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Rafael Pla León

Rafael Pla León

Doctor en Filosofía. Profesor de la Universidad Central de Las Villas

formula

Cuba y Venezuela en una misma fórmula

por Consejo Editorial 21 febrero 2019
escrito por Consejo Editorial

Quisiera ahora mismo ser máquina para que las palabras me salieran en ráfagas. Siento que no me da tiempo ya para inclinar ninguna balanza y que mucha gente a mi alrededor no se da cuenta de lo que pasa. En Cuba seguimos viviendo como si nada estuviera pasando en el mundo más cercano. Y hoy mismo, aquella guerra que nos parecía distante, que nos resultaba odiosa, terrible, interminable, pero lejana, está a nuestras puertas.

¿Desde cuándo en Cuba no se respira un ambiente bélico? En la propia Venezuela, con toda la violencia que impacta a primera vista, ¿cuándo se ha vivido una guerra desde los tiempos de la independencia? Y ahí están los tambores, sonando a las puertas de Venezuela; y se equivoca el ingenuo que piense que eso no tiene que ver con Cuba. La suerte de las dos repúblicas está echada en un mismo tiro de dados.

Y hablando de república, ¡qué casualidad! que el domingo se juega Cuba su nueva Constitución

Pero ¡qué casualidad de nuevo! el día antes vence el ultimátum dado a Venezuela insolentemente. Cuba-Venezuela-petróleo-economía-solidaridad-socialismo, todo en juego por un apriete de tuercas del imperio. Demasiada suspicacia pensar que el día de gracia de Venezuela dependa de la fecha en que Cuba intentará de manera inédita darse una Constitución discutida por el pueblo, con todas las contradicciones que puede admitir un pueblo que libera sus energías luego de un complejo panorama ideológico, abierto a todas las influencias posibles, sometido a todas las presiones económicas de un bloqueo.

El mundo cayéndose y los cubanos disputándose el matrimonio igualitario, la propiedad privada, la elección presidencial. Cuba abriéndose al mundo y conservando su socialismo histórico, diversificando su economía en su régimen de propiedad y reafirmando a su partido comunista como fuerza dirigente.

El proyecto de Constitución salió, aprobado por la Asamblea Nacional, como a un ruedo de gallos, donde todos picaban. Mucho cambió a instancias del pueblo, mejoró su redacción bastante despegada de la anterior Constitución, para devolverle al texto mayor contenido socialista. Aún así muchos jóvenes parecen inconformes. Increíble: jóvenes comunistas opuestos a una Constitución; y es que la nueva Constitución coquetea con el capitalismo (hay que “adaptarse al mundo”, y el mundo es capitalista).

Por otro lado, jóvenes religiosos ofendidos por el atrevimiento del mundo diverso para afirmar su “diversidad”; jóvenes homosexuales defraudados por no lograr la mejor formulación para ver refrendados sus derechos. Los socialistas temiendo perder las garantías sociales frente a la espontaneidad del mercado. Los “emprendedores” insatisfechos por lo lento que avanza el camino a la libre empresa. ¿Se habrán dado cuenta de la caja de Pandora que ha despertado este proceso político?

Y todo inconforme se siente ofendido por la propaganda machacona que llama a votar por el “Sí” y reacciona tendiendo más bien a votar por el “No”

Es increíble cuanta energía desplegada en torno a un suceso político que en la nación no tiene parangón. Y cuánta incertidumbre sobre el resultado. Una Constitución no es una asamblea de rendición de cuentas, donde uno va a expresar su inconformidad con un bache no tapado, con una avería eléctrica, con la sempiterna cola de la bodega o la carnicería. Una Constitución arma a un país para una vida decente.

Se trata de avanzar unos cuantos pasos más en la dirección de un mundo más libre, pero sin la engañosa visión de que libertad es hacer lo que venga en ganas sin contar con los derechos de los demás. Libertad es la dignidad que asegura la ley frente al más fuerte, que será más sólida en la medida en que la respalde la igualdad. Pero esa libertad no puede estar dependiendo de gustos personales ni de cosas perentorias. La libertad que asegura una Constitución es la construcción de un país, y esta libertad de ahora, con todos los derechos proclamados por el texto que definitivamente quedó aprobado y se somete a reafirmación soberana del pueblo, es la construcción colectiva de un país.

Personalmente no soy de los más entusiastas con el texto de la nueva Constitución, pero me doy perfecta cuenta de que hay muchas personas en mi país que tienen derecho igual que yo a opinar cómo debe ser la república, y no todas tienen que coincidir conmigo. No veo lógico comportarme como infante caprichoso frente a un texto que no ha recogido todo lo que yo quisiera. Asumo mi deber con la responsabilidad de aceptar la realidad de mi país y creo que la Constitución se parece a mi país, lleno de contradicciones que deberán desarrollarse luego en cada ley que se discuta, paso a paso. La Constitución no será más que el paraguas que servirá para abrir bajo él todas las leyes posibles que garanticen la continuidad de un proceso que destrabe al país.

En ese forcejeo vemos al Presidente nuevo estrenando su forma de conducir las cosas

¿Quién dice que no lo hace bien? ¿Quién cree que no lo hace él? Todo el que haya tenido una noción de quién es Díaz-Canel, de su trayectoria de vida, de la responsabilidad con que haya encarado cualquier tarea, podrá comprender que entre otras cosas, la aprobación de la Constitución cubana será el visto bueno al Presidente para que haga su labor, con la energía que está mostrando, con el celo que está cuidando los detalles.

