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Scott Remer

Scott Remer

Master en Pensamiento Político por la Universidad de Cambridge

democracia estadounidense

La necesidad de fortalecer la democracia estadounidense

por Scott Remer 19 enero 2021
escrito por Scott Remer

Una novela de Sinclair Lewis, de 1935, que trata sobre el ascenso del fascismo en EEUU, tiene por título «Eso no puede pasar aquí». Después de haber visto el fracasado autogolpe del pasado 6 de enero es obvio que esa nación no está exenta de la ola de neofascismo que ha resurgido en el mundo. Las impactantes imágenes de una horda armada y furibunda entrando a los salones del Congreso fue una advertencia excepcionalmente clara: las fuerzas de la extrema derecha siguen organizándose en EEUU, a pesar de la convincente victoria electoral de Joe Biden con un margen de casi 7 millones de votos.

El regreso a la normalidad no solo será insuficiente, sino inalcanzable sin la aprobación de un programa profundo y bien pensado de reformas que refuercen los fundamentos de la democracia. Las leyes para revitalizar el sistema político solo serían un comienzo y precisarían medidas que ataquen las raíces de problemas que han inspirado al apoyo masivo del autoritarismo: la desigualdad de ingresos y riqueza, la concentración de poder político y económico en manos de grandes empresas, y la injusticia racial y étnica.

Sin leyes que garanticen el funcionamiento exitoso del sistema formal de la democracia estadounidense —un funcionamiento que por décadas se ha visto coartado por la erosión constante del derecho a votar y de la capacidad de ejecutar la voluntad popular— el país podría ser presa de la autocracia en un tiempo cercano.

Es históricamente innegable que EEUU ha ejercido una influencia negativa en muchos países, especialmente en sus vecindarios de Latinoamérica y el Caribe. Podemos considerar que es hoy un imperio moribundo y, al debilitarse, los imperios se vuelven inestables, agresivos, e impetuosos interior y exteriormente. Por ello, la crisis que vive el país no debe ser motivo de regodeo; al contrario, por un principio elemental de autoprotección, el mundo debería estar preocupado.

Del 6 de enero debemos llevarnos este mensaje: la resistencia antifascista estadounidense tiene mucho trabajo por delante, y a todos –dentro y fuera del país– nos ha tocado por desgracia una época extremadamente peligrosa.

El peligro del autoritarismo

Mucho de lo que ha pasado durante la administración Trump puede verse como un primer paso hacia el autoritarismo pleno. Aunque pueda parecer que Donald Trump muchas veces no es consciente de lo que hace, el proceso que ha vivido el país durante sus cuatro años de gobierno muestran un orden lógico que indica cuán peligroso es.

De hecho, podría afirmarse que los requisitos para el establecimiento de un régimen fascista en EEUU ahora están presentes: un líder con pretensiones a la autocracia; seguidores rabiosos, llenos de rencor y listos para obedecer los órdenes de su líder; una situación económica que dificulta la sobrevivencia de mucha gente y genera una sensación justificada de que el sistema está roto y de que es injusto; políticos y élites corporativas dispuestas a romper con la democracia para proteger su poder y ganancias; el fortalecimiento de la ideología del supremacismo blanco.

Los sucesos de este 6 de enero reafirmaron las preocupaciones que muchos representantes de la izquierda han señalado durante años. El asalto de los trumpistas representa la intensificación de tendencias preocupantes. Pero quizá lo chocante radique más en la destrucción de la idea del «excepcionalismo estadounidense», que en la revelación de algo completamente nuevo. Aún así, ojalá que estos eventos abran los ojos de los indiferentes e incrédulos que preferían ignorar o desestimar las amenazas crecientes.

Muchos de los que asaltaron el Capitolio eran seguidores ordinarios de Trump –enojados por el mítico «robo» de la elección que el presidente saliente y sus secuaces habían propagado–, pero muchos eran neonazis, convencidos de que su visión racista y genocida es correcta y de que tienen el apoyo del presidente. Incluso, representantes de estos grupos han hablado abiertamente sobre las oportunidades de proselitismo y crecimiento que les ha dado la administración Trump.

Aunque el racismo, el nacionalismo, y el supremacismo blanco han formado parte fundamental de la vida y la cultura política estadounidense durante siglos, bajo circunstancias normales el neonazismo no tendría ninguna oportunidad de adquirir tan altos vuelos. Es preocupante el potencial para inspirar a la radicalización que tienen los medios masivos y el internet, que aprovechan el dolor de mucha gente por la depresión económica de EEUU.

Casi igual de preocupante es el papel de la policía en dotar al racismo y al autoritarismo de métodos brutales. Precisamente eso es lo que el movimiento #BlackLivesMatter había destacado este verano, con la publicación de varios reportes en los que advierten de la infiltración de supremacistas blancos en los departamentos policiales de todo el país. La intentona autogolpista es una contundente confirmación de ambas cosas.

Es difícil creer que con el enorme presupuesto de seguridad y las innumerables tropas en Washington, sin la complicidad y la colaboración de la policía del Capitolio, y posiblemente de algunos congresistas derechistas, los asaltantes pudieran atravesar las puertas del Congreso.

Hay reportes preocupantes que demuestran la eliminación de botones de pánico en las oficinas de algunos miembros del Congreso con ideologías de izquierda. También se ha hablado de posibles «giras de reconocimiento» dadas a algunos organizadores del autogolpe, de quienes está igualmente confirmado que recibieron cooperación de algunos congresistas ultraderechistas. Algunos videos aparentemente muestran coordinación entre policías y asaltantes. Si estos últimos hubiesen sido afroamericanos, es casi seguro que no habrían recibido el trato cálido que disfrutaron los trumpistas, traducido en poco más de sesenta arrestos.

