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Raymar Aguado Hernández

Raymar Aguado Hernández

Crítico de arte, analista y estudiante de psicología

Armando Hart

Hart, Fidel y algunas aristas de la política cultural: el todo en una pieza

por Raymar Aguado Hernández 21 enero 2023
escrito por Raymar Aguado Hernández

Armando Hart fue uno de los principales artífices del dogma histórico que representa Fidel Castro dentro de la cultura cubana. Se dio a la tarea de enmarcarlo como salvaguarda principal de esta última y lo reconoció como estandarte de una realidad que comenzó en enero de 1959 y en la que se sintetizaron las transformaciones sociales propuestas por el proceso revolucionario con las pretensiones ideológicas de sus líderes.

Sin dudar, Hart comulgó estrictamente con los planteamientos y políticas llevadas a cabo por Fidel hasta el día de su muerte, a lo que llamaría: «la Cultura de hacer política de Fidel Castro». Es importante destacar que Hart sirvió en el cargo de ministro de Cultura desde 1976 hasta 1997, y el vínculo estrecho entre las políticas del Comandante y él, son claves para entender disimiles posicionamientos y directrices culturales de esos años y los posteriores.

Declarado martiano, Hart sostuvo la idea de la continuidad histórica de Martí a través de Fidel, instaurando un patrón conceptual que denominó la «política fidelista de fundamentación martiana»,1 un intento de instaurar el nexo entre ambas figuras, que distan tanto en tiempo como en modelos de pensamiento, con un fin de significación mesiánica y redentora.

La comparación entre sus respectivas posturas antiimperialistas, debe hacerse desde el análisis de su antagonismo, enfocado en las propuestas de estructura social que perseguían, no desde la torpeza y el intento oportunista de equiparación. Sintetizar el estudio del pensamiento cubano y la cultura nacional en el arquetipo Martí-Fidel, es ignorar la contribución de un sinfín de ilustres pensadores y creadores a esta labor, así como la de las clases populares, fuente principal de lo que hoy se denomina «cubanidad».

Desde la caída del Apóstol, en 1895, su imagen y pensamiento se trabajaron desde el uso obsesivo de la exaltación, construida como idea del bien, como el derrotero más limpio. Luego de enero del 1959, la instauración de similitudes entre Fidel y Martí se volvió práctica recurrente, y Hart, una de las figuras que más comulgó con este intento. Al mismo tiempo, el propio Fidel utilizó el símbolo Martí, su nombre y sus palabras, para llevar a cabo su labor de dirigencia, muchas veces llegando a reducir la política y la cultura cubanas a un patrón de concepción estrictamente martiano, o lo que él consideró como tal.  

Partiendo de incongruencias en la forma de relacionar ideología, ética y política con la realidad contextual cubana, Hart posicionó al Comandante como non plus ultra de la política cultural del siglo XX, ignorando aportes sustanciales de figuras precedentes que abonaron su acción y desarrollo intelectual. Asimismo, se desentendió de la sintomatología sectaria en la propuesta cultural del líder, que devino ponderación abusiva a su imagen y discurso. Incluso antes del 59, este fue presentado como imperfectible por las virtudes que se le atribuyeron. El tratamiento de hombre intachable, paradigmático y ejemplar que recibió, y aún recibe, sustrajo el derecho al cuestionamiento.

Desde los primeros años de la Revolución esto representó una traba importante en el esquema político-cultural cubano, dado que cualquier postura tangencial a la del entonces Primer Ministro, significaba una afrenta al proceso y, por tanto, al pueblo. De esta forma, se redujo el ideario renovador a la doctrina fidelista. Suponer que la Revolución Cubana fue obra y gracia de Fidel Castro, es ignorar el resto de líneas de pensamiento y toda la sangre derramada en la lucha contra la dictadura de Batista y gobiernos precedentes.

Tal idealización fue acogida por muchas personalidades del gremio intelectual involucradas en la estructura de gobierno, donde Fidel fue colocado como figura concluyente en materia de programas en pos de la justicia social. Así, la instrumentalización de la imagen del Primer Ministro pasó a planos donde fue y es presentado como ser omnisciente y, en casos de mayor reserva, brillante.

Esto trajo como consecuencia la invisibilización de la condición humana de Fidel, quien se convirtió en un emblema de victoria: el «invicto Comandante». Al volverse el símbolo Pop de la izquierda revolucionaria, el emblema patriarcal de un proceso antiimperialista, el histriónico vocero de un sueño de justicia, en fin, la figura histórica; los diversos estratos sociales, políticos y culturales cubanos fueron saturados de sus imposiciones ideológicas, sus programas de uniformización de pensamiento, y su doctrina y entendimiento cultural.

Armando Hart

Luego de enero del 1959, la instauración de similitudes entre Fidel y Martí se volvió práctica recurrente, y Hart, una de las figuras que más comulgó con este intento.

Fidel Castro instauró un enfoque dogmático en las formas en que se debía asumir el ámbito cultural en Cuba, al punto de esquematizar qué era y qué no parte de la cultura; qué aportaba y qué no al nuevo proceso. De este modo, centralizar y segregar fueron tareas de orden dentro de las políticas culturales de los primeros años. Lo anterior queda claro en el documento conocido como Palabras a los Intelectuales, intervención de Fidel el 30 de junio de 1961, como conclusión a una serie de intercambios que tuvieron lugar en la Biblioteca Nacional entre dirigentes políticos y diversos académicos y creadores.

Palabras a los intelectuales, según Hart, constituyó el texto programático y fundador de la política cultural de la Revolución. En ellas, Fidel puntualizó cuáles eran las dinámicas culturales que perseguía el gobierno, caracterizadas principalmente por procesos de segregación y negación de concepciones ajenas a las del nuevo poder político. Apuntó Hart que el ideario fidelista de «unir para vencer» significó la característica primera en su esquema de pensamiento. Esto constituye una falacia inmensa, pues la característica primera de la política revolucionaria fue el divisionismo.

En ese texto se dejó claro el carácter inamovible de la política del gobierno, al expresar que la libertad creativa debería, inequívocamente, estar en consonancia con los designios del proceso. De tal forma, el tono desacreditador ante las demandas de los presentes, la negación a priori de la legitimidad de estas, así como la excesiva demagogia al referirse a un supuesto trato horizontal, no sirvieron más que como modos de instrumentalizar esta serie de quejas con el argumento de que todos los esfuerzos y prioridades deberían centrarse únicamente en la Revolución, descreyendo estas solicitudes como parte de la acción constructiva de la dinámica a la que se aspiraba.

La concepción esquemática que otorgó Fidel al término Revolución, dista desde esos momentos de su sentido más abarcador, condicionando su uso —principalmente en materia de creación—, al mero compromiso de exponer la realidad revolucionaria, así como integrarse a esta desde el ánimo de asentir a todos los dictámenes del poder político. Todo lo que no constituyese una apología, una exaltación de la virtud revolucionaria, era antagónico al orden programático de la Revolución y a Fidel. Desde aquella reunión se normalizó el rechazo directo y sin escalas a cualquier creador que, de acuerdo al Primer Ministro, fuera «más artista que revolucionario».

De este modo se cuestionó la confianza de los creadores en su obra y en el proceso. Fidel llegó incluso a referirse a algunos de los presentes como «escritores y artistas revolucionarios», estableciendo privilegios respecto a otros que, para la óptica del Comandante, no merecían tal categoría. La tajante sentencia «Dentro de la Revolución todo; fuera de la Revolución ningún derecho», es de las tantas evidencias del encuadre segregacionista de las políticas del gobierno. En la mencionada, Fidel suscribe la postura excluyente y punitiva de la política cultural revolucionaria ante cualquier persona/creador/artista que no estuviera en consonancia con los designios y líneas de pensamiento de los que él denominó los «hombres de gobierno» y Hart los «legítimos dirigentes» del país.

Armando Hart

La tajante sentencia «Dentro de la Revolución todo; fuera de la Revolución ningún derecho», es de las tantas evidencias del encuadre segregacionista de las políticas del gobierno.

Al mismo tiempo, el tratamiento a quien mantuviera una ideología opuesta al sistema, desde esos años, se convirtió en una constante vejatoria. Bajo la terminología de contrarrevolucionario, gusano, lumpen o mercenario, fue encasillada toda persona opuesta al gobierno, o incluso a determinadas decisiones de este. El rechazo lo dejó explícito Fidel muchas veces, como por ejemplo, en el discurso que pronunciara en la clausura del acto por el VI aniversario del Asalto al Palacio Presidencial, celebrado en la escalinata de la Universidad de la Habana el 13 de marzo de 1963. Ahí enfatizó:

«Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos (RISAS); algunos de ellos con una guitarrita en actitudes “elvispreslianas”, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre.

Que no confundan la serenidad de la Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones (APLAUSOS). La sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones.

¿Jovencitos aspirantes a eso?  ¡No!  “Arbol que creció torcido…”, ya el remedio no es tan fácil.  No voy a decir que vayamos a aplicar medidas drásticas contra esos árboles torcidos, pero jovencitos aspirantes, ¡no! (…) Entonces, consideramos que nuestra agricultura necesita brazos (EXCLAMACIONES DE: “¡Sí!”); y que esa gusanera lumpeniana, y la otra gusanera, no confundan La Habana con Miami».