Cuba necesita un nuevo liderazgo; no será del carisma de Fidel, pero sí debe ser alguien con quien el pueblo se identifique, se sienta cómodo para decirle las cosas, alguien que tenga la inteligencia de manejar los asuntos complejos de la tecnología y de la sociedad con el tino necesario y la seguridad adecuada para que no se desborden y se salgan del control. No podemos darle la oportunidad a los que siempre han querido ver a Cuba envuelta en la discordia, ingobernable. Por cierto, lo mismo quieren para Venezuela, para poder intervenir sin que les quede siquiera un resquicio de vergüenza.

Viendo lo que logró la oposición a la revolución bolivariana, la proclamación de un presidente sin pueblo que lo respalde, ni ministros que puedan dirigir el país, ni diplomacia efectiva reconocida por la mayoría de la comunidad internacional, pero listo para ser reconocido en quince minutos por el imperio y su comparsa, comprendo que era lo mismo que buscaban en Girón. Allí también desembarcaron con la intención de proclamar un “presidente” que en pocas horas solicitara una intervención de los norteamericanos; pero aquí no le dieron tregua, aquí no fue fácil engañar al pueblo.

Los cubanos nos jugamos la posibilidad de seguir mejorando el país; los venezolanos se juegan mucho más

Latinoamérica en Venezuela se juega la posibilidad de reversión de este proceso de derechización que solo lo comprenderán los pueblos cuando todos los nuevos presidentes de la derecha digan: “Al fin solos”.

Cuba deberá tener su nueva Constitución, en su peculiar ejercicio de democracia, y deberá mantener su voz en el concierto internacional de las voces, para enfrentar a los de siempre que quieren manipular a los pueblos, Venezuela deberá estar ahí, resistiendo a los mismos que quieren voltear a Cuba y que quieren revertir el proceso venezolano, porque esos ni siquiera con democracia quieren el socialismo.

Votar en Cuba por la nueva Constitución y defender a Venezuela con las armas si es posible parte de una misma posición política, aunque nos quedemos después a lo interno criticándonos mutuamente porque no nos guste cómo se sigan desarrollando las cosas y tengamos distintas ideas para hacerlo.

Santa Clara, 20 de febrero de 2019

21 febrero 2019 61 comentarios 983 vistas
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Sin lugar para tercerismos políticos

por Consejo Editorial 19 junio 2017
escrito por Consejo Editorial

El Presidente dilató con no cierta espectacularidad el anuncio de su posición hacia Cuba. No hubo sorpresas para aquel que no se engaña con un sistema, con un país. EE.UU. vuelve a ser el que era. ¿Se puede esperar buen juicio de un gobierno suicida que da la espalda a un problema tan agudo y que afecta a todos como el del cambio climático? ¿Qué le puede interesar a Trump la relación con un minúsculo país tercermundista que cometió hace más de medio siglo uno de los “crímenes” que no se le debe permitir a ningún país dependiente, el de la rebelión contra un orden injusto, el de conquistar la soberanía a expensas de los privilegios de la potencia expoliadora?

Trump no ha hecho más que poner las cosas en su lugar. Con Obama vivimos un espejismo. Cierto es que la decisión de Obama estaba a tono con los tiempos y con la historia. Habían pasado los tiempos de la Guerra Fría, pero habían pasado porque el socialismo había resultado derrotado. En Cuba, donde eso no ocurrió, no tenía el imperio por qué aflojar las cuerdas con que piensa que tiene atado al país.

EE.UU. es un país imperialista. Su libertad se basa en negar la de otros. No es Cuba la única nación víctima de su política. Incluso, no es la más afectada. Otros han tenido que sufrir guerras absurdas, alentadas por pretextos ridículos que construyen libremente, apoyándose en un país donde los medios están al servicio del gobierno imperial, que pasan por encima del derecho de su pueblo a la información veraz.

Poner las cosas en su lugar tiene algo favorable. Todavía nos debatíamos en Cuba acerca de cómo enfrentar el peligro de tener de visita en nuestro país a ese sector del pueblo americano que se conoce como el “americano feo”, como nos alertaba Desiderio Navarro en la Universidad Central unos meses atrás. Ni siquiera preocupaba la posibilidad de infiltración de agentes de la CIA, la cual fue tantas veces derrotada por el G-2 cubano. La “infiltración” verdaderamente preocupante es la de esos “embajadores” del pueblo norteamericano que, haciendo alarde de su dinero exuberante, pasan por encima de valores, de decencia, de respeto.

Probablemente el “americano feo” estaba en la mente de quienes del lado imperial concibieron el restablecimiento de las relaciones con Cuba, como reserva para dar el golpe de gracia al gobierno “comunista”. Cuba había resistido el bloqueo, la agresión militar y el cerco diplomático. Habría que ver cómo resistiría el asedio del dinero y la libre circulación entre su misma población, que ya acusaba el flagelo de cierta desigualdad, cosa que en Cuba sí despierta rechazo popular.

Y es que en ningún momento el gobierno de Barak Obama prometió a Cuba un respeto total a su soberanía. No dejó de precisar que el restablecimiento de las relaciones se proponía cambiar de método para lograr los mismos objetivos de la política imperial: revertir el sistema político que se había instaurado en Cuba, que está muy lejos de ser comunista (más comunismo tiene cualquier país desarrollado de Europa e, incluso, EE.UU.). Pero lo cierto es que el sistema cubano no se rige por lo que dicte EE.UU., ni las conversaciones caminaban por un camino de sumisión de Cuba a los dictados de EE.UU.

Y no es tanto el problema en Cuba, sino que si EE.UU. le acepta a Cuba su voluntad, ¿por qué no aceptar la de otros países? ¿Qué clase de imperio es ese que comparte democráticamente sus decisiones con los demás pueblos? La política de fuerza es la clave en un mundo de desigualdades y eso lo sabe cualquier político burgués.