Durante los últimos días, hemos descubierto más sobre cuán peligroso era el autogolpe y es extremadamente inquietante. Algunos de los asaltantes planeaban usar la violencia –no como se usó, sino de formas diferentes y terribles–: iban preparados para secuestrar a congresistas y tenían entre sus objetivos matar al vicepresidente Mike Pence, a la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi; y otros altos oficiales gubernamentales. Fue, entre otras cosas, cuestión de suerte que los congresistas pudieran escapar de la muchedumbre de asaltantes lista para matar.

¿Cómo prevenir el fascismo estadounidense?

Afortunadamente, el autogolpe fracasó. Joe Biden será el próximo presidente de los EEUU y el Partido Demócrata tendrá una mayoría en ambas cámaras del Congreso tras dos victorias en las elecciones especiales en el estado de Georgia. La pregunta crucial ahora es: ¿cómo puede el Congreso asegurar que este capítulo aterrador no se repita?

Primero, tendrá que castigar a Trump y asegurarse de que no ocupe un cargo público otra vez. El millonario neoyorkino y sus secuaces no pueden quedar impunes después de lo que han hecho.

Segundo, deberá aprobar leyes que prohíban el gerrymandering y purguen los registros de votantes; protejan el derecho al voto y garanticen que toda persona elegible sea registrada automáticamente; reformen el sistema electoral e ilegalicen el dinero oscuro y la donaciones corporativas; faciliten la votación por varios medios –el derecho a votar por correo, la declaración del día de elecciones como festivo, la expansión de la votación temprana, etc.–.

Tercero, creará mecanismos de protección económica para que la gente no esté desamparada durante la pandemia y buscará mitigar la plaga de desigualdad y desempleo.

La administración Biden tiene que hacer funcionar los mecanismos institucionales y democráticos para demostrar que el gobierno sí puede alcanzar sus objetivos. De esa manera ayudará a combatir el escepticismo en torno a las habilidades gubernamentales. Si no lo hace, el descontento que alimenta al extremismo crecerá y la situación empeorará.

Pese a las fotos perturbadoras y los comentarios frecuentes, los trumpistas no constituyen una mayoría en EEUU. También está claro que la gran mayoría de los estadounidenses no apoya el autogolpe. Eso es motivo de celebración. Queda por determinar si el Congreso tendrá la voluntad política necesaria para democratizar los sistemas político y económico de EEUU. Seguramente habrá oposición de las grandes empresas y del Partido Republicano.

El único contrapeso a un movimiento fascista es un movimiento socialista que promueva la democracia y la justicia económica. Entonces, para realizar los cambios necesarios, se requerirá un movimiento de base de la clase trabajadora, unido, numeroso, y listo para manifestarse en las calles y presionar a los congresistas a que actúen y hagan lo correcto. Si EEUU no consigue las reformas que tan desesperadamente precisa, me temo que días aún más oscuros estarán en el horizonte.

19 enero 2021 30 comentarios 829 vistas
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trumpismo

Una derrota no es el fin del trumpismo

por Scott Remer 16 noviembre 2020
escrito por Scott Remer

Tras cuatro años agotadores, Donald Trump finalmente ha sido derrotado, pero no el trumpismo. Sin duda, es motivo de celebración para la parte del mundo que cree en la ciencia, la razón, la igualdad racial y la democracia. Pero su muy estrecha derrota también es un aviso serio, un reflejo del descontento general de una población cuyas necesidades siguen ignoradas y un indicio de la existencia continuada de una facción autoritaria lista para inaugurar una autocracia estadounidense.

Estados Unidos tiene un sistema político moribundo que necesita de forma urgente grandes reformas para satisfacer los requerimientos mínimos de la democracia formal y proporcionarle a sus ciudadanos vidas dignas. Lo preocupante es que los resultados de la pasada elección no facilitarán que esas metas sean alcanzadas.

Los cambios políticos que EEUU necesita se dan en diferentes áreas: reformas de la Corte Suprema, que es antidemocrática; el Colegio Electoral y el Senado, los cuales representan demasiado a los estados con menos población; la práctica extraña de gerrymandering, que permite que el partido en el poder dibuje distritos congresionales más fáciles de ganar; el sistema de votación, que le niega el voto a mucha gente; y el financiamiento de las campañas electorales, el cual favorece tremendamente las grandes empresas y a los ricos.

Que un partido, el Republicano, con menos apoyo de la ciudadanía y políticas desfavorecidas por esta —lo que se demuestra en el hecho de que ha perdido el voto popular en siete de las ocho últimas elecciones— pueda gobernar debido a la sobrerrepresentación de una minoría en el sistema político, significa que el país está a punto de convertirse en una oligarquía.

Los mecanismos anticuados que frustran la voluntad popular deben ser actualizados, pero los republicanos y algunos demócratas conservadores que se benefician del status quo, se resisten a la reforma. Entonces, para que mejore el aparato del sistema político, se necesita una mayoría contundente en el Congreso, algo que no parece posible en tiempo cercano. Más allá de eso, si los demócratas al fin fracasan en su intento a ganar una mayoría en el Senado, su capacidad de legislar cualquier programa será nula.

Entonces, los problemas que crearon el fenómeno Trump permanecerán no resueltos. Sin un estímulo económico, la crisis provocada por el coronavirus empeorará. Sin medidas para reducir la brecha entre los ricos y los pobres, la gigantesca desigualdad económica seguirá creciendo. Sin medidas para controlar a la policía y los encarcelamientos masivos, la crisis de justicia criminal se exacerbará. La rabia, la paranoia, el resentimiento, el miedo, y la búsqueda de chivos expiatorios no se desvanecerán sin medidas concretas para solucionar los problemas diarios de la gente y darles confianza a quienes se sienten abandonados y sin perspectivas de futuro.