Harto sabido es que muchos de esos «elvispreslianos», «pepillos», «feminoides», «burgueses», «torcidos», «lumpen», sufrieron los horrores de las UMAP, la expulsión de sus centros educacionales y laborales, así como la marca moralista de no ser aceptados en la sociedad revolucionaria y socialista que comandaba el que ya era líder supremo; el mismo que el 1ro de mayo de 1980, en la Plaza de la Revolución, mientras transcurría el éxodo del Mariel, fue capaz de decir que para esas personas no había lugar en Cuba, que se fueran, demostrando así la omnipotencia política y el carácter narcisista de la que denominaría Hart «Revolución de Fidel».

Volviendo a la mencionada intervención de 1961, el político afirmó entonces que «La Revolución significa más Cultura y más arte». No obstante lo que ocurrió desde entonces fue la normalización del revisionismo y la censura bajo el argumento de que era derecho de las autoridades culturales velar por un arte cuya función radicara en la educación del pueblo. Tal perspectiva sería cuna de arbitrariedades, adoctrinamiento y de la supresión de libertades creativas.

Ese discurso transitó por zonas oscuras en el tratamiento al futuro cultural cubano, al punto de que Fidel declaró que él trabajaba para el presente, no para el futuro; para luego, más avanzadas sus palabras, buscar la validación en el compromiso de la Revolución con vistas al porvenir. Anuló así el derecho de los presentes a reclamar sobre la actualidad cultural. Asimismo, resulta curiosísimo que a la par que se desarrollaba una campaña de alfabetización bajo el lema «la cultura es lo primero que hay que salvar», Fidel aludía en el mencionado encuentro a prioridades por encima de la dinámica cultural nacional.

Desde los inicios, el Comandante propuso una «revolución cultural» como divisa principal del nuevo proceso, sustentada en las ideas de justicia social y del hombre nuevo. Sin embargo, estas intenciones no tenían cabida más allá de las interpretaciones y re-conceptualizaciones de sus líderes, y de su narrativa. Ello se evidencia desde 1959 en documentos como la Ley 169 (inciso A), firmada en marzo, donde quedaba explícito que toda creación cinematográfica tenía que responder a los «fines de la Revolución que la hace posible y garantiza el actual clima de libertad creadora»; o en los plenos poderes otorgados a Fidel como Primer Ministro para aprobar o derogar leyes culturales e instituciones.

Armando Hart

toda creación cinematográfica tenía que responder a los «fines de la Revolución que la hace posible y garantiza el actual clima de libertad creadora». (Foto: Alfredo Guevara, a su la derecha Héctor García Mesa, a su izquierda Saúl Yelín, todos fundadores del ICAIC. Foto Agnes Varda)

De este modo, presentado como estandarte representativo de una nueva dinámica cultural, el Comandante absorbió todos los derroteros estéticos y discursivos que pudo traer consigo el triunfo de enero. Esta forma de asumir la Revolución como feudo, propiedad de una minoría victoriosa, representó desde los primeros años un síntoma agudo de lo que luego sería un sistema totalitario y vertical.

Armando Hart obró como subordinado fiel de las ideas del Comandante, sin cuestionar ni un milímetro de su política, tanto en materia cultural como educacional. Eso lo llevó a señalar a Palabras a los intelectuales como inicio de un proceso trascendental dentro de la dinámica creativa cubana, bajo el criterio de que luego de instaurada esta política, llegó la cultura nacional a su máximo esplendor.

Hart ignoró el desarrollo intelectual y artístico anterior a la Revolución, y dejó claro en su discurso por los treinta años de Palabras a los intelectuales, que las inquietudes de las generaciones se remedian con trabajo ideológico-cultural; una evidencia más de su simpatía con la hermeticidad y el adoctrinamiento. Sobre este tema, le había comentado en una carta Ernesto Che Guevara:

«Mi querido Secretario: Te felicito por la oportunidad que te han dado de ser Dios; tienes seis días para ello. Antes de que acabes y te sientes a descansar como hizo tu predecesor, quiero exponerte algunas ideíllas sobre la cultura de nuestra vanguardia y de nuestro pueblo en general.

En este largo período de vacaciones le metí la nariz a la filosofía, cosa que hace tiempo pensaba hacer. Me encontré con la primera dificultad: en Cuba no hay nada publicado, si excluimos los ladrillos soviéticos que tienen el inconveniente de no dejarte pensar; ya el Partido lo hizo por ti y tú debes digerir. Como método, es lo más antimarxista, pero, además, suelen ser muy malos, la segunda, y no menos importante, fue mi desconocimiento del lenguaje filosófico (he luchado duramente con el maestro Hegel y en el primer round me dio dos caídas). Por ello hice un plan de estudio para mí que, creo, puede ser estudiado y mejorado mucho para constituir la base de una verdadera escuela de pensamiento; ya hemos hecho mucho, pero algún día tendremos también que pensar (…)

Es un trabajo gigantesco, pero Cuba lo merece y creo que lo pudiera intentar. No te canso más con esta cháchara. Te escribí a ti porque mi conocimiento de los actuales responsables de la orientación ideológica es pobre y, tal vez, no fuera prudente hacerlo por otras consideraciones (no sólo la del seguidismo, que también cuenta).

Bueno, ilustre colega (por lo de filósofo), te deseo éxito. Espero que nos veamos en el séptimo día. Un abrazo a los abrazables, incluyéndome de parada, a tu cara y belicosa mitad».

En múltiples ocasiones Hart planteó que la Revolución necesitaba superar baches del pasado que se manifestaban en el incipiente proceso, tales como el «dogmatismo anticultural», la «irracionalidad», el «pensamiento tecnocrático»; pero, al unísono, celebraba el talante autoritario e imponente de la doctrina fidelista y su afán caudillista. Su postura colocaba a la crítica como medio fundamental para el crecimiento cultural del proceso, solo que pasó por alto que esta debe estar acompañada de libertades y garantías creativas, cuestiones que en muchos sentidos la Revolución usurpó desde aquellas infaustas Palabras.

Estas simplificaciones del arte y la cultura, enmascaradas de discursos críticos, comenzaron a ser herramientas al servicio del poder político, así como medios para intrumentalizaciones moralistas. A su vez, el tratamiento concedido a la institucionalización como método más viable para el desarrollo cultural, significó maquillar el fin centralizador al que se aspiraba, que potenció la mediocridad, los privilegios de militancia, la burocracia, el nepotismo y la corrupción, así como hermetizar la tarea creativa. Esto se dejó claro desde que Fidel sentenció, en 1961, que era tarea del Consejo Nacional de Cultura orientar el devenir creativo y el desarrollo de los intelectuales y artistas. A día de hoy no son necesarias más evidencias del fracaso de las instituciones culturales en Cuba.

La Revolución cubana significó un suceso cultural por excelencia, al decir de Hart. Aquella estrella de enero del 59 representó, efectivamente, para un amplísimo sector poblacional un despertar, tanto en calidad de vida como en devenir profesional y creativo. Los aportes de la Revolución al entramado histórico de la cultura cubana son innumerables; no obstante, las usurpaciones conceptuales y los atropellos ideológicos fueron infames, al punto de ser, ya en nuestros tiempos, uno de los mayores atentados contra nuestra realidad cultural y nuestra historia.

La cultura y la ideología encerradas y estrictamente regidas por el carácter otorgado desde la política gubernamental, más allá de una realidad contextual que solo era posible evidenciar desde el contacto con las masas, fue de los más lamentables procesos que la política cultural de la Revolución y Fidel pusieron en práctica, y de los cuales figuras como Armando Hart, fueron parte.

Es necesario desmontar muchos mitos, señalar quirúrgicamente los procesos, rebuscar en la historia; así podremos desaprender los dogmatismos que tanto laceran nuestra realidad y esencia como sujetos culturales activos en la actualidad cubana. Queda el futuro en nuestras manos.

***

1: Armando Hart: «La Cultura de Hacer Política en la Historia de Cuba», La Cultura de Hacer Política II, Oficina del Programa Martiano, Consejo de Estado, La Habana, Cuba, agosto 2010, p. 18.

21 enero 2023 11 comentarios 1,2K vistas
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Palabras

Nosotros los peores

por Raymar Aguado Hernández 17 noviembre 2022
escrito por Raymar Aguado Hernández

-I-

El cómo surge una generación en pleno siglo XXI escapa del entramado histórico que esquematiza la espontaneidad de los sucesos. Más cuando existe una virtud de resistencia creativa en el marco de funcionalidades contextuales. El cómo hacer, identificar o abanderar el nacimiento de un gremio generacional dista —al menos en las consideraciones afines a estos tiempos— del diagnóstico de una élite o determinismos escolásticos.

A mi entender, la única validación que necesita un suceso histórico, y/o artístico, es la simple transgresión del medio, así como el desentendimiento con los procederes enquistados que no permitan la evolución y su posterior impacto en la realidad. El cómo nace una generación, es más un acontecimiento romántico y empático que académico.