El pueblo cubano pudo apreciar en estos casi tres años de “experimento” de relaciones con EE.UU. que el obstáculo a estas no era el gobierno cubano. Los pasos que se dieron ampliaron considerablemente el espacio de libertad del pueblo cubano para desarrollar su vida cotidiana. Aún a expensas de afectar sensiblemente ciertos sectores desfavorecidos en esa relación (la salud y la educación conducidas por el Estado, por ejemplo). De la parte cubana se fueron desmontando impopulares medidas que sí daban la apariencia de estar tomadas en contra de los deseos del pueblo cubano, mientras que de la otra parte lo fundamental quedó en pie.

No tengo espacio aquí para analizar esto que digo, pero el hecho que desde la aprobación de las medidas que liberalizan el movimiento de la fuerza laboral cubana por el mundo, la situación al interior de las universidades cubanas es harto inestable, que cualquier joven recién graduado es mirado como posible emigrante y que se hace imposible establecer una estrategia estable de formación del relevo de los claustros docentes, es resultado de este proceso “saludable” de apertura de las relaciones. Eso en lo que a mi experiencia toca.

La Revolución cubana ocurrió, como ocurrieron todas las revoluciones socialistas en el mundo del siglo XX, porque el sistema capitalista imperante no daba posibilidades reales de un desarrollo armónico para los pueblos que habían “llegado tarde” al reparto del botín, de la riqueza material que acumula este pequeño mundo que es la Tierra. El capitalismo solo juega con esas oportunidades, ofreciéndosela a todos, pero garantizándosela a muy pocos. Y se las agencia con sus medios espirituales para su bendición oportuna. Cuando el individuo se mira a sí mismo como individuo, saca sus cuentas y arriesga el futuro. Si le sale bien un año, derrocha; si le sale bien diez años, se confía. Solo cuando la crisis, que de vez en vez visita al capitalismo, le toca a sus puertas, es que se apercibe de que las cuentas no dan. Y si esto le llega a la hora de entrar en la vejez, puede darse el individuo por muerto.

La otra lógica, la del socialismo, es también arriesgada. Sobre todo porque desafía los intereses de los más poderosos. Porque ellos saben que si triunfa el socialismo no queda lugar para privilegios exclusivos, que si hay lugar para lujos, estos deben ser para espacios colectivos, para el disfrute común entre iguales, para el descanso de los trabajadores (no voy a ignorar que hay otro problema en el socialismo que es el de los privilegios de la burocracia, pero ese no es más que una variante específica de la misma lógica del capitalismo dentro del socialismo).

No sé si saben, pero el hecho de que desaparezca el lujo tiene que ver también con una distribución más realista de los recursos que posibilite el financiamiento de sectores claves para una calidad de vida general de la población como son la salud y la educación. Solo cuando el individuo se comienza a identificar con la colectividad es que desaparece el deseo de un disfrute particular y aparece el placer de compartir entre iguales lo poco o lo mucho que se tenga.

Este y no otro es el dilema del siglo XX: o se dedican las facilidades financieras a los lujos y privilegios de la burguesía o se destinan a la satisfacción de las necesidades de los pueblos para una vida más plena para todos. Esta contradicción va permeando todas las relaciones sociales y se cuela por todos los poros espirituales de la sociedad, afectando la ideología y la política de masas enteras de gente.

Es posible que en medio de esta confrontación aparezca entre los que no resistan el forcejeo la aspiración a encontrar una “tercera vía” una opción media entre los extremos. En momentos de cansancio político cobra fuerza el “tercerismo” o “centrismo” como ilusión de solución del conflicto. Acontecimientos como el de ayer 16 de junio en Miami, el pronunciamiento del Presidente de los Estados Unidos de América acerca del endurecimiento de su política hacia Cuba deja fuera de lugar las ilusiones terceristas en la política. Hoy de nuevo, como antes, hay que estar o con la Revolución o con el Imperio, o apostando por la felicidad compartida u optando por las salidas individuales del sálvese quien pueda.

Si esta opción lleva a un recrudecimiento de la violencia no es culpa del pueblo que opta por su felicidad colectiva, sino que se la impone el sistema burgués de salida individual para la riqueza material. En este punto sería cobarde abandonar la lucha por temor a perderlo todo. Confiamos en que el gobierno que apostó por el socialismo sepa conducir con inteligencia, como hasta ahora, la confrontación para incorporar a Donald Trump a la ya considerable lista de presidentes norteamericanos fracasados en el intento de ahogar la Revolución cubana. El pueblo, si se le juega limpio, resistirá.

Santa Clara, 17 de junio de 2017

19 junio 2017 70 comentarios 363 vistas
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fernando

Adiós a Fernando

por Consejo Editorial 14 junio 2017
escrito por Consejo Editorial

Se ha ido Fernando. No voy a decir que todo aquel que lo conoció quedó subyugado por su verbo seguro y su toz nerviosa. Sé que algunos no lo quisieron. Aquí en la Universidad Central de Las Villas se le quiso; hubo oportunidad de recibirlo, de honrarlo con honores formales (no se le pudo otorgar el Honoris Causa porque no era doctor, a mucha honra), participó en una de las citas más concurridas en el Proyecto Aula 14, donde se complació de discurrir con los estudiantes acerca de las distintas generaciones de juventudes enroladas en revoluciones en el siglo XX cubano.

De ese viaje regresamos juntos para participar de una velada en la Universidad de La Habana en conmemoración al 90 aniversario de la Revolución de Octubre. Nunca imaginé que no pudiésemos celebrar el Centenario juntos de nuevo. Le gustaba hablar de los bolcheviques.