También perturbadora es la inevitable tendencia de muchos centristas y liberales a concluir que todo estará bien, ya que la amenaza anaranjada no ocupa la Casa Blanca. A esta conclusión arriban sin un análisis estructural de la situación política y agotados tras cuatro años de angustias. Fingir que Trump es anómalo, una desviación del progreso lineal de la historia estadounidense, es reconfortante y preserva mitos importantes sobre la fortaleza política y la integridad moral del proyecto estadounidense.

El resto del mundo también se sentiría más tranquilo pensando que la primera potencia planetaria, con un enorme arsenal de armas nucleares y un vasto imperio de bases militares, no cometerá el mismo error otra vez. Esta idea es tentadora y cómoda, pero falsa y reduce la probabilidad de conseguir las reformas cruciales que prevendrían la ascendencia de otro aspirante a caudillo.

Declarar la victoria y volver a brunch es la receta perfecta para el recrudecimiento de la crisis que enfrenta EEUU, pues aumenta las probabilidades de que alguien más suave e inteligente pueda ganar en 2024 y así completar el trabajo de destruir la democracia que Trump había empezado con gusto. Las consecuencias de esa autocomplacencia serían graves para todo el mundo, pero especialmente para las Américas, ya que es muy poco probable que un autócrata estadounidense sea pacífico con sus vecinos, particularmente con los de izquierda.

Aun así, a pesar de todo, hay razones para guardar algunas esperanzas tentativas: la izquierda tuvo una elección bastante prometedora, con numerosas victorias de candidatos con plataformas que responden a los problemas cotidianos de la gente.

Además, tanto ahora como en 2016, es seductora la idea de inferir conclusiones de una elección que presentó una selección binaria, pero deberíamos recordar que las selecciones de ese tipo son restringidas y que no nos dan toda la información sobre lo que la gente realmente piensa. La elección entre el neoliberalismo tibio de Biden y el neofascismo descabellado de Trump era extremadamente imperfecta. No hubo una opción por políticas de izquierda que abordaran los problemas reales de los trabajadores y los pobres. Solo vimos simples cuentas de votos, no conocemos las motivaciones detrás de la decisión tomada por cada votante.

Entonces, no se puede concluir lo peor basados en esa señal poca clara: cada votante de Trump no es necesariamente un racista irredimible. Es verdad que muchos trumpistas apoyan genuinamente el autoritarismo, pero no son los más de 70 millones de personas que votaron por él. Ahí existe una oportunidad de retrasar las líneas políticas para que sean más favorables a la izquierda.

Aunque parezca difícil, no es el momento de retirarse. Trump ha controlado la conversación y ha polarizado a la gente según las grietas más favorables para su agenda. Ahora, ya llegó el momento de reorganizarse, usando el populismo genuino para forjar una coalición nueva –multirracial, multigeneracional, de la clase obrera y la clase media–. Bernie Sanders trató de hacerlo dos veces, ojalá la tercera vez sea la vencida.

El camino sigue siendo el mismo: promover una plataforma con programas sociales concretos y populares, diseñados con la ciudadanía y con sus deseos en mente. En este momento, esas aspiraciones se traducen en una respuesta científica a la crisis de coronavirus, emparejada a medidas que protejan la economía; seguros médicos para todos; un Nuevo Acuerdo Verde que crearía millones de puestos de trabajo, establecería un sistema de infraestructura diferente, y mejoraría la resistencia contra el calentamiento global; la protección y expansión del derecho a organizar sindicatos; aumentos del sueldo mínimo; educación universitaria pública, gratuita, y de alta calidad; y mucho más.

Es preciso reconocer abiertamente que el sistema ha fallado a mucha gente. Simpatizar con su frustración es una parte importante para convencerlos de que la izquierda no quiere engañarlos. Igual de preciso es exponer a quienes están obstaculizando el progreso, sus móviles, y la manera de neutralizarlos. Seguramente tanto EEUU, como el resto del mundo, continuarán viviendo tiempos complejos. Según Trump, Joe Biden es «somnoliento». Su administración no podrá serlo de ninguna manera.

16 noviembre 2020 5 comentarios 560 vistas
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tragedia

Tragedia y Resistencia

por Scott Remer 31 julio 2020
escrito por Scott Remer

He estado pensando mucho las últimas semanas en el concepto de tragedia: lo que oscurece, y lo que esclarece. Los EE.UU. y el mundo sufren la tragedia del coronavirus, pero los EE.UU. también padecen de los efectos de numerosas tragedias antinaturales, los resultados inexorables de mecanismos diseñados con intenciones dañinas desde el surgimiento del país.

Mientras un nuevo movimiento se manifiesta en las calles y lucha por la libertad de personas de color estadounidenses, tres episodios en la historia del EE.UU. son particularmente relevantes ahora: el período de esclavitud; la Reconstrucción intentada por los estados rebeldes del sur, incluyendo el movimiento populista original; y los sesenta del siglo XX y el movimiento de derechos civiles. Ya que, como dijo un autor sureño famoso, el pasado nunca está realmente muerto—ni siquiera está pasado—deberíamos revisar estos capítulos a ver qué podemos aprender sobre este momento tempestuoso de la historia estadounidense. También necesitamos considerar la larga y dolorosa historia del imperialismo y capitalismo estadounidense para entender qué será el camino hacia adelante para los habitantes de los EE.UU. y el resto del mundo cuando la etapa inicial de las protestas termine.

