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René Fidel González García

René Fidel González García

Doctor en Ciencias Jurídicas. Profesor de Derecho. Ensayista

Memorias del oportunismo

por René Fidel González García 14 octubre 2016
escrito por René Fidel González García

Los amorosos andan como locos

porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato(…)
Les preocupa el amor.

Jaime Sabines

(Para Lisandra y Alberto)

Si reinventar la política en Cuba implica oponer decididamente a las viejas formas de hacerla unas nuevas y originales, que reposicionen y valoricen al ciudadano como su actor fundamental, ello es quizás, una frase vacía a menos que se asuman algunos puntos de la complejidad del proceso que hemos estado viviendo en los últimos veinticinco años como sociedad y los condicionamientos que generan en la praxis política nacional.

El segmento histórico que se expande desde los inicios de los años noventa hasta la actualidad está lleno de la instrumentalización gubernamental de cambios sociales, económicos y políticos que impactaron y transformaron la formación de valores en Cuba. Formulados e implementados en escenarios definidos por la coyuntura y la crisis como replanteos tácticos, no pocas veces provisionales e indeseados, acabaron por perpetuarse y reconfigurar a largo plazo la realidad nacional.

La mayoría de dichos cambios fueron lo suficientemente estables y hasta hoy continuos en éstas tres áreas como para convertirse ellos mismos, en sincronía con sus derivas y contradicciones y las influencias de la última marea neoliberal, en agencias de producción y reproducción de valores que no sólo eran en muchos casos antitéticos con el sistema de valores que el Socialismo había logrado en Cuba, sino que fueron también lo suficientemente efectivos – en diversos grados y formas- como para conectarse con zonas de los imaginarios y la conciencia social, y con ello, activar la secuencia inicial de la formulación de una contra hegemonía.

También se recodificaron y solaparon con algunas de las deformaciones más terribles y perversas que pervivieron como tales en el Socialismo en Cuba como el oportunismo, el dogmatismo, el individualismo, el despotismo, la corrupción y la intolerancia, que si bien no se manifestaron de inmediato como un turgente desafío contra el sistema político, económico y social institucionalizado, infiltraron progresivamente lo social.

Que una de ellas, el oportunismo, ha sido además un código fuertemente encriptado en nuestra cultura política es una desagradable y amarga verdad que ha sido demasiadas veces ocultada históricamente a favor de la urgencia de un discurso nacionalista, que en su facturación y divulgación simbólica, privilegió altos estándares y sentidos de altruismo, nobleza, desinterés, sacrificio, junto a la poderosa idea de una comunidad de destino.

El oportunismo, sin embargo, fue el duro correlato de la sublevación independentista cubana del siglo XIX, pero sobre todo, e inmediatamente, el de la post independencia; lo fue también de la Revolución del 30 y las posteriores luchas por construir un orden político republicano signado por lo democrático y lo social después de promulgada la Constitución de 1940; fue, desde luego, junto a sus actores: los oportunistas, un fardo de la insurrección contra la dictadura de Batista y del prólogo de la Revolución, una costra conductual irremovible de su desarrollo.

Militantes de sí mismos y de sus intereses, es verdad que han sabido adversar también a la Revolución desde posiciones contrarias y resueltas – y no deja de haber decisión y valor en ello – pero no les ha faltado tampoco resolución y cálculo – la cobardía administrada – para ser sobre todo parte de ella, y sus peores adversarios.

De su florecimiento en cada segmento de peligrosidad histórica, en cada contradicción y retroceso, o yerro experimentado por el proceso social en Cuba dan fe los hechos y la memoria trasmitida de individuos a individuos, de generación a generación. Moviéndose durante ya más de medio siglo casi siempre a la sombra, ha trabajado por defraudar con paciencia infinita cada acto de generosidad, de valor y entrega, esa urgencia de dignidad, ese estallar ante la injusticia que es la conducta revolucionaria cuando es verdadera; o más general e inclusivamente dicho, la conducta cívica, la sencilla y elemental decencia.