Fernando fue un espíritu inquieto y entendió a su modo la revolución. Se burlaba jocosamente de las ocurrencias soviéticas, con cuestiones teóricas nada desdeñables del marxismo: la correspondencia de las relaciones de producción con las fuerzas productivas, la identidad de la dialéctica con la lógica y la teoría del conocimiento, la misión histórica del proletariado y otras muchas cosas que él consideraba parte de la “ortodoxia” soviética.

Yo le enfrentaba, buscando argumentos que me disuadieran de todo aquello en que me habían formado en la Unión Soviética. Él mantenía el tono de broma y  decía que yo me lo tomaba todo muy en serio y seguía en alguna conversación en las que disfrutaba dialécticamente con jugar con las contradicciones propias de toda revolución y de la historia en general. En estas cuestiones teóricas siempre guardamos discrepancias, pero sabíamos que eso no decidía ninguna revolución.

Su fuerte era el “factor subjetivo”, como se le conocía en la terminología de los manuales marxistas. La subjetividad, la actividad de los “actores sociales”, la carga subjetiva de las revoluciones, sobre todo de la nuestra, que era el otro lado de la explicación marxista al que los soviéticos no atendían suficientemente, o por lo menos no con la gracia que lleva el tema para encantar auditorios. Por eso Fernando se sumergió en el tema de la cultura, de la mano de Gramsci, y por esa vía encontró su lugar en la batalla por el socialismo.

Porque a él no le interesaban simplemente los jóvenes educados, sino que sabía que la educación en general, no la formal simplemente, sino la que arma a los individuos como hombres y mujeres universales, solo se puede dar en las condiciones que prepara una sociedad de igualdad plena (por cierto, que Fernando nunca renegó del igualitarismo de los sesenta, lo cual le parecía muy justo y completamente necesario para la revolución).

Tiempo habrá de estudiar lo que dijo. Su pensamiento, como muchos de los de su época fundadora de la Revolución cubana, está lleno de ideas y allí habrá que ir a diario, para recargar energías para el futuro que será de luchas. Confío en que a los jóvenes, con quienes se comunicaba perfectamente, no les será difícil esa tarea de buscar sus escritos y discutirlos.

A ver si se entiende de una vez que “lo que no se puede perder es el socialismo” en medio de tantos riesgos que representa la inserción en la economía mundial, como él no se cansaba de advertir.

Ayer mismo un buen amigo me pasó unas conferencias recientes de Fernando en el Ministerio de Cultura; me disponía a verlo con paciencia cuando hoy me encuentro con la noticia al llegar al trabajo. Fernando se fue sin despedirse. Seguramente la sorpresa fue también para él. No es de las noticias que uno quisiera oír al levantarse, pero es la vida. Su muerte dará frutos, sin dudas.

14 junio 2017 11 comentarios 897 vistas
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universidad

¿Para quién es la universidad?

por Consejo Editorial 21 abril 2017
escrito por Consejo Editorial

Los sucesos de la suspensión de una estudiante y una profesora de la Universidad Central de Las Villas han puesto a dicha institución en el centro de la atención mediática. Como sucede en la inmensa mayoría de los casos, se ejerce la opinión sin tomarse el tiempo para indagar acerca de las causas de una u otra decisión.

Cada cual parte de sus elementos a priori respectivos y defiende los principios de que parte. Yo no puedo hacer mucho más, puesto que la información es poca, pero creo necesario intervenir ya que la avalancha adquiere apariencia de bombardeo y se requiere mirar también desde otros ángulos.

Para expresar mi opinión sobre el asunto, expongo mis elementos a priori:

1) no me agrada reprimir a nadie por sus ideas

2) aprendí a distinguir hace tiempo cuándo se trata de ideas y cuándo de política

3) en la lucha dispareja a nivel internacional, la idea burguesa lleva ventaja porque el liberalismo sigue siendo dominante

4) para colmo, no le basta esa ventaja ideológica y la pretende subversivamente cuando siente que la va perdiendo

5) para remontar esa ventaja y la acción subversiva, la idea contraria no puede caer en la ingenuidad del “derecho a la libre expresión”

6) la lógica burocrática sigue siendo torpe para plantear sus argumentos y no resulta creíble.

Mi época de juventud coincidió con la “perestroika” (reestructuración) soviética; yo estudié en la URSS y regresé imbuido de aquellas ideas que representaban para mí y para muchos la rectificación de un rumbo en extremo impopular, de desconexión de una dirigencia burocrática respecto del pueblo, de superación de la indolencia en el trabajo, de la mentira como norma informativa; en resumen, veíamos en la “perestroika” la esperanza de que el socialismo tomara fuerza y lograra superar definitivamente al capitalismo como régimen verdaderamente humano.

La “perestroika” tuvo su política ideológica en la “glásnost” (transparencia) y por la “glásnost” me formé en la idea de que el comunista debía ser transparente en sus acciones: si no quieres que te censuren, no hagas nada censurable; la transparencia debía regir la política informativa, la política cultural, la vida del partido, en fin, la vida en la sociedad.

Por eso conozco la libertad de pensamiento y la defiendo con todas mis fuerzas. De regreso a Cuba encontré frenos en varias instancias que no pensaban como yo; fui apartado de la vida política por unos años, sin llegar a conocer una represión abierta, pero sé lo que es el aislamiento por tener ideas diferentes.

Por eso no es de mi agrado si alguien sufre por una razón análoga. A la estudiante separada de su carrera no la llegué a conocer; a la profesora, sí, fue mi alumna hace algunos años y siempre tuve buena opinión de ella, de su educación esmerada, de su inteligencia.

Sabía de sus ideas religiosas, pero hace ya rato que en este país no es un problema la profesión de fe. Como la nota fue demasiado parca en detalles, no sé si algo de eso tuvo que ver con la decisión. Por lo pronto, mi opinión no puede más que apoyarse en lo poco que he leído en los mensajes que he recibido de amigos que han tenido acceso a la red.

