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René Fidel González García

René Fidel González García

Doctor en Ciencias Jurídicas. Profesor de Derecho. Ensayista

Aunque tenga que practicarse la libertad

Aunque tenga que practicarse la libertad

por René Fidel González García 22 octubre 2021
escrito por René Fidel González García

Desde el año 1959 nunca antes se había mentido en Cuba por tantos y por tan diversas cuestiones. Se ha hecho desde el gobierno, desde las instituciones, desde la prensa; y se ha hecho con tal frecuencia, impunidad y solapamiento, y cabe precisar tan burdamente, que ya ni siquiera extraña se haga, o quién lo hace, o sobre qué se hace, o por qué. Estas cuatro variaciones de la recepción de un mismo hecho, son significativas desde todo punto de vista porque expresan un vacío.

Mentir, sin embargo, en cualquiera de las formas en que se haga, es solo un atajo hacia la ilusión de cambiar la realidad, u ocultarla, no de transformarla. En política, tal cosa es un despropósito que lidia siempre afanosamente contra las percepciones de la realidad de los ciudadanos y se traduce con demasiada frecuencia en la pérdida de la credibilidad pública. No es la mentira, aunque algunos lo crean, un recurso renovable, mucho menos cuando es capitalizada, como ha venido ocurriendo, por una persona, o una asociación política.

El sistema cubano está diseñado de tal modo que expresar la opinión de los ciudadanos sobre el prestigio y credibilidad de políticos y funcionarios —o la posibilidad de criticarles, emplazarles o enjuiciarlos directamente— es una práctica desactivada o expuesta a medidas punitivas y no incide —sino en casos extraordinarios— en la selección o renovación de aquellos. Dicho diseño, llegados a un punto, empieza a funcionar como un acumulado negativo y una deriva para el funcionamiento y la legitimidad del propio sistema. Ese punto ha sido ya traspasado.

No ocurre tal cosa sin que se dañe la gobernabilidad de un país. La calidad de la comunicación y la confianza política de los ciudadanos en sus gobernantes y en la gestión del conjunto institucional que conforma un sistema político, no es ciertamente un indicador de la capacidad de los ciudadanos para hacer valoraciones y comprender la realidad, pero es el primer criterio a tener en cuenta para el diagnóstico de una sociedad que experimenta una crisis política y conocer su envergadura.

Toda crisis política contiene en su origen una fractura de la credibilidad entre interlocutores, pero cuando se expande a la sociedad —sus clases y grupos sociales—,  entonces se vuelve una muy seria y difícil interpelación a todas las certezas que la hacen funcionar como una comunidad de destino, o de interlocución.

Aunque tenga que practicarse la libertad (2)

Esa fragilidad de las certezas sociales y políticas se expresará en Cuba, en el corto y mediano plazo, en la aceleración e intensidad de dinámicas diversas y al mismo tiempo interconectadas, como: el absentismo en los procesos políticos institucionalizados y su deficiente calidad, la desnacionalización de los proyectos de vida y profesionales, las migraciones reactivas, la fuga de capitales, también en la inhibición de la inversión —nacional o extranjera— y el incremento de la corrupción.

La inseguridad e incertidumbre sobre el futuro que experimentan los individuos en esa situación impactará en los ya alarmantes índices de natalidad, suicidio y violencia doméstica y de género; en la degradación del cuidado de individuos vulnerables al interior de las familias y las instituciones; en el aumento del alcoholismo y la infelicidad; en el debilitamiento de la solidaridad y en la emergencia de la impiedad y la intolerancia social.

Este es un cuadro que se complejiza exponencialmente y se vuelve perverso al interior de la crisis económica y pandémica que embate hoy directamente contra la población y la capacidad de funcionamiento de las instituciones; sobre todo por su potencial para hacer retroceder el grado de civilización alcanzado por la sociedad cubana.

Si la desintegración social es siempre un patrón que acompaña el retroceso civilizatorio experimentado por una sociedad, su decadencia —la de sus valores e ideas, su puesta en práctica y estructuras— es un proceso diferente pero que produce inexorablemente su propia cultura y formas de hacer política. La política —y los políticos— de la decadencia son siempre paradójicos, es una contradicción que se afirma y se niega a sí misma. 

Antes, pero sobre todo después de la Constitución de 2019, apunté desde este mismo medio la existencia —y peligrosidad— de una situación de anomia que en Cuba describía la contradicción entre las metas culturalmente legítimas de los ciudadanos y los medios institucionales para lograrlas.

Recuerdo que en el último año que impartí la asignatura Sociología de la Democracia en la Universidad de Oriente, expliqué a mis estudiantes la secuencia que desde algunas perspectivas teóricas podía seguir la anomía, esto es: innovación, ritualismo, retraimiento y rebelión.

Lejos estaba de suponer que la situación de anomia que originaba la disfuncionalidad de muchas de nuestras instituciones en aquel entonces para dar curso y propiciar las demandas del proceso de cambio social y político en curso en el país desde antes del proceso constituyente, sería relanzada o agravada por la postergación y en la práctica desactivación de la Constitución y el Estado de Derecho que ella proponía.

Las marchas que ocurrieron en el verano de 2021 han sido interpretadas hasta ahora de muchas maneras. La mayoría de los análisis realizados intentaron constreñirlas a un acontecimiento que, aunque extraordinario, tuvo una duración muy limitada. Sin embargo, lo ocurrido —y sus causas—  son parte de procesos que continúan emergiendo de lo social a lo político, de lo privado a lo público, y se expresan a través de un disenso político muy complejo y dinámico que no puede ser medido exactamente por la cantidad de personas en las calles, ni por sus comportamientos, ideas expresadas o aparente facilidad con que fueron contenidas y reprimidas.

La posibilidad que ello ocurriera, e incluso su capacidad de traducirse en protestas públicas, no era algo desconocido para el actual gobierno.

El impacto y costo en términos de empobrecimiento y estratificación social instantánea de la población que implicaba la reforma económica iniciada en el 2020, no solo estaba prevista como consecuencia inmediata por sus planificadores y decisores, sino perfectamente asumida después de más de una década de sistemática reducción de las inversiones y gastos públicos como un riesgo de gobernabilidad a enfrentar.

Por otra parte, los debates y propuestas realizadas en consulta popular, en particular las expectativas creadas entre la ciudadanía por la provisión de derechos y libertades que había hecho el texto constitucional de 2019, fueron lo suficientemente contradictorios e inquietantes para las élites del aparato gubernamental y político cubano como para que ignorasen que esta vez el disenso iba a expresarse a través de ejercicios de derechos constitucionales.

De hecho, la secuencia de sucesos previos a las masivas protestas —más allá de ser subestimados y simplificados por muchos desde sesgos y paradigmas de análisis disfuncionales—, indicaba con intensidad que el proceso de formación, apropiación y despliegue de la identidad ciudadana, como identidad política de los cubanos a partir de prácticas individuales y colectivas auto determinadas y auto organizadas, no había hecho más que expandirse y alcanzar importancia.

Tales prácticas fueron auto referenciales y sirvieron para inducir y canalizar en muchos de los individuos involucrados —y en otros que las conocieron—  cambios en su autoestima política, expectativas e ideales de justicia y concepciones de lo que debe ser el buen gobierno; así como para aportar experiencias de participación que eran ensayos de discusión, negociación y acuerdo en un contexto de pluralidad y diferencia de intereses.

Todo parece indicar también, pese a las escuetas y endebles explicaciones oficiales, que los repetidos intentos de muchos ciudadanos desde la aprobación de la Constitución de 2019 para usar derechos como el de Queja y Petición, o acceder a la vía judicial para proteger derechos y libertades ante violaciones de funcionarios y el Estado, aunque infructuosos, jugaron un papel importante en que el desarrollo legislativo de estos fuera retardado.

En paralelo, el Gobierno empezaría una carrera contra el tiempo con la emisión de otras normas que le permitieran blindarse ante este desafío, al tiempo que devaluaba, y de hecho enajenaba, en la cultura y prácticas de las instituciones públicas, también desde los medios de comunicación, los valores, principios y contenidos de la nueva Constitución cubana que estaban siendo apropiados por los ciudadanos.

Quizás la clave para entender algunos de estos procesos y el momento actual de crisis política, o sea, la contradicción que plantea el bloqueo de los medios institucionales y de los recursos que proporcionan, entre otros, los derechos y libertades constitucionales para alcanzar las metas legítimas de los ciudadanos, pueda estar —sobre todo si se tiene en cuenta la actual fluidez y acortamiento temporal de la sucesión de las etapas de anomia— en qué hacer con los disensos.

No es posible, por lo menos para mí, explicar en pocas líneas cómo fue que el gobierno cubano acabó optando, ante el aumento de la conflictividad política, por hacer uso de sus extendidas facultades discrecionales para ir contra el Derecho vigente, o para interferir en su aplicación, como demuestran —por solo poner dos ejemplos anteriores a las manifestaciones— los casos de Karla Pérez y Luis Robles. La primera, impedida de entrar a su país después de ser privada cuatro años antes del derecho a la educación; el segundo, procesado y condenado por escribir y alzar en solitario un cartel con demandas de tipo político en una locación habanera.

Las reacciones que generaron estos hechos, el primero de ellos en el plano internacional, y en el caso de Robles el hecho de que fuera protegido de la policía por la población, debieron servir como advertencia. Si actos de este tipo, o responsabilizarse gubernamentalmente con ellos, tuvieron un costo internacional cada vez más sensible, inéditamente, el gobierno estaba siendo conminado a someterse al Estado de Derecho por una parte de la población.    