Hija de la mezquindad, de la más visceral envidia y de la incapacidad original para la virtud – y éste es un dato al que no se puede renunciar, porque ahí radica su filiación con la tristeza y la irrealización personal – fue y ha sido capaz siempre de alabarla en público mientras adora en privado el resultado de obtener ventajas y utilidades sin reparar en medios, su paradigma de éxito.

Soberbia a la hora de su triunfo pasajero, tildó de locos, soñadores, enfebrecidos, ilusos, aventureros, idealistas, inmaduros, románticos e ingenuos a sus contrarios éticos. En ese listado están un tal Aponte, una tal Carlota, un Heredia, un tal Carlos Manuel, un Ignacio, un tal Martí, o un Mella, Villena, Guiteras, Pablo, Jesús, o un Sandalio, Eduardo René, José Antonio, Frank, Fontán, una Clodomira, una Fe, un tal Ernesto, o tú, o yo.

La ciudad desde la que escribo, Santiago de Cuba, tiene una carretera que en su ruta al litoral está completamente escoltada de nombres a los que le fueron adjudicados tales epítetos en su momento, pero José Miró Argenter, a inicios del siglo XX, dejó unas crónicas que expiden constancia de ser Cuba entera el camposanto sin memoria y lápida de las osamentas de mujeres y hombres que merecieron igual trato, casi condescendiente, si no hubiese tanta rabia detrás, tanto odio, desatado.

Valdría la pena pensar las causas que alimentan al oportunismo en la Cuba de hoy, cómo se aprende, lo que tiene de redituable para quienes lo practican, cómo corrompe, su carácter esencialmente político, también sus consecuencias, no ya porque es, para la utopía del Socialismo y muchos de nuestros esfuerzos personales, un fracaso íntimo, escandaloso, desolador y frustrante, y un peligro real, actual e inminente, sino porque esa reflexión quizás nos permitiría detectar y valorar cuánto de responsables somos nosotros mismos como individuos, sociedad y sistema político en su proliferación y éxito, cuánto se ha cobijado en nuestros proyectos de vida y cotidianeidad.

Mañana será demasiado tarde para evitar los resultados de las alianzas y complicidades políticas – sociales que ya se tejen firmemente en todos los niveles y contextos de desarrollo de la sociedad cubana entre los oportunistas y sectores de población estadanizados concienzudamente por procesos de ritualización política y de anomia social. Si éstos últimos han hecho de la simulación, la apatía, el acatamiento aparente, el no buscarse problemas y el desencanto un mantra de la desmovilización silenciosa en torno a la Revolución, tal como se puede apreciar sin mayores pretensiones en la vida diaria de cualquier lector o lectora, serán sin dudas los oportunistas los que le aporten un liderazgo oscuro y la mayor parte de las veces invisible en la restauración del Capitalismo.

¿Será capaz, finalmente, esa connivencia de acorralar y aislar socialmente las conductas revolucionarias y a los revolucionarios? ¿De estigmatizar y devaluar la honestidad como un acto de nostalgia de quienes ya llaman hoy, con disimulado desdén, coprófagos? ¿De montar la cresta de la oleada conservadora que se alza sobre el país para desarticular las nociones y las prácticas colectivas e individuales de igualdad y solidaridad, el pensamiento crítico, los procesos de emancipación humana y social, la participación, la ética política ciudadana y la propia civilización cubana? ¿Impedirá la cada vez más urgente expansión de una comprensión liberadora y republicana del Estado y del espacio público como zonas de consecución y defensa del bien común que tan nociva le es? ¿Logrará hegemonizar y recolonizar mediante la incertidumbre, el miedo y el hedonismo a las próximas generaciones de ciudadanos hasta convertirles en apacibles consumidores?

Puede que lo único que en nuestras condiciones podemos enfrentarle a todo ello sea la política. Democratizarla, hacerla desde la libertad, la transparencia, el respeto irrestricto a la opción personal, la deliberación, el acuerdo y el control público, y desde esas raras cualidades que son la vergüenza, el decoro y la honestidad no será – nunca lo ha sido – un exorcismo final contra el oportunismo y los oportunistas, pero albergo toda la confianza y la esperanza en que por lo menos servirá para engrosar entre nosotros esa promesa aplazada de nuestra modernidad que es aún en Cuba la ciudadanía.