Según el investigador José Triana, «una generación, en su concepción más simple, está formada por un conjunto de hombres que se afirman en un tiempo categórico estableciendo el juego dialéctico y las contradicciones de cada personalidad, creando y desarrollando una sensibilidad, definiendo un carácter, una conducta espiritual perfectamente diferenciada con respecto al pasado y al porvenir. Es decir, una generación informa un estilo, una visión del universo».

Es práctica casi imposible esbozar el impacto y significación que necesitaría un gremio para asentarse como generación. La visión de Triana, aunque bastante afín a la mía, obvia un factor fundamental en sus postulados, y es la concepción de generación dentro de la fenomenología de un tiempo dado, más allá de su establecimiento. La vivencia de diferentes procesos históricos en una realidad determinada es, dentro de lo que concibo como generación, el hecho concluyente que la consolida.

Ella puede presentar diferentes líneas de pensamiento, diferentes tratados políticos, diferentes enfoques filosóficos, diferentes cauces en el hacer; dado que el compartir un medio similar, así como vivenciar eventos de trascendencia, instaura el nexo y la equivalencia temporal que demanda. Es, a su vez, un cuerpo social, un latido presente en las dinámicas del momento, y, sobre todo, un principio ideo-estético que supone un cambio.

El reto a lo precedente, la ruptura con sus poses y la constante evolución de pensamiento, son desafíos que cada generación asume. Sin transformaciones en la manera en que se asimila la política del vivir, no existe revolución y sin esta, el instinto de surgimiento se disipa. Por eso, cada generación debe ir comandada por el disenso, por la negación dialéctica de lo que hubo anteriormente, por el reto de renovación. Al respecto apuntó Marx:

 «(…) los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y trasmite el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.

Y cuando estos se disponen precisamente a revolucionarse y a revolucionar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.

(…) La revolución (…) no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado».

Sobre este tema comentaría la profesora Alina Bárbara López Hernández, en su libro El (Des)conocido Juan Marinello. Estudio de su pensamiento político, al aludir a la fractura de la generación de intelectuales de los años treinta respecto a las precedentes, a través de la toma de conciencia de sí, auto reconocimiento, identificación de las fortalezas y flaquezas de sus antecesores, solidificación del nexo y sentido de afinidad, respeto a la diversidad, desarrollo individual y colectivo y alimento del debate como ejercicio de crecimiento.

Nosotros

Juan Marinello

Este grupo supuso un fenómeno importantísimo en la historia cubana —al decir de esta autora, fue la primera generación política de la República—, y aunque herederos declarados de los pensadores que los antecedieron, supieron colocarse en su momento histórico potenciando sus rasgos distintivos.

Si hacemos un paneo por el entramado político institucionalista cubano, nos daremos cuenta de que la veneración y subordinación a figuras y prácticas del pasado son constantes en la propuesta del gobierno. Imágenes como las de Fidel, suprimen cualquier autonomía en el área del pensamiento, dado que se impone un dogma autoritario a su esquema, más cuando se promueven consignas del tipo: «Somos Continuidad».

Por tanto, el imaginar un aflore generacional dentro del marco político-social cubano, solo tiene una directriz y es el disenso a esa esfera de poder como método de revolución. No hay cabida para una «nueva generación» en el interior del sector institucional. El esquema hermético y uniforme que propone a través de sus políticas culturales no lo permite.

También el acriticismo, o el comulgar con una idea de negación contextual, automáticamente desvirtúa la afinidad de un grupo de personas en una realidad generacional. No puede existir generación que no responda a su tiempo. Las prácticas desfasadas o el ostracismo son posicionamientos antagónicos a estas pretensiones.

Por otra parte, el sustraerse del plano terrenal y pretender un estatus programático de élite es otra vejación a las dinámicas emancipatorias de carácter social que dan cuerpo a una generación. Dicho fenómeno fue valorado por el revolucionario y marxista italiano Antonio Gramsci de esta manera:

«Hay que deshabituarse y dejar de concebir la cultura como saber enciclopédico, en el que el ser humano no es visto más que bajo la forma de recipiente que hay que llenar de datos empíricos, de hechos en bruto y desconectados que él después deberá encasillar en su cerebro como en las columnas de un diccionario, para poder responder después, en cada ocasión, a los diversos estímulos del mundo externo. Esta forma de cultura es verdaderamente dañina, en especial para el proletariado.

Sirve sólo para crear marginados, gente que cree ser superior al resto de la humanidad porque ha acumulado en la memoria una cierta cantidad de datos y de fechas, que suelta en cada ocasión para hacer de ello casi una barrera entre sí mismos y los demás.

Sirve para crear aquel cierto intelectualismo incoloro y sin sustancia, tan bien fustigado a sangre por Romain Rolland, que ha parido toda una caterva de presuntuosos y delirantes, más deletéreos para la vida social de cuanto lo puedan ser los microbios de la tuberculosis o de la sífilis para la belleza y la salud física de los cuerpos.

El estudiantillo que sabe algo de latín y de historia, el abogadillo que ha logrado arrancar una birria de título a la desidia y al dejar pasar de los profesores, creerán que son distintos y superiores incluso al mejor obrero especializado que realiza en la vida una tarea bien precisa e indispensable, y que, en su actividad, vale cien veces más de cuanto valgan los otros en la suya.

Pero ésta no es cultura, es pedantería; no es inteligencia […], y contra ella se reacciona con mucha razón».

Los enfoques descolonizadores, que empoderen a las clases oprimidas, son la savia mayor que persigue este siglo. Sesgos culturales e imposiciones de arquetipos son puntos de inflexión en el esquema que llevamos a cuestas, mientras tratamos de desentendernos de él y desaprender toda noción supremacista que sustraiga sus derechos naturales a las personas.

El abandono del elitismo y de las prácticas segregadoras supone un paso importantísimo para la conformación de generaciones consustanciales a nuestro momento histórico. Reconocer el espectro cultural como un todo indisoluble ante dictámenes hegemónicos, es clave en el discurrir generacional del siglo XXI.

Las generaciones son iguales a su etapa, toda vez la transgreden. No puede concebirse una nueva línea política, o de pensamiento, que acapare tratados obsoletos por el tiempo. Mirarse en el espejo de la sociedad en que se vive y encontrar ahí la dramaturgia de la revolución es lo que legitimará a los gremios que florezcan bajo el nombre de Nueva Generación.

-II-

La peor generación fue, en primera instancia, un libro, una antología concebida por Alejandro Mainegra, editado por Adriana Normand y prologado por Alina B. López Hernández, para luego convertirse en el nombre de un panel literario que por reiteradas censuras, nunca aconteció. El volumen —que por problemas económicos no ha visto la luz—, así como el panel, comulgaron con la idea de presentar firmas que comparten realidad histórica, toda vez la relatan desde sus diferentes estéticas literarias. Sea desde la crónica, el ensayo, la poesía, la crítica o la narrativa; los títulos antologados y sus autores aportan al quehacer del sector creativo cubano.

Nosotros

(Collage: Barricade Cuba y Raymar Aguado Hernández – Facebook)

El proyecto, luego de las censuras, los múltiples ataques del poder político y algunos de sus voceros, así como de ciertos intentos de desacreditación, cobró un vuelo marcado principalmente en redes sociales, donde muchas personas se solidarizaron con la causa y brindaron apoyo, pero sobre todo, sintieron suyo el pálpito de la propuesta. Así se fraguó, entre el ímpetu y la tensión del momento, la legitimidad de una generación. Esta que se pensó como literaria, pero al pulso trascendió sus propias concepciones para reescribirse, románticamente, política y cultural.

Más allá del rango etario, el vínculo entre los miembros de La peor generación transita por la vivencia y concreción de sus escritos en una etapa puntual de nuestra historia. La mayoría entraba en su adolescencia o temprana juventud cuando la muerte de Fidel Castro, vieron el proceso de normalización y posterior ruptura de relaciones con el gobierno de los Estados Unidos, tuvieron acceso de manera más directa a las redes sociales y a Internet, vivieron los debates sobre la vigente Constitución, sufrieron el embate de la pandemia de Covid-19.

Protagonizaron, en su mayoría, sucesos sin precedentes en más de sesenta años, como la marcha del 11M, la sentada del 27N o el estallido social del 11-J. Sintieron las consecuencias de las nuevas sanciones impuestas por la administración Trump que recrudecieron el bloqueo, y que aún mantiene en su mayor parte la administración Biden. Vivencian la normalización de una pésima gestión del gobierno cubano, así como el carácter represivo que impone en su relación con la ciudadanía.

Contemplan el fracaso de la unificación monetaria y la Tarea Ordenamiento, que desencadenaran una crisis inefable. Fueron testigo de la aprobación del nuevo Código de las Familias, que otorgó una serie de derechos a sectores vulnerables. Pero, sobre todo, están involucrados en una situación novedosa: la del reclamo frontal ante el poder político y sus excesos por parte de un amplísimo sector popular.

La mayoría de estas personas han sufrido represión y acoso por parte de los órganos de Seguridad del Estado. Han sido víctimas de chantaje, censura, desplazamientos y campañas de descrédito. Han probado la mano dura de un sistema totalitario que no contempla el disenso como opción. Pero la firmeza de resistir ante estos atropellos, así como la constancia en su crítica, les hizo consolidar una perspectiva generacional.