Subestimar la existencia de disensos, su complejidad y diferentes tipos, fundiéndolos en un todo homogéneo; así como seguir ignorando que el grado de legitimidad y funcionabilidad de cualquier sistema político, su eficiencia misma, se mide precisamente por la manera en que logra encauzarlos con el fin de producir los consensos necesarios para el funcionamiento de una sociedad; es ya un gatillo de rebelión en Cuba.

Aunque tenga que practicarse la libertad (3)

En definitiva, más que la conservación del poder de un grupo, o tendencia política, es esa y no otra, la finalidad y función práctica de todo sistema político como condición de la civilización, el orden y estabilidad en una sociedad.

Ningún sistema político ha sobrevivido nunca a la erosión o pérdida a escala social de tres consensos fundamentales: 1) sobre sus reglas de funcionamiento, 2) sobre los medios instrumentales para lograr dentro de él los objetivos políticos de los ciudadanos, y 3) sobre la eficacia, coherencia y credibilidad de sus mecanismos de representación política. Tampoco a su incapacidad para transformarse y hacerse inclusivo.

Los consensos políticos pueden ser alcanzados, incluso re-articulados y conservados durante mucho tiempo a partir de la existencia y socialización de marcos normativos que definan la validez, factibilidad, deseabilidad y límites de los objetivos políticos de cada ciudadano en una sociedad. Pero nunca, o por lo menos no definitivamente, a través de la inducción a polarización política de la población, de la incoherencia y contradicción que supone el abuso de poder, el silencio administrativo y la arbitrariedad selectiva por parte de funcionarios e instituciones públicas. Y menos desde la violación y desconocimiento de los derechos y libertades reconocidas, o del intento de privatizarlos y monopolizarlos políticamente.

La negación de que los ciudadanos intenten cambiar las cuestiones que afectan su vida cotidiana —esto es: lograr alcanzar sus metas y aspiraciones, porque existen legalmente, han sido creadas, son aceptadas, accesibles y funcionales las condiciones y medios políticos, sociales y jurídicos para conseguirlos—; entraña además una consecuencia que es también una responsabilidad. Se proporciona con ello un medio idóneo para que se vuelvan opacos y confusos tanto los actores como los objetivos políticos, económicos y sociales que pueden resultar indeseables y peligrosos para el conjunto de valores, intereses y aspiraciones en una sociedad.

Las élites políticas y gubernamentales defienden sus privilegios de función, sus lujos y predominio político exclusivo mediante complejas relaciones endogámicas, mientras obran en silencio para, llegado el momento, funcionar a plena capacidad y abiertamente como élites económicas. Pero no se puede desconocer tampoco que, entre las reivindicaciones de derechos y libertades, entre afanes de justicia y democracia postergada, bracea igualmente en Cuba —aunque haga todo por invisibilizarse— una derecha que irascible y venal, hija espuria de la arbitrariedad y el despotismo, devota de la cultura de cancelación política, intenta capitalizar el momento para su sueño de revancha en el poder.

Aunque distinta, no es menor la responsabilidad de aquellos místicos del sectarismo y del poder desde sus periferias, que, en santuarios institucionales o académicos, ofrecen coartadas e intentan hacer creer que existe un dilema para los ciudadanos en Cuba en relación al ejercicio de los derechos y libertades constitucionales. Ellos intentan convencer de que la reivindicación del Estado de Derecho es una elección entre el Gobierno y el Derecho.

No se trata de ser profetas del desastre. Nos esperan tiempos difíciles. Pero es imposible creer que la concesión de derechos económicos y civiles, o su instrumentación práctica, podrá impedir, retardar o hacerse a costa del ejercicio de los derechos políticos que resultan necesarios para la democratización de la sociedad cubana.

Ese proceso está contenido, se quiera o no, en el ADN mismo de las nociones de República y de Estado de Derecho, y en el catálogo de libertades y garantías que establece ahora la Constitución. Y es ya esta contradicción, entre lo que somos y lo que podemos ser como sociedad política, el nudo gordiano que hay que cortar de una vez.

Nos queda el desafío enorme de construir y hacer entre todos y para ello los aprendizajes de una cultura democrática. Pero de algo se puede estar seguro, los derechos serán practicados, aunque tenga que practicarse la libertad.

                                                                      ***

Este artículo es un ejercicio de los derechos y libertades que consagra la Constitución de la República de Cuba.

22 octubre 2021 41 comentarios 2.219 vistas
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Reforma

Reforma económica, tiempos políticos y democratización en Cuba

por René Fidel González García 19 agosto 2021
escrito por René Fidel González García

Es plausible estimar que con el paquete de medidas recién aprobadas, el Gobierno cubano apuesta más a aliviar la presión que sobre él ejerce la crisis global, que a la aceleración propiamente dicha de la reforma económica que tenía prevista. Sin embargo, por primera vez en más de seis décadas se han unido y vuelto cruciales para la gobernabilidad dos tipos diferentes de tiempos y demandas. 

Ambos implicarían, por un lado, tener capacidad para introducir cambios y obtener resultados e impactos inmediatos y deseados, tanto en la esfera económica como en la política. Por el otro, satisfacer —sin afectar el funcionamiento esencial del sistema político—, las exigencias de libertades y derechos económicos, políticos y sociales gestionados por diferentes clases, grupos y sectores de la población cubana como un nuevo umbral de consenso.

El contexto de desarrollo de la actual sincronización y jerarquización de lo económico y lo político como desafío para la gobernabilidad cubana se puede resumir en:  

1) La ineludible eficacia de las medidas económicas y financieras puestas en marcha por la anterior administración estadounidense.

2) El lastre enorme —e igual de ineludible— de una economía deformada,  corrupta, ineficiente y por décadas errática y contradictoriamente dirigida.

3) Las tensiones y reacomodos de un sistema político que, ante la disfuncionalidad y pérdida de importancia de sus organizaciones sociales y de masas, sus déficits de comunicación y de certidumbre política; se repliega sobre instituciones, prácticas y valores que le permitan el control, enfrentamiento, falsificación y anulación punitiva de los disensos, más que su recepción y manejo.

4) Los cambios de percepciones sobre lo político, la esfera pública y la participación en individuos de diferentes generaciones, grupos etarios, historias y experiencias de vida a partir de la reflexión, búsqueda e involucramiento en ideas, prácticas y alternativas para evitar, enfrentar o revertir la precarización y las rupturas, la desintegración y los obstáculos que afectan a sus proyectos e ideales.

5) La difuminación y atomización de un proyecto de país inclusivo y de baja diferenciación social, ante la consolidación y aceleración de procesos de exclusión y estratificación social, económica y política.

De la reforma económica —más allá de su diseño, ritmo y deficiencias—, se pueden esperar resultados solo en un plazo dilatado, pero es casi seguro que ello implique una secuela de costos sociales muy sensibles, algunos seguramente perversos e imprevistos.

De hecho, puede asumirse que lo ocurrido en el verano del 2021 obedece a la interacción y confluencia de contradicciones acumuladas en los últimos treinta años, pero debe entenderse sobre todo como una reacción inmediata y aguda a la reforma.

¿Lo que vemos y veremos en lo adelante será la ejecución de la reforma, o su adecuación cautelosa y por eso discontinua en función de evadir en lo posible los peligros de otro estallido? ¿O será el freno, y acaso descarrilamiento, de aquella que el gobierno tenía concebida y pensaba ejecutar a pesar de esos mismos peligros?

Sobre todo ello gravita la crisis sanitaria que actualmente enfrenta Cuba, que aunque angustiosa y terrible, trae aparejadas otras tensiones y límites, tanto a la ejecución proyectada de la reforma como a su probable freno y readecuación.

Reforma (2)

 Militares ayudan en la producción y distribución de oxígeno medicinal en Cuba ante la alarmante carencia de ese elemento en los hospitales

Por otra parte, el sistema de salud es de muchas formas una pieza clave o si se quiere, —junto a la educación universal y gratuita, la asistencia y la seguridad sociales—, una zona esencial de realización del sistema político y fuente principalísima de su legitimidad. A tenor con ello, un colapso como el que parece estar ocurriendo bajo la presión diaria del incremento del contagio de la Covid-19, la insuficiente provisión y disponibilidad de medicamentos y medios de protección, unido al agotamiento del personal médico y paramédico, tendría repercusiones muy difíciles de enfrentar incluso cuando fuese revertido.

A la sincronización de los tiempos políticos y económicos y al estrecho margen de maniobra que deja tal situación, no existe una salida fácil. Menos si desde el Gobierno —y desde las clases y grupos que operan dentro de él, y le presionan o ralentizan mientras actúan como minorías silenciosas desde una intrincada y aún opaca madeja de intereses—, se continúa bloqueando la democratización posible y necesaria del país en nuestras particulares condiciones.

El cambio político de la sociedad cubana, que demanda la democratización, está ya muy avanzado como proceso y no hará más que afianzarse. En ello han jugado un papel muy importante, primero, los valores, prácticas y expectativas de derechos y libertades de los que la población se fue apropiando como parte del prolongado proceso de trasmisión y acumulación cultural y civilizatoria, no exento también de influencias y condicionamientos externos; segundo, el impacto que tuvo en el reforzamiento de ese curso el propio proceso constituyente de 2019.

Concebida como eje y plano minucioso de la transición política generacional, así como de la modificación del régimen político, económico y social del Estado y de la sociedad; la nueva Constitución reflejó en su debate y aprobación la importancia política creciente que tendrían los posicionamientos de la ciudadanía alrededor de diversos temas de su interés.