Desde su perspectiva y en su realidad de intelectual y militante consecuente Rodolfo Walsh alguna vez afirmó que un revolucionario que no comprendiera lo que pasaba en su tiempo y en su país era una contradicción andante. Recuerdo ahora que alguna vez un maestro de nuestra generación, que todavía nos acompaña vital y lúcido, nos dijo que mientras más débiles fuéramos más debíamos apegarnos a los principios. Esa sigue siendo, a pesar de los pesares, la guardarraya ética de la Revolución en Cuba, aunque se deba arriesgar todo personalmente a esa idea. Hacer esto último, acaso haya sido siempre ser revolucionario.

14 octubre 2016 221 comentarios 508 vistas
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La herejía de los sueños

por René Fidel González García 19 abril 2016
escrito por René Fidel González García

No hay nada superior a la terquedad de un hombre que cree en sus ideas                                                                                                                                                                                        Fidel Castro

Pablo ve el movimiento de tierra de la construcción cercana. Los camiones van y vienen llevando en sus metálicas espaldas toneladas de tierra, adentro su hijo adolescente juega con sus amigos en la computadora. Se levanta del asiento del balcón.

Les dice a su hijo y a sus amigos que le acompañen, que van a hacer un jardín. Ellos le siguen escépticos, también risueños. Aquí lo haremos, señala Pablo, en dirección al cascajo blanco que rodea todo el frente del edificio en que vive. El primer camionero abordado se niega a descargar las toneladas de tierra que transporta en el lugar escogido: no tiene autorización. No desisten. Le explican a otro camionero, que sonríe y accede. El próximo llegará pidiendo que le indiquen dónde depositar la tierra. Pablo, su hijo y sus amigos (marquito, josé, guillermito), alguno de ellos todavía niños, palearán durante tres días seguidos regando los montones de tierra. El hijo de Pablo le pregunta por los vecinos que les miran curiosos pero imperturbables desde la primera hora: ¿no bajarán? Ya lo harán.

Al tercer día no lo ha hecho ninguno aún. No importa, insiste Pablo, ya lo harán. Lo hacen al cuarto día. Primero son dos, Norberto y José, luego estará Guillermina. El primero es un chofer retirado, gruñón y resabioso, Guillermina y José forman un matrimonio y los dos sobrepasan los 65 años de edad, él aún trabaja. Tres meses después ya son muchos los que atienden su propia parcela. Bárbaro y Marlen, Daniel, Wilfredo, Yarima, Rosa, Zamirita, y otros. El jardín, cada plántula sembrada y amamantada con el agua que roban los vecinos de hasta lo más necesario, primero crece, luego florece.

Ni uno de estos protagonistas – porque eso son – conoce a Martica. Pero ella sueña con hacer un hogar para proteger perros vagabundos. No tiene el espacio ni el dinero para hacerlo. Graduada de Derecho ha ido a hacer el servicio social en el Registro de Defunciones. Casi no duerme al recordar cada jornada de trabajo, pero en las noches, a pesar de todo – el todo es un inmenso dédalo de fotos, edades y nombres que queman – sigue soñando con su hogar para perros. Aún lo hace.

Rebeca y Lorenzo no conocen a ninguno de ellos tampoco, aunque viven en el mismo país. En cambio intuyen que existen. Los dos son escritores. El hace novela negra y conoció al auténtico René el cojo. Ella hace casi de todo, o ciertamente todo, mientras anda también de musa de muchos. Los dos sueñan. Tienen una pequeña editorial: La Piedra Lunar y saben que pueden salvar a otros con libros: lo han hecho ya. Saben también que los sueños están hechos de muchas cosas, hasta de lo amargo, pero creen en las cosas pequeñas, tanto como aquel ángel santaclareño que se llamó Agustín de Rojas. Dicen nosotros al hablar. Los demás piensan que bromean, ellos saben que hablan en serio.

