capitalismo extranjero. O a la inversa, si hay una revolución profunda en los EEUU, que modifique las relaciones sociales de producción. Mientras existan esos antagonismos, a lo más que podemos aspirar es a un armisticio, una tregua inestable de coexistencia pacífica que le dé un respiro económicamente hablando al pueblo cubano, después de tanto tiempo sufriendo el bloqueo.

Cualquier proceso de normalización con Biden será un campo minado

En cambio, en caso de ganar Trump, nos abismamos a lo desconocido. Podemos decir algo: si sigue apoyándose en los sectores cubano-americanos y anticomunistas, pueden esperarnos los peores escenarios en manos de un presidente que ya no tendrá otro quehacer que jugar con el mundo. Pero, por otra parte, ya no los necesitará tanto, porque no habrá horizonte de reelección. ¿O acaso Trump intentará reelegirse para un tercer mandato, tal y como ha bromeado algunas veces, y como seguramente le incita su ego? En caso de esta última opción, podría llevar a EEUU hacia una crisis institucional mucho mayor.

Entre las opciones menos probables también está que decida negociar él con Maduro, luego de lo cual incluso podría intentar retomar él mismo el proceso de normalización con Cuba. Algunos dirán que es una locura, pero a mí no me parece imposible. Los segundos mandatos en la política norteamericana siempre han sido distintos a los primeros.

No obstante, no quisiera sembrar falsas ilusiones. Donald Trump es un peligro para la humanidad sentado en la Oficina Oval, aunque solo sea por sus características psicológicas. Una victoria suya podría ser sumamente trágica en términos de sufrimiento para nuestro pueblo. En ese sentido, prefiero la victoria de Biden, aunque no me hago muchas ilusiones en lo que pueden ofrecer los demócratas partidarios del viejo orden.

Así estamos en esta encrucijada. Y todavía faltan unos cuantos meses.

4 julio 2020 10 comentarios 19 vistas
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La historia de una decadencia ética

por Yassel Padrón Kunakbaeva 27 junio 2020
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Hace unos días murió un joven de una herida de bala en Guanabacoa, tras un enfrentamiento con un policía. El suceso ha provocado diversas reacciones, pero también nos motiva a preguntarnos sobre la ética periodística, la ética revolucionaria y el significado que esta tiene en nuestra sociedad.

La manera en que el hecho ha sido tratado en nuestros medios es lamentable. Como es sabido, los medios de comunicación oficiales no han dicho una palabra al respecto. Mucha gente se enteró del acontecimiento por medios de oposición que se hicieron eco de lo ocurrido. Pero tratándose estos últimos de medios con poca credibilidad, muchos también quedaron con la duda de si era un fake news, y esperaron pacientemente por una versión oficial.

El hecho ocurrió a menos de tres kilómetros del lugar donde vivo. El joven fue velado en la funeraria del que es mi municipio: Guanabacoa. Por esas razones, fui un privilegiado a la hora de comprobar el hecho y difundirlo en las redes sociales. Aun así, mi conocimiento sobre los detalles de lo ocurrido era ínfimo, por lo que también estaba ansioso de escuchar un relato oficial.

El hecho no fue transmitido.

No se trata aquí de que uno quiera una prensa sensacionalista que se regodea en contar hechos sangrientos. Ni pretender que la prensa aporte conclusiones respecto a hechos que todavía están en investigación. Se trata de ofrecer una pequeña nota informativa, diciendo al final: “Continúan las investigaciones”. Uno se pregunta por qué motivo no se dice nada al respecto, sobre todo cuando hace poco tiempo ocurrió un atentado contra la vida de varios policías en Calabazar, y el hecho fue transmitido con prontitud. ¿Por qué?

Alguien podría alegar que se trata de un evento más entre una gran cantidad de hechos violentos en el país durante el año. Que no es noticia como tal, y por esa causa no es del interés de la prensa. Pero el caso en sí no es tan común, sino más bien poco representativo de nuestra realidad social, donde es raro que un policía abra fuego y termine muriendo una persona.

Por otra parte, referirse al caso de los policías atacados en Calabazar y a este no, hace pensar en un sesgo informativo a favor de la policía. Hace pensar en una insensibilidad hacia la muerte de este joven, y hacia el dolor de su familia. Hace pensar que la vida de un joven marginal y negro no vale tanto para la prensa como la vida de un policía.