Nada sugiere que el Partido o el Gobierno quieran hacer funcionar el Estado de Derecho, por lo menos en los alcances que plantea el texto constitucional refrendado hace dos años por la mayoría de la población cubana con derecho al voto.

Se ha retardado dolosa e inconstitucionalmente su entrada en vigor, y los trabajos legislativos de la Asamblea Nacional o del Consejo de Estado, es muy posible intenten desactivarlo y atenuarlo hasta travestirlo en una suerte  de  Estado de Derecho del Estado y los funcionarios, orientado contra la autonomía y la autodeterminación de la ciudadanía y capaz de codificar la ambigüedad y la discrecionalidad como licencias para la arbitrariedad, el abuso del poder y el despotismo; tal como sugiere la reciente publicación del Decreto Ley 35.

Reforma (3)

El Presidente en San Antonio de los Baños el 11 de julio. (Foto: EFE)

La reacción gubernamental a los acontecimientos del pasado mes de julio —descontando el peso que tuviesen la soberbia y amor propio del presidente cubano al regresar de las manifestaciones, ante los abucheos y ataques que recibió en San Antonio de los Baños—, quizás fuese el momento más importante de los esfuerzos de un sector que teme a la ruta de democratización y al cambio de cultura política e institucional que implicaría el ejercicio de libertades y derechos por parte de los ciudadanos y el respeto de estos y de las garantías constitucionales por parte de los funcionarios y el Estado.

Contradictoriamente, la aparente operación de inteligencia cubana que permitió que un reducido aunque persistente y determinado grupo de activistas, artistas y académicos opuestos a la implementación del Decreto Ley 349 fuese sobreexpuesto en las redes sociales y lanzado por el Gobierno y los medios oficiales como un despreciable y vituperable ensayo de oposición política; sirvió para colocar en el centro del debate interno, incluso a pesar del clima de polarización, la necesidad de las leyes de desarrollo de los derechos, libertades y garantías constitucionales que para ese entonces estaban siendo pospuestas en nuevos cronogramas legislativos. 

En cambio, han ocurrido sucesos que le otorgaron de facto, por primera vez en nuestra historia reciente, reconocimiento y legitimidad a la pluralidad y el disenso político. Por ejemplo, la larga jornada del 27 de noviembre de 2020 frente al Ministerio de Cultura, el  manejo gubernamental que optó al final de ese día por el diálogo y el aplazamiento del conflicto, el rechazo a la prohibición del regreso al país de una periodista privada del derecho a la educación unos años antes.

También la detención y procesamiento de dos jóvenes de diferentes orientaciones ideológicas que alzaron carteles en lugares públicos contra la represión; la vigilancia y reclusión domiciliaria de activistas y periodistas no acreditados oficialmente, así como las denuncias formales y los testimonios sobre excesos y presuntos delitos cometidos por agentes de la autoridad o civiles durante las masivas manifestaciones de hace un mes.

El hecho mismo de que pese a la represión, la criminalización, la judicialización de la participación pacífica en las protestas y la devaluación de sus motivaciones y causas; el gobierno tuviese que incorporar a su discurso mensajes de amor y paz, o retractarse y relativizar posiciones de intolerancia; puede ser entendido estrictamente por algunos como un ejercicio de cinismo e hipocresía, pero da cuenta sin embargo de la importancia y expansión a la sociedad cubana, de nuevas comprensiones e imaginarios sobre la democracia.

En esto último hay un código del futuro para Cuba y, al mismo tiempo, una encrucijada. Los hombres y mujeres del Gobierno deberían detenerse en ella antes de seguir la senda, en definitiva toda rebelión empieza por alguien que dice basta.

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Este artículo es un ejercicio de los derechos y libertades que consagra la Constitución de la República de Cuba.

19 agosto 2021 42 comentarios 2.892 vistas
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Tiempos

En los tiempos de Abdala

por René Fidel González García 2 julio 2021
escrito por René Fidel González García

Sobre el elefante y los mil conejos

Una anécdota probablemente apócrifa de la política cubana, ha trasmitido en una frase la dificultad que supondría la ausencia de Fidel Castro al frente del gobierno: mil conejos no sustituyen a un elefante. Sin embargo, el gobernante no solo cesó en sus funciones mucho antes de morir, sino que una de las joyas más deseadas en su gestión —un modus vivendi formal entre Cuba y los Estados Unidos— sería alcanzado, mientras aún vivía, por su sucesor Raúl Castro.

En cualquier caso, la frase hacía referencia al liderazgo nacional e internacional ejercido por el político cubano, capaz, a un tiempo, de lograr durante más de medio siglo complejos consensos al interior del país y de convertir al gobierno cubano en un actor no despreciable en las peligrosas brumas de la Guerra Fría. También era relativa a sus experiencias, sagacidad y determinación personal para convertirse, y ser considerado, en un formidable contrincante político por sucesivos mandatarios y políticos de los Estados Unidos.

Desaparecido Fidel Castro, previa entrega de sus cargos gubernamentales a su hermano, y este más adelante a Miguel Díaz-Canel; la Constitución de 2019 allanó el camino a la formalización de la concentración y especialización de las funciones ejecutivas mediante el fortalecimiento de las atribuciones presidenciales y el desarme del modelo asambleario anterior.

Apenas un par de años después, cuando debió estar haciendo sus primeros ajustes de puesta en marcha un modelo de Estado de Derecho por mandato constitucional, el nuevo gobernante sería, además, investido de la máxima responsabilidad partidista.

Es cierto que los capitales políticos pueden ser heredados, incluso es posible ser usufructuario de la legitimidad de una generación, de sus luchas, aspiraciones y logros, sin tener necesariamente que cargar con sus fracasos; pero asumir esa, o cualquier otra responsabilidad, pasa por entender que todo capital es susceptible de ser perdido. Tener la responsabilidad implica, igualmente, ser responsable del éxito y del fracaso. 

Tiempo (2)

Miguel Díaz-Canel junto a Raúl Castro, tras ser nombrado presidente en abril de 2018. (Foto: Adalberto Roque/ AFP)

Es difícil determinar la importancia que tienen —o tendrán— las experiencias y características como político del actual mandatario en el manejo de los diversos y complicados problemas económicos, políticos y sociales del país, o de un diferendo como el que se sostiene entre los Estados Unidos y Cuba, que ha condicionado dramáticamente la realidad cubana.

Nada parece sugerir que estemos delante de un prospecto de estadista. El pausado ascenso y formación de Miguel Díaz-Canel como miembro —y sobreviviente— de un pequeño grupo de funcionarios seleccionados y entrenados para ocupar cargos de dirección de importancia, es probable haga remota o cancele esa posibilidad, incluso asumiendo que disponga de los recursos intelectuales, comunicativos y de la iniciativa y proyección teleológica propias del liderazgo.

De lo que se puede estar seguro es de que a medida que el acompañamiento que todavía realiza la generación anterior se debilite, y finalmente desaparezca, el rol que esas características personales desempeñarán en la toma de decisiones y en la interacción con los problemas de una sociedad que experimenta un complejo proceso de cambio social y político, será cada vez más importante y quizás determinante.

Esta es una variable trascendental en los acontecimientos actuales. No hay que subvalorar el análisis del perfil de los individuos y grupos que hacen otros gobiernos y sus agencias; como la modelación de reacciones, comportamientos, valores y sistemas de creencias, ha sido siempre un activo estimado para hacer actuar a los adversarios en condiciones pre-concebidas, que utilizan tales datos para la obtención de los resultados deseados. 

Maximizar los resultados y reducir la exposición

A partir de las declaraciones de diplomáticos, políticos y funcionarios estadounidenses, no pocos académicos y analistas han planteado y amplificado la idea de que el tema Cuba no es una prioridad para el actual mandatario de la Casa Blanca.

Por su parte, con creciente frustración, diplomáticos y funcionarios cubanos han subrayado la apatía y demora de la Administración Biden en desmontar algunas de las medidas de mayor impacto tomadas durante el mandato de Donald Trump, tal como se aseguró durante la campaña electoral. 

La historia de las relaciones entre ambos países en las últimas seis décadas, indica con precisión que si la conclusión a la que arriban los especialistas es increíblemente superficial, la frustración que se percibe en los mensajes de los funcionarios cubanos puede estar codificando en su aparente ingenuidad la complejidad del momento actual. 

El tema Cuba no solo ha sido a través de los años una prioridad estratégica de los Estados Unidos para el manejo de su área de influencia geopolítica más inmediata, sino también un ingrato y espinoso asunto a tratar por los aspirantes presidenciales, crucial, no pocas veces, al momento de la reelección. Ninguna de estas cuestiones se ha modificado radicalmente.

Tiempo (3)

Durante el gobierno del presidente Obama se restablecieron las relaciones diplomáticas entre EEUU y Cuba (Foto: Ramon Espinosa/AP)

Es por ahora imposible saber las exploraciones y contactos de las autoridades cubanas por retomar el camino que dejó abierto el gobierno del expresidente Obama con el restablecimiento de relaciones diplomáticas, los mensajes cursados y la calidad misma de tales encuentros, si es que han ocurrido. Pero no es descabellado pensar que el virtual estado de coma en que se encuentran actualmente las relaciones, ha sido inducido por la apuesta del ejecutivo estadounidense y sus agencias gubernamentales a la evolución de un escenario interno favorable a sus intereses. Algo así como: los tenemos donde queríamos.