  1. Orígenes

Los EE.UU. fueron fundados en tierra robada, regada con sangre indígena y cultivada por la sangre de los esclavos africanos. Su esfuerzo, sin ninguna remuneración ni reconocimiento, literalmente se construyó los Estados Unidos. Numerosos bancos explotadores todavía existentes tenían esclavos o invertían en las plantaciones del Sur. Por siglos, el trabajo y el dolor de gente de color fueron el motor de enriquecimiento en el país más poderoso y rico de la historia mundial.

La esclavitud fue un sistema bárbaro y totalitario—familias fueron separadas como si nada, la cultura africana de los esclavos fue reprimida brutalmente, y los esclavos no recibían educación ni los derechos humanos más básicos. Los dueños eran abusadores sin vergüenza ni repercusión legal ninguna. Por supuesto, y contrario a libros de texto e historias populares estadounidenses que distorcionan el registro histórico, los esclavos no eran víctimas pasivas. Siempre hubo resistencia contra la dictadura de los dueños: según algunas investigaciones, más de 250 rebeliones de más de diez esclavos ocurrieron a lo largo del periodo de esclavitud estadounidense, incluyendo la famosa rebelión de Nat Turner. A pesar de esos intentos valientes, el despiadado sistema de esclavitud era profundamente arraigado y duró más de tres siglos en los Estados Unidos desde su principio en el siglo XVI hasta la emancipación de los últimos esclavos en el 19 de junio de 1865, el cual ahora es conmemorado cada año con el día festivo de Juneteenth.

Vale la pena enfatizar los hechos, ya que es fácil olvidarlos debido a demasiada familiaridad. Millones y millones de personas nacieron, vivieron, y murieron bajo un sistema que era un infierno hecho realidad. Este sistema permaneció por más tiempo aún que lo que separa el presente y el final de esclavitud en 1865. La maldad que este sistema creaba y desataba alteró el carácter de los Estados Unidos profunda e irrevocablemente. Por lo tanto, sus secuelas se ramificaron en el tiempo y corrompen el presente, amenazando el futuro del país y de las Americas. A pesar de todo, mucha gente blanca todavía no tiene el valor para enfrentar los hechos. Por eso, tendremos que ahondar en cómo exactamente terminó la Guerra de Secesión.

  1. La Reconstrucción Fracasada del Sur

Después de cuatro largos años de violencia intestina, en el 9 de abril de 1865, la Guerra de Secesión terminó. Más de 1.75 millones de personas habían fallecido. Grandes partes del Sur, en particular las granjas de Georgia, quedaron destrozadas. Las ciudades principales del Sur eran arruinadas, reducidas a cenizas. Era el momento oportuno por una transformación completa que hubiera realizado la promesa incumplida de libertad para todos, especialmente en un Sur básicamente feudal.

Al principio, parecía que los Republicanos Radicales, animados por el triunfo de la Unión, estuvieran dispuestos a hacer lo necesario para imponer una revolución en el Sur derrotado pero aún resistente. Los Republicanos Radicales querían llevar a cabo la plena emancipación de los antiguos esclavos: deseaban que la gente de color pudieran conseguir todos sus derechos civiles, incluyendo el voto, y que el racismo y nacionalismo de la Confederación fueran extirpados cuanto antes. Creían en la igualdad total entre las razas.

Para lograr este programa, abogaban el empoderamiento del gobierno federal, exactamente opuesto a los apoyadores de la Confederación, cuyo eslogan era “los derechos de los estados.” Crearon el Freedmen’s Bureau (el Departamento de Hombres Emancipados) para proveerles beneficios a las personas emancipadas y ayudarles a navegar el nuevo mundo del mercado de labor, ya que la esclavitud no existía. Algunos aliados blancos se mudaron al Sur para enseñar y entrenar la gente de color liberada. Los Republicanos escribieron una ley de derechos civiles y esperaba un proceso sencillo de aprobación.

Desgraciadamente, no era así de fácil. El presidente Johnson, el sucesor de Lincoln, fue muy conservador. Opuso la redistribución de tierra a la gente de color, y vetó la inicia y moderada ley de derechos civiles, diciendo que tenía simpatía con los negros pero no podía aceptar la extensión de poderes federales necesaria para implementar la ley. Dijo que era inconstitucional. En el Sur, surgió una enorme ola de resistencia—el KKK trató de usar una campaña de terrorismo y violencia para mantener el orden racial que había existido antes de la guerra, y numerosas personas de color murieron desafortunadamente en las manos de supremacistas blancas.

Al final, los Republicanos forzaron la aprobación de las Enmiendas XIII, XIV, y XV. La Enmienda XIII tuvo un gran y trágico agujero—dice que “ni la esclavitud ni la servidumbre involuntaria, excepto como castigo por un crimen de que la parte hayan sido condenada, existirá en los Estados Unidos”—el cual ahora sirve como la justificación legal del sistema de esclavitud que existe en las prisiones y cárceles. Hoy en día, muchos prisioneros estadounidenses tienen que trabajar por menos de un dólar por hora.

Los Republicanos también sometieron al presidente Johnson a un proceso de destitución. Después de eso, aprobaron los Actos de Reconstrucción, poniendo el Sur bajo control militar. 20,000 soldados fueron mandados al Sur. Los gobiernos militares protegieron los derechos de las personas recién liberadas—les ayudaron a ejercitar sus derechos por el registro de votantes negros y la supervisión de las elecciones. Los soldados también paralizaron al KKK: enjuiciaron a sus líderes y frustraron los intentos por defender la supremacía blanca. Coaliciones políticas liberales se formaron en el Sur basadas en el apoyo de las tropas ocupantes, la afluencia de norteños comprometidos con la causa de igualdad racial, y el nuevo papel político que la gente negra estaba desempeñando. Mientras tanto, el presidente Grant, un Republicano, trabajaba en ampliar los poderes del gobierno nacional para compeler el cumplimiento con la ley. Por un momento, parecía que este modo de luchar por la justicia racial funcionaría.