Esta generación logró publicar al margen de la institución, principalmente desde plataformas independientes. Y si bien muchas de sus voces no dominan el plano mediático, otras se han dado a conocer a raíz de su activismo. Esta arritmia en el sello del grupo, es evidencia de la pluralidad que ostenta. En él convergen tantas posturas políticas e ideo-estéticas como personas.

El transfeminismo, el antirracismo, la descolonización, la lucha LGBTIQ+, la guerra al patriarcado, la sexualidad, el deseo, los caprichos carnales, la política interna, así como el compromiso con los sectores oprimidos son temas recurrentes en el esquema discursivo que proponen, toda vez lo sintetizan en una tarea de exégesis contextual y de denuncia. Resulta lo anterior el ethos principal del grupo.

La peor generación halló y propuso su voz en un contexto sumido en cerrazones políticas de todo tipo, siendo parte del proceso reestructurador de la identidad cultural nacional y sus concepciones sociales. Desde las diferentes aristas que aborda cada miembro, florece y se evidencia el discurrir cubano. Ellos son un subproducto de su tiempo y realidad, donde el exilio es una constante, como el miedo al mañana, la desesperanza, la frustración, el hastío, el rechazo al gobierno. Sus narrativas van permeadas de lo que acontece en Cuba. Dominan de esta forma el idioma de su tiempo, que en constante simbiosis con sus razones de integración e inquietudes, concreta la virtud de su acción creativa como abono de su realidad.

Necesitarán estos autores mucha templanza y coherencia en su proximidad discursiva. El futuro se les avienta encima como avalancha; y solo la entereza ético-creativa definirá la veracidad de sus procederes. El ego es una variable secundaria en ecuaciones políticas. Ninguna idea o sello narrativo podrá sostener desde el individualismo el peso de una generación. Quienes sepan relatar más allá de sus propias pretensiones, gozarán la legitimación del futuro. Quienes no, pasarán intrascendentes en el intento de apuntalar una obra tomando como base sus narices.

Los peores, son la evidencia de que existe todo un fenómeno cultural que se magnifica y consolida adyacente a la institucionalidad. Las voces que lo conforman se colaron en la dinámica por la que transitamos, y aunque el poder político se empeña en acallarlas, sostienen en sus letras la resistencia. Así representan un estandarte de renovación política y reinvención en el esquema de pensamiento de los creadores y la ciudadanía. De esta forma se desligan de la retórica de la «continuidad» y proponen, desde su hacer, un nuevo proyecto de país.  

La Peor Generación ya no es un libro, ni un panel, es un sentimiento compartido dentro de una realidad histórica. Con el nombre podrán hacer ascuas, pero el pálpito nos trasciende. Como anteriormente he dicho: este fenómeno es un hecho, y si arde, mejor. La virtud de sus integrantes dirá la última palabra, o no. El tiempo pone todo en su sitio. A mí solo me queda observar.

17 noviembre 2022 25 comentarios 1,9K vistas
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Marginales

De humildes y marginales

por Raymar Aguado Hernández 4 octubre 2022
escrito por Raymar Aguado Hernández

Mucho pregona la propaganda oficialista aquella sentencia que Fidel pronunció en el Vedado el 16 de abril de 1961: «Y por esta Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, estamos dispuestos a dar la vida». Ese día se esbozó, entre la efervescencia, el compromiso del nuevo gobierno con los sectores históricamente explotados, con los marginados, con los desposeídos, con los desempleados, con los humildes.

Cuentan que a los vítores de: «¡Vivan los humildes!» que lanzaba el joven líder, respondían los presentes con ensordecedores: «¡Viva!». Quizás ese momento marcó un nuevo amanecer —al menos al pálpito de la esperanza— para los millones de personas que en Cuba no tenían nada.

La Revolución, desde aquella etapa prematura, se presentó como el proceso de integración social del pobre, del obrero, del campesino; con la ilusión de encauzar su prosperidad. Sesenta y tantos años más tarde, encontramos en ruinas aquella pretensión socialista que, entre metamorfosis y cerrazones, devino un estado totalitario donde la gestión del gobierno, así como sobrados factores internos y externos, tienen sumida la Isla en una crisis económica, política y social sin precedentes.  

Los últimos días se han vestido de historia. Luego del paso del huracán Ian, se evidenció la poca preparación que tuvo la dirección del país para hacer frente a este evento meteorológico, y las serias afectaciones del sistema electroenergético tuvieron en apagón de varios días a casi toda la región (probablemente escribo mientras aún hay familias sin electricidad).

Esta situación, potenciada por el creciente rechazo popular a la gestión del gobierno, desencadenó una serie de protestas en varios lugares del Occidente, con mayor incidencia La Habana, donde la población se manifestó para reclamar su derecho al fluido eléctrico en primera instancia, pero que luego trascendió esas necesidades básicas para pedir libertad o la dimisión de las máximas autoridades del país.

La ciudad se llenó de rostros hastiados de tanta pesadumbre, mal vivir, miseria. Rostros que, al sentir el cuerpo ligero y sin miedo, tomaron las calles. El timbre metálico de los calderos percutidos se coló por cada rincón oscuro como símbolo del descontento generalizado que nos ahoga.

La avenida 51 fue plaza de esos reclamos, lo que se relata en un texto publicado en Cubadebate y firmado por Ariel Díaz. Este último, en tono inadecuadamente liviano y vejatorio, hizo gala de un elitismo banal. Desde la sarta de ofensas que profirió a sus vecinos —marginalizándolos de la planta al pelo— pretendió restar peso a que, aun sabiendo que la represión es una constante, las personas cerraran la calle y reclamaran sus derechos.

Marginales

El texto fue originalmente publicado en el perfil de Facebook de su autor, de donde lo tomó Cubadebate. Al momento de esta publicación, el post original había sido eliminado.

¿Sabrá Arielito, La Élite, que la marginalidad a que están sometidos esos sectores es consecuencia de años y años de pésima gestión gubernamental, donde siempre el más pobre y desfavorecido tiene las de perder? ¿En qué lugar aprendió, él que se autoproclama de izquierda, las falacias revolucionarias que enuncia? ¿Cómo puede un militante de la «Revolución de los humildes» menoscabar la integridad de sus compatriotas argumentando que se comportan como marginales?

La pobreza normalizada en Cuba propone escenas de desconsuelo, como algunas que con intención burlesca intentó relatar el susodicho cronista en Cubadebate. La alusión a un «paliativo», constituido por sirope y arroz amarillo «grasiento», denota el irrespeto a la población. Muchos perdieron toda su reserva alimenticia a causa del prolongado corte energético, otros tantos no podían cocinar por depender de equipos electrodomésticos.

Por tanto, el intentar suplir el desespero, luego de que es tarea titánica conseguir alimentos, dados el desabastecimiento y los precios estratosféricos del mercado, con una comida de no muy buena elaboración, y por demás a un precio que ni remotamente le corresponde —en mi barrio, Cayo Hueso, también vendieron las cajitas de arroz amarillo y sirope—, es otra vejación a la cual estuvieron sometidas las personas.

Asimismo, se establece en el texto a los «dientes de oro», «los zapatos de marca» o «el iPhone», como elementos anacrónicos en la realidad de estos individuos, incitando a un doble juicio viciado y estableciendo arquetipos que insinúan un prejuicio latente. A su vez, darle un enfoque peyorativo al reggaeton como «violentador sexual» y cuestionar tácitamente la sapiencia o nivel cultural de quienes lo consuman, además de una torpeza inefable, es una forma más de instaurar élites dentro de la sociedad.

Tomando en cuenta estadísticas publicadas por la ONEI, al finalizar septiembre del 2021 solo el 0.5% de los fondos públicos había sido destinado al sector educacional y el 1.0%, a salud y asistencia social. Estos números contrastan estrepitosamente con el 42.3% destinado a inmobiliaria y construcción hotelera. Tales cifras son testigos de la vulnerabilidad de una parte importante de la población cubana, la cual —excepto una minoría privilegiada— presenta altos índices de pobreza.

Marginales

Protestas en La Habana a causa del prolongado apagón. (Foto: El Toque)

Al mismo tiempo, la deficiente formación ofrecida en las diferentes instancias educativas, potenciadas por el adoctrinamiento, la corrupción docente, el clasismo, los privilegios de militancia, así como las precarias condiciones de los centros, incentiva el desinterés de un amplísimo sector por la superación y la posterior integración social. Tal realidad se repite en el plano laboral, donde los insuficientes salarios principalmente y otro sinfín de males, y conlleva a que las personas prefieran vías ajenas al estado — en algunos casos, la delincuencia— para sustentarse.

A su vez, las décadas de baja inversión estatal en infraestructura —según datos de la ONEI, a la construcción se dedicó hasta septiembre de 2021 el 2.0% de los fondos públicos—, como la constante migración del resto del país hacia La Habana, entre otros males, tiene a muchas personas viviendo hacinadas y en situaciones paupérrimas. Así, un sinnúmero de personas residen en ciudadelas, viviendas multifamiliares o albergues, sitios donde la propia situación contextual condiciona la marginalidad.