La táctica de regalar sábanas sudadas por soldados enfermos de viruela y luego esperar la progresión del virus, dio resultado en no pocas ocasiones para diezmar y abatir las tribus y naciones indígenas durante la colonización del oeste de los Estados Unidos. La excepcional situación creada por la pandemia de la Covid-19 en Cuba, ha colocado, más allá de cualquier prioridad, al actual ejecutivo estadounidense en una situación muy parecida y redituable: esperar.

Después del paquete de medidas y sanciones contra la economía cubana puesto en marcha por Trump —que incluyó el descalabro de importantes operaciones de cooperación internacional, la suspensión del envío de remesas por vías regulares,  la sanción de entidades bancarias vinculadas y la injusta calificación como Estado patrocinador del terrorismo—, la actual administración estadounidense ni siquiera tiene que exponerse a ser considerada como villana en la arena internacional.

Hay que valorar también factores internacionales. La crisis que atraviesan aliados regionales de Cuba, como Venezuela, la descapitalización política experimentada por el Alba o UNASUR y la progresiva erosión de la influencia cubana en el área latinoamericana y caribeña, como resultado de sus propios problemas internos y la incapacidad para proponer y gestionar iniciativas, describen, por así decirlo, un escenario propicio para devaluar apoyos y alianzas que han impedido el aislamiento y un consenso internacional hostil contra Cuba.

La propia colaboración médica, principal fuente de prestigio y admiración a escala mundial para la Isla, asediada por programas que ofrecían estatus de refugiados a sus integrantes, acabaría por ser cuestionada. Han sido señaladas en tal sentido las onerosas condiciones impuestas por las cláusulas de contratación del personal médico, paramédico y técnico, e igualmente los castigos administrativos que sancionan a no poder regresar al país durante por lo menos ocho años en caso de romper de forma unilateral sus contratos. 

Cuestiones como estas no solo debilitan la posición cubana en cualquier negociación con la administración estadounidense, sino que determinan en buena medida que esta última no tenga que apartarse de sus intereses respecto a Cuba y ceder en función de alcanzar otros de mayor importancia.

Estar revisando la política con relación a la nación antillana, como han reiterado en los últimos meses funcionarios de la Casa Blanca, no implicaría entonces una mera reevaluación de medidas anteriores, o dar prioridad a un viraje a la hoja de ruta de Obama. Es evidente que se está produciendo la evaluación pragmática del impacto que han tenido esas políticas durante el excepcional contexto pandémico, y qué hacer para que sus efectos se amplifiquen en el mediano y largo plazos. Los cambios vendrán pero dentro de esa lógica.

A mediados de los noventa, las exigencias estadounidenses al gobierno cubano se concentraban en el reconocimiento y ejercicio de los derechos humanos —especialmente los civiles y políticos— y en dar espacio a la pequeña y mediana empresa y al sector privado.

En la actualidad muchas de esas pretensiones o son parte del ordenamiento constitucional y de demandas cada vez más importantes de la ciudadanía cubana; o cuestiones ya planteadas aunque innecesariamente demoradas dentro del anunciado proceso de reformas.

Algunas de ellas, como la libertad de expresión, asociación y prensa, han sido redimensionadas espectacularmente a contracorriente del propio gobierno, desde la introducción y generalización del acceso a Internet y las redes sociales.  

Se ha debilitado gradualmente el monopolio estatal de la producción y emisión de contenidos y significados políticos, y es un hecho hoy la migración e interacción de millones de cubanos a una suerte de ágora virtual. En ella, algunos de los ejercicios de derechos y libertades usualmente restringidos y no pocas veces penalizados jurídica, política o socialmente, encontraron un nicho propicio para su desarrollo y práctica, sin poder evitar, no obstante, ser muchas veces, secuestrados, reducidos o restringidos por tendencias de polarización, manipulación y simplificación.

Tiempos (4)

La reciente resolución condenatoria del Parlamento Europeo contra el gobierno cubano marcó una pauta en los tiempos de buena relación bilateral. En la foto, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. (Fotoç: Julien Warnand POOL/AFP)

Es lógico asumir que el gobierno estadounidense seguirá ofreciendo financiamiento, asistencia y apoyo a ciertos medios, plataformas y grupos surgidos en este entorno virtual en el intento de convertirlos en cabezas de playa desde donde influir en la política interna. Pero también es de notar en la reciente resolución condenatoria del Parlamento Europeo contra el gobierno cubano, la importancia que tendrá en el futuro inmediato el respeto por las autoridades de los derechos y libertades reconocidas por la Constitución de 2019 y la entrada en vigor del modelo cubano de Estado de Derecho. 

La otra pandemia

La sostenida dinámica de detenciones ilegales, acosos, castigos administrativos, presiones y procesamientos selectivos desarrollada por instituciones del actual gobierno contra artistas, intelectuales, periodistas en ejercicio no acreditado, profesores, estudiantes, activistas, opositores y ciudadanos en general; ha sido la parte más visible del intento de licuefacción de la Constitución del 2019, del conjunto de expectativas ciudadanas que generó el propio proceso constituyente y, sobre todo, del modelo de Estado de Derecho que en ella se esboza. 

Tales actos han sido trasmitidos, distribuidos y analizados de un modo extraordinario e inédito por las redes sociales y los medios digitales.

Ello ha redefinido los contenidos y el ejercicio mismo del consumo político de los ciudadanos. Es importante entender que la posibilidad y autonomía de ese consumo es parte y expresa a un tiempo, los reacomodos de la cultura política y de sus valores.

Es en tal contexto, en que las exigencias de democratización y las demandas del respeto a derechos y libertades, y a las garantías jurídicas efectivas para su ejercicio, empiezan a ser no ya solo parte de los núcleos identitarios de la ciudadanía, sino también prácticas que desafían los modos habituales en que se ha desarrollado y entendido la participación política en Cuba por ciudadanos, políticos e instituciones. 

Un olvidado pero significativo tuit del actual mandatario cubano: «La complejidad es para asumirla como reto», fue escrito en la tarde noche del 27 de noviembre de 2020, cuando cientos de jóvenes buscaban interpelar al ministro de Cultura a los ojos de un impresionante despliegue policial —y a los de los aún más asombrados funcionarios y ciudadanos que siguieron a través de las redes sociales los acontecimientos que se sucedían frente a la sede del Ministerio de Cultura—.

La complejidad es para asumirla como reto. #SomosCuba #SomosContinuidad https://t.co/ZM1LfZ3tFt vía @PresidenciaCuba

— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) November 27, 2020

Tal frase resulta interesante para apreciar las tensiones que provoca la participación política de acuerdo a agendas autónomas, auto-determinadas o espontáneas de la ciudadanía, pero también para analizar los comportamientos y reacciones, así como la variedad de comprensiones de los hechos que pueden alimentar el punto de vista del gobierno.

En realidad, desde que entre agosto y octubre del 2019 un pésimamente redactado artículo de la vice-ministra primera del Ministerio de Educación provocara innumerables reacciones de condena al ser replicado por el sitio estatal Cubadebate, esa tensión había hecho presencia de un modo notable.

El contenido de ese artículo, entendido como una enconada reacción a los derechos, libertades y garantías establecidos por la Constitución recién aprobada por un elevado por ciento de la ciudadanía, recibió un espaldarazo público por parte del ministro del ramo en un espacio televisivo.

Allí se catalogó de mercenarios, ingenuos y confundidos a miles de personas que habían apoyado una carta dirigida al gobierno ante la incitación y prácticas de intolerancia política que venían ocurriendo dentro de las universidades.

Tal incidente marcó una tendencia que en los próximos meses se iría consolidando hasta llegar a la posposición por un año más de la entrada en vigor del artículo constitucional —el 99— que establecía la posibilidad de demandar y obtener compensaciones ante violaciones de los derechos cometidas por funcionarios. 

¿El gobierno cubano necesita propiciar leyes de desarrollo constitucional —de este y otros artículos— que sean lo suficientemente cerradas como para dificultar la eficacia jurídica del ejercicio o defensa de los derechos y libertades en un escenario de conflictividad social y política abierto por la pandemia y por la implementación de un duro plan de ajuste y reforma de la economía?

Esta hipótesis puede servir para acercarnos a la(s) relación(nes) existente(s) entre el impacto político que tuvo el proceso constitucional en la cultura política, la propia eficacia de la Constitución, así como la confianza y la evaluación de los ciudadanos de la capacidad del sistema político —y sus operadores— para servir de mecanismo de comunicación y logro de sus intereses y de las demandas que ellos consideran políticamente trascendentes.

Pero no hay que olvidar que la función básica de un sistema político —y su propia legitimidad— descansa —y está tensionada—  en su capacidad para contener, organizar y proporcionar de acuerdo a su propio diseño y a los valores y prácticas que postula como válidos, un tracto político a la pluralidad, contradicción y conflictividad inherente a la vida política.

Esa tensión, sin ser única, es crucial.

2 julio 2021 56 comentarios 3.353 vistas
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Ciudadanos

La generación de los ciudadanos ad portas

por René Fidel González García 6 abril 2021
escrito por René Fidel González García

«Mi voluntad, mi Constitución», fue el eslogan de la campaña oficial para lograr la aprobación de la Constitución de 2019. Algo más de catorce meses después de ser votada, el actual gobierno cubano aplazó por un año la redacción, aprobación y puesta en vigor de una Ley de defensa de los derechos ciudadanos. Con tal decisión, violaba el plazo al que le mandataba el propio texto constitucional en una de sus disposiciones.