Pero desafortunadamente, ese instante prometedor no duraría. Con el paso del tiempo, la voluntad política en el Norte para mantener el Sur controlado se desvanecía. La resistencia no solo era cuestión de la oposición sureña, sino también el resultado de un racismo bien arraigado en el Norte. En la elección presidencial de 1876, las coaliciones precarias que habían formado se cayeron. La elección fue muy estrecha y nadie sabía quién realmente ganó. El Partido Demócrata aprovechó la oportunidad que tenía: consintió cederle la elección al Partido Republicano a cambio del final de la Reconstrucción y la retirada de todos los soldados del Sur.

Después de que se retiraron, los blancos del Sur retomaron el control de los gobiernos estatales y aprobaron leyes discriminatorias para privar la gente negra de sus derechos. Aunque la gente negra disfrutó de sus legítimos derechos por un periodo, su ejercicio fue dependiente de la injerencia activa del gobierno federal, la cual tuvo una fecha de vencimiento. Durante ese periodo, las personas de color lastimosamente no podían obtener el control sobre la tierra, las herramientas, y el dinero que necesitaba para empezar nuevas vidas con libertad verdadera. Debido a esta falta del capital y poder económico para gente de color, la clase de hacendados blancos pudo reinstituir un sistema muy parecido a la esclavitud durante la epoca que siguió a la Reconstrucción: el sistema de aparcería fue casi igual de brutal, mientras que era completamente legal.

  1. El Movimiento Populista Original

Un nuevo movimiento popular—la Alianza de Granjeros—empezó en las Grandes Llanuras después del fracaso de la Reconstrucción. Representaba una revuelta contra el capitalismo desencadenado y un intento por salvar la democracia estadounidense. Los granjeros sufrían de las depredaciones de las grandes empresas del este y querían poner fin a los monopolios y la oligarquía de Wall Street. Desarrollaron un programa claro con exigencias bien pensadas, todas basadas en una gran expansión de los poderes regulatorios del gobierno federal: reforma agraria, institución de impuestos progresivos, control federal del sector bancario, control federal del ferrocarril y las telecomunicaciones, establecimiento de bancos postales, y el reconocimiento del derecho a organizarse en sindicatos de los trabajadores. Para conseguir estas metas, la Alianza organizó manifestaciones con bandas y desfiles.

Encontró cierto éxito: a principios de 1884, solo tenía 10,000 miembros; en 1890, alcanzó más de un millón de miembros. El movimiento comenzó en el centro del país, pero para crear una coalición durable en los Estados Unidos, se necesita una base de apoyo nacionalmente distribuida. La clase trabajadora y la gente pobre en Estados Unidos era multirracial y de diferentes partes del país. Así que, para expandir su alcance, la Alianza tuvo que superar las arraigadas sospechas interraciales e interétnicas en el Sur y en las ciudades del Norte. Esto resultó problemático, tan difícil como romper el control corporativo del proceso político y vencer su fuerte resistencia.

Tomemos como ejemplo a Tom Watson, líder sureño del movimiento Populista. Al principio, fue un defensor de los derechos de las personas de color: abogó por la votación para ellos, y condenó rotundamente los linchamientos. Pero después de algunas derrotas electorales en 1896 y una misteriosa alteración psicólogica, Watson cambió de opinión y cerca del 1900, empezó a atacar a la gente de color usando términos racistas. Su abrupto giro simboliza el aprieto del movimiento Populista. Enfrentado con políticos revanchistas y una campaña de terror racial por parte de grupos racistas armados, el movimiento Populista titubeó—y eso fue la destrucción definitiva de la Reconstrucción y la promesa de democracia social en los Estados Unidos en el fin de siglo XIX.

  1. Los Sesenta y Una Movilización Frustrada

Adelantamos seis décadas. El régimen de segregación en el Sur se había endurecido, codificado en leyes estatales y prácticas diarias. Campañas de sindicalización en los cuarenta y cincuenta habían fracasado, incapaces de atravesar la frontera militarizada del racismo. Pero por fin un movimiento bien coordinado, con líderes capaces y miembros ordinarios listos y determinados, estaba en marcha.

Al principio, el movimiento por los derechos civiles encontró resistencia en el campo de opinión pública. En el mayo de 1961, el 57% de personas creyó que las demonstraciones en el Sur (las sentadas, los Autobuses de Libertad, etc.) dañaría la causa de la desegregación. Siquiera tan tarde como el mayo de 1964, después de muchas protestas, el 74% de personas creyó que las demonstraciones masivas por la gente negra sería perjuiciosas a la igualdad racial. Solo en el final de los sesenta, después de cinco años más de manifestaciones, y con el espectro de violencia racial colgante en el aire, finalmente cambió la opinión pública: el 63% opinó que protestas no violentas podrían alcanzar la igualdad racial en el mayo de 1969.

Cómo ocurrió este cambio de opinión es instructivo. También es educativo como evolucionó el movimiento por los derechos civiles. Inicialmente, con razón, reflejando los problemas más urgentes, se enfocó mayormente en la igualdad básica: el derecho a compartir facilidades públicas, el derecho a la votación sin represalias, el derecho a asistir escuelas integradas, el derecho a no sufrir discriminación laboral. Las manifestaciones en las calles sin duda funcionaron, creando el impulso necesario para que el gobierno federal actuara: no tuvo otra opción que tomar acción legislativa decisiva para hacer que la igualdad racial sea más que palabras vacías.