Lo hostil de esos medios desvirtúa la  civilidad de sus habitantes, quienes no tienen, en la mayoría de los casos, otra salida —al menos desde lo que su percepción les permite — que asumir patrones de vulgaridad, tendencias antisociales, escasa conciencia cívica, lastres de delincuencia, y por supuesto, marcada pobreza.

El individuo responde inequívocamente al entorno en que se desarrolla y es harto difícil desligarse de sesgos como los que anteriormente describo, por tanto, en estos casos, el gobierno tiene doble responsabilidad. Descreer las necesidades de estos sectores automáticamente invisibiliza un problema latente en Cuba. La insuficiencia de oportunidades que sufren estas personas los marginaliza.

Marginal, y cito textualmente a la RAE, es una persona o un grupo que vive o actúa, de modo voluntario o forzoso, fuera de las normas sociales comúnmente admitidas. Es evidente, sobre todo en la capital, como estos sectores crecen en las narices del gobierno, que no muchos esfuerzos vuelca en reescribir la realidad.

Desestimar acciones como las sucedidas en la Avenida 51, bajo la retórica de que son orquestadas por el enemigo, por delincuentes, por marginales, no hace más que ridiculizar la postura gubernamental ante reclamos de la ciudadanía, toda vez que desnuda la intolerancia de la élite de poder y sus privilegiados respecto a los más vulnerables. Manifestarse es un derecho. Que el pueblo haga público su descontento no puede ser satanizado por ningún gobierno que se plantee democrático, como tantas veces se nos pinta este.

Parafraseando a Cintio Viter, esos a quienes llaman marginales, delincuentes, antisociales, irresponsables, son, en todo caso, los marginales, delincuentes, antisociales e irresponsables de la Revolución; porque, como bien señaló Fidel en aquella sentencia que recordé al principio del texto, la Revolución se hizo para ellos y no puede admitir que continúen siendo subproductos suyos.

Si existe la marginalidad en la sociedad cubana, es consecuencia del desapego gubernamental, que no logró integrar estos sectores en la dinámica a la que se aspiraba, al menos en teoría. No obstante, soy de la opinión de que la Revolución, romántica y narcisista como la conocemos, murió hace varios años, quizás al poco tiempo de nacer, sin haberse desarrollado.

El tema del clasismo y el abierto rechazo a los marginalizados —que ahora llaman vulnerables— es otro atropello contra la ciudadanía. La discriminación de estos sectores es, sin duda alguna, una falta gravísima en el esquema de gobierno que plantea la élite de poder en Cuba.

No está de más recordar que las muertes de Diubis Laurencio o Zidan Batista a manos de la policía, fueron justificadas bajo el infame argumento de que eran individuos de pésima conducta social, lacras, marginales. O lo ocurrido tras el 11 de julio, cuando trataron de opacar la manifestación más grande de los últimos sesenta años en Cuba con la falacia de que los manifestantes eran mercenarios, contrarrevolucionarios, marginales.

Yo crecí en un solar, donde ese arroz amarillo grasiento que el susodicho describe en Cubadebate era probablemente la comida más sabrosa que probáramos en toda una semana; donde mis primos —Goliats aunque sin muelas de oro—, se vieron obligados a dejar la escuela y trabajar desde los nueve años para mantenerse; mi tía, con cinco hijos, tuvo que dejar su profesión de maestra y dedicarse a limpiar pisos parar ganar más dinero. Donde mi primo, con diecitantos años y tenicitos de marca como los del texto, no tuvo la oportunidad de defenderse cuando lo llevaron preso por «peligrosidad».

En ese solar ninguno tendrá derecho a una pensión cuando esté viejo, porque siempre han trabajado por su cuenta y así intentaron malvivir. Escuchábamos reggaetón todo el tiempo y hubiéramos salido a manifestarnos para defender nuestra propia revolución: la de los marginales.  

La marginalización, la segregación, la misoginia, el machismo, la LGBTIQ+ fobia, el clasismo, así como el carácter ofensivo, son constantes en varios voceros gubernamentales, donde la retórica del bienestar social merma ante sus propias torpezas. Las últimas jornadas y los tantos desenmascaramientos, vienen a demostrar que de esa «Revolución de los humildes» ni la consigna queda.

4 octubre 2022 30 comentarios 2,7K vistas
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Universidad

Desde la universidad y a destiempo

por Raymar Aguado Hernández 7 mayo 2022
escrito por Raymar Aguado Hernández

Nada más inoportuno para la institucionalidad cultural en Cuba y sus atropellos ideológicos, que la distribución durante la presente Feria Internacional del Libro de La Habana del título Fuera (y dentro) del juego. Una relectura del «Caso Padilla» cincuenta años después (Fondo Editorial Casa de las Américas, 2021).

Dicho volumen, según sus compiladores, pretende contradecir algunos de los «estereotipos que han circulado y circulan» sobre el mencionado caso, pero me atrevo a señalar que nada se aleja más de ese objetivo que el sinfín de panfletos politizados que incluye. Muy por el contrario, transparenta lo cerrado de las políticas culturales que hace décadas atan de pies y manos a los creadores e intelectuales en la Isla.

En los tiempos actuales, cualquier chispa que recuerde las arbitrariedades del sistema contra ese gremio es, mínimo, una provocación y una burla luego de dos años de continua violencia y abusos de poder, más aún cuando en ocasiones se ha llegado a comparar esta inmediatez con el denominado Quinquenio gris, que iniciara luego de los sucesos con Padilla.

El acoso policial y las campañas de descrédito que sufren muchos, así como las detenciones, amenazas y expulsiones de centros laborales y educacionales son una penosa constante que da matiz opaco al panorama. De escándalo es la reciente «liberación del cargo» de Armando Franco Senén como director de la revista Alma Mater por parte del Buró Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), según publicó en su página de Facebook el medio.

Debo confesar que nunca tomé a la Alma Mater dirigida por Franco como un medio digno de aplausos, pues se me tornaban risibles sus intentos de encajar en la dinámica cool que inunda nuestras universidades. Mas de igual modo me llenó de indignación la frialdad con que se comunicó la noticia.

Mi duda es: ¿qué potestad puede tener la UJC para remover cargos dentro de un medio que debe responder íntegramente a los intereses de los estudiantes? No es un secreto que Alma Mater pertenece a la Editora Abril y que esta a su vez responde directamente a la UJC. Pero tampoco es un secreto que la revista Alma Mater, fundada por Julio Antonio Mella en 1922, tiene una tradición de lucha estudiantil de cien años.

Es impensable que una organización política controle la voz del estudiantado cubano, pues Alma Mater solo existe —desde su surgimiento— para representar a los alumnos de nuestras universidades, no al poder político imperante. Por otra parte: ¿Quién me preguntó a mí —lector de Alma Mater y estudiante universitario— y al resto de los educandos si nos parecía bien o no el trabajo de Armando Franco al frente del medio?

Si realmente existiera un ejercicio democrático en las universidades para seleccionar a nuestros representantes, la UJC no pudiera atribuirse tales libertades a la hora de tomar una decisión como esa. Entonces: ¿Qué papel juega el estudiantado al momento de plantear el futuro de su publicación? Evidentemente ninguno.

Al mismo tiempo, en la otra cara de la moneda, los ahijados adulones del gran padrino nos quieren imponer un símbolo. Un pañuelo rojo colgado del cuello, del brazo, o dondequiera que tenga visibilidad, quiere ser aclamado como un símbolo de «resistencia». Pero me estalla el cerebro al intentar descifrar cómo se resiste desde el privilegio. Ya la cordialidad política trasciende lo que pueda ser o no tolerable de los que orgullosos portan su emblema.

Ese pañuelo —un trapo cualquiera en muchas ocasiones—, sintetiza en sí lo que el gobierno está dispuesto a validar y subdivide explícitamente a los actores culturales en dos polos: los que están con esto y los que no. Quedan de lado —como en el 71 cuando Padilla—, la calidad de la obra, el aporte del hacedor o la formación a la que se aspire. La ideología afín al gobierno es lo que pesa, y cualquier muestra de disenso, o simplemente cualquier resbaloncito —como me temo sucedió con Alma Mater— cuesta desde una buena mancha hasta las más severas sanciones.

¿Entonces qué sucede con los que están inconformes con las políticas culturales en Cuba, con los que se vuelven «problemáticos» para el sistema? Es espeluznante la uniformidad por la que abogan, donde los vítores, los asentimientos, el servilismo o el pedazo de tela roja son los que posicionan. La cultura como medio ontogénico lleva en sí el peso de la irreverencia, solo cuestionando y disintiendo crecen en carácter las personas y junto a ellas las sociedades, sustraerles esa capacidad es una torpeza total o una infamia inefable.

¿Y desde dónde podremos potenciar el crecimiento cultural y espiritual de nuestra nación si ni siquiera nuestra Casa de Altos Estudios se puede cultivar exenta del embate de las organizaciones políticas? Esto, permitido por otras que se suponen encargadas de defender los intereses estudiantiles, como la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), y que en la praxis son apéndices de la UJC.