No es posible defender y restablecer hoy en los tribunales cubanos un derecho constitucional conculcado, lograr que el espíritu y la letra de la Constitución tengan aplicación directa. La voluntad expresada por la mayoría de los ciudadanos cubanos políticamente activos, esa tozuda esperanza de poner con el Estado de Derecho límites a esa otra pandemia más prolongada y tenaz que entre nosotros ha sido históricamente el ejercicio arbitrario del poder y la impunidad, ha sido otra vez pospuesta, pero no vencida.

Ahí, dentro de la mayoría silenciosa, abnegada y noble que somos como pueblo,  nacida del último proceso constitucional realizado, se encuentra la generación de los ciudadanos. Ella descubre, y no importa cuan torpemente, cada día, en cada experiencia, en cada línea y palabra escrita o dicha, en la indignación, en la alarma del peligro de no ver la ambición y la falsedad, en el desengaño y también en la alegría; que su auténtico desafío será, sobre todo, hacer los aprendizajes necesarios para evitar se reproduzca en ella misma, otra vez, el vicio del poder y la soberbia contra el otro. 

Dieciocho meses

Ese complejo acto de reconocimiento generacional es esencialmente un diálogo con el futuro, pero su programa político mínimo es una patria constitucional. Desde el 2019 hasta hoy ha aprendido:

 ¿Es legítimo privar o limitar en el ejercicio del derecho a la educación a los ciudadanos, o de cualquier otro derecho, sin  ser decidido por un tribunal con apego al debido proceso y mediante resolución firme? No. 

¿Es válido condicionar los derechos de los ciudadanos, el acceso y uso de garantías constitucionales y el cumplimiento de las leyes a sus creencias y preferencias politicas? No. 

¿Es decente y noble castigar administrativamente a los ciudadanos a no encontrarse por muchos años con sus padres, abuelos, cónyuges e hijos por el incumplimiento de un contrato laboral? No. 

¿Es digno dejar sin trabajo a una persona por ejercer sus derechos, o sus libertades constitucionales? No. 

¿Es altruista y justificable impedir a los ciudadanos salir o regresar a su país como retaliación por sus opiniones y formas de pensar o expresarse sobre la realidad de su país? No.

 ¿Es cordial, afín a los valores constitucionales de igualdad, justicia, solidaridad y democracia promover el odio y la polarización, activar y jerarquizar en las relaciones y la comunicación pública la intolerancia al otro, su exclusión y la marginación de su criterio y participación política o social como ciudadano? No. 

¿Es transparente y correcto que las decisiones de las instituciones que afectan a los ciudadanos no sean públicas y carezcan al ser informadas de una motivación y argumentación explícita, clara y razonable? No.

Nota de clase de un profesor sin aula*

 ¿Es admisible y coherente con un Estado de Derecho la existencia de normas jurídicas inconstitucionales, secretas o inaccesibles a los ciudadanos y sus representantes legales, e inapelables? No. 

¿Aplazar la entrada en vigor de un modelo de Estado de Derecho es un paso en dirección a su eficacia plena y su conversión en una matriz de valores y de la cultura política democrática de los ciudadanos? No. 

¿Es decoroso o profesional, usar entrevistas, interrogatorios y detenciones, como formas de humillar, acosar, intimidar, vilipendiar, aislar o amenazar a los ciudadanos, sus familiares, compañeros, amigos y vecinos? No.

 ¿Es legal y éticamente ostensible, inducir procesos penales o administrativos, no otorgar o suspender licencias para el ejercicio de actividades económicas, cancelar contratos y suspender servicios públicos, ejercer presiones para excluir de las formas organizativas o asociativas de la sociedad civil, o perturbar la participación en ellas de los ciudadanos por motivo de sus opiniones, creencias y preferencias de cualquier tipo? No. 

¿Un modelo de privilegios de función para los integrantes de las élites política y administrativa es necesario para la existencia y eficacia de un sistema que se proponga expandir la igualdad, la equidad, y lograr optimizar la distribución de la riqueza para los ciudadanos? No.

 ¿Es admirable, honesto y legal que funcionarios, agentes de la autoridad e instituciones −abierta o encubiertamente−, filtren, divulguen, saquen de contexto, o alteren maliciosamente datos concernientes a la vida privada de las personas, sus parejas e hijos, sus familiares y amigos para devaluar la participación y prestigio social de los ciudadanos? No. 

¿Es admisible y deseable que funcionarios administrativos, públicos y políticos − lo que es corrupción política− conspiren y actúen concertadamente para archivar y encubrir denuncias y delitos, y obstruir, limitar y desactivar el cumplimiento de la Ley, las funciones de las instituciones, los ejercicios de derechos ciudadanos y las garantías constitucionales? No. 

Para articular la ciudadanía por el Estado de Derecho en Cuba

¿Es virtuoso que funcionarios públicos en el ejercicio de sus funciones mientan a los ciudadanos? No.

 ¿Es inadecuado, impropio y contrario a la ley que los ciudadanos interpelen, exijan explicaciones o requieran a los funcionarios públicos el cumplimiento de sus obligaciones? No.

¿La defensa de un orden constitucional puede legitimar la arbitrariedad como forma de ejercicio del poder, la violación de la propia Constitución y los derechos y libertades que ella consagra? No. 

¿Están exentos de responder por violaciones de la Constitución, las leyes y los derechos ciudadanos los gobernantes, sus ministros, funcionarios, autoridades, agentes de la autoridad y los ciudadanos? No.

¿La búsqueda, en el pasado o ahora, del reconocimiento y la participación en el poder político en una sociedad trata de hacer a otros ciudadanos lo que consideras (y lo es realmente) deplorable, injusto y ominoso? No. 

¿Se puede aspirar a la democracia y a socializar valores y prácticas ciudadanas usando −y reproduciendo− el odio y la invención del enemigo como código de reconocimiento del otro; intrumentalizando la prepotencia y la intolerancia, la vulgaridad y el irrespeto; asumiendo la superioridad de las experiencias, creencias, ideas y argumentos propios sobre los del resto de los ciudadanos? No. 

¿Se puede intentar ofrecer un modelo de sociedad que reconozca la alteridad, pluralidad y autonomía personal como condiciones imprescindibles para procesos e interacciones auténticamente políticas si se hace de la soberbia un recurso personal de relacionamiento, si se transforma el consenso en una exigencia moral de posicionamiento, el disenso real o asumido en una causal de exclusión, y si se rechazan el diálogo y la negociación de las diferencias, la comunicación, el conocimiento, la valorización del otro, de sus ideas y sus metas? No.    

Eso hace la generación de los ciudadanos por el futuro, aprender lo que no está bien. No hay que subestimarlo. Toda rebelión empieza por saber esto.

6 abril 2021 20 comentarios 3.135 vistas
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meses

Dieciocho meses

por René Fidel González García 6 enero 2021
escrito por René Fidel González García

Desde que el actual Presidente de la República recomendó en un tuit la lectura de un artículo del intelectual argentino Néstor Kohan –acusando de paso a un grupo de compatriotas de ser una nueva «plataforma centrista»–, en las páginas de la prensa plana cubana y en algunos de los blogs financiados por el gobierno o sostenidos por iniciativa personal, se han publicado numerosos artículos que de forma muy ambigua, con mejor o peor calidad escritural, han confirmado lo que las breves palabras del mandatario: el centrismo está de vuelta.

El Presidente cubano insufló vida con ese tuit a un espantajo político muy raro y particularmente genérico que hace unos pocos años sirvió por una breve temporada pública en el órgano oficial del PCC para ser puesto como sambenito a cualquier persona o ejercicio de opinión, que fuese divergente de los actos del gobierno, de funcionarios, o de las opiniones de los articulistas que generaron ese concepto. A la inspiración creativa y uso del Presidente de todos los cubanos se deben, por desgracia, otros epítetos desafortunados: «malnacidos», «enjambre anexionista», o «tontos útiles».

En estos artículos a la acusación que el mandatario cubano vertió sobre el grupo de intelectuales, ex-profesores universitarios, artistas, investigadores y cineastas cubanos que han publicado en internet un par de documentos y presentado una queja ante las autoridades de su país bajo el nombre de «En articulación plebeya», sus redactores han agregado los calificativos de «moderados», «contrarrevolucionarios», «mercenarios», «pro yanquis», «cómplices del imperialismo», «neoliberales», «pro capitalistas» y «anexionistas». Al leerlos uno puede suponer el estupor y la extrañeza de un lector común de Granma: ¿a quiénes se refieren?

En articulación plebeya

Muchos de nosotros venimos de vuelta de ver en los debates de la Constitución del 2019 a dirigentes y altos funcionarios del gobierno cubano explicarles paternalmente a los diputados y, por ende, al pueblo, las «razones» por las cuales había que quitar el término «comunista» de los fundamentos de la nueva Carta Magna; de escuchar la justificación para eliminar la salvaguarda ideológica del Socialismo que estaba en la Constitución de 1976 y por la que se proscribía enfáticamente de la política, pero sobre todo de la economía y la vida social, la explotación del hombre por el hombre.

Ya tuvimos que contra atacar el intento de desdibujar el carácter no oneroso y no lucrativo de los derechos, como se intentó en ese mismo proceso y parcialmente se logró con el derecho educación. 