Pero Martin Luther King y otros líderes del movimiento, incluyendo al socialista democrático Bayard Rustin, reconocía que los derechos civiles no valen tanto sin los derechos ecónomicos. King preguntó, refiriéndose a las sentadas, “¿Qué vale el derecho a sentarse en un mostrador para almorzar si no puedes ni comprarte una hamburguesa?” En los años antes de su asesinato, King empezaba a prestar atención a la necesidad de grandes cambios estructurales a la economía. Fue asesinado cuando estuvo dando apoyo a una huelga de trabajadores sanitarios en Memphis. Estaba a punto de organizar una Marcha de Gente Pobre en 1968 para ganar derechos ecónomicos y derechos humanos universales. King y otros líderes del movimiento querían unificar la gente pobre blanca, los americanos nativos, los chicanos, la gente negra, y otros grupos marginalizados en una coalición poderosa capaz de transformar los Estados Unidos en un país civilizado con socialismo democrático, sin imperialismo ni militarismo. Las Panteras Negras y otras formaciones de poder negro más radicales en algunos casos enfatizaron los elementos separatistas en sus filosofías, pero siempre subrayaron la importancia de socialismo y antiimperialismo para ganar la libertad verdadera. Además, operaron programas de beneficios sociales en sus propias comunidades, ofreciendo un modelo de base de cambio social.

Por desgracia, las inoportunas muertes de King y Robert Kennedy, combinadas con las asesinatos de otros líderes más radicales como Malcolm X (1965) y Fred Hampton (1969) y la sangrienta guerra en Vietnam, conspiraron para desinflar el movimiento. Aunque la Marcha de Gente Pobre sí tuvo lugar, no recibió la atención que merecía, y los sueños de un país y un mundo más justo se desangraron, víctimas de la Guerra Fría y la reacción violenta racista dirigida por Richard Nixon, Ronald Reagan, y el Partido Republicano. En vez de resistir la regresión, los Demócratas se unieron con los Republicanos durante los ochenta y los noventa para aprobar legislación que construyó un sistema grotesco de encarcelamiento masivo y patrullaje descontrolado, escondiéndose detrás de esloganes anticrímenes. Mientras tanto, la historia de imperialismo y intervencionismo que destruía las vidas de gente de color a escala mundial seguía desarrollándose.

  1. El Presente

¿Cuáles lecciones nos dan estos episodios de la historia estadounidense?

Primero, la lucha por el voto libre siempre ha sido central en la lucha por justicia racial: desde el principio, durante la Reconstrucción, el movimiento Populista, y el movimiento por los derechos civiles. Una línea que atravesa la historia estadounidense es el intento por la élite de limitar el electorado—solo así puede mantener su lealtad hacia la idea de democracia formal. En cuanto el electorado se convierta en una amenaza contra el poder racista y capitalista, la elite siempre ha sido dispuesta a tirar su supuesta amor por la democracia, hasta que haya usado la violencia terrorista para reprimir gente de color.

Segundo, y posiblemente más importante aún, la Reconstrucción nunca realmente trataba de corregir las injusticias económicas y el desequilibrio racial de poder. Los antiguos esclavos simplemente eran convertidos contra su voluntad en trabajadores listos para entrar el nuevo mercado de trabajo que los capitalistas habían instituido en el Sur. No recibían reparaciones ni control sobre el capital. El Congreso no aprobó la reforma agraria. ¡La Enmienda XIII ni siquiera prohibó la esclavitud por completo! El fracaso de cambiar las condiciones materiales fue el punto más débil de la Reconstrucción.

Finalmente, podemos ver que la lucha entre el poder federal y “los derechos de los estados” siempre ha tenido implicaciones raciales. “Los derechos de los estados” funciona como un disfraz para preservar la supremacia blanca; el conflicto entre el gobierno nacional y los gobiernos locales es un indicador del estatus de derechos civiles en los EE.UU.

El lamentable fracaso del movimiento Populista nos demuestra que el racismo ha funcionado como un arma contra las movilizaciones populares en Estados Unidos. La inflamación de tensiones raciales sirve como un gran obstáculo contra la unidad de los grupos oprimidos, aunque los grupos marginalizados tengan muchos de los mismos intereses. Como la autora Isabel Wilkerson sugiere en un artículo muy recomendable, el sistema racial en los Estados Unidos debería ser considerado como un sistema de casta.

La experiencia del movimiento por los derechos civiles nos muestra que las manifestaciones obtienen resultados. Pueden cambiar la opinión pública, y pueden forzar cambios legislativos. Su fracaso tal vez fuera cuestión de mala suerte: los asesinatos de King, Malcolm X, Kennedy, y Fred Hampton eficazmente frenaron el impetu del ala radical y la corriente principal del movimiento.

La historia del movimiento por los derechos civiles y el movimiento Populista también recalca la conexión entre la lucha por igualdad racial y la lucha por un socialismo democrático: hay una relación dialéctica entre demandas particulares y demandas universales. Por razones tácticas, en un país con una clase trabajadora multirracial y multicultural, se necesita construir una coalición que unifique grupos distintos para tener posibilidades de derrotar una elite corporativa unida y potente.