Yunier y Fermina no se han visto nunca. Pero sus sueños han cruzado caminos más de una vez sin ellos enterarse. Fermina no hace décimas como él en sus ratos de ocio, pero trata de hacer el bien sin brújula en el territorio de lo cotidiano que es su vida. Ese es su paraíso y su infierno. Ni siquiera sabe que es feliz. Sus hijos sí, le llaman la loca, porque aún cree en lo que cree, en lo que ha creído siempre.

En el siglo XVI Juan de Yepes Álvarez aleccionaba a otros, que como todos ellos, se empeñaban en hacer los sueños realidad: ¨Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñír al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más progreso harían […] dejando aparte el buen ejemplo que de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de este tiempo en estarse con Dios en oración… Cierto entonces harían más y con menos trabajo con una hora que con mil, mereciéndolo su oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales con ella; porque de otra manera, todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño¨

En cambio, Hannah Arendt, mucho tiempo después, hablaría de ese risueño coraje que es necesario para hacer los sueños en la realidad, sabiendo, que esa tozudez increíble, esa determinación, esa humilde grandeza, nace siempre de las ideas, nunca de las ventajas y el poder.

Las historias de la realidad pueden convertirse en metáforas y claves para entender los sueños que se resisten a dejar de ser. Lo que Pablo intentó enseñar a su hijo y a sus amigos en Cuba, lo que Lorenzo y Rebeca hacen cada día en un pedazo de piedra lunar, lo que Martica y Fermina y otros tantos intentan aquí, no acaba en los zapatos rotos de un anciano que husmea en un contenedor de basura de Cienfuegos, en la soledad de un invidente en una esquina de La Rampa a la hora pico, en el niño que pide en Camagüey un peso para comer paleta de chocolate, en la embarazada sin asiento de una guagua de Santiago de Cuba, en la impotencia y esperanza de un obrero de Las Tunas que escribe a un periódico. Tampoco en los que se preguntan qué hacen los demás por mí.

El país real que es la vida cotidiana de cada cubana y cubano necesita ser soñado y cambiado entre todos, o no será ni real, ni país. No se necesita hacer grandes cosas. ¿Reivindicar la alegría, la honestidad, la bondad, contra la ética del descreimiento y la incertidumbre? Quizás como aquel joven estudiante que escribió – el alegato de su porfiada certeza – hace unos días en el mural de su escuela: ¡mi país no está en crisis, otra mujer me ama!

Es cierto, una delgada línea separa a la realidad de los sueños. No hay remedio, hace falta cruzarla para que estos se vuelvan reales. A hacerlo, le han llamado siempre herejía y siempre cuesta. Será por eso que hace falta cierto risueño coraje cuando se escucha el sinsajo.

19 abril 2016 17 comentarios 520 vistas
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Los culpables

por René Fidel González García 4 abril 2016
escrito por René Fidel González García

(A Pilar, porque Gaudí desafía la línea recta)

Lo que más le gustó a Martica de la visita de Obama a Cuba fue ver a jóvenes de su edad manifestándose en Argentina contra la visita del mandatario estadounidense. Eso, y que Walter Martínez, ríspido, dejase ver en Dossier, la extensa huida verbal realizada por el ilustre visitante en ese país ante una pregunta de un periodista local. Me lo dijo hace unos días con ironía y quién sabe con cuánta amargura. Es casi imposible saberlo.

Me asalta hoy, con su aire de muchacha siempre despeinada, sonriente y me dice: viste, papá escribió. En su jerga, papá es Fidel Castro. Por la tarde, otra muchacha, Pilar, igual de despeinada y sonriente, pero desde muy lejos, interrumpe una clase de Sociología de la Democracia que comparto con mis estudiantes con una ristra de mensajes que llegan escandalosos a mi teléfono, luego llama. Les pido permiso a ellos. Me lo dan. Le explico que estoy frente a los muchachos y las muchachas, me dice que les salude, pero que acaba de leer lo que escribió papá, que ya era hora. En los mensajes dice más. Pilar no es cubana, comparte con Martica un código de la jerga de aquella. Ella, aunque quizá sin saberlo, acaso sea una extranjera en su propio país.