Hace apenas unas semanas nos enteramos por fin del aplazamiento hasta finales del año que recién inicia –dizque que por cuestiones organizativas y de las urgencias de la pandemia– de las normas que deberían haber desarrollado el Estado de Derecho. Mientras, ocurrían durante los 18 meses que de acuerdo al mandato constitucional debieron servir para darle forma legislativa acabada y útil a ese sueño del civismo cubano, groseras y públicas violaciones de los derechos y las garantías constitucionales recién aprobadas, y la inacción de instituciones y funcionarios que debieron velar por el cumplimiento de la Ley. 

Después tuvimos que escuchar a un Ministro capaz y culto, eludiendo el compromiso que tiene con la verdad como funcionario público  con «nuestro pueblo», afirmar en la televisión que el cumplimiento de la garantía que establece el Art. 99 de la Constitución para poder demandar en los tribunales a los violadores de los derechos constitucionales, no obstante su aplazamiento, podría sustanciarse por una instrucción del Tribunal Supremo o mediante la aplicación y eficacia directa de la Constitución –tal como lo reconoce ampliamente una parte de la doctrina del Derecho Constitucional, pero en ningún caso desde hace más de sesenta años los tribunales cubanos–.

El cumplimiento de la garantía que establece el Art. 99 de la Constitución para poder demandar en los tribunales a los violadores de los derechos constitucionales, no obstante su aplazamiento, podría sustanciarse por una instrucción del Tribunal Supremo o mediante la aplicación y eficacia directa de la Constitución.

Nosotros –que tuvimos que escuchar un día que en Cuba no habría dolarización de la economía y pocas semanas después, oír como el mismo funcionario admitía que, efectivamente, había una dolarización parcial, por poner solo un ejemplos– tenemos muchos más motivos de preocupación a la hora de observar cómo se hace emerger nuevamente el fetiche político del centrismo, en espacios como el programa Hacemos Cuba.

¿Qué es el centrismo? ¿Existió o existe realmente una corriente política centrista organizada en Cuba? ¿Es, por el contrario, un cuerpo de ideas y propuestas que promueven la migración de la sociedad cubana en lo político, lo social y económico, al capitalismo? ¿Ese cuerpo de ideas y propuestas es parte de aquellas que se mueven sin mayor e inmediata consecuencia en la pluralidad de opiniones de la sociedad? ¿Han formado o forman parte de los paradigmas, referentes y exposiciones de personas o grupos sin ninguna capacidad de movilización política real en Cuba? ¿Son acaso gestionadas al interior de las instituciones por élites sociales, tecnócratas y políticas? ¿Esas ideas han soportado, respaldado, o se han expresado como soluciones a problemas económicos en forma de decisiones de naturaleza y alcance político? 

¿Fue, por el contrario, el centrismo, tan solo una invención, una etiqueta política? ¿Quiénes lo inventaron? ¿Para qué lo crearon? ¿Para qué sirvió en la práctica? ¿Por qué es revivida ahora?

Estas son algunas preguntas a las que habrá que volver quizás cuando se haga la historia de esta época y se intente descubrir los sentidos y propósitos de esa acusación tendenciosa y su valor, cuando los hechos ya estén materializados. Pero ese momento aún no llega.

De hecho, la implementación por el gobierno cubano de un plan integral de re-ajuste o re-ordenamiento que pretende incluso sobreponerse a las medidas más crueles y efectivas tomadas contra el pueblo de Cuba por la administración estadounidense que está por culminar su mandato,  pero que impondrá y exigirá a la población sacrificios muy altos e inéditos como pretendida solución a la crisis estructural de la economía cubana, es un desafiante horizonte político, ideológico y económico que está ante nosotros, pero también para el Socialismo en Cuba.

¿Hasta qué punto sus implicaciones y consecuencias sociales a corto, mediano y largo plazo serán tan significativas y lo suficientemente intensas, perturbadoras y contradictorias con los valores y prácticas socialistas de los sectores sociales más humildes, con sus sentidos de la justicia social, con sus expectativas del buen gobierno? ¿En qué medida desarrollarán dinámicas sociales que en vez de fomentar el tejido solidario que ha mantenido unida a la población y asegurado la reproducción social de los valores y la ideología socialista serán una caída libre al individualismo, el egoísmo y el conservadurismo en todas sus manifestaciones?

Las insatisfacciones internas que provienen de la acumulación de deformaciones y de prácticas políticas intolerantes e insensibles, de las diferencias sociales y de status, de la pobreza y la desigual distribución de la riqueza y de los privilegios, son parte del delicado equilibrio de la gobernabilidad cubana y subrayan lo crucial de la política hecha en clave sincera, lúcida y decente.

¿Cómo entender la concentración frente al Mincult en los días finales de noviembre del pasado año, las insatisfacciones allí planteadas, el malestar, el miedo expresado y las garantías exigidas ante una represión latente y esperada? ¿De qué manera se explica que un viceministro experimentado y con suficientes reflejos políticos declarara a los medios –después de una jornada que tomó por sorpresa tanto al Gobierno cubano como a la Embajada yanqui– que, aunque difícil, la reunión ocurrida después de negociaciones y horas de espera en plena calle, había sido una «entre compañeros, entre revolucionarios»?

¿Cuál es la clave para comprender la interpelación a nuestras insuficiencias democráticas, a la ritualización y anquilosamiento de la participación política, a la orientación conservadora de muchas estrategias económicas y su desconexión con propuestas de micro-economía solidaria y sostenible, el enfoque hacia el entrecruzamiento del racismo, la violencia, la marginalidad, el machismo y las demandas y metas de minorías en las comunidades presentes en los contenidos de los discursos pronunciados, en la apelación al diálogo y la deliberación entre iguales que piensan diferente que fue, en su origen, la convocatoria espontánea, aunque reactiva, a la «Tángana» en el parque Trillo?

¿De qué forma entender que después de que los ciudadanos cubanos aprobaran mayoritariamente una nueva Constitución que reivindica y define como condición del proyecto político del Socialismo al Estado de Derecho, a la Democracia y a la República, se les describa ahora como cuñas ideológicas del enemigo y se intente pervertir una vez más la cultura política y el civismo con la apología de un estado de excepción no declarado, con el irrespeto a lo acordado soberanamente?

¿Cómo entender que un documento circulado por los compañeros de La Tizza, haya sido suscrito y apoyado en las redes sociales por muchos de los que ahora son vilipendiados por el simple hecho de expresar y criticar lo que desde la condición ciudadana se puede entender que está mal y debe ser cambiado?

En todo ello hay una señal muy fuerte de una complejidad que no puede, ni podrá ser asumida desde las absurdas y muy probables indicaciones y directrices que puedan desprenderse para algunos de un tuit del Presidente de la República.

Tendrán que asumirse más temprano que tarde las responsabilidades que se tienen en la acumulación, no ya de contradicciones en el campo del Socialismo en Cuba –salvadas hasta ahora, a pesar de todo, por la comprensión de muchos actores del peligro del sectarismo, la intolerancia y la necesidad y urgencia de la unidad frente al enemigo–, sino en las inconsecuencias y la falta de coherencia muy graves que han estado manifestándose en los últimos años.

¿O si no, qué pasará? Acaso no les bastará a ustedes con amenazarnos con perder nuestros trabajos, con condenarnos al ostracismo político y social, con infundir el miedo a ser sincero como un mantra de lo políticamente correcto; a ustedes, los que ahora una vez más atizan el odio y la intolerancia y creen tener el monopolio de todas las preguntas y de todas las respuestas.

Ustedes, los que a pesar de que han escogido vivir en otras sociedades junto a sus familias, prefieren llamar resentidos a los que hacen ciudadanía día a día para que en Cuba no ocurran las mismas monstruosidades e injusticias que en las sociedades que les acogen; con tal de nunca señalar por su nombre y por sus hechos a la plaga de la arbitrariedad que aquí nos humilla y avergüenza; a los que nos acusan de moderados en sus panfletos, pero nunca serán tan radicales como para escribir sobre la injusticia y el poder caprichoso y sin límite que puede caer sobre cualquiera de sus conciudadanos, arrollando a su paso cada Ley de la República que se les ponga por delante, entre otras razones porque saben que allí donde publican, de ser así, no verían nunca la luz vuestros textos.

Ustedes, que acusan a otros de neoliberales y pro-capitalistas, que infatigables hablan y escriben de luchas de clases a sabiendas de las élites burocráticas y sus vástagos que ya se vuelven clase social delante de vuestros ojos y los nuestros.

Ustedes, que gritan a la ciudad y al mundo ser perseguidos y criminalizados, acosados y linchados virtualmente por decir una idea; que claman ante nosotros, pero a la vista de los poderosos por lo que es despreciable y abominable que ocurra así, pero que a nosotros nos sucede además en la vida «real», en nuestros centros de trabajo, en nuestras instituciones. Mientras, ustedes dicen, solemnes y compungidos: «Se le advirtió muchas veces» –y luego siguen tranquilamente sus existencias, felices e hipócritas, cómplices.

¿Hasta cuándo tendremos que soportar tanta pedantería y soberbia política? ¿Cuáles serán los costos que tendremos que pagar aún? 

¿Será que aspiran, o están listos ya para inspirar, dar coartadas, o apoyar un escarmiento firme y que se nos arranque de noche de nuestras casas y familias, y se nos condene como delincuentes después de difamarnos y culparnos de todos los contubernios posibles con el enemigo? ¿Es eso?

Porque si ello llegase a ocurrir, será porque incluso así, marginados y pequeños, con nada más que oponer a un poder de ese tipo que nuestra coherencia y limpieza, nuestra honestidad, nos tienen como un obstáculo.  Lo somos para la restauración capitalista en curso y expansión en nuestra realidad social y económica, esa que será necesariamente también la restauración del despotismo más mediocre y pueril, necesariamente brutal y cínico que hallamos conocido, pero imprescindible para aplastar las resistencias que la pobreza, la desigualdad y las injusticias nuevas generen, que la idea y la experiencia del Socialismo en Cuba aliente a ser rebeldía. 