Un análisis internacionalista es imprescindible: el papel que los EE.UU. juegan en el escenario internacional es inseparable de la situación doméstica. En otras palabras, el racismo de los EE.UU. contra sus propios ciudadanos y su racismo contra gente de color en países en desarrollo mundialmente tienen un vínculo muy fuerte. Justo por eso, antes de morir King empezó a criticar fuertemente la guerra en Vietnam, censurando el militarismo, el materialismo, y el imperialismo como un trío fatal vinculado con el racismo, y advirtiendo que los EE.UU. arriesgaban una “muerte espiritual.” La consecuencia inevitable de un sistema que menosprecia las vidas de una gran parte de su propia gente es que el desdén por la humanidad vaya a infectar cada célula de su cuerpo político, interna y externamente.

Estamos viendo esto de una manera muy preocupante ahora en Portland y otras partes de los EE.UU., donde tropas federales están reprimiendo manifestantes usando tácticas violentas y claramente ilegales. Para proteger la supremacia blanca, Trump y sus secuaces parecen dispuestos a iniciar un régimen autoritario en la patria estadounidense. Si esa posibilidad perturbadora pasara no sería una coincidencia, tiene mucho que ver con el racismo. Tampoco es coincidencia que las tropas federales estén utilizando las armas y la autoridad que les ha otorgado la Guerra Contra el Terrorismo, la cual ha sido un desastre para personas de color en el Medio Oriente, África, y el sur de Asia.

Pero también hay algunos aspectos prometedores en lo que está pasando en estos tiempos. Las protestas que vemos han durado bastante, y parece que una coalición amplia se está formando para apoyar a los manifestantes. Aunque la mayoría de la agenda de los manifestantes no se ha convertido en realidad aún, la conciencia acerca de la justicia racial está subiendo rápidamente, y la situación económica deplorable también ofrece una oportunidad de movilizar el pueblo para luchar por un orden económico justo.

También es prometedora la energía que se siente en las calles: aunque es tentador rendirse ante los retos que enfrentamos, los manifestantes se dedican a la lucha, venga lo que venga. La historia estadounidense ha sido trágica. Este capítulo no es una excepción: la ejecución extrajudicial de George Floyd por la policía sí fue especialmente despreciable. Aún así, solo fue una instancia en una serie demasiada larga de asesinatos semejantes. Pero la implicación del término “tragedia” es que no podemos evitar ni cambiar nuestro destino. Y afortunadamente, los manifestantes está demostrando, a pesar de todo, que todavía piensan lo contrario.

31 julio 2020 8 comentarios 486 vistas
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democratico

Cuba vista por un socialista democrático

por Scott Remer 29 abril 2020
escrito por Scott Remer

Recientemente hubo un supuesto escándalo en la primaria del Partido Demócrata de Estados Unidos. El asunto eran los comentarios de Bernie Sanders, el candidato socialdemócrata, con respecto a Cuba. En un programa importante, el presentador recordó que en los años ochenta Sanders observó que Fidel Castro “le dio educación a los niños y atención médica a la gente de Cuba.” Por supuesto, aludiendo a estos antiguos comentarios de Bernie, el presentador quería insinuar que este tenía tendencias autoritarias preocupantes.

El intercambio entre ellos es esclarecedor al respecto. Sanders dijo que “estamos muy opuestos a la naturaleza autoritaria de [l régimen de] Cuba” pero notó a la vez que “cuando Fidel Castro asumió su cargo… tuvo un programa de alfabetización masiva” y “es injusto decir que todo está mal” en Cuba. Su interlocutor respondió que hay “muchos disidentes encarcelados”. Sanders contestó rotundamente: “Eso es cierto. Y lo condenamos.” No obstante, hubo numerosos artículos críticos cuestionando la relación entre Sanders y el autoritarismo.

Como nos muestra el diálogo anterior, el discurso convencional sobre política exterior en los Estados Unidos es lamentablemente simplista. La corriente principal tiende a generalizar sobre Cuba, tratando el régimen actual como un mal absoluto e ignorando el papel problemático que los EE.UU. han desempeñado en la historia del país. Además, por lo general, al público estadounidense le falta muchísimo conocimiento de hechos básicos sobre nuestros vecinos de Latinoamérica y el comportamiento despreciable de los Estados Unidos en el hemisferio.

No existe ningún consenso entre los ciudadanos estadounidenses sobre Cuba.

Por esta razón, lo siguiente solo refleja el punto de vista de un segmento de la izquierda estadounidense, un intento de apreciar la complejidad de la situación existente y dar cuenta de las dificultades que impiden que realicemos un análisis verdaderamente justo.

Desde el punto de vista de un socialista democrático, la historia humana hasta ahora ha sido una larga cadena de decepciones. En países capitalistas, las grandes empresas dominan el proceso político, crean enormes desigualdades económicas y frustran la posibilidad de una democracia genuina, obstaculizando cada avance hacia la justicia para preservar sus ganancias y aumentar su poder.

Algunos países capitalistas—particularmente los escandinavos—son más humanos y tienen beneficios sociales generosos; algunos menos. Otros países capitalistas tienen democracia formal y libertad de expresión; algunos son autoritarios y represivos políticamente. Pero al final, incluso en los países más socialdemócratas, el control se queda en las manos de una pequeña élite.

Por otro lado, en países supuestamente “socialistas” la adopción de una retórica socialista, el vocabulario de la lucha de clases y algunas medidas económicas asociadas al socialismo, ha venido de la mano con la imposición de medidas autoritarias que pisotean derechos humanos fundamentales, en particular la libertad de expresión y el derecho a asociarse libremente, incluso en sindicatos que no estén controlados por el gobierno. Sin embargo, en muchos casos, aunque sean autoritarios, estos países han tenido cierto éxito en mejorar las condiciones materiales de su gente, a veces de una manera sorprendente.