En Cuba históricamente, la Revolución ha tenido siempre sus puntos de repliegue, sus bastiones. Hija de una racionalidad del cambio y la política, ha sido siempre ética. Muy pocas veces reparamos en esos bastiones.  Yo que nací en ésta, siendo un adolescente, alguna vez le hice una pregunta a mi padre ¿quién hace los editoriales del periódico Granma?  No me supo responder. Compartió conmigo su sospecha de que una persona habría cuidado su estilo siempre. Acaso nunca lo sabremos, me confesaría.

Después, mucho antes de matricular en la Escuela de Derecho de la Universidad de Oriente, descubrí que aquellas declaraciones publicadas en nuestra prensa aparecían a veces firmadas por El Gobierno de la República de Cuba, otras, por El Gobierno Revolucionario. No puedo precisar ahora cuando fue que empecé a creer que la Revolución cubana sostenía una relación conflictiva con su propio Estado, y que la ficción de El Gobierno Revolucionario, no era una coartada gramatical para sus errores, sino una clave que definía lo que era ser revolucionario dentro del Estado de una Revolución.

Sería muchos años después, cuando mi propio hijo me preguntó ¿por qué casi nadie piensa como tú? , en que recordé a mi padre prohibirnos,  a los niños que aún éramos mis hermanos y yo en los inicios de los 80, asistir a los actos de repudio que en muchos barrios se hacían a las personas que abandonaban el país. Eso no es decente, dijo, y remató la frase, ininteligible para nosotros, con una mirada a mamá.

Papá era comunista en aquella época en que los militantes eran aún dentro de la lógica de la vanguardia muy pocos. Sigue siéndolo. Meses después de aquella advertencia paterna llegaría una carta del vecino que había sido despedido por aquel procedimiento en nuestro barrio. Se llamaba Rigoberto  y  su nombre se me quedó en la memoria, quizás porque en el sobre junto a la carta venía una hoja con una bandera cubana pintada con los brillantes colores de los plumones que no se conocían aquí, quizás porque escribió a la familia del comunista que no asistió a su repudiación y recibió y leyó la carta con asombro, quizás porque mi generación es memoriosa sin rabia, sin odio, pero memoriosa. 

Lo que Martica no sabe es que hace muy poco un articulista cubano trató de ultra revolucionarios a los que sintieron ganas de salir a las calles a protestar por la visita de Obama a Cuba y los amonestó con una larga cita de una alocución de Fidel Castro apropósito de los preparativos del recibimiento de Juan Pablo II. Lo que Pilar descubre, en lo que ve y aprende por sí misma, es que la Revolución cubana está viva cuando alguien dice lo que piensa.

Yo no sé si los que intentan establecer entre nosotros  lo políticamente correcto se percatarán de la relación existente entre la alegría de Martica y la contundencia y el significado del ejercicio de ironía política de un anciano revolucionario. Tampoco si perciben las muchas maneras en que se esteriliza una Revolución cuando se intenta establecer  un lugar, una forma y un momento adecuado para  pensar y decir lo que se piensa, sin darse cuenta que ese lugar, esa forma y momento conquistado, es esencialmente la posibilidad de ser revolucionario sin tener que pedir permiso.

Fidel reivindica ahora esa condición desafiante de un revolucionario dentro del Estado de una Revolución.  Una vez más. ¿Por cuánto tiempo más? ¿ cómo saberlo? No importa. Creo que ni siquiera a él le importe mucho, por lo menos en términos de vanidad personal. Hay tantas cosas que no sé.

Lo que sí sé es que en Cuba, por lo menos mientras la Revolución sea, los revolucionarios no serán culpados sin motivo, o ya no serán tales.

4 abril 2016 49 comentarios 529 vistas
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