Con el tiempo y madurando pude convencerme de una las cuestiones básicas para comprender la política y la ideología: una cosa son las ideas y otra la acción política. Retrospectivamente comprendí que mis ideas de la época “perestroika” eran puras ideas liberales y que la Revolución se trataba de otra cosa. Las ideas liberales son las que dan vida al sistema burgués.

Tienen, además, un efecto de encantamiento sobre las mentes jóvenes y no tan jóvenes, pues el punto de mira del liberalismo es el individuo. Cada individuo se siente halagado por las bondades que proclama el liberalismo: libertad para pensar, hacer, y sobre todo, poseer. Libertad de empresa, de palabra, de prensa, de asociación. ¿Quién estaría en contra de un régimen tal? La cuestión comienza a enredarse cuando se plantea a nivel social y no individual: ¿se les garantiza a todos por igual esas libertades?

El liberal ni se hace esa pregunta, y si se la hace trata de autoengañarse, pues la respuesta será negativa y él prefiriera saber que el régimen que le da tanto placer, también lo causa a todos los demás. No hago más que describir la forma en que pensaba yo en aquel tiempo en que fui liberal sin saberlo. Maduré con el estudio y la investigación; todavía lo hago.

En medio de estas lides y analizando las mías propias, fue que comprendí que cada cual tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión, pero a la vez tiene una responsabilidad política, tiene obligaciones con una masa de gente o con un grupo de personas que pueden ser cautivadas por el verbo de alguien que no precisamente tenga la razón.

Y aquí está también la historia de la demagogia que desde los tiempos de los sofistas era un fenómeno bien localizado y no ha dejado de existir, a pesar de la beligerancia con que la han tratado las más destacadas corrientes filosóficas. Por eso se acostumbra a distinguir entre la idea y la acción política. Nadie tiene derecho a castigar una idea, sería estúpido y no se lograría otra cosa que la doble moral tan extendida.

Pero sí existe el derecho de castigar una acción política contraria al régimen establecido, que intente cambiar las bases en que se sustente dicho régimen. En el ejercicio de ese derecho es que se pueden acometer acciones que si no se argumentan adecuadamente, tienden a confundirse con la represión por motivos de conciencia.

La separación de una estudiante o una profesora de una Universidad cubana es un hecho que debe estar contemplado en un reglamento y discutir su procedencia o no, se puede hacer sobre la base del derecho que le asiste a quien decide de hacer cumplir ese reglamento. Y no creo que hacer política dentro de las universidades cubanas en contra del sistema establecido en el país, sea algo que algún reglamento acepte.

Cuando digo que en el plano internacional aún prevalece la idea burguesa con mucha ventaja por sobre la comunista, no estoy diciendo nada que no se entienda. Hubo un tiempo en que no era tan clara esta ventaja. Mi generación se crió sin que nos visitara la peregrina idea de tener que estudiar para montar un negocio y con ello ganarnos la vida, no lo hacían así los soviéticos con quienes estudié, ni los checos ni los alemanes orientales.

En nuestros países la propiedad privada estaba limitada y las ideas relacionadas con ella también. La vida, en cambio, estaba garantizada; los lujos, no. Hoy ha cambiado algo el panorama ideológico, y vemos con qué esfuerzo se tienen que abrir paso entre los jóvenes ideas que promuevan soluciones colectivas, trabajo voluntario, internacionalismo no remunerado y otras de aquella índole.

Con facilidad se encuentran hoy ideas que antes se habían desterrado y nuestras universidades albergan estudiantes con pretensiones distintas a las de años atrás. Si la Universidad ha tenido que adaptarse a la forma que va tomando el país, con la permisividad de formas de propiedad que no son únicamente la forma socialista y mucho menos estatal, es perfectamente lógico que se toleren las ideas que defiendan la propiedad privada y lo que de ello se deriva.

Pero de ahí a tolerar la acción política, la militancia en organizaciones que tengan por objetivo cambiar el régimen de propiedad y el régimen político del país es ya otra cosa.

Por otro lado, está la subversión, que, como siempre ocurre, de tanto mencionarse tiende a convertirse en el famoso cuento de “ahí viene el lobo”; llega a aburrir tanto discurso sin una experiencia real en nuestro medio.  Pero ahí están los casos de la USAID y otros que se conocen públicamente. Subversión es invertir fondos para crear situaciones políticas inmanejables por las autoridades, es aprovechar situaciones difíciles de escasez material, que de por sí fomentan descontentos en las masas, para canalizarlas políticamente.

Eso es real, y eso lo hace el gobierno de una potencia que ha presentado y mantiene un aval de enemiga, habiendo alentado la agresión y manteniendo un bloqueo contra el país. Eso es así con el gobierno “malo” y con el gobierno “bueno”, pues ese gobierno “bueno” capitalizó las simpatías de un pueblo harto ya de una política de hostilidad y que está presto a celebrar como su héroe a quien levante el bloqueo y elimine las tensiones políticas en pos de una verdadera normalización de las relaciones entre dos pueblos que no tienen hasta hoy ni rastro de odio entre ellos.

La subversión existe y es real; la he sentido en carne y mente propia y en la mi familia, cuando recibía la propaganda de la programación radial que entraba libremente a mi casa a través de un sinfín de emisoras transmitiendo desde Miami. En mi radio entraban La Cubanísima, Radio Fe, La Voz del CID (Cuba Independiente y Democrática) y, por último, Radio Martí.