En una de sus más recientes publicaciones en Facebook, Julio César Guanche, comentaba sobre la necesidad de la autonomía dentro de la universidad y la potenciación de los estudiantes como su comunidad política y únicos decisores, mientras señalaba la postura ambivalente de la FEU y su denominada «independencia orgánica» en contraposición a la subordinación a jerarquías políticas.

Estamos inmersos en una campaña de constante adoctrinamiento, donde el gobierno se presenta como la meca de la resistencia y la benevolencia y cualquier cosa que se le oponga es tildada de lo más bajo, con adjetivos que saben a sangre y látigo. Lo peor, es que el problema ya es tan evidente que el descontento trasciende los límites de lo soportable, los excesos del gobierno y su abulia a la hora de resolver las acuciantes cuestiones de nuestra sociedad tienen convertida a Cuba en un sitio de ríspida ciudadanía, donde la desesperanza y/o la ira, van asidas a los rostros.

Ahí es cuando me inquieta la pregunta: ¿desde dónde se puede encaminar nuestra cultura y junto a ella un devenir digno y justo para nuestra nación? La respuesta quedará luego de remover las estructuras que nos tienen en el actual estatismo. Necesitamos transformar más de lo perceptible, es menester crecer como sociedad, pero antes, crecer como individuos, la metamorfosis comienza desde adentro.

Nuestros artistas serán el sustento espiritual y nuestras universidades el intelectual, desde ahí debe arrancar el intento, porque –tomándole la palabra a Mella – «aún nos queda algo grandioso por hacer, y que está en la mente de todos, esto es, la verdadera función de una universidad en la sociedad; no debe ni puede ser el más alto centro de cultura una simple fábrica de títulos…» (Febrero, 1923).

7 mayo 2022 15 comentarios 1,9K vistas
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Reflexiones - crisis

Reflexiones en torno a una crisis mayor

por Raymar Aguado Hernández 12 marzo 2022
escrito por Raymar Aguado Hernández

El conflicto bélico desatado recientemente en Europa del Este y la crisis resultante, más que crear en mí una preocupación sobre el devenir estructural y económico del mundo, deja un pesar inmenso por ver tan enturbiado el futuro de la ética humanista de esta sociedad sumida en la propaganda y el escepticismo. Paralela a la de las armas de fuego, existe también una guerra mediática en la cual muchos intentan ser jueces de un escenario cuyos matices generalmente desconocen.

La desinformación embelesa desde las diferentes plataformas y genera un estado de opinión que favorece el acriticismo. En los últimos días se ve potenciada la división y la hostilidad. Un fervor casi romántico de presunta justicia subvierte la palestra pública en un paisaje circense lleno de ingenuidad y falaz empatía. El panorama carece de matices, solo dos polos antagónicos son reconocidos: buenos y malos. Quién es quién lo determina el lugar de donde sea recibida la propaganda. Los hechos son entonces una suerte de performance donde la diégesis la dictan los medios de comunicación.

Las redes sociales están inundadas de información que satura e inhabilita el poder de discernir. Asimismo, muchos solo buscan datos que les permitan solidificar un criterio preconcebido y seleccionan qué consumir, sin el deseo de, a través del contacto con otras posturas, llegar a moldear un juicio crítico e informado. Por otra parte, los grandes medios que se presentan como «confiables», informan solo a medias en la mayoría de los casos y le dan a los hechos un enfoque «conveniente» a sus posturas editoriales, con lo que parcializan la información y ocultan de ella una buena parte.

Reflexiones - crisis

Los medios informan solo a medias en la mayoría de los casos y le dan a los hechos un enfoque «conveniente» a sus posturas editoriales (Foto: El Comercio)

Luego están los del gremio de la sensibilidad cool y sus mil aristas. El conflicto al este europeo es un tema trending y los hashtags «Stop the War», «Ukraine», «Russia», «Putin», etc. tienen gran impacto en materia de posicionamiento. Un ejército de twitteros e instagramers «sensibilizados» con el tema, se yerguen voceros de la causa y comparten cualquier información que encuentren. Generan así estados de opinión, que, en ocasiones, carece de sustento en hechos, con lo que hacen gala de la conjetura y los nexos sin fundamento.

Con ello ganan visibilidad, estar al día es su tarea de orden. Su falta de ética, salpimentada con una dosis de hipocresía mediática, tiene las diferentes plataformas bañadas del llanto de los emoticones, los mensajes esperanzadores, las críticas y el antiimperialismo selectivo.

Sobre esto último quiero hacer algunos señalamientos. Lo acontecido no es más que otra repartición territorial-económico-política entre potencias. Esta guerra lleva muchos años activa, solo estamos en otra etapa más mortífera y destructiva. Es de ingenuos suponer que los actores de este conflicto son solo Rusia y Ucrania, y obviar el papel de Occidente —léase OTAN, principalmente Estados Unidos— en esta pugna de poderes.

Por otra parte, no creo en la benevolencia política ni en la propaganda de ninguna potencia, por eso estoy en contra de cualquier imperio y su sed expansionista. Venga de donde venga —sea ruso, estadounidense, británico, francés, chino o «marciano»— al imperialismo se repudia y rechaza. Ninguna nación tiene derecho a burlar la soberanía de otra, ni a tomar su territorio usando su prepotencia armamentista o su pedantería económica. Esto último es derecho internacional y humanismo, no el rechazo selectivo a tal o cual nación, hecho o ideología.

La propaganda generada por Occidente, dueño de los medios más inmediatos y masivos de información, coloca la balanza a su entero favor y lo exonera ante la opinión pública de cualquier culpabilidad en el conflicto y estigmatiza todo lo que huela a Moscú. En el otro extremo está un sector añorante de la URSS y la retórica socialista, que pasa por alto el nacionalismo étnico, el totalitarismo y los pespuntes de extrema derecha de Putin, para justificar la invasión y sus males.  

Reflexiones - crisis

La propaganda generada por Occidente coloca la balanza a su entero favor.

En esta guerra no hay buenos o malos, sino víctimas de una pugna por la hegemonía del mundo. Es enteramente reprochable el ardid de validar la invasión como supuesto método de precaución, como lo es también condenarla y desconocer acciones similares llevadas a cabo por otras potencias, así como la responsabilidad occidental en el expansionismo de la OTAN pese a los llamados de atención rusos.

Estos conflictos geopolíticos que proponen los imperios modernos, no son más que otra forma de someter a los pueblos, que, como hoy con el de Ucrania, son quienes pierden. El afán de emperador que cargan tanto Putin como el gobierno de los Estados Unidos, nos pone nuevamente al borde de un conflicto nuclear. Estos Césares sobreponen su egolatría, a la paz, la prosperidad y el futuro.

Los tiranos y los imperios van y vienen, el ciclo de la historia está marcado en gran medida por ello, pero el hombre como especie íntegra queda y es deber nuestro que no se pierda lo que nos hace humanos. No podemos abogar por un mundo sin guerras, violencia y maldad, si no contribuimos a lograrlo desde nuestra posición, la búsqueda de la paz comienza en nuestro entorno y en nosotros mismos. 

No es coherente condenar la prepotencia de unos frente a otros cuando actuamos con suma prepotencia ante la naturaleza. No es honrado denunciar un acto de violencia y abandono cuando, desde el papel que jugamos, no somos capaces de obrar mejor. Sería hipocresía, degradación ética, anti humanismo; representando estos últimos peligros mayores que el de las armas nucleares.

Me hago eco de unos versos de Silvio:

Si fácil es abusar, más fácil es condenar / y hacer papeles para la historia, para que te haga un lugar. / Qué fácil es protestar por la bomba que cayó / a mil kilómetros del ropero y del refrigerador. / Qué fácil es escribir algo que invite a la acción / contra tiranos, contra asesinos, / contra la cruz o el poder divino, / siempre al alcance de la vidriera y el comedor.

En el prólogo a su poemario Ismaelillo, José Martí planteó una tríada que a mi juicio es la clave para la construcción del «futuro»: «fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud». Bajo estas premisas debemos marchar, sabiendo dejar a un lado el ego, la propaganda, la mentira; corrigiendo cada aspereza en nuestro actuar, siendo mejores. Ahí está nuestra verdadera lucha.

El camino siempre será la paz y junto a ella, el rejuego entre lo brutal, lo humano y la semilla del bien que debemos acoger en nuestro centro como obra de salvación. Al fin y al cabo, en esa vocación de bien es donde único cabe nuestra esperanza.  

12 marzo 2022 25 comentarios 2,1K vistas
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AHS

La AHS y los soliloquios institucionales en materia artística

por Raymar Aguado Hernández 15 febrero 2022
escrito por Raymar Aguado Hernández

Un fantasma recorre el panorama cultural cubano: el fantasma de la imposibilidad del diálogo entre los creadores y las instituciones. Los artistas y las organizaciones encargadas de representarlos son desde hace tiempo el eje principal —o al menos el más visible— en torno al cual se han generado diferentes conflictos y poco o nada se ha hecho para propiciar el entendimiento entre las partes. Una radicalidad contrainstitucional ha ahogado los diversos estratos de la cultura en Cuba, dada principalmente por el desentendimiento y la tozudez.