Pongamos ahora que haya otra explicación. El caso no se expone porque no se quiere inquietar a la población, no se quiere propagar la información sobre un hecho que puede ser explotado por la oposición para intentar generar un George Floyd cubano, o se quiere evitar un escalamiento de la situación de violencia en Guanabacoa. Esto revelaría una concepción instrumental de la prensa, que podría tener muy buenas intenciones, pero que desconoce algo fundamental: el derecho de los ciudadanos a la información. Existen formas responsables de ofrecer la información sin ser sensacionalista ni incendiario.

No obstante, aquí entra a jugar su papel otro hecho. Al día siguiente de lo ocurrido, y ante la propagación de la noticia en las redes sociales, sobre todo en la versión de los medios opositores, apareció un video en el canal del youtuber Guerrero Cubano, en la cual se narra una versión de los hechos. Toda la factura del video y el nivel de información hacen pensar que se trata de algo producido por el propio MININT o en estrecha colaboración con él, aunque esto no es comprobable. En su momento, solo este material ofreció una información más detallada de lo ocurrido.

No hay nada de malo en que aparezca este video del Guerrero Cubano. Lo que pasa es que este youtuber es solo una voz anónima que no puede ser tomado de ninguna manera como portavoz de una versión oficial. La aparición de este video no exime a la prensa cubana de cumplir con su deber.

Uno de los hechos clave de esta secuela, es la gran cantidad de periodistas y profesionales de la prensa que comparten en su Facebook la versión del Guerrero Cubano, dándole visos de versión oficial. Evidentemente, conocían el suceso y le daban importancia, incluso compartieron el video. Solo que no actuaron frente al hecho como periodistas cumpliendo con su deber social.

Vale la pena decir además que el video de Guerrero Cubano tiene varias cosas cuestionables, como criminalizar al joven al sacar a la luz su historial delictivo. En general, el video está pensado para predisponer al público contra el joven muerto. Todo lo que dijo el Guerrero Cubano puede ser verdad, pero eso no nos justifica para cortar nuestra empatía con el joven fallecido e investigar lo que le pasó.

En general, el video en sí y la reacción de los periodistas oficiales, y otros ideólogos que no son periodistas, fueron una respuesta de “Ley y Orden”. Es decir, una respuesta de posicionamiento contra el joven, por ser de origen y conducta marginal, y a favor de la policía como sostenedora del orden. Esta es una reacción, desde el punto de vista moral, conservadora y de derecha. Ha sido siempre la derecha la que ha portado el estandarte del Orden como uno de sus principales lemas. En un país que se precia de ser socialista, era de esperar que periodistas, funcionarios e ideólogos tuvieran más empatía hacia un joven negro, de barrio humilde, en cuyo desarrollo psicológico y conductual seguramente influyeron todas esas desventajas sociales. Que respondan desde una postura de “Ley y Orden” (lo cual además se ve en la diferencia con el tratamiento que se le dio al caso del policía asesinado), es decepcionante.

Con lo que he dicho hasta ahora, puntualizo, no estoy diciendo que el policía no debiera haber realizado el disparo si su vida estaba en peligro. De hecho, no sé los detalles de lo ocurrido. Creo que un policía en peligro debe defenderse, no dejarse matar. Él también tiene una familia que lo llora. Pero que periodistas oficiales hayan compartido este video de un youtuber anónimo y no hayan hecho ni la menor nota en la prensa oficial, me parece una falta a la ética profesional. Y es una de esas cosas que cuando ocurren, es como si la realidad le diera a uno un bofetón.

También falta ética en medios y grupos opositores que oportunistamente quieren convertir a Hansel Ernesto en el George Floyd cubano. En lugar de poner en su justa perspectiva las características de la policía cubana e investigar el hecho en sí, desde el primer momento hubo un tratamiento tendencioso. Sin embargo, me molesta más lo de los periodistas oficiales, de estos medios opositores no espero nada, no espero ética, pero de los periodistas de los medios que deberían ser públicos, sí espero algo.

Pongamos otro posible argumento: los periodistas están de manos atadas, el hecho es grave, con posibles consecuencias políticas, y las investigaciones están en curso. Este argumento solo demostraría que nuestros medios no son públicos, sino que son parte de un aparato que utiliza la prensa con una racionalidad instrumental, más allá de si sus intenciones sean buenas o no. Además, los periodistas no se quedaron en un respetuoso silencio, sino que compartieron el video de un youtuber.