Cada cual debe hacer su parte, pero ahora que califican, además, de mentirosa a la publicación en la que he plasmado muchas de mis preocupaciones sobre los destinos de mi país, aunque después tengan que retirar sus publicaciones infames, escribiré una vez más sobre unas verdades que nadie podrá refutar.

Hace algo más de 18 meses, aprobada ya la Constitución, mis padres, familiares, y no pocos compañeros de claustro y estudiantes me preguntaron qué seguía: «Esperar por la Ley» –les dije. 

Había ya para entonces recorrido desde finales de 2016 el largo camino de silencio hecho por la Fiscalía General de la República, los tres periódicos de alcance nacional del país y diversas instancias partidistas, ante las violaciones de la legalidad cometidas para despojarme primero de mi condición de Profesor Titular de la Facultad de Derecho de la Universidad de Oriente. 

Supe desde el principio –y esto es algo muy importante– que ese largo camino no podría emprenderse ni hacerse como una búsqueda particular de la justicia, sino como un ejercicio de consecuencia con los valores de mi profesión, con los credos y enseñanzas sostenidos durante dieciséis años como profesor y con mi militancia política. «Será una clase más» –dije.

De hecho, a la entrada en vigor de la Constitución de 2019 me encontraba esperando a que se diera respuesta a un ejercicio del Derecho Constitucional de Queja y Petición interpuesto por mí ante el Presidente de la República. 

Yamila Ojeda Peña, Fiscal General, a cuya institución de acuerdo a la indicación del mandatario cubano se remitió la atención de ese ejercicio de derecho –a pesar de ser esa propia funcionaria y el órgano que dirige cuestionados directamente por la violación de derechos constitucionales, del debido proceso y la legalidad, o quizás por eso mismo– nunca respondió, como tampoco el Presidente ante quien, en sentido estricto, se interpuso.

Respuestas del Departamento de Atención a la Población (Izq.) y de Yamila Ojeda Peña, Fiscal General de la República (Der.)

Hace muy poco una amiga me sugería con cariño y con otras palabras abandonar ya esa lucha, que desarrollara, por ejemplo, un proyecto comunitario exitoso. Mi respuesta, amable y cordial a su preocupación sincera, fue que mi proyecto comunitario era el Estado de Derecho que aquí se había dado el Socialismo.

Transcurridos 18 meses desde que el pueblo de Cuba aprobara la Constitución, el desarrollo legislativo de su Artículo 99 –que debió servir para restablecer los derechos conculcados, para evitar la impunidad y para que un simple ciudadano finalmente pudiera demandar a los que violan los derechos fuera quien fuera– ha sido pospuesto hasta finales del 2021.

Ciertamente da miedo pensar en cuántos ciudadanos serán los que en Cuba han sido avasallados, en cuántos proyectos de vida han sido sitiados y arruinados por un gesto de poder hecho a conciencia de la impunidad que le acompaña, de la deliciosa complicidad que proporcionan las indecentes relaciones endogámicas que se sostienen entre funcionarios pagados por nosotros mismos, en cuántos más conocerán aún la impotencia mientras se aplaza la única esperanza de justicia que les queda.

Yo no sé cuándo se acabará ese incivil y oscuro «pan de piquito» que nos ofrecen, porque no hay que esperar a una ley para hacer lo que la virtud obliga, lo que el honor propio demanda si se quiere conservar, si se gobierna a nombre del pueblo.

Tampoco puedo saber si al final de ese nuevo plazo, de esa posposición increíble que ya sabemos hará de la irretroactividad de la norma jurídica un atajo para convalidar todas las injusticias cometidas antes, constataremos el crecimiento en silencio y contra nosotros del Estado de Derecho de los funcionarios en vez del Estado de Derecho de los ciudadanos.

Apenas sé que incluso así, la gramática de la decencia y la dignidad seguirá sabiendo cómo llamar a los que violan la ley y gozan de la impunidad entre nosotros. También, que cada violación de los derechos de un individuo lo será siempre en realidad de los derechos de todos. 

Desde que empecé esta clase hasta el momento que escribo estás líneas han pasado 1945 días. Lo he hecho sin pago, sin ingenuidad, sin miedo, sin vergüenza. Aún no acaba, ustedes también enseñan a mis alumnos.

6 enero 2021 35 comentarios 3.343 vistas
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profesor

Nota de clase de un profesor sin aula*

por René Fidel González García 15 diciembre 2020
escrito por René Fidel González García

El Socialismo no tiene que ver con subsidiar los derechos, ni la justicia, ni la igualdad, ni la equidad, ni las condiciones para la felicidad, la libertad y la plenitud de las personas; menos con condicionar todo esto a un criterio general de sostenibilidad económica, de rentabilidad, o de lucro. Trata, en todo caso, de hacerlos reales, plenos y universales, como metas inherentes e imprescindibles a su realización.

Recordaremos el contenido de los discursos pronunciados en la Tángana del Parque Trillo y veremos una apelación a ello. Economía solidaria dijeron allí sin vergüenza. Y dijeron más. No pudo aquello ser un diálogo. Será recordado como una interpelación.

La restauración capitalista siempre se inicia por la impugnación, el asedio y distorsión de los contenidos esenciales sobre los que descansa el consenso civilizatorio alcanzado por la sociedad en que se implanta como proceso; por la individualización de los problemas sociales, de sus causas y de las soluciones a ellos, así como por la atomización y enajenación de lo político y la política, ya sea como comprensión de la realidad o como el conjunto de prácticas para transformarla desde la ciudadanía.

Todo ello es realizado por –y en beneficio de los intereses– de élites compuestas por capitalistas anónimos, políticos, funcionarios y académicos aliados y concertados silenciosamente en el asalto del Estado y los derechos, en su privatización y dominio.

Entonces, la ejecución de la restauración capitalista, el asalto del Estado y la desarticulación de los derechos, su privatización y dominio por dichas élites, implica la anulación y desactivación de la noción de democracia y de cualquier experiencia de ella. También, una extraordinaria carga de violencia estructural, física y simbólica que asume y prevé, ya desde sus primeras etapas, tanto las resistencias que pueda enfrentar, como su represión.

Es por eso que se tiene que impedir a toda costa el nacimiento del Estado de Derecho, abortar la cultura política y la identidad ciudadana que emana, o crear las condiciones necesarias para que pierda eficacia en la vida cotidiana y acabe por ser una frase hueca del discurso político y, al mismo tiempo, un escarnio de la arbitrariedad y el despotismo a la promesa de procurar la justicia, la libertad y la igualdad política que contiene la República.

Afirma en un foro público una periodista cubana que el presidente de la República llama a algunos «tontos útiles». Es difícil entender tal cosa cuando se piensa en qué significa ser un servidor público. Hay que pensar, seguir pensando, publicar, u opinar, es, en última instancia, no más que una consecuencia.

 

*Este comentario fue publicado originalmente en el perfil de Facebook del autor, motivado por el texto «En Cuba nadie es sancionado por su forma de pensar», publicado en el periódico Granma.

15 diciembre 2020 19 comentarios 1.843 vistas
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ciudadania

Para articular la ciudadanía por el Estado de Derecho en Cuba

por René Fidel González García 26 noviembre 2020
escrito por René Fidel González García

1. Para encontrar y reunir a los que creen en lo que usted cree, tiene que ser capaz de decir en lo que cree claramente y sin desfallecer. Ellos, probablemente, no han tenido sus mismas experiencias, ni piensan igual a usted en distintas cuestiones, pero creen en lo mismo que cree.

2. Para lograr la atención de los que son o han sido siempre indiferentes a lo que cree, tienes que ser capaz de decir serenamente por qué cree en lo que cree. Nadie es absolutamente indiferente cuando se convierte en un espectador. A veces, basta con eso para lograr el cambio: la injusticia puede transformar al indiferente, pero la serenidad le hace respetar.

3. Para entender a los que adversan lo que cree, el porqué de su posicionamiento y argumentos, tiene que ponerse en el lugar de ellos. La empatía es el kilómetro cero del diálogo.

4. Para ofrecer respeto a quienes adversan a lo que cree, tiene que entender que las personas no son, ni acaban en la diferencia de opinión política que se tienen.

5. Para recibir el respeto de los que adversan, son indiferentes, o comparten lo que cree, debe lograr ser siempre consecuente y coherente con las ideas que defiende. No puede simplificar o hacer parecer vulgar y caprichoso su comportamiento y esperar a cambio respeto. Todo tejido es siempre un resultado de la constancia. Todo proceso expresa una voluntad –o muchas– sostenida en el tiempo.

6. El dramaturgo alemán Bertolt Brecht escribió: «El joven Alejandro conquistó la India. ¿Él solo?». Ser protagonista de algo no es lo mismo que alimentar su ego. Este suele ser realmente insaciable. No lo subestime, pues acabará haciendo únicamente eso y se quedará solo. Haga entonces su parte con humildad, después de todo, el placer es siempre íntimo.

7. Ser (parte de) una minoría (política) no es lo mismo que estar en minoría. Lo primero puede procurar una identidad, lo segundo es siempre una circunstancia. No lo olvide cuando logre alcanzar estar en mayoría. Tampoco olvide que una cosa y otra son muchas veces el resultado de sus propias prácticas: es posible escogerlas. Sea consciente de ello.