La excesiva politización a la cual están sometidas las instituciones, obnubila la cordura de sus dirigentes y dificulta la generación y preservación de productos de calidad más allá de los cumplimientos que exige el poder imperante. Se ignoran los reclamos y los «espacios de debate» no son, en muchos casos, más que una tapadera de falaz intercambio formal. En ellos casi siempre solo unos pocos tienen la posibilidad de expresarse, la mayoría de los casos en oportunidad dirigida, ya que el moderador prioriza a quienes sabe afines a sus intereses políticos, que son los de la institución y los gubernamentales.

En tanto, la pleitesía de los que de una forma u otra se saben privilegiados por esta aberrante realidad agudiza las diferencias, muchos de los que se presentan contrarios a tal posición se llenan de rencores y sectarismos. Así quedan separados en bandos, lo que potencia un intercambio ofensivo que comúnmente termina en hostilidad. Los que llevan una posición contraria a la institución —por transitividad, al gobierno— son los más afectados, puesto que por lo general son ofendidos y desacreditados por la propaganda oficial. Esta práctica es una constante en noticieros y periódicos.

Aunque en algunas esferas su posición parece la más desestimable, no solo el Estado y sus adeptos son los causantes de tales desmanes: existen «entes culturales» que con tal de solidificar su condición y ganarse un lugar en los medios, se cuelgan el blasón de héroes políticos y adoptan una posición reaccionaria y poco constructiva. Con ello, sirven de fulcro para contradicciones que atentan contra la salud de la cultura nacional. La necesidad de estar en una postura jerárquica superior en un espacio de creación, es el principal lastre; poco abunda la sinceridad constructiva y los canales para ser comunicada.  

Es casi imposible encontrar un espacio imparcial en materia política –dicho esto sin incurrir en la ingenuidad de obviar la omnipresencia de esta en cada estrato de la sociedad. Constantemente la imposición de una especificidad ideológica consume cualquier planteamiento que se torne opuesto al imperante, esto desbalancea los procesos comunicativos entre los diferentes actores involucrados y crea preferencias amén de la solidez de las ideas.

AHS (2)

Presidencia de la Asamblea Provincial de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) en La Habana (Foto: Facebook AHS)

La práctica del «mucho se ha hecho, nos queda mucho aun por hacer» sigue funcionando de excusa y vía de escape para la invisibilización de las fallas que abundan. Se siguen justificando las faltas con la concreción de pocos aciertos.

Hay que dejar de lado las posturas políticas inamovibles y velar, de forma desinteresada y sincera, por la persistencia de la savia que siempre nos ha empapado. La cultura cubana tiene salud precaria y es insuficiente lo que se hace por mantenerla a flote. Potenciar la crítica abierta y honrada es una necesidad, pues solo con ella se encontrará un derrotero que nos conduzca hacia los procesos artísticos e históricos que los tiempos actuales requieren

Hace poco participé en la Asamblea Provincial de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) en La Habana y reencontré todas estas formas de desentendimiento que he mencionado. También constaté la supremacía de las ideologías políticas en detrimento de la persistencia de un trabajo cultural de calidad con el respectivo respaldo logístico-económico que necesitan los creadores.

Lo que fuera presentado por la narrativa de los voceros de dicha institución como un espacio de intercambio y polémica constructiva, terminó siendo un soliloquio de la mesa presidencial y sus elegidos interventores, quienes trataron de desestimar cada planteamiento de los menos de diez asociados que tuvieron la oportunidad de proponer un ejercicio crítico en presencia de Fernando Rojas, viceministro de Cultura, y Luis Antonio Torres Iribar, primer secretario del PCC en La Habana.

Es menester recalcar que durante el transcurso de la asamblea, realizada en el Teatro Nacional, por más que mi brazo se mantuvo en alto con el fin de pedir la palabra, fue todo el tiempo ignorado. Me quedé con mucho por decir y rebatir, por eso asumo este espacio como remplazo del que me fuera negado.

Me gustaría hacer hincapié en una idea usada por uno de los «interventores» ante las demandas de los artistas: la falacia de «la persistencia del modelo cultural socialista dentro de la institución cubana». Para exponerla, aludió —con esquematismo y un poco de ingenuidad— a «dos modos de asumir la cultura dentro de la Cuba de estos días: el modelo socialmente comprometido y el modelo mercantil». La idea fue revisitada por Rojas y Torres Iribar, con el fin de mantener el estado de opinión al entero favor de la mesa presidencial y sus constantes justificaciones.

Me gustaría aclarar que esos «dos modos de asumir la cultura» no son otra cosa que un error axiológico mal construido por la prepotencia de un ente que buscaba, a fuerza de altanería, imponer una «inamovible verdad». Los individuos acumulan una determinada cantidad de conocimiento que le permite desarrollar un juicio crítico en la propia escala de valores de lo que conocen y toman del medio. El bagaje cultural se forma gracias a la asimilación. Por tanto, existe un sinfín de formas de entender el entorno y la cultura, todas individuales e irrepetibles.

Así pues, hay tantas maneras de asumir la cultura como individuos, todas válidas y completamente respetables. Tanto es así que, como bien dijera en su tono rancio el «interventor» durante la asamblea,  la incultura no existe.

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Asamblea Provincial de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) en La Habana (Foto: Facebook AHS)

Por su parte, el arte tiene inequívocamente un criterio de mercado para ser validado y colocado en las diferentes esferas. Lo que determina la persistencia, calidad y reconocimiento de una obra artística es la Institución Arte, ya sea la crítica o los diferentes espacios de exposición y venta (galerías, teatros, museos, casas de subasta, editoriales, disqueras etc.). Estos últimos son, sin lugar a dudas, regidos por una máxima de mercado y competencia.

En la Cuba institucional, el arte y quienes lo gestionan son dirigidos y manejados bajo preceptos políticos. Existe la censura y la parametrización, por tanto, aquí tampoco aplica la retórica de «los dos bandos», dado que solo hay un derrotero establecido. Lo que se oponga a tales preceptos es desestimado.

Me gustaría exhortar a todos los «intelectuales de la retórica socialista» que participaron en la asamblea a visitar —o revisitar— el texto Socialismo y Cultura, de Antonio Gramsci, para que reciban una lección de construcción y necesidad de crítica como vehículo de transformación y paso hacia esa sociedad de la que cada vez estamos más lejos.

La AHS tiene la entera responsabilidad de velar porque el talento creativo no se pierda, porque brote una nueva fascinación por parte de los artistas, por regalar una esperanza de persistencia en un sitio para la creación, por mantener la llama viva. Debe velar por un arte de calidad y esto solo se logra con el ímpetu sincero de fundar, más allá de ideologías o posicionamientos.

Aunque algunas acciones se desarrollan en beneficio de la persistencia de espacios y creadores, no es suficiente el embate, y se pierde así la sinceridad creativa, se bajan los estándares y se da paso a la medianía en el arte. La institución, en este caso la AHS, puede hacer muchísimo, con entrega cualquier empeño se logra.

Los espacios de intercambio y debate no deben seguir siendo escenarios para soliloquios institucionales y políticos. Los creadores necesitamos gozar del derecho a la crítica y al resguardo de aquellos que se dicen nuestros representantes. Mientras esto no se logre, la realidad cultural cubana seguirá inundada de servilismo y mediocridad.

No obstante lo dicho, todavía confío en la AHS. Sé que en ella hay personas que trabajan por crear las condiciones que requieren los artistas, pero lamentablemente, no tienen la palabra definitiva. Por ahora, seguiré trabajando, señalando lo que considero mal hecho y tratando de contribuir en lo que pueda a un mejor funcionamiento de la institución. También espero que la dirección de la AHS, el PCC y el MINCULT, den respuesta y resuelvan las quejas que fueron presentadas en la mencionada asamblea. Ninguna justificación es válida.

15 febrero 2022 4 comentarios 1,7K vistas
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Maestro (1)

Lecciones para un maestro inmoral

por Raymar Aguado Hernández 7 enero 2022
escrito por Raymar Aguado Hernández

A mi madre y a Martí por ser mis mejores maestros.

***

«Instruir puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo».

José de La Luz y Caballero

-I-

Siempre he cargado con el sueño y la esperanza de llegar a ser maestro, un buen maestro. Tengo, desde que nací, la figura de mi madre quien hace más de cuarenta años ejerce el magisterio. Recuerdo su abnegación en el tiempo que impartió clases en la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, de donde salía caída la noche después de enseñar todo el día. Casi siempre yo la acompañaba.

La miraba como ejemplo de profesora, aún lo es. Encontraba el alba revisando trabajos para continuar el día siguiente impartiendo clases, siempre solidaria con los estudiantes y colegas. Esto, sin obviar su vida social y familiar, que nunca fue fácil, hostil más bien. Las precarias condiciones de vivienda que padecíamos, en un cuartucho inventado, sin baño, sin ventanas, sin privacidad, sin la mínima condición para poder ser llamado hogar; fueron momentos complejos.