Mi familia, educada en los valores individualistas de un sistema mercantil, aún sin ser burgueses ni pequeñoburgueses, sin tener la más mínima propiedad, aceptaba de buen grado la crítica que desde allá se le hacía al régimen de propiedad social, a la democracia socialista, a la ideología marxista, se oían con beneplácito esas emisoras.

El punto de divorcio de mi familia con aquellas transmisiones fue el caso Elián; la grosera manipulación política con el niño desde las emisoras de Miami hizo que se destapara el cinismo de aquella propaganda. Yo, desde mi convicción comunista, cedía por momentos a las ideas liberales y aceptaba que el socialismo había fracasado porque no contaba con las riquezas que mostraba el capitalismo, porque no se podía votar directamente por el Presidente de tu país, porque no había pluripartidismo; en fin, el socialismo había fracasado porque no había podido “construir” el capitalismo.

Conozco de la experiencia de la subversión y supe superarla por mi propia cuenta. Sé que otros pueden tomar otro camino y no son más que víctimas de esas cuantiosas inversiones, y ellos lo saben. Incluso cuando se interesan más que nada por la conectividad a Internet, por encima de otras vitales necesidades más apremiantes.

Hegemonía liberal por un lado y subversión por el otro: la tiene bien difícil la idea socialista si no sabe defenderse con todas las que le permite la ley. No es costumbre por estos tiempos una noticia como la que nos sorprendió la semana pasada. Primero porque se han democratizado y diversificado las vías de acceso a la Universidad cubana.

En mis tiempos habían carreras como las de Filosofía, Psicología, la misma de Periodismo y otras que tuviesen que ver con el trabajo ideológico, con muy marcadas condiciones de ingreso que impedían que pudiese entrar a estudiar alguien que estuviese al margen de la Revolución.

Además, la libre circulación de ideas en la sociedad ha hecho que se tome como un hecho normal la diversidad ideológica de la Universidad, que ha llevado a excepciones las expulsiones por razones políticas. Pero la Universidad cubana no es una universidad burguesa que tiene otros mecanismos de control menos evidentes que la universidad revolucionaria.

La universidad revolucionaria no tiene otro recurso que hablar claro del tema clasista, de los intereses que se traza la Revolución con el desarrollo amplísimo de la educación superior. Y esos intereses no son los de una minoría, esos intereses son los de toda la sociedad, los de desarrollar la potencialidad de un país interesado en resolver los problemas para todos y no solo para la minoría que va concentrando la propiedad y teniendo solvencia económica.

Si esa Revolución no defiende el régimen socialista con todos los medios a su alcance, si esa Revolución no se ocupa de formar especialistas comprometidos con un régimen social que le dé garantías a toda la población, si le llega a ser indiferente el tipo de profesional que esté formando, esa Universidad no tiene diferencia alguna con la del capitalismo y comenzará a dictar las condiciones de ingreso y egreso el capital que puedan aportar los propietarios y no el trabajo de los proletarios.

Son cosas difíciles de entender si no se toman los principios por base para el análisis. Que yo sepa, el lema que nos enseñó Fidel en el fragor del proceso que se bautizó con el nombre de “profundización de la conciencia revolucionaria”, en el curso 1979-1980: “La Universidad es para los revolucionarios”, por encima de su apariencia discriminatoria, guarda vigencia y está orientado a impedir que se establezca la verdadera discriminación social, racial, de género.

Ese lema no es excluyente para los que no son revolucionarios, nunca lo ha sido; pero sí pone en su lugar al contrarrevolucionario, que también puede ingresar a la universidad, estudiar en ella, pero respetando sus proyecciones revolucionarias. Ese lema simplemente sienta las bases de la hegemonía revolucionaria en la Universidad como una de las conquistas históricas de la Revolución.

Si se quiere un país con futuro, hay que garantizar la formación de los especialistas que dirigirán los procesos sociales y técnicos al nivel que requiere la civilización.

Por eso, en la Universidad revolucionaria no puede estar ningún principio por encima de este. El derecho a la libre expresión, por el que luchan tantos en el mundo, está incluido en él pero no es su esencia, y no puede estar por encima del derecho de la Revolución a defenderse.

El principio de que en la Universidad la hegemonía esté del lado de la Revolución es el amplio campo donde caben todos los demás y la forma en que estudiantes y autoridades decidan defenderlo depende ya de la forma histórica en que se presente la confrontación política con las fuerzas que no son revolucionarias o son francamente contrarrevolucionarias.

Disidentes somos muchos. Lo dije en pleno teatro hace unas semanas en México cuando me preguntaron sobre la disidencia. Disiento a diario sobre muchas medidas, sobre políticas enteras de mi país, sobre procesos que van en marcha. Probablemente las jóvenes afectadas tienen más de cuatro razones para las críticas que hacen, porque no es secreto para nadie que problemas tenemos demasiados y personas que los promueven sin resolverlos son muchos.

Pero la cuestión radica en el espíritu con que se realice la crítica; unos la hacen para construir una solución, otros para destruir el sistema. Y aquí es que entra la política de lleno. Quien lo que pretende es destruir el sistema no va a entender de soluciones, ni va a llegar a acuerdo con nadie. No va a parar hasta que no vea la situación desestabilizada.

No sé si sean los casos de Karla y de Dalila; no conocí a la primera y no me imagino a la segunda en esas posiciones, pero igual las personas pueden sorprender en circunstancias determinadas. Solo apunto cuestiones generales ante criterios igualmente generales que expresan otras personas.

Las medidas tomadas en un caso por la FEU y en el otro por la dirección de la Universidad, me han sorprendido lejos de la Universidad y no dispongo de todos los elementos para formarme opinión sólida.

Sí tengo referencias del tipo de organización en que están involucradas y no me parece que sean de las que pueden convivir con una sociedad socialista. Otros que sepan más que yo pueden dar los detalles; yo me limito a sospechar que sus razones habrán tenido los que decidieron tomar esas medidas que nunca son agradables.