Por eso, absténgase de amenazar a otros con convertirlos en una minoría o de intentar proscribirlos y limitarlos en sus ejercicios ciudadanos cuando usted llegue a ser la mayoría. Si lo hace, no importa cuánto tiempo tarde, sus ideas dejarán de ser para hacer el bien y acabarán siendo ideas para hacer el poder. 

Es conocido que el poder corrompe. También que el poder absoluto corrompe absolutamente. Pero es menos conocido que la ausencia de poder corrompe, y que la ausencia absoluta de este corrompe también absolutamente. 

Un maestro le preguntó a sus alumnos, dibujando círculos en el talco que cubría el sendero: «No se trata de la mayoría sobre la minoría; menos, de la mayoría contra la minoría, ni viceversa. Se trata de la mayoría junto a la minoría. Se trata de la mayoría con la minoría y viceversa. ¿Hablo de la política, de la democracia, de ambas cosas, o de lo que es posible?».

8. Es imposible negociar si no se tiene un propósito y no se está dispuesto a ceder en todo lo superfluo e intrascendente a este. Relájate. Ciertos dogmas policiales afirman que no se negocia con terroristas, por eso es necesario distinguir entre los propósitos y las circunstancias del otro, y si se puede, cambiarlas. Sea paciente y perseverante.

9. Si no puede escoger o aplazar la batalla, haga su mejor esfuerzo antes de librarla, despliegue todos sus recursos, banderas y fuerzas. Nunca las divida o disperse, reúnalas. Si logra vencer en ello, vencerá en todo. Es posible que cuando llegue el día, encuentre abandonado y vacío el campo del desafío. Si así no fuera, es seguro que dará siempre una impresionante pelea. Ese será su prestigio, pero también una senda por la que sus ideas serán descubiertas por una nueva generación.

10. Ame, no se canse de amar. Es lo único que lo hará realmente libre. Cuando se quede solo o sea derrotado, amar lo hará volver a la pelea y, si no, será su paz. De todo lo que se pierde es lo único realmente importante.

11. No discrimine a sus aliados, pero sea firme y conozca sus propósitos. Nadie apoya un ejército en desbandada o vacilante, pero confundir a los enemigos con aliados es lo único peor a estar solo o a ser derrotado. Si lo hace, no será traicionado, se habrá traicionado usted mismo. Recuerde que lo único que fragua la unidad, al menos por un tiempo, es la victoria. Triunfe.                   

12. La unidad no es una exigencia, es una oportunidad, ofrézcala. Si tiene que exigirla es porque apenas logrará por un tiempo –alguna vez– la obediencia. Saber que solo se puede unir lo diferente o separado, es un buen dato para entender la unidad.

Es preciso rehacerla, renovarla, pues la unidad es dinámica y perecedera. Esto es peligroso y evitado por los que cultivan el poder adquirido, pero cualquier cosa que pueda ser dañada por el pétalo de una flor no debería recibir el nombre de unidad. Es, acaso, una coreografía o peor, una escenografía hueca.

13. El poeta José Luis Martín Descalzo escribió: «Llego, dolor, a donde tú no alcanzas. Yo decido mi sangre y su espesura. Yo soy el dueño de mis esperanzas». Es importante escoger. Insisto. Hágalo. Por eso ponga a un lado todo lo que le estorbe a su propósito, lo que le lastre: rencores, odios, heridas abiertas, humillaciones, las memorias desgraciadas. Decídalo. Luche.

Como afirmara un joven filósofo crítico del Derecho, desde México: «La visión de los vencedores sigue intacta, y no va a cambiar por la de los vencidos en un acto de reflexión o de compasión. Ni en un ejercicio ético o lingüístico. La visión de los vencedores prevalecerá hasta que sean vencidos».

Cada derecho conseguido es un paso hacia ello. Derróteles. Siempre se paga un precio, hágalo: no hay forma de conseguir o defender los derechos y las libertades mendigándolas, pero tampoco odiando.

Esto no es un dilema, es una cuestión de principios. El odio puede ser usado y convertido en casi cualquier cosa, incluso en un privilegio, incluso en un arma, pero no olvide que el odio es en realidad un detritus, nunca un derecho, menos una libertad.

Si usted lucha por los derechos y las libertades, lo hará para todos y tendrá que enfrentar siempre al odio, no lo olvide. Está advertido: el odio contagia y se reproduce. Es el precio que no podrá pagar: luchar por principios no es nunca, ni se trata en ningún caso, de una lucha entre los principios sin poder y el poder sin principios. Consérvelos.

Un hombre sabio dijo una vez: «Mientras más fuertes sean, más flexibles podrán ser con sus principios; mientras más débiles sean, más coherentes con ellos deberán ser». La flexibilidad es un arte; la coherencia, disciplina. Ninguna de las dos son posibles sin la constancia en el aprendizaje. Aprenda siempre. Regino Boti, el bardo oriental, confesaba: «Yo soy mi diamante, yo tallo mi diamante, yo hago arte en silencio».

14. Como escribiera Erich Fromm: «Tener esperanza significa estar listo en todo momento para lo que todavía no nace, pero sin llegar a desesperarse si el nacimiento no ocurre en el lapso de nuestra vida». Esté listo, no se desespere, pero dele sentido a la única vida que tiene. No dude. Es lo que cuenta al final.

26 noviembre 2020 9 comentarios 1.591 vistas
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adir

Adir

por René Fidel González García 1 octubre 2020
escrito por René Fidel González García

¿Qué hecho, qué drama terrible nos devolverá la razón, la decencia y el respeto? ¿Qué nos hará real la Constitución y sus derechos a nosotros los ciudadanos?

¿La Cuba intolerante y soberbia, despótica y brutal, mezquina y capaz de cualquier vileza que habita entre nosotros, que repta por entre nuestras virtudes y la sencilla alegría de hacer el bien acabará por devorar el alma de la nación que fue soñada para la pasión de la justicia y el decoro humano?

¿Acabará por robarnos el futuro anhelado y por volver miserable el pasado que aún miramos con orgullo? ¿Qué oscuridad terrible nos acecha y pugna por imponerse a nuestro destino de pueblo que ama la libertad y la felicidad?

¿Cuánta complicidad nuestra -de cada uno de nosotros-  será suficiente para ello? ¿Cuán culpables seremos nosotros todos mañana por lo que hoy justificamos, -nos justificamos- apelando al olvido rápido, a lo banal, a la otredad y al silencio? No hay dignidad posible en ello.

¿Cuándo fue la última vez en este país que alguien asumió públicamente o ante los suyos -cada uno de nosotros-, la responsabilidad por el fracaso o el error?

¿Desde cuándo asume aquí su responsabilidad con el fracaso, su fracaso -el nuestro- el padre y la madre, el ingeniero, el panadero, el médico, el constructor, el campesino, el maestro, el cocinero, el policía, el artista, el barredor de calles, el juez, el trabajador social, el dietista, el psicólogo, el poeta, la enfermera, el machetero, el inmigrante, el hijo, o tú, o yo?

No importa que sea uno mínimo, o mayúsculo, pero que diga -digamos- lo hice mal, no sé cómo lograrlo, no lo he conseguido, y lo admita -les he fallado, se dice- aunque sea para que podamos entre todos darle otra oportunidad, o busquemos – no es fácil encontrar-, o podamos elegir – no es fácil seleccionar– a un relojero serio, a un carpintero puntual y fino, a un zapatero meticuloso, a un albañil organizado y tenaz, a otro lector de tabaqueria, a otro administrador, a otro ministro, a otro político, a un carnicero cabal.

¿Cuándo se volvió un problema que un hombre o una mujer pensara diferente? ¿Cuándo la pobreza, la mentira, los cuartos hacinados, la hipocresía, el tener que escoger cuál medicamento comprar por falta de dinero, la desigual distribución de la riqueza, la injusticia, la necesidad de viviendas dignas, el llanto de impotencia y soledad de nuestros ancianos, el egoísmo, las escuelas de libros, pupitres y pizarras rotas y viejas, los hospitales sucios y despintados, los privilegios, los niños sin juguetes, la insensibilidad, las carreteras abiertas y quebradas, la pleitesía al poderoso siempre, el estar en desventaja por negro, por obrero, por campesino, por no ser hijo de, por maricón, por mujer, por oriental, por no ser ladrón, la indigencia, la corrupción administrativa, el desempleo, la indiferencia, el racismo, el individualismo, la corrupción política, el tener miedo a decir la verdad -la tuya, o la del otro-, el tráfico de influencias y de poder, de impunidad, dejaron de ser nuestros problemas reales para que ahora el pensar diferente, la honestidad de una mujer – o un hombre- común y corriente lo sea?

¿Será por eso que los baños sucios, nausabundos y rotos -siempre rotos- que plagan nuestras fábricas, las escuelas, las estaciones de policía, las funerarias, las terminales y hospitales, las universidades de toda la República parecen monumentos inconscientes de nuestra maratónica capacidad para no asumir nuestra responsabilidad, o es que son un simple y abrumador testimonio de ella?

¿Y si no, cómo explicarlos entonces?¿Cómo explicarnos con ellos?

Da igual. La pregunta es otra ¿Cómo será explicarnos sin ellos?

Ese es nuestro adir. Pero hay que pelear, incluso con cada palabra, con cada gesto y no cejar. De eso se trata hacerlo, en Holguín, en Manzanillo, o en cualquier lugar de Cuba.

1 octubre 2020 27 comentarios 830 vistas
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