Mi madre no es la mejor profesora, ni la más brillante, ni puede ser denominada una catedrática; pero sí es una excelente educadora, no solo por sus ansias de superación, que la llevaron a alcanzar el título de Master en Ciencias de la Educación en 2009 —por cuestiones de salud no ha emprendido la marcha para alcanzar el Doctorado—, sino por lo cercana, dedicada y generosa que es con sus alumnos, por el hecho de saberse constructora de parte del futuro. No se podía esperar menos de alguien que se formó leyendo a Martí y Varona.

Ojalá llegue a ser un educador del calibre de mi madre. Ojalá todos los maestros cubanos lleguen a tener el calibre de mi madre. Ojalá ese maestro de Matanzas hubiera conocido a mi madre.

Maestro (2)

Enrique José Varona

-II-

Recuerdo mi etapa de estudiante primario como un momento espléndido dentro de mi formación, potenciado por el influjo de los maravillosos profesores que tuve. Octavita Caboverde Tamayo, Lázaro Cáceres y Leonor Pérez Castillo — que vive orgullosa de llevar el nombre de la madre de Martí—, son los que más hondo calaron en mí y en cientos de muchachos que, por cursos y cursos, formaron.

Todos los años el 23 de octubre «la profe Leo», a quien desde su cansada voz se le nota todo el dinamismo que aún tiene, llama para felicitarme y hace más de diez años no soy su alumno. Y es que ser maestro va más allá de las asignaturas y la pedagogía, serlo requiere de humanismo y sensibilidad, de la máxima expresión de la bondad espiritual del ser, y de entrega, sobre todo eso, entrega y compromiso.

Nunca olvidaré el día que llegaron del municipio de educación buscando propuestas de «alumnos ejemplares» para entregarles la réplica del anillo de Martí. Octavita sabía que yo no era uno de esos «alumnos ejemplares», pues siempre tuve problemas con la asistencia y puntualidad, y un poco en la disciplina; pero me sabía merecedor de ese honor por encima de muchos de esos «ejemplares».

Enseguida se paró de su silla y con la voz y postura impositivas que la caracterizaban, planteó que no, que ese anillo le tocaba a los niños que realmente conocían, estudiaban y disfrutaban la obra del Apóstol, que en su clase, ese premio se le otorgaría no al más ejemplar, sino al más martiano; y así sucedió. El premio se discutió en concurso. No solo lo gané en mi escuela, sino en todo el municipio Playa. Eso fue en el 2009, si mal no recuerdo, actualmente llevo el anillo colgado a un hilo en mi cuello, y ahí estará.

Cursé el quinto y sexto grados en la UIE (Unión Internacional de Estudiantes, Calle 4 esquina 13, Vedado), escuela en la cual Lázaro, o mejor, Lachy, como le decíamos sus alumnos, fue mi profesor guía. En el grupo sexto C agruparon, luego de terminar el cuarto grado, a varios de los alumnos con problemas académicos para que compartieran aula con algunos de los mejores según sus resultados. Esta estrategia comúnmente se aplica en el sistema educacional cubano.

A mí, por llegar último a la escuela, me unieron a la lista de ese grupo que era el único con plazas libres. Ahí compartía docencia con «lo mejor y lo peor» de la escuela, como lo definían algunos de los profesores más recalcitrantes; solo sé que mis compañeros eran maravillosos y de todos me llevé una enseñanza y un recuerdo mágico.

Tres de ellos, más de una vez, fueron atendidos por menores, como coloquialmente conocíamos a las personas encargadas de monitorear el  desarrollo de alumnos con problemas académicos y de disciplina, y más de una vez le propusieron a la directora del centro y a Lachy la opción de trasladarlos a una «escuela de conducta».

Él, firme en su posición, negó siempre esa posibilidad a pesar de las múltiples presiones, defendió constantemente la idea de que era su labor formar a esos muchachos a cualquier costo y que enviarlos a una escuela de conducta no haría más que potenciar las deformaciones que les ocasionaron su medio social y familiar. Pero sobre todo, supo mirar dentro de esos muchachos, conocer sus bondades, saberlos niños y futuros hombres, más que sus estudiantes.

Actualmente mantengo comunicación con dos de esos antiguos compañeros de aula, ambos lograron terminar su doce grado y enrumbar su vida laboral. Siento un total orgullo de saberlos mis amigos, todo gracias a que Lachy, el profesor calvo y loco que nos encendió el amor por la historia, la ciencias y el deporte, se supo responsable de nuestro futuro y bienestar. 

Maestro (3)

José de la Luz y Caballero

-III-

La historia de Cuba está estructurada en gran cuantía por el papel de constructores y formadores que asumieron muchos en su posición de maestros. No hubiera llegado Martí a ser nuestro Apóstol sin aquel «enamorado de la belleza» que fuera Mendive, ni este hubiera poseído su fervor patrio sin «el silencioso fundador» que fue Luz y Caballero; que tampoco pudiera haber llegado a convertirse en ese «noble anciano» sin la prédica y atenciones de su tío José Agustín. El maestro es savia y guía, tanto de la mente como del espíritu. Y cada alumno, para su maestro, debe ser tanto un tesoro como una responsabilidad.

Estremecieron a media Cuba las actuaciones de Osvaldo Doimeadiós (en Inocencia, de Alejandro Gil, 2018) y de Alina Rodríguez (en Conducta, de Ernesto Daranas, 2014) ejemplificando lo que es un maestro y cómo se debe a sus pupilos.

En el primer caso, el profesor intransigente defendió hasta el final la inocencia de sus alumnos y hasta se dispuso a compartir celda con ellos, de donde solo salió luego de la liberación de un grupo. Destrozado y valiente se manifestó ante la arbitrariedad militar que clamaba por la sangre de sus estudiantes. Derrumbado quedó al ver asesinados a ocho de ellos.

En el segundo caso nos encontramos con una experimentada gladiadora de las aulas de La Habana Vieja y su contexto social: la pobreza, la marginalidad, la desesperanza. Carmela, nombre de la protagonista, conoce tanto a sus alumnos como las condiciones de vida de estos. Sabe entenderlos, los estudia, la estremecen y la hacen llorar, pero con un brazo firme los educa y los encamina por la senda del bien. Ni menores, ni la policía, ni sus superiores, tienen más potestad que ella sobre lo que pasa en su clase, ella es maestra y sus alumnos son su responsabilidad; son parte de su vida, porque sabe que más de un futuro está en sus manos. Carmela lucha, porque sabe cuál es su deber.

Como mismo impactaron en las personas estas películas y sus escenas, inspiradas en nuestra realidad histórica y contextual, estremeció a Cuba hace algunos meses la noticia de que un niño de solo quince años había sido presuntamente entregado a las autoridades (órganos represivos más bien) por su propio profesor.

Cobarde es el calificativo más elegante que merece esa persona al que nunca más se le debería llamar maestro. ¿Cargos? Ni pregunté. ¿Culpabilidad? No me interesa. ¿Motivos? No los necesito. Ese adolescente fue detenido en un centro de menores por el simple hecho de portar ropa blanca el 15 de noviembre del año pasado, una arbitrariedad. Y lo peor, fue entregado por ese encargado de gran parte en su formación.

La peor bajeza ética que puede cometer un profesor es renegar de sus alumnos. El peor lastre moral que puede cargar un formador es eximirse de la responsabilidad para con sus estudiantes. Si el maestro cree que existe algo negativo en el actuar de sus alumnos, lo menos que puede hacer es mirarse a sí y tratar de encontrar los fallos que propiciaron que obviando su prédica, dicho estudiante tome un rumbo, a su criterio, errado.

La inmoralidad, la falta de entrega, el adoctrinamiento y la escasez ética en muchos de los nuevos encargados de las aulas cubanas, están convirtiendo el futuro de Cuba en una incertidumbre total, donde el miedo, el «cumplimiento», la aprobación de los superiores y el sálvese quien pueda pesan más que el derrotero hacia un porvenir digno.

Mestro (4)

La maestra Carmela, personaje de la película Conducta interpretado por Alina Rodríguez, conoce tanto a sus alumnos como las condiciones de vida de estos.

-IV-

Actualmente estudio el segundo año de la carrera de Psicología en La Universidad de La Habana, trabajo como gestor y productor artístico, me desempeño como crítico de arte y pretenciosamente como analista de temas sociales, público en varios medios; realmente parecería que voy encaminado en esa única vía. Pero cada día me paro frente a la nada a buscar los destellos de ese maestro que en un futuro pretendo ser. Cada día miro dentro de mí y encuentro los mil retazos de todos los que ayudaron en mi formación; a muchos los admiro, a otros los detesto, profesores inmorales y sin dignidad sobraron en mi devenir estudiantil.

Me pregunto si realmente seré yo digno de cargar el blasón de honor que lleva consigo el papel del maestro. Pero asumiré el reto, por eso me preparo, para desde mi posición contribuir a la formación ético-cultural del país que sueño. Porque al igual que Luz «antes quisiera, no digo yo que se desplomaran las instituciones de los hombres —reyes y emperadores—, los astros mismos del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de justicia, ese sol del mundo moral».

Y como niño que aún me siento, pedí para este 6 de enero sentir a mi madre, esa que siempre fue mi Rey Mago, darme de sus manos la savia del buen maestro.

7 enero 2022 16 comentarios 2,8K vistas
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