Por lo que se refiere a la forma de comunicar una decisión, si voy a ser totalmente sincero, debo decir que una vez más deja mucho que desear esa lógica propia de la burocracia, que parece decir todo con miedo y escondiendo los argumentos. Si es una razón policial lo que impide hablar abiertamente, era mejor haber esperado al momento en que completada la operación, se pudiera explicar todo de la manera adecuada.

He leído reacciones en blogs que simplemente parten de aquella situación histórica que vivimos en los setenta, de franca represión a ideas divergentes. No se conocían ahora las razones, lo que no fue óbice para lanzar campañas de solidaridad con las afectadas.

Y sí, estoy de acuerdo que en las actuales circunstancias el regreso a las políticas de los setenta es posible, y no es de desear de nuevo un ambiente de permanente sospecha y cuestionamiento por cosas triviales que no marcaban realmente posiciones políticas. Es necesario dejar bien claro la connotación política y no simplemente ideológica de la medida. El no decir claramente las cosas es lo que más daño hace a la posición revolucionaria.

Debe quedar claro el hecho, no la idea, por la cual se tomaron las medidas en los casos correspondientes. ¿Por qué hablar en general si debe haber cosas concretas que decir? Hay que llegar hasta el final en materia de información, pues así se formará mejor la nueva generación, conociendo concretamente la forma de actuar de la subversión.

Si la información no está clara, la credibilidad se afecta y la batalla política se pierde. Con la verdad, adelante, y así sabremos cuánta masa de estudiantes y profesores está realmente consciente de este momento histórico. Es mi opinión

21 abril 2017 110 comentarios 542 vistas
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2017: calendario revolucionario

por Consejo Editorial 27 febrero 2017
escrito por Consejo Editorial

Ha comenzado 2017. Este año se anuncia con el mayor grado de incertidumbre que jamás haya conocido el siglo que transcurre. El panorama mundial está en suspenso, al tanto de lo que pueda emprender la figura que ha ascendido al cargo de Presidente del “más poderoso imperio de todas las épocas”, como gustaba resaltar Fidel cada vez que se refería a este.

Un individuo sin evidente formación política, proveniente del mundo de los negocios y alimentado con la cultura de masas propia del consumo espiritual de un tipo de gente que sus preocupaciones por el dinero y la ganancia “no le dan tiempo” de leer e investigar; al menos esa es la apariencia.

Esa figura emerge en un momento en que las contradicciones de su país con Rusia hacen revivir la época de la “guerra fría” y temer por un desencadenamiento de otra escalada de carrera armamentista o de una guerra en caliente propiamente.

América Latina parece mostrar un panorama también incierto con los evidentes retrocesos en los procesos de tibia revolución socialdemócrata que vivió desde los albores del siglo. Venezuela acorralada; Ecuador y Bolivia con amenaza en su continuidad de liderazgo; Brasil traicionado por trampas leguleyas; Argentina engañada por el clásico sofista; Colombia enrolada en un proceso de paz con poca seguridad para las fuerzas populares.

La derecha de vuelta por sus andadas, como si el modelo neoliberal no se hubiese agotado. La izquierda, dividida por vocación, que no quiere sacar las debidas conclusiones históricas para ayudar a la radicalización revolucionaria.

Para Cuba la incertidumbre no puede ser menor. El año recién despedido cerró con un déficit de crecimiento y, aunque es bien cierto que se pudo impedir otra vuelta del “período especial”, con sus característicos apagones, todo el mundo medianamente informado sabe que para lograr la anunciada prosperidad, se necesita crecer anualmente en un porciento que hoy no se vislumbra posible.

Las relaciones con el vecino poderoso, las que todos ansiamos ver definitivamente normalizadas, penden del hilo de la venia del señor Presidente de aquel país; unos esperanzados en que se imponga su lado de comerciante y, por tanto, elimine el “cascarón” del bloqueo que impide la libertad de comercio e inversiones; otros, menos optimistas, viendo que entre sus asesores nomina a recalcitrantes personeros de lo más reaccionario de las posiciones anticubanas o se toma la libertad de expresarse irrespetuosamente en momentos de duelo para el pueblo cubano por la pérdida de su líder.

Por otro lado, la burocracia del patio, con sus pecados confesados, no da muestras de “cambiar lo que debe ser cambiado” y nos acercamos al momento del relevo sin que parezca entender en qué consiste la democracia revolucionaria, con el peligro de que a la hora decisiva se instaure la trillada democracia representativa, de la que ya nuestra historia guarda un triste recuerdo.

Y en ese panorama de incertidumbres, teniendo por cierto solo la decisión de luchar como en los momentos críticos, se abre ante nosotros la perspectiva de importantes celebraciones revolucionarias. Si para algo sirve celebrar es para actualizar los ideales, para replantearnos las tareas históricas, para hacernos de una idea de futuro enraizada en la historia de lo que nos ha hecho llegar al presente.

El año 2017 retumba, ante todo, como el año del Centenario de la Revolución de Octubre (que fue en noviembre). Tiembla la burguesía internacional con la sola mención del nombre del mes en que, por el viejo calendario gregoriano que hace cien años se usaba en Rusia, uno de los países más pobres del mundo civilizado se sacudió sus cadenas.

No es que antes de este suceso todo le hubiese ido más fácil a la burguesía, pero definitivamente luego de la Revolución de Octubre en la Rusia de los zares apareció para el mundo real un referente práctico de cómo podían ser las cosas de otro modo.