La simpatía con los logros económicos y sociales de estos regímenes, incompletos pero encomiables, acompañados por sus historias de antiimperialismo, crea una tentación para la izquierda: apoyar estos regímenes incondicionalmente, sin indagar en sus violaciones de libertades individuales fundamentales. Pero la razón por ser socialista demócratico en primer lugar es una creencia profunda en la necesidad de liberar las posibilidades de cada individuo.

A los socialistas democráticos nos importan el cuerpo y el alma a la vez: valoramos el bienestar material pero también la salud cultural y espiritual. Así que la democracia formal sí es requisito para la creación de una sociedad socialista de verdad. Regímenes que se identifican socialista pero no respetan los principios de democracia formal, faltan al espíritu de un proyecto socialista.

Todo esto tiene mucho que ver con la cuestión de cómo analizar la situación cubana. Tenemos que considerar la larga y trágica historia del colonialismo estadounidense en Cuba; incluyendo la Guerra Hispano-Americana, las tres ocupaciones militares, el plattismo, el establecimiento de la base militar en Guantánamo, la invasión de la Bahía de Cochinos y otras manifestaciones de interferencia imperialista.

También debemos tener en cuenta la influencia que el bloqueo y marginalización de Cuba en el escenario internacional ha ejercido en su desarrollo económico y social, incluso en algunas características del régimen actual. El sentimiento de estar rodeado por una superpotencia hostil tiene que ser un factor en el análisis. También los efectos extremadamente perjudiciales del bloqueo estadounidense en la calidad de vida de los cubanos.

Con razón, el bloqueo ha estado condenado por las Naciones Unidas anualmente desde 1992.

El régimen de Fulgencio Batista fue atroz y corrupto. Cuba necesitaba un cambio drástico para liberar a su gente de la pobreza grotesca, la dominación corporativa y neoimperialista, y una represión feroz. El inicio de la Revolución y algunos pasos como la reforma agraria, la revisión comprensiva del sistema educativo, la protección de recursos naturales, la institución de un sistema de atención médica universal, y la adopción de medidas antirracistas y antisexistas, incluso la legalización y provisión de abortos, definitivamente eran beneficiosos.

Aunque las estadísticas oficiales no necesariamente son confiables, al parecer han tenido resultados impresionantes: la calidad de atención médica, la tasa de alfabetismo, el nivel de biodiversidad e integridad de la naturaleza, y la representación política de las mujeres son innegablemente mejores que antes de la revolución, especialmente en comparación a otros países de Latinoamérica y el Caribe (por ejemplo, Haití, la República Dominicana, y Guatemala). Adicionalmente, Cuba ha mandado médicos a muchos otros países en desarrollo y ha jugado un papel extraordinario en respuestas internacionales a varios desastres y en el campo de salud mundial.

Sin embargo, el defecto fatal que ha ensombrecido la sociedad posrevolucionaria desde su comienzo ha sido la ausencia de democracia auténtica y el abuso de poder. La disolución de los partidos políticos excepto el Partido Comunista, la persecución de otros revolucionarios, la institución de Comités de Defensa de la Revolución, la consolidación del control gubernamental sobre los sindicatos, la detención y hostigamiento de periodistas y opositores políticos, así como el encarcelamiento y ejecución de disidentes después del derrocamiento del régimen de Batista, pusieron fin al sueño de una sociedad democrática por completo después de la Revolución.

El socialismo se debe basar en la responsibilidad pública y la distribución igual del poder decisorio en todos los niveles de la sociedad, ni jerarquía vertical ni impunidad. La centralización de poder en órganos estatales sin mecanismos bien definidos para responsabilizar al Estado, así como una planificación económica sin que los trabajadores y ciudadanos puedan participar y tomar decisiones juntos, no son medidas socialistas, sino medidas de corporativismo. Una revolución exitosa no necesita violencia ni vigilancia para seguir viva y segura, y un buen sistema de gerencia económica requiere que la gente participe activamente.

Ahora, medio siglo después de la Revolución, hay la oportunidad de facilitar cambios positivos en Cuba, mientras la isla preserva y amplía sus considerables logros en atención médica, educación, y servicios sociales. Las libertades de expresión, de prensa y competencia política abierta, son imprescindibles para que los cubanos avancen. El autoritarismo no es la expresión de los deseos originales del pueblo cubano, y como tal, es hora de empezar un nuevo capítulo en su historia.

Para ayudar a Cuba, EE.UU. tiene que poner fin al bloqueo y normalizar relaciones cuanto antes.

Esto no es decir que Cuba debería adoptar ningún “consenso de Washington.” Encontrar el equilibrio perfecto entre la planificación y el mercado es indudablemente difícil. Las recientes acciones del gobierno cubano para aumentar el papel del mercado en la economía parecen necesarias, ya que el balance antes parecía inclinado demasiado en la dirección del control estatal. Es preciso que las reformas hacia la liberalización de ciertos sectores económicos no resulte en un aumento innecesario de la desigualdad económica, ni en el resurgimiento de la explotación por parte de las multinacionales, ni en la contaminación del medioambiente.

Los problemas graves que el mundo enfrenta actualmente exigen cooperación y solidaridad, y la lucha por justicia social no tiene fronteras. Si Cuba puede demostrar de manera definitiva su compromiso con la libertad de expresión plena y el debate abierto, facilitaría el establecimiento de relaciones más amistosas entre nuestros países, particularmente si el Partido Demócrata triunfa en las elecciones de noviembre. De todos modos, aun si Trump gana otra vez y el bloqueo sigue en pie, intentar cumplir la promesa de un socialismo no autoritario vale la pena y serviría como un ejemplo para el resto del mundo.

29 abril 2020 63 comentarios 369 vistas
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