Agencia Cubana de Noticias comparte el video del youtuber anónimo

El tema de la lógica instrumental nos lleva a dos problemas. Uno es de carácter general y teórico, no quiero adentrarme en él, así que lo expondré muy brevemente. Por supuesto que el Estado en el socialismo debe ejercer un modelo de dominación. No obstante, sus métodos no pueden ser los mismos que los de sociedades anteriores. Existe una contradicción entre el objetivo de favorecer la formación de seres humanos críticos que piensen por su propia cabeza, con el método de una prensa verticalista e instrumental.

Un segundo problema es de naturaleza práctica. Supongamos que, desde el punto de vista de quienes instrumentalizan la prensa, el modelo sovietizado de comunicación es efectivo socialmente. Supongamos que crean que mantener el secreto es efectivo para evitar la subversión enemiga, o explosiones sociales espontáneas. En ese caso, es hora de darles una noticia: no está funcionando. Gracias a las redes sociales, una gran cantidad de personas se enteró de lo ocurrido. El mismo hecho de que haya tenido que aparecer el video del Guerrero y haya sido compartido por tantos periodistas, es muestra de que el secreto ya no funciona y hay que salirle al paso a la desinformación.

Entonces el viejo modelo no está funcionando. ¿Qué mejor manera que salirle al paso a eso que con una nota en los medios oficiales? Ante las nuevas circunstancias de una sociedad cada vez más digitalizada, en lugar de llevar adelante un nuevo modelo de comunicación, lo que hacen es poner un parche.

La manera en que se suceden los acontecimientos me hace pensar que están enfocando la batalla informativa en compartimentos estancos. Que se sienten fuertes en el hecho de que un gran porciento de la población cubana solo se informa por los medios tradicionales, y mantienen allí un modelo sovietizado. Mientras que, por otra parte, en las redes sociales, desarrollan campañas de enfrentamiento como esta que ha comenzado el Guerrero Cubano.

Al hacer esto, están mostrando a la sociedad digital, sin ningún tipo de velo, la instrumentalización de los medios y la ausencia de carácter público de estos. Lo cual tiene un costo político, que hoy puede ser pequeño, pero nadie sabe cómo será en el futuro. Porque se están amarrando a los resortes de una sociedad analógica, en un contexto en el que el peso de la sociedad digital cada vez será mayor. Todo esto, además, es especialmente doloroso para quienes hayan creído de buena fe que la Constitución de 2019, y la nueva política de comunicación, marcarían un cambio a este respecto.

Para terminar, vale la pena decir que todo esto se enmarca en una decadencia ética del terreno comunicativo. Está consolidándose un entramado de medios digitales y cuentas falsas en las redes sociales, que se dedican a atacar a los enemigos rebajándose al mismo nivel que los peores entre ellos. Ya no se trata solo de PostCuba, ahora también debemos sufrir cuentas como la de un tal Mauro Torres, que al parecer quiere emular a Otaola.

Uno a veces se siente tentado a pensar: «No, esto tiene que ser una fabricación para dañar a la Revolución». Pero cuando vemos un artículo de PostCuba compartido en el Facebook de la Asamblea Nacional del Poder Popular, o que Mauro Torres haya sido junto a Guerrero Cubano, de los primeros en ofrecer información privilegiada sobre lo ocurrido en Guanabacoa, uno se desengaña.

Este Mauro Torres se ha dedicado a publicar artículos descalificadores sobre Mónica Baró, que deberían provocar la repugnancia de todo revolucionario. No bastaba con decir que el medio en el que ella trabaja es financiado por la NED. Al parecer, era necesario también sacar a la luz su historia médica, sus problemas de ansiedad, y también su vida amorosa. No solo la de ella, sino la de varias personas. Este es el mismo que nos quiere contar qué pasó realmente cerca de la línea del tren de La Lima.

De más está decir, que la Revolución no necesita esos métodos para defenderse. ¡Con lo fácil que la luz de la verdad destruye las mentiras, las campañas de odio, las bajezas! En fin, esta es una historia de decadencia ética, que si no es atajada, nos arrastrará de cabeza al abismo.

27 junio 2020 41 comentarios 20 vistas
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