Es una época la nuestra muy distinta a aquello que soñó crear la Revolución de Octubre para el despliegue de las fuerzas creadoras del hombre en toda su extensión. Es esta una época de violencia y de tensiones permanentes, de guerras sucesivas y al unísono, de alianzas y componendas políticas para frustrar las luchas de los inconformes. Nada de eso estaba en los planes de la vanguardia revolucionaria que se lanzó en 1917, según expresión muy acertada, a “tomar el cielo por asalto”.

La Revolución de Octubre en Rusia abrió una época que se consideró de tránsito entre el capitalismo y el comunismo (o el socialismo, según se atemperara la expresión a las condiciones). Sin embargo, aquella incursión contra el capitalismo en su desarrollo, cual boomerang, trajo de nuevo a los pueblos del mundo que la emprendieron, el capitalismo brutal.

No obstante, la obra de la Revolución de Octubre dejó su huella en el mundo. Es factor clave para entender el despegue de un país tan atrasado como Rusia, que pasó a ser una de las dos superpotencias mundiales; se entiende también por ella el adecentamiento social relativo del propio sistema capitalista en sus centros desarrollados de Europa y Estados Unidos de América, tras el influjo de un poderosísimo movimiento obrero.

Se entiende el despertar de los pueblos del Tercer Mundo, avasallados antes por sus metrópolis; se comprende por ella, en fin, el mantenimiento relativo de la paz mundial por décadas amenazada por la codicia capitalista. Nada fue igual en el mundo luego del triunfo de la revolución rusa de 1917.

Aún hoy, el evidente renacimiento de Rusia como potencia tiene como referente lo que en otra época llegó a ser la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la URSS, formada al calor de la revolución, en diciembre de 1922 y que existió como Estado hasta que, como resultado de la perestroika gorbachoviana, feneció en diciembre de 1991.

No sabemos cómo acogerá la Rusia de Putin el centenario de la Revolución de Octubre, pero para las fuerzas revolucionarias, que ven desfallecer los tímidos procesos sociales del siglo XXI, revivir los ideales de Octubre es imprescindible para replantearse las estrategias de lucha tan dispersas. El capital no se puede vencer con sus propias armas. Si se utilizan las “armas melladas del capitalismo”, al decir del Che, la única garantía es vivir de retorno al odioso sistema capitalista, y no en sus formas civilizadas precisamente.

Y ya que he mencionado el santo, se impone recordar que 2017 es también el año del Cincuentenario de la caída del Che en Bolivia; un comunista que inspiró toda su acción en los ideales de la Revolución de Octubre, en las enseñanzas de Lenin y que, a su vez, con la creatividad propia de los grandes, le dio formas nuevas y relanzó, junto con Fidel, la idea del comunismo como única vía para acabar con el capitalismo.

La celebración conjunta de ambas fechas es de todo punto de vista coherente. Octubre y Che, cien y cincuenta años atrás, se alzan hoy con toda la vigencia del ideal social que defendieron; y se merecen un recuerdo conjunto.

Recordar al Che enlazado a los ideales de Octubre es recordar el tiempo que dedicó a atender la formación política de la juventud, en educarla en el trabajo voluntario, única forma de ir haciendo anacrónico el trabajo asalariado, del cual se alimenta el capitalismo día a día, en potenciar el desarrollo industrial como base del desarrollo económico y social, en educar a los obreros en una nueva relación de propiedad con respecto a los medios de producción.

Es necesario coordinar actividades que saluden estas dos fechas, rescatando el espíritu revolucionario que encierran, llevando a los jóvenes las ideas que movieron tanto a los bolcheviques como al Che con sus barbudos a cambiar de raíz el orden de cosas existentes.

Un plan que comience desde ya, rastreando los momentos históricos de la Revolución de Octubre o los de la guerrilla del Che en Bolivia, que propicien tratar temáticas de importancia teórica e ideológica. Desde la academia historiadores, filósofos, economistas, sociólogos, juristas pueden coordinar un plan de conferencias en torno a los temas más candentes de la teoría revolucionaria.

No vamos a soñar con hacer una nueva Revolución de Octubre, pero considerando la vigencia que puedan tener esas ideas, preparamos mejor la revolución por venir. No habrá que crear soviets, pero sí renovar la concepción de nuestros órganos de poder popular, impotentes y anquilosados en gran medida.

Estudiando la construcción del partido bolchevique, podremos comprender mejor la justeza de nuestro único partido, ajeno a la politiquería burguesa, y podremos mirar críticamente hacia su propia burocratización y la pérdida de su filo revolucionario. Volviendo a las experiencias de Lenin, Fidel y el Che en la construcción económica, daríamos un verdadero enfoque revolucionario a la reclamada “actualización” del “modelo” cubano. Y así, sucesivamente.

Los jóvenes deben conocer mejor los ideales de Octubre y los del Che, que son los mismos; deben comprender mejor cuáles son los procesos que frenan el avance hacia una sociedad más justa y libre, para empinarse sobre ellos y superarlos. Y no se puede temer a que oigan la palabra comunismo y les asuste.

Deben comprender lo que significa en realidad, deben comprender todo el contenido de libertad que encierra. Hay que rescatar la palabra comunismo de su manoseo burocrático. La burocracia, como le asusta el comunismo, tiende a convertirlo en un sueño celestial imposible de alcanzar.

Hay que recuperar el sentido práctico del comunismo, como construcción de una red de solidaridad humana, pero también de emprendimiento práctico que solucione problemas que cotidianamente se presentan en la producción y los servicios y que no hallan solución por vía del trabajo asalariado.

Un ¡hurra! para los bolcheviques y un ¡viva! para el Che en este 2017, que se unan al homenaje permanente del pensamiento de Fidel en la construcción de una sociedad más humana.

27 febrero 2017 92 comentarios 471 